Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Nuestros cuentos de invierno por Lalamy

[Reviews - 4]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Muy arrepentido. Muy avergonzado. 

A medida que iba acercándome a mi casa, fui disminuyendo el paso puesto que de repente fui consciente de que también estaba sucio.  Mi mamá recién había lavado mi suéter el día anterior, así que lo que se me venía era un reto del tamaño de la montaña Vakki.  Tenía pensando escabullirme por la puerta de la cocina si es que oía su generosa voz en la sala, pero apenas levanté oreja para poner en práctica mi plan, la puerta se abrió de golpe a un par de metros de mí. Era Hemma, mi hermana melliza.

-          ¡Haller ya llegó, mamá! – sonrió como la perra reina. Siempre hacía bien su trabajo de chismosa, era por eso que no tenía amigos, disfrutaba demasiado de la desgracia ajena.

-          ¡Ssssh! – me llevé el índice a los labios con la ingenua esperanza de que tranzara.  Me equivoqué.

No alcancé ni a arrancar cuando mi mamá se apareció por el umbral de la puerta con su mejor vestido y su “mejor peinado”, se veía igual, pero yo le seguía el amén. Mi madre, a pesar de su malgenio, era una mujer bonita que no sabía que lo era. Ella solía atribuirle la belleza a las mujeres que no tenían nada que hacer en casa, que no tenían molestos hijos que atender, ni artesanías que fabricar. Así que ponerse fea era su excusa para decir “Soy productiva”, aunque sabía que en momentos como esos - en los que debía verse bonita -,  le daba una tremenda vergüenza mostrar lo que realmente era. Y bueno, al verme en ese momento pude notar como su grito se ahogó. Pareció subírsele a la cara y hacer que sus ojos se sobresaltaran un poco, pero rápidamente el grito bajó por la garganta,  y volvió a su punto de origen; el estómago. 

-          Entra por la cocina – me dijo entre dientes.

Asentí, y corriendo rodeé la casa.   No hizo falta que siquiera tocara la manilla, dado que mi mamá abrió fuerte como el brazo de una ventolera, y me agarró de la oreja como sólo ella podía  hacer.

-          Sabías que venían los papás del novio de tu hermana – a regañadientes me tiró hacia la casa.

-          Mamá, me duele, espera… - traté de hablar bajo, porque si hacía mucha alharaca  se iba a emputecer más.

-          Anda ahora mismo a cambiarte la ropa y bajas en ¡un! minuto. Pondrás la mesa.

Me soltó la oreja y yo caminé echo un rayo a la pieza. Como la escalera no estaba a la vista de la sala nadie se dio cuenta de mi cochina presencia, aunque tampoco me importaba. Mi pieza estaba en el último piso, aquel lo construimos hacía dos años y fue una de las cosas más maravillosas que me había ocurrido en la vida, ya que antes de eso compartía habitación con mi hermano – en ese entonces  de once años -, Derikk, quien era sonámbulo y siempre se sentaba en mi cama y me miraba desde ahí. Me cagaba del susto cuando sentía su mirada muerta, así que imagínense cómo me puse cuando mi mamá dijo que ya era hora de agregarle un piso nuevo a la casa, y que iba a ser mío. Tenía un montón de ideas, como iba a estar más cerca del cielo, pensé en un balcón, como en el segundo piso. Mi mamá no puso peros, porque iba a estar demasiado alto como para que se me ocurriera fugarme, aunque sinceramente no sé de dónde sacó la idea de que yo fuese a hacer una cosa así. “Con la pubertad todos se vuelven locos” ese era su pensamiento. Yo sólo pensaba en las estrellas.

La isla tenía la peculiaridad de que todas sus casas se edificaban al gusto de sus habitantes. No había normas en su construcción, si el terreno era vasto, podías construirte una tan ancha como un tren, o tan larga como una torre, aunque nadie ha sido tan loco, de momento. Habían casas en forma de bota, o de hongos, nada muy desmedido, y todo de madera. Cuando mi tía traía fotografías del continente siempre me preguntaba si la gente no se perdía a la hora de ir a la casa de alguien. Todas eran réplicas exactas que se repetían a lo largo de una calle, y a veces ni siquiera variaban en colores. Ella me explicó que no era porque todos se copiaran la idea, sino que simplemente la gente compraba casas que ya estaban hechas. “Ya lo sé, no soy tan bruto” le reclamé en ese entonces.

Al llegar a mi habitación agarré la ropa que tenía anudada desde el día anterior dentro de mi armario, aunque antes la olí. Todo estaba en orden. Luego de eso bajé de inmediato antes de que mi mamá me sacara volando de allí para comer con los del continente. Si quieren que le sea franco, les diré que no tengo nada en contra de la gente que estaba cruzando el mar, pero los suegros de mi hermana me desagradaban por el sólo hecho de que nos veían como un centro vacacional en el que podían hospedarse gratis. Ya veía que me tocaría dormir una vez más en el sillón para que la mujer estuviese cómoda. Al este del centro había un hotel, pequeño, pero lo había, la atención era de primera,  sin embargo, eran tan avaros que preferían que los niñitos isleños durmieran abajo “Porque son jóvenes y los jóvenes son fuertes,  aguantan todo tipo de cosas”. Permítame decirle, señora, que el sillón que nos dejó la abuela parecía fabricado por el diablo. Aunque claro, al tenerla esa noche frente a la mesa, mirando con forzada simpatía el guisado que mamá había preparado, no pude decir nada o la paliza que recibiría sería monumental. Exasperado, veía como con la punta del tenedor ella inspeccionaba la comida mientras mamá hablaba sobre lo bien que iban a disfrutar las festividades previas a la noche polar, en donde todos le dábamos al “hasta luego” al celeste cielo, para dar bienvenida a una noche de 30 días. Cuando reparé en que esas festividades no iban a efectuarse hasta la próxima semana, se me arrancaron las palabras, y fui incapaz de agarrarlas cuando me di cuenta.

-          ¿Eso quiere decir que se quedarán toda una semana? – le reproché, pero inmediatamente me mordí la lengua al ver  la cara de mamá.

-          Sí, ¿por qué? – ella no quería saber por qué.

-          Ay, Haller,  sé que no te gusta dormir en el sofá – interrumpió la señora –. Lo que menos queremos Gilbert y yo es incomodarles…

-          ¡No, no pasa nada, Alyssia! – enérgica, mi mamá sonrió-.  A Haller le gusta reclamar por todo. Está en la edad ¿sabes? Hasta su propia sombra le es molesta. Pasa todo el tiempo malhumorado, no quiere nada, no le gusta nada…

“Claro, échale a mi imagen más barro, bruja” mi mamá jamás sería una buena aliada ¿dónde estaba su concepto de lealtad a la familia? Mis hermanos sonreían por lo bajo. Yo les voy aclara que no soy el conflictivo, no ando ahí dando problemas, pasaba que el carácter mío y el de mamá eran totalmente incompatibles. Eso era todo.

-          No me digas nada – la señora sonrió-. Nicky era así a los dieciséis también.

-          Oh, ahora es turno de hablar de mí – murmuró mi cuñado con una sonrisita forzada.

-          Se la pasaba encerrado en su pieza, y odiaba que entrara en ella. No le gustaba conversar, no le gustaban las visitas en la casa, no quería compartir. Para él era un martirio navidad y año nuevo porque eso significaba largas charlas entre familiares.

-          Donde repiten una y otra vez las mismas anécdotas todos los años – acotó mi cuñado. Yo me llevaba bien con él, no entendía cómo podía estar enamorado de mi hermana Yrinn (la mayor) -. Ustedes las madres hablan como si nunca hubiesen tenido nuestra edad. Como si ya hubiesen nacido siendo madres.

-          Definitivamente nuestra generación era mucho menos desprendida que la de ustedes – dijo mamá luego de haberse llevado un poco de guisado a la boca. Su sonrisa era la de una mujer que acababa de oír una estupidez. Siempre era así.

-          No lo sé, el espíritu siempre es el mismo – rebatió él con simpatía –. Sentirse joven no cambiará.

Ya había terminado de comer cuando nos vimos envueltos en esa conversación, y como un chispazo me dije “¡Ya, y al final seguiré durmiendo en el sofá!”. Qué injustos eran conmigo.

 

2

Al otro día de haber tenido la pelea con Mikael desperté muy mal.  Bueno, aparte de tener la espalda triturada por el sofá, que era algo totalmente normal en esas fechas en donde los del continente salen de vacaciones, me sentía como con una roca en el pecho de sólo pensar que tenía que ver a Mikael en la sala. No sé si fue por esas magias que hacen los sueños con tu cerebro que te hace todo pensar mejor, pero de verdad me había arrepentido por haberle molestado en la playa. Estoy seguro que si le hubiese hecho caso desde un principio, habría despertado con el corazón liviano como el de un pajarito. A veces pienso que debería manejarnos la persona que te susurra las cosas cuando duermes, como esas madres de los cuentos que parecen siempre tan sabias y comprensivas, y que todo te lo dicen con una sonrisa. “No estuvo bien eso, Haller” y me acariciaría la cabeza con sus delicados dedos mientras mi cabello rebelde se resbalaría entre ellos, “Debes disculparte con él”. Algunas personas le llaman consciencia. Yo le llamo madre, una verdadera madre de fantasía.

Apenas toqué el desayuno, me fui. Había despertado con un severo convencimiento de que si me disculpaba iba a volver a ser el mismo, pero a medida que me acercaba al pueblo más me iba sintiendo pobre de ganas. Pero ni modo, tenía que enfrentarme al nuevo.

Cuando entré a la sala noté que varios ya habían llegado, y que estaban reunidos cerca del puesto de Ban, el hocicón. Todos giraron su rostro al notar que alguien más estaba dentro de la sala y yo sólo atiné a saludarlos mientras me iba percatando de cierta chispa en los ojos de todos. Se habían enterado de lo sucedido.

-          ¡Haller, te nos adelantaste! – dijo Gerso, a pesar de que supuestamente yo me había encargado de hacer lo que él al fin y al cabo deseaba, se acercó a mí con una generosa sonrisa. No sentía que fuese justo aquel orgullo –. Al principio me pareció una mierda que hicieses las cosas por tu cuenta, no era asunto tuyo después de todo. Pero me gusta saber que eres un buen amigo.

“No. No le daría más razones a alguien para llorar por ti, Gerso”. Abrí la boca para excusarme, pero  Kennal el grande, se me adelantó.

-          Por un momento creí que tú estabas de acuerdo con parar este problema – a diferencia de Gerso, él me miraba con tremenda desaprobación. Eso me hizo sentir más como la mierda. No quería estar al nivel de Gerso o Ban, pero tampoco quería contarles toda la historia. “Pillé a Mika llorando, y se enroqueció mucho cuando se dio cuenta”. No era justo para él, aunque fuese un idiota.

-          Bueno, no es tan como lo piensan, la verdad…  - sentí todo mi cuerpo tenso. A mi esa clase de situaciones me superan, porque soy sincero al admitir que tengo una gran bocota, y controlarla me significaba un gran desgaste de neuronas. Qué decir, qué no decir. Cómo decirlo…

 Los chicos me miraron algo confundidos, sin embargo, antes de que pudiese explicar lo que en mi cabeza era una madeja de lana, Mika entró al salón y pasó tras de mí, arrastrando consigo nuestras voces; todos callamos. De reojo lo observé, y noté que en ningún momento miró hacia donde nos encontrábamos. Para él, seguíamos siendo nada, y tal vez era mejor así. Sí él no deseaba incluirse, no podíamos decidir por él, y me hubiese encantado quedarme tranquilo con esa idea, pero tenía algo pendiente… tenía que pedirle disculpas.

A primera hora nos tocaba con la profesora Nygkar. En la escuela sólo teníamos dos profesores, lo que no era mucho trabajo para ellos, porque  redondeando éramos como veinticinco  alumnos en total, y con la profesora Nygkar teníamos la mayoría de las asignaturas. Ella era una mujer muy inteligente, y a pesar de sus cuarenta, siempre parecía jovial. Mi mamá decía que era porque no tenía hijos, que cualquiera que viviese con pocas preocupaciones se vería más cuidado que una que parió cinco crías. Nunca me ha gustado el término “cría”, pero a mi mamá parece gustarle vernos como animalitos revoltosos dependientes de sus manos.

Sin embargo, a diferencia de los demás días, la profesora Nygkar estaba muy seria. Ni siquiera dijo su habitual “Buenos días,  jovencitos  ¿Cómo amanecieron?”. Simplemente dejó el cuaderno de la clase sobre su mesa mientras aún unos murmullos se oían en la sala. Las voces se fueron apagando a medida que la profesora Nygkar dilataba su silencio, y proseguía a sentarse sobre la mesa para mirarnos a todos nosotros. Fue ahí cuando  se entendió que algo no andaba bien, y tenía una ligera idea de qué podría ser.

-          Supe que ayer anduvieron un poco animados.

Nadie se atrevió a decir nada. La profesora Nygkar se cruzó de brazos y observó cada rincón de la sala antes de continuar.

-          Todos tenemos derecho a tener un mal día. Es normal que los jóvenes quieran arreglar sus diferencias a lo bruto. No es la primera vez que me entero de una pelea callejera entre ustedes y después andan de lo más amigos – se encogió de hombros  -. Hace mucho tiempo que dejé de meterme en eso. Quién los entiende. Sin embargo, ayer fue un día diferente. Me enteré que hubo un enfrentamiento entre alguno de ustedes y Mikael.

“Cómo debe de estar odiándola porque lo llama tan mal como nosotros” pensé.

-          En la mayoría de los casos no me interesa saber por qué fue. Pero estamos hablando de alguien que recién conocieron. ¿Qué pudo haber sido tan tremendo como para que decidan pegarle el primer día de haberle visto?

Fue ahí cuando me sentí directamente involucrado. Antes pensaba que era por la escena con Gerso, ya que fue algo público. Muchos debieron ver como éstos se peleaban a un lado del salón de pool. Pero estaba hablando de alguien que lo golpeó. Es decir, Gerso no le tocó ni un pelo, fui yo.

-          ¿Algo que quieras contarme, Gerso?

-          Profesora, yo no lo golpeé – dijo de inmediato. Sabíamos bien que esas palabras fueron duras de pronunciar, porque estaba admitiendo que fue incapaz de defenderse, y que eso le jodía el orgullo –. Yo quería hablar con él, y él se puso violento.

-          No fue lo que vi ayer. Yo vi a Mikael golpeado, entonces si tú no fuiste ¿quién fue?

-          No sé, pregúntele a él – respondió Gerso muy seco.

Tampoco me iba a hacer el tonto con el asunto aunque pensara en la posibilidad en que la profesora Nygkar pudiese llamar a mi mamá, tenía muy en claro que de alguna forma tenía que hacerme cargo de lo que hice, aunque no le encontraba sentido a que la profesora Nygkar tuviese que hablar el asunto frente a los demás.  Lentamente alcé la mano, pudiendo sentir nuevamente la presión de las miradas de quienes sabían que yo le había pegado a Mikael , es decir, todos.

-          Yo fui – costó que mi voz saliera, por lo que sonó ligeramente ronca.

La profesora Nygkar alzó las cejas al detener su mirada hacia mi dirección. Sabía que le iba a extrañar el asunto, nunca me caractericé por ser peleón. Tampoco es que fuese pura paz como Kennal el grande, no. Su grandiosidad era inigualable.

-          ¿Qué pasó? – preguntó la profesora.

-          Mh…

Me sentí en un aprieto. Podía decir perfectamente “Quería hablar con Mika, porque estaba llorando, pero parece que se enojó y se puso a tirarme piedras.” No, es algo que Ban el hocicón diría. El nuevo no iba a querer que contara esos detalles. Era asunto nuestro, después de todo. Miré hacia donde se encontraba Mika, quien se sentaba en la misma fila que yo, pero más adelante.

-          No lo sé…  – terminé por botar. La profesora , incrédula, no alcanzó ni a terminar de decir “Cómo no lo sabes” cuando intenté darme a entender -. No, sí lo sé , lo que pasa es que… no sé cómo explicarlo…

“Voy a explotar” dijo mi pequeño cerebro.

-          Eh… tuvimos un malentendido. Y como me había cabreado lo de Gerso, hice mal la cosas, y  Mika andaba con la cabeza caliente todavía… ¡Entonces  se fue todo a la mierda!

“¡No, dijiste ‘mierda’!”. Sabía que algunos de mis compañeros tuvieron que contener la risa al verme tan presionado como para decir esa palabrota frente a la profesora Nygkar, quien era muy mañosa con eso de las groserías. No es que fuese puritana, o algo por el estilo. Pero aparte de que siempre nos enseñaba que en ciertas situaciones se utilizaban ciertas palabras, también se empeñaba en que no siempre recurriésemos a las palabras soeces para darnos a entender. Que eso era una mala costumbre, y que siempre debíamos aspirar a más, aunque terminásemos como campesinos. En fin, me reí un poco de los nervios.

-          Perdón.

-          Está bien – dicho esto hizo una leve pausa –. Miren, si yo hablo de esto no es para molestar. Ya hablé con Mikael, y le dije lo que pensaba con respecto a su actitud arisca. No es que solamente le esté echando la culpa a ustedes, pero lo que menos quiero es que se arme un grupo que esté en contra de él.  No lo sabemos, pero puede que tenga problemas fuera de estas cuatro paredes , problemas de los que él no quiera hablar. Pero eso no le da derecho a él a ser violento con la gente, así como tampoco ustedes tienen derecho a meterse con él ¿me entienden? – miró a todos, pero especialmente me miró a mí –. Haller, pudiste haberle golpeado porque quisiste defender a tu amigo, y eso lo comprendo. O pudo haber sido por otra cosa, eso es asunto de ustedes dos, pero al menos en mis clases yo no voy a permitir enemistades tontas. A veces por estúpidos malentendidos los ebrios de afuera se hacen daño, o algunas mamás marginan a otras por ignorancia.  Valoren el diálogo.

Ignoro lo que pasa con el resto de las personas, pero a mí me llegan las cosas que me dicen. Hasta el día de hoy recuerdo con detalle las palabras de la profesora Nygkar, y si bien sigo fallando, suelo pensar en que pude hacer las cosas de una manera distinta. A mí no me gusta tener enemistades, me hace sentir mal. Pienso que si todas las personas se sintieran igual de mal cuando  saben que alguien los detesta e hiciesen algo al respecto, no lo sé…  todos seríamos invitados a más fiestas.  Una gran comunidad de personas arrepentidas compartiendo un riquísimo cordero.  Sin embargo, no pensé que mi capacidad de arrepentimiento iba a ser probada en ese mismo instante cuando la profesora Nygkar decidió armar parejas para el próximo trabajo de literatura.

-          No puedo forzarlos a ser amigos, pero sí los forzaré a que sean buenos compañeros – dijo sin desviar la mirada de donde yo me encontraba –. Haller, tú harás pareja con Mikael.

“Sí, hasta un bruto como yo pudo predecirlo.”

El trabajo, como cualquier otro, no consistía en una gran investigación. Éramos un pueblo pequeño, en una pequeña isla, por lo que nos alimentábamos del conocimiento que los foráneos traían. La biblioteca de la escuela estaba llena de libros regalados por estos, de hecho, había un gran cartel clavado a un lado de la entrada que decía “Agradecemos los libros que compartan con nuestros niños”, una iniciativa que por supuesto era de la profesora Nygkar. No obstante, el problema residía en que la mayoría de los libros y cómics que nos llegaban  estaban en inglés, por lo que muchos optábamos por libros de niños para los trabajos, libros de fácil lectura y con dibujos que apoyasen nuestro entendimiento. Obviamente había algunos que se manejaban mejor que otros, eso era por constancia, porque había un espíritu aventurero en ellos que les llamaba a viajar por el mundo, muy por el contrario a personas como yo. Nunca me llamó la atención estudiar fuera, y creo que es una de las cosas que más odia  mi mamá, sin sospechar que mi conformidad era heredada de ella. A diferencia de muchos jóvenes de mi generación yo amaba esa isla, y quería morir en ella, aunque tuviese que mirar al pasado con ojos humedecidos de nostalgia hacia el espacio vacío de los que ya no estaban.  Pero volviendo a lo de la biblioteca - que me desvío-, había también un estante lleno de libros escritos por personas del pueblo. Tanto impresos como a mano, estos eran los más populares entre los estudiantes, y lo mejor es que siempre podíamos hablar con algunos de los autores si teníamos dudas. Yo, por ejemplo,  crecí con los cuentos del señor Berhir. Todos estaban llenos de leyendas y anécdotas sobrenaturales que se traspasaban de generación en generación por lo que siempre era divertido leer sus colecciones. Un buen tipo, no recuerdo ahora bien su nombre, fue al continente y aprovechó de llevar a una editorial independiente las colecciones del señor Berhir. Fue todo un acontecimiento cuando vimos las obras impresas en papel. Incluso dijeron que el señor Berhir lloró al recibir en sus manos temblorosas el primer ejemplar.

Así que esa idea quería planteársela al nuevo, aunque claramente debía disculparme antes de eso, lo que era para mí la parte más difícil. No quería llevarme un golpe en el intento.

Después de clases nuevamente me negué a jugar a la pelota y caminé tras Mikael, sin embargo, a diferencia de lo que me esperaba, Mikael miró un momento por sobre su hombro y al notar que trataba de alcanzarlo se detuvo.  Su mirada no había cambiado, parecía tan enojado como de costumbre, pero supuse que también se había rendido ante la profesora Nygkar.

-          Mika… - cuando le dije así frunció ligeramente el ceño – antes de hablarte del trabajo quiero disculparme por lo de ayer.  No debí meterme cuando estabas llorando.

-          ¿Quieres que te pegue? – soltó de la nada. Su respuesta fue tan feroz que me dejó la cabeza en blanco.

-          ¿Ah? No…

-          Entonces deja de recordar eso.

-          Lo siento, y te entiendo, a mí tampoco me gusta que me vean llorar. 

Apenas volví a repetir lo mismo él soltó un pesado suspiro; era la última advertencia.

-          Perdón, de nuevo.

-          Ya, ¿qué más quieres?

Abrí la boca sin tener ninguna palabra dentro de ella, su mirada desafiante había bloqueado cierta parte de mi cabeza en donde se escondía la otra razón por la que me había acercado. Aunque no duró mucho ese bloqueo.

-          La tarea. Pensaba en que podíamos exponer sobre la historia del Señor Berhir. No lo conoces, pero es un…

-          Sé quién es el Señor Berhir – me interrumpió –. Mi mamá me contaba sus cuentos cuando era niño.

-          ¿Entonces tu mamá es de aquí? Ya se me hacía curioso que hablaras tan bien el idioma.

-          ¿Eso es todo?

Su cortante forma de conversar realmente me dejaba helado la mayoría del tiempo. Jamás en mi vida había conocido a alguien tan espinoso para hablar. Le decíamos “espinoso” a quienes no les gustaba tener contacto con otras personas, aunque no era algo que se diese mucho en el pueblo. Cuando una persona era espinosa, generalmente hacía lo posible para vivir muy lejos de nosotros. Habían muchos casos que eran así, y a veces creía que Mikael terminaría siendo parte de ese grupo de ermitaños que se esparcían en toda la isla, y no lo encontraba de todo malo, la verdad.

Notas finales:

Lo que viene después de esto se me borró, así que tendré que recrearlo todo de nuevo, qué frustración </3 por eso lo publiqué hasta ahí. No quería dejar pasar mucho tiempo, así me motivo con más fuerza (?)

Ojalá que la lectura haya sido amena, cualquier observación bienvenida sea <3 Que tengan un bonito día.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).