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Runner por Rising Sloth

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Notas del capitulo:

Y he aquí el nuevo capítulo. Ni yo me creía capaz de actualizar justo después de navidades, pero es lo que tiene tener un fic sin terminar, que cuando tienes cosas importantes que hacer es la mejor forma de procastinar. En fin, a disfrutar!

Capítulo 4. La emboscada

 

Zoro, con el ceño fruncido y en modo automático, pintaba la pared interior de la casa abandonada. Una y otra vez, con más irritación conforme su cabeza rebobinaba el final de la cita de la pasada noche. Mihawk le besaba, él correspondía, se mantenían abrazados, el peliverde le sonreía y... ¡y el elegante cretino pisa el acelerador de su coche para no volver! ¿Qué mierda...? ¿Es que todas las personas con las que salía tenían que ser unas piradas?

–Oye, Zoro –le avisó Chopper con cautela–. Creo que esa parte ya está bien pintada.

–Shhh, déjale, déjale –intervino el narizotas–. Que seguro que tiene que estar fantaseando con su cita de ayer –se llevó las manos a la barbilla y guiñó de forma coqueta.

La broma se le acabó cuando el peliverde se volvió con una de sus miradas más endemoniadas; los dos amigos se abrazaron con terror y comprendieron que, por peligro de muerte, no debían preguntar.

–Ey, Zoro –apareció Luffy–. ¿Qué tal tu cita de anoche?

–¡Calla! –le advirtieron demasiado tarde.

Zoro viró hacia Luffy con la misma mirada que les había dedicado a los otros dos, aún más marcada por un rictus y un tic en la ceja.

–No lo sé –arrastró las palabras como de ultratumba.

–¿Hum? –quedó inmune al aura asesina de su amigo–. ¿Cómo no puedes saberlo?

–¡Pues como que no lo sé! –le rugió en la cara–. ¡Deja de tocarme las narices y haz algo de provecho que tenemos mucho trabajo! –y siguió pintando con la brocha, el mismo sitio, con más brío.

–¡Buenos días a todos! –llegó Nami con un aire efusivamente optimista –. Vaya, ¡pero que animoso está nuestro Zoro! Tu cita de ayer te dio alas, eh.

La brocha cayó al suelo mientras el cuerpo del peliverde se quedaba parado en una contracción. La pelirroja se extrañó, pero enseguida entendió, por los gestos del narizotas y el gigantón peludo, que su cita no fue demasiado bien. Ella se llevó la mano a la frente con un resoplo cansado, después puso los brazos en X para indicar que no iba a tener piedad.

–Zoro.

–¿Qué quieres?

–Que no seas tan borde, para empezar. Mira, hay alguien a quien quiero presentarte.

Sacó un brazo por la puerta de la habitación y trajo al interior a otra chica, más baja, con melena corta rubia.

–¡Hola! –saludó esta de una forma enérgica y aniñada–. Me llamo Carrot.

–Ella será nuestra segunda operadora de cámara –anunció la pelirroja sin dilatación.

–Un momento, ¿qué? Yo soy el operador de cámara.

–Por eso ella será la segunda.

–¿Qué? ¿Pero?

Carrot se adelantó en dos gráciles saltos y le tendió la mano.

–No te preocupes, bro. Seguro que hacemos buen equipo.

¿Bro? En un vistazo a sus flancos, Zoro se percató de que todos estaban enterados de aquello. Que estaba decidido, sin consulta alguna a su persona. Entrecerró los ojos con mosqueo y abrió la boca. Se llevó un guantazo que lo tiró al suelo medio noqueado.

–Ay, Zoro, lo siento, lo siento –se disculpaba Nami tirando del cuello de su camiseta y así arrastrarle fuera del a casa–. Es que creía haber visto una araña en tu cara, ven a que te de el aire.

Fueron hasta un banco fabricado con medio tronco, un poco apartados de la casa y cobijados en la intimidad por las malas hierbas crecidas de más. Nami le sentó ahí mientras ella quedaba de pie, tal cual una maestra haría para regañar a un alumno que acabase de hacer una trastada.

–Me da igual la razón por la que estas de morros. Con el plan de rodaje que has montado con tu amigo, el director cerebro de mono, necesitamos una segunda cámara sí o sí. Carrot trae su propio equipo, con trípode incluido. Así que cómo la ofendas por un ataque de celos típico de un niño de guardería serás tú el que pague alquiler de la segunda cámara. ¿He hablado claro?

El otro enfatizó su mohín, vigiló el suelo.

–Tampoco os costaba nada habérmelo dicho antes.

A la chica le pilló desprevenida esa actitud, cierto era que, aunque Zoro fuese tan crío como los del resto del grupo, tenía su sensatez propia. Es decir, como dijo Luffy, lo normal es que el peliverde entendiera la situación y lo dejara estar; si no la entendía o tenía ganas de bronca ya si hubiese tocado una discusión, como sucedió un par de veces entre los meses anteriores y posteriores a su ruptura con Sanji; pero no recordaba ella que agachara la cabeza así de penoso.

Suspiró por la nariz, se sentó a su lado en el banco.

–¿Tan mal te fue?

Zoro alzó la barbilla, sorprendido. Devolvió su vista a otro sitio que no fuese ella.

–Fue bien. Tuvimos un malentendido, pero lo arreglamos –se pasó la mano por los labios–. Nos besamos.

–¿En la primera cita? Qué atrevido –bromeó. Paró al ver que el peliverde seguía serio–. ¿No te gustó?

–Me gustó. Pero no sé si podría decir lo mismo por su parte –empezó de nuevo a irritarse–. De repente me dijo que lo sentía y se marchó.

–¿Qué dices? ¿Así sin más? –el otro se encogió de hombros–. Qué cosa más rara ¿Vas a llamarle?

–No surgió que no pasásemos los números de teléfono –se rascó la cabeza.

–Te da vergüenza.

–Ninguna –se indignó enrojecido.

–Entonces no me vendas esa escusa. Si os habéis visto en persona sabes dónde encontrarle.

El chico gruñó a la vez que se cruzaba de brazos.

–Sería de idiotas. Sólo conseguiría que me diera calabazas de una manera más clara.

–¿Pero estás seguro de que te dio calabazas?

–...

Nami resopló. Nuevamente, se llevó la mano a la cara.

–Vaya rodaje que nos espera contigo en ese plan.

–Oye, que soy el que mejor se concentra cuando estamos trabajando.

–Eso es lo que te crees tú –le regañó algo más que escéptica, con su dedo índice presionando la mejilla de su amigo–. Encima te conozco lo suficiente para saber que irá a peor, porque no vas a dejarlo estar, hagas lo que hagas, hasta que no tengas una explicación. ¿No es así, señor tozudo?

El peliverde resopló por la nariz, ofuscado.

–Tampoco lo soy tanto.

–Oh, ¿de verdad? –entrelazó sus manos–, ¿eso significa que vas a ser flexible y aceptar a tu nueva compañera? –aprovechó con mirada iluminada.

Zoro dio un repullo al verse acorralado, volvió a fruncir el ceño y retirar la mirada. Se resignó.

–Pero que conste que yo soy mejor operador de cámara que ella.

–Lo sabemos, lo sabemos –le consoló a la vez que dejaba la cabeza sobre su hombro y acariciaba su cogote como si fuese un cachorro enfurruñado.

 

Dos días más tarde...

 

Una vez más fue al Parque Shabondy. Se levantó temprano y llegó hasta el estanque donde se encontraron la última vez. Apoyado de espaldas en la barandilla le esperó. Cabía la posibilidad de que no apareciera; de que un tío con una media de inteligencia como la de Mihawk, después de lo del viernes, quisiese evitarle y por ende no hiciese acto de presencia ni en los sitios ni a las horas que se habían encontrado las veces anteriores; pero era la única pista que tenía.

Oyó unos pasos acercarse a ritmo rápido y equilibrado. Era él.

A pesar del final de su cita del viernes, el corazón empezó a bombear un poco más rápido. Sintió una pequeña alegría que no se quiso reconocer. Se separó de la barandilla y alzó la mano para saludarle.

–Eh, Mihawk. Buen...

El susodicho pasó por su lado, ejerciendo un dribbleo propio de un profesional del baloncesto, y le pasó de largo. Cuando el joven pudo reaccionar y se dispuso a seguirle, Mihawk estaba lo suficiente lejos para doblar esquina y perderse entre los árboles. No lo volvió a encontrar.

–¿Qué coño...?

 

Al día siguiente...

 

Se plantó en el mismo sitio a la misma hora, levemente más cabreado quizás. Le vio venir y se preparó.

–¡Mihawk! –empezó a correr a su vera–. Oye, tengo que hablar contigo. Lo que ocurrió...

Mihawk aligeró el paso, tomando una ventaja de mínimo diez pasos por delante. Una vena hizo presión en la frente de Zoro. Él también podía ir más rápido.

Empezó así una extraña competición. Consiguió alcanzarle más veces de lo que sumaban los dedos de las manos y los pies, e intentaba hablar con él, pero no llegaba a más de palabra y media cuando el mayor demostraba que podía ser más rápido. Fue tan frustrante que el peliverde se olvidó que su objetivo era hablar con él, no adelantarle.

–¡No te creas que vas a poder conmigo!

Tomó la velocidad de un cohete aeroespacial, le sobrepasó con creces. O tal vez, Mihawk, dejó que le sobrepasara porque dio la casualidad que ese adelantamiento se efectuó a la altura de una bifurcación.

A los minutos, Zoro se dio cuenta de que nadie corría a su espalda. A las horas, salió del parque porque se había perdido.

–¡Mierda, mierda, mierda!

 

Al día siguiente...

 

Mihawk corría en la silenciosa mañana, cincelada con el roce de las hojas por el viento, esporádicos cantos de pájaros y el cielo gris como a punto de llover. Iba tranquilo, sin alterarse, aunque algo turbado.

Llegó a la zona del estanque, la molesta tensión de su cuello se acentuó. Fue bordeándolo. De lejos observó el sitio donde le había aguardado el peliverde los dos días anteriores, donde hablaron por primera vez. No le vio y, aunque ello no le dejaba precisamente contento, sintió un alivio. Ahora solo quedaba que su ausencia significara que se había cansado y no que había llegado tarde o se había quedado dormido. Sí, que se hubiese cansado era lo mejor para los dos.

–¡Aaah!

De entre los arbustos salió una bestia salvaje que no le dio tiempo a identificar.

 

La noche anterior...

 

–No sé qué hacer, no hay manera de que le dé alcance –dio tres largos tragos a su segunda cerveza y resopló de rabia hasta rajar su garganta–. Valiente gilipollas...

–¿Quién? ¿Tú? –empezó Luffy sin dejar de jugar con un videojuego.

–¡Yo no, cretino, la persona de la que llevó hablando quince minutos!

–Ah, vale, es que a los primeros cinco me cansé.

–...

–Sinceramente, no entiendo para que quieres darle alcance –intervino Law de visita en su piso–. Pero si tanto te empeñas deberías hacerle una emboscada.

–¿Emboscada? –se lo pensó–. No, no, de ninguna manera –se rió con sarcasmo entre dientes–. No, no pienso hacer eso. Sería de psiquiátrico.

–Estoy de acuerdo. Pero en mi opinión ya te estás quedando un poco como para psiquiátrico.

 

De vuelta al presente...

 

Le embistió a la vez que le agarraba con fuerza. Ambos chocaron con la barandilla del estanque, se deslizaron sobre ella y cayeron de cabeza al agua. Los patos volaron en graznidos terriblemente asustados.

Mihawk tosió, lanzó a Zoro a metro y medio de un empujón.

–¡Estás mal de la cabeza, niñato! –se apoyó en sus propias rodillas para levantarse– ¿No te basta con acosarme todos los días que tienes que atacarme de esta manera?

–¿Acosarte? –se incorporó y le encaró–. ¿Atacarte? ¡Eres tú el que ha jugado a las ambigüedades! ¡Si no quieres nada conmigo ten los cojones de no ignorarme como un cobarde y dímelo a la cara!

El mayor afiló sus ojos dorados.

–No estoy interesado en ti. Pensar que no he sido suficiente claro es una arrogancia por tu parte.

Se mantuvieron sus atacantes mirada al tiempo que el cielo gris se oscurecía. Se observaron con esa sensación agria, mojados hasta le ropa interior, espolvoreados en ramas y hojas, en medio de un estúpido estanque de patos y ranas, el cual no olía muy bien. Absurdo.

Zoro apretó los puños, le temblaban de puro cabreo. Sonrió con una máscara de orgullo.

–¿Lo ves? No era tan difícil –escupió una risa amargada–. Al próximo que quieras invitar al cine no le hagas el lío con un beso como el que me diste a mí. Te ahorraras este tipo de disgustos.

Le dio la espalda y puso su mano sobre la barandilla para salir del agua. Un trueno lejano advirtió de la inminente tormenta.

–Zoro, espera.

Otra vez el regreso de ese tono suave. El peliverde volvió el rostro por encima del hombro. Como el viernes pasado, el gesto estricto y amargado de Mihawk había desaparecido; parecía arrepentido.

–Lo siento.

El ceño del joven se frunció, más.

–Ya sé que lo sientes.

–No, no me refiero a eso. Yo no quería... –rebufó y se llevó la mano a la cabeza descubierta–. Toda esta situación es más complicada de lo que puedas creer –encontró su gorra flotando no muy lejos, la alcanzó–. Nunca había hecho tantas cosas sin pensar –la tomó por la visera para agitarla y secarla, inútilmente– porque cuando las pienso es peor y... –se iba a volver a cubrir la cabeza, pero se lo pensó–. Hablemos en un lugar más tranquilo, por favor.

–Es lo que llevó intentado desde el lunes. Ahora me parece un poco tarde.

–Por favor, Zoro.

Debió asumirlo, sus siguientes palabras fueron más motivadas por aquella forma de pedírselo, amable y cálida, que su propia lógica diciéndole que debía hablar con él sólo para cerrar ese círculo:

–Está bien. Pero no creo que nos dejen entrar en ningún "lugar más tranquilo" chorreando de esta manera –se cogió el bajo de la camisa y lo estrujo.

–Si te parece bien podemos ir a mi casa.

No le parecía bien, pero era la opción más viable. En su trayecto para salir del parque discutieron si merecía la pena gastar en un taxi o no. Al final, los propios taxistas no se paraban al ver sus pintas. Tomaron un autobús cuyo conductor les aceptó muy de malas un billete mojado. El olor a estanque hacía que los demás viajantes se apartaran todo lo que pudieran, con la nariz tapada y nauseas.

Antes de que bajaran en una parada a pie de playa empezó a llover; golpe de suerte que disimulaba más o menos su accidente pero que no les quitó de las prisas. Llegaron al portal de un bloque de pisos, en el ascensor que toparon con una vecina a la que casi se le salen los ojos de las órbitas. Muy posiblemente, las hechuras de los dos hombres le formaron un debate interno sobre si un simple paraguas sería suficiente para salir a la calle.

El apartamento de Mihawk estaba en una tercera planta. Tomó las llaves y abrió sin miramientos, Zoro le siguió. Apenas había luz debido al mal tiempo, el mayor fue encendiendo algunas lámparas: una larga de pie, otra pequeña en una mesita al lado del sofá; a la vez que el peliverde observaba. Nada más el salón, elegante y ordenado, tenía el tamaño del piso que el compartía con Luffy, con un amplio balcón al final para ver mar, ahora gris y agitado, adornado con algunos rayos.

–Sería mejor que nos duchásemos antes –comentó el anfitrión–. Hay dos cuartos de baño. Ve al de la izquierda, es el que más uso y está más acomodado.

El joven no quería perder más tiempo ahí, pero se ojeó así mismo, se volvió a percatar de su olor, y no le pareció tan mala idea acabar con aquello con un poquito más de dignidad.

Dentro del baño se quitó la ropa mojada, pesaba un quintal y le había irritado la piel con rojas rozaduras. Peor eran los zapatos y calcetines, gracias a ellos sus pies estaban en el punto de gangrena ártica. Llamaron a la puerta cuando tenía los pulgares metidos en la orilla de sus calzoncillos, abrieron antes de que pudiera bajarlos del todo.

–Se me olvidaba que no te había dado ropa y... –Mihawk se pulsó su propia pausa. Pasó sus ojos por el cuerpo del peliverde; el joven los notó cómo una impúdica caricia; reaccionó–. Toma –le ofreció un par de prendas dobladas y limpias–. Si quieres dame las tuyas, las echaré a la lavadora.

–Cla... –carraspeó–. claro.

Algo aturrullado dejó la ropa prestada sobre la taza del váter y se agachó para recoger la suya propia en un gurruño. Estuvo a punto de dejarla así en las manos a Mihawk. Se retiró en el último momento.

–Espera.

Le dio con la puerta en las narices. Se quitó los calzoncillos, los metió en el núcleo de la bola de ropa mojada; volvió abrir, con cuidado de no enseñar de más su desnudez. No supo si le dio el gurruño a Mihawk o le atizó con el mismo. Dio un portazo rápido.

Suspiró y se pasó por las yemas de los dedos por sus párpados, las bajó por el rubor de sus mejillas hasta tapar la boca con su mano. Absurdo, todo era demasiado absurdo.

 

Unos veinte minutos después...

 

Zoro salió de la ducha, con esa ropa que no era suya, ni siquiera la interior, y no le quedaba mucho de su talla. Desde el exterior arribaba el sonido de las olas, muy bajito, tanto que parecía un silencio armónico. La lluvia había cesado, sin embargo, el nublado y sus tonos grises persistían. En esa tenue contraluz monocroma encontró a Mihawk, sentado delante del balcón, trabajando con el portátil en la mesa. Con nada más que contemplarle su pecho respiraba con más facilidad, más profundo.

Vio al mayor percatarse de su presencia y quitarse las gafas de lectura a la vez que alzaba la mirada hacía él. Se perdió en sus ojos dorados y notó como ello relajaba cada parte de su cuerpo. Pareció reciproco cuando el mayor se levantó; restó distancia con el peliverde en pasos lentos, los mismos que podría haber dado en un acto solemne. Se mantuvieron uno al frente del otro, con los dedos de sus pies a punto de tocarse.

Mihawk posó sus manos en la cadera del joven, la acarició y enlazó sus manos detrás del peliverde. Zoro, a la vez que era atraído al cuerpo del otro, le abrazó por el cuello. Quedaron así, como si volvieran al viernes pasado, al instante precedente antes de separarse.

Sólo existían la calma y ellos.

El joven empezó a cerrar sus ojos conforme acercaba sus labios, se detuvo al notar que el mayor se retiraba. Le preguntó con la mirada. Mihawk le mostró, apenado, una media sonrisa.

–Puede que después tengas que marcharte, incluso que no quieras volver.

Una pequeña risa se escapó de entre los dientes del peliverde.

–¿Qué más da lo que hagamos ahora, entonces?

Fue a besarle de nuevo y, sin recibir ningún tipo de rechazo, llegó a su boca. La devoró y se dejó devorar, con una extraña mezcla de necesidad ansiosa y pausado deleite.

En un intermedio para recuperar el aliento Mihawk lo llevó a su dormitorio. Tumbados en la cama, con las sosegadas luces grises sobre ellos, continuaron aquel beso. Notó los dedos del mayor en su cuello, bajar por su cuerpo por encima de la ropa; cruzó su pecho, su vientre, se desvió por su cadera y muslo, hasta su rodilla, luego volvió a subir.

Mihawk se detuvo, le miró a los ojos aún con su mano en las partes bajas del pantalón del joven.

–¿Qué ocurre? –preguntó el joven.

En una última caricia, el mayor, palpó su entrepierna sobre la tela. Zoro cerró los ojos y contuvo el aliento. Echó la cabeza hacia atrás al sentir como se colaba dentro de sus calzoncillos.

–Hum... –el peliverde contuvo un gemido en su boca.

El mayor besaba y daba pequeños mordiscos en su cuello, a la vez, su mano seguía inspeccionado sus bajos. Sí, inspeccionar, no había otra definición para ello. Sujetaba su miembro con cuidado, de manera que produjo al joven, a parte de un raro placer, una terrible vergüenza por pensar que se la medía al tacto; pasó después a sus testículos y la zona de su perineo, con profundos estremecimientos.

–Ah...

Mihawk se volvió a desviarse, esta vez por su trasero, a una de sus nalgas y después a la otra, pero no tardó en volver sobre sus pasos y seguir recto hasta su entrada. Por alguna razón, no la invadió, jugó a quedarse a las puertas. Una tortura.

Zoro rodó para echarse encima del otro. Tomó su cara entre sus manos y repartió besos en su boca; de la misma manera que había hecho el mayor, fue por su cuello, sin dejar de presionar sus labios contra la piel de Mihawk a su paso. Le subió la camiseta hasta las axilas, se relamió con la simple vista y atacó sus pezones; tan sensibles como podía ser un codo, excepto si se manejaban con la suficiente dedicación y cariño. El peliverde mordía, succionaba y besaba el derecho, mientras el izquierdo era tratado con caricias, presiones y pellizcos. Sonrió para sí mismo cuando se percató de como el mayor arqueaba la espalda, como contenía sus gemidos y cerraba los ojos de la misma forma que Zoro lo había hecho antes que él.

Su boca inició un nuevo descenso por el cuerpo del mayor. Apartó sus pantalones de un tironazo, hasta quitárselos del todo. Mihawk arqueó su espalda una vez más cuando el peliverde cubrió con su boca su virilidad. El joven movía el cuello y degustaba con la lengua, disfrutaba con la resistencia autoimpuesta del otro, como cada vez cedía más, como él tampoco podía evitar que se fugara algún gemido.

–Para –Mihawk exhaló extasiado, tomó con cuidado el cabello del peliverde para apartarlo antes del clímax. Acarició su frente y su pelo, le sonrió con sus ojos dorados–. Desnúdate.

Zoro correspondió la sonrisa. Se deshizo de cada una de sus prendas al tiempo que Mihawk se liberaba de su camiseta. El joven se sentó en su regazo, de cara a él, el mayor le besó en la comisura derecha y abrazó por la cintura. Sus dedos llegaron hasta la entrada del peliverde, jugaron y torturaron un poco más; se adentraron, pero no mucho, no hacía falta.

El joven apretó párpados y boca cuando el miembro del mayor empezó a hacerse paso en su interior.

–A... ah... –le fue imposible retener esa queja que no era tan queja.

Su lengua se encontró con la de Mihawk. Se relajaron para tomar aliento un segundo; el mayor tomó con cuidado su virilidad para estimularla. Entonces, comenzaron los vaivenes. Lentos, sinuosos movimientos que les permitían mirarse a las pupilas. Sin embargo, no podía durar. Ambos necesitaron más rapidez, más movimiento, más saltos. El fervor les impidió seguir mirándose, de la misma forma que les dio el lujo de saber que estaban junto al otro; que no iban a desaparecer, por la gran fuerza con la que se abrazaban y agarraban, por como aún con el paroxismo y lo frenético buscaban un roce entre sus labios.

Se desbordó todo en un último exhalo en alto, con ambas espaldas dobladas y un placer que les recorrió el cuerpo para estallar mil veces en es corta fracción de tiempo y espacio.

Sus miradas se cruzaron, casi se sorprendieron de verse, de haber vivido aquello no como un sueño sino como una realidad, con bocanadas, el rostro enrojecido y perlado del sudor. Otro par de besos más y Mihawk giró su cuerpo para tumbar a Zoro sobre el colchón y salir de su interior. El joven, aún con la respiración agitada se frotó el brazo por debajo del hombro.

–¿Tienes frío? –el mayor acarició su cara con el dorso de su mano.

–No, pero hace humedad.

–Espera.

Se movilizaron un poco para que el edredón quedara sobre ellos y no al revés. Se tumbaron de lado, cara a cara. Se sonrieron, no dijeron nada más.

 

Tres cuartos de hora después...

 

En un bostezo, estiró su espalda y sus brazos, se puso bocarriba en la cama y se frotó los ojos. Instintivamente, se fijó en el reloj digital de la mesilla de noche, casi marcaba las doce. Al virar al otro lado, hacia la ventana donde el día parecía haber recuperado un poco de color, encontró la ropa que Mihawk le había dejado antes, de nuevo bien doblada sobre la almohada.

Se vistió y salió al salón. Se topó con la espalda recta del mayor, que con un tendedero en medio de la habitación hacía la colada. Éste se giró al oír el leve chirrido de la puerta.

El ambiente se llenó de un silencio intragable.

–He metido tu ropa en la secadora. En un rato la tendrás lista.

–Vale, gracias.

–Es temprano para el almuerzo, pero si quieres, queda café de esta mañana –señaló con la barbilla la cocina–. También hay leche en la nevera.

Asintió y anduvo hacia donde le había indicado. Lo que fuera para no sentir aquella carga incómoda, la cual bien se había buscado por empeñarse en acostarse con él antes de haber hablado.

Respiró una vez se libró de los ojos dorados sobre su cogote. Vio la cafetera en la vitrocerámica, y la nevera a un lado. Encontró la leche a la primera, pero antes de volver a cerrar el electrodoméstico llamó su atención algo imprevisto. La recogió y la analizó mejor, ¿una lata de comida para gatos?

–Miau –dieron dos toquecitos en su cabeza.

Alzó la barbilla. Un bicho peludo colocó su patita sobre su nariz.

–¡Aah! –se tropezó y calló de culo.

–¡Zoro! –vino Mihawk–. ¿Qué ha pasado? ¿Estás bien?

–Sí, eso creo –mientras el mayor le ayudaba a levantarse observó de nuevo al ser que le miraba desde arriba de la nevera. Un gato con un desaliñado pelo rojo y una tarascada de tres arañazos en el ojo izquierdo–. No me esperaba que tuvieras una mascota.

–Hace un tiempo yo tampoco –reconoció fatigado–. ¿Esa es su lata de comida?

–Eh... sí –se la devolvió en tono de disculpa al mayor.

–Por eso observa tan inquisitivamente. Se las escondo y raciono para que no engorde demasiado –tomó de un cajón un cuenco de plástico–. Ahora que la ha visto, o le sirvo o no dejará de maullar –abrió la lata y la vertió.

–Miau, miau –exigió.

Puede que formara parte del absurdo de ese día, pero el tema del gato se llevó por delante un contundente porcentaje de incomodidad.

–Apareció en mi antigua casa –le explicó al joven de camino al sofá–. Por la ventana de la cocina. Al principio nos ignorábamos, pero un día se me ocurrió darle comida y ya no pude deshacerme de él –suspiró por la nariz–. Pensé que con la mudanza podría dejarlo atrás, pero semanas antes vino bastante enfermo. Entre veterinarios y cuidados lo traje aquí.

–Y se hizo con tu casa.

–A resumidas cuentas.

El gato en cuestión, recién comido, salió de la cocina y se subió al sofá, donde los dos hombres ya estaban sentados; analizó a su dueño y luego inspeccionó a Zoro con vista y olfato; el joven no se privó de guardar sus recelos hacia el felino que cada vez respetaba menos su espacio íntimo.

–No hagas muchos movimientos bruscos. Suele bufar a cualquiera que se le acerque.

Zoro alzó con cautela las manos cuando el gato, entre ronroneos, pisoteó el regazo del peliverde a la vez que se restregaba contra su pecho. Se ovilló a dormir sobre el joven.

–¿Cuándo puedo bajar ya los brazos? Es que no soy muy de gatos.

–Adelante –le dijo entretenido, alargó la mano para acaricia a su mascota–. Sí que está a gusto contigo, sólo le falta roncar.

–Bueno, gracias a mí se ha comido esa lata. ¿Tiene nombre?

–Le llamó según: Gato, gorrón, bola de pelo, pelirrojo consentido, Shanks.

–¿Shanks?

–Me recuerda a un amigo que se llama así –dejó de acariciar al gato, hizo una pausa, tomo fuerzas para hablar–. Zoro.

El peliverde le miró a los ojos, alerta por ese registro más serio, más pesado.

–Siempre he estado con mujeres, nunca con hombres.

Los párpados del joven se replegaron tanto que dejaron de existir.

–¿Eres... eres hetero?

Mihawk agachó la cara antes de volver a enfrentarle.

–Es posible que me haya sentido atraído por hombres y no me haya dado cuenta, algunas cosas que me han pasado cobran sentido si pienso así, pero contigo es distinto. Has sido el primero que lo ha hecho evidente.

–¿Qué quieres decir?

El mayor sonrió con pesar.

–Cada mañana nos cruzábamos por el paseo marítimo y no podía quitar la vista de ti –vio como el peliverde se enrojecía, siguió–. Me convencí de que sólo llamaste mi atención. Luego nos encontramos en el parque y te invité al cine pensando que no significaba nada. Lo último que esperaba era cargarme de celos y besarte.

El joven, pensativo, bajo sus ojos al felino, comprendió lo que implicaban esas palabras. Lo que ocurrió el viernes fue más que un malentendido para Mihawk. Recordó como apretaba el volante del coche; tenía que tener la cabeza hecha un lío. Desde ese momento hasta ahora, incluso cuando...

Se le quebró la cabeza. El rubor se le intensificó. Hizo un esfuerzo descomunal para virar de nuevo al mayor. Su voz salió raspada y aguda por igual:

–¿Soy el primero con el que te has acostado?

–Sí –respondió claro.

Fue inminente. Le ardió la cara, orejas incluidas, tanto que pensó que iba a reventar allí mismo; casi sentía el humo salir de sus oídos. Se llevó la mano a la nariz. No estaba sangrando, ¿no? Por favor, que no estuviese sangrando por la nariz como un degenerado.

–¿Estás bien?

–¿¡Cómo voy a estar bien!? –gritó y asustó tanto al gato que de un salto pasó del regazo del joven a los brazos de su dueño–. ¡Esas cosas se dicen antes!

–Tampoco es como si fuese a cambiar algo –se revino.

–¡Claro que cambia! –se llevó ambas manos a la frente, se apoyó de codos sobre las rodillas. Estaba muy mareado–. Ah, mierda, ahora soy yo el que entiende algunas cosas.

Se hizo una nueva pausa mientras el gato se escabullía y se iba a ser discreto a otro sitio. Zoro giró su cabeza hacia el mayor, todavía enrojecido, pero con una presión en el pecho. Acababa de acostarse con un hetero que recién descubría que no lo era. Esa historia se la sabía por experiencia, y puede que Mihawk, aún sin experiencia, también.

–¿Por eso me evitabas?

El mayor volvió a tomar fuerzas.

–Puede que con el salto generacional y tu condición sexual te sea difícil verlo. Pero en mi caso, incluso el concepto "salir del armario", es muy complicado.

–¿Te avergüenzas? –preguntó con un poco imperceptible deje de reproche.

–No, no se trata de eso. Pero necesito tiempo para digerir y poner todo en su sitio.

Aquella última frase se le inyectó en el pecho con una dosis de amargura. "Tiempo", ¿y mientras tanto qué? Estarían en un limbo, estar sin estar, acostarse sin compartir nada más que las sábanas. Mentir a los demás, y así mismo, aguantar por una promesa que a lo mejor nunca se cumple. Eso sólo si algún día "salía del armario". Su anterior relación fue muy difícil aún sin la diferencia de edad, ¿qué podía esperar de un hombre que había nacido en una época mucho más restrictiva, retrograda y llena de perjuicios?

Nada, y eso le dolía. No por haberse topado con el mismo problema otra vez, sino porque desde ante de su ruptura con Sanji, no se había sentido cómodo besándose o acostándose con nadie.

–No puedo quedarme esperando, aquí o donde sea. Lo siento.

Dijo esto, consciente de que le podía venir un insulto, una degradación corrosiva, que le echara de su casa a patadas; o que quizás intentaría manipularle con falso cariño. Sin embargo, Mihawk asintió con una media sonrisa apagada.

–Me lo temía, desde el viernes. Por eso no quería escucharlo.

Fue innecesario alargar aquella conversación. Zoro recuperó su ropa; con ella puesta, el mayor le abrió la puerta y le acompañó hasta el ascensor. Una vez llamada la cabina para que subiera, ambos quedaron pausados.

El joven observó de soslayo al otro hombre. Se mordió los labios y llevó su vista al suelo.

–Oye, Mihawk. El viernes me lo pasé muy bien, incluso con ese malentendido.

–Yo también. Perdona otra vez como me comporté.

–Es igual. Perdona tú por acosarte y tirarte a un estanque.

–No tienes de qué disculparte, debí haber hablado contigo desde un principio.

Se mordió aún más los labios. Para nada. Le encaró de reojo.

–Me debes otra visita al cine –el mayor no le entendió–. Dijiste que la próxima vez podía escoger la película.

–Lo recuerdo –respondió sorprendido, entre tanteos–. ¿Estás seguro de que quieres?

–Sólo sería una película. Como amigos.

–¿Sólo como amigos?

–Es verdad que soy bi, pero tú eres hetero. No creo que nos pase nada. Entiendo lo que significa la palabra consentimiento.

Al mayor le hizo gracia el comentario.

–Tiene razón, es sólo una película.

–Una sola película.

–Como amigos.

–Amigos que van al cine.

–También cenan después.

–Y si acaso van a por unas copas que nunca se tomaron.

–Después cada uno se iría a su propia casa. Solos.

–O con un ligue de esa noche.

–Porque no están juntos.

–Ni esperan estarlo.

Se sonrieron con complicidad, con alivio. El ascensor abrió sus puertas con un pitido.

–Hasta el viernes, entonces.

–Hasta el viernes –le despidió–. Espera, Zoro.

Mihawk tomó el brazo del joven, con un bolígrafo, escribió sobre la piel unos números. El peliverde se rió.

–Tengo el móvil en el bolsillo, tío antiguo.

–Así es más rápido –terminó–. Llámame o mándame un mensaje cuando sepas la hora y lo que vamos a ver.

–Lo haré.

Casi se dan un beso, casi. Pero el ascensor se cerró antes de aquella oportunidad.

 

Continuará...

Notas finales:

Bien, y hasta aquí, por el momento. Si hubiese sido un shot, hubiese acabado aquí, con un final mucho mas concluyente, ¿cómo no? pero como he dicho antes, me encantar procrastinar, así que esto no ha hecho más que empezar.

Espero que os haya gustado ;) bye!


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