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Wild Feelings por California Night

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Notas del capitulo:

¡Buenas tardes chicxs! 

Esta es una idea que me rondaba desde hace tiempo y quería compartirlo con vosotrxs a modo de fanfic! 

Espero que os guste y tenga tan buen recibimiento como mi otro fic: Dangerous

Un besito <3

Había perdido la cuenta de cuántas personas habían venido a saludarme. Dueños de sonrisas falsas, protocolos aburridos y luchas entre quién tiene más cifras en su cuenta del banco. Nada de aquello iba conmigo, pero cómo me divertía observar a aquellas personas, actuando como si fuesen los reyes del mundo. Pensaban que el dinero podía comprar cualquier cosa, y a decir verdad, ¿Qué no se podía comprar con dinero?

Paseé mi vista por los invitados, parecían todos copias de todos: los hombres vestían con un traje oscuro y las mujeres con vestidos que seguramente valdrían más dinero de lo que podía sospechar. Miradas altivas, arrogantes y cargadas de superficialidad.

A lo lejos vi cómo una de esas señoras tan altivas tropezaba con sus ridículos tacones y vertía su copa de vino sobre el traje de una camarera, tiñendo de color oscuro la americana de la trabajadora. Sorbí con gusto mi copa de vino blanco y reí para mis adentros. Qué espectáculo más bochornoso acababa de protagonizar aquella mujer. Que se joda.

-          Chloe, cielo. – Levanté la vista, encontrándome con los ojos azules que me habían dado la vida. Cabello moreno bien arreglado, con apenas algunas canas debido a su edad. El gesto maduro y serio, voz profunda e intimidante. – Ven, te presentaré al Sr. Y a la Sra. Evans, y a su hijo, Trevor. – Esbocé mi más falsa sonrisa, practicada durante años y me acerqué junto a mi padre a aquella familia.

-          Eres la viva imagen de tu madre. – La señora Evans, embutida en un discreto vestido color azul, su pelo rubio recogido en un moño alto y unos pendientes de diamantes colgando de los lóbulos de sus orejas. – Ella también tenía esa mirada tan llena de vida y determinación… - El señor Evans carraspeo, acallando a su mujer.

-          Querida, no creo que debamos hablar de ello… - El señor me miró con un gesto de culpa impregnando sus ojos.

-          No se preocupe. – Volví a sonreír. – Es todo un lujo que hablen así de mi madre.

-          Tienes una hija tan educada, Jones. – Mi padre sonrió, satisfecho por el elogio que el señor Evans acababa de pronunciar. Y pude ver en su mirada que aquél tipo era alguien bastante importante.

-          Este es nuestro hijo, Trevor. – El joven hizo una leve reverencia, su cabello rubio caía con elegancia sobre un lado de su frente. Era atractivo, pero seguramente un capullo como todos los que se encontraban en el sitio.

-          Es un placer conoceros a ambos. – Estrechó la mano de mi padre, y agarró la mano para después darme un beso sobre el dorso de la mano.

-          “Todo un galán”. – Ironicé y vi que sus ojos miraron con descaro mi escote. – “Y como decía, un capullo”.

-          Espero que puedan perdonarme. – Me disculpé. – Pero debo de saludar a los demás invitados. Ha sido un placer. – Hice una leve reverencia y me escabullí.

-          Tu hija es toda una señorita, Robert. – Escuché como el Señor Evans elogiaba a mi padre de nuevo. Parece que mi padre lo tenía comiendo de la mano.

Y la verdad es que no iba a saludar a nadie. Necesitaba un respiro: tanta falsedad me producía urticaria. Me dirigí hacia el gran banquete, que consistía en todo un surtido de bocados dulces y salados. Busqué con mi mirada la bebida. Necesitaba uno o varios tragos para soportar las horas restantes de la fiesta.

-          Disculpa. – Llamé la atención de una de las camareras. Tenía el pelo oscuro y recogido en un moño alto. Tal y como dictaba el protocolo de vestimenta de los camareros. Las mujeres debían de recoger su cabello y los hombres debían de llevar el pelo corto en todo caso, con la barba muy bien arreglada e incluso algunos se veían obligados a quitársela. Definitivamente, eran muy estúpidas las normas que regían este mundo tan falso. - ¿Sabes dónde hay vino? – Ella me recorrió con la mirada, verificando que era una de las invitadas de honor de la fiesta. Suavizó su mirada y me respondió. – El blanco se ha acabado, en la mesa sólo hay tinto.

-          ¿Y… sabes dónde podría encontrar vino blanco?

-          En aquél cobertizo hay un par de botellas, con gusto iré inmediatamente a servirle una.

-          Oh, no. – Negué y corté su paso. – Iré yo misma. – Ella alzó el ceño de manera incrédula.

-          ¿Está segura?

-          Tengo dos piernas que funcionan perfectamente, que estos tipos de aquí no paren de mandaros no significa que yo lo vaya a hacer. – Encogí mis hombros y ella sonrió. La actitud que tenían algunas de las “personas ricas” que se encontraban en la fiesta, trataban de manera indiferente y bastante inferior. – Gracias por las indicaciones. – Pasé por su lado y coloqué un billete en su bolsillo de manera discreta. Dar propina en una fiesta privada era de muy mal gusto. No sé por qué. Así era el protocolo. Todo corría a cuenta del dueño, pero estaba bastante segura de que aquellos camareros todavía no habían olido ni una moneda.

 

Me dirigí hacia el cobertizo, que actuaba de cámara frigorífica: guardaba tanto bebidas como comida, que servía de reserva por si lo dispuesto en el banquete se acababa. Procuré que nadie me viese entrar, ya que quería evitar inventar cualquier excusa o contestar algo así como: “A ti qué mierdas te importa, voy donde me da la gana”. Me colé cuidadosamente y cerré la puerta tras de mí, suspirando inmediatamente al sentir cómo la tensión se desvanecía.

 

-          Putos ricos de mierda. – Alcé la vista, vislumbrando a alguien de espaldas. – Se creen los dueños del mundo por tener millones en la cuenta del banco. – Y qué razón tenía. De hecho, literalmente eran los dueños del mundo. Eran dueños y movían los hilos de cada uno de los grandes sectores más importantes: industria, comercio, investigación, marketing, abogacía… Todo aquello que podías imaginar. – Señora de los cojones. – Sonreí inconscientemente y vi que era la misma camarera a la que habían vertido una copa de vino sobre el uniforme. – Me tira la copa encima y tiene el valor de decir que la culpa es mía.

-          Llevo toda la fiesta pensando en que ese moño le oprime las neuronas. – Se dio la vuelta de un brinco, la había asustado. – No se lo tengas en cuenta. – Di leves toquecitos en mi cabeza. – No le llega bien la sangre aquí dentro. – Me acerqué a la mesa de la izquierda y agarré la botella de vino blanco.

-          Entonces eso confirma mis sospechas. – Se encogió de hombros y bajé mi mirada hacia la altura de su pecho, estaba teñido de un color granate. – Esa señora es gilipollas. – Reí ante su ocurrencia e intenté descorchar la botella de vino.

-          ¿Te importa? – Acerqué la botella a la camarera y me miró. – No puedo abrirla.

-          Claro. – Tenía el pelo recogido en un moño alto, su cabello cobrizo se tornaba más claro cuando la luz incidía sobre él, entremezclándose con un color castaño. Sus ojos eran de un color gris tenue hipnotizador. – Una rica que viene por sí misma a buscar lo que necesita… y no manda a otros. – Realizó un giro de muñeca y sacó el corcho de la botella de vino sin problemas. –Quizás no todos seáis iguales al fin y al cabo. – Rellenó mi copa y agarré otra, la cual rellenó también. - ¿Vas a tomarte dos?

-          Una es para ti. – Acerqué la copa a su pecho, obligándola a que la cogiese. – ¿No quieres despejarte un poco de toda esta mierda? – Me miro con incredulidad y aceptó con sumo gusto la copa que le ofrecía.

-          Así que… eres toda una rebelde, eh. – Deshizo su moño, dejando caer sus largas ondulaciones por su pecho y la mitad de su espalda.

-          De vez en cuando necesito un respiro… - Suspiré, viéndola masajear su nuca. Los camareros debían estar en la fiesta como 6 horas antes de que empezase. Todo tenía que estar tan perfecto que aseguraría que los trabajadores estaban más que explotados. Me bajé de aquellos tacones altos que una de las diseñadoras me había mandado a calzar, junto al vestido celeste que llevaba puesto. Todo por guardar las apariencias.

-          Menudo invento del demonio. – Los lancé hacia un lado sin importarme el valor de los mismos. Tenía varias heridas que seguramente tardarían días en curarse. Con lo bien que yo estaría con mis fieles zapatillas blancas que sirven para todo.

-          ¿Cómo te llamas? – Alcé el ceño y bebí de la copa hasta que la vacié por completo. La del pelo cobrizo hizo lo mismo.

-          Megan, ¿Y tú? – La puerta del cobertizo se abrió, dejando paso a un hombre maduro vestido con un traje negro, adoptando un gesto serio.

-          Señorita Jones. – Giré sobre mis pies y volví a adaptar esa sonrisa falsa a la que tanto estaba acostumbrada. – Su padre me manda a buscarla. Es hora de marchar. – Era uno de mis chófers, Steven. Analizó detenidamente a Megan, y ésta le devolvió una mirada incrédula.

-          Señorita. – Hizo una reverencia. – Recójase el cabello y vuelva a la fiesta. – Steven era como yo, era la única persona en la que podía confiar de toda esa jauría de lobos. – No me quiero imaginar lo que le dirán si la ven así. Probablemente perdería el trabajo.

-          S-sí. – Agradeció la del pelo cobrizo. – Gracias. – Recogí los zapatos, tirados en una esquina y me los volví a poner con un suspiro cansado.

-          Señorita Jones. – Colocó su mano invitándome a salir primero. Sonreí a Megan antes de irnos y me dirigí junto a Steven hacia el oscuro coche que me llevaría a casa.

-          ¿Dónde te has metido? – La voz de mi padre rompió el tenso silencio que había en el coche. – Había gente que quería conocerte, y tú vas y desapareces.

-          Por ahí. – Contesté sin más, perdiendo mi mirada en algún punto fijo a través de la ventana. – No me gusta esta mierda, ya lo sabes.

-          Pues esta “mierda” es la que nos da de comer y la que hace que tengamos este nivel de vida. – Agarró con fuerza mi brazo y me hizo voltear. – Más vale que estés a la altura la próxima vez.

-          ¿Y cuándo será esa vez? – Me zafé del agarre de mi padre y me miró con enfado.

-          Mañana. – Su gesto seguía endurecido. – Es el cumpleaños de un gran empresario al que debemos gustar para conseguir el contrato que tanto tiempo llevo buscando.

-          Bla, bla, bla. – Volví a perderme en el paisaje y pude ver a través del retrovisor la mirada preocupada de Steven.

-          Escúchame bien. – Volvió a agarrar mi brazo con todavía más fuerza. – Mañana estarás con una enorme sonrisa conversando con cada uno de los invitados de esa fiesta. Serás agradable, educado y muy formal. ¿Me has entendido? – Lo desafié con la mirada y sus pupilas se dilataron debido a la rabia y tensión del momento.

-          Entendido, Robert.

-          Más te vale no llamarme así delante de los invitados. Soy tu padre. – Me liberé del agarre, con mala gana.

-          Dejaste de ser mi padre cuando mamá murió y tú te transformaste en el monstruo que eres ahora. – Hizo girar mi rostro de una bofetada y me negué a volverlo a mirar. Me apoyé sobre el cristal, aguantando las lágrimas de impotencia que amenazaban con salir. ¿Cuánto más tenía que soportar esto? ¿Cuándo iba a salir de todo este tóxico y repugnante entorno? ¿Por qué tuviste que irte… mamá?

Notas finales:

Como siempre, ya sabéis que cualquier crítica es recibida!


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