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Runner por Rising Sloth

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Notas del capitulo:

Se que dije en las notas del anterior capítulo que este sería el ultimo. Bueno, pues no, es el penúltimo xD Se me estaba alargando demasiado y he preferido partirlo en dos antes de empezar a hacer escenas más cortas y con menos cariño. Así que nada, esta tortura durará un poquito más, sólo un poquito.

 

 

 

Que la disfrutéis ;)

 

 

Capítulo 19. Te echaré de menos

 

A penas recordaba el día que Sanji se marchó. Sabía que había vuelto al piso y había encontrado al rubio allí; con la comida preparada para él, con una sonrisa cariñosa: pero no era capaz de vislumbrar la escena real. Su memoria estaba cosida a cachos con otros instante anteriores. Se hacía artificial, prefabricada. Ni siquiera era capaz de situarse en ese momento y ese lugar. Si tuviese que describirlo, la sensación era la de ser un espectador en una cámara subjetiva, salvo por dos detalles: Uno, el sonido del plato haciéndose añicos, dos, aquella frase dicha desde su propia boca:

–Eres el digno hijo de tu padre.

La palabras reverberaban aún por todo su ser, acompañadas por los estallidos del cristal contra el suelo. No podía librarse de ellas, quería pero no podía, se hundía en ellas.

–Toma aire. Expira. Abre los ojos.

Zoro volvió a la sala de la psicóloga, se notó sentado en su sillón. La obedeció, alzó sus pupilas desde sus rodillas hasta la cara de ella. Shirley, que apuntaba en su cuaderno cosas que nunca le enseñaba, dejó de escribir y observó al joven.

–Has avanzado mucho en este poco tiempo. Se nota que has querido curarte y has dado mucho te di mismo por ello. Deberías estar orgulloso.

–No es suficiente –masculló.

–Una parte de ti se resiste a dejar ir una serie de recuerdos concretos –recapacitó–, entre ellos este último, el día de vuestra ruptura. A pesar de que ya deberías ser consciente de que tu ex-novio no te dejó otra opción de actuar así.

Zoro calló un corto rato que se hizo largo.

–Todavía siento que podría haber hecho las cosas de otra manera.

–Comprendo, ¿qué otra cosas sientes que podrías haber hecho?

El peliverde se mantuvo serio. La psicóloga respondió por él.

–No haberle querido.

Él la miró a los ojos.

–Es lo que dijiste cuando iniciamos esta terapia.

–Lo olvidé. Pero sí, durante mucho tiempo deseé no haberle querido. Ni él ni yo, ni la gente que me rodea, hubiésemos tenido que pasar por ciertas cosas.

Shirley apuntó algo más.

–Entendiste eso como el origen del problema.¿Qué sientes cuando me haces esa confesión?

–Vergüenza, demasiada. Enfado, enfado con muchas cosas pero sobre todo conmigo mismo; culpa –se resistió a decir la siguiente frase–. Miedo a volver a pasar por lo mismo.

Shirley atendió a esa ultima frase.

–Consideras que tienes miedo a querer a otra persona.

–Eso es tergiversar mucho.

–¿Me equivoco?

Zoro apartó la mirada.

–No tengo miedo a quererle, tengo miedo de que el quererle me impida tomar las decisiones que debo tomar.

 

Tres semanas antes...

 

Mihawk entró en el parking como en una competición de rally y, en una maniobra propia de agente secreto, metió de un giro el coche en un aparcamiento antes de que el vehículo que iba primero lo usase.

–¡Joder! –se quitó Zoro de malas el cinturón–. ¿Cómo mierda hemos pillado todos los semáforos en rojo?

–Vamos, sal del coche. Yo te ayudo con el equipaje.

Se recorrieron la estación de tren en un sprint y llegaron, hablando mal y pronto, con la hora pegada al culo.

–¡Mira que te dije que te pusieses veinte alarmas se hacía falta! ¡No hay manera de que aprendas! –le regañó Nami al peliverde tras darle un capón.

–¡JAJAJA! –carcajeó Luffy– Qué tonto eres, Zoro.

–Tú no te rías que has llegado sólo dos minutos antes que él –le rugió la pelirroja sujetada por Chopper y Vivi.

Mihawk, con el aliento más recuperado, observó a los presentes. Con sorpresa encontró a Marco y a Ace; el pecoso iba vestido y equipado como si él también fuera al viaje.

–¿Vas con ellos?

–Ah, sí, en calidad de periodista no licenciado. Seguir a unos chavales que no los conocen ni en su casa por un festival de cine de tal calibre puede ser un proyecto final interesante. La pena es que tendré que dejar a Marco solito estos días –se abrazó al rubio rapado como una piña–. Cuídamelo, Mihawk, que cuando no estoy se mustia. Y si hacéis muchas cochinadas grabádmelas.

–Por favor, Ace –le reprendió su novio–. Mihawk es un hombre discreto, ¿cómo voy a grabarlas?

–Tampoco se tiene que dar cuenta.

Sonó el último aviso para los pasajeros. Los que habían sido la tripulación original de antes de ese proyecto, más Ace, se despidieron de su acompañantes.

–¡Torao! –se tiró Luffy encima de Law.

Zoro y Mihawk se miraron.

–Buen viaje, y buena suerte –le acarició la oreja adornada con los tres pendientes.

–Sabes de sobra que no la necesito.

Juntaron sus labios en un beso largo. Nami metió bulla y se tuvieron que separar. Mihawk observó como Zoro se colocaba la mochila al hombro, con esa confianza tan deslumbrante, y se alejaba aún despidiéndole con la mano. Casi al final, el peliverde le dio la espalda. Ace se le acercó y le pasó el brazo por el cuello al joven, se fueron juntos entre risas.

–¡Arriba esos ánimos chicos! –se oía a Luffy a lo lejos y por toda la estación–. ¡Que hoy nos vamos a la aventura!

–No sé que aventura ves tú –se llevó Usopp la mano a la frente–. Siempre igual. Y yo aquí con mi enfermedad de “si pongo un pie en ese festival me muero”.

El grupo entero se perdió entre el gentío. Los que quedaron atrás fueron envueltos por un silencio al que se habían desacostumbrado.

–Así que hemos pasado de ser el Dúo de Las Queridas a ser el Trío –habló Law.

Mihawk viró hacia él sin entender. Marco se rió.

–Es algo que salió hace tiempo. Los dos empezamos a salir con Luffy y Ace casi a la par, no sé si fue porque son hermanos pero vimos algunos paralelismos.

–Aceptamos que están más ennoviados con sus ambiciones que con nosotros –Law se encogió de hombros–. Lo mismo va por Zoro. Yo le conocí cuando era una ameba, pero Luffy no para de decir que está regresando, sea lo que sea, se le nota. ¿Queréis un café?

–Lo siento, tengo mucho trabajo –se excusó Mihawk–. Me conviene volver a casa.

Así los tres caminaron de vuelta al parking. Law se desvió el primero ya que tenía el coche más lejos. Luego, antes de que Marco y Mihawk fueran cada uno por su lado, el rubio se atrevió a preguntar:

–¿Te encuentras bien?

–¿Hum? ¿A qué te refieres?

–No parece que te haya hecho mucha gracia que Ace se haya ido con ellos.

Apartó su mirada rapaz un segundo.

–Zoro no me dijo nada.

–Se decidió hace pocos días a ir. Fue casi una revelación. Con tantas cosas que han tenido que preparar seguro que Zoro se le ha pasado.

Mihawk no contestó. Marco resopló por la nariz.

–Si te molestó aquel beso deberías hablarlo con Zoro.

El moreno le devolvió la cara sorprendido. El otro le sonrió.

–Ni para Ace ni para mi fue fácil al principio. Si hemos llegado hasta donde estamos es porque acordamos hablar cualquier cosa que nos afectara. Es lo que debería hacer cualquier pareja.

Qué convencido lo decía. Mihawk pensó que, desde el principio, Marco había hablado de la libertaria relación que mantenía con Ace con naturalidad. Cuando le oía hablar casi sentía que era todo mucho más fácil de lo que se planteaba. Pero ese día no.

–Gracias, lo tendré en cuenta.

Se despidieron más lento de lo que le hubiese gustado. Si ya se sentía incómodo aquella conversación le hizo respirar peor.

 

Veinte minutos más tarde...

 

Cerró la puerta del piso, su tutor desayunaba con más tranquilidad de la que él había tenido esa mañana con Luffy.

–Buenos días, Law –le saludó Cora–. ¿Y esa mochila?

–Me vuelvo aquí unos días, mientras Luffy está fuera, no me parecía correcto quedarme en su casa si no estaban ni Zoro ni él.

–Ah, sí, no te parecía correcto –repitió suspicaz–. La casa debe de verse muy solitaria sin ellos dos.

Law le atacó con una mirada afilada.

–¿Queda café sin quemar?

–Un poco.

Se preparó una taza que tomó con calma al tiempo que se instalaba en la mesa de su habitación. Suspiró, no era la primera vez que Luffy y él pasaban algunos días separados, pero cierto era que después de todo el verano en ese zulo de casa con el niño-mono se sentía un poco raro, menos orgánico.

–¿Hum?

Al encender el ordenador y revisar el correo descubrió que tenía un mensaje nuevo. Leyó: “Vegapunk”.

La taza de café se le cayó de la mano.

 

A la noche...

 

Nami salió de la ducha arrebujada en un albornoz y con la cabeza envuelta en una toalla. Espiró de gusto a la vez que dejaba que saliera todo el vapor de agua. No sabía como había conseguido Jimbei aquella casa por un alquiler tan barato, pero la adoraba.

Luego escuchó los gritos de los muchachos en la cocina por alguna evidente trastada con la cena y pensó que la adoraría más con menos gente.

Se fijó en Vivi, la peliazul se cepillaba la larga cabellera sentada frente al tocador. Nami sonrió con ternura y, descalza, se reunió con ella, se sentó a su lado. Besó su mejilla y Vivi la correspondió besando sus labios. Nami tomó el cepillo y siguió ella con el cabello de la peliazul. Le encantaba ver como Vivi cerraba los ojos y se dejaba.

–¿Crees que cocinaran algo decente ahí abajo? –bromeó la pelirroja–. Ace y Usopp son un poco más funcionales. Aun así me veo ya haciendo cuentas para pedir a domicilio.

–Quién sabe, quizás nos sorprendan, los vi muy empeñados antes.

Nami aguardó un segundo.

–Vivi. ¿Bajarías de la mano conmigo?

La otra se quedó quieta, miró a los ojos de Nami a través del espejo, giró la cara hacia su yo real. La pelirroja le estaba hablando en serio; aturrullada, enrojecida, asustada, pero lo suficiente decidida como para pronunciar esas palabras, como para no echarse atrás después de decirlas.

–¿Estás segura? Yo no quiero hacerlo si no...

–Vivi, eres una gran actriz, a veces hasta me duele que no seas consciente del talento que tienes. Ahora mismo estamos juntas, pero sé que te vendrán más premios, proyectos, que viajarás lejos. Antes de que eso pase, quiero vivir estos días con el orgullo de ser la novia de la persona que más admiro.

A la peliazul, con un nudo en la garganta, se le humedecieron sus grandes ojos. Tras una corta y cristalina risa, sonrió.

–Creo que te estás adelantando. Aún no me han dado ningún premio.

Nami arqueó una ceja con media sonrisa.

–Muy tonta sería esta pirata ladrona de no aprovecharme de la princesa del baile.

Compartieron una nueva risa; un nuevo beso acompañado de un abrazo. Vivi hundió su nariz en el cuello de Nami. Se aferraron hasta que sonaron dos golpes de nudillo en la puerta.

–Señoritas –las avisó Usopp desde el otro lado de la puerta con un tono solemne y acento francés–. Su cena está servida en unos veinte minutos.

–Ahora vamos –alzó la voz la pelirroja–. Y espero que hayáis seguido mis instrucciones al pie de la letra –amenazó con el puño en alto aunque el narizotas no la viera.

–¿Tus instrucciones?

Nami le sonrió a Vivi. Siguió cepillando los cabellos de la peliazul.

–Bajemos juntas, de la mano. Los demás, por la cuenta que les trae, deben de estar preparados.

Se quitaron las toallas y los albornoces, se vistieron, se maquillaron la una a la otra y entrelazaron los dedos. Descendieron la escalera con los bombeos del corazón cada vez más rápidos. Un instante antes de llegar al salón, el tiempo se detuvo, pareció que los segundos se hacían años. Hasta que Nami abrió la puerta.

Ante los ojos de la peliazul las recibieron con un aplauso; no solo los chicos que habían ido al festival con ellas, también Robin, Franky, Brook y Jimbei aplaudían desde la pantalla de un ordenador que alguien había encendido. Nami le apretó a un más la mano. Se miraron y ella sonrió.

–Una vez que me decido yo no me echo atrás.

Vivi la abrazó. Se dieron su primer beso público. Luffy, Usopp y Chopper fueron en masa a abrazarlas y se las llevaron dando saltos por todo el salón. Fue todo tan maravilloso, se sintieron ambas tan arropadas, que hasta el desastre de cena que habían preparado entre todos les supo a gourmet.

 

Unas semanas más tarde...

 

Zoro mantenía los ojos cerrados, tumbado sobre su toalla en la arena. El sol de septiembre se paseaba suave por su piel; tenía la orilla tan cerca que a penas oía las voces de la gente de alrededor. Respiraba hondo la brisa marina que le removía un poco el pelo.

Los días del festival se les hicieron muy cortos. Vivieron muchas cosas, disfrutaron muchísimo. En cuanto al cortometraje, a la crítica no le hizo demasiada gracia, pero al público sí, y mientras los periodistas se enzarzaban contra ellos, las redes sociales se llenaba de gente entusiasmada. Vivi no ganó ningún premio, pero las ovaciones por llevar a un personaje como el suyo a la vida no se quedaron cortas.

–Era lógico que no me lo dieran, tenía de rivales a actrices como Victoria Cindry –y sacó por enésima vez el autógrafo que había conseguido de ella.

–Algún día Victoria Cindry mirara así un autógrafo tuyo –le prometió Nami.

El regreso a la rutina fue más abrupto de lo esperado. El verano se acababa y las clases y los trabajos empezarían pronto. Por ello, aprovechaba aquellas ultimas jornadas de vacaciones, esa calma.

Se cubrió con el brazo y con un ojo entrecerrado miró para un lado. Mihawk se sentaba, como el modelo profesional que llevaba dentro, bajo la sombrilla y con un libro en el regazo. Sonrió.

–¿No te apetece tomar un poco el sol?

El otro apartó la atención de su libro, le devolvió la sonrisa.

–Estoy mejor a la sombra. Las insolaciones no me son muy productivas para leer.

–Por eso estás tan pálido como en junio.

–Aunque tomara el sol todos los días, créeme, no cambiaría nada –volvió sus ojos al libro a la vez que pasaba página–. Las personas como yo no nos ponemos morenas, solo nos achicharramos, nos despellejamos y volvemos a nuestra inherente palidez lechosa.

Zoro suspiró una risa muda, se incorporó sobre sus codos y se giró de un lado. Sus labios llegaron hasta el hombro desnudo de Mihawk, donde repartió dos besos y uno más añadido en su cuello. Cuando el mayor le devolvió la mirada él se la mantuvo sonriente.

–Me gusta tu piel.

Mihawk correspondió una segunda vez esa sonrisa. Su mano fue a acariciar el rostro del joven. Todo estaba bien, todo estaba en calma. El tiempo que Zoro estuvo fuera le sirvió para recapacitar, y tras su regreso, en esas semanas, recuperaron su estabilidad. Sus celos había sido sólo un pequeño bache. Le quería, lo demás no importaba. Besó la peliverde.

–¡Mamá, mamá, mira! –se oyó cerca la voz de una niña–. ¡Ese papá le ha dado un beso en la boca a su hijo!

Si un rayo le hubiese caído encima no hubiese quedado más fulminado.

–Shhh, calla, cariño.

–Pero tú dices que los papas no dan besos en la boca. Que si lo dan llame a la policía.

–Ya, cariño, ya, pero ese hombre no es su papá.

–¿No? –el silencio de la niña dio a entender que lo estaba reflexionando–. ¿Entonces los yayos si pueden dar besos en la boca?

Si el mismo dios Thor le hubiese arreado en la cabeza con su martillo no hubiese quedado más fulminado. Mihawk se volvió con las peores de su miradas. La madre se disculpó varias veces. Zoro se rió.

–Te lo tomas muy a pecho, con lo bien que te conservas para la edad que tienes.

Era una broma inocente, pero el mayor no supo verle la gracia. La playa no estaba ni mucho menos llena, aún así la sintió abarrotada. Se sintió juzgado.

–Mihawk, vamos a nadar –le dijo suave el peliverde.

–El agua del mar no me es muy agradable –se excusó.

Zoro se le quedó mirando con gesto neutro. A continuación, se encogió de hombros y se puso en pie.

–Como quieras.

En las propias narices de Mihawk, el joven hizo una serie de estiramientos; con su espalda recta, sus pectorales y vientre marcados, sus fuertes extremidades. El mayor se fijó en lo bronceado que estaba y lo bien que le sentaba.

–Si cambias de opinión ya sabes donde estoy.

A los tres pasos que dio, Mihawk comprendió que ese chico hacía con él lo que le daba la gana. Cerró el libro con un suspiro y le siguió al agua.

 

A la tarde...

 

Despertó al atardecer sobre el colchón de su cama. El peliverde aún dormía abrazado a él y con la frente pegada a su pecho. El mayor sonrió, tomó la barbilla de Zoro y repartió besos por su cara hasta que éste recuperó poco a poco la consciencia y le devolvió los mismos besos. Se acariciaron mientras abrían la boca para el otro.

Era demasiado, esa felicidad que sentía junto a Zoro era demasiado. Se sentía en paz, pleno. Lo demás sobraba. Y cuando el peliverde le sonrió creyó que estaba pensando lo mismo. En un susurro, la palabras salieron de su pecho:

–Quiero que te cases conmigo.

El joven profirió un risa suave, sonrió arrogante.

–Tú tampoco estás nada mal, eh.

El gesto de Mihawk se tornó comprensivo. Tomó la mano de Zoro, besó sus nudillos. Le miró a los ojos.

–Zoro, cásate conmigo.

La sonrisa del joven permaneció congelada unos segundos, luego, se borró.

–¿Me... Me lo estás pidiendo en serio?

–Claro.

Mihawk había contestado sin perder la calidez, pero percibía como la habitación se había vuelto más fría. La nube de felicidad se dispersaba. Zoro recuperó su mano y se separó del mayor; sentado a la orilla de la cama, le dio la espalda al otro.

–Creí que estábamos bien.

–Y lo estamos –se incorporó y puso una mano en el hombro del peliverde–. Mi vida, esto no cambia nada.

–Entonces no teniendo porque me pides eso –le miró–, que me lo pidas aquí y ahora.

Mihawk tomó aire, calma.

–¿Tan horrible te parece?

–Lo raro es que no te lo parezca a ti.

–Quiero estar contigo. Quiero que estemos juntos. Creí que tú pensarías lo mis...

El peliverde le miró como si intentara desentrañarle. Para Mihawk no hizo falta que dijera nada, su cara era la más evidente de las negativas. El joven le rechazaba decidido y tajante.

–Tengo veintiún años, Mihawk.

El mayor apartó la mirada. Otra vez ese dolor que una vez confundió con un paro cardíaco. ¿Que significaba esa declaración? ¿Qué diferencia hay a si tuvieses treinta, mi misma edad o más? Intentaba entender las cosas con claridad, no lo conseguía. La boca le supo a ácido; el rídiculo que sentía se le atoró en la garganta. Ahora, fue él el que se separó del peliverde.

–Supongo que me he precipitado. Una persona tan joven tendrá mejores cosas que hacer.

–Yo no he dicho eso.

–Entonces explícame que has dicho.

Esa ultima frase fue un reproche, un ataque. Zoro guardó silencio unos eternos segundos.

–Creo que es mejor que hoy duerma en casa.

En casa. Su propia casa. Mihawk podría haberle dicho que creía que ya pensaba en su piso como su casa. Una grieta entre los dos se abría más y más.

–Como quieras.

 

Al rato...

 

Con las manos en los bolsillos y la espalda encorvada, Zoro avanzaba más rápido de lo que sería un paseo normal, sus pisadas eran fuertes y angustiadas, su mirada no se separaba suelo. Tenía la cabeza llena, su esófago y estómago revuelto. ¿Qué acaba de pasar? No es que no lo entendiera, que también, es que no le parecía que esa escena fuese real. No puede ser verdad, se dijo, no me lo ha podido pedir de verdad.

Pero ¿qué iba hacer si era cierto? No veía nada, o vislumbraba el siguiente paso, la siguiente acción. ¿Por qué? ¿Por qué de repente sentía que le envolvía la misma bruma negra que cuando estaba con Sanji?

–Basta –dijo en voz alta a la vez que se paraba en seco–. Basta...

Gran parte de él volvió a la realidad, lejos de sus peores pensamientos. Era cierto que no entendía nada, pero lo entendería, lo hablarían, le explicaría a cuento de que venía esa proposición tan salida de la nada, y lo podrían arreglar. Las cosas no eran como antes.

Más tranquilo, pero aún así cargado de incertidumbre, Zoro llegó hasta el portal, subió por las escaleras y llegó hasta su puerta. Al otro lado, en el salón, no había nadie, pero desde la terraza llegaban voces. Luffy y Law. Qué falta le hizo verles.

Atravesó la casa y llegó hasta donde vio la espalda de Luffy; su amigo se sentaba en una de las sillas, tenía en frente al ojeroso que se sentaba en la otra. Zoro abrió la boca en un saludo. Se detuvo. Se percató de que la expresión de Law no era la de siempre; aunque se mantuviera en ese estoicismo tan característico de él había algo rígido en sus gestos.

Con unos ojos que el peliverde sólo podía entender como apenados, el estudiante de medicina se fijó en él, lo que hizo que Luffy se volviera.

–¡Zoro! –le llamó tan efusivo como siempre. Se levantó con una fuerza que casi tira la silla–. Creí que te quedabas el fin de semana con Mihawk.

–Eh... Sí, pero él... bueno.

–Nos echabas de menos y no sabes como decírnoslo, ¿eh?

–Algo así –miró a uno y a otro–. ¿Ha pasado algo?

–¡Sí! ¡No te lo vas a cree! ¡A Torao le han dado una beca para terminar su especialización en el extranjero!

–¿Qué? ¿En el extranjero?

–Con un médico famoso o algo así, sera su alumno. ¿¡A qué es genial!? ¡Ah, ya sé! ¡Aprovechemos que estamos los tres y lo celebramos hinchándonos a pizza! ¡Voy llamando!

Y salió corriendo de la terraza. Zoro y Law se observaron el uno al otro. El ojeroso mostró una sonrisa obligada.

–Por tu cara diría que te lo estás tomando peor que él.

–No era lo que me imaginaba nada más llegar –tomó el respaldo de la silla que Luffy había dejado libre y se sentó.

–Supongo –resopló–. Lo supe el día que os fuisteis para el festival, he estado buscando el momento y las maneras oportunas para decírselo.

Zoro miró a su espalda, por donde se había ido el monito.

–¿Qué va a pasar con lo vuestro?

–Ya hemos acordado una ruptura civilizada. Es lo mejor. Después de todo no sé cuantos años pasaré fuera, ni si quiera sé si volveré.

–¿Y ya está?

Salió de su pecho un reproche que sorprendió a ambos. Law quedó cabizbajo. Le habló a Zoro como si en realidad no le hablara a él.

–Crees que no me quiero quedar con él, que no me he planteado renunciar a todo por él –hizo una pausa–. Si me quedara acabaría culpándolo de una decisión que sólo me concierne a mi, y Luffy se vería obligado a estar con una persona cada día más amargada porque abandonó a sus sueños por él. No puedo hacerle eso.

El peliverde no quiso, pero sin más remedio entendió las palabras de Law, tan certeras, aunque esta vez ni siquiera iban dirigidas a él. Con pesar se dio cuenta de que ese podía ser el último consejo que el ojeroso le daba en la terraza estando los dos solos.

–¿Y cuándo te marchas?

–En menos de quince días.

–Qué poco tiempo.

Mientras la tarde se hacía noche, dejaron morir palabras jamás pronunciadas.

 

Continuará...


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