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Runner por Rising Sloth

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Capítulo 11. Cita a tres

 

Antes, las reuniones se hacían en el sótano que había en la casa del abuelo de Luffy. Desde la niñez, ese espacio entre trastos había quedado para ellos, se había adaptado a ellos, y pasaban ahí horas y horas sin que nadie les molestara. ¿Desde cuándo le empezó a asfixiar aquel sótano?

Hacía muy poco que Zoro y Sanji habían desvelado su relación a su grupo de amigos. En general, se lo tomaron con sorpresa, aparte de porque el rubio siempre fuese el más hetero de los heteros, más porque la relación entre ambos nunca había dejado de ser conflictiva.

–Se dice que los que pelean se desean, chicos, ¿no os habéis pasado un poco? –preguntó Usopp en su momento.

Como fuera, conforme más se normalizaba la situación, más relajados estaban, incluso más contentos y cariñosos el uno con el otro, o eso creyó el peliverde.

–¿Quién lo iba a decir? –comentó de nuevo el narizotas, unos meses después–. Los dos seguís de una pieza. A estas alturas pensé que, mínimo, a uno le faltaría un diente.

–Las ganas sí que no me faltan –se quejaron, tanto Zoro como Sanji, a la vez.

–A lo mejor habéis durado porque no habéis cambiado ni un ápice –se rió Nami.

–Yo sólo cambiaría por ti, mi dulce pelirroja –el rubio atravesó su espacio personal con ínfulas de caballero andante.

–Pues cambia y deja de hacer el payaso, cocinero acosador.

–¿Qué pasa, cabeza de musgo, tan inseguro eres que no quieres ni que converse con una bella dama?

–Por mí como si te vas con ella.

–¿Ah, sí?

–Sí.

–¿Ah, sí?

–Sí.

–A eso me refiero –siguió la joven–. No sé cómo seréis en la intimidad, pero si hubieseis ocultado vuestra relación hasta el infinito os aseguro que ni nos hubiésemos enterado.

–Nami tiene razón –secundó el narizotas–. Ni un beso, ni un abrazo, ni una palabra de cariño y las mismas peleas. Si alguien de fuera se preguntara quien está saliendo con quién, antes dirían que Nami con Sanji.

–Ni en broma –le rompió ella el corazón al rubio.

–O Zoro con Luffy.

–¿Quéééé? –el aludido levantó la cabeza de la pizza que habían pedido–. ¡Yo no estoy saliendo con Zoro! ¡No estoy saliendo con nadie! ¡A mí no me gusta nadie!

Siguió zampando, entre engullidas y atragantos y más engullidas, sin que se entendiera a cuento de qué venía tanta alteración por parte del monito. Más tarde comprenderían que, por esa época, había conocido a Law y su asexualidad exenta de amor romántico se desmoronaba a cachos.

Pero ese último comentario de Usopp no solo afectó a Luffy, también a Sanji, el peliverde lo vio claro, de repente el rubio se metió en sí mismo, no miraba a nadie. Pensó que era cierto que, delante de los demás no se comportaban como pareja; Zoro había guardado las formas para no agobiarle, quizás se hubiese pasado. Su boca se tornó en una media sonrisa, sintió que algo empujaba su pecho hacia él.

–Eh, cocinero degenerado –colocó la mano firme en su hombro.

Sanji le frunció el ceño, mientras que los otros tres prestaban atención. Zoro aprovechó y le plantó un beso en los labios. Tras una corta pausa, en la que todos se quedaron a cuadros, separó su boca de la de su pareja.

–¿Veis? Sí que somos pareja –satisfecho, dio otro trago a su cerveza.

–Vale, vale. Creo que el que no estaba preparado para eso era yo –comentó Usopp. Luffy asintió con la boca llena y abierta.

–¿Podéis repetirlo? –Nami sacaba el móvil–. Quiero enseñárselo a Vivi.

Sanji se le quedó mirando, tanto tiempo que Zoro se extrañó, sin embargo, antes de que le preguntara el rubio se levantó y salió fuera con la excusa de que necesitaba fumar; como si en ese sótano no fumaran todo lo que se le antojase. Pensaron que era un mero y tierno pudor; más tarde, cuando la pareja estuvo sola, se desveló que no era así.

–No me vuelvas a besar sin mi permiso.

–¿Tú permiso? Creí que lo tenía de sobra después de dos meses.

Eso sólo fue el inicio. La pelea se prologó más allá después de que llegaran al apartamento que Zoro compartía con Ace. El pecoso no estaba y dieron rienda suelta a sus pulmones, durante varias horas, cada vez con más furia.

–¡Me has exhibido como tu premio! ¿Eso es lo que soy para ti? ¿Un jodido premio?

–Ha sido un beso, Sanji. ¡Un simple beso!

–¡No voy hacer lo te dé la gana!

Si lo miraba en perspectiva, esa fue la primera y última vez que pudo acabar con aquello antes de lo que les llegaría más tarde; pero Sanji, que lo mandó a infierno con un portazo, volvió a la noche siguiente, de madrugada.

–¿Qué es lo que quieres ahora? –le abrió la puerta el peliverde, muy agotado.

El aspirante a cocinero lo miró de arriba a abajo, con las palabras atragantadas. Zoro vio una marca de pintalabios en el cuello de su camisa.

–Has estado con una chica.

–No me he acostado con ella –se defendió. Volvió a su gesto de pesadumbre–. Sólo he salido un rato a la calle, quería despejarme. No dejaba de pensar que estarías con Ace, los dos de fiesta entre porros, cervezas y condones –soltó un suspiro mezclado con una risa de alivio, le sonrió suave–. No sabes lo que me alegra verte aquí, con tu pelo despeinado y tu chándal de dormir.

–Corté lo que tuve con Ace el mismo día que empecé a salir contigo. Lo sabes de sobra.

–Ya, pero seguiste con él aun cuando estaba con Marco, y... No lo sé. A veces me da la impresión de que tenemos una idea distinta de lo que es una pareja. Además, tu ere bi. Estoy hecho un lio con todo esto.

No entendió cómo, pero en aquel momento lo que Sanji le decía que tenía sentido; que, si Zoro hubiese sido una chica heterosexual, una chica que nunca se hubiese salido de la monogamia normativa, el rubio no sufriría tanto. Al final, entró en la casa. Se disculparon el uno con el otro; aunque Zoro no supiera muy bien por qué se disculpaba, ni si Sanji de verdad se estaba disculpando. Después, el rubio le abrazó, le susurró bromas y halagos tiernos; correspondió, se besaron y el peliverde se dejó hacer.

A partir de ahí, cuando estaban frente a los demás, las muestras de cariño dependieron de Sanji; alguna vez, Zoro tuvo un despiste, una caricia, un acercamiento, una frase más cálida de lo habitual, y siempre acabó igual de mal. Ir a ese sótano, beber y reír como sus amigos, se convirtió en una prueba de aguante en la que no debía perder control ni cometer errores, por mínimos que fuesen. Cuando el grupo se abrió y se incorporaron Robin, Franky y Brook, creyeron que era así de hermético.

–Sois una pareja peculiar –comentó la morena en una ocasión–. Si no fuera por Nami, aún pensaría que solo sois de esos buenos amigos a los que le gusta discutir –explicó, aunque para entonces Zoro evitaba incluso la mayoría de las peleas tontas que habían tenido siempre.

–Ah, querida Robin, así es este cabeza de musgo, un bruto que sólo entiende a gruñidos. Seguro que tú y yo seríamos una pareja rodeada de cariño y amor.

Tampoco supo el peliverde si los demás, los que los conocían desde siempre, se percataron de algo, jamás comentaron nada, salvo uno.

–Zoro –le dijo Ace una tarde los dos solos en el piso–, ¿te va bien con Sanji?

–¿Hum? ¿Por qué lo preguntas?

–Te noto distante.

–Ese cocinero degenerado tiene demasiados complejos de hetero; entre que nunca se ha salido del mundo vagina-cis y su padre es un retrogrado homófobo; a veces me harta. Pero vamos a mejor, no te preocupes.

Cuando dijo esa frase, en su fuero interno, se obligó a creerla.

 

Cerca de dos años después...

 

Zoro se despertó en mitad de la noche. Se incorporó rápido. Estaba en su habitación, solo él. Inspiró profundo y se dejó caer en el colchón. Le ocurría de vez en cuando, soñaba con el tiempo en que estaban juntos y luego despertaba sin la certeza de si cortó con él. Pasaba entonces un minuto largo en el que prestaba atención, se cercioraba de que no oía a Sanji en la cocina, o en el baño, de que no olía a tabaco; y otro minuto más en que temía que llamara a la puerta con sus nudillos.

Tras un prolongado silencio, su cuerpo se relajaba, se estiraba y extendía sus extremidades sobre su cama, notaba el tacto de las sábanas. Espiró por la nariz, con los ojos cerrados; esa era la mejor sensación. Esa amplitud, esa soledad tranquila y esa calma. Disfrutó un poco más de ella y se levantó.

A esas horas aún hacía frío en la terraza, en pijama y con su chaqueta vaquera por encima, se tiró sobre el sofá, bocarriba y con las manos entrelazadas bajo su nuca. Sus ojos fueron al cielo despejado; tenías ese color extraño que le daba la contaminación lumínica, no había estrellas. Una vez más, respiró.

Oyó unos pasos, acompañados de un bostezo. Giró la cabeza. Law salió y se sentó en una de las sillas, con un cenicero que dejó sobre la mesa y un canuto. Ambos se saludaron alzando la barbilla.

–¿Qué haces que no estás con tu novio? Es viernes, ¿no?

–Mihawk tenía mucho trabajo. Mañana comeremos juntos.

Law se encogió de hombros, terminó de encender el porro, le dio una calada. Le ofreció. Zoro se sentó en el sofá y lo alcanzó con la mano. Fumó.

–Con él todo es así. Relajado. Tampoco es que no tenga ganas de verle –se excusó.

El estudiante de medicina le observó callado, luego dijo:

–Es lo normal, y lo sano, que cada cual tenga su vida y su espacio. Imagina, si no, si Luffy y yo estuviéramos todo el día en retroalimentación. Nos suicidaríamos.

–Supongo. Con Sanji el día que no nos veíamos era como si no nos quisiéramos.

–Ya... A lo mejor no te has dado cuenta, pero Sanji y tú eráis una pareja significativamente tóxica.

Zoro aguantó el envite. Resopló, dio una calada, le pasó el canuto al estudiante de medicina.

–No puedo evitar sentirme incómodo, no quiero hacerlo mal con él. Con Mihawk.

Law se quedó mohíno, esa premisa la conocía, Ace se lo había comentado, que Zoro pensaba que su relación con Sanji acabó como acabó porque el peliverde lo hizo mal.

–Mira, yo os conocí cuando ya erais novios, así que ni idea de cómo erais de amigos, pero si tengo claro que, juntos, Sanji era un controlador de manual y tú un sumiso revenido que me caía como el culo. No es que lo hicieras o dejaras de hacer las cosas mal, es que nunca debisteis salir.

Zoro se quedó en estado de shock. Law fumó de nuevo.

–¿Yo te caía mal? –preguntó en un tono que ni el mismo supo si estaba dolido.

–Tenías la personalidad adsorbida, no te lo tengas en cuenta.

–Creí que estabas celoso de que fuera tan amigo de Luffy –rebufó.

–Cada vez que pronunciaba tu nombre la boca me sabía a azufre –reconoció–, pero vuestra relación nunca me importó en sí, lo que me descomponía es lo preocupado que le tenías constantemente.

–¿Luffy? ¿Por mí?

–Él fue el primero que se dio cuenta en que no estabas como siempre. Tranquilo, lo único que sabe al respecto es que no eráis la pareja del año.

Zoro asumió aquella información, paseó sus ojos. Recordó el primer día que llegaron a ese apartamento, el monito estaba entusiasmado con esa terraza, el peliverde no lo disfrutó por culpa de las reiteradas peleas que había tenido con Sanji; no le sentó nada bien que cumpliera con Luffy la promesa de vivir juntos; puede que, por ello, en la actualidad, le gustase tanto estar ahí.

–Ahora ya no me caes tan mal.

–Gracia, Law, es un detalle.

–A veces –dio una calada–, incluso pienso que si nos hubiésemos conocido antes de que tú salieras con Sanji y yo con Luffy hubiésemos sido pareja.

El peliverde se tuvo que reír.

–¿Me estás tirando los tejos?

Law el lanzó una sonrisa sugerente, compartieron una mirada cómplice. Ninguno tenía intenciones para con el otro, pero sí, quizás se le hubiese dado bien, quizás hubiese sido agradable.

–Por mí no os cortéis, eh –apareció Luffy, medio dormido, rascándose sus partes por debajo del pantalón–. Mi mejor amigo y mi novio, si ya me lo veía venir.

Se sentó en el regazo de Law y se acomodó a él como un gato, o más bien como una cría de mono. Se abrazó al cuello del estudiante de medicina y, de la misma mano de Law, aspiró la boquilla del porro que este sujetaba entre sus dedos.

–Eh, eh, eh. No fumes tan rápido –le regañó el ojeroso, a la vez que apartaba el canuto.

–Eso, que después eres el primero al que le dan los amarillos –secundó el regaño el peliverde.

Luffy soltó una risilla, y una bocanada de humo propia de un dragón.

–¿Veis? Seríamos una buena pareja poliamorosa, qué bien estaríamos los tres. Aunque yo con Zoro sería como demasiado incesto. Pero si vosotros queréis revolcaros un rato a mí no me importa.

–Ya, ya –dudó su amigo–. Como si no fueras de los que le fastidian que se diviertan sin ti.

–Es verdad. Pero podéis hacerlo, sólo que no me lo digáis.

–Adulterio consensuado –hasta Law soltó la risa–. Lo que me faltaba por oír.

Siguieron un rato más, hablando de simples tonterías, en aquella terraza. Sin duda la prefería a aquel sótano.

 

A la mañana siguiente...

 

Tanto Zoro como Mihawk habían trasnochado aquella noche; si bien el joven fue por charlar con dos amigos, el mayor fue porque uno de los suyos era medio imbécil. Que Shanks se retrasara con la entrega de manuscritos no era nada nuevo, pero con el paso de los años esas noches en vela revisando desde sus cagadas sintácticas hasta las argumentales le ponían de muy mal humor.

–Una vez más lo hemos conseguido –dijo el pelirrojo muy entusiasta en el desayuno–. Estamos en forma.

Mihawk, con la taza de café en la mano, afiló una de sus peores miradas. Shanks ladeó la cabeza en gesto interrogante, como si la cosa no fuera con él.

–Date prisa y márchate, he quedado con Zoro y me gustaría estar presentable.

–Mihawk, es un adolescente. Ni si quiera se va a fijar si vas presentable o no porque él vendrá como la visera de la gorra para atrás y los pantalones cagados por la rodilla.

–Shanks, tal vez tengas razón y estar con él me afecté más de lo que creí, porque de repente me suenas como un octogenario.

 

Al medio día...

 

Zoro llegó a la plaza donde se había citado con Mihawk, a tiempo porque por suerte conocía esa zona; es decir, no se perdió en el camino. Le encontró frente a la fuente, distraído en la escultura que chorreaba agua; con su aura de modelo de colonia que lo hacía aún más llamativo cuando era rodeado de gente corriente. Una ventaja puesto que así el peliverde lo encontraba antes.

–Mihawk, ya estoy aquí.

–Zoro, siento haber cambiado nuestro sitio de reunión tan repentinamente.

–Es igual, esta plaza está apenas diez minutos andando desde mi casa. ¿Ha pasado algo?

El moreno hizo una mueca, desvió la cara de nuevo hacia la fuente; descubrió así el joven que, en la taza, enfurruñado, se sentaba el pelirrojo con nombre de gato.

–Le he calificado con el único adjetivo que no tolera y dice que nos invita a comer.

–No entiendo muy bien que tiene que ver una cosa con la otra.

–Yo menos que tú.

Shanks los guió hasta un restaurante italiano donde con premura le dieron una mesa para tres, pegada a la ventana. Ahí se palmó el primer momento oficialmente incómodo, ya que entre varios amagos se dieron cuenta de que no sabían que asiento debían tomar. Si Mihawk y Zoro se sentaban a un lado y Shanks al otro, quedaba demasiado claro los bandos enfrentados; si los dos mayores ocupaban un lado, Shanks no podía quedar enfrente del peliverde porque se le podía escapar un puntapié en su espinilla. Y de Zoro al lado del amigo de su novio ni se planteó.

–¿No tienen una mesa más redonda?

No la tenían. Al final Shanks se sentó al lado de Mihawk, y Mihawk el de cara al joven; esa opción tampoco agradaba demasiado al pelirrojo, se los imaginaba haciendo manitas por debajo de la mesa mientras él se hacía el tonto a regañadientes; pero no comentó nada porque era lo más políticamente correcto.

En seguida, el camarero fue y les apuntó las bebidas. Zoro quiso una cerveza, pero Shanks le detuvo.

–Es una ocasión especial, dejadme que os invite a un buen vino. Mirad –señaló uno de los más caros–, seguro que este nuestro joven amigo no lo ha probado. Es más habitual que lo pidan adultos con un sueldo estable.

–En realidad sí lo he probado –dijo el peliverde con simpleza–. Creo que este es mejor –señaló uno bastante más barato.

–Quizás si lo combinas con otras bebidas, como soléis hacer los jóvenes, pero...

–Shanks, Zoro tiene mejor beber que tú –comentó Mihawk en un tono displicente en que escondía la intención de que, por favor, evitara el ridículo–. Además, sabes que es ese el que yo suelo pedir.

El pelirrojo cedió entre refunfuños. En breve, casi a la vez que el vino, les trajeron la carta.

–Aunque este sitio sea de pasta tiene buena carne –le avisó el moreno al peliverde–. El solomillo en especial.

–Estaba pensando más en pedir un risotto, los que hay tienen buena pinta.

–¿Arroz? Qué extraño viniendo de ti –ironizó.

–Déjame. No soy yo el que se pide carne en un italiano.

–Sabes que con esa frase has vetado a tus cubiertos a cruzar mi plato, ¿no?

–Claro, como si no quisieras mis cubiertos en tu plato.

Hablaban en tono neutro, lacónico; como si opinaran sobre el anodino parte meteorológico de la semana. Aun así, ante ese coqueteo, Shanks se vio empujado por la gravedad hacia el subsuelo. Como fuera, él optó por pasta rellena, pidieron la comida y se quedaron callados en un silencio que marcó el segundo momento incómodo.

–Bueno, hagamos tiempo –miró, muy amigable, al joven–. ¿A qué te dedicas?

Zoro se pensó la respuesta.

–Si te refieres a con qué me gano la vida –se encogió de hombros–: soy cámara en un programa local. El sueldo no da para mucho, así que en verano me buscaré algo más.

–Pero estás independizado, Mihawk me comentó algo. O tienes ayuda de tus padres.

–Me pasan algo todos los meses. A Luffy, el amigo con el que comparto piso, también, más que a mí porque sigue estudiando, entre los dos enfrentamos gastos.

Shanks miró a su amigo, éste supo su intención de evidenciar los años que se llevaba con el joven y como cada uno estaba en una etapa diferente de la vida. Mihawk dio un trago a su vino, le ignoró.

–Aunque lo que me gusta es el montaje.

–¿Montaje? –preguntó, no tenía ni idea de que significaba esa palabra. Le sonaba a soldador de obra.

–Edición de vídeo –intervino el moreno–. Zoro es editor de vídeo.

Como Ace y Marco aquella vez, Shanks relacionó esa edición de vídeo con las ediciones literarias que hacía Mihawk; evidentemente, al pelirrojo no le resultó tan tierno.

–¿Y en qué consiste ese trabajo?

El peliverde pensó la manera más sencilla de explicarlo.

–En una película, cuando se ruedan las escenas, no se hacen cronológicamente según dicta el guión. Por ejemplo, si en un largo la primera y última escena son en el mismo sitio, se ruedan del tirón. Es después en montaje cuando se ordenan. También se aprovecha para seleccionar tomas, cortar cagadas, matizar el ritmo...

–Lo mismo que yo hago con tus desastres de libros –Mihawk dio en la llaga con saña.

–¿Y no trabajas de eso?

–Por el momento, sólo en los cortos que he hecho con mis amigos. Aunque un par de veces me han llamado para otros proyectos; también cuando estaba en el grado superior solía ser yo el que se encargaba.

–Así que ruedas cortos con tus amigos.

–Cada uno es especialista en lo suyo –intervino de nuevo Mihawk–. Incluso participan en festivales.

–Sí, ahora esperamos a ver si entramos en la sección oficial de uno.

–¿Pero esperáis dedicaros a eso profesionalmente?

–Algunos de los que están con nosotros son profesionales. Aun así, Luffy será algún día un gran director, y tal y como es él dudo que no se empeñe en tirar de todos nosotros.

Dejado claro que Zoro no era un nini sin futuro, rodeado de otros ninis sin futuro, y que tenía proyectos propios alejados de ser el mantenido de un hombre con veinte años más que él, la comida llegó a la mesa.

–¿Y cómo os ha ido el trabajo esta noche? –preguntó el joven.

–Tedioso –respondió Mihawk si rodeos.

–No lo digas así, va a pensar que soy el típico escritor de novelas aburridas.

–¿Qué clase novelas escribes?

–De todo un poco, no me gusta encasillarme en un sólo género. En esta última casi rozo el género policial y la novela negra. Va de un viejo gánster retirado que recuerda a su primer mentor cuando era niño. Es un poco autobiográfica por...

Paró en seco, Zoro fingía por todos los medios de mostrar interés, no obstante, su cara de aburrimiento era insultantemente evidente. Mientras tanto, Mihawk intentaba que el pelirrojo no se percatara de lo divertido que le resultaba aquello. Resopló resignado. Sí que se llevaba bien esos dos.

El móvil del joven dio un timbrazo.

–Ah, Luffy me ha mandado un mensaje voz. ¿Os importa si lo oigo aquí?

Los dos mayores le dieron el visto bueno. Sin más puso ese mensaje.

–¡ZOROOOO! –el grito del simio de su amigo se propagó por todo el restaurante, le sobresaltó y casi se le cae el móvil en el risotto. Se aturrulló bajando el volumen–. ¡No te lo vas a creer! ¿Te acuerdas de las novelas que nos leíamos en el instituto! ¡Las de piratas que escribía ese tal Le Roux! ¡Acabo de ver un tráiler! ¡Van hacer una película, Zoro, una película! Vaya mierda que se nos hayan adelantado... ¡Pero que ganas de ir al cine!

Eso fue todo. Tras el mensaje siguió en el restaurante un pausado silencio en el que se les permitió, tanto a camareros como clientes, que recobraran el aliento. En la mesa, los tres se recuperaron más lentos de la conmoción: el peliverde por la vergüenza y sus ansias asesinas hacia su amigo, los dos mayores por la información del mensaje.

–¿Le... Le Roux? –preguntó Shanks, repentinamente nervioso.

–Eh, sí. Es un escritor juvenil, en el instituto lo leíamos mucho –la única lectura que Luffy y él habían disfrutado sin que les entrara sueño–. Utiliza un anónimo, nadie sabe quién es. ¿Vosotros le conocéis? Digo, es de vuestro ámbito.

Si Zoro fuese más despierto a la hora de atar cabos, hubiese pensado que roux era rojo en francés, que de casualidad era color de los cabellos del amigo de su novio; también, se habría dado cuenta de que, Shanks, le había dicho hacia menos de un minuto que no le gustaba que le encasillasen y que un anónimo le vendría muy bien en caso de virar hacia la novela juvenil sin que le quitara de escribir otras cosas; para rematar, no le hubiese venido mal recordar que la primera cita que le pidió Mihawk fue en el cine porque quería analizar como una obra literaria pasaba a una cinematográfica, como si fuese algo que tuviese que hacer por trabajo.

–Algo me suena –comentó Mihawk–. Luffy parece muy entusiasmado.

–Esas novelas fueron como la patada que le enviaron a la aventura. Empezó con lo del cine porque quería rodar su propia saga de piratas. Aunque ahora el tema resulta trillado. Algo se le ocurrirá.

–¿Y a ti? –Shanks recuperó el habla–. ¿Te gustaban esas novelas?

Una vez más. Zoro pensó su respuesta.

–Creo que si las leyera con la edad que tengo no las disfrutaría tanto.

–Ya... –dijo decepcionado.

–Salvo una –en esa, los dos mayores le prestaron toda la atención–. Había una que era un poco distinta, se centraba en un personaje que en las otras novelas era más secundario o antagonista. Era una especie de medio pirata, medio espadachín, medio duelista... No sé, me gustaba.

Si Zoro fue incapaz de deducir que Le Roux y Shanks eran la misma persona, en su vida se imaginaría que la novela a la que hacía referencia era distinta porque Mihawk no se limitó a su papel de editor. El peliverde había señalado la única novela que los dos mayores habían escrito a medias y que tenía más de un cincuenta por ciento del carácter de moreno.

Shanks, asombrado, vigiló a su amigo; los ojos dorados de Mihawk se fijaban en Zoro con verdadera adoración. Jamás le había visto esa expresión, con nadie, ni siquiera en su mejor etapa con Hancock.

–¿Ocurre algo? –el joven se rascó la nuca incómodo, él también se hacía dado cuenta de cómo le miraba el mayor.

Mihawk reaccionó; negó la cabeza, carraspeó y dio un nuevo trago de vino. Shanks, dudoso de si soñaba o no, creyó hasta que estaba ruborizado. Una presión dio en su pecho; fingió que no existía y sonrió.

–Disculpadme, voy al baño un segundo.

Desde la puerta de los servicios masculinos, volvió la cabeza por encima del hombro. Los observó. Zoro seguía rascándose el cogote, preocupado. La mano de Mihawk, en tanteos reticentes, quedó encima de la del peliverde. Ese fue el final de la batalla que Shanks dio por perdida. Suspiró por la nariz, sonrió derrotado. Makino tenía razón, estaba muerto de celos.

 

Rato más tarde...

 

Algo había sucedido en ese cuarto de baño, porque cuando Shanks regresó parecía otro. Sin tensiones, sin pullas y sinceramente amigable. Bebía, se reía y alzaba la voz.

–Bueno, Zoro, no quiero que pienses que te tengo a examen. Hablaré yo ahora, seguro que te encantan las anécdotas de cuando íbamos al instituto –dijo e hizo que su amigo, que en ese momento cortaba su solomillo, rallara el plato con el cuchillo en un susto.

El joven, que se había dado cuenta que era la primera vez que el tipo se refería a él con su nombre propio, dio por hecho que al pelirrojo original lo había sustituido un clon de un universo paralero; Mihawk, no menos sobrepasado, reconoció a su amigo de siempre, al que tenía antes de que le confesara su relación con el joven; debió alegrarse por ello. Debió.

–La liábamos tanto que nos castigaban a menudo. Mihawk tuvo que escribir "no robaré las espadas del club de esgrima para hacer duelos" hasta que se le dislocó la mano.

–Shanks, no me hago responsable de mis actos.

El pelirrojo se burló de él en una mueca con la lengua fuera. Mihawk se controló para no apuñalarle en el ojo con el tenedor.

–También en la universidad éramos algo rebeldes. Te acuerdas del día de la piscina, ¿Mihi?

–¿Mihi? –Zoro creyó oír muy mal.

–Ah, qué bello día. Nos colamos por la noche he hicimos una fiesta clandestina, menuda borrachera nos pillamos, no sé cómo no se ahogó nadie, ¿quieres ver una foto?

–Shanks –le interrumpió el moreno, en un rictus–, a Zoro no le interesan unas viejas fo...

–Sí me interesan.

–Ah, pues aquí las tengo. Las encontré de casualidad en una limpieza general y las repliqué en el móvil.

Mihawk se golpeó la frente con la palma de la mano. Zoro tomó el móvil de Shanks con cierto morbo; se irritó en el acto. ¿A qué venía tanta vergüenza si se notaba que el muy idiota había sido el más guapo de todo el campus? Hasta en bañador. La foto brillaba y no era por la iluminación del móvil. ¿Ese se había pasado toda la vida siendo perfecto?

–¿Tienes más como estas?

–Hasta el infinito.

Finalmente, aquella comida terminó. Se despidieron en la calle y Shanks se fue por su lado, no sin antes decirles que repitieran aquello otro día, que traería a Makino y que le encantaría conocer a ese muchacho llamado Luffy. Los otros dos, una vez solos, exhalaron su última gota de fuerza; aún si no hubiesen trasnochado ese día le hubiese resultado más o menos igual de agotador.

–¿Todos los escritores son así de intensos? –le preguntó el joven.

–Lo que me tocan a mi sí –recapacitó–. Por lo menos parece que se ha calmado con todo este tema.

En una pausa, a Zoro le salió un bostezo de esos que saltaban las lágrimas.

–¿Tienes sueño?

–Un poco. Me quedé hasta las tantas hablando con Luffy y Law –se frotó los ojos con una mano–. Pero estoy bien.

–A mí no me vendría mal recuperar algo de sueño. Podríamos ir a casa y descansamos un rato.

–Como quieras. ¿Has aparcado por aquí?

–En realidad, estaba pensando en ir a la tuya. Antes dijiste que estaba cerca.

El corazón del peliverde dijo "hola, adiós, aquí me despido". Analizó la cara del mayor, Mihawk no estaba de broma. En una mueca incómoda, Zoro miró al suelo.

–¿No lo podríamos dejar para otro día? Ni si quiera sé si habrá más gente.

Mihawk lo meditó.

–Así que te quedas con mis fotos, pero yo ni siquiera puedo ver tu casa. No sé si me compensa una relación tan desequilibrada.

–...

Debido a la hora, entre el almuerzo y la siesta, la calle en sí estaba muy silenciosa; con eso, el peliverde estaba casi seguro de que el piso estaba vacío, o por lo menos vacío de algún Luffy, y dicha teoría cobró fuerza conforme entraban en el portal y subían plantas hasta la indicada. Frente a la puerta, Zoro resopló.

–Opino que es innecesario tanto dramatismo –le dijo Mihawk.

–Y yo opino que ya has opinado bastante.

Metió la llave y empujó la puerta. Le dejó pasó al mayor. El salón no estaba en su peor momento, tampoco en el mejor; si el desorden bien no era mucho, las latas de cerveza, los ceniceros plagados de colillas y las varias cajas de pizza de la cena daban, a ese zulo de casa, un aspecto de sucio. Además, detalles técnicos: el apartamento de Mihawk no solo era más grande, también tenía amplios ventanales que daba sensación de inmensidad; en comparación, aquel habitáculo se parecía más a una celda de confinamiento.

–¿Quieres ver la terraza?

La cual también se le hizo pequeña. A él no le molestaba, el cielo se desplegaba sobre sus cabezas y llegaba la brisa, era todo lo que le hacía falta. Pero desde la casa de Mihawk se veía el mar, y lo único que se veía desde la suya era los tendederos de los vecinos con calcetines, bragas y calzoncillos.

–Se nota agradable –esas fueron las palabras del mayor, que no supo si eran sinceras o simple condescendencia, miró con sus ojos ambarinos al joven–. ¿puedo ver tu habitación?

Hubiese preferido que no, pero por segunda vez, lo llevó a través del escueto pasillo que pasaba por el lado de la cocina; donde las tazas y platos del desayuno ahí seguían; y el cuarto de baño. Nuevamente en el salón, abrió la puerta que correspondía al dormitorio del peliverde. Podía ser un tercio de lo que era la de Mihawk. La estantería, la mesa, y la cama individual ocupaban la mitad; sólo el armario adosado economizaba un poco más el espacio. Por lo menos no había basura ni estaba tan desordenado, aunque había cosas por el medio y la cama estaba desecha. La persiana no estaba totalmente echada, la luz se colaba tenue.

Mihawk caminó hacia el centro de la habitación, oteó su alrededor varias veces, sin tocar nada; parecía el visitante de un museo, sin embargo, Zoro tenía muy claro que su cuarto no era una obra de arte.

–Huele a ti.

Mientras el joven agachaba la cabeza para que no le viera su cara ardida, el otro se sentó en la cama, se quitó los zapatos. Miró a Zoro, esperaba que fuera con él. El peliverde inspiró por la nariz, se quitó las zapatillas con los pies. Puso sus manos sobre los hombros del mayor y le empujó suave. Poco a poco, se tumbaron sobre el colchón, Mihawk bocarriba y el peliverde a su lado, con su cabeza sobre la clavícula del mayor. Como aquella vez.

–Nunca te di las gracias por venir a buscarme ese día.

–¿De qué me hablas?

Con los ojos cerrados, acarició sus cabellos verdosos. Notaban el calor que se desprendía del cuerpo del otro, su olor y suavidad. Todavía se mantenía el pacto de nada de sexo; sin embargo, eso no quería decir que no lo desearan.

–Mihawk, se te nota el pantalón.

–Déjalo, se me pasará enseguida.

Quizás, si hubiesen estado en la cama del mayor, con su tamaño doble y su suficiente espacio para que se alejaran el uno del otro en casos como esos. Zoro acarició su pecho por encima de la camisa, su mano descendió hasta la cintura de Mihawk, donde agarró el bajo de la prenda y la sacó por fuera del pantalón; volvió a acariciar su pecho, esta vez bajo la tela. El mayor llenó su pecho. Su cinturón fue desabrochado, la mano del joven se adentraba.

–Zoro...

El masaje empezó pausado, más como una caricia que como un masaje. Mihawk sujetó los cabellos de la nuca del joven; conforme el peliverde aumentaba el ritmo y la presión, el mayor empujaba la frente del joven contra su clavícula. Zoro inspiraba el olor de su pecho, se perdía en sus exhalaciones contenidas, casi mudas.

El líquido caliente se desprendió en la mano del joven. El mayor dejó de hacer presión sobre su cabeza, le soltó el pelo, le volvió a acariciar. Hubo una pausa en la que el peliverde recuperó su mano. Mihawk le tomó de la muñeca. Se miraron.

–Sólo será un momento –le dijo, y atrajo a mano de Zoro hasta su boca.

Lamió su propia esencia derramada y limpió la mano del joven, que se había quedado quieto, absolutamente parado en mente y cuerpo. Aun con eso, no era como las veces anteriores, no creía en él una necesidad de apartarse o resistirse. Miraba a Mihawk y se dejaba llevar por él. El mayor, por último, lamió los dedos del joven, de una manera en la que no podía ser inconsciente de todo lo sugerente que estaba siendo. Fijó el dorado de sus ojos en el peliverde. Abrieron sus bocas para el otro, degustaron su sabor.

–Zoro –susurró su nombre–, tú también...

–No –le detuvo sin romper esa aura calmada–. Todavía es pronto. No te preocupes –sonrió–. Se me pasará.

Mihawk le correspondió la sonrisa. Se dieron un último beso. Se quedaron dormidos.

 

Hasta casi dos horas después...

 

El silencio calmado fue eclipsado a medida que Zoro y Mihawk se despertaban. ¿El motivo? Que a cierto amigo del peliverde se le oía desde antes de que atravesara en el portal.

–¡AVE LA CASA! –entró Luffy en el piso como un elefante en una chatarrería–. Ah, no, si está vacía –y se rió a estentóreas carcajadas.

Zoro se incorporó en la cama con el golpe, miró a Mihawk, se sujetaba la frente como si le doliera la cabeza, aún tenía medio cerebro dormido. El peliverde fue al manillar de la puerta, quizás con la idea de atrancarla. Oyó la voz de Law, de Nami... De todos. Estaban todos ahí. Miró de nuevo a Mihawk, que aún no se recolocaba la ropa; puede que lo mejor fuese darle tiempo. Respiró y, cauto, abrió la puerta.

–¡Zoro! –le llamó el monito–. ¡Ya estás aquí!

–Sí –dijo e intentó no trabarse–, estaba durmiendo la siesta.

Como supuso, parte de la tripulación, junto con Law, estaban allí. Por Nami y Vivi daba igual, ya conocían a Mihawk. Pero por Usopp, Chopper y los tres veteranos era un tanto incómodo.

–Creí que habías quedado con Mihawk para comer –recordó innecesariamente el ojeroso.

–Eh, sí, y eso hemos hecho.

–Qué extraño que hayas dormido aquí la siesta–comentó Robin–. ¿No habréis roto? Quizás por gustos sexuales dispares y turbios relacionados con el BDSM.

–Ya estas con tus cosas retorcidas –se rió Franky, luego, miró serio a Zoro–. ¿Es eso?

–En realidad...

Zoro notó una mano en su hombro en calidad de asilo. Respiró y apartó la puerta. Mihawk; ya a su lado, con la ropa en su sitio y mínimamente peinado; se hizo visible ante los presentes. La cara de sorpresa fue general; Brook casi se le desencaja la mandíbula.

–Eh, que hacéis todos aquí parados –apareció Ace, con su pareja a la espalda.

–Mihawk –le saludó éste con sorpresa ingenua–, ¿cómo tú por aquí?

–Marco –sonó más aliviado de lo que nunca hubiese pretendido–. Cuánto tiempo.

Ambos se adelantaron a darse la mano como caballeros. Eso suavizó el estallido de la sorpresa, Mihawk saludó a los que ya conocía y se presentó educado a los que no; consta decir que Robin parecía muy admirada y, por ello, Franky algo incómodo. Usopp y Chopper estaban tan intimidados que temblaban.

Después de eso, como tantas otras veces, se organizaron en la terraza. Mihawk se incorporó bien en el grupo, no sólo por Marco, con Robin, una devoradora de libros profesional, tuvo mucho en común.

–Así que eres editor –comentó la mujer–. Igual que Zoro. Qué tierno.

Parecía a gusto y relajado; eso se lo inspiraba a Zoro, aunque ciertos recuerdos no dejaran de agujerearle la cabeza como una metralleta.

–Zoro –se acercó Mihawk a él, en la esquina más apartada de la terraza–. ¿Quieres que me vaya? A lo mejor se te hace demasiado incómodo.

–¿Qué? No, para nada –se lo pensó mejor–. Bueno, no más de lo normal. Pero aun así, si quieres quedarte...

Mihawk le mostró una sonrisa, preocupada, pero sincera. El peliverde notó la caricia del otro sobre sus cabellos, por encima de la oreja; los dedos del mayor rozaron sus pendientes, los hizo titilar; su mano sujetó la barbilla del joven. En la intimidad, Mihawk no dudaba en besarle en momentos como ese; de cara al público, aún les costaba incluso ir de la mano por la calle aunque fuera solo cinco minutos. Para Zoro, la caricia hubiese sido más que suficiente. Por eso, cuando le besó en los labios, se le paró el pecho.

Aquello duró menos que media milésimas. Sus labios se separaron; Zoro apenas reaccionaba o digería ante lo que acaba de ocurrir. Si despertó fue porque, en un par de segundos más, se dio cuenta del silencio al que había sucumbido la terraza.

En un repullo que a Zoro se le hacía cada vez más rutinario, se encontraron con que eran el centro de atención de la velada. Unos más asombrados que otros puesto que algunos recordaban como el peliverde era puro hermetismo cuando salía con el rubio.

–¿Podéis repetirlo? –preguntó Nami con la cámara de su móvil preparada– Quiero enseñárselo a Vivi.

–Pero si Vivi está a tu lado –le recordó el narizotas.

–Es igual –dijo la peliazul–. A mí se me olvida.

–Yo también quiero una –pidió Robin con elegancia.

–Y yo –levantó el pecoso la mano–. Si a Mihawk no le importa que tenga una foto de su chico, claro.

–Si es por Zoro, entonces es a él al que le debería de importar –respondió espontáneo, aunque con los ojos entrecerrados.

Regresaron las risas, de nuevo, la pareja se integró en el grupo. Los recuerdos de Zoro no le volvieron a atacar, ni un sólo instante.

 

Continuará...


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