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Seis lobos hambrientos de amor por Nakine Zenshinju

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Notas del fanfic:

Yaruko senpai: Se los recomiendo mucho.

Notas del capitulo:

El primer capitulo. Zenshinju se enamora perdidamente y luego pierde a ese amor. Consternado, afligido y perturbado se sumerge en el mundo de la infelicidad pero el destino le tenía otro paraje reservado.

 

  Fue una época llena de riquezas para la corona y algo complicada para los más pobres. En el reino de Atzhar la llamaron la Época del Oro. Yo era un campesino, en realidad un niño. Aunque tenía una vida algo precaria, la felicidad siempre inundó mi alma. Acompañaba a mi padre todos los días y lo ayudaba a sembrar los campos. Teníamos el arroz suficiente para sobrevivir todos los inviernos, y mi familia permanecía unida a pesar de los abusos de poder del Rey Ahiru II, un abusivo sin escrúpulos. Mis pasatiempos favoritos fueron escribir mi bendita poesía, escribir todo lo que sentía... hasta mis pensamientos más raros los plasmaba en el papel. Aunque no siempre podía lograrlo, la tinta era cara y mi familia estaba en lo que llaman pobreza. Algunas mañanas me vestía con unos pantalones de tela café, mis botas, una camisa de trapo y una chaqueta de piel de lobo. Por las tardes solía caminar por la aldea, y allí siempre estaban mis amigos jugando a los dados.

   Un día conocí a una muchacha llamada Fukuro, me enamoré en el preciso instante en que mis ojos la vieron. Una doncella delicada, con una sonrisa que esparcía la paz entre los dientes. Su cabello color de plata y sus ojos dorados como el sol de la mañana inspiraron mis primeras poesías de amor. No pasó mucho tiempo para que lograra conquistarla, y la hice mi mujer. Yo Tenía solo quince años, y me había enamorado completamente de ella. Solíamos bañarnos en la cascada, mientras el sol bronceaba nuestros cuerpos desnudos, yo la besaba... no me cansaba de compartir todo lo que tenía con mi amada Fu. Mi primera vez, fue con ella y quedó embarazada. No sabía como afrontar la situación, pero estaba tan contento que comencé a llorar. Besé sus manos, y la abracé. Cuando le di ese abrazo tuve una sensación horrible, como si fuera la última vez que mis brazos la sostendrían en la felicidad plena. No quise soltarla, le dije que se quedara conmigo. Experimente el miedo por primera vez en mi vida. No quería dejar de ver a la persona que amaba y que además llevaba en su vientre el fruto de nuestro amor. Comenzaba a oscurecer y regresamos a la aldea, íbamos de la mano. La dejé en donde vivía y yo regresé a mi hogar que quedaba casi al lado, la aldea eran tan disminuida que en el fondo todos éramos vecinos. Me acurruqué en mi lecho hecho de paja y algodón, mientras cerraba los ojos. Pasaron algunas horas, o por lo menos eso creo. Cuando escuché unos gritos escandalosos, unos gritos de dolor indescriptibles. Al parecer le pegaban a una mujer, consternado me desperté y divisé a mi familia que junto a otros, estaban viendo el espectáculo. Salí y quede paralizado. Aquel cuerpo que tanto había amado, estaba siendo azotado por su padre.

-¡Maldita! ¡Eres una cualquiera! ¡Estúpida prostituta! -le gritaba, mientras le pegaba sendas patadas en el abdomen-. ¡Debería darte vergüenza! ¡Ahora verás!

   Desesperado, corrí a detener a ese hombre. Lo empujé hacia atrás, y me miró con sus ojos llenos de rabia. Mi alma chocó con la suya en una intensa mirada, él sabía que yo había dejado embarazada a su hija y estaba dispuesto a matarnos. Era un hombre grande y robusto que tenía todas las de ganar. El miedo que sentí al ver la posibilidad de perderla me mantuvo firme en mi posición de defensa. Se abalanzó contra mí y me golpeó con sus grotescos nudillos en la cara. Vi blanco por dos segundos, caí al suelo y me agarró por el cuello. Los espectadores miraban, y nadie se atrevía ha hacer nada. Son todos unos cobardes. Mi anciano padre me veía, sin hacer nada. Mi madre lloraba, mi hermana pequeña no entendía muy bien lo que sucedía. Quedó en evidencia la cobardía humana, cómo era posible que ante tal escenario nadie hubiera hecho nada. Nadie quería involucrarse «No es correcto irrumpir en asuntos de otra gente» dijeron algunos tratando de sacarse el cargo de conciencia el día después de la desgracia. Lo escuché mientras sujetaba lo botella de licor tirado en la tierra, sumergido en la infelicidad.

  El gran hombre estaba allí respirando como un toro sobre mí. Yo no sabía como golpear a aquel mastodonte, estaba dispuesto a matarme. Fu estaba en el suelo inmóvil, rodeada de un charco de sangre. Recordé que tenía mi navaja de caza en la bota. Todavía no podía sacarla, el hombre me tiraba el cabello, tenía mi cabeza en sus manos. Me golpeaba constantemente y la sangre caía de mi frente, finalmente me tiró al suelo con rabia. Me dio un puntapié en las costillas y me deslicé por la tierra. Ahora estábamos a cierta distancia y comprendí que era el momento de buscar el cuchillo, metí la mano en la bota con la innata excusa de sobarme el dolor y palpé el mango. Cuando comenzó a acercarse a mí, una extraña fuerza rodeó mi cuerpo. Me levanté y salté sobre él directo al cuello, como un depredador cazando a su presa. El pesado cuerpo se desplomó luego de un rugido estremecedor. Se desangró hasta no poder y media hora más tarde había muerto. Enseguida fui a socorrer a Fukuro, su cuerpo estaba helado y boca abajo. La levanté y sus ojitos estaban cerrados, su boca estaba llena de sangre. Se me hizo un nudo en la garganta, incesantes lágrimas comenzaron a emanar de mis ojos. La abracé con todas mis fuerzas, mientras olía por última vez el cabello plateado que tanto amé. Había dejado de respirar, su vida se había desvanecido por los arrebatos de un hombre. Su luz se había extinguido de la tierra, y yo me sentía desgraciado. No podía reaccionar, estaba consternado, deprimido, estaba destruido por dentro. Mi hijito, a quien amaba sin conocer se había esfumado. Como si fuese un sueño, dentro de cada lágrima que caía al suelo. Me preguntaba desesperado, por que me había sucedido esto. Deseaba morir y estar con ellos.

   Desde ese día no fui el mismo. Mi hermosa Fu, había sido golpeada hasta morir. Estos pensamientos no me dejaban ni dormir, no podían comer y tampoco trabajar. Estaba perdido en un cuarto oscuro, lleno de fantasmas. Sentía tanto frió que mi mirada azul se había vuelto oscura. Mis ojos estaban hinchados de tanto llorar.

  Cuando fui a enterrar su cuerpo, no quería hacerlo... no podría explicar con exactitud todo lo que sentí en ese momento. Era un poco de rabia, con mucha desesperación cubierta de intensa tristeza.

 

Lápida:

 

"Aquí descansa, la mujer más hermosa: Fukuro de Nakine y nuestro amado hijo que jamás conocimos, al que íbamos a llamar Nakine Eien, los ama por siempre, en toda la eternidad Nakine Zenshinju. Me hicieron comprender... que la muerte no acaba con el amor".

 

   Que tristeza la mía, que dolor más punzante. La desesperación que guardaba mi corazón era indescriptible. Pasó el tiempo extinguiendo las horas, semanas y meses. Estaba decaído, no comprendía nada de lo que sucedía a mí alrededor. Todo se había vuelto irrazonable, deprimente. A veces mi padre me golpeaba y me decía que me había vuelto loco «El demonio se quedó atrapado en tu alma luego de que matarás a ese hombre» fue la última frase que permaneció en mi inconsciente dando vueltas, perdiéndose en el horizonte y regresando en un barco de lágrimas. Ni siquiera mis amigos fueron a verme, nadie me tocó durante los tres años que pasaron. Nadie me hablaba y si alguien lo había hecho jamás lo supe. Estaba desecho.

   Una tarde, voló hasta mi lecho una gran lechuza. Era de color café y tenía algunas rayas negras en las alas. Se puso al frente mío y me miró con sus inmensos ojos profundos. Debería haber sentido miedo, pero ya ni siquiera tenía sentidos. Entonces escuché una voz:

-Zenshin, ¿Por qué no miras a tu alrededor? Ya no queda nadie, todos se han ido. Tu padre, tu madre y tu hermana se fueron muy lejos de aquí -dijo ululando-.  No queda nadie en esta aldea, solo tú. ¿Qué esperas para renacer?

   Sus palabras en un comienzo no tenían gran significado. Volvió a repetir las mismas palabras una y otra vez. Las piezas del rompecabezas se juntaron comprendiendo así la realidad. Aquellas palabras habían rajado la venda negra del luto eterno que me hizo perder la razón. Ya tenía diecinueve años y estaba solo en el mundo. Unas amargas lágrimas cayeron a mis mejillas, mi pelo castaño estaba algo enmarañado. Miré a la lechuza que tenía la cabeza inclinada hacia un lado y la acaricié.

 -Eres Zenshin -comenzó-, el que nació para ser amado y ver a los que amas morir. Pero recuerda, es solo la leyenda de tu nombre no siempre será así. Levántate, que aún queda un inmenso camino por recorrer.

   Y sin decir adiós, ni dar aviso alzó sus enormes alas y emprendió el vuelvo al cielo. Sentí de nuevo, esa extraña fuerza que había sentido hace cuatro años y me puse de pie. Cuanto tiempo, cuantos instantes y segundos había perdido. Salí hacia afuera, mientras veía un paisaje vacío de chozas abandonadas. --¿Cómo es que no hay nadie? --me pregunté angustiado mientras me pasaba las manos por la cara. No sabía que pensar, en ese momento todo era nada. No recordaba la última vez que probé bocado, me estaba muriendo. Caminé como pude y me caí muchas veces entre la tierra, con la cara llena de dolor y el cuerpo sin fuerzas. Había llegado por fin a la hierba. Me interné entre los árboles en busca de alimento, aun guardaba la navaja en mis botas. De todas formas, en el estado en que estaba habría sido más eficiente quitarme la vida de una vez que darle una imposible caza a un animal. Estaba agotado y caí de rodillas palpando un árbol deslgado con la mano.

   Me había sentido tan triste durante cuatro años, que mi mente estaba bloqueada. No recordaba muy bien lo que había pasado tenía una sensación de pérdida espantosa y no recordaba lo que había perdido. Por alguna extraña razón, aquella lechuza tenía algo que ver en mi pasado, pero no lo sabia con exactitud (Fukuro significa búho). Divisé lo lejos un arbusto de fresas y con la fuerza que me quedaba me arrastré hasta él. Comencé a arrancar las frutas desesperado. Ni toda la lluvia que comenzaba a caer en ese instante, había llorado más que yo en toda la eternidad. Tanto dolor, amargura, frustración y un extraño sentimiento de abandono envolvían mi corazón que ni siquiera sabía que existía. El imperio tenía a su pueblo, que en su mayoría eran campesinos, cubierto por la ignorancia.

   Aun hambriento sin que aquellas fresas lograran calmar mi angustia, caí al suelo y me arrastré a la oscuridad del bosque que me llamaba. Mi ropa estaba rajada, tenía puesta una túnica verde que se encontraba vieja y llena de agujeros. Mi alma bailaba solitaria en mi interior mientras una niebla espesa la opacaba. Mis ojos no brillaban ni siquiera con la luz que se filtraba por entre la grandeza de los árboles que me miraban. No tenía fuerza en los brazos y aun así podía seguir avanzando. No sabía ni entendía nada, la muerte estaba a cada paso y en cada respiración. Agotado, llegué hasta un gran árbol de largas y gruesas ramas donde apoyé mi espalda cansada. Cerré los ojos quedando inundado por el silencio eterno.        

   Ángeles de largas alas negras volaban en mi subconsciente, algunos se detenían y me miraban por algunos instantes. Sonreían hirientes, como si nunca hubieran sentido dolor. Provocaban envidia, y volaban hacia la inmensa luna. Entonces me vi entre un campo de espigas. Estaba oscuro y comencé a correr por un sendero de tierra. A lo lejos se veía crecer la alta hierba, una figura femenina que paralizó mi corazón se erguía entre la espesura. Intente correr hacia ella, quería saber por que me producía todas estas sensaciones confusas. De pronto tropecé y caí lastimándome las rodillas, levanté la cara y puse una mano adelante para levantarme. Ella ya no estaba, se había esfumado y yo me sentía más solo que nunca. Lágrimas que ardían al contacto de la piel comenzaron a brotar de mis ojos mientras mi cuerpo advertía que ya no tenía mas fuerzas para ponerse de pie. Quedé tirado en aquel escenario, diminuto e inmóvil cuando vi unos pies desnudos y finos frente a mis ojos. Alguien me tomó por los hombros y me volteó. Logré ver unos ojos color turquesa que me transmitieron una paz profunda. Era un hombre desnudo de alas blancas largas que pasó sus brazos por mi espalda y me acercó a la tibieza de su pecho. Mi alma ya no bailaba desesperada, ahora dormía profundamente y serena. Mis ojos amenazaban con cerrarse en cualquier momento, fue cuando una suave mano afirmó mi mentón y lo levantó levemente. Una mariposa negra volaba alrededor y luego llegaron otras de múltiples colores. Había una casa a lo lejos, no sé como la vi siendo que mis ojos estaban clavados en los suyos. Aquel hombre era mas alto que yo y en sus brazos parecía un niño. Me miró con sus desconocidas pupilas y sus labios pronunciaron mi nombre mientras se acercaba a mi cuello. De pronto sentí un tibio beso bajo mi oreja, mi cuerpo quedó completamente paralizado, a pesar de que sentía demasiada tranquilidad sabía que algo estaba mal. Aquel beso hizo que mi cuerpo se estremeciera dentro de una agitada sensación. Mi cuerpo recobró la fuerza y me abalancé hacia el suelo, cayendo de los brazos de aquel ángel de cabello dorado.

Notas finales:

Si lees, deja review :B

 

 

Gracias!


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