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Seis lobos hambrientos de amor por Nakine Zenshinju

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Notas del capitulo:

El escenario inicial será un bosque donde se percata del tiempo que ha pasado y escucha el cantar de las hadas. Conoce a un viejo que lo salvará de una muerte segura en el abandono y lo guiará donde se desarrollara su vida.

 

   Cuando se alejó la oscuridad y abrí los ojos una loba lamía mi cara. Luego me di cuente que junto a mis pies, yacía el cuerpo de un conejo --¿Es que acaso aquel animal había casado para mí? ¿Es que acaso aun el destino quería seguir burlándose de mi sufrimiento? --pensé atribulado. Muchas preguntas llenaron mi cabeza esa noche, no tenía ni la más remota idea de lo que pasaría conmigo. El animal se había ido sin dejar huellas. Busqué algunas ramas y piedras. Cuando conseguí hacer una fogata, coloqué el conejo para que saciara mi hambre. Algunas lechuzas y sonidos de grillos formaban la melodía de aquella oscuridad. Probé un bocado con ansias y lleno de profundo alivio. Me acurruqué bajo la enormidad del árbol y una mirada turquesa se deslizó suavemente por un profundo sentimiento, recordándome aquel sueño tan original. Una triste melodía, que no podía provenir de otra parte que del susurro de las hadas, envolvió mi sueño.

 

 

Sentado bajo una pequeña nube

se arrodilla un delicado ángel,

con el corazón más grande y noble

que si el cielo llegara a perder lloraría siempre.

 

Nadie sabía como se llamaba

ni de sus hazañas en la tierra se hablaba,

solo cantaba al oído de su gemelo

quien lo amaba con locura y celo.

 

Nadie podía tocar algo tan puro

ni el mismo Dios en su trono pudo,

un gran misterio el tono de su voz fue

y dicen que la mas cruel muerte en la tierra tuvo.

 

En las noches cuando los demás ángeles duermen

él toma su arpa vieja amiga siempre,

sacando la más hermosa melodía que el cielo nunca tuvo

arrodillado bajo la nube más pequeña su arpa sostuvo.

 

Su cuerpo era largo de proporciones perfectas

ángel más hermoso y delicado no existía,

despertando en otros ángeles la cruel envidia

que lo llevo a perder sus alas tan largas y finas.

 

Una noche mientras junto a su gemelo dormía

llegaron dos ángeles idénticos que negras alas tenían,

lo tomaron por ser lo más perfecto que existía

cortándole sus alas por la cruel envidia.

 

Cayó de su nube con sus llorosos azules ojos

cayó al infierno siendo tan noble y puro,

cayó tan rápido que no alcanzo a saber que era el odio

cayó desolado, tan ciego y enamorado.

 

Su gemelito de la pena termino muriendo

con las lágrimas de Dios y los ángeles la tierra se inundó,

para los malvados ángeles no hubo castigo mas duro

y de nuestro ángel nunca mas se supo.

 

 

   Un suspiro helado, me despertó de golpe. Ya habían pasado algunos días desde que estaba recuperando fuerzas en aquel bosque. Hacia frío y comprendí que ya era hora de emprender el viaje. Me levanté, con el aire de la mañana rozando mi frente de donde se agitaban mis casi rubios cabellos castaños. Una rojiza ave se posó en mi hombro mientras cantaba una rápida melodía para luego volar otra vez. Me sacudí las ropas llenas de tierra, con un alma que no daba señales de vida y un cuerpo que luchaba por no apagar su luz. El próximo pueblo quedaba a dos días de donde me encontraba. Sentía cierto mal estar por la falta de sueño y un agudo dolor de espalda. Tras cada paso que daba, la herida que cargaba mi corazón parecía latir más despacio. Como deseaba en esos momentos recordar todo lo que había pasado hace cuatro años en la aldea. Intenté buscar dentro de mí las respuestas y por cada intento de recuerdo solo veía neblina y más neblina. Recordar solo me producía unas intensas ganas de llorar y ya no me quería seguir lamentando. No me di cuenta cuando ya había llegado hasta un sendero de tierra. Caminé por él. Mi mirada estaba nublada por la escasez de alegría y mis pasos perdidos en un rumbo que ni siquiera recordaba, se ensuciaban por la tierra del camino. Susurros leves de una canción que narraba la desgracia de un ángel cada vez se escuchaba más despacio.

   Un ruido que se acercaba estremeció mi corazón, una carreta tirada por un gentil caballo se acercaba. Hace tanto que no veía a alguien humano que no pude evitar derramar una lágrima. Permaneciendo a un lado del camino, quedé atontado sin poder hacer otra cosa que esperar la cercanidad. Mi corazón latía fuerte y lo escuchaba palpitar. Cada sonido formaba un eco amargo que rodeaba mi soledad. Levante la cabeza, y un anciano tiró las riendas de su blanco corcel y acomodándose el sombrero se detuvo.

-Muchacho ¿Qué haces en estas tierras verdes y abandonadas? -preguntó, sin recibir respuesta-. ¿No quieres hablar? ¿Quién eres?

   Y quien era yo en ese momento. Un agudo dolor estremeció mi cuerpo, no podía recordar mi nombre. No entendía mi razón de ser y de estar. Como digo que me encontraba perdido en busca de algo que no lograba descifrar. Como quería abrir los ojos y sentarme en un campo lleno de calor. ¿Quién era yo? ¿Y si ni siquiera existo? Mis manos tocaron mi cara hecha un mar de lágrimas confusas, ni si quiera  ellas querían permanecer conmigo. Huían desesperadas por mis mejillas perdiéndose en mi cuello al suelo. De pronto se desvaneció todo dentro de la espesura de tristes emociones y me hallaba sentado en aquella carreta junto al anciano.

-Pensé que dormirías para siempre, muchacho -dijo el anciano-. Dime por lo menos tu nombre.

-Mi n-nombre... -solté atónito y entrecortado mientras cientos de imágenes comenzaban a trasladarse en lo profundo de mis ojos. Estaba sentado en el suelo, no había hierba. Era la aldea donde nací y donde me dejaron a mi suerte. Era pequeño, tenía algo de tierra fina que escurría por mis dedos. Miré al cielo, tan celeste y con algunas nubes. Como deseaba alcanzarlo con la alegría de mi inocencia. Llegó mi madre y me levantó. Me abrazó con aquel cariño materno que desearía tanto sentir en este momento y me dijo «Zenshin, mi hijo te quiero tanto». Cerré los ojos contento y me sentí protegido. Cuando dejé de sentir el calor de su pecho, abrí los ojos. Algo de sudor caía de mi cara. Una vieja y dolorosa escena mostraba una lápida, tierra y una pala. "Los ama por siempre y por toda la eternidad Nakine Zenshinju", fue lo que alcancé a leer. Entonces ese es mi nombre.

- Nakine Zenshinju  -confesé finalmente.

-Así que Zenshin ¿Eh? ¿Te habían dicho que de tu cuerpo emana la esencia de un sufrimiento pasajero? -dijo con una sonrisa.

-Entonces esta sensación que me come el alma ¿Se irá pronto?

-Muchacho, que sea pasajera no quiere decir que se irá rápido ni tampoco lento --explicó con un tono calmado--. Es solo la leyenda de tu nombre. Sentirás mucho dolor, pero no siempre será así. En el fondo todo depende de tus acciones.

   Algunas de sus palabras me sonaban conocidas y otras eran simplemente nuevas. ¿Cómo es que este anciano sabe cosas de mí que ni siquiera yo sé? ¿Será que otras personas tienen la capacidad de descifrar la esencia ya perdida?. El viento soplaba tan fuerte que parecían rugidos del cielo. Tenía aun la cabeza baja, por el temor que me inundaba. Volteé para ver a aquel hombre de pelo blanco que conducía la carreta hacia el pueblo. Comenzamos una charla tranquila. Palabras que en un principio gran significado no tenían, salían de mi alma como aves de colores. Su mirada amable, calmó un poco al demonio de rabia que comenzaba a desarrollarse en mi interior. Fue como me ofreció trabajo en el Pueblo de Octias. Aun no me explicaba de que se trataba el trabajo, pero acepté. De todas maneras no tenía a nadie, ni lugar donde estar. Era un fantasma perdido en la inmensidad de la tierra. Me sentía como aquellos viejos cuentos de Atzhar, donde el pequeño niño huérfano terminaba muriendo de frió en la grandeza del monte nevado junto a personas que no eran de su familia sino que más niños como él.

   El sol ya estaba en lo alto cuando llegamos al pueblo. Unos guardias en la entrada revisaron las cajas y barriles que llevaba el viejo Kirayia. Sí, así se llamaba aquel anciano que me salvó en el sendero. Mi mente estaba más despejada y comenzaba a sentirme mucho mejor. Un cambio de aire notable atraía las delicadas risas de las doncellas y jóvenes que se divertían a mí alrededor. Me dieron ganas de correr, ser tan feliz y libres como ellos. Unos artistas callejeros, se encontraban sentados con instrumentos de cuerda entonando las historias que la experiencia les ha entregado.

 

Como me explico ahora,

que todo lo que te di

lo perdí en una hora.

Como recupero,

mis lágrimas dolorosas

si ya no siento.

Como es posible,

que te entiendas con las sombras

si vivíamos en lo apacible.

Como te digo que siento miedo

que gritar desconsolado, quiero.

Como logras enloquecerme

con solo respirar cerca;

tan rápido te vas, abrázame.

Quisiera desgarrarte

y que nadie toque ni bese

lo que tanto amé.

Como te entrego a los ángeles,

si hasta ellos te desean.

Como puede sentir tanto

el dolor del engaño

un ser humano.

Ahora logro comprender

que tu no hiciste nada

y que es tú condición de ser.

Alguien tan hermoso, delicado, perfecto;

el ángel negro que yo amé.

Y al quererte para mí solo

entiendo lo egoísta que me volví

al pensar que alguien como tú

podría ser solo para mí.

Muérdeme,

una vez más, la última

y que mi boca herida sangre

para que mi eterno dolor

por fin descanse.

 

 

   Aquella música era tan hermosa en melodía y tan triste en argumento. Me dieron ganas de cerrar mis ojos y escucharla toda la vida. Lo que no sabía era que a veces nuestros deseos se hacen realidad. Algo cambiaría mi vida para siempre y sería aquí donde iniciaría una nueva etapa en mi vida.

   Mis manos casi se habían olvidado de escribir, pero en mi alma se fabricaba la más profunda poesía que podía llegar a escribir un ser humano. Mientras el anciano dejaba su caballo en un establo, yo permanecía sentado escuchando aquellas melodías divinas. De pronto se detuvieron y abrí los ojos. Aquellos dioses del arpa hicieron una reverencia y comenzaron a cantar muy lento una melodía de dos amantes.

 

Amado de la mirada baja

inspiras tantas cosas con simplicidad de tus labios

que aquella tarde pensé

que era imposible separar nuestros cuerpos.

 

Pero amado,

hace tanto que no me hablas

que un lejano sueño

a veces pienso que fuiste, solo.

 

Pero amado,

hace tanto que no te veo

y es tanto que me siento ciego

ya ni me miras en silencio, lloro.

 

Pero amado,

hace tanto que no te toco

que de volar me he olvidado,

en mi cuarto una vela apagada descansa.

 

Pero amado

hace tanto que no te huelo

que tu perfume fue solo un sueño, siento

volver a oler solo a ti quiero.

 

Amado,

¡Mírame como ayer una vez mas te ruego!

Que las estrellas más que yo brillan,

 y no quiero dejar de resaltar.

 

   Me apoyé contra la pared de una antigua casa y mientras aceptaba una vasija con vino de un joven delgado, disfruté del espectáculo al igual que la multitud. Nunca había oído nada igual, ni soñar en conocer a aquellos dioses melodiosos. Tanta simplicidad armoniosa llenaba mis sentidos de tal forma que parecía que hubiera renacido. Respiraciones profundas emanaban de mi cuerpo como dóciles aves aprendiendo a volar. Mi boca probó aquel vino amargo que se coló entre mi cuerpo haciéndonos uno. Un leve calor se deslizó por abajo provocándome una adicción hacia aquel brebaje. El sol que comenzaba a salir chocaba contra mis ojos cegados por la amargura y los incitaron a abrirse otra vez. Si es que brillaban yo no lo sabía, me conformaba con vivir aquel momento como ningún otro.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Notas finales:

Dejen sus reviews, espero como siempre les agrade;) puse lo mejor de mí y mi lado mas poetico para que esto sea posible.

arigato:3


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