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Runner por Rising Sloth

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Notas del capitulo:

Y aquí comienza el principio del fina. Estos serán los ultimos capitulos. En concreto este que viene sería el penúltimo, pero a lo mejor se convierte en antepenúltimo.

Sea como sea, ya estamos en la recta final

Capítulo 18. Un tiempo de descanso.

 

Zoro despertó en un sobresalto. Se encontró tumbado en la cama de Mihawk. Respiró aliviado antes de frotarse los ojos. Había tenido una pesadilla, con Sanji, aunque nada que se reconociera como una estructura narrativa, ni siquiera escenas traídas de su memoria; había sido, más bien, un revoltijo de imágenes, sensaciones y palabras que habían logrado que se sintiera atrapado.

Se giró sobre el colchón, al otro lado estaba la espalda de su pareja. Se acercó y se abrazó a él. La noche anterior se acostaron después de muchísimo tiempo. Se había entregado a él, y a si mismo, de manera incondicional y fuera de culpas, algo que le hizo pensar, antes de que se durmiera, que ya estaba curado. Como si fuese tan fácil. Sabía que tenía mucho en su interior de lo que deshacerse, reordenar, comprender de una manera distinta. No, no estaba bien, pero lo estaría.

Su mano estaba sobre el pecho de Mihawk cuando notó como el mayor se la tomaba. El peliverde alzó un poco la cabeza, besó su mejilla y le susurró al oído:

–¿Estás despierto?

Mihawk le miró de reojo con media sonrisa. Zoro le correspondió, besó su cara una vez más, bajó por el cuello del mayor con su boca. Mihawk giró la cabeza un poco más para que sus labios se reencontraran con los del joven. La mano del peliverde acarició el abdomen y la cadera del otro.

–Debes de estar hambriento –dijo el mayor.

–Claro –respondió sugerente el joven entre beso y beso.

–Me refiero a que ayer no cenamos.

–Ah, yo sí –contestó más cotidiano–. Fui de madrugada a la nevera. ¿Quieres que pare y comes algo?

–Ni se te ocurra –soltó en una risa.

La mano de Zoro llegó a la entrepierna de Mihawk, éste contuvo un jadeo al notar su miembro sujeto entre los dedos del joven. Sus labios y sus lenguas se atacaron mientras el peliverde le masturbaba. Lo disfrutaba, ambos lo disfrutaban, y el calor subía. La mano de Zoro se apartó de la virilidad de Mihawk, fue al muslo del mayor; en un arrebato, agarró su pierna y de un tirón dejó la entrada del mayor expuesta.

–¡Hum!

El joven se detuvo. Eso que había oído no había sido un jadeo, ni un gemido de placer, sino una dolorosa queja.

–¿Te encuentras bien?

–Estoy bien, estoy bien. Es sólo que... –pareció avergonzado.

–Te hice daño anoche –se preocupó por el mayor.

–No, por favor, Zoro, claro que no. Si eres tú el que tienes un chichón en la cabeza –se fijó.

–Eso me lo hice yo cayéndome de la cama. Si yo te hice...

–Si no me hubieses hecho lo que me hiciste te hubiese mandado al sofá –le tomó de la barbilla y le besó–. Tranquilízate. No son más que agujetas.

El peliverde le sonrió. Correspondió con otro beso.

–Siento que no tengas el sexo completo que esta mañana esperabas –le dijo Mihawk.

–¿Completo? –se le escapó una risa y recuperó el tono sensual de antes–. ¿Crees que mentí aquella vez? Cuando te dije que sin penetración no se acababan las formas de tener sexo –vio el interés en el mayor–. ¿Quieres que siga?

–Me ofendería si no.

La mano del peliverde volvió al miembro del mayor. Recuperaron los jadeos y el calor se elevó lo suficiente como para que apareciera el sudor. Mihawk notaba los besos y mordiscos de Zoro; llevó su mano tras su espalda, hasta la virilidad del joven y oyó el gemido de placer del peliverde.

Era cierto, esa sesión de sexo fue de todo menos incompleta.

 

Al rato...

 

Mihawk regresó de la ducha. La habitación aún estaba oscura, Zoro dormía boca arriba en la cama, pero suficientes retazos de luz se colaban para que el mayor viera bien que ropa estaba eligiendo. Una se quitó el albornoz y cubrió con unos pantalones, oyó la voz somnolienta de su joven novio:

–Me gusta ver como te vistes.

Se giró con un sonrisa. El peliverde seguía tumbado, desnudo. Mihawk se sentó en la orilla y acarició su torso desde debajo del ombligo hasta el cuello; notó la espalda de Zoro curvarse, tan sólo un poco; colocó la mano en su mejilla.

–Deberías comer algo. Dúchate, yo iré preparándolo todo.

–Está bien.

Tras un beso se separaron. El mayor fue a la cocina, donde, en una de las dos sillas, le esperaba su desgreñado gato.

–Un momento que ponga él café al fuego y ahora te echo tu pienso.

–Miau –pareció de acuerdo, más después de que su dueño le acariciara la cabeza.

Justo sacó la cafetera cuando oyó la puerta de la calle abrirse. Resopló consciente de lo que venía.

–¡Buenos días! –saludó Shanks de un portazo. En un par de pasos se plantó en la cocina–. ¿Qué tal está esta mañana mi querido amigo?

–Pregúntale a él, quien quiera que sea.

–Ya vestido y preparando el desayuno. ¡Muy bien! –se sentó en la silla que quedaba libre, ignorando las miradas recelosas del gato–. Hoy nos espera una dura jornada. Ni te imaginas la de ideas que se me han ocurrido para la novela.

–Mientras tengan algún sentido... –dijo, al tiempo que levantaba el brazo hacía el armarito superior en busca de café–. ¡Hum!

Mihawk se tragó de malas esa queja, el final de su columna vertebral había recibido un certero latigazo.

–Vaya –se rió el pelirrojo–. El señor Mihawk con lumbago. Reconozco que no esperaba en esta verte así tan pronto. ¿Te encuentras bien?

–Perfectamente, ha sido una mala postura esta noche.

Shanks se le quedó mirando, esa frase había sido rara, ambigua. Se fijó en que la mano de su amigo seguía asistiendo la dolorida zona; analizó que zona exacta de la espalda era. Rumió ciertos pensamientos, ciertos pensamientos que no quería rumiar, pero que aún así los rumió. Se aterró.

–¡Mihawk!

–¿Y ahora por qué lloriqueas?

–¡Yo no lloriqueo! –lloriqueó–. Eres tú el que se ríe en mi cara con eso de "una mala postura esta noche".

En vez de una respuesta apática y/o hiriente, lo normal en Mihawk, el de mirada rapaz se enrojeció y, por primera vez en toda la existencia que llevaban juntos, le apartó con vergüenza sus ojos dorados.

–No sé qué me quieres decir con eso.

Era inevitable, el Shanks de hacía unos meses, el de cuando Mihawk y Zoro empezaron de novios, había vuelto; y sólo veía como un malvado demonio cabeza arbusto le arrebataba de sus brazos a su inocente amigo para llevárselo al más depravado de los infiernos y abusar de él.

–Buenos días –apareció el peliverde.

En un vuelco, el pelirrojo miró al joven. Zoro a penas se cubría con una toalla en la cintura; y se había secado mal porque el pelo aún se le veía mojado y algunas gotas caían sobre sus hombros y pecho; se le notaban sospechosas marcas de distinto tipo por toda la superficie de su cuerpo. ¿Y qué mierda significaba ese chichón en la frente?

–¡Ni buenos días ni nada!

–¿Qué le pasa hoy a este? –le preguntó a Mihawk.

–A saber. ¿Puedes darle de comer a Shanks? Está cada vez más impaciente.

–Claro. Ven, Shanks, que te pongo tu pienso.

–Miau.

–¡Dejad de llamar al gato por mi nombre! –se levantó con un golpe en la mesa–. Y tú, sugar baby, te parece normal ir en cueros y con tus partes al aire en una casa que no es tuya, ¿no qué?

Zoro le devolvió la mirada con una expresión neutra. A continuación, se apoyó con las manos de espalda en la encimera, exponía así más su pecho mojado, y el resto de su cuerpo en general.

–¿A ti te molesta que vaya así por tu casa? –le preguntó a Mihawk

Shanks vio como los ojos de su amigo se paseaban por la anatomía del peliverde con esmero.

–No.

Al pelirrojo le iba a dar un paro cardíaco. Sin embargo, como si ya no hubiese sido suficiente, el peliverde se giró para alcanzar el pienso del gato, lo que hizo que le diera la espalda a Mihawk. Su amigo abrió los ojos.

–Zoro, ¿qué es eso?

–¿El qué?

–Tu nuca, está roja.

–¿Ah, sí? Que raro, yo no me noto nada.

–Si tiene hasta que escocerte –resopló–. Claro, ayer me sujeté muy fuerte de tu pelo. ¿Por qué no me lo dijiste?

–No me estaba dando mucha cuenta.

–Será mejor que te pongas un poco de hielo.

Dijo y se dispuso, tras olvidar lo que había pasado hacía unos segundos, a inclinarse hacia el frigorífico. Un nuevo latigazo dio en su espalda. Pero no fue él el que se quejó.

–¡Aaaah! –gritó Shanks–. ¡No os soporto más!

Tanto Mihawk como Zoro se quedaron mirando por donde el pelirrojo se había ido. No le dieron más vueltas y pusieron su desayuno al ya demasiado impaciente gato.

 

A la tarde...

 

Se había pasado la mañana con Mihawk, y había comido juntos. No obstante, la jornada de trabajo que le esperaba con Shanks no había sido cancelada del todo. Cuando el pelirrojo se tranquilizó, tras lo que fuera que le hubiera espantado, llamó a Mihawk. Los dos aprovecharían lo que quedaba de día, y noche, para dejar cerrados ciertos temas de la novela.

–Es peor que un niño –se quejó el mayor.

A Zoro no le importó, le dijo que se iría esa noche a su piso; se sentía con fuerzas para dormir allí, incluso le apetecía. Mihawk dudó, pero esta vez el peliverde no parecía estar haciendo un esfuerzo sobrehumano. El joven preparó una mochila y se despidieron.

–Mihawk –le dijo antes de irse–. Cuando estés recuperado, si no te duele mucho la espalda...

–No vayas por ahí –le advirtió levemente ofendido.

–Podríamos salir a correr. Al parque Shabondy esta vez.

El mayor le tomó de la barbilla, le besó en los labios.

–Sí, no estaría mal. Así, si te agotas, podemos descansar en esa cafetería.

–No vayas tú por ahí –ahora se ofendió el joven–. Admito que este tiempo he estado muy desconcentrado, pero tengo una buena forma física, no necesito que me trates con guantes de seda. Es más, como note que ralentizas el paso corto contigo.

Mihawk sonrió con un aire de reto.

–Te enseñaré a medir a quién estas desafiando, Roronoa.

 

Cerca de media hora después...

 

Zoro se ajustó la gorra de Mihawk; tal y como habían estado sus amigos con él no le apetecía que le preguntaran por el chichón de la frente; y entró por la puerta. El salón estaba tranquilo, silencioso, casi podría llegarse a pensar que no había nadie, pero no era así.

El peliverde encontró a Luffy nada más apartó la puerta. Estaba en el sofá, tirado, y Law encima suya. El estudiante de medicina dormía con la cabeza en el pecho del chico, tan profundamente como Zoro jamás hubiese imaginado. Luffy, por su parte, acariciaba sus cabellos con ternura inusual en él; se detuvo para mirar a su amigo.

Ambos se saludaron con un movimiento de barbilla. Luffy puso delante de su boca el dedo índice, Zoro lo comprendió y los dejó solos en ese pacífico silencio que únicamente era posible entre ellos dos.

 

Algún día de la semana siguiente...

 

Desde que empezaron con los estiramientos a la entrada del Parque Shabondy, los dos se picaba el uno al otro. Sobre todo Zoro, que se sentía muy confiado, levemente arrogante. En esas tesituras, comenzaron la carrera.

Al principio todo bien, los dos iban a buen ritmo, hombro con hombro. Sin embargo, a los pocos minutos, Mihawk se puso en cabeza a un par de pasos del peliverde.

–Lo siento –se disculpó con falsa pena y petulancia–. Pero esto es lo más lento que sé ir.

Como no podía ser de otra forma, a Zoro se le hinchó la vena de la frente de pura indignación. Aceleró, pero al instante que logró ponerse a la altura de Mihawk, el mayor volvió a adelantarle. Así una segunda vez, y una tercera, una cuarta...

–Lo estás disfrutando, ¿verdad?

–Ah, todavía sigues ahí. Creí que aún estabas al principio del recorrido.

Ni le faltaba el aliento, posiblemente ni sudara. Zoro se encabronó, metió un sprint, con tan mala suerte que, al atravesar un cruce, una persona se le puso en medio antes de que rebasara a Mihawk. Atropelló a la persona que tenía delante y los dos acabaron en el suelo de culo.

–Zoro –Mihawk se detuvo al oír el siniestro, fue a por el joven–. ¿Estás bien?

–Sí, sí –aceptó la mano de Mihawk y se incorporó–. Sólo has sido una caída tonta.

Repararon en la otra persona accidentada. Mihawk estuvo a punto de socorrerla también, pero se lo pensó mejor y prefirió que le mordiera una cobra.

–Hancock...

–Buenos días a ti también, Mihawk –espetó ella mientras se sacudía un poco su ropa deportiva y se ajustaba la coleta.

–¿Os conocéis? –preguntó el joven.

El mayor reaccionó con sorpresa ante esa pregunta planteada con tanta ingenuidad; en su cabeza Zoro ya conocía a Hancock de aquel día en la playa; recordó las lagunas de memoria que tuvo el peliverde, más lo que se precipitaron las cosas, comprendió que era imposible que la hubiese visto, ni percibido siquiera. La mujer, por su parte, entrecerró los ojos, se acercó al joven y, para sorpresa de Zoro, le agarró la mandíbula; nada que ver con el gesto suave de Mihawk, la tal Hancock le agarró como si su mano fuese la garra de un águila.

–Vaya –dijo ella a la vez que movía la cabeza del peliverde como un muñeco–. Casi ni te he reconocido sin tu nariz sangrante y lloriqueos de cordero desvalido. Ahora hasta pareces mayor de lo que me dijo Shanks –le soltó–. Mis condolencias.

–¿Con... Condolecias?

–No le hagas caso –le avisó Mihawk–. Vive en la idea de que yo fui al único que había que aguantar.

–Ambos sabemos la gran diferencia entre aguantar una piedra y aguantar un regalo. Tú eres la piedra.

–Sublime la metáfora. A veces no sé ni como se venden tus libros.

–Oh, Mihawk, pobre de ti, que odias los libros que me editas porque sabes que es lo único que te queda de la divinidad de la belleza que un día tuviste en tus brazos y jamás recuperaras.

–¿Eres su ex-mujer?

La pregunta de Zoro cortó el combate verbal; algo que salvó la vida de Mihawk puesto que su presión arterial se estaba disparando; los dos miraron al peliverde.

–Mihawk, sé que tienes un fetiche con los veinteañeros, pero los hay más despiertos.

–Yo no tengo un fetiche con los veinteañeros.

–Ah, ¿no? ¿Cuántos años tenías tú cuando nos conocimos?

–Treinta y tres.

–¿Y yo?

–Veintiu...

Se quedó espantado; alternó su mirada entre su antigua pareja y su nueva. Hancock a penas le dio importancia.

–Ahora, si no os importa, sigo mi ruta. Y tú –le advirtió a Zoro–. La próxima vez que te pongas en mi camino te patearé hasta que te eches a un lado. Lo he hecho con cachorritos de labrador y no me temblará el pulso contigo.

La espalda de aquella mujer desapareció haciendo footing.

Mihawk se fijó en la mueca del peliverde al observar el camino por donde se ha ido Hancock; sintió que se mareaba. No era como si hubiese pensado nunca en la diferencia de edad, en que le sacaba del doble de años, sin embargo, no le había prestado atención a que repetía un patrón. No, no, a él no le empezó a gustar Zoro por lo joven que era, sino a pesar de eso. O tal vez eso era la mentira que se contaba así mismo.

–Es bastante atractiva –dijo Zoro con incomodidad.

Mihawk le observó, más sorprendido que antes.

–Acabas de oír que Hancock tenía la misma edad que tú cuando empezamos a salir.

Zoro le miró con duda.

–Tú siempre me has tratado como a un igual, me has dado espacio para que tome mis propias decisiones, me has cuidado. Que me dobles la edad para mi es lo de menos.

Con aquellas palabras, hizo que Mihawk se cohibiera, un don con el que había nacido el peliverde y del que para nada era consciente. De hecho, siguió más preocupado por la ex-mujer de su pareja.

–Es que, ya sabes, como es escritora no me la esperaba tan así –se rascó el cogote–. Y tiene un carácter. Tampoco parece tonta.

–Zoro –se tuvo que reír–. Estas celoso.

El joven pegó un repullo.

–No, no es eso. Tan sólo es que al veros a los dos de repente habéis encajado muy bien. Hasta discutiendo –se pasó la mano por la mabdíbula–. Y tenéis algún que otro gesto similar.

Mantenía su faceta de tipo duro e indiferente, se percataba poco de que era un libro abierto. Mihawk, enternecido, se acercó a él; colocó una mano en el hombro de Zoro. Le dijo en voz baja:

–Y con todo eso es contigo con quien quiero estar.

Se puso como un tomate. Mihawk soltó una risa suave, le besó en los labios, tomó su mano. Zoro se se dio cuenta de que ya no era tan temprano, que había más gente en ese parque y, por tanto, alrededor de ellos dos.

–Vamos, la cafetería del parque ya debe de estar abierta.

El joven, mientras era llevado, se recompuso. Recuperó su sonrisa arrogante.

–Así que reconoces tu derrota ante mi.

–Disculpa, ¿en qué momento me has adelantado que yo no me he dado cuenta?

–Te has retirado del juego antes de que lo consiguiera, eso te descalifica.

–Eso no te da la victoria.

–Tampoco me la quita.

Al final, corrieron hasta la cafetería.

 

A la noche...

 

Mihawk leía recostado en la cama, a la luz de la pequeña lámpara de la mesita de noche. Oyó un carraspeó y alzó la mirada. Se encontró al peliverde en el vano de la puerta, apoyado por el hombro y de brazos cruzados; con una camiseta básica, blanca, de mangas cortas y un pantalón, negro, corto. Vio que le joven le sonría en un intento de naturalidad, se fijó de nuevo en su ropa. Sonrió.

–¿A eso has ido antes a tu piso?

–Pensé que lo echarías de menos.

Zoro se acercó a la cama, de manera que ya no hubo duda. El peliverde no llevaba unos pantalones, sino una falda. Se sentó a horcajadas sobre Mihawk, que apartó el libro para sentarse mejor y besarle.

–Es de la etapa que estuve con Kiku. Se empeñó en explicarme que la ropa no tiene nada que ver con el género que uno se identifica –se encogió de hombros–. O algo así.

–Por mi no hay ningún problema. Aún estamos a tiempo de reservar en algún sitio cerca de la playa para que la puedas lucir.

–Seguro, pero no. Si este experimento tenía un objetivo era demostrarme que la gente se viste con la ropa que se sienta menos disfrazado.

–Una lástima, esta falda te hace una piernas preciosas.

–Lo sé.

Se besaron, Mihawk subió sus manos por las piernas de Zoro, hasta llevarla a sus muslos y meterlas por debajo de la falda. El peliverde notó como apretaba la carne entre sus dedos, jadeó en la boca del otro. El mayor apartó una de sus manos del agarre, subió por la cadera del joven, por su cintura hasta su pecho.

Zoro percibió algo raro, por como Mihawk tocaba sus pectorales, como si buscara algo; se apartó un poco y le miró con interrogantes.

–Pensé que el disfraz también incluiría ropa interior.

El peliverde se ruborizó.

–Tengo la espalda demasiado ancha para un sujetador cualquiera. Uno de mi medida era algo caro para un simple teatrucho de cama. Siento decepcionarte.

–No estoy decepcionado, al contrario. Quería compensarte. ¿Nunca has jugado con un sujetador?

Zoro alzó una ceja. A Mihawk le dio la impresión de que sí había jugado con un sujetador, pero para usarlo de tirachinas en alguna gamberrada de críos, lo más posible. Con suavidad, tomó su cara, fue besando sus labios.

–Si lo tuvieras, mientras te beso, una mano iría a uno de tus pechos.

La mano derecha de Mihawk bajó por su cuerpo; Zoro notó como esta se ajustaba en su pectoral. Contuvo un corto instante la respiración; el mayor bajó la otra mano hacia el pecho que quedaba libre. Éste llevó su boca al oído del joven.

–Lo más seguro es que, con el sujetador puesto, querrías que me deshiciese pronto de él.

Aunque aún llevara la camiseta y mermara un mínimo el contacto, Mihawk había conseguido que sus pezones se endurecieran rápidamente acariciándolos con la yema de los dedos pulgares. El mayor le sonrió, besó de nuevo su mejilla, ahora ruborizada, y en los labios semiabiertos.

–Entonces, mis manos subirían siguiendo el recorrido de tus tirantas.

Tal como lo dijo, las manos se deslizaron hacia arriba por el sujetador imaginario, hasta los hombros del peliverde. Los frotó, fingió que apartaba esas dos tirantas cada una a un lado con caricias que no dejaban de ser suaves.

–Creerías que es el momento en que lo voy a quitar. Sin embargo...

Las manos del mayor ascendieron por la curva de su cuello, volvieron a tomar la cara del joven, cuya boca le recibió aún más deseoso.

–Y sólo para desesperarte un poco repetiría lo de antes.

Las manos bajaron de nuevo a los pectorales del joven, el cual no pudo evitar morderse un poco los labios. Mihawk soltó un risa entre dientes.

–Entonces llevaría mis manos a tu espalda.

Siguiendo la cintura, por debajo de sus axilas, las manos del mayor se tocaron por los dedos en el centro de las espalda del joven.

–Te haría esperar un poco más.

Zoro notó el aliento del otro en la piel de su cuello, sus labios, su lengua y las marcas que le dejaba. La boca del mayor regresó a su oído. Los dedos de Mihawk presionaban en aquel punto de su espalda. Le susurró una vez más:

–Y, tras una pausa, tomaría las hebillas del sujetador y... –colocó las manos como si así fuera–. Clack.

El joven dio una bocanada debido al corte de respiración. Mihawk se apartó un poco para mirarle.

–¿Ves? No hay nada que echar de menos, todo lo que necesito lo tengo delante.

Le sonrió y su sonrisa fue correspondida.

–Te estás aficionando a decirme ese tipo de cosas vergonzosas..

–Tú también –le dio un toquecito a sus pendientes–. Aunque no te des cuenta.

Se abrazaron en un beso.

 

En alguna noche de la semana siguiente...

 

Zoro empezó a ir más a menudo a su piso con Luffy, no tanto como para que Law regresara a su casa pero sí pasaba cada vez más tiempo allí; alguna que otra noche se había quedado con esos dos hablando, como antes. Eso hizo que, después de un tiempo que se le hacía bastante largo, se encontrara con Ace.

–Oye, ¿recuerdas cuando coincidimos en el cine? Marco, Mihawk, tú y yo. Estuvo bien. ¿Por qué no lo repetimos?

–Claro, mientras seamos nosotros los que escojamos la película.

–Eso se da por hecho.

Así, el día de la cita, los dos jóvenes salieron entusiasmados de la sala de cine comentando el largometraje que acaban de ver, mientras sus más maduras parejas les seguían al borde de una hipoglucemia. Después cenaron en algún sitio cercano y se fueron a por las copas en casa de Mihawk, donde se repitieron algunos acontecimientos.

–No hay hielo –comunicó Zoro.

–¿No estaba apuntado en la lista de la compra? –le preguntó su novio.

–Creo que se me olvidó. Es igual, Ace y yo vamos en un momento.

Los dos jóvenes fueron a por sus provisiones donde la última vez. Caminaron de regreso por el paseo marítimo. El oleaje estaba un poco agitado por el viento. Ace se detuvo, viró hacia la orilla como la oscuridad no se lo comiera todo. Zoro le miró.

–¿Qué haces ahí parado?

Ace suspiró por la nariz.

–Lo siento mucho, el como me comporté contigo cuando salías con Sanji. Te dejé tirado.

–¿A qué viene eso ahora? Tenías tu propia vida, no era tu obligación estar pendiente de mi las veinticuatro horas. Es que si nos ponemos así: Luffy también tuvo sus cosas con Law y yo no estuve allí.

–Law nunca trató mal a Luffy.

Lo dijo tan tajante que abrió un silencio entre los dos. Ace fijó sus ojos en los de Zoro.

–Hay cosas que no se me quitan de la cabeza. Lo he intentado, pero vuelvo una y otra vez a ellas. Como en aquella fiesta de despedida de nuestro piso –el peliverde se quedó callado, el pecoso tragó saliva–. Cuando estabais en el cuarto de baño, Sanji...

–Para –le cortó ahora el tajante fue él–. No quiero hablar de eso –suavizó el tono–. Yo también vuelvo a esos momentos, cuando menos quiero, y me sigue afectando. Pero ni él está aquí ni yo estoy allí.

Ace aguardó un instante.

–¿Y yo?

–¿Tú qué?

–Quizás fue conmigo con quién aprendiste a aguantar ese tipo de cosas.

–Ace, no me toques las narices.

–Te convencí para que te metieras en mi cabaña en ese campamento.

Se atrevió a mirar al peliverde, con los ojos humedecidos. Zoro callaba de nuevo. Ace, se sentó derrotado en el murete de piedra, con los codos en las rodillas; sólo quería que lo tragara una ola y le arrastrase a mar abierto.

Oyó como el peliverde se acercaba.

–Eres imbécil.

Ace alzó la mirada.

–Yo no sabía nada por aquel entonces; todo el mundo hablaba de heterosexualidad y homosexualidad con facilidad, pero nadie mencionaba algo de lo que yo era. Me decía a mi mismo que me decidiera por una cosa y ya –hizo una pausa–. Llegué a pensar que no debía estar contigo porque te estaba engañando.

Tomó aire.

–Cuando fui a la cabaña sabía que no iban a ser un par de besos, sentí que no podía ocultartelo más –se rió–. Entonces te dije que era bi y a ti lo único que te importó de eso es si me gustabas tú o no.

Se produjo otro silencio, mucho más suave, que les permitió respirar. Zoro se sentó al lado de Ace.

–Es verdad que estaba lleno de dudas, la cabeza me dolía de tanto darle vueltas, pero quería que pasara. Y que pasara contigo. Que me aceptaras me ayudó más de lo que te puedas imaginar.

Ace se mordió el labio, se limpió los ojos. Fue entonces, cuando la mano del peliverde se enlazó con la suya. Le miró.

–Venga, nos están esperando.

 

Menos de cinco minutos después...

 

Marco les abrió la puerta.

–Justo a tiempo, Mihawk me estaba contanto como vapuleó el otro día a Zoro en una carrera por el parque.

–Yo le vapuleé a él. Si hasta se retiró.

–Para cuando llegaste a la cafetería me había dado tiempo de pedir el desayuno y llevártelo a una mesa.

Marco se rió y dio un sorbo a su copa. Luego se fijó en su joven novio, que había ido con las bolsas de hielo a la cocina; el pecoso regresó con los dos vasos de ron. Era cierto que Ace traía una época rara, desde el suceso de la playa, pero en esa ocasión le notó especialmente espeso.

–¿Ocurre algo?

–¿Hum? Claro que no –le mostró media sonrisa–. ¿Por qué lo dices?

Ahí no fue Marco el único que se dio cuenta. Zoro, cuando recogió el vaso que el ofreció el pecoso, también lo vio. Tampoco era muy difícil puesto que habían ido casi todo el camino de regreso de la mano, pero justo cuando llegaron a la puerta del piso Ace se había deshecho de esa unión.

–Marco, Mihawk, ¿os importa si beso a Ace?

La conmoción cayó cual yunque en medio del salón. El peliverde intercambió una mirada con el de la cabeza rapada. Marco sonrió.

–Si el quiere sabe que yo nunca he tenido problema.

Zoro miró a Mihawk; el mayor se había quedado más callado, estático, aún así asintió; llevó su atención al pecoso. El peliverde casi se ríe, era Ace el que solía hacerle esa pregunta a Marco en sus primeros meses, antes de Sanji; tampoco se le olvidó cuando más borracho que sobrio se lo preguntó a Mihawk la última vez que estuvo en ese piso; ahora el pecoso no sabía ni dónde meterse.

Anduvo el medio paso que le separaba de el, acercó sus labios.

Mihawk observó aquel beso. Era tan casto como podía haber sido un beso en la mejilla entre hermanos. Eso no quitó que algo se removiera en su pecho. Ace le sacaba poco más de un par de años a Zoro, era una diferencia de edad tan miserable que ni se intuía; los dos encajaban de manera fácil, natural. Empezó a pensar que fuera muy probable que el peliverde se sintiera mejor, más cómodo, besándose con el pecoso que con él.

El tiempo se dilató hasta el infinito, el mayor casi suelta un suspiro cuando al fin se separaron. Los dos jovenes se sonrieron. Ace se giró hacia Marco, el cual le acarició la cara apartando de ella un par de mechones. Zoro aún no había mirado a Mihawk, el mayor no sabía bien la expresión que tenía.

Entonces sonó un mensaje de móvil. Y otro. Y otro más. Por un momento paró. Y otros tres más de golpe.

–Te están acosando –dijo Ace, más recuperado, al peliverde.

–¿A qué te apuestas que es tu hermano? –dijo conforme sacaba el móvil de su pantalones–. Sí, es él, me ha enviado como un millón de mensajes voz.

Puso el primero sin aprender de errores pasados.

–¡ZOROOOO! –el grito del simio de su amigo casi le hace tirar el movil y el ron por los aires–. ¡El corto! ¡El festival! ¡Hemos pasado! ¡Estamos en la sección oficial! ¡AAAHHH!

El huracán Luffy se cortó, seguramente seguía en los demás mensajes, pero el peliverde tuvo suficiente con eso.

–Hemos pasado –se dijo–. ¡Hemos pasado! –repitió más victorioso.

–¡Habéis pasado! –fue Ace a abrazarle.

–¡Hemos pasado!

–Enhorabuena, os lo merecéis.

–Nosotros también, Marco, que les hicimos de extras.

–¡Tengo que volver a casa! –recordó el peliverde, le pasó su ron al pecoso–. El montaje no estaba finiquitado. ¡Ah, mierda! ¡Luffy me estará esparando!

Como una bala fue de un sitio a otro a por sus cosas. Mihawk lo veía ir y venir sin saber muy bien que hacer; a penas estaba digiriendo la situación anterior. En cuestión de segundos estaba listo y a punto para la carrera hacia el piso.

–¡Ya hablamos mañana!

Mihawk vio como iba a embestir la puerta. Zoro se detuvo, le miró. Se abalanzó sobre él y se fue justo a su boca, en un beso de torniquete con el que le robó todo el oxigeno.

–Te quiero.

Atravesó la puerta seguido de un portazo. La escena quedó parada tres segundos y medio. Marco miró a Miahwk, que aún tenía la boca levemente abierta de cómo le había dejado Zoro, a parte de un poco enrojecido.

–Menudo beso. Ya me gustaría uno así.

–Gracias por la parte que me toca –le espetó Ace.

Mihawk se tuvo que sentar, los otros dos le imitaron. Se le escapó una risa entre dientes.

–Creo que estoy un poco abrumado.

–Será mejor que te acostumbres –le recomendó el pecoso–. Seguirán adelante con los rodajes, y les irá bien. Este tipo de salidas serán lo normal.

–A ver si en la próxima no esperan a retocar el montaje a ultima hora –comentó el de la cabeza rapada.

–Tienes razón, no sé que les ha pasado esta vez. Supongo que no quisieron gafarlo. Ahora tambíen se atreverán a mandarlo a más festivales –miró la puerta por donde se había ido el peliverde–. Luffy ha tenido mucha suerte con el equipo que ha reunido. Todos mal de la cabeza, pero cada uno muy genio en lo que tiene que hacer. Zoro es el mejor ejemplo. Ayudante de dirección, cámara y montador... Buff.

–¿Qué quieres decir?

La pareja miró a su anfritión. A esas alturas creyeron que Mihawk sería un poco más consciente de lo que hacía su novio.

–Llevar a la vez esos tres puestos es una locura que no se le ocurre a nadie más que a él; que nadie consigue hacer más que él. Ahora mismo es como si fuese un espadachín con tres espadas.

–Da un poco de pena –comentó Marco–. Se nota que disfruta de los tres puestos, pero es inviable, en él ultimo tuvieron que llamar a esta chica, a Carrot, para que hiciera de segunda operadora de cámara.

–Sí, puede que mantenga los de ayudante y montaje, pero con el tiempo la cámara...

Mihawk bebió de su copa de vino, se tocó los labios. Aún notaba los de Zoro, su lengua abríendose paso, y oía el eco de sus palabra. Era la primera vez que Zoro le decía algo así de manera tan directa. Sentía calidez en el pecho, ganas de que volviera a casa para decirle lo mismo. Su mirada se perdió en la puerta.

Por algún motivo, su malestar persistía.

 

Continuará...

Notas finales:

Ah, antes de que se me olvide, me quedé en esta historia con ganas de escribir más de Law y Luffy, así que he hecho un pequeño fic de 3 capítulo (terminado ya), por si tenéis ganas de saber como empezaron estos dos ^^

Le puse Diver porque soy muy original


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