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I still feel for you. por nezalxuchitl

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Notas del capitulo:

"Hunger for shiny rocks,
For giant mushroom clouds,
The will to do just as you'd be done by.
Enter history, the grand finale
Enter ratkind!"

  "Hambre por piedras brillantes,

por nubes de hongo gigantescas,

por la determinacion de imponer tu voluntad

Da paso a la historia, al gran final,

da paso a una humanidad envilecida"

-Nightwish, The greatest show on Earth, fragmento.  

Dejar ir a sus hijitos fue la decisión más difícil de su vida. Volvería a estar solo, viejo, pero mantenerlos a su lado seria lo verdaderamente egoísta. Tenian derecho a elegir, a vivir, ¿y cómo hacerlo si solo conocían una opción?

Una vida de soledad al servicio de los demás fue su elección, e incluso el, en sus tiempos extra, quiso fervientemente estar acompañado y tener otro estilo de vida.

Lemuria ya no era más la ciudad maravilla de los cielos. Jamir, el pueblo de los que habían decidido quedarse, estaba en decadencia. Lenta, imperceptible, pero a la postre todos terminarían por irse y aquello estaría abandonado.

Sus hijos, solos, en unas ruinas en las que solo el viento soplaba.

Jamás. Sus hijos estaban hechos para vivir con intensidad. Para colmar esa experiencia que era un regalo de los dioses. Sage tenía a Hakurei y Hakurei a Sage, pero a nadie más. No había niños de su edad, y protegidos en su refugio ideal, ignoraban lo que refugio o protección significaban.

Tenían que aprender, encontrar nuevas experiencias, amigos. Comprender el significado del valor, del honor, vivirlos.

Sage lo entendió primero. Hakurei no quería irse; era el más amoroso, el más apegado a él. Pero quería más a su gemelo, y esto lo llenaba de alegría y de tristeza.

Otras experiencias que ellos no conocían cabalmente.

Y estarían al cuidado de Itia. Los vería cuando fuera demasiado débil para soportar su ausencia, ¿Qué más podía pedir?

 

*

 

Dhara los teletransportó a las afueras del Santuario. Imponía, con el mármol de sus peñas y de sus templos brillando al ardiente sol griego. Deslumbraba, mas no enceguecía, a la temprana luz a la que el patriarca había decidido que vieran su nuevo hogar por primera vez.

El patriarca. Apenas recordaban al viejo, no porque no tuvieran recuerdos de esa época, o previos, sino por la poca importancia que le habían tomado. La fiesta que se celebró en su honor era lo que ellos recordaban; la comida, la gente, las telas de colores con que ellos habían jugado.

Papá les había advertido que seria sobrio, su nuevo hogar, pero el verde de los jardines, el azul del cielo y los destellos de color de las flores eran en verdad alegres. La pulcritud y orden en que todo parecía coexistir les imponía respeto, un respeto que no habían sentido ni en presencia de la Amatista de plata, la joya secreta y sagrada de Lemuria.

Habían creído que los recibiría el patriarca, pero en su lugar un joven con cinta en la frente los había recibido sus manos de las de Dhara.

-Sílfide de Sagitario, a ti te entrego a estos niños, la esperanza de mi pueblo.

La joven turra, rubia y de ojos azules, asintió. La vieron tragar saliva. Hakurei no entendía porque tanta formalidad.

Dhara se despidió y el caballero (pues ahora sabían que lo era) los condujo por el camino de las escalinatas. La forma del domo de la primera casa los sedujo.

-¿Por qué hay flores ahí?

En la plataforma donde debería descansar la armadura, si no tenía caballero, había un fresco ramo de flores lilas.

-Siempre ha habido flores en la casa de Aries. – respondió Sílfide, que no sabía mucho más que los niños sobre el misterio de Aries. – Tibalto, el caballero de Tauro, esta fuera por una misión, por lo que podemos pasar por su casa, pero si estuviera presente, tendríamos que pedirle permiso.

La armadura de Géminis estaba en medio de su templo; vieron dos pequeñas figuras correr entre las sombras. La armadura de Cáncer llamo poderosamente la atención de Sage, sin que supiera porque.

Leónidas de Leo, fuerte e imponente, era el primer seme joven que conocían, y les parecido amenazador, con su gesto duro y su cabello corto, de un castaño muy suave.

La fresca penumbra de los templos sin vigilante; por el vacío, por la escasez de personas, les recordaba su hogar.

-Esta es mi casa, la de Sagitario. Sed bienvenidos cuando lo deseéis.

Los niños asintieron con los ojos atentos.

-Severo de Capricornio, esposo mío – por su relación, tenía que usar las dos fórmulas – pido permiso para pasar por tu templo.

Severo, menos musculoso pero igualmente amenazador, con su cabello y sus ojos negros, los dejo pasar.

-El señor Krest, el caballero de Acuario, no reside en el Santuario, por lo que siempre debéis pasar con el debido respeto por su casa.  Lotario de Piscis – a la entrada había salido a recibirlos un hermoso turro rubia – ábrenos camino, por favor, pues debo conducir a estos niños con el patriarca.

-Por supuesto. – dijo, acariciándolos con la mirada, pues, con las manos, nunca se lo permitiría.

El aroma que había herido las fosas de Hakurei desde que vislumbraran al caballero gentil lo hizo estornudar y llorar mientras atravesaban un pasillo escalinata bordeado de rosas rojas.

Sage se cubría delicadamente la nariz.

-Pasemos rápido. – apretó sus manos y apresuro el paso Sílfide – Las rosas de Piscis son venenosas. Una sola bastaría para mataros.

-Sílfide de Sagitario – hinco la rodilla en tierra un soldado, seme, de pelo rubio muy dorado atado en una coleta. – aquí concluye tu misión. El patriarca ha ordenado que los niños se introduzcan solos en la sala del trono.

-Sea, Keros, capitán de la guardia.

El rubio muy dorado hizo un gesto y dos soldados jalaron por cada lado las hojas del enorme portal. Dentro, un vasto espacio los impresionaba. Hogueras ardían, ceremoniales, detrás del trono y de las dos figuras que paradas escoltaban a la tercera.

Al patriarca. Al viejo que tan poco había comido mientras platicaba con papá.

 

***

 

La confianza de Itia estaba desgastada. Su esperanza, casi perdida. Un humano no debería vivir tanto tiempo. No, un humano no. Si treinta años se le hacían demasiados, cuando terminó la guerra santa… su primer guerra santa. Había perdido tanto en esos treinta años, había sufrido tantas decepciones, entristecido por tantas cosas sin remedio.

Ahora multiplícalos casi por diez. Multiplícalos por armas más potentes, por naciones más grandes. ¿De que servía salvar a la humanidad, a costa de tantos sacrificios, para que luego se destruyera a si misma? ¿Para que ocupara esa paz, pagada con la sangre de la diosa, para derramar sangre por el mero gusto de hacerlo?

Había intentado todos los modos; la persuasión, la coacción. Un patriarca bueno que estaba ahí para servir. Un patriarca duro que exigía por su ayuda.

Lo había intentado tanto, tanto. El mundo ideal que Aries quería. Su primer Aries, su único Aries. Tantas noches en vela, solo, pensando cómo hacer del mundo un lugar mejor. Como hacer ver a la gente que odiar al que es diferente de ti no le hace mal a él, sino a ti. Que el temor no es la solución. Que la riqueza material no es la felicidad.

¿Cómo hacer ver a la gente que ser pobres y estúpidos no es su destino natural? Con un poco de ayuda, con un poco de exfuerzo, basta. Por su experiencia personal, creía que iluminar la propia vida era un proceso fácil, creativo, dadas las condiciones iniciales favorables. Con esa creencia se empeñó en lograrlas. Pero incluso en aquellos lugares donde había mantenido la paz, lo que la gente llama paz, en vez de personas de bien lograba parásitos maliciosos, buscando la manera de sacar provecho de la desgracia ajena sin poner en riesgo su paz.

Había dado todo y no había recibido nada. Eso no podía ser justicia, y él, como guardián de la misma, tenía el derecho de enmendarla.

Un plan, cuyos rasgos generales tenía. Un plan, nacido en horas de desesperación. Un plan, postergado cuando conoció a los pequeños hijos de Asha, ese otro amor que no pudo tener, esa buena persona, sacrificada.

Su sacrificio no podía ser en vano. Sus hijos, hermosos como personas, prometedores, eran la última esperanza.

Pero, ¿eran buenos porque no habían tenido necesidad de ser malos? ¿Eran justos por naturaleza o solo benevolentes porque la comodidad les había dado ese privilegio? Enfrentados a la adversidad, ¿surgirian el egoísmo, los malos sentimientos?

Tenía que estar bien seguro de que el futuro que soñó, liderado por gente como ellos, era más que un sueño, que no se desvanecería al enfrentarse con el ansia del ser, del vivir, del poseer.

Tenía que estar más allá de toda duda. Tenía que probarlos bien.

 

***

 

-¡Agh! ¡Estos tipos están locos! – dijo Hakurei a Sage tan pronto como se quedaron a solas.

-No digas eso, hermano.

-¡Intentaron matarnos! ¿Y para qué? “Para probarnos un poco”, ¿Qué rayos querían probar?

-La nobleza de nuestros sentimientos, hermano.

-Pues yo quisiera probar la dureza de sus mejillas. – lanzó su puño adelante.

Sage le agarró la otra mano, entre las dos suyas, acercándolo, pegando su mejilla a su hombro.

Estaban en las afueras del santuario, explorando por su cuenta las edificaciones vecinas, hasta el atardecer.

El patriarca en persona les había mostrado el Coliseo, donde uno de ellos obtendría la armadura de Cáncer, y, por si eso no fuera poco para mostrar la importancia que tenían, declaró que seria su tutor y les enseñó su habitación, una privada, de las asignadas realmente a los caballeros de plata, de los que tampoco estaban las filas llenas.

Aquellos privilegios no eran lo que su padre habría elegido para ellos, pero en el Santuario mandaba Itia, y si él creía que era mejor mostrar a todos que ellos eran aspirantes importantes, sus motivos debía de tener. Orientados, quizá, a mostrar que no iba a aceptar más discrepancias con su opinión de que un lemuriano podía ser caballero.

A ellos, por supuesto, poco les importaba el alojamiento otorgado, las miradas desconfiadas de algunos. Estaban juntos y era cuanto necesitaban. Juntos se adentraron en una arena rectangular, extraña, con una fila de asientos bien conservada en uno de los lados largos y otra la mitad en ruinas delante.

-¡Mira! – corrió Hakurei hacia un tubo metálico, que se erguía solitario y al que rodeo, girándose - ¿Para qué será?

-No tengo idea. – dijo Sage, colgándose también – Este anfiteatro es muy extraño.

Comenzaron a jugar, buscándose al otro lado del tubo. Sorprendiéndose, riéndose. Besándose.

Inocentes juegos de niños acostumbrados uno al otro, a expresarse cariño sin limitaciones que otras culturas si tenían. Besos breves, juguetones, entre dos rostros angelicales en cuyos ojos idénticos, no obstante, podía leerse la profundidad del amor que los unía.

Besos que encendieron el cosmos de una persona que estaba sentada entre las ruinas, entre las sombras, y cuya presencia les había pasado completamente desapercibida.

Se cogieron las manos, aun rodeando el tubo entre ellos, y miraron suspicaces en su dirección. ¿Por qué les había pasado desapercibida su presencia? Como lemurianos, su capacidad para detectarlas era mayor que la de los humanos.

Era un varón, joven, como casi todos los que habían visto en el Santuario. Con el pelo negro un poco largo, desordenado, que no le llegaba a los hombros. Con los ojos grises y una mirada atractiva en ellos. Tan atractiva que se acercaron a él.

-¿Quién eres? – preguntó Hakurei.

-Soy el caballero de Libra.

El viento del ocaso sacudía las copas de los árboles, así como sus cabellos.

-¿Por qué no traes puesta tu armadura? – preguntó el gemelo menor.

-Me sentía cansado para usarla. – se llevó la mano al posterior del cuello, su fuerte mano de seme en un cuello también masculino.

Hakurei sintió que le caía bien. La primera impresión de todos en ese santuario era que eran demasiado aburridos.

Pero la mirada reprobatoria de Sage lo hizo explicarse.

-No tenemos que usarla todo el tiempo. – se disculpó con él, rascándose la cabeza.

Su sonrisa, y sus ojos cerrados, eran realmente juveniles.

-Siendo así… ¿Qué es este anfiteatro?

-Es un viejo estadio de juegos. – miró con añoranza en torno – Aquí solían celebrarse competencias deportivas, en tiempos más felices.

-¡Ohhh! – Hakurei era realmente encantador, también - ¿Y ese tubo?

-La marca. Para juegos con jabalina, o pelota. William de Baskerville nos enseñó uno realmente divertido.

-¿Cómo era?

-Bueno, necesitabas once jugadores en cada bando…

-Eso dejaba a un caballero dorado fuera.

-Sí, bueno, creo que por eso no fue muy popular. – volvió a rascarse la cabeza, esta vez cerca de la oreja.

-¿Tienes piojos?

-¡Hakurei!

-¿Qué? ¡Si los tiene no lo queremos cerca!

-No tengo piojos. – sonrió el pelinegro – Es solo que… hacía mucho tiempo que no estaba aquí. Extrañaba el aroma de los pinos.

Un pequeño bosque se extendía hacia atrás.

-¿Estos son terrenos del santuario?

-Sí, lo son. También el bosque y, básicamente, hasta donde empieces a ver gente.

-La gente común no puede entrar al santuario. – dijo Sage.

-Así es. Los habitantes de Rodorio que han recibido permiso son una excepción. Suéltate el pelo. – dijo de pronto a Hakurei.

Este alzó un brazo y una cortina blanca, más larga que la de su gemelo, se liberó.

Los contemplo embelesado, tocando ligeramente sus rostros para ladearlos, nariz apuntando a nariz, como cuando iban a besarse.

-Realmente sois casi iguales.

-Nos parecemos a nuestro papá.

-Pero Sage es más hermoso.

-No, Hakurei lo es.

-Tus ojos son más bellos.

-No, los tuyos lo son.

-Los tuyos son más turrininos.

-Comunes. Los tuyos, en cambio…

El caballero de Libra se hecho a reír.

-¿Qué te pasa? – le alzó el puño Hakurei. Estaba harto de la gente que no podía diferenciarlos.

-Nada. Encuentro gracioso que peleen por determinar quién es el más hermoso, argumentando que el otro lo es. Suele ser al revés con la mayoría de los hermanos turras.

-Pues qué tontería. Sage es mucho más bonito que yo.

-¡Y dale!

-Yo creo que son igual de hermosos. – acarició sus cabezas, pero no como lo hacía su mama. Parecido – Igual de hermosos, aunque, para no despertar tu ira – miró a Hakurei – aclaro que distingo la diferencia entre ustedes dos más allá del peinado.

Los dos lo miraron, contentos.

-¿En serio?

El caballero de Libra asintió. Los últimos rayos del sol, perpendiculares, acariciaban su piel desnuda, desde el cuello hasta el borde caderero del pantalón. Un sencillo pantalón de entrenamiento, blanco, que no le llegaba a los tobillos. Iba descalzo, y sus pies, tan diferentes también a todos lo que habían visto, se posaban sobre la hierba entre la piedra rajada.

-Deberían volver al santuario. No sería conveniente que hiciesen enfadar a Sílfide en su primer día.

Los gemelitos asintieron.

-Hasta la vista, Libra san. – Hakurei ya se alejaba con la mano en alto, sin voltearlo a ver.

-¡Aniue! Por lo menos dile dono. – Sage si se volteó a despedirse, mirándolo con la oscuridad que lo rodeaba, los puntitos luminosos que surgían, ya, por encima de las copas de los árboles.

El caballero de Libra miró sus piernas moverse. Sus caderas, sus delicadas espaldas, con los cabellos que se balanceaban, muy alto.

Siguió mirando en su dirección hasta mucho después de que hubieran desaparecido.

 

Continuará...

Notas finales:

William de Baskerville :3

The greatest show on Earth, en vivo 2015:

https://www.youtube.com/watch?v=4YFf5CZSCYM

Slán!


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