Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Runner por Rising Sloth

[Reviews - 47]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

Me siento como la que asoma la cabeza con disimulo por el resquicio de la puerta y dice "holi"... Desde hacía varios meses que me acechaba esta historia. Al principio iba a ser un shot, pero confome cogía más cuerpo le quería añadir más cosas y bueno, aquí está.

Notas del capitulo:

De momento sólo diré que nunca he tenido suerte con los títulos de mis fics. "Runner" me parecía de lo más apropiado, quizás el más apropiado de todo los fics a los que le he puesto título. Y cuando me decidí por él, a las semanas o así me topé con la canción "Corre runner" de Mambo. Ahora no puedo evitar relacionarlo xD pero a falta de una idea mejor así se queda.

Capítulo 1. Amuleto

 

Le gustaba salir a correr por la mañanas, en esos instante previos al amanecer, cuando la humedad del paseo marítimo le calaba hasta los huesos para ir evaporándose poco a poco con el movimiento del cuerpo y la paulatina salida del sol. A un lado el romper de las olas en la arena, al otro un par de esporádicos ruidos de vehículos que madrugaban antes del colapso del tráfico. Y en su cabeza la música de sus auriculares. Le era agradable. Puede que por ello lo hubiese convertido en un hábito desde que se graduara en el instituto, a pesar de lo que odiaba poner el despertador, porque en esa hora y media sólo existían dos cosas: la calma y él.

Su respiración era constante, equilibrada, sus pisadas seguían avanzando sobre las losas del suelo. Después de varios años, se sabía el camino de memoria, lo podría hacer con los ojos cerrados y la deficiente orientación de la que tanto se burlaba su gente más cercana. Aunque no le pasaba lo mismo con las personas que se cruzaba esas mañanas.

Nunca atendía a que al primer individuo que se cruzaba siempre era una señora que sacaba a su perro; los segundos, un par de camareros de chiringuito que iniciaban su jornada laboral sacando las mesas; el ciclista, la pareja de abuelos, la madre trabajadora que llevaba a sus hijos al colegio, los basureros, más corredores, más ciclistas, más ancianos... Nadie traspasaba lo suficiente su atención para quedar marcado en su memoria. Hasta que llegó el hombre que cubría sus ojos con la visera de su gorra negra.

 

Un mes y medio después...

 

Casi daban la seis de la tarde. Zoro bajó del autobús de un salto y pisó el acelerador de sus pies para llegar a la sala de teatro; se gruñó por haberse quedado dormido después de almorzar, otra vez. Desde hacía un mes y poco, había sido contratado como operador de cámara en un modesto programa de televisión de la cadena local. Él era más de rodajes y montaje de vídeo, pero las cámaras se le daban bien y el sueldo en sus actuales circunstancias era más que aceptable.

–Eh, chaval, a ver si llegas más a tu hora –le reprendió el ayudante de dirección, otra vez.

–Siempre llego a mi hora –se defendió recobrando el aliento a la vez que se quitaba el abrigo y se quedaba en pantalones y camiseta oscura, obligatorios para los del set.

–Pues a ver si un poco más...

Nunca había llegado tarde, pero por los pelos y con la soga al cuello. Era consciente de que si se despistaba, aunque sólo fuese un mínimo más, daba la oportunidad de despedirle sin que se lo pensaran dos veces.

Fue donde su cámara y empezó a revisar sus ajustes. Chistó al ver que el balance de blanco estaba trastocado, recordaba haber dejado la cámara prepara el viernes. Resopló.

–Que alguien se ponga en el escenario con un papel –alzó la voz–, tengo que hacer un balance.

Un muchacho cualquiera de los que trabajaban allí le hizo el favor y Zoro se puso a ajustar el color de la cámara. Mientras se dedicaba a eso, tal vez porque el muchacho resguardara su cabeza en una gorra negra, le pasó por delante el recuerdo de aquel corredor, el que se encontraba todas las mañanas. No era que ocupara sus pensamientos más de lo que tardaban en cruzarse en el paseo, y aun así Zoro ni siquiera giraba la mirada para observarlo mejor; de hecho, no sabía ni como era su cara. Pero en ese tiempo se había convertido en parte de su rutina: aparecía justo a mitad de su trayecto, a mitad de la salida del sol...

Bueno, tampoco ese que fuera el engranaje de un reloj, pero precisamente por eso, cuando aparecía antes de tiempo le sorprendía, mientras que cuando aparecía más tarde le producía cierta intranquilidad. Tal vez, a lo tonto, lo hubiese convertido en su amuleto personal. Como si su ausencia indicara que el día no iría del todo bien.

¿Quién será? Se preguntó, no parecía un novato, los novatos tardaban mucho en aprender cómo no asfixiarse corriendo. ¿Se trataba de un extranjero recién mudado?

–¡Buen trabajo, chicos! –los animó el ayudante de realización una vez terminaron el programa del lunes–. Recogemos todo y nos vemos mañana.

Salió por la puerta trasera del teatro donde grababan, se masajeó y movió su hombro derecho, siempre quedaba agarrotado después de sostener ese armatoste de cámara durante más de tres horas.

–¡Eh, Zoro! ¡Eh! ¡Estamos aquí!

Dos chavales alzaban las manos desde el borde de la acera. Ambos morenos, de más o menos la misma estatura, uno con cara de mono y otro con la nariz muy larga. Luffy y Usopp.

–¿Qué hacéis aquí? –preguntó al llegar donde ellos–. Creí que hoy os tocaba echar el día entero en la universidad por no sé qué proyecto.

–¡Ya va todo sobre ruedas! –el chico mono le levantó el pulgar con la mirada iluminada de determinación.

–Lo único que se podía esperar con el Gran Usopp al mando –alardeó de sí mismo el otro, sosteniendo su propia barbilla con ridículo aire de interesante.

–Y como queríamos ir al McRocodile y nos pillaba de camino pensamos en recogerte.

–Me parece muy bien, pero ese sitio está a las afueras de la ciudad, tardaremos...

Los dos muchachos se apartaron, uno a cada lado, y señalaron con sus brazos hacia la ventanilla del coche que había estado a sus espaldas. Zoro descubrió así que el asiento del conductor lo ocupaba un joven ojeroso, Law, cruzado de brazos y bastante de morros; su ceño estaba tan fruncido que de unos milímetros más podía considerarse unicejo. No era la primera vez que lo raptaban para que hiciera el papel de novio-choffer, así que el peliverde no preguntó y se metió en el vehículo. Rato corto más tarde, los cuatro comían en una mesa.

–Ah, casi se me olvida –dijo Luffy después de engullir la segunda hamburguesa de cinco que había pedido–. Te he traído algo –abrió la cremallera de la mochila, se peleó con el caos que tenía ahí guardado y encontró lo que buscaba–. Ten.

Se trataba de unos auriculares, de color celeste fosforescentes.

–Anda, gracias –los recogió el peliverde–. Los míos ya se oyen fatal.

–Sí, lo dijiste el otro día. Me he acordado cuando pasamos por la tienda antes de vernos con Torao – mencionó a su novio por el mote que le había puesto unilateralmente.

–Te hemos buscado los que más se veían desde lejos –apuntó el narizotas–. Para que no se te pierdan.

–¿Para qué no se le pierdan? –preguntó el ojeroso después de tragar un mordisco de su pedido de bolas de arroz–. No me digas que por eso nunca te he visto con unos auriculares discretos.

–Así es –respondió Usopp por él–, Zoro no puede ir con unos de color negro o blanco, es el pierde auriculares mayor del reino. A parte del pierde orientaciones.

–¿Quieres que hablemos de la rinoplastia que necesitas con urgencia? –le amenazó mientras Luffy se sujetaba el estómago a carcajadas.

Se metieron un par de pullas más entre colegas y la conversación cambió.

–Este fin de semana lo tenías libre, ¿no, Zoro? –le preguntó el monito–. Robin dice que ha encontrado una localización perfecta para el corto.

–Vaya, ya era hora. Este fin de semana me viene perfecto. Supongo que Nami irá también.

–Y Usopp.

–No me queda otra –resopló agotado éste–, el guion tiene muchas lagunas y creo que hasta que no vea claro los sitios donde lo vamos a rodar no podré dárselas.

–Lo que no ves es a Vivi para el papel de protagonista.

–Es que se suponía que iba a ser un macarra viejo, de estos que se drogan en los parques delante de los niños y tiran las botellas de cerveza contra el suelo. Y Vivi...

–Vivi puede hacerlo –animó Luffy–. Es buena actriz y sabe mucho de caracterización, seguro que llega el primer día del rodaje como la mejor de las macarras. Yo confío en ella.

–Sí, sí –suspiró el narizotas–. Nami también dice que está muy ilusionada porque lo normal es que le den papeles de princesitas y se moría por hacer algo distinto. Pero no sé si el guion...

–Olvídate del guion Usopp, al menos como guionista –tajó el peliverde–. El trabajo sobre el papel no puede estar más hecho, si la historia no funciona por algún lado lo veremos cuando estemos con las cámara y los actores. Si no, lo arreglaré yo en montaje.

Ese era su grupo, dedicados al audiovisual. El primero Luffy, como director, él hubiese preferido meterse en una Formación Profesional como hizo Zoro, pero tenía un abuelo un tanto carca que no entendía muy bien sus motivaciones, por lo que le dijo que, si quería dedicarse a eso, o pasaba por carrera universitaria o nada; algún día entendería que las idas de olla de su nieto no eran solo eso, que Luffy podía coger una idea más que trillada y marcarla con su corazón libertario y divertido hasta dejar un producto nuevo y fresco.

Le seguía Usopp como guionista, él colocaba las venas para ese corazón bombeara la sangre a donde fuera necesario y se encargaba de dar forma lógica a las locuras de Luffy, de darle un sentido y verdad a los personajes, hacer una historia real por muy fantasiosa que fuese la idea; nada más que por la calidad de su trabajo siendo el monito su director había demostrado que tenía un gran talento.

Después estaba Nami, la productora, con un don excepcional para encontrar justo lo que necesitaban con los mínimo y precarios recursos, también era capaz de poner los pies de los demás en la tierra y recordar que tenían un presupuesto al que debían ajustarse.

–Cuando seas James Cameron rueda todas las inundaciones que te parezcan –le regañó una vez a Luffy–. Pero mientras seas un triste universitario te conformas con salpicar una charca, ¿entendido?

–Vaaale... –cedió resignado y aburrido. Luego le dio una descarga–. ¡Oh! ¡Se me ha ocurrido una nueva idea con la charca!

Por último, de los que se conocían desde la secundaria, quedaba Vivi, su actriz estrella por así decirlo; llevaba con la interpretación desde niña y le encantaba lo que era el vestuario y maquillaje de los actores, desde los más cotidianos a los más excéntricos. Más de una vez había venido en calidad de maquilladora y no tanto de actriz, que según ella se lo pasaba igual de bien.

También estaba Sanji, pero, si bien les ayudaba con la organización de las dietas y el catering para los días del rodaje, él se había quedado un poco más apartado; y Chopper, que aunque le encantaba todo el ambiente y más de una vez había preguntado si podía venir a ayudar, lo normal es que estuviese en su casa estudiando su carrera de medicina.

Finalmente, el carisma de Luffy había atraído a ciertos veteranos en el mundillo como Robin, Franky o Brook. Eran cada uno de su padre y de su madre, pero en lo que respectaba a sus receptivos trabajo eran los pilares inamovibles del grupo.

En cuanto a Zoro, hacía de ayudante de dirección, de cámara y de montador, un despropósito a ojos de cualquiera y del que todo el mundo dudaba que pudiese abarcar una vez se lanzasen a un proyecto más ambicioso. Mientras tanto, lo disfrutaba.

–Sigo pensando que es muy pronto para que os dediquéis a ese corto –comentó Law conduciendo de vuelta a casa–. No tenéis ni la mitad de lo necesitáis, os faltan muchos puestos que ocupar y algunos ni siquiera estáis conforme con el reparto. Por no hablar de que tenéis que cumplir ciertas fechas si lo queréis mandar al festival ese.

–Qué preocupón eres –soltó Luffy una de sus risillas–. Cálmate, lo tenemos todo controlado.

–Tiene razón –secundó Zoro–. Nami agendó desde la preproducción hasta las posproducción hace un tiempo, por eso sabemos bien que este fin de semana tenemos libre para ver la localización.

–Ella es nuestra navegante en medio de las tormentas de la desorganización –dramatizó el narizotas–. Yo le enseñé todo lo que sabe.

–Me parece que os dispersáis entre una cosa y otra –insistió el médico.

–Nah –le quitó importancia Luffy–, lo que te pasa es te parece que vamos muy rápidos con todo porque llevas ocho años estudiando lo mismo. Cada uno tiene su tiempo, Torao –puso la mano en su hombro en señal de ánimo.

–¡No llevo ocho años estudiando lo mismo! –le rugió mientras el peliverde y el narizotas se apartaban cada uno hacia su ventanilla y se tapaban la risa con la mano–. ¡Estoy especializándome!

Dejaron a Usopp en frente de su portal y continuaron hasta el que correspondía a Zoro y Luffy. El peliverde salió el primero del coche con las llaves en mano; el monito se quedó atrás para despedirse del médico.

–¿Sigues mosqueado por lo que te he dicho?

–No –arrastró la sílaba sin mirarle a los ojos.

Luffy sonrió y metió de nuevo medio cuerpo en el vehículo para abrazar el cuello de Law y besarle la mejilla.

–Eres genial, Torao –pegó su frente a la del otro–, soló tú eres capaz de sacarte una carrera de medicina, el MIR y la especialidad a la primera.

–La especialidad no la tengo.

–Todavía. Es normal que estés un poco harto, yo en tu lugar ya me había quedado calvo de arrancarme los pelos. Pero sé que serás el mejor cardiólogo.

El malhumor del médico se difuminó un poco, le dedicó al otro una media sonrisa, cansada, cálida. Acarició el pelo y rostro de Luffy.

–Aunque si lo quieres dejar por otra cosa no te preocupes –volvió a hablar el más joven–. Con lo bien que nos saldrá el corto seguro que nos da para montar un productora antes de que me gradúe. No nos faltará de nada.

El gesto de Law se volvió a crispar con esas palabras acompañadas de una resplandeciente sonrisa.

–Eres el incansable cuento de la lechera.

Se despidieron con dos besos castos, más uno que añadieron subido de temperatura y largo de lengua. Luego el monito se reunió con su amigo para subir juntos al piso que compartían.

 

Treinta y dos horas después...

 

Esa mañana hacía viento, el mar bravo nublaba la música de sus auriculares. Reconoció su gorra desde lejos. El vestuario de aquel corredor no cambiaba mucho: pantalones oscuros a la altura de la rodilla, sudadera abierta para que se viera su camiseta de color aleatorio, normalmente gris o blanca, alguna vez de un burdeos desgastado; zapatillas negras, como aquella gorra que solo dejaba ver parte de su barba afeitada de manera elegante.

Tiene presencia, admitió segundo antes de que se cruzaran.

Entonces ocurrió algo. De casualidad, ese día, pasaron por el lado del otro con más cercanía que nunca. Le llegó así, a sus fosas nasales, un atrayente aroma a desodorante que casi le hace girar la cabeza en un gesto instintivo. No lo hizo, pero en el aspaviento creyó captar, por el rabillo del ojo, como aquel corredor volvía la barbilla sobre su hombro para mirarle.

Se reprendió, algo avergonzado, y siguió adelante. Debía haberlo imaginado.

 

Seis horas y pico después...

 

Al medio día volvió Luffy, tan agotado de sus clases que se tiró de boca en el sofá. Pidieron comida a domicilio a una tienda de productos caseros.

–Nos estamos acostumbrando demasiado a pedir a casa.

–¿Hum? –le preguntó el monito con los carrillo rellenos de lasaña–. Si está todo buenísimo.

–Es un gasto inútil.

–Pareces Nami –bromeó–. Pero es verdad. Ven un día a comer a casa de Law, Cora prepara unos menús... –se le hizo la boca agua–. Todo sano, según dice él. Podría darte algunas recetas para que las aprendieses.

–¿Por qué yo?

–Estás aquí por la mañanas, podrías preparar el almuerzo.

–Y tú por las tardes, podrías preparar la cena.

–...

–...

–Hecho de menos cuando salías con Sanji –comentó sumamente afligido por la parte alimenticia que le tocaba.

–Calla, calla. Ni lo menciones. Romper fue lo mejor que podíamos hacer.

–Pero la nevera siempre estaba llena de cosas buenas –se quejó en un puchero agudo e irritante.

Continuaron el almuerzo en silencio unos segundos.

–Oye, Luffy. ¿Nunca te ha molestado que Law viva con Cora?

–¿Qué dices? –rió–. ¿Por qué me iba a molestar?

–Tiene una relación bastante íntima.

–Como tú y yo.

–Ya, te recuerdo que por eso mismo Law tardó bastante en no lanzarme mirada asesinas.

–Bueno, es que a él le gusta echar drama de más a las cosas. Además, Cora es mucho más mayor.

–Tú te llevas siete años con Law.

–Buah, pero ellos se llevan como el doble. Es un viejo a su lado.

–No exageres –se molestó–. Aunque lo fuera, eso no es motivo para que dos personas no salgan.

El monito paró de masticar un momento. Analizó al peliverde de arriba a abajo un par de veces. Tragó y sonrió.

–¿Te gusta alguien mayor?

La cara le ardió al instante, devolvió la atención a su plato para disimular. No sirvió.

–¿Es hombre o mujer?

Miró a su amigo, de reojo y con los párpados entrecerrados. Aun así no perdió el rubor. Bajó los ojos de nuevo a su plato.

–No es nadie.

 

Sesenta y siete horas después...

 

Era sábado. El corredor de la gorra apareció, justo en el momento que tenía que llegar, cuando el paseo estaba deshabitado. Eran solo ellos dos.

Tal y como la mañana anterior, se acordó de la palabras de Luffy y retiró un poco la vista con algo de vergüenza; no podía ser que ese hombre le "gustase", no le conocía; sin embargo, en esa ocasión, tal vez embaucado por la ausencia de interferencias humanas, su atención volvió a ese corredor. De reojo nada más, pero más que suficiente.

Por primera vez, bajo esa visera, pudo encontrar sus iris, de un castaño claro, dorado, dirigidos al frente. Podría haberse perdido en ellos, en su profundidad, en la determinación que emanaban; podría, si las pupilas de aquel hombre no se hubiese vuelto hacia él y de poco no partirle en dos con la fuerza de un rayo.

 

Veintiocho horas después...

 

Apoyado de codos sobre las rodillas y con rostro sobre sus manos, dejó escapar un profundo y gutural resoplo. ¿Cómo había sido tan idiota de dejar que el tío de la gorra le pillara mirándole? Joder, ni sabía con qué cara iba a salir el lunes a correr. Sentía que se iba a morir de la vergüenza.

–Zoro, no sé porque te estás compadeciendo de ti mismo ahora, pero si lo compaginas con tu trabajo mejor –le regañó una chica de larga melena pelirroja.

Se encontraban en una finca abandonada en mitad del campo, a unos veinte minutos de la ciudad.

–Vaya, este sitio está muy deteriorado –analizó la chica pelirroja al tiempo que apuntaba cosas en su libreta–, pero tiene hasta una barra de bar, si lo remodelamos un poco podría pasar perfectamente por el bufet que Usopp retrata en el guión. ¿Dónde lo has encontrado, Robin? –preguntó a la mujer morena.

–Fue de suerte. Salía en un catálogo de sitios maldecidos por muertes en extrañas circunstancias.

–¿Muertes? –empezó Usopp a sudar y temblar–. Sólo tú lees ese tipo de cosas. Seguro que son todo mentiras.

Lo dijo para autoconvencerse, sin embargo, la sonrisa amable de Robin le provocó un escalofrío. Mientras tanto, el peliverde llegó donde Luffy, dentro de la casa. Durante un largo rato idearon planos y movimientos de cámara, simulando la coreografía de los actores y organizando como iba a ir todo dispuesto.

–Y aquí es donde el personaje de Vivi le pega una piña al otro. Yo me lo imaginaba con tres planos a cámara lenta, ¿cómo lo ves tú, Zoro?

–¿Por qué tres y no uno?

–Porque está más chulo.

–A veces no me extraña que Law no pueda reprimirse sus sermones contigo.

Luffy dejó escapar su típica risilla. A continuación observó a su amigo.

–Oye, Zoro, ¿estás bien? Llevas raro desde ayer, y he oído como Nami te regañaba para que espabilases. ¿Tiene que ver con esa persona que te saca tantos años?

Se revino incómodo. Estuvo a punto de decir que no le sacaba tantos años como se imaginaba, pero prefirió seguir encuadrando planos con los dedos.

–¿Has hablado ya con él, o ella?

El peliverde le dedicó una mirada entrecerrada que el monito entendió como una respuesta.

–Normalmente no tienes problemas para acercarte a nadie que te guste.

En eso tenía razón, de costumbre Zoro era el que daba el primer paso en las relaciones, esporádicas o estables, no debería tener problemas con aquel tipo si quería decirle algo, que tampoco es que quisiera. También había que señalar que era el primero que le gustaba que le superaba por tanto en años, aunque tampoco era que le gustase o se llevasen tanto. ¿No?

Recordó otra vez su mirada, le regurgitó la vergüenza. No obstante, una premisa revolucionaria accionó su cerebro. Aquel hombre no le hubiese podido pillar observándole de no haber girado la mirada hacia él. Es decir, ese hombre, de cuenta propia, había dirigido su mirada hacia el peliverde.

Volvió a sentir vergüenza pero de otro tipo, se hartó de sí mismo. No era tan mala idea hablar con él, se veían todos los días desde hacía más de un mes, eran como vecinos. Quizás.

 

Esa misma noche...

 

Volvieron todos al apartamento de Luffy y Zoro, donde Law les esperaba desde hacia unos minutos. Luego sonó el timbre y llegó el hermano del monito con su pareja, se les había ocurrido hacer una visita, traer provisiones y unas cuantas cervezas. Pusieron un poco de música y se les hizo la madrugada entre charla y charla. Las dos chicas y el naritozas se recogieron para sus respectivas casas. El peliverde aguantó un poco más y dejó a las dos parejitas en el salón. No se le olvidó programar el despertador del móvil. Decidió no echarse atrás.

 

A la mañana siguiente...

 

Casi estrella el móvil contra la pared al sonar la alarma. Por el contrario, la apagó y remoloneó un poco más en la cama. Después se levantó como si le hubiesen dado una descarga, atusado por si se había quedado dormido y pasado la hora. Cogió el móvil, se permitió suspirar con alivio. Todavía estaba a tiempo.

Las orejas se le habían quedado heladas de una manera desagradable, se las frotó y se subió la capucha antes de dirigirse a la cocina. De camino oyó la ducha, le resultó raro que Luffy madrugara para bañarse, pero tampoco le dio vueltas. Dejó la cafetera al fuego y, apoyado de manos en la encimera, resopló por la nariz.

¿Qué le diría cuando le viera? Ni tan siquiera tenía muy seguro como iba a parar de correr una vez se encontrarán. Se reprendió, no era normal que se pusiese tan tonto por alguien, más si no sabía nada más de él a parte de lo guapo que era. Se enrojeció al darse cuenta de que había pensado, con todas sus letras, la palabra "guapo".

Tan metido estaba en sí mismo que no se percató de que había dejado de ser el único en la cocina. Le abrazaron por detrás, a la altura de la cintura y le susurraron con aliento cálido al oído:

–Eh, chico sexy. ¿Qué haces despierto tan temprano?

No reconoció a Luffy en esa voz grave, ni en ese cuerpo que parecía más alto que él, ni en esos gestos de manoseo cerca de partes íntimas que no venían a cuento. Pensó demasiado poco y reaccionó demasiado deprisa.

Lanzó su codo hacia atrás y lo clavó en la costilla del sujeto que se había colado en su casa sin invitación. Seguidamente le agarró de la muñeca, pasó por debajo de su axila y lo estampó de cara contra la nevera retorciéndole el brazo.

–¡Luffy! –alzo la voz para que se oyera bien hasta en los otros pisos–. ¡Llama a la policía! ¡Se nos ha metido un guarro! ¡Luffy!

Nada más lo dijo se dio cuenta de que de un guarro precisamente no se trataba. Era Marco, un tipo rubio con la cabeza rapada en forma de piña que resultaba ser el novio del hermano mayor de su amigo.

–¡Joder, hostia! –le soltó y se apartó enseguida–. ¿Pero qué coño te pasa? ¿Estás loco o qué?

Al momento llegó un tercero, un joven de pelo moreno y la cara marcada por pecas, el hermano mayor de Luffy, tan alterado como empapado; cubría sus partes con una toalla y, por lo mal atada que estaba esa toalla, mucho era.

–¿¡Pero qué os pasa!? ¿¡Por qué gritáis tanto!? ¿¡Queréis matarme de un susto o qué!? Casi me resbalo en la ducha. ¡Marco! ¡Estás sangrando! ¿¡Por qué está sangrando!?

–¡Eh! ¡A mí no me mires! –le reprochó Zoro–. ¡Ha sido él el que me ha asaltado!

–¡Yo no te he asaltado! –se defendió el agredido con una servilleta en la herida de la frente.

–Ah, ¿sí? ¿Cómo le llamas tú el acercarte por la espalda y abrazarme?

–¿¡Qué le has abrazado!? –le acusó el pecoso.

–Y casi que se pone a decirme guarradas al oído mientras me agarra la entrepierna.

–¿¡Cómo!?

–¡No era mi intención! ¡Creí que eras tú! –le explicó a su novio.

–¿Qué era yo? ¡No has visto que tiene la cabeza más verde que Irlanda en el día de San Patricio!

–¡Llevaba la capucha puesta!

Empezó a oler a quemado.

–¡Mierda, mi café!

Con los nervios lo cogió por donde y como no era, es decir, no sólo se quemó la mano, al apartarla el café se derramó por toda la vitrocerámica hasta que cayó y dio con parte de su barriga y pierna izquierda.

–¡Ah! ¡Mierda, mierda, mierda!

La situación se encauzó, gracias a Marco y su habilidad de saber qué hacer en cada momento a pesar de que le acusasen de guarro después de que hubieran usado su cabeza para agredir a la nevera. En seguida llevó la mano de Zoro debajo del grifo y le pidió a Ace que trajera un paño frío para la pierna.

–¿Pero qué mierda hacéis aquí?

–Luffy dijo que nos quedáramos –le explicó Ace atendiéndole–. Law no había bebido tanto como nosotros para conducir y se lo llevó a su casa. Oye, Marco, esto está muy rojo.

–Sí, será mejor ir a la farmacia y buscar pomada y unas bolsas de frío.

–¿Qué? –se quejó el peliverde–. No, no. No tengo tiempo para eso, tengo que salir ya y...

Le dio por mirar la hora en el reloj de la cocina. Recibió algo más que un sobresalto.

–¡Llego tarde! –se escapó de los primeros auxilio de Ace y Marco.

–¡Espera! –le siguió el pecoso–. Mira como tienes la mano y la pierna, espera que te curemos y te llevamos a donde sea.

–¡No tengo tiempo! –ladró cambiándose de ropa a la velocidad de la luz.

Embistió con la puerta del piso y tomó las escaleras, una buena opción para ir más rápido que el ascensor; no obstante, en su caso, más de lo convenido. Por los nervios, la tensión o quizás por la molesta quemadura que aún le ardía y desconcentraba, el peliverde pisó mal el primer escalón, el tobillo le resbaló a un lado y él rodó hasta el próximo rellano.

–¡Zoro!

Ace y Marco fuero a por el joven.

–Estoy bien –le intentó apartar a manotazos–, dejadme, solo tengo...

–¿¡Qué vas a estar bien!? –le regañó el pecoso.

–Esto tiene pinta de un esguince –mencionó el rubio en calidad de médico–. Hay que llevarlo a urgencias.

–Vale, deja que me vista.

Se quejó y forcejeó, pero eran dos contra uno; se lo cargaron de brazos sobre los hombros y lo llevaron al hospital más cercano. Tras el diagnóstico, cayó en la cuenta de que el día anterior, debido a la excursión que hicieron a esa casa abandonada, fue el primero desde que vio por primera vez al hombre de la gorra que no salía a correr. Si de verdad el tipo era un amuleto y eso le había pasado por no verle un único día, no quería pensar lo que iba a ser de él después de que le dijeran que debía tener el tobillo escayolado por tres semanas.

 

Continuará...

Notas finales:

Y he aquí el inicio, espero haber suscitado vuestro interés ;) En cuanto a las separaciones entre escena y escena no sé si seguiré usando las marcas del tiempo que pasa, me gustaba para el primero, pero puede que mantenerlo para el resto del fic sea un poco complicado y lioso (para mi, sobre todo).

Nos vemos! Bye!


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).