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Runner por Rising Sloth

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Notas del capitulo:

Hola, buenas, ¿qué tal? Me acabo de dar cuenta de que el título de este capítulo es casi igual al anterior :D

Capítulo 6. Amigos

 

–¡Te dije que fueras a un psicólogo!

–¡Y yo que te fueras al carajo!

–¿Pero tú te das cuenta de lo que me estás diciendo? –se llevó las manos a la cabeza con la mandíbula desencajada.

La conversación de besugos se extendió más de aquellas frases. Shanks acabó más alterado de la cuenta, y lo que era peor, le estaba arrastrando también a él. Se fijó en Zoro, aún por el suelo con cara de dividir doscientos treinta y dos entre trece, aunque al cruzar miradas el joven reaccionó y terminó de vestirse. El mayor acercó a él y le sostuvo del brazo por encima del codo.

–Déjame hablar a solas con él –dijo con voz sosegada–, será más fácil.

–No te preocupes –respondió desnortado–. Lo entiendo.

Mihawk le mostró una sonrisa amable, Zoro intentó corresponder pero todavía estaba en proceso de asumir su declaración. De cualquier forma, el peliverde se fue y el ambiente se liberó de parte de la tensión que se acumulaba. Shanks resopló y se sentó en el sofá.

–Ah... –se le escapó una risa cansada–. Te iba a pedir un café, pero no sé si será mejor una tila. O un orujo. ¿De dónde lo has sacado?

–Haz el favor de no hablar de él como un perro. Le conocí cuando me mudé y empecé a correr por el paseo que sigue la playa. Nos cruzamos casi todas las mañanas.

Con la boca abierta, el pelirrojo entrecerró los ojos. Luego se rió, más natural, más él.

–Qué romántico. Creí que tú eras el editor y yo el escritor. ¿Cómo pasó a estar desnudo en tu sofá?

–Si tanto te interesa: hemos intentado ser amigos, pero no nos ha salido.

–Un momento, ¿te has acostado con él? –miró donde estaba sentado y se levantó espantado–. ¿Va en serio? Mihawk, nunca te han gustado los hombres, nunca has dado una señal, ¿crees que no me habría dado cuenta? Y ahora, de la noche a la mañana...

–Tal vez si hubo señales –le cortó–. Desde que conozco a Zoro estoy rememorando muchas cosas, dándole otro sentido. Tal vez nunca he estado con otros hombres porque en mi cabeza ni tan siquiera se planteaba esa posibilidad.

Shanks calló un par de segundos. Se rió otra vez, incluso soltó una carcajada de las suyas.

–Vale, vale –dio un par de reforzadas palmadas en la espalda de su amigo. Rodeó su cuello con su brazo–. Se abrió la caja de Pandora a tus cuarenta y dos años. ¿No había otro más de tu edad?

–Tú y Makino os lleváis casi diez años –apartó el brazo y se liberó de tan amistoso agarre.

–Diez años, no dos décadas. Casi creo que me has metido en un programa de cámara oculta.

–Déjate de bromas.

–¿Yo? Hasta ayer mismo eras capaz de llamar inmaduro a un octogenario, hoy sales con un crío.

–Zoro no es ningún crío.

–¿Zoro? Ah, ya, ya, debe rebosar madurez y experiencia –se divirtió–. Este asunto tendría más sentido si confesaras que te hiciste una cuenta en una página de sugar daddy por error.

–Te estás sobreexcediendo, Shanks.

–Tú mismo sabes que cuando se te pase esta enajenación no soportarás ni que respire.

–¿Enajenación? –saltó su voz con frialdad–. ¿te crees que hago las cosa sin cordura y criterio, igual que tú?

Shanks se cortó ante esa tajante acusación.

–Venga, Mihawk, no es para ponerse así. Sólo digo...

–Incluso en el caso de que tuvieses razón y yo no esté en mis cabales, ¿qué más te da? ¿No eres tú el que predica que cada cual con su vida?

–¡No es lo mismo! El Mihawk que conozco nunca hubiese hecho una locura como esta. Estoy preocupado por ti.

–¿Preocupado? Deja de ser tan hipócrita. Si hubieses encontrado una chica de veinte años en mi sofá ahora mismo no estarías preocupado, me estarías dando la enhorabuena.

Emergió una pausa espesa. Mihawk chistó, se contuvo para pensar mejor sus palabras.

–Esta conversación ya es demasiado larga. Antes de ver a Zoro venías a traerme tu borrador, supongo.

El pelirrojo se quedó parado un segundo, apartó la mirada. Sin contestar, sacó algo del bolsillo de su pantalón: un pendrive.

–Creo que no hay ambiente de trabajo en equipo. Es mejor que lo revises por tu cuenta.

El moreno resopló por la nariz, bastante más agotado. Recogió el pequeño artilugio.

–Llámame cuando tengas la cabeza más fría y calmada, Mihawk.

Tras decir esto, se fue. El otro, con sus ojos dorados en el pendrive, pensó que eso de trabajar en un proyecto con un amigo era lo peor que se le había ocurrido en la vida.

 

A la noche, ese mismo día...

 

No había contactado con Zoro. Era consciente de que el joven se había quedado con una escena algo abrupta cuando se fue de su casa, pero no podía llamarle o mandarle un mensaje sólo para decirle que estaba todo bien cuando claramente no lo estaba; el peliverde era despistado en ocasiones, sin embargo, no era imbécil, si le contaba esa pequeña mentira, aunque fuese para tranquilizarle empeorarían las cosas. Era mejor que hablaran cara a cara.

De esta manera esperó y condujo su coche hasta un aparcamiento libre cerca del teatro donde Zoro le había dicho que trabajaba. Fue entonces cuando recibió una llamada.

–¿Makino?

–Mihawk, ¿cómo estás? Shanks me ha contado que habéis discutido.

Durante una milésima de segundo se le cortó la respiración.

–¿Te ha dicho por qué?

–Sí.

Cierto era que, en la mañana, cuando oyó la voz del pelirrojo irrumpir en su casa, salió muy envalentonado, consciente de que su amigo era incapaz de guardar un secreto. Sí, había salido del cuarto de baño con el pecho henchido de confianza, pensando "pues que lo sepa todo el mundo", pero ahora, al ver que no habían pasado ni doce horas y ya lo sabía Makino le dio un poco de mareo. Se preguntó quién más lo sabría en ese momento.

–También me ha dicho que lo has llamado homófobo e hipócrita.

Mihawk recuperó la compostura, resopló.

–Desde luego se ha comportado como tal.

Se sorprendió al escuchar la risa de la mujer.

–Debes ser un poco más comprensivo, es la primera vez que se enfrenta a esta clase de celos.

–¿Celos? ¿De mí?

–Del chico. Shanks es tu mejor amigo desde que eráis niños, nunca antes había sentido que alguien le había arrebatado el puesto. Él creía que iba ser siempre el único hombre importante en tu vida.

Quedó pensativo un segundo, sin llegar a una conclusión, expiró por la nariz.

–Por lo que veo, tú no te lo has tomado con más calma.

–¿Hum? También me he quedado "abrumada" –ironizó el estado de su pelirrojo marido–. Pero siempre te he visto por encima de estas cosas. Tal vez hubiese ocurrido antes si...

Makino guardó silencio en un tono de disculpa. Mihawk completó la frase por ella: "Tal vez hubiese ocurrido antes si tu matrimonio hubiese durado menos".

–Lo siento.

–No importa.

Ella respiró. Mihawk, al conocerla desde tanto tiempo, supo que sonreía amable.

–Lo más importante es si estas bien con ese chico, ¿es así?

Lo dijo justo cuando vio al peliverde salir del edificio, con sus pantalones negros llenos de bolsillos y su chaqueta vaquera; con un suspiro cansado, mirando su móvil como si buscara algo. El mayor comprendió que no sólo había ido hasta allí para hablar con él. Quería verle.

–Sí –sonrió–. Es así.

 

Alrededor de un cuarto de hora más tarde...

 

Se habían pasado todo el trayecto tranquilos, pero cautos. A penas hablaron y, cuando uno se descubría observado por el otro, apartaban sus ojos hacia otro lado, quizás con algo de rubor. Eran pareja, aquella realidad aún les asustaba un poco.

Sin embargo, una vez se resguardaron en el apartamento del mayor, las miradas no eran tan tímidas, sino más directas, como si apartarlas les dejase el pecho vacío. De repente, los engranajes se movieron en sus cabezas, entendieron que no tenían que esconderse ni reprimirse. Se besaron en un abrazo.

Aún estaban cerca de la puerta cuando aquello sucedió, la espalda de Zoro quedó pegada a ésta mientras el aire de ambos terminaba de consumirse. Pararon para recuperar el aliento y se volvieron a mirar. Todavía se rodeaban con sus brazos. El peliverde sonrió con una risa entre dientes, acarició los cabellos de Mihawk y dio un par de besos cortos en sus labios.

–¿Cuántas veces te has tocado pensando en mí, eh?

El mayor le correspondió la sonrisa y los besos. Juntó frente con frente.

–¿Desde cuándo estamos hablando?

–Desde que me viste por primera vez en la playa, tal vez.

El de los ojos dorados acercó sus labios al oído del joven, susurró:

–Ninguna.

La sonrisa de Zoro se tornó aún más arrogante.

–Qué casualidad. Las mismas que yo.

Ya habían recuperado suficiente oxígeno, se atacaron la boca una vez más, se tocaron. La chaqueta vaquera de Zoro quedó en el suelo junto al abrigo largo de Mihawk. Fueron al sofá, se tumbaron en el, uno sobre otro. Las manos viajaban por debajo de la camiseta del joven y la camisa del mayor. El de los ojos dorados descubrió el pecho del peliverde, se relamió, habló contra su oído.

–Quiero hacerte lo que tú me hiciste a mí.

Bajó, así, su boca hasta el pezón derecho del joven mientras su mano se dirigía hacia el izquierdo. Zoro cerró los ojos, apartó todo lo que pudo la barbilla de sus hombros y se mordió los labios con placer a la vez que cortos gemido apenas salían de su garganta. Disfrutó de la humedad y calidez de las mordidas, las succiones, los besos, caricias, presiones y pellizcos.

Todo era perfecto, todo era libre. Sin embargo...

Mihawk, aun imitándole, descendió por su cuerpo; no había llegado al ombligo del peliverde cuando comenzó a desabrochar su pantalón. Entonces, el joven profirió otra risa entre dientes, su pie se alzó suave hasta la entrepierna de Mihawk, la presionó con cuidado.

–Qué ganas de hacerte yo lo que tú me hiciste a mí.

Mihawk se quedó quieto, como si se hubiese convertido en piedra; Zoro se percató de la tensión repentina de su cuerpo, preocupado dirigió su mirada hacia él. Cuando vio que el rostro del mayor había perdido el color el ambiente se resquebrajó de golpe. Se apartó y salió de debajo de su cuerpo.

–Yo no... –alzó las manos en señal de inocencia–. Creí que querías que yo...

Mihawk resopló muy avergonzado. Se sentó al lado del brazo del sofá contrario a donde estaba Zoro, se frotó los ojos con una mano, se tapó la boca y dejó sus pupilas hacia el suelo. El joven se bajó la camiseta y se atrevió a acercarse un poco más, sin rebasar la distancia de seguridad.

–Eh, si no quieres no pasa nada. No es obligatorio.

Tras un silencio prolongado, de las fosas nasales de Mihawk emanó un suspiro que podría interpretarse como una risa. Se destapó la boca para sonreírle.

–Me dirás esa frase cliché de que esperaras a que yo esté preparado.

–No –respondió, no brusco, pero sí firme–. No voy a esperar ni insistir en algo que sólo depende de ti. Si te da por cambiar de opinión ya me avisarás, si no tampoco se acaba el mundo, mucho menos las maneras en las que podemos tener sexo.

El mayor poco pudo disimular su asombro.

–¿Miau?

Los dos viraron en la misma dirección. El ser peludo de la casa les observaba desde una de las estanterías, casi escondido entre los libros con las pupilas dilatadas.

–Creo que quiere que le ponga la cena.

–Sí tú lo dices –al joven le parecía más bien que el gato era un voyer frustrado.

Ambos se levantaron. Mientras Mihawk se dirigía a la cocina, Zoro recogió su móvil de su chaqueta vaquera. A partir de ahí, no se sacó más el tema. Pidieron a domicilio, el joven se duchó para hacer tiempo, pusieron la tele y cenaron con una película que a ninguno les gustó. Charlaron un poco más y se resistieron, entre una tontería y otra, entre una rutina compartida que se les hizo extraña, a irse a dormir. Esa extrañeza se enfatizó cuando finalmente se metieron en el cuarto de Mihawk; sin intención de nada, con miradas furtivas, se desnudaron para ponerse el pijama.

–Buenas noches.

–Hasta mañana.

Las luces se apagaron y un silencio relajado, acompañado por el sonido del mar, descendió sobre la casa. Mihawk no respiraba bien, sentía que se podía pasar despierto toda la noche. Ignoraba la razón concreta de ello.

Miró hacia atrás por encima de su hombro, Zoro descansaba de espaldas a él, de cara a la ventana y el mar. Pausado, se acercó al joven y tocó su hombro creyéndolo dormido; el peliverde volvió la cabeza, con los ojos bien abiertos y cargados de una preocupación que no entendió.

La mano del mayor pasó del hombro del joven a su barbilla. Se besaron, Zoro entrelazó sus brazos en el cuello de Mihawk, una vez más perdieron sus prendas entre caricias. Antes de que el mayor pudiese pensar con que roles podía acabar ese encuentro, el joven llevó sus piernas a rodear sus caderas.

 

Al siguiente domingo...

 

Era el último día de rodaje. Se habían pasado todo el fin de semana en la casa abandonada, ahora con pintas de buffet de estilo pop, dando todo lo que tenían.

–Bien –dijo Nami en un repaso al plan de rodaje–, cuesta creerlo, pero vamos muy bien de tiempo.

–Tal vez porque hemos contado con pocos actores extra –analizó Franky–. Aunque no sé si se puede decir que eso sea una SUPER ventaja.

–Tienes razón, nos preocupamos mucho en que Bon Clay aceptara actuar de dueño del buffet, y Vivi ha podido llamar a compañeros suyos de interpretación para que hicieran de matones, pero a la hora de buscar elenco de fondo nos hemos relajado bastante.

De hecho, a última hora recurrieron de amigos como Ace y Marco, y aun así, en algunos planos más amplios se habían tenido que poner varios del staff a fingir que eran comensales asombrados por todo lo que ocurría a su alrededor; como Robin y Brook, de los cuales esperaban que su sobreactuación en tercer plano no se cargara la actuación de Vivi en primero.

–Como sea, si seguimos a este ritmo podríamos incluso improvisar algunos planos.

–¡Planos de hordas de zombies arrasando en el buffet! –apareció Luffy de lo más entusiasta.

–¡He dicho improvisar, imbécil, no inventarte una película entera! –la pelirroja le dio un capón.

A la hora de comer hicieron un parón. Zoro salió de la casa con estiramientos de brazos hacia el cielo. A continuación, sin más remedio, sacó el móvil de su pantalón.

Como esperaba, no tenía ningún mensaje o llamada perdida. Otra vez. Durante la grabación se concentraba tanto que ni se acordaba pero en cuanto paraban volvía a caer en la cuenta de que no hablaba con Mihawk desde el viernes por la mañana. Su intranquilidad crecía conforme avanzaban los segundos sin saber de él.

El tema de cambio de roles había caído como un avión en llamas sobre ellos dos. Zoro fue muy sincero cuando le dijo al mayor que no quería esperar por algo que no era cosa suya. Sin embargo, eso también lo había vivido con anterioridad; le desagradaba la posibilidad de que lo que tenía con Mihawk se transformara, para mal, como lo hizo lo que tuvo con Sanji. Pero tampoco era algo que pudiese hablar con el mayor. Suspiró con cansancio. ¿Por qué las personas con las que salía no podían ser un poquito menos complicadas?

–¡Tengo hambre! –sobresaltó el vozarrón de Luffy a todo el equipo de trabajo, y no por un estrépito de felicidad como acostumbraba a esa hora.

–¡Todos tenemos hambre! –le regañó Nami con el móvil al oído–. Estoy intentando solucionarlo, cálmate un rato y deja de atosigarme.

–¡Pero moriré de inanición! –se arañó la cara hasta el punto de casi arrancársela.

–¿Qué le pasa ahora? –se acercó el peliverde.

–Algo rarísimo –le dijo Usopp–. La comida del catering que nos ha preparado Sanji se ha acabado.

–Normalmente nos deja existencias incluso contando con que Luffy coma entre horas –Robin se sujetó la barbilla con gesto pensativo–. Será que la escasez global de alimentos nos empieza a llevar hacia el cataclismo.

Antes de que cundiera el pánico sonó un claxon. Fueron espectadores de la llegada de una furgoneta, con un chico rubio que la conducía a la vez que saludaba con medio cuerpo fuera de la ventanilla.

–¡Aquí estoy, chicas! ¡Como caballero andante para vosotras!

Con cada volantazo en zigzag que daba el camión debido la conducción temeraria de Sanji el peliverde se preguntaba cómo pudo emparejarse con semejante capullo. De cualquier manera, el vehículo paró de una frenada en seco, justo antes de atropellar ar Luffy, Usopp, Chopper y Carrot que fueron a recibirle a la desesperada.

–¡Sanji! –fue a él la pelirroja–. ¿Se puede saber que ha pasado?

–Lo siento, lo siento –se disculpó con una sonrisa amable y humilde–. Como hoy era fin de rodaje quería daros una sorpresa a todos.

–¿¡Nos has traído un banquete!? –preguntaron los casi atropellados agarrados a sus ropas.

–¡Dejad de pegaros a mi como lapas! Menos tú, Carrot –eso lo dijo con su acostumbrado tono de acosador empalagoso. Luego carraspeó–. Sí, os he traído un banquete, pero esa sólo es la mitad de la sorpresa.

El rubio viró hacia la puerta del copiloto. Salió de la furgoneta una chica, de ojos y cabellos castaños, recogidos estos en dos voluminosas coletas altas; su actitud de cabeza gacha y mejillas enrojecidas denotaba una timidez tierna que embaucaba con naturalidad cualquier mirada.

–Hola –dijo con carmín en sus pómulos–. Soy Pudding, la novia de Sanji. Encantada.

La conmoción fue tal que se sintió como si el Sol hubiese bajado a la tierra para quemarles los ojos. Brook, literalmente, se desmayó encima de Eustass, que se lo quitó de encima de un empujón al suelo. Enseguida se agruparon todos los presentes alrededor de la chica; y de su enamorado, que estaba al límite de una hemorragia nasal. Mientras tanto, Zoro observaba aquel panorama desde una posición más discreta.

–Eh –se le acercó Ace–, ¿te encuentras bien?

–No tengo razones para encontrarme mal –se cruzó de hombros indiferentemente orgulloso.

El pecoso se encogió de hombros.

–Si me necesitas sabes donde estoy.

El peliverde tuvo que sonreír, le agradeció con un asentimiento.

El ambiente, bien fuese por el campo o bien por el festín, pasó a considerarse de picnic. Se desplegaron varias mesas y sillas y se empezó a disfrutar de la comida.

–Pero sin relajarse mucho, eh –recordó Nami–. Que aún nos queda trabajo para la tarde y me gustaría devolver el material alquilado a la tienda de Jimbei antes de que anochezca.

De manera prevista, en la mesa donde se rejuntaba la mayor parte del staff, Pudding fue la protagonista de aquella escena.

–¿Dónde os conocisteis? –preguntó Vivi.

–En su restaurante –contestó ella–. Había oído de la fama de sus postres y quería aprender nuevas ideas para la pastelería que llevo con mi familia. Sanji fue muy amable desde el principio y se ofreció a enseñarme como preparar algunas recetas. Aunque yo en un inicio no quería dejarme llevar demasiado porque a cada segundo iba a cortejar a una chica distinta. Pero ahora eso no importa porque... –sonrió de nuevo con aquella ternura.

–¿Porque...?

–¡Porque sabe que si me la pega yo misma daré comer a los peces con su cadáver! –se convirtió en otra persona bien parecida a un demonio y le hizo un corte de manga a su chico.

Los demás asumían su propia conmoción mientras ella reía como una loca malvada, dejando la risa del personaje gamberro de Vivi de casto y puro. Sanji, por su parte:

–Oh, mi dulce Pudding, cuando te enfadas tus ojos se vuelve aún más hermosos de lo que son.

Sólo le faltaba que babeara, pero por alguna razón, aquel pomposo halago hizo que la joven se sonrojara hasta las orejas y volviera a su estado de dulzura. Nadie entendía nada.

Zoro notó su móvil vibrar en el bolsillo de su pantalón. Sacó el teléfono por debajo de la mesa, Mihawk le estaba llamando. Con disimulo, aprovechó que se había sentado en la esquina de la mesa para dar la espalda a los demás y habló por lo bajo:

–Mihawk, ¿qué ocurre? ¿Va todo bien?

–Zoro, necesito hablar contigo.

–¿Ahora? ¿Por teléfono? ¿No podrías mandarme un mensaje?

–No es algo que se pueda decir por mensaje, ¿tan ocupado estas?

–Sí, el descanso de mediodía está a punto de acabar. Es el último día de rodaje, ¿recuerdas?

–Entonces, ven esta noche.

–Esta noche nos quedamos en casa celebrando que hemos terminado, no puedo ir contigo.

–¿Por qué estás a la defensiva?

–No estoy a la defensiva –se crispó–, eres tú el que no deja de ser un pesado. Si tantas ganas tenías de charla haberlo pensado el viernes. Mi vida no gira en torno a los planes que a ti te apetezca cambiarme.

Y le colgó. Nada más lo hizo se dio cuenta de que sí había estado a la defensiva y había sido un borde de mierda. Se llevó con reproche la mano a la frente. ¿Por qué se había comportado tan imbécil? Sólo le había dicho que quería hablar con él, no era para dar una voz de alarma. Mierda. Era verdad que no era el momento ni lugar para que hablaran pero... Mierda, mierda, mierda.

Para colmo, cuando se giró de nuevo hacia la mesa, se topó con todo el mundo pendiente de él, absolutamente todo el mundo, en un silencio sepulcral.

–¿Problemas con ese "sólo amigos" de las citas-no citas? –le preguntó Nami con una sonrisa nociva y una ceja alzada.

–¿Qué? –se interesó Ace con demasiada alegría–. ¿Sales con alguien?

–¡Sí! –contestó Luffy por él–. ¡Y se llevan la tela de años!

–¡Deja de decir eso! –le rugió Zoro–. ¡No nos llevamos la tela de años!

–¿Cuántos tiene exactamente? –pregunto Brook educado.

–¡No lo sé! No se lo he preguntado, unos cuarenta, ¿yo que sé?

–¿Cuarenta? –volvió a hablar el pecoso–. Por su puesto que no es tanto. Si Marco tiene cuarenta y cinco.

–¿¡Quééééé!? –conmoción general.

–Te conservas muy bien –le animó Franky–. De mayor quiero ser tan SUPER como tú.

–Gracias –dijo un tanto avergonzado.

–¡No puede ser! –se alzó Usopp dramático por encima de la mesa–. ¡Los sugar baby se nos multiplican! ¡Epidemia!

–¡No te pases! –se defendieron los tres implicados a la vez que el resto reía.

–¿Y es un hombre o una mujer? –le preguntó Robin.

–Todavía no nos lo quiere decir –comentó Chopper.

–Lo que significa que aún podéis apostar –animó la pelirroja con ánimo de lucro.

–¡Sí! –se entusiasmó Carrot–. Nami siempre nos ha contado de esas apuestas, hacía tiempo que quería participar.

–¡Genial! Será una buena iniciación como parte del grupo –alzó Luffy el puño–. Es nuestro bautismo particular. Incluso Jimbei lo ha hecho.

–Sólo una vez y porque tú le obligaste –le recordó Usopp–. Al final Nami y tú vais a conseguir que acabemos todos de ludópatas.

Entre todo el jaleo que se estaba montando, Zoro y Sanji se miraron de reojo. El peliverde le apartó la cara, molesto, ahora seguro que el rubio pensaba que había contestado la llamada por ganas de llamar la atención.

–¿Es bisexual?

Zoro volvió a mirar al rubio y a su novia. Esperaba, en serio, que la pregunta que acaba de formular la chica no significara lo que estaba pensando.

–Así es, mi querida Pudding –contestó el cocinero aturrullado–, le gustan los hombres y las mujeres. Pero más que eso, le gusta hacerse el interesante, por eso nunca dice el género de con quién está, ¿no es así, señor arbusto?

El peliverde le siguió mirando, todavía sin saber si era verdad lo que creía. ¿De verdad? ¿De verdad Sanji había hecho la cretinada de no decirle a su novia que habían estado saliendo?

–Vaya... –Pudding observó a Zoro–. Perdona si soy descortés, pero creo que eres la primera persona que conozco que ha estado con personas de un sexo y de otro.

Aquella declaración confirmó las dudas, las de él y las de los demás, puesto que la mesa perdió de golpe más de la mitad de sus conversaciones entrelazadas. Se produjo una pausa tensa.

–¿Pero qué dices? –saltó Luffy–. Si Zoro...

Enmudeció a la vez que sus ojos se ponían en blanco y su rostro acogía un rostro morado pálido. Nami le había pegado un pisotón en los huevos por debajo de la mesa.

–Cierto, cierto –intervino Usopp fingiendo naturalidad–. Si Zoro no es para sorprenderse. Aquí cada cual tiene la sexualidad que más le parezca. Luffy mismo pasó de ser asexual a law-sexual.

–Bueno, eso de asexual está todavía por analizar –le siguió el rollo la pelirroja–. Que bien recuerdo esa excursión al campo que hicimos en la secundaria, no hubo día que no pegarais vuestras caras de guarros al cuarto de baño femenino cuando nos duchábamos. Él único que no me debe dinero por ello fue Zoro.

–Porque el listo se estaba enrollando con nuestro querido monitor voluntario –señaló a Ace con el pulgar–. Oh, que casualidad que ahora los dos sean sugar baby.

Nami, después de eso, no tardó mucho más en poner a la gente a trabajar; antes de tiempo, sí, pero de todas formas la comida estaba siendo demasiado incómoda.

 

A la tarde noche...

 

–¡Un brindis porque por fin hemos terminado el rodaje! –alzó Luffy su jarra–. ¡Hip, hip!

–¡Hurra! –los demás le siguieron para chocarlas.

–¡Y un brindis por la actriz más talentosa y guapa del mundo! –alzó esta vez, su copa, Nami, después de darle un beso en la mejilla a la ruborizada peliazul–. ¡Que nos va hacer a todos millonarios!

–¡Hurra!

La felicidad y el cachondeo volvió para cuando se reunieron en la pequeña terraza del piso de Zoro y Luffy. Sólo quedaban los seis amigos de siempre, los demás se habían retirado. Marco y Ace tenían que madrugar al lunes siguiente; Chopper fue instigado por su abuela a volver a casa; Franky tenía que terminar un encargo y Brook ya no estaba para esos trotes; incluso Sanji y su perfecta novia con problemas de personalidad múltiple se habían ido a joder a otro sitio. Puede que por ello, el peliverde, hubiese recuperado su buen humor.

Aunque para buen humor el del monito cuando Law llegó al apartamento, le recibió corriendo hacia él y saltando a su cabeza; el estudiante de medicina apenas logró equilibrarse para sujetar a ambos y no caerse los dos por la escalera del rellano como cierto peliverde. Tras un forcejeo se lo quitó de encima y recuperó el aliento.

–Un día vas a acabar conmigo –dijo mientras se servía algo de beber, palabras que Luffy interpretó como un piropo–. Por lo que veo esta vez no ha habido ningún accidente, estáis todos ilesos.

–¡Hemos sido muy responsables! –alzó el pulgar con ojos iluminados de orgullo.

–Me alegro –bebió y exhaló–. Por cierto, ¿quién es el acosador que tenéis ahí abajo?

–¿Acosador?

–¿No lo habéis visto? Está ahí en la calle, apoyado en su coche, parece un actor de cine negro. Con cara de pájaro, como de halcón.

Zoro daba un trago largo a su lata de cerveza en ese instante. Se atragantó y los escupió todo por la boca y la nariz. Corrió hasta el muro de la terraza. Ahí estaba, según las palabras del estudiante de medicina; las sombras no le permitían verle la cara, pero su figura y postura eran inconfundibles y, si por si eso fuera poco, una farola iluminaba parte el vehículo en el que se apoyada, su coche.

Salió a la carrera del piso y, sin despeñarse, bajó a saltos los escalones de las tres plantas hasta el portal, que abrió de un empujón hacia la calle. Se encontró a Mihawk de frente.

–¿¡Pero tú de que vas!? ¿¡De psicópata en serie o qué!?

El mayor parecía tan asombrado como él mismo.

–No lo sé.

–¿Cómo que no lo sabes? –rebasó la distancia entre los dos conforme recuperaba el aliento–. ¿Qué haces ahí?

Apartó la mirada un instante antes de contestar.

–Quería disculparme por haberte molestado cuando estabas trabajando, pensé en mandarte un mensaje, pero no me pareció del todo correcto. Cuando quise darme cuenta estaba aquí, sólo quería subir un momento, pero no me decidía porque seguramente estarías con tus amigos y... Pero no llevo aquí más de diez minutos –apuntó. Seguidamente le abarcó una vergüenza mayor a la que podía soportar–. ¡Ah! Mejor dejémoslo, he sido de lo más inapropiado e inoportuno, ya hablaremos en otro momento.

–¿Vas a cortar conmigo?

Se hizo una pausa entre los dos. Se miraron, el peliverde serio y el de los ojos dorado estupefacto. Zoro notó como el silencio se prologaba.

–Me supuse que, después de lo del jueves, era eso de lo que querías que hablásemos –el otro siguió sin decir nada; el joven notó un dolor en el pecho–. Oye, no dramaticemos. Es normal que te hayas dado cuenta de que no te gusto... tanto.

–Sí me gustas –le interrumpió–. ¿Por qué te crees si no que hago tanto el imbécil? ¿Te crees que soy así de nacimiento? Ya te lo dije, desde que te conocí hago una y otra vez este tipo de estupideces.

Ahora, el que se quedó callado fue el joven, que casi se olvidó de respirar.

–Entonces, ¿de qué quería hablarme?

Otra vez, Mihawk apartó la cara hacia otro lado. Había poca luz, pero Zoro creyó ver sus mejillas enrojecidas.

–Quiero que esperes –vio que el joven no le entendía, le miró a los ojos–. Quiero que esperes a que yo esté preparado.

Y, ahora, el enrojecido era el joven.

–No tienes que... A mí no me hace falta que tú... Si no es algo que queremos los dos no tiene sentido, sólo sería desagradable. Muy desagradable.

–No lo será, al menos no por mi parte.

Zoro se creyó con fiebre, estuvo a punto de desmayarse. Sin embargo, inspiró hasta llenar sus pulmones, expiró. Sintió como volvía de nuevo aquella calma, cómo el peso del día caía sobre sus hombros. Se acercó al mayor y apoyó su frente en el hombro de Mihawk.

–Llevas pensando en eso desde el viernes –bromeó–. Menos mal, creí que era el único haciendo el imbécil.

Oyó como reía en un susurro y notó sus brazos deslizarse con suavidad por su cuerpo hasta abrazarle.

–¡Dile que suba! –la voz de Luffy hizo eco a lo largo de la calle. Zoro se volvió como un resorte, desde la terraza era observado por el elenco de amigos–. ¡Que suba!

–¡Que suba, que suba, que suba! –gritaron la mayoría acompañado de variados bailes, saltos y aplausos.

–¡Iros al puto infierno de donde no deberíais haber salido!

Les ignoró lo que pudo y fijó sus pupilas en las de Mihawk, boqueó para hablar pero en el último momento se mordió los labio, tan enrojecido como incómodo.

–¿Quieres subir? –se forzó así mismo a preguntar.

–¿Quieres que suba?

–Son peor de lo que sería una primera cena con mis padres.

–¿Pretendes asustarme?

–Créeme, esa es mi última intención.

 

Arriba en la terraza...

 

Nami contaba los billetes que las chicas, y el ausente Franky, habían ganado de la apuesta cuando la puerta del piso se abrió de nuevo. Los cuellos se estiraron desde la terraza con ilusión o, por lo menos, curiosidad; sin embargo, Zoro regresaba sin acompañante.

–¿Dónde está el cara pájaro? –Luffy le hizo un puchero–. Quería conocerlo.

–No tiene cara de pájaro.

–Torao dice que sí.

El peliverde se fijó en el estudiante de medicina, el cual se encogió de hombros. Zoro suspiró. Mihawk no había subido porque, en palabras textuales, le había dicho que podía esperar a que él estuviese preparado. Fuera de la socarronería con la que se había pronunciado, el mayor había visto a través de él y le había respetado. No recordaba la última vez que una pareja había sido tan atenta con él, no de esa manera.

–Entonces sí estáis saliendo –dijo la pelirroja una vez las ganancias repartidas con su pequeña comisión para ella.

–Desde el jueves –se sentó y recogió su lata de cerveza.

–¿Y ya estáis de discusiones? –preguntó el narizotas–. Anda que empezáis bien.

–No ha sido una discusión, ha sido un malentendido.

–Entre las sombras de la calle se le veía muy elegante –comentó Robin.

–Yo con cara de pájaro –repitió Luffy.

–Y refinado y alto –secundó Nami–. Nos cuesta un poco verte con alguien así.

–¿Tú crees? –bromeó Usopp–. Para mí que le van los fetiches. Sólo falta que también le guste cocinar.

No le gustó para nada ese comentario, pero prefirió callar.

–¿A qué se dedica? –Vivi vio la mala cara de Zoro y se adelantó a preguntar.

–Algo de noveles.

–Tiene edad para tener hijos creciditos –opinó Law.

–¡No! –saltó espantado. Se dio cuenta de que no le había preguntado a Mihawk de si su anterior matrimonio le había salido algún vástago–. Joder no, me lo habría dicho.

–Menuda confianza le has brindado en tan poco tiempo –opinó el narizotas.

–Cierto –secundó Nami–. Sería raro hasta en otra persona, pero en ti, que eres un desconfiado de base, es casi de ciencia ficción.

–Me ha sido sincero en más de un asunto, no tengo por qué dudar de él.

–Las mentiras son mucho más fáciles al principio –pensó Robin en voz alta–. Sobre todo cuando uno de los dos acaba de salir de una relación complicada. Se puede hacer un muy dependiente de las falsedades, aunque se sepa de ellas.

El peliverde afiló la mirada.

–Venga, Zoro, no pongas esa cara –la pelirroja le quitó importancia–. Si estamos de broma.

–¡Y de fiesta! –alzó Luffy los puños–. ¡Pidamos pizza!

–Eso es lo único que importa.

Fue como si aquella frase cortara el aire. Zoro se arrepintió, pero no había marcha atrás, su gesto terminó de ensombrecerse. Quiso escapar de aquella terraza, se levantó.

–Espera, Zoro –Vivi intentó alcanzarle–, discúlpanos, se nos ha ido la mano.

–Me da igual, haced o decid lo que os da la gana. Pero si tanto os importa las mentiras de pareja contadle a la novia de Sanji que estuvo saliendo conmigo, o por lo menos no os esmeréis tanto en esconderlo.

Salió del piso de un portazo. La brisa de la calle le dio de frente. Le costaba respirar. Poco a poco sus pasos eran cada vez más presurosos, más rápidos. Imbécil, se dijo, ¿por qué les había hablado así? No era para tanto, ellos no sabían nada, Sanji y él ya no era pareja, no debería importarle lo que hiciera. Apretó los puños, se reprendió por ser tan débil, por permitir que las cosas le hicieran tanto daño, por dejar que le salpicara a los demás. Corrió sin detenerse un buen rato, aún con el dolor de pecho, los pinchazos de flato, la queja de sus músculos, su cuerpo cansado de aquel fin de semana.

Se detuvo al llegar al paseo marítimo. Exhausto, se apoyó de manos en el murete que delimitaba la playa. El sudor le caía por la cara, su respiración asfixiada le rajaba los pulmones. El sonido de las olas del mar lo cubrió todo, trajo la calma.

Descalzo, pisó la arena y llegó hasta que sus pies casi rozan la orilla. Tras unos segundos, se dejó caer y se sentó; tras otros más, bajó su espalda y quedó tumbado. Cerró los ojos, se concentró en el sonido del agua, en la humedad, en la prensión en su pecho.

Notó las vibraciones de su teléfono en el bolsillo de su chaqueta. Se dio el lujo de ignorarlo.

 

Continuará...

Notas finales:

Pues como que ya ha salido un poquito de drama, fíjate tú por donde. Y come que también salieron alusiones AceZo, ya ves tú.

Nos vemos para el siguiente (si queréis)! Bye! ;)


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