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Pide un deseo por EmJa_BL

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Notas del capitulo:

Este segundo extra está ambientado en Sherlock BBC omegaverse y se lo dedico a  Betania owo, quien a través de Amor Yaoi me pidió un extra en el que John aparecese celoso.

 

Era la jornada de trabajo antes de Navidad en el Hospital de St. Bartholomew y como era costumbre los miembros del personal habían organizado un pequeño aperitivo en el vestíbulo de la sexta planta donde algunos aprovechaban para entregar detalles a sus colegas con motivo de aquellas fechas tan señaladas.

A John no le gustaban aquellas fiestas, uno se veía obligado a saludar a gente que ni conocía y hasta conversar con gente con la que no se llevaba bien como si fuesen amigos de toda la vida.

No tenía nada que regalar a nadie, pero tampoco esperaba que nadie le diese nada de modo que se viese en la obligación de corresponder. Todos le trataban con una frialdad distante y cuchicheaban sobre él y su relación con Sherlock Holmes. Suponía personalidad honesta y cortante no ayudaba.

Watson suspiró contra su copa. El champán era horrible y tenía un regusto extraño a vainilla. Aguantó el impulso de volverlo a escupir en la copa. Lo que faltaba para su lúgubre humor.

Sherlock se había comportado como un capullo aquella mañana. Más que de costumbre, si es que aquello era posible. John le había pedido amablemente que fuese a comprar las cosas que necesitaban para recibir a Lestrade y a Molly en la pequeña celebración navideña que solían hacer y no solo lo había ignorado pegado al móvil sino que aquel cacharro infernal no había parado de sonar con los gemidos de Irene Adler.

John sentía hervir la sangre solo de recordarlo. Esa estúpida mujer alfa era solo una manipuladora que ganaba dinero y poder jugando con las pasiones de los hombres. Era cierto que para muchos resultaba tentador la idea de que una mujer les dominará y penetrara, ¿Pero cómo podía haber caído también Sherlock? ¿No se suponía que era incapaz de sentir deseo sexual?

Él había dicho en mil y una ocasiones que la mayoría de los alfas eran unas bestias vulgares que se dejaban dominar por el celo confundiendo de sitio la situación de su cerebro, y que él, por supuesto, estaba por encima de todo eso. Y John siempre le había creído, fascinado, aunque nunca había tenido el valor de comprobarlo.

Watson siempre llevaba un control estricto de su medicación omega para impedir sorpresas desagradables a causa del celo. Ahora pensaba que o bien había hecho lo correcto pues Sherlock no era tan imperturbable como pretendía o bien hacia cada mes el imbécil porque Holmes nunca sentiría deseo sexual por él, fuesen cuales fuesen las circunstancias. "Pero si de esa mujer. "La mujer", ¡Qué pretencioso! Son tal para cual." Se dijo a sí mismo mentalmente, enfadado.

El tacto de una mano a su espalda le sorprendió pero sonrió al ver que se trataba de Mike Stamford con su cara redonda siempre amable y sonriente.

- ¡John, cuánto tiempo! ¿Cómo estás?

- Bien, gracias. No puedo quejarme.

- ¿Y Sherlock, cómo se encuentra?

John resopló antes de terminarse la copa de un solo trago y mirarla después con asco mientras ponía un rostro de desaprobación total.

- Bien también. - le respondió finalmente de manera seca, pero Mike ladeó la cabeza hacia un lado, inquisitivo.

- Ese tono es sospechoso. ¿Habéis discutido?

John miró a su amigo intensamente. No sabía cuántas veces le había dicho ya que Sherlock y él no eran pareja pero parecía inútil. Si hubiese sido por Stamford, John ya estaría marcado y esperando un hijo del detective pero la vida poco o nada tenía que ver con sus fantasías.

- Te he traído un regalo. - dijo Mike tras el incómodo silencio y le entregó un paquete envuelto en papel de renos.

- Oh, lo siento. No tengo nada para ti. - respondió John apurado, pero él negó con la cabeza, restándole importancia.

- Es solo un pequeño detalle. Creo que te dará suerte.

- ¿Suerte? - exclamó divertido Watson, palpando el regalo. Era blando y podía hundir los dedos sin problema en el papel. Tenía toda la pinta de que se trataba de ropa. ¿Calcetines?

Sin hacerse de rogar lo abrió y tardó un segundo en reaccionar. Al principio estaba totalmente inexpresivo, después frunció el ceño y luego se sonrojó brutalmente. Unas risas de sus compañeros le confirmaron que no era una alucinación, que lo que sostenía entre sus manos realmente eran unos calzoncillos rojos.

Intentando controlar el ataque de vergüenza histérica que aquello le producía, cerró el puño, apretando los calzoncillos, y se los guardó a la fuerza en el bolsillo del pantalón, que quedó incriminatoriamente abultado.

Miró a Mike intentando detectar un toque de humor en sus gestos, pero nada apuntaba a que se tratase de una broma.

- ¡Joder, Mike! ¿No podías haberme regalado una corbata?

- Tú no usas corbata.

- Ya, bueno, gracias entonces por suponer que llevo calzoncillos como la gente normal. - dijo no sin sarcasmo.

Stamford le colocó una mano en el hombro y se lo apretó con suavidad, luego simplemente sonrió y se fue a saludar a otros compañeros.

Watson pasó todo el camino a casa sintiéndose como si llevase una bomba de relojería en los pantalones, como un suicida que fuese a inmolarse. Miraba a todos los lados, nervioso aunque nadie le prestaba atención, y llevaba la mano sobre el bolsillo, tapándolo, si bien sabía que difícilmente nadie podría adivinar su ligera carga, al menos eso fue lo que pensó hasta llegar a casa y que Sherlock le fórmula de la pregunta.

- ¿Lencería?

John abrió mucho la boca, impresionado. Sherlock estaba sentado en su sillón con el periódico en las manos, envuelto en una sábana y no era difícil suponer que no llevaba nada debajo porque no era la primera vez que lo hacía.

- ¿Cómo diablos lo sabes?

- Llevas a palabra "sexo" escrita en la cara. Por la forma no puede ser ni un paquete de condones ni lubricante, mucho menos un consolador, aunque tú no usarías uno. Lencería, entonces.

- ¿Por qué crees que yo no usaría un consolador?

- Lo consideras demasiado impersonal.

- Eso no puedes saberlo.

- Sí, lo sé.

- ¡Dios! - blasfemó Watson mientras alzaba la cabeza junto con la mirada. Odiaba a veces ser tan transparente para Sherlock. - ¿Quieres saber quién lleva en realidad escrita la palabra "sexo" en la frente?

Sherlock frunció el ceño y lo miró sin comprender y John tuvo que hacer un esfuerzo por contener sus ganas de darle un puñetazo.

- ¿Te parece medianamente normal ir en pelotas por la casa cuando compartes piso con alguien?

- No estoy desnudo, tengo una manta.

- ¿Con qué esas tenemos, eh? - refunfuñó John mientras se iba por el pasillo con paso militar.

Holmes movió la cabeza con gesto confundido, apoyó después la manos sobre el reposabrazos para incorporarse ligeramente y girar la cabeza donde se había ido John. Iba a retirarla con un encogimiento de hombros cuando lo vio aparecer, quedándose totalmente congelado.

John se había quitado toda la ropa y tenía el pelo despeinado como las púas de un erizo tras pasar el jersey por la cabeza para quitárselo. Únicamente llevaba unos calzoncillos rojos de tipo slip con los bordes blancos, que se le ajustaban a la perfección y dejaban adivinar su generosa anatomía.

- ¿John, qué...? - farfulló nervioso. El hormigueo de su sangre corriendo por todo su cuerpo frenéticamente lo estaba incomodando.

- No estoy desnudo. Llevo unos calzoncillos. - le devolvió John. Estaba demasiado enfadado como para ser capaz de sentir vergüenza.

Se sentó en su propio sillón frente a Sherlock, dispuesto a incomodarlo, pero hizo más que eso.

Lo vio moverse inquieto y eso solo hizo que se reafirma se en su postura. Una sonrisa de medio lado se le escapó, cargada de satisfacción por haber conseguido molestar a Sherlock, pero pronto esa sonrisa se tornó en una expresión de sorpresa genuina.

La habitación se había empezado a inundar del fuerte olor a menta de las hormonas alfa de Sherlock y John tembló levemente, sobreviniéndole un escalofrío de placer y se mordió el labio, intentando contener las ansias que nacían con el despertar de sus instintos más primitivos.

Watson miró de reojo a Holmes, fascinado. Parecía muy avergonzado, incluso algo asustado, y eso le causó una alegría inesperada. Así que el gran Sherlock Holmes no estaba acostumbrado a sentirse excitado. El ego de John se disparó junto con sus ganas de jugar con él.

Él no era un experto en la seducción y no tenía nada de femenino, pero se dejó llevar por el momento esperando no hacer el ridículo.

Se recostó en el sillón de lado y apoyó las piernas en el reposabrazos mientras lanzaba un fuerte suspiro. En sus calzoncillos se marcaba la incipiente curva de su excitación.

- Así que solo una manta, ¿eh? - susurró provocativamente - ¿Acaso estás esperando algo?

- ¿A-algo como qué? - tartamudeó Sherlock, sin poder disimular la expectación en su voz.

John no le contestó, en su lugar estiró el cuello para mirarlo con las cejas levantadas, divertido. Las manos de Sherlock estaban colocadas incriminatoriamente, cubriendo su propia entrepierna. Estaba muy sonrojado y tan quieto que parecía congelado, conteniendo incluso la respiración. Aún así era imposible que no percibirse las hormonas que John había comenzado a lanzar para atraerle.

El doctor esperó, lleno de impaciencia. Los dos estaban listos, se sentía en el ambiente, pero Sherlock no se atrevía a mover un solo músculo.

- ¡Joder, Sherlock! ¡Maldito seas, si fuese Irene seguro que ya te me habrias lanzando encima!

- ¿Irene Adler? ¿Qué tiene que ver ella con todo esto? - preguntó confundido.

Crispado y no pudiendo contenerse más, John se levantó de un saltó y se quitó los calzoncillos rápidamente para lanzárselos a la cara, furioso.

- ¡Toma, te los regalo! ¡Póntelos cuando estés con ella y no olvides lubricante el culo, cabrón, porque tiene pinta de que te va a joder a base de bien! - gritó John, dejando salir todos sus celos.

Sherlock se quitó muy despacio los calzoncillos de la cara y John contuvo el aliento por la sorpresa. El detective jadeaba con fuerza. Tenía los ojos entornados y la boca entreabierta con los preciosos labios de corazón brillantes por la salivación.

- ¡Dios mío! Realmente eres virgen. - exclamó en un susurro John sin salir de su estupor.

El pobre Sherlock estaba a punto de ahogarse en las sensaciones que le sobrevenían y aún así era incapaz de moverse y John se compadeció de él.

Se acercó hasta Holmes y le cogió una de las manos, que temblaba, y la colocó sobre uno de sus firmes pectorales.

- Puedes tocar. No tengas miedo. No son los pechos de una mujer, pero espero que sean suficientes para ti. Esto... - siguió diciendo mientras cogía su otro mano y la dirigía a su erección. - tampoco es igual que el de una mujer, ni siquiera una mujer alfa. Aún así...

No pudo seguir hablando, Sherlock le había comenzado a acariciar el pecho, presionándolo con fuerza y había agarrado su pene, comenzando a masturbarlo con inesperada maestría, haciendo que John jadeara por la placentero sorpresa.

Le comenzaron a flaquear las piernas mientras sentía que se humedecía como si estuviese hecho de hielo y se estuviese derritiendo entre las ardientes manos de Sherlock, pero consiguió mantenerse firme y tiró de la manta que lo cubría para que cayera sobre el asiento, dejando al detective desnudo con la erección de hinchada y palpitante a la vista, extrañamente oscura en contraste con su piel de nácar.

John la miró con deseo y fue a agacharse para lamerla, pero Sherlock lo cogió con brusquedad de los hombros, reteniéndolo.

- ¡Por favor, no!

- ¡¿Eso qué quiere decir?! - frunció el ceño John, enfadado.

- Si lo haces me correré tan solo con sentir tus suaves labios contra mi pene y yo... quisiera penetrante si tú me lo permites, John.

Watson se sonrojó y Sherlock sintió que iba a enloquecer, amaba la rabia de John, su fuerte carácter tanto como su bondad e inocencia.

Había soñado tantas veces con hacerle el amor que cuando asintió creyó que tan solo era una alucinación hasta que dijo:

- No tendrás ningún condón por ahí, ¿verdad?

Sherlock negó, embelesado, y lo besó. Era su primer beso sobrios y el detective, aunque ansioso y demandante, era sorprendentemente hábil y John gimió entre sus labios antes de colocar las manos en su maravilloso pelo rizado y retenerlo en un segundo beso cargado de deseo.

Holmes buscó con la dedos las redondas nalgas de John y con desesperación se abrió camino entre ellas para introducirle dos dedos, que entraron con una ligera resistencia.

Su interior estaba deliciosamente caliente y mojado y su cuerpo era firme entre sus brazos, mejor que cualquier fantasía que hubiera tenido.

Metió y sacó los dedos a un ritmo rápido y constante, encantado porque John fuese incluso más sensible de lo que le había parecido en un principio y olía tan bien.

Sherlock hundió la cabeza en su cuello, aspirando su dulce aroma a melocotón. No podía más.

Desesperado, tiró del cuerpo de John para intentar subirlo sobre su erección, pero John se resistió, frunciendo el ceño.

- ¡Sherlock, espera! - le ordenó, pero al ver que no tenía efecto, le colocó las manos en las mejillas y le dio un cabezazo con tanta fuerza que gritaron los dos.

Holmes lo soltó mientras se acariciaba la frente enrojecida. Se le habían escapado incluso las lágrimas. John tenía la cabeza muy dura, sin duda, ahora podía jurarlo.

- ¡¿Por qué has hecho eso?!

- ¡Porque no me escuchabas! ¡Aún no te has puesto el condón!

- ¡¿Y qué?!

- ¡¿Cómo que "¿Y qué?", pedazo de animal?! ¡¿Qué pasa si me quedo embarazado?!

Sherlock se quedó callado y John suspiró, encaminándose hasta el cuarto de Sherlock, donde se había desnudado antes. Holmes lo siguió y lo vio sacar su cartera y de ella un condón.

John le hizo un gesto para que se sentara en la cama. Él tenía un rostro de disgusto absoluto pero cambió totalmente cuando John le besó mientras le colocaba el condón, acariciándole con la suavidad de los pétalos de una flor.

Alzó la vista para encontrar los ojos de John, dos preciosos pozos azules cargados de deseo, mientras apoyaba las manos sobre sus hombros y se dejaba caer lentamente para que Sherlock lo penetrara, haciéndolo gemir.

La sensación era absolutamente indescriptible, incluso a través del látex notaba el calor, la humedad, el abrazo de las paredes internas de John, que comenzó a moverse poco a poco, controlando que la sensación no fuera tan fuerte y sorprendente que Sherlock se viniese sin que apenas hubieran podido disfrutar durante unos minutos de permanecer unidos.

Holmes no lo entendía y desesperaba. El cuerpo de John era maravilloso y aunque hubiera deseado admirarlo con calma y acariciarlo como se merecía no podía.

Lo levantó agarrándolo de las nalgas para arrojarlo sobre la cama, cayendo sobre él con un fuerte empujón.

John soltó un grito de placer y se aferró a su espalda, arañándolo al apretar su carne con cada embestida.

- ¡Mierda, quiero morderte! - gritó Sherlock enfadado por la fuerza animal de sus sentimientos.

Watson cogió su cabeza y la dirigió a su hombro herido.

- ¡Muérdeme! - le ordenó y Sherlock clavó sus dientes con tanta violencia que la sangre brotó y John lanzó un alarido de dolor y sin embargo una descarga de placer le sobrevino y se corrió mientras notaba en su interior a Sherlock palpitar.

Holmes se separó, desprendiendo un hilo de saliva mezclada con sangre mientras jadeaba, intentando recuperar la respiración.

Se sentía vacío, como si le hubiesen robado el alma y sin embargo, satisfecho. Miró de reojo a John, que tenía los ojos vidriosos. Su hombro estaba hecho un desastre. Alrededor de la cicatriz de bala tenía un círculo de dientes marcados y había una ligera perforación en la zona de los colmillos. No era una marca de unión, pero sin duda tardaría bastante tiempo en borrarse.

- John, yo... - comenzó a decir Sherlock, sin saber bien cómo expresarse, pero Watson lo interrumpió con una leve sonrisa.

- Esperaré a que me lo digas. Entonces lo haremos sin condón y hablaremos de la unión. - suspiró. - Sí, esperaré, pero date prisa, ¿quieres?

 


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