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Nuestros cuentos de invierno por Lalamy

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Un festival y muchas historias

 

El festival nocturno previo a la noche polar era uno de mis preferidos, porque se podía decir que era de las pocas actividades comunitarias que teníamos que  no fuese nuestros fallidos intentos de record guiness; hacer un bollo gigante. Músicos tocaban al aire libre, otros sacrificaban a los mejores corderos  para asarlos, y los demás nos dedicábamos a disfrutar. También era una de las pocas veces en que todos los estudiantes nos dedicábamos a divertirnos, nadie tenía que trabajar para ayudar a sus padres, o debía estudiar para dar exámenes finales en el continente. Uno de los  chicos de un curso superior robaría una Krut para que los demás pudiésemos disfrutarla ya cuando todos estaban demasiado ebrios como para preocuparse.

Me alejé de mis familia porque estaba un poco aburrido de los suegros de Yrin, pero repito, no eran malas personas, pero no entendía por qué se comportaban como extranjeros si ellos también alguna vez vivieron en la isla. Cuando vi a Hankke y a Kennal el grande hablar, no tardé en escabullirme hacia donde se encontraban ellos. Tal parecía que se estaban burlando de Gerso, Ban el hocicón, y Nutt, quienes estaba arremolinadoscerca de las niñas del taller de coro.

-         Están tratando de conseguir más Krut – Hankke rió mientras comía un bollo de pescado. Me ofreció un poco, pero me negué porque estaba dentro de mis peores platos favoritos –. Quieren emborrachar a las del coro a ver si una cae.

Me reí de eso  porque era bien sabido que las niñas del coro estaban loquitas por los estudiantes mayores, y que no les iban a prestar atención a esos idiotas sólo porque les dieran Krut. Además, yo no le veía tanto encanto a ninguna de ellas, ya que cuando estaban en grupo eran muy ruidosas y siempre hacían chistes a costa de uno, pero calladitas, para torturar a la imaginación que teníamos. Noté que Hankke estaba algo distraído mirando a la hija de la señora Sveck, la de la pastelería, él no tenía ojos para otra chica que no fuese ella, y con razón, si ha sido considerada la más bonita del pueblo.

-         ¿Qué vas a hacer? – le pregunté. Él sabía de lo que estaba hablando porque sonrió.

-          Voy a esperar a que el profesor Sveck no la esté vigilándola ¡y zas! ¡Nos vamos a la playa!

-          Suerte con  no perder las piernas en el intento – Kennal el grande se burló.

-          Ese viejo no es tan zorro como cree – soltó Hankke con petulancia –. Se quedará llorando cuando me la lleve al continente.

-         Si es que no la embarazas primero… - comenté por lo bajo, pero recibí una merecida colleja.

Hankke era de mi edad, pero hasta ese entonces, de todos mis amigos era el único que había tenido sexo, aunque tampoco se podía jactar demasiado, estaba seguro que ella le había dado el pase sólo una vez y por insistencia del otro. Ninguna chica inteligente se arriesgaría a quedar preñada tan joven y a causa de alguien como Hankke, quien era un holgazán pendenciero incapaz de hacerse cargo de un perro. Aunque una cosa era que le cerrara las piernas, y otra muy distinta es que jugaran de otra forma, ahí yo me declaraba ignorante.

Como me sonó la tripa comencé a ver a mi alrededor por si había algo interesante para comer. Fue ahí cuando vi a Mika parado junto a una mujer que parecía ser su madre. Se veía muy joven, y de no ser por su vestimenta aseñorada, hubiese creído que estaba acompañado por su hermana. Kennal pareció notar su presencia, así que alzó la mano para saludarlo a lo lejos. Mi incredulidad me hizo pensar que Mikael se iba a hacer el tonto, pero para sorpresa mía y de los demás, apenas hizo un gesto con la mano que su mamá terminó advirtiendo, mirándonos después con una sonrisa.  No dudó en acercarse a nosotros.

-         ¡Hola! ¿Son los compañeros de Michael?

-         Sí, señora – Kennal el grande respondió por los tres. Siempre lo dejábamos hablar a él cuando se trataba de conversaciones con adultos.

-         Qué bueno – la mamá de Mika alargó los brazos y nos ofreció unas galletas que estaban dentro de una canastita –. ¿Quieren? Son de miel.

-         ¡¿Miel?! – hacía tiempo que no sentía su sabor, porque la miel no era muy de esos lares, y a mí me encantaba. No tardé en sacar un par con entusiasmo, lo que a ella le provocó risa.

-         Eso, saquen las que quieran, hice muchas… pero de verdad, muchas – enfatizó.

-          Bueno, si usted lo dice… – saqué un par más.

Le dijo a Mika que si quería se quedara con nosotros para que no se aburriera. Ignoraba si ella sabía o no del conflicto que él había tenido, pero todos fingimos que aquella era una fabulosísima buena idea, tanto así, que a ella pareció alegrarle más de la cuenta. En la cara de Hankke podía ver la incomodidad, cosa contraria en la de Kennal el grande, quien le preguntó si sabía sobre el festival.

-         Algo – murmuró Mikael. Desde que la profesora Nygkar le había regañado, y desde el momento en que nos había tocado ser compañeros de trabajo, se había vuelto ligeramente más dócil, aunque no lo suficiente como para jugar a la pelota.

Kennal el grande, iba a decir algo más, pero el grito de su padre – que era grande también, pero sólo de panzota – llamó su atención. Con la mano le hizo un gesto para que fuese para allá, a compartir con los adultos, porque Kennal el grande, prácticamente lo era. Se alejó de nosotros prometiendo volver en un rato, aunque lo dudaba. Era muy popular.

-           Mika, ¿y conoces las historias de la noche polar? – no dudé en preguntar sin ocultar entusiasmo.

-         Ah, no… - Hankke mostró desagrado en su rostro -.  Oye, no le hagas caso a Haller, es un mentiroso de mierda – le dijo a Mika, yo le quise dar una patada, pero éste la esquivó soltando una risa –. ¡Enójate! ¡Seguiré teniendo razón! – y antes de que hiciera un segundo intento, Hankke se alejó un poco más de nosotros –. Voy a ver ese asunto, Haller. Volveré para tomar con ustedes, ¡no se embriaguen mucho sin mí!

Y Hankke terminó abanándome con Mikael, haciéndome preguntar qué iba a hacer con él, si tampoco es que me agradara tanto. Con las manos en los bolsillos empecé a ver a mi alrededor fingiendo estar distraído en otra cosa, y hasta consideré en ese momento unirme a Gerso, Ban el hocicón, y Nutt, pero me daba tanta flojera. Cuando estaban en plan de conquista parecía como si sus cabezas estuviesen llenas de semen, y nada más.

-          ¿Qué historias hay? – Mikael interrumpió mi dilema. No pude disimular mis sorpresa ante su interés.

-          Ah… bueno, en las largas noches de invierno muchas cosas extrañas suelen aparecer junto con la nieve.

-          ¿Cómo qué? – Mika pareció incrédulo.

-          Espíritus, animales mágicos, brujos…

-          Qué tonto eres al creer en eso.

-          Tampoco es necesario que me trates así – me encogí de hombros.

Me molestó un poco que me dijera eso, porque si desde el principio no me quería creer ¿para qué preguntaba? Entiendo que muchas historias son estúpidas, como la del reno mágico, que cuenta que si pisas su caca por accidente, te traerá una sana longevidad. O el de la madre fantasma, que básicamente si en el momento y el lugar indicado sientes mucho odio hacia tu mamá, la madre fantasma se aprovechará de eso y tomará el cuerpo de ella, ¿lo realmente malo? que es una mujer muy loca que mató a sus cuatro hijos con un hacha, así que es probable que ese sea tu fin. Todos esos cuentos me los contaba mi abuela Hildirkk cuando le ayudaba a tejer. En sus últimos años se la pasaba en cama, así que solía hacerle compañía porque debía de aburrirse mucho, y yo creo que por eso se inventaba tanta chifladez de historia. Mi abuela murió por algo a lo que llamamos en la isla  el “Soplo de invierno”, que es algo que le da a ciertas personas cuando llega la noche polar. La larga oscuridad sumado al frío hace que muchas personas se depriman, sobre todo los viejitos, así que es normal que durante esos meses la gente muera más que en todo el resto del año. Cuando alguien muere por causas naturales la expresión es “Le dio un soplo de invierno”, pero cuando alguien debido a la tristeza, se mata, la expresión cambia a “Se lo llevó un soplo de invierno”. Mi abuela era una gran narradora y la mejor preparando mermelada de las mismas bayas con la que se hace el Krut, todo el pueblo amaba su mermelada. El día en que murió la gente acordó que le había dado un soplo, pero muy en el fondo, yo sabía que aquello se la llevó.

Me alejé  de Mika sin importarme que se quedara solo, lo sentía mucho por su mamá que se veía que era muy buena, pero me era imposible encontrarle lo agradable a su hijo. Mientras esquivaba gente, me acerqué a Brohmirr, uno de los encargados de hacer las brochetas de cordero marinado en cerveza, porque sabía que estaba enamorado de mi mamá y, por ende, haría lo imposible para ganarse un aliado. Aquel gigante y barbudo hombre se giró a verme e inmediatamente me cuestionó el por qué no estaba comiendo nada.

-         ¡Toma! ¡Toma unas tres, mira que se acabarán pronto!

-         Gracias, señor – agradecí con una enorme sonrisa. Estaban enormes.

-         ¿Ese es tu amigo, Haller?

-         ¿Ah?

Confundido, me giré notando que Mikael estaba tras de mí con una cara algo rara. Parecía medio cohibido, pero quizás era lo que yo quería pensar. Mika era muy, muy extraño.

-         Sí – le terminé diciendo a Brohmirr, dándole tres brochetas también. Mikael  se mostró algo impresionado por la atención del hombre.

Cuando me iba, Brohmirr me gritó que le dijera a mi mamá que se diera una pasada por ahí para que charlaran un rato, aunque dudaba mucho que ella aceptara hacerlo porque era una mujer tremendamente odiosa. El pobre Brohmirr y su gentil corazón no se lo merecían, pero supuse que el amor era tan tonto como mi hermana melliza Hemma.

Caminé hacia unos troncos que pusieron especialmente para que uno se sentara, y para mi sorpresa, Mikael quien continuaba siguiéndome. Se sentó a mi lado como quien da el zarpazo y después escondía la mano. En silencio comimos nuestras brochetas mientras todo lo que estaba frente a nosotros se volvía más y más animado. Por un momento vi cómo la mamá de Mikael hablaba con un grupo de mamás que eran demasiado gritonas. Hablaban sobre lo desagradables que eran sus esposos, y lo gordos que se habían vuelto al punto de ni poder verse sus propias vergas, y que la madre de Mikael debía estar agradecida por no estar atada a ello. Ahí aprendí que Mika no tenía papá, o que quizás estaba lejos.

-         Sé que puede parecer tonto lo de las historias de aquí – rompí el silencio porque estar callado junto a alguien me ponía muy nervioso –. Pero hay cosas que de repente uno no sabe cómo explicar. Yo mismo una vez vi un fantasma.

-         ¿Lo dices en serio? – aquella pregunta me alivió, porque no sonó agresiva, ni tampoco me hizo sentir estúpido. Era genuina.

-         Sí.

-         ¿De verdad?

-         Sí, de verdad.

-         ¿Y cómo sabes que lo era?

-         Porque era una chica que se había muerto hacía un año atrás.

Mikael me miró con mucha atención mientras masticaba un trozo de carne, y ya cuando pudo tragarla me “animó” a que le contara sobre eso. Extrañamente me emocioné por eso.

-         Fue hace dos años atrás. La chica se llamaba Nivikk, y tenía la misma edad que tenemos nosotros ahora – comencé a narrar –. Ella era ciega de nacimiento, y solía estar junto a su mamá afuera de su casa, ayudándola a tejer gorras y bufandas. Quizás has visto a la señora, es una casa que está cerca del colegio. Es una casa muy fea.

-         Sí, mi mamá le compró un gorro el primer día que llegamos.  

-         Quizás podrías creer que por estar ciega sus papás no la dejaban ir al colegio, pero ella tenía tres hermanas más, y a ninguna la vimos yendo a clases, nunca, lo cual no es raro; lo raro es que no hablaban con nadie del pueblo. Una vez Gerso por error empujó a una de ellas mientras corría. La botó el muy bruto, imagínate lo rápido que iba. Y cuando quiso ayudarla a pararse salió el papá de ella como un rayo de la casa, y le gritó a Gerso que si lo veía tocando a una de sus hijas, le iba a romper el cuello. Dio miedo. Ese hombre desde que yo era niño me daba miedo cuando estaba borracho.

-         Suena a que es un hijo de perra – soltó Mikael con notorio desprecio.

-         Sí… - murmuré, comiéndome otro trozo de carne. Sentía la garganta seca de tanto hablar y comer –.  La cosa es que un día simplemente dejamos de ver a Nivikk. Cuando la señora Sveck le preguntó a su mamá por ella, la mujer sólo le dijo que estaba enferma, que no era nada grave, pero que la chica había salido bastante débil y que por esas fechas siempre la agarraba la gripe. Hasta ahí todo parecía normal.

“Pero un día todo dejó de serlo cuando a las dos de la mañana los vecinos del pueblo empezaron a escuchar los gritos de la mamá de Nivikk. Y si bien, no era la primera vez que la escuchaban gritar dado que siempre peleaba con el marido, esos gritos sólo decían “¡Nivikk! ¡Nivikk! ¡¿Dónde estás?!”. La mujer la estaba buscando por todo el pueblo en plena tormenta de nieve, y todos se preguntaban ¿a dónde mierda se podría ir una niña ciega con ese clima del infierno?

-         ¿Y su papá? – durante mi relato Mikael no había dejado de mirarme.

-         Él se había ido al pueblo que está del otro lado de la isla. Uno más pequeño que el nuestro. Llevaba fuera tres días debido a lo inestable del clima.

“Y si bien el clima estaba feo, no era tan horrible como para no buscar en los alrededores. La mamá de Nivikk estaba desesperada, y no hacía más que decir cosas raras como “No dejen que se la lleven” “Que no desaparezcan”, y por más que le preguntaran a qué diablos se refería, la mujer estaba tan fuera de sí que era imposible razonar con ella. Al final, a eso de las diez de la mañana encontraron el cuerpo de Nivikk cubierto por la nieve a un kilómetro de aquí – le señalé la dirección. Lo recordaba muy bien –. Estaba desnuda, y sin ningún rasguño. Corrió sin ropa hasta morir. A los días nos enteramos de que estaba embarazada.”

-         ¿Fue el papá? – Mikael había fruncido el ceño.

-         No tuvimos cómo saberlo. Luego salió la historia de un supuesto tipo que estaba acechando la casa, pero… esa casa era impenetrable, ¿cómo pudo?

-          Perro maldito – murmuró, agachando la mirada. Parecía más afectado de lo que yo esperaba. Luego de eso volvió a mirarme -. Entonces… lo del fantasma…

-         Un año después, por las mismas fechas mi hermano menor estaba muy enfermo. Tenía una fiebre terrible y necesitábamos medicamentos. Mi mamá me obligó a acompañarla al pueblo, era eso de las once de la noche, y aunque la oscuridad durante la noche polar no es muy relevante, aun así todos procuraban dormir a esa hora.  Mi mamá fue a la casa del boticario, y yo me quedé afuera porque para variar había peleado con ella y no la quería ni ver, así que mientras tonteaba con la nieve me pareció escuchar una voz, una muy bajita, casi como un susurro. Miré para todos lados mientras seguía escuchando ese susurro que no paraba ni un segundo, y de repente, cuando miré en dirección hacia la casa de Nivikk, vi a una persona parada frente a la casa que luego se tiró al suelo y empezó a arrastrarse. Desde ahí no podía ver bien, sólo vi un cabello largo de mujer. Me cagué del susto al verla arrastrarse de esa forma tan anormal, así que me fui directo a la puerta del boticario y  la toqué mientras veía ese cuerpo alejándose de la casa.

-         ¿Me estás jodiendo?

-         Casi no dormí por un mes, y hay testigos de eso – podían decir muchas cosas de mí, pero jamás me podrían decir mentiroso.

Mikael bufó como si se hubiese visto sobrepasado por tantas palabras, después de todo, era una historia extraña, era como para analizarla bien. Verle afligido por algo así hizo que cambiara mi percepción de él. En ese momento de silencio parecía una persona más cálida y humana, lo que me llevó a pensar en las palabras de la profesora Nygkar sobre que ninguno de nosotros conocíamos a Mikael, ni sabíamos lo que estaba arrastrando desde el continente.

De repente se nos acercó Cadin, él estaba en un curso superior al nuestro, y era buen amigo de Kennal el grande. Muchas veces fui a la casa de Cadin, su papá era muy gracioso, y el mejor fabricante de Krut de la vida. Nos pasó dos jarras llenas de Krut, pero me advirtió que si le daba algo a Gerso, Ban o Nutt, no me iba a regalar nada, nunca más.

-         Esos soplapitos se hacen los zorros, pero no son más que visones.

-         ¿Pasó algo? – me hice el idiota, sabía que estaba hablando de las niñas del coro.

-         Sólo andan molestando. No se nos quitan de encima para tocar al menos una de las chicas que quede sola.

-         Eso no suena bien – dije. Lamentablemente entendía por qué eran así, sus padres eran muy groseros con las mujeres, sobre todo cuando tomaban. Siempre relamiéndose y tocándose el paquete cuando una chica bonita (y ojalá extranjera) pasaba frente a sus ojos. Cadin no era así, y con razón, dentro del grupo del coro estaba su hermana.

Agradecí la Krut en nombre de Mikael también, porque él sólo atinó a mirar el contenido de la jarra y olerla como si desconfiara de su contenido.

-         Huele dulce, pero tienes que tener cuidado, es muy fuerte – le advertí una vez que Cadin se fue. La Krut era de respeto, los más románticos decían que se debía disfrutar cada sorbo porque era un dulzor que el invierno te arrebataría. El resto del año se bebía el Llenhavir, una bebida en base a papa fermentada que no era tan atrapante como la Krut, entre otras bebidas provenientes del continente.

Mikael siguió olisqueando la jarra hasta que decidió darle un tímido sorbo. Su cara fue de risa, porque se le arrugó tanto que parecía otra persona.

-         ¡Esto es muy fuerte! – me reprochó mientras me reía.

-         ¡Te lo dije! – bebí con mucho respeto porque conocía muy bien la resaca por Krut. Además, no tenía ganas de que mi mamá me diera una paliza por verme ebrio en plena fiesta.

Y a pesar de la primera mala impresión, Mika siguió bebiendo con más soltura, seguramente engatusado por el dulce sabor. Le advertí que se lo tomara con calma, pero no pareció hacerme mucho caso. Supuse que terminaría aprendiendo su primera lección isleña; “Garganta que traga a destajo, devuelve la Krut de un chorrazo”. La bebida no tardó en hacer efecto en él, se veía menos estresado, y hasta sonreía con más facilidad, aunque cómo no hacerlo, los hermanos Binnivin se habían disfrazado de mujeres robustas y comenzaron a molestar a todos con sus bailes extraños.  Le expliqué a Mika que era normal en las fiestas que se pusieran hacer eso, que eran actores, aunque no le gustó mucho que empezaran a acercarse.

-         ¿Te dan miedo? – le pregunté. También comenzaba a sentirme algo bebido. Lo supe porque mi cuerpo bailaba solo.

-         Cállate – me pegó en el brazo, no lo hizo muy fuerte.

-         Cuando en la cueva Strelinff caiga, le pediré que no te vayas – canturreó uno de los hermanos Binnivin  al ritmo de la música.

Mika me preguntó si podíamos ir a otra parte, porque con tanto ruido ya empezaba a dolerle la cabeza. Yo acepté porque me estaba pasando lo mismo, el griterío iba a terminar resucitando a los muertos del mar, así que no dudé en llevarme una lámpara de aceite que había sobre una mesa para que nos acompañara en el camino.  Empezamos a caminar en dirección a la playa, y me pregunté si Hankke estaría aun intentando avanzar con la niña Sveck. Esperaba que no. Con la suerte que tenía, no quería ver nada que me llevara a ser golpeado.

-         ¿Existe la cueva Strelinff?  - Mika me preguntó en el camino.

-         Sí. También la conocen como la cueva de los deseos. Es una gruta que existe, y llegar allí no es difícil, lo malo es que la historia te dice específicamente qué días y a qué hora hay que estar ahí, y normalmente en esos días siempre hay tormenta. Dicen que la persona que fue ahí y tuvo la suerte de llegar a tiempo, vio colores muy locos.

-         ¿Y pidió un deseo?

-         Claro que sí. Pidió que su esposa no muriera todavía, y así pasó – o al menos eso me contó mi mamá, que era una mujer muy racional –. Aunque creer en eso ha matado a muchas personas.

Mika se quedó callado por un momento, no sabía si estaba pensando en lo que le había dicho o en otra cosa. No le quise preguntar.

Cuando llegamos a la playa nos sentamos en la orilla, donde la marea no pudiese tocarnos. Mika fue muy cuidadoso a la hora de sentarse, haciéndome recordar lo mucho que se crispó cuando cayó al agua. Aún nos quedaba Krut para beber, y la luz de la lámpara me transmitía una falsa sensación de calor.

-         Mika, ¿te sientes bien? – me atreví a preguntar, porque había pasado de esa ligera felicidad, a una melancolía muy propia del alcohol.

-         ¿Por qué preguntas? – me preguntó algo enroquecido.

-         No sé… quizás quieres vomitar –mentí.

-         No.

Seguí bebiendo para no cagar el ambiente que había entre nosotros, y ya cuando tenía pensando un tema para hablar – una anécdota tonta sobre Gerso queriendo ir al baño –, Mika quebró el silencio.

-         Haller… - murmuró.

-         ¡Haller! – escuché un grito. Venía de la playa. Tal como pensé, era Hankke, pero para mi fortuna estaba solo. Corrió hacia nosotros y hasta creí por un momento que se iba a caer, pero no. Hubiese sido gracioso en ese momento –. ¡¿Por qué están aquí?!

-         Todos empezaron a actuar raro, ya sabes… - respondí algo desanimado por no saber lo que Mika quería decirme. Era la primera vez que decía mi nombre, y supuse que era para algo importante.

-         Sí, sí – se sentó con nosotros, sacando del bolsillo de su pantalón una cajetilla de cigarros –. Mira lo que me trajo mi primo, son de afuera – me lo enseñó. Acerqué la caja a la lámpara para ver el dibujo de un camello en ella.

-         Oh, creo que los he visto en alguna revista.

-         ¿Quieren? – me quitó la cajetilla de las mano y a cada uno nos dio un cigarrillo.

Había fumado un par de veces, aunque yo no le encontraba mucho chiste a la cosa, dado que después de fumar la boca siempre quedaba con un gusto raro. Sin embargo, esa noche estaba bien porque había empezado helar. Nos reímos cuando Mika le dio la primera calada y tosió compulsivamente.

-         Agh… - fue todo lo que dijo. Con eso de ser del continente creímos que ya era todo un experimentado, pero nos dimos cuenta de que no.

-         ¿Ya probaste la Krut, Mika? – Hankke le preguntó, mientras me arrebataba la jarra para beber él también.

-         Sí.

-         Supongo que ha sido una noche llena de descubrimientos – comentó.

-         ¿Cómo te fue con ella? - quise saber. Su comentario había sido raro, y por ello tenía que tener un razón.

-         Fue extraño… - murmuró –. Si les cuento es porque sé que no andarán hociconeando, así que no la caguen.

-         Sí, tranquilo – le dije. Observé como Mika asentía con la cabeza también.

-         Al principio estaba todo bien. Ya sabía que no íbamos a hacerlo porque ya me lo advirtió la última vez. Como hace dos meses tuvo un problema con la menstruación, se asustó mucho, pero al final no pasó nada. Menos mal – suspiró dramáticamente –. Así que hacíamos otras cosas, ya saben, con la boca y eso… pero mientras estábamos en eso se puso a llorar. No entendí qué mierda pasaba, y me asusté. Le pregunté si había hecho algo malo y me dijo que no. Se enroqueció mucho. No entendía, hacía un rato era sólo risas, y ahora era sólo llanto. Me costó mucho sacarle lo que le estaba pasando – como hizo una pausa larga, me pregunté si iba a continuar la narración –. Y de la nada me confesó que estaba enamorada de la profesora Nygkar.

-         ¿Qué? – Mika y yo soltamos al mismo tiempo.

-         ¡Sí! Yo me quedé helado. Me hizo jurar que no le dijera a nadie, pero... ¡tenía que decírselo a alguien! ¡Si lo cuentan los mato, en serio!

-         No le diremos a nadie. Lo juro – traté de tranquilizarlo, aunque me había perturbado bastante tal revelación, porque no era normal que pasasen esas cosas. ¿Una mujer enamorada de otra? Decir con liviandad algo así podría terminar en tragedia.

A pesar de que las cosas le habían salido mal a Hankke, parecía de buen humor. Nos explicó que le había sabido mal el asunto, pero que todo era tan anormal que no sabía si reír o enojarse, pero que no se pondría a llorar por algo así. Las palabras de Hankke siempre eran duras, pero había algo de  sensatez en ellas, porque si bien tenía muchos defectos, jamás podrías decir que era una mala persona, así que no iba a querer perjudicarla.

Le preguntamos a Mikael si era normal que sucediesen cosas así en el continente; hombres con hombres, mujeres con mujeres, y él nos dijo que sí, aunque eso no quería decir que todos estuviesen de acuerdo. Era impresionante la mentalidad que tenían allá afuera, y me intrigaba mucho cómo las mujeres lo hacían entre ellas, aunque normal, de sexo sabía lo básico, imagínense dimensionar el acto sin un pene de por medio.

-         La homosexualidad no me llama la atención – admitió Hankke –, pero otras cosas sí, ¿por qué te vendrías a una isla tan aburrida como esta? No lo entiendo.

-         Parece segura – admitió para nuestra sorpresa.

-         ¿Por qué dices eso? – no pude evitar preguntar.

Posiblemente sin el efecto de la Krut, Mikael no nos hubiese comentado lo que nos iba a comentar, pero era probable de que también una parte de él necesitara desahogarse, porque dudo mucho que alguien pudiese vivir con tanta maldad ajena dentro del corazón.

 

Notas finales:

Hola, gente

Espero que tengan un buen día <3


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