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Nuestros cuentos de invierno por Lalamy

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4. Nuestros monstruos de invierno.

Le dimos tiempo para que hablara. Yo no podía meterme en la cabeza de Hankke, pero como lo llevaba conociendo toda la vida sabía que él era paciente con esas cosas. Le volví a dar una calada al cigarro perdiendo la mirada en el humo que se disipaba sobre nuestras cabezas, y mi amigo hizo lo mismo.

-         No sabría cómo empezar… - susurró Mikael algo incómodo. Quería saber mucho sobre lo que tenía que decirnos, pero no me animé a insistirle. Inmediatamente mi mente divagó motivada por los efectos de la Krut, y pensé en que quizás algo ilegal habían hecho, ¿un asesinato, quizás?  Y que por eso habían escapado. No sería la primera vez que escuchaba una historia así en la isla. Muchos hasta llegaban a decir que era un nido de almas arrepentidas.

-         Tómate tu tiempo – le terminé por decir. Hankke me apoyó asintiendo con la cabeza mientras le daba un pensativo sorbo a la Krut.

-         Si les cuento tienen que prometer que no se lo dirán a nadie.

-         Sabes mi secreto – dijo Hankke -. No te voy a cagar.

Después de esas palabras Mikael me miró. Yo era el único que no tenía nada que perder, pero es que tampoco se me ocurría un secreto para dejar como garantía. Las cosas que me avergonzaban como el haberme masturbado varias veces por haber visto accidentalmente los pechos de Ivinnikk cuando se estaba cambiando de ropa en la escuela no era algo importante.

-         No se lo diré a nadie. Lo prometo – le dije mirándole a los ojos. Yo podía ser bruto, pero jamás hocicón. Mikael pareció creerme.

-         Me da miedo darles asco – terminó por confesar, y antes de que pudiésemos decir algo, él continuó no sin antes dar una tremenda bocanada de aire frío como si eso le ayudara a no llorar –. Estamos aquí por culpa de mi papá. Un puto viejo de mierda al que le deseo la muerte todos los días.

Al decir eso, Mika bajó la mirada mientras apretaba los labios. Yo le quería decir “Mika, si quieres llorar, hazlo”, pero no se le podía decir algo así. No sé en otras partes, pero acá instar a un hombre a llorar era casi como ser condescendiente con él.

-         Mi mamá no lo sabe, pero él me destruyó por mucho tiempo. Por su culpa yo… - tomó aire –. Viejo de mierda – susurró como si aquello le diera el coraje que le faltaba –. Mi mamá siempre tuvo problemas, no sabría explicarles de qué, no es algo que hayamos hablado. No es algo que me atreva a preguntarle. Sólo sé que había días en que estaba muy feliz y otros días en los que estaba muy triste. A veces se desesperaba y sólo quería salir, así que lo hacía. Se iba con su hermana o… no lo sé, pero nunca se iba por mucho tiempo. Uno, dos, o tres días, eso era lo normal; volvía porque me echaba de menos. Cuando se sentía “ahogada” me dejaba con mi papá. Esto empezó cuando yo tenía como nueve años. Ahí empezó a tocarme.

Sentí mi cuerpo rígido al escuchar eso último. Si bien más de alguna vez se había destapado un problema de ese tipo, siempre era con chicas. Padres solitarios con hijas solitarias, y nadie se metía. Habían especulaciones, sí, pero ninguno se atrevía a confirmar nada, una mierda. No obstante, era la primera vez que escuchaba sobre un hombre cercano a mí que había pasado algo así, y me llenó de sensaciones raras. Primer sentí mi respiración ligeramente temblorosa, como cuando quieres llorar, luego un tremendo peso en mi pecho, y unas tremendas ganas de golpear a alguien, sobre todo cuando vi que Mikael, en su ebriedad, se quebraba en un silencioso llanto que intentaba ocultar al poner su frente contra su antebrazo. Qué amargo se sentía todo en ese momento. Y no había palabras que yo pudiese expulsar para quitarme eso.

-         Viejo de mierda – soltó Hankke con mucho desprecio. Yo pude haber dicho lo mismo, pero sólo me quedé ahí por unos segundos hasta que decidí sentarme más cerca de Mika.

-         ¿Tu mamá no sabe sobre eso? – no pude evitar preguntar. Porque si ella no sabía, no me explicaba por qué estaban en la isla.

-         No, no sabe nada – susurró –. No puedo… me siento… no sé… yo… al principio no sabía que estaba mal. Era raro, incómodo, pero creí que yo estaba mal porque no me gustaban los abrazos, las caricias. Ese viejo sólo era cariñoso, pero… después ya no, ya no era cariño, era raro, yo… no dije nada cuando debía. Fue mi culpa, yo la cagué, yo no sabía, pero tenía que saberlo… siento odio hacia lo que permití. Siento asco de él, de mí, odio tantas cosas – y estalló en llanto.

-         ¡No! ¡No! – a tiempo distintos Hankke y yo le gritamos. Estaba tan equivocado, ¿por qué decía esas cosas? ¿Qué le hacía pensar que eso era culpa suya?

Lo último Mika lo había expresado con tanta desesperación que me vi envuelto en ese torbellino de palabras. Le abracé como pude, con cierto temor de que me rechazara, pero pareció no importarle. Lastimosamente no podía decir nada al respecto, preguntándome cuán necesaria sería una palabra de aliento para el pobre de Mika. Hankke pareció tan aturdido como yo, incluso se acercó un poco como queriendo hacer alguna clase de contacto físico, pero terminó optando por no hacerlo. Era normal. No era una persona muy cariñosa en ese aspecto.

-         Mika, no puedes culparte, eras muy chico, ¿qué sabías tú? Él era el mayor, de él es la responsabilidad – fue lo que terminé diciendo, sintiéndome un poco nervioso por mis palabras, no sabía bien si escuchar algo así le ayudaría.

-         Es verdad. Sí él era el degenerado  – Hankke me apoyó.

Mika no dijo nada, de él sólo podía escuchar cómo sorbía la nariz de vez en cuando y su respiración agitada. Se quedó así por un largo rato, hasta que por fin decidió levantar el rostro viendo sus ojos ligeramente hinchados en la tenue luz de la lamparilla. Le sobé un poco la espalda porque era algo que mi mamá siempre hacía con nosotros cuando llorábamos a moco tendido, y después de eso abracé mis rodillas para darle espacio.

-         Perdón – susurró éste ya con una respiración más normal.

-         Tranquilo, está bien – Hankke le sonrió amablemente.

-         Es una mierda guardar algo así, lo entendemos – le dije. Mika asintió con la cabeza.

Nos quedamos ahí un rato para que Mika se tranquilizara. Admito que yo también necesitaba pensar un poco, todo había sido tan sorpresivo, que no podía dejar de imaginar lo mucho que debió sufrir. Me pregunté si éramos los primeros en enterarnos sobre eso, y pedí a un ente mágico e imaginario para que no, ya que sería algo muy, muy, muy triste.  Hubo un momento en que Hankke se tuvo que ir, porque básicamente se había desaparecido gran parte de la noche y seguramente algún familiar se estaría preguntando en qué lío estaba metido, así que Mika y yo nos quedamos mirando el mar en completo silencio.

-         Puedes irte también – me soltó con una suavidad muy atípica.

-         No tengo nada que hacer, cuando mis amigos se ponen en plan conquista se vuelven tan aburridos – manifesté mientras mis dedos jugaban con la arena –. Además ya me siento un poco mareado, yo creo que me iré directo a casa para que mi mamá no me grite tanto.

-         ¿Qué? ¿No te gustan las niñas?

-         No es eso. Lo que pasa es que esas niñas están muy feas, y son muy odiosas, todas me caen mal – le dije con sinceridad –. Hay una en especial que siempre me anda molestando, y me dice apodos tan estúpidos. Mi hermana Hemma me dice que está enamorada de mí, pero a mí no me gustan sus orejas, son muy grandes.

-         Creo que sé quién es. Es una con piernas como de gallina ¿cierto?

-         ¡Esa! – me reí porque jamás lo había pensado de esa manera –. Se cree la más linda, pero agh.

Le iba a decir que a Gerso le gustaba, pero recordé que era algo que me había confiado secretamente. Yo también mantendría en secreto el que me gustara una niña tan fea, en fin. Cuando decidimos volver con los demás, Mika se tambaleó tanto que casi se estampó en la arena, lo intenté sujetar del brazo, pero no me esperé en ese momento que vomitaría. Menos mal no me cayó nada encima, porque el regaño que me llegaría por parte de mi mamá sería me perseguiría hasta después de la muerte.

1

Dos días pasaron para volver a clases, y admito que me sentía más tranquilo sabiendo que entre Mika y yo ya no estaba esa tensión extraña por habernos peleado. Mi siguiente plan era intentar integrarlo en el grupo, porque yo creía que eso le hacía falta, hacer todas las cosas que nosotros hacíamos en grupo como jugar a la pelota, almorzar, salir de exploración, o hacer la ruta de los espíritus cada principio de invierno. Cuando vi entrar a Mika a la sala, inmediatamente le saludé moviendo la mano a lo lejos, sin embargo, apenas puso los ojos en mí, desvió la mirada, ignorándome. Aquello me hizo sentir extraño, de hecho, me costó entender por qué se estaba comportando como un idiota de nuevo.

-         Yo creo que le da vergüenza – me comentó Hankke en el receso. El profesor Sveck nos había pedido ordenar los materiales de arte haciéndonos perder nuestro tiempo de descanso, era tan pesado.

-         ¿Vergüenza de qué?

-         De lo que dijo. Su papá lo violaba ¿o no?

La palabra “violación” me produjo escalofríos. No estaba seguro de que Mika había usado esa palabra, pero estaba muy cerca de la otra, la que era igual de horrible.  

-         Seguro se arrepintió de habernos contado – Hankke concluyó –. No es para menos, es algo asqueroso.

-         Pero Mika no hizo nada malo.

-         No, pero igual… no es algo que quieras que otros chicos sepan ¿o sí? Podrían confundir las cosas.

-         ¿Confundirlas? – pregunté deteniendo lo que hacía, que era poner las pinturas en una caja de que decía “Bacalao” –. ¿Crees que a Mika lo van a tratar de maricón o qué?

-         No sería la primera vez – Hankke se encogió de hombros. Siendo sincero, no me había agradado nada lo que dijo, pero no necesariamente lo había dicho porque lo pensaba, esto tenía que tenerlo claro.

Y me pasé un buen rato pensando en cómo transmitirle a Mika que no tenía por qué preocuparse sin tener que tocar el tema, lo que hizo que mi cerebro doliera mucho, un problema terrible porque tenía que estudiar para el examen de matemáticas, y no era cualquier examen, sino uno de salvación, porque me había ido tan horroroso que mi mamá me amenazó con construirme un establo para que durmiera ahí, como el animal estúpido que era, ¿cómo alguien que apenas sabía escribir podía tratarme de animal? Ah, pero vaya uno a decirle, el impacto del orgullo materno en tu cara sería tu único amargo recuerdo por varios días, yo lo sé, me ha pasado ciento de veces y siempre con personas presentes, y lo peor de todo eso es que no puedes llorar si te están viendo, y para esa horrible sensación en la isla tenemos una palabra que no se puede traducir literalmente que es geniblik que es cuando debes contener una horrible emoción, lo que hace que ésta te oprima el pecho.

En la cena mi madre fue la primera en detectar que algo diferente me ocurría, por lo que me llamó la atención muy a su manera.

-         ¿Qué? ¿No te gustó el guiso? – la voz de mi mamá se escuchó naturalmente desagradable porque aquella noche los suegros de mi hermana estaban comiendo afuera, en el pueblo.

-         Sí me gusta – dije con sinceridad, amaba el guiso de cordero que hacía ella, no así cuando me hacía comer carne de ballena. No me gustaba. Desde que Hans, el extranjero me dijo que todo el mundo podría odiarnos por eso, la dejé de comer. Aunque nunca me dejó muy claro por qué ballena no, y tiburón sí. O bacalao sí. O cualquier pescado que no sea ballena, sí.

-         ¿Entonces por qué masticas tanto? Por lo general tragas. ¿Estás enfermo?

-         No.

-         ¿Qué pasó?

-         Nada.

-         Seguramente falló otra prueba, como es tonto – habló mi estúpida hermana Hemma.

-         ¡No, no es verdad! – le pateé la pierna por debajo de la mesa, ya que estaba sentada frente a mí. Ella me lo devolvió el doble de fuerte porque es mujer, y cree que por serlo sus golpes no dolían tanto.

-         ¡Es verdad! ¡Por eso estás un año atrasado! “Haller, el tonto, que tiene cerebro de moco” – canturreó una canción que alguna vez me dedicaron cuando tenía siete años, ¡siete! ¡Ya tenía que superarlo!

-         ¡Ya, Hemma, cállate! – le gritó mi mamá, y luego de dejar a mi hermana muda, me miró con unos ojos que estaban a punto de ser poseídos por la diosa Ira –. Haller, no me mientas. Tú sabes cómo se ponen las cosas cuando me mientes.

-         ¡Pero si no te estoy mintiendo! ¡Mañana tengo esa estúpida prueba de salvación, es todo!

-         ¿Seguro que es todo?

-         ¡Claro que sí! ¡No toda mi vida son pruebas y tareas! Puedo estar pensando en otras cosas ¿o no?

-         Haller está enamorado – dijo Yrin, mi hermana mayor, lo que me sacó un pesado suspiro.

-         ¡Tampoco es eso! – no pude evitar gritarle.

-         ¡Claro que sí! – ella sonreía burlesca.

-         ¡Haller, espero que no andes metiendo la nariz en otra parte que no sean tus estudios!

-         ¡Mamá! – me horroricé por lo grosera que era mi mamá para hablar, ¿por qué tenía que decir las cosas de esa forma?

-         ¡¿Qué?! ¡Si tienes tanto tiempo libre entonces deberías ayudarme con las mantas, o a tallar madera! ¡Pero no! ¡Te la pasas todo el día holgazaneando afuera, de un lado para otro! ¡¿Y ahora resulta que andas enamorando mujeres?! ¿Qué me espera? ¡¿Otro crío?!

-         ¡Que no me gusta ninguna niña! – ya no sabía qué tono poner para que le entrara en la cabeza.

-         ¡¿Entonces qué mierda te pasa?!

-         ¡Nada, mamá! ¡Nada! ¡Sólo pensaba en algo que pasó con un amigo, un asunto de su familia!

-         ¿Qué amigo y de qué familia? – mi mamá no me dejó ni responder –. ¿Le pasó algo a la familia de Ban?

-         ¿Ban? ¡No! ¿Por qué me importaría la familia de Ban? – me pregunté por qué de todas las familias de la puta isla justo me sacaba a la de Ban, el hocicón –. Mamá, ya déjalo así, es una cosa personal de mi amigo.

-         ¿Me estás diciendo la verdad?

-         ¡Sí!

-         Está bien – y por fin dejó de apuñalarme con la mirada –. ¡Que yo sepa que te andas metiendo con una chica…!

¡Por todos los dioses, qué pesada se ponía! Y era maniática conmigo, con nadie más. Procuré acabarme el guiso lo más rápido posible y subí a mi habitación antes de que fuese ocupada por los suegros de mi hermana Yrin, ya estaba harto de ellos, estaba harto de mis estúpidos hermanos, y estaba hastiadísimo de mi mamá. Me recosté en mi cama sintiendo un aroma que no era mío, olía a un perfume dulzón que me produjo náuseas, así que me aparté de la cama y terminé sentándome en la ventana, olvidando momentáneamente que debía estudiar para la prueba. Pensé en lo maravilloso que sería irme de la casa y hacerme una propia, cerca del mar, en la que entraría sólo la gente que me caía bien. Me enfrasqué en mi resentimiento por mucho rato hasta que, de la nada, pensé en que sería una buena idea llevar a Mika a conocer el bosque Jagkssen, el único bosque teníamos en la isla.

-         ¿Una isla tan chica tiene bosque y cuevas de hielo a la vez? – Mika se mostró escéptico.

-         No es tan chica… una vez me dijeron que si la recorres de extremo a extremo te demorarías cuatro días caminando.

-         ¿A quién mierda se le ocurriría irse caminando?

-         A muchos, con buen clima vas acampando…

-         Entonces no son cuatro días completos si te pones a dormir en la noche… - entornó los ojos para enfatizar que yo era un idiota.

-         ¡Bueno, qué sé yo! Quizás era más, o era menos, la cosa es que hay un bosque ¿quieres conocerlo?

-         Me da igual – se encogió de hombros. Como estábamos haciendo el trabajo que la profesora Nygkar nos asignó en parejas, se mostró más interesado en escribir sobre el papelógrafo que en lo que decía ¡y tanto que me costó idearlo! –. Creí que los isleños habían acabado con todos los árboles…

-         El bosque Jagkssen es distinto, es un bosque sagrado. Me abuelita me contó que desde hace siglos que entierran a los cadáveres ahí, desde que la viruela mató a la mitad de la población.

-         ¿Siempre andas hablando de lo que te dijo tu abuelita? Qué aburrido eres – me dijo algo fastidiado.

Me callé. Odiaba que hiciera eso. Una parte muy horrible de mí dijo para sus adentros “No es mi culpa que no te quisieran, Mika”, pero intenté ahogarlo en el pozo de mi consciencia. Mika dejó de escribir.

-         Perdón – murmuró, e inmediatamente me sentí mejor –. ¿Cuándo iremos?

-         Lo antes posible, porque pronto comenzará a nevar y ya no será fácil el ir, igual está un poco lejos.

-         ¿Podemos acampar?

-         ¿Quieres hacerlo?

-         No sé… - lo dijo en voz baja. De Mikael aprendí que cuando algo no le parecía, lo decía fuerte y sin dudar, pero era muy tímido con lo que realmente deseaba.

-         Acamparemos. Podríamos ir el viernes después de clases, y así podríamos ver el sábado otras cosas. Podrías ver el hoyo misterioso del que salen ruidos muy raros… ¡y más, más allá, hay una cascada!

-         Ajá – fue lo único que dijo. Aunque me dio la impresión de que en un momento había medio sonreído.

A mi mamá no le gustó nada que me fuese a acampar por ahí, pero era normal, a ella no le gustaba ver a la gente feliz. A pesar de eso me dijo que hornearía unos bollitos dulces y unos salados para el viaje, por lo que no pude evitar besarle en la mejilla. La bruta me empujó para que me alejara, pero por su cara supe que le gustaba que le expresaran cariño. Ahora que lo pienso, creo que gracias a ella puedo entender la  tosquedad de Mika con facilidad.

Notas finales:

¡Me había tardado más de lo usual para actualizar esto, pero qué bueno haberlo terminado! Espero que lo hayan disfrutado, muchas gracias por haber llegado hasta este punto, de verdad <3


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