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Runner por Rising Sloth

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Capítulo 15. Retirada estratégica

 

Conforme recuperaba la consciencia, el peso de su agotamiento se hacía más presente. Y su dolor de cabeza. Resaca. En un gemido de molestia, se llevó la mano a la frente y abrió un poco los ojos; estaba oscuro, casi ni se percibía la luz detrás de la persiana; por el olor reconoció la cama de Mihawk, estaba en su cuarto. Con esfuerzo, se giró hacia el otro lado, los números del reloj digital le indicaban que era bastante tarde; notó la arena en sus pies, la sequedad de su pelo debido a la sal del mar. Recordó que había ido a la playa, con los demás, sin embargo, su memoria estaba muy nublada. De lo último que se acordaba era de...

Lo último que se acordaba era de Sanji.

Las evocaciones del día anterior le venían como olas, desordenadas, sin sentido. ¿Ace empujó a Sanji? Entonces, ¿por qué el peliverde se recordaba así mismo en el suelo? Y todo el mundo encima de él, todo el mundo mirándole. No soportó estar más tiempo tumbado; a pesar del dolor de cabeza, de cierto mareo, se incorporó en la cama. Metió la cabeza entre las rodillas.

Tras un corto rato así, notó como "algo" se subía a la cama, alzó un poco la vista y encontró al gato de Mihawk. El Shanks Gorrón le miraba muy atento, con los ojos abiertos y redondos. Lo siguiente fue el sonido de la puerta. El mayor apareció como una figura a contraluz.

–Lo siento, te ha despertado –se refirió al felino–, creí que había cerrado antes.

–Es igual, ya estaba despierto.

El gato se pasó por las piernas plegadas del peliverde. Mihawk se acercó a la cama; tuvo la delicadeza de no subir las persianas, en vez de eso, encendió la lámpara de la mesita de noche y se sentó en la orilla. Zoro se dejó acariciar cuando el mayor pasó su mano por su pelo lleno de sal del mar, Mihawk tomó su barbilla con cuidado.

–Aún tienes mala cara –y cubrió la frente del joven–. Por lo menos no tienes fiebre.

–No recuerdo casi nada de lo de ayer –la presencia de Mihawk en su memoria era vaga, irreal–. Creo que monté un circo.

El mayor apartó la mano, sin dejar de mirarle.

–Padecer de ansiedad no es ningún circo. Aun así, no fuiste tú el que lo montaste.

Al peliverde se le vino todo el tema de la corbata. Un sabor amargo llegó hasta su boca.

–Necesitas comer –le dijo Mihawk–. Descansa un rato más, te prepararé algo y te lo traeré aquí.

–Espera, ¿vas a traerme el desayuno a la cama? –se enrojeció–. No hace falta. No estoy inválido.

–Estás convaleciente. Cuanto más reposo guardes mejor.

–Prefiero ducharme. Desayunaré en el salón.

El mayor cedió a regañadientes.

–Ni se te ocurra echar el pestillo. Si te desmallas tendré que tirar la puerta abajo.

–¡Deja de tratarme como a un niño! –se volvió a enrojecer, hasta las orejas.

 

Unos quince minutos después...

 

La ducha le espabiló un poco, sobre todo le relajó. Cuando salió al salón estaba mucho más tranquilo, permitió que le envolviera el ambiente pacífico de aquella mañana. Y Mihawk. El mayor colocaba el último plato en la mesa cuando llegó el peliverde. Zoro se sorprendió ante tanto esmero; parecía más una mezcla entre desayuno inglés y almuerzo; sandwich, salchichas, huevo frito, zumo y café. Aunque, dada la hora, era más un almuerzo que un desayuno. Mihawk, además, había preparado un menú casi idéntico para él.

–¿Te encuentras mejor?

–¿Hum? Ah, sí. Estoy más despierto.

Ambos se sentaron. Mihawk tomó su taza. Zoro observó el plato, recogió medio sandwich, aún caliente, y se lo llevó a la boca. Masticó el pan crujiente, el jamón fresco y el queso derretido; tenía ese sabor de plato simple, pero elaborado con cariño; estaba muy bueno. Viró sus ojos hacia el otro lado del ventanal; era un día luminoso, con el mar calmado, una brisa fresca se colaba a través de la rendija. Y Mihawk a su lado. No había ningún problema, ningún peligro. Todo estaba bien.

Al tragar, se percató de que su garganta era un nudo. Se le humedeció la mirada. Su mano libre cubrió sus ojos al tiempo que se le escapaba un sollozo.

–Zoro –Mihawk tomó el hombro del peliverde de esa manera tan protectora–. Zoro, ¿qué ocurre?

Se perdió en la expresión preocupada de Mihawk. El peliverde recordó la noche anterior, en aquel banco al lado de la playa; Mihawk no había dejado de abrazarle, de velarle. Se secó los ojos.

–Nada. Estoy bien.

Se hizo una pausa, al joven se le hacía muy difícil mantenerle la mirada al mayor. Mihawk habló de nuevo:

–Zoro, a veces las cosas suceden de una manera y la única opción buena es la que acabamos tomado. Entiendo si no eres capaz de culparle a él por lo que sucedió, pero por lo menos no te culpes a ti. Por favor.

El peliverde, en un esfuerzo, le sonrió.

–Lo intentaré.

 

Unas horas antes...

 

Nami aporreó la puerta dos veces. Y otras dos veces más con impaciencia. Se dio cuenta de que la observaban a través de la mirilla.

–Abre, o ahora mismo llamo a la policía para que echen la puerta abajo –dijo; como hacía casi ocho meses; esta vez sin preocupación, tan sólo con un tono frío y distante.

Sanji abrió la puerta. Se miraron. El rubio pareció a punto de decir algo, incluso de forzar una sonrisa formal, pero se abstuvo en el último momento. Nami entró en la casa. Observó el piso, las guisas del apartamiento le daba la sensación de déjà vu.

–¿Pudding no está contigo?

Sanji midió sus palabras.

–Después de que me alterara y la dejara tirada por una corbata que me regaló ayer no he vuelto a saber de ella.

Me lo imaginaba, pensó la pelirroja.

–Si volvéis a hablar tendrás muchas cosas que explicarle, esta vez sin mentiras. De hecho, te aviso de que si tú no le cuentas la verdad lo haré yo. Y no pienses que lo hago por fastidiarte; antes te hacía el favor, pero ahora sí pienso que ella debe saber con qué clase de persona está.

El rubio agachó la mirada, asintió. Nami se emponzoñaba.

–¿Por qué, de todas las cosas que pudiste omitir, no me contaste que le habías dejado un ojo morado a Zoro?

A pesar de que el rubio reprimía todo lo que podía sus emociones, la joven vio se le revolvía todo su interior. Sanji no contestó. Nami no pudo más. Con la mano abierta, abofeteó la cara del rubio; a pesar de la fuerza, fue a ella a la que se le saltaron las lágrimas. Sanji siguió mudo, quieto.

–Imbécil.

Salió de aquel apartamento de un portazo, aún más arrepentida de lo que ya estaba. Ella sí que había sido una imbécil.

 

A la tarde...

 

Zoro se colgó la mochila al hombro, miró a Mihawk, y al gato, los dos observaban al peliverde significativamente enfurruñados.

–Deberías descansar más. A mí no me importa que te quedes conmigo un par de días –repitió por vigésima o trigésima vez.

–Ya he descansado bastante. Si incluso he dormido una siesta de seis horas.

Después de comer, se habían tumbado en el sofá a ver una película, así el peliverde se había quedado como un tronco a los segundos. Ni siquiera se dio cuenta cuando Mihawk le apartó y salió de debajo suya.

–Me parece muy masoquista por tu parte que te empeñes en volver a ese piso hoy mismo.

–Tarde o temprano me tendré que enfrentarme a ellos, si lo retraso más me sentiré mucho peor.

Mihawk estuvo a punto de decir que por retrasarlo un par de días no cambiaba nada. Cedió una vez más. El peliverde estaba decidido, y parecía más recompuesto que esta mañana. Parecía, a pesar de sus ojeras y cierta palidez.

–Tranquilo, estaré bien –le dijo el joven.

Mihawk le sonrió.

–Tienes una voluntad irreductible –entonó con cierta admiración que hizo enrojecer al joven–. Zoro, sé que te estás tomando todo esto como una batalla, y me parece bien. Lo que creo es que, si te sientes agotado no deberías tener la idea de que es una derrota. Hasta los mejores combatientes saben cuando hacer una retirada estratégica para ganar la guerra.

El peliverde le correspondió la sonrisa, divertido por aquella metáfora. Había salido su faceta de editor de novelas, suponía. Se acercó a Mihawk, posó sus manos en los hombros del mayor y besó sus labios; le abrazó y hundió el rostro en la curva de su cuello.

–Creo que fui muy tonto esta mañana cuando no dejé que me trajeras el desayuno a la cama.

Mihawk, en un suspiro que se escapó de su nariz, rodeó el cuerpo del joven con sus brazos, dejó un beso en la oreja de Zoro, en su mandíbula y su cuello.

–Habrá más días –hizo tintinear los pendientes del joven–. Todavía no descarto echarte un par de pastillas y me vuelvas a decir el tipo de cosas que me dijiste ayer.

A Zoro se le pusieron los ojos como platos. Se apartó y miró al mayor a la cara. Mihawk le afiló los ojos.

–Ah, claro, ya me imaginaba que no te acordarías.

–¿Acordarme? ¿De qué?

–Mejor que no lo sepas –se ofendió medio en broma–. Si yo hubiese dicho semejante cursilada también me gustaría que se me olvidara.

El peliverde, por segunda vez en ese día, se enrojeció hasta las orejas.

–¡Qué te den!

Y así de ofuscado se fue con un contundente portazo. Mihawk dejó escapar una risa entre dientes. Observó al gato, deprimido; Zoro había sido la cama perfecta para el peludo durante toda la tarde.

–Ya volverá.

 

Cerca de media hora más tarde...

 

Con cautela, el peliverde giró la llave y abrió la puerta del apartamento. El salón estaba vacío, y el resto del pequeño piso se le presentaba silencioso. En un suspiro cerró. Quizás fuese mejor así, se mentalizaría en el tiempo en que aparecía alguien por allí.

–¡Zoooro!

Un Luffy salvaje apareció en el vano de la terraza, atravesó el pasillo y saltó sobre él. Con el chico abrazado de pies y manos a su cabeza, del fuerte impulso, los dos acabaron de golpe sobre el sofá.

–¡Por fin llegas! ¡No sabíamos si llamarte! ¿¡Estás mejor!?

El monito no se daba cuenta de que su amigo no podía responderle porque, literalmente, le estaba asfixiando con su pecho pegado a la cara del peliverde. Zoro consiguió apartarlo en una bocanada. Le iba a regañar, sin embargo, vio que Luffy no era el único que estaba allí: Nami, Usopp, Chopper y Vivi los miraban si saber si acercarse o no. Zoro tampoco sabía muy bien si quería que se acercaran.

–¿Qué hacéis todos aquí? –preguntó mientras conseguía sentarse y su amigo primate le dejaba algo de espacio.

–¡Nada, nada! –contestó Usopp–. Alguien dijo: "Zoro estará en casa de su novio hasta el otoño". Entonces se abrió debate y decidimos venir unos cuantos para ver si eras tan burro de escapar de los brazos de Mihawk después de lo de...

Se paró en seco y soltó una carcajada nerviosa con los brazos en jarra. Al peliverde no le pasó desapercibido el tembleque de sus piernas. Era tan cómico que ni ofendía.

–Robin y los demás también querían venir y saber como estabas –habló amable la peliazul–. Pero tampoco querían agobiarte, así que hoy sólo somos nosotros.

Zoro se fijó en ese "nosotros". Eran el grupo de origen, los que se conocieron en el instituto o antes. Todos menos Sanji. A pesar de que querían lo contrario, el peliverde sí empezó a agobiarse.

–Estábamos preocupados –le soltó sincero Luffy–. Si hasta Nami ha dicho hace un momento que te quiere regalar una botella de vino.

–¡Yo no he dicho eso! –se aturrulló ella.

–Sí que lo has dicho. Te has puesto a mirar al cielo, te has quedado callada un rato y has dicho "Una botella seguro que le haría feliz".

–¡Sólo pensaba en voz alta! Además, ¿quién dice que pensara en Zoro?

Peliverde y pelirroja se miraron; él mitad sorprendido, ella mitad a la defensiva.

–Si la botella no era para mí, mejor –dijo Zoro con displicencia–. A saber por cuanto me saldrían los intereses.

Nami se le abalanzó. Si el otro no se llevó el capón fue porque Usopp y Vivi la agarraron con fuerza.

–¡Tranquilízate! ¡Recuerda por qué hemos venido!

–¿¡Qué me tranquilice!? –dijo como una arpía con pelos de serpiente–. ¡Este no sabe la noche que he pasado preocupada por él para que encima me venga con cachondeíto!

Luffy se sujetaba el estómago de las carcajadas, revolcado por el sofá. A Zoro también se le escapó pequeña risa. Fue entonces cuando sintió como, de manera lenta y suave, alguien se abrazaba a él. Chopper, con su cabeza apoyada en el hombro de Zoro, con los ojos llorosos y compungidos, con su corpachón de culturista.

–¿Qué... Qué haces? –preguntó con la mayor naturalidad que pudo.

Nami dejó de forcejear. Se fijaron en Chopper.

–Lo siento mucho –le tembló su voz de pito.

A Usopp también se le humedecieron los ojos. Se lanzó a abrazarle, seguido de Luffy que se tiró encima como un jugador de rugby. Rodaron todos hacia el suelo.

–¡Usopp, cretino! ¡Me has metido tu nariz en el ojo!

–¡No ha sido culpa mía! ¡El bestia de Luffy se me ha echado encima!

–¡Como si yo tuviera la culpa de que no te hayas hecho la rinoplastia! –canturreó el monito.

Conforme la risa tonta ganaba terreno el ambiente se hacía más cálido.

 

Casi cuatro horas más tarde...

 

Nami y Vivi salieron del portal, se encaminaron juntas hacia la parada del autobús. Habían pasado una buena tarde-noche, relajada, natural; incluso hubo ciertos instantes que se olvidaron de que les costaba respirar. Quizás fue porque Zoro no había hecho comentario alguno sobre lo sucedido en la playa, ni nada que tuviese que ver con Sanji; y ellos, a tientas, le habían seguido el juego.

–Es un cabezota –resopló la pelirroja–. Tan empeñado en aparentar que no ocurre nada. Si tenía unas ojeras le llegaban al suelo.

–Por lo menos se le veía receptivo y comunicativo.

Nami pensó en ello.

–Seguramente es gracias a Mihawk. No me extraña que Zoro se haya apegado tanto a él, la manera en que lo cuida... Él ha estado más al pie del cañón en los últimos meses que nosotros en estos últimos años.

La peliazul la observó preocupada. La noche anterior había sido difícil. Más de uno pidió una explicación a los tres que habían ido con Mihawk a asistir a Zoro. Marco y Law, más que medianamente discretos. le contaron lo que sucedió cuando Zoro y Sanji cortaron. Comprendieron por qué el peliverde actuó de aquella manera con el rubio, por qué desapareció durante varias semanas.

–La verdadera pregunta –la voz de Robin hizo a un lado el momentáneo silencio–. Es si aquello sólo sucedió esa vez. Todos vimos como su relación se enturbiaba cada día más, lo que ignoramos es si esa agresión fue el final o algo que había ido pasando hasta que Law lo descubrió.

Entonces, Ace, que se había mantenido distante saltó.

–¿De verdad creéis que eso es lo que importa? ¿Tiene que haber una lista de puñetazos y patadas para que dejéis de catalogarlo en una "inocente" relación tóxica? El daño físico no es la única forma de maltrato.

Maltrato. El pecoso hacía casi un año que se había enterado de toda aquella situación, que la había digerido por más horrible que le resultase; por eso él usaba esa palabra hasta con arrogancia. Sin embargo, el primer impulso de los demás fue rechazarla. Aceptar que un amigo, uno como Zoro que siempre había sido símbolo de fortaleza, fuese maltratado; aceptar que un amigo como Sanji, en cuya esencia residía una amabilidad cálida, fuese un maltratador. El "no" retumbó sus pensamientos, sin embargo, aquella verdad, con cada recuerdo en retrospectiva, se hacía más absoluta.

–Por más que quiera no entiendo como no pudimos verlo –siguió Nami.

Vivi aguardó un instante.

–Estaban encerrados en sí mismos. Recuerdo preguntarles... Ninguno de los dos quería que les ayudáramos. Se negaban.

La pelirroja detuvo el paso, la otra también, preocupada.

–Tú por lo menos lo intentaste –le sonrió con tristeza– Vivi, ya me cuesta perdonarme esto, pero sería incapaz de existir si a nosotras nos sucediese lo mismo.

–¿Hum? ¿Pero a qué viene eso? –rió amable.

–Lo digo en serio –meditó las palabras–. Ahora mismo, somos sólo tú y yo, y durante mucho tiempo me ha gustado que fuera así. No quería añadir ni quitar nada.

–Lo sé –quiso tranquilizarla–, a mí me ha pasado lo mismo.

–Pero tú te cansaste de eso antes que yo –le dijo con suavidad–. Vivi, yo también quiero que seamos pareja delante de todos, compartir lo feliz que me siento contigo, besarte y estar todo lo cariñosa que quiera sin impórtame si estamos en público o en privado. Pero a la vez me da muchísimo miedo. Tengo la sensación de que voy a perderte –tomó aire–. Pero este nuevo miedo es mucho peor, si nos pasara los mismo que a Zoro y Sanji, si nadie lo supiera... No quiero eso, si algo sucede quiero que tengas personas que te respalden, en las que apoyarte.

Una sonrisa comprensiva se mostró en el rostro de la peliazul. Vivi rebasó la poca distancia y abrazó a la pelirroja.

–Yo también tengo miedo, cada vez que pienso en decírselo a los demás me aterrorizo. Pero estamos juntas, y tenemos derecho a estarlo.

Nami la aferró. Se mantuvieron así durante un instante largo. Luego, se separaron; la pelirroja apartó un mechón azul de su rostro con cuidado, besó su mejilla y se dieron un beso en los labios. Siguieron su camino, de la mano.

–Nami, ¿te acuerdas cómo Ace y Zoro nos dijeron que estaban juntos?

–¿Cómo olvidarlo? –dijo divertida–. Fueron los primeros del grupo en salir del armario. Nadie se lo imaginaba y, de repente, una tarde aparecen en el sótano de la casa del abuelo de Luffy, dados de la mano.

Igual que ellas en ese mismo presente.

–Sí, estaban los dos muy nerviosos, y a nosotros nos costó entender que estaban diciendo.

–Ace aguantaba más firme, pero Zoro casi que sólo podía mirar al suelo. Ahí sí que era un crío, tan asustado –rió– No se soltaron de la mano en ningún momento. Se dejaron blancos los nudillos.

–Fue un momento muy bonito –la miró a los ojos–. Me gustaría que lo hiciéramos así. Tal y como estamos ahora.

Nami sujetó con más fuerza la mano de Vivi.

–Así lo haremos.

 

Quince minutos más tarde...

 

Chopper, muy a su pesar, se fue incluso antes de que las dos chicas se retiraran. Y ahora le tocaba a Usopp. El joven de la nariz larga estaba ya al otro lado de la puerta del piso, frente a Luffy y a Zoro que se mantuvieron dentro.

–Bueno, pues ya me avisaréis para que el Gran Usopp os de otra paliza a los videojuegos.

–¡Claro! –le animó Luffy al tiempo que el peliverde resoplaba con paciencia.

Usopp se fijó en su amigo.

–Oye, Zoro, sé que no has querido hablar de ello. Sólo quería decirte que lo siento, de verdad. Soy un bocazas, incluso peor que Luffy.

–¡Oye!

–Y sé que más de una vez he hecho comentarios que no venían a cuento, y de mal gusto.

–Déjalo. Ahora no te obsesiones con eso.

–Obsesionarme, no, ¡Ah! Ni siquiera sé como explicarme. De verdad, si suelto cosas que te molestan dímelo, ninguno podemos saber como estás si te lo callas todo para ti.

Zoro se quedó un tanto cortado. Asintió. Usopp, más tranquilo, se despidió con el símbolo de la paz. Luffy se lo devolvió y Zoro resopló una vez más. La puerta se cerró, se respiró una calma silenciosa en el piso.

El peliverde fue a la terraza, las noches eran cada vez más agradables ahí fuera. Caminó hasta el sofá y se tumbó boca arriba, con los brazos cruzados de almohada. Bajó los párpados. Oyó los pasos del monito; notó su peso sobre su propio cuerpo, como se aferraba a su camiseta.

–Eh, no empieces tú también.

Luffy hundió más la cara en el pecho del peliverde.

–Me cabree mucho. Cuando desapareciste esas semanas después de que estrenáramos este piso, me cabree muchísimo contigo. Y en realidad, casi todo el tiempo que saliste con Sanji, estuve enfadado.

La boca de Zoro se estiró en una media sonrisa.

–Menos mal que lo hiciste.

Luffy le miró sin entender.

–Eras el único que decía algo. No dejaste que Sanji me arrastrara hasta el final. Si no fuera por ti y por tus quejas no se me ocurre de qué manera hubiese cortado con él.

Luffy le observó sin mucho convencimiento.

–Es raro –continuó el monito–, porque sigo pensando que es mi amigo, pero yo mismo quisiera ahora meterle un puñetazo en la boca del estómago.

El peliverde le miró a los ojos, vio que hablaba en serio. Se incorporó, aún con el otro sentado en su regazo.

–No quiero que ahora todos hagáis bando contra él.

Luffy le mostró una sonrisa extraña, triste y poco propia de él.

–Y no lo haremos. Sé que el Sanji de antes volverá, esperaremos hasta entonces. Después de todo, tú lo tenías más difícil y volviste. Aunque me hubiese gustado que me pidieras ayuda.

Zoro agachó la mirada. El otro esperó un instante; recogió la cabeza del peliverde entre sus manos, juntó frente con frente.

–Zoro, ésta bien si le odias, si nunca le perdonas y no quieres volver a verle.

El peliverde notó la presión del pecho, el nudo en la garganta. Luffy le abrazó por el cuello.

–No te dejaremos solo otra vez.

Zoro no correspondió, no era capaz, se había quedado paralizado. Se le humedecieron los ojos. No lo entendía, no era capaz de comprender como Mihawk, Luffy y los demás seguían ahí después de ver lo peor de él, seguían a su lado. Cerró los párpados, hinchó su pecho, el aire fue liberado. Se centró en el tierno abrazo de Luffy, en esos brazos que le resguardaban. Se permitió un descanso en esa batalla.

 

Continuará...


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