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Cafe de la Lumière por aries_orion

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Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos.

 

Jorge Luis Borges

 

 

 

 

Suave. La más extrema de las suavidades rodea su cuerpo, no sabe cómo llegó ahí, le gusta, la sábana es fría, pero no lo suficiente para hacer a su cuerpo querer salir debajo de ella. Se gira. Error. Viscoso y graso error. Una línea desciende por su muslo, es caliente y gruesa, más no lo necesario para hacerlo salir de la cama. Continúa ahí, bajo la calidez de la sábana y la suavidad de la cama, una nube es nada, quizá un algodón podría ser. Sólo un poco, un poquito se mueve y siente, lo siente. Abre los ojos. Su respiración se acelera igual que su corazón.

Sigue en el sopor delicioso que provoca un sueño que pocas veces se da. Donde por fin puedes descansar y no sólo dormir, sin embargo, aquello cambia con el simple movimiento de sus piernas. Otra vez. Otra vez está la viscosidad entre ellas, su nariz pica por el reciente olor a hierro. La luz del sol filtrada a través de su ventana le obliga a reincorporarse. El sopor desaparece, no hay más sueño ni somnolencia. Todo, todo es mutado a bilis, asco y miedo. Un grado de miedo que de igual forma comienza a mutar conforme sus ojos no pueden dejar de ver eso.

Viscoso, apestoso y carmín.

Hierro manchando las sábanas, hierro deslizándose por sus muslos, hierro saliendo de él. Quiere vomitar, quiere sacar sus piernas de ahí e ir a limpiarse, quiere pararse, pero todos aquellos miles de deseos no se pueden ejecutar porque su cuerpo no se mueve. Su mente no conecta con él, no puede. El pitido en sus oídos es funesto, oprime su pecho y no hay aire en su sistema respiratorio. Parpadea, grita órdenes, pero no sucede nada, eso sigue aumentado, extendiéndose, apestando toda la habitación.

Todo es expulsado, cada trozo de comida de días es puesto en el piso junto con más sustancias amarillentas, verdosas y mucha saliva. La garganta le arde, pica como el tequila, acalora como el ron y vibra como el vodka, sólo que este no es delicioso, no dejará un sabor agradable en su boca. Caliente. Asqueado y caliente se siente, la baba escurre por sus labios, sus dedos se aferran al borde del colchón y sus ojos graban el líquido sobre su piso. Despacio, temblando y limpiando sus labios se vuelve a reacomodar en la cama.

Agitado, adolorido, es suspendido por la expansión de eso, el hierro se ha propagado por toda la cama, puede escuchar el golpeteo contra el piso, gota tras gota. No deja de verla, no puede. No se da cuenta de nada hasta que alguien entra, le grita y la sábana es quitada.

No siente, el pitido se intensifica, la opresión en el pecho es aplastante. El hierro protege algo, el hierro es más intenso, el hierro está observándole e….

 

*

*

El celular grita a todo lo que sus pequeñas bocinas le permiten, vibra y con él la cama. Tiembla, no es por el sonido, ni el frío cubriendo su cuerpo, sino el sueño. Algo que hacía mucho no tenía, no desde que logró controlar su mente, soltar sentimientos, pero al parecer no podía dejar eso. Se tallo la cara, el aire entraba despacio a través de la cortina. Su mano se mete bajo su camisa, recorre sus líneas despacio, de arriba abajo, siente sus huesos, respira y cierra. La noche apenas cae, todo él tiembla, no quiere rememorar, no pensar o analizar. El nudo esta, se forma, aprieta tan fuerte que sus ojos se empañan. Tragando duro, con dolor y pesar se incorpora. Acomoda las almohadas de tal forma que puede quedarse ahí, recargado en el marco, dejando de sostener su caja, su mente. El mar al fondo le calma, su respiración se acomoda al oleaje. Sus ojos fijos en la infinidad del azul obscuro.

Años sin pesadillas, años sin recuerdos y estos vienen en una noche imprevista de otoño. Se obliga a olvidar lo que eso significa, lo que posiblemente viene, pero ciertamente no quiere pensar. Sus dedos acarician su panza. Delicados y finos círculos sobre su piel. Un abrazo oculto en caricias. Se felicita por su decisión de colocar la cama bajo la ventana. Respira hondo, deja que la salinidad viaje con libertad hacia sus pulmones, llenándole de vitalidad y fuerza del océano. Al único ser que realmente respeta.

El olor a café comenzaba a recorrer los hogares, calles y demás negocios a partir de las seis de la mañana. Los que vivían alrededor despertaban con aquella fragancia desde la abertura de la cafetería tan peculiar que había decidido alojarse por la zona, era refrescante y nuevo. Nadie prestó atención al horario, al ligero cambio en el olor porque una vez que la mente se acostumbra a algo es difícil ver las variables o los cambios dados en algún punto. Por ello, nadie notó que el olor andaba desde las cinco, que era más fuerte y más amargo.

Pocos se dieron cuenta de ello, pero por respeto callaron y dejaron al olor pulular tranquilo por sus hogares e impregnarse en sus ropas.

De igual manera, nadie notó la extraña figura que poco a poco cobraba nitidez en el horizonte oceánico, nadie, excepto el cuidador del faro.

 

*

*

Hacía frío, mucho y lo detestaba. Podía dormir con él más no trabajar con él. Apreciaba la calidez de su lugar. Aquel pedacito de paraíso creado por él mismo desde hace varios años. Asentado ahí por la tranquilidad del lugar, por la paz emanada del océano, el griterío de los pescadores y el bullicio del mercado. Se enamoró de las personas, de las montañas y las enormes olas que no paraban de reproducir la mejor música. Todo era nuevo, cálido y agradable. Había paz, diversión y tranquilidad. Todo por lo cual luchó a través de los cientos de kilómetros recorridos para terminar, ironía de la vida aparte, en su país natal.

¡Good morning, beautiful Daiki!

–Buenos. –Contestó con pereza.

–Tan efusivo como siempre jefe, y tú, deja de decirle así, sabes que aquí no se puede. –Le cortó la única chica del lugar.

Aomine Daiki suspiró. Su café era un circo cuando ese par llegaba, dos de sus tres trabajadores. En realidad, sólo necesitaba a dos, pero el tercero supo llegarle y no pudo decir no. Al menos era pagar la mitad de un sueldo, agradeció a cualquier deidad que su cafetería había llegado a los habitantes de ahí, además de ser un punto de atracción para los barcos llenos de turistas cuando estos navegan por los mares del país. Daba y sobraba para mantenerla y pagar los sueldos.

–Tuvo una fea noche jefe.

Daiki detiene la cuchara, la oración no estaba encerrada en signos de interrogación, era una afirmación. Una en la cual no deseaba pensar. A veces, sólo instantes, decide olvidar, bloquear todo lo que le lastima, está mal lo sabe, pero ¿acaso no todo ser humano hace eso? Encerrar, bloquear y olvidar. Deja salir el aire, arrastra nuevo con tintes a granos. Eso basta para Dan, un hombre un poco mayor a él, extranjero y seducido por la cultura de ahí. Se enamoró de esas tierras, pero el dinero no es eterno y se debe comer. Él fue el primer empleado en su tienda, quien rápidamente se adaptó, comprendió el mecanismo del café, pero no de los postres.

–Ya basta Dan, ve y toma los pedidos mientras los hornos se calientan porque vas a ir con Saru al mercado por fruta.

–¡¿Qué, por qué?! Ese chico me odia.

–Con justa razón. –La chica se impone y Dan se resigna, contra ella no se puede y tampoco es como que quiera imponerse ante una mujer. No es su naturaleza, menos la de su jefe así que paz.

No dice nada más y se va. Deja a ambos en la barra.

–Debería alejarlo cada vez que comienza con su parloteo. –La chica bufa, chista hastiada, es temprano y ya debe soportar al idiota, es divertido, pero a veces fastidia, más si tienes que levantarte temprano cuando lo único deseado es seguir en cama. –Saru vendrá y lo controlará, ¿desea algún postre? Puedo hacer lo que se le antoje.

Claro que lo sabía, eso fue un factor por lo cual la contrató, eso y su deliciosa comida. Mayor que…

–Está bien. –Daiki sabía, sentía la mirada de ella en espera de algo más. Una orden, un pedido, algo que le dijera que podía ir tras el fuego y a él no le pasaría nada. –Arándanos… naranjas, ambos suenan deliciosos, ¿no crees Ana?

Ella le sonrió, tomó los costales de azúcar morena para ponerse tras los hornos y llenarse de harina. Negando ante su petición continúo con lo suyo. Hacer café, quién lo diría, de tener un futuro generoso terminó encontrando su camino en un rancho donde su principal fruto eran los granos de café. Ahí no sólo le enseñaron a cultivarlo, cuidarlo y cosecharlo, también a prepararlo, escoger los granos y catearlo. Ya lo ama, otro poco no le afectaría. El café lo salvó y él lo ofrecía como una salvación a todos quienes detestaban levantarse temprano, los refugiados de tormentas y dolores, los que debían andar en la noche y todo aquel que deseaba una taza de café circulando por su cuerpo.

El día era tranquilo, los clientes entraban y salían, algunos chicos reían mientras esperaban, otros se perdían en el basto mundo de la mente, otros tantos trabajan en sus computadoras o celulares. Nada fuera de lo normal hasta la pequeña lluvia que caía sobre la ciudad junto con algunos hombres vestidos de militares, quienes entraban contentos, juguetones y apuestos. Luciendo el uniforme junto a unas enorme sonrisas en sus rostros.

Nada fuero de lo común. Nada.

–¿Terrestres o marinos? –Pregunto curioso Dan.

–Marinos.

–¿Cómo lo sabes pequeña Anna?

–Están cómodos con la lluvia, acostumbrados al agua.

–¡Siento llegar tarde jefe, la lluvia se puso fea! –Ahí estaba el otro ruidoso de sus empleados.

Negando, con charola en mano continúo sirviendo los pedidos en las mesas de los recién llegados. Su local se puso más animado con ellos ahí. La lluvia era opacada por momentos por la música seleccionada, algo que rara vez era tocado pues sus chicos colocaban buena música, por lo tanto era extraño el cambio de parte de alguno de los clientes. Pero sabrá cuánto tiempo esos hombres estuvieron en alta mar sin música, así que les dejó hacer.

Pedidos, postres, cafés, música y risas. Ese día iba a terminar siendo una anécdota después.

–Llevaré estos.

–¡Le debo la vida jefe!

Rio un poco, Saru tenía una forma peculiar en dar gracias, pocas veces decía la palabra, pero una vez que le tratabas sabías identificar las frases relacionadas. Llevaba tres cafés fríos para la mesa de los militares. La lluvia pasó a tormenta, su mente consciente se va, su subconsciente toma el control. Respira hondo, las tormentas nunca han sido de su agrado, no sólo de niño, sino de joven y parte de su adultez. Estas están ligadas al caos, al miedo y a la perdición. Cada cosa grave en su vida es presagiada por la lluvia y terminada con la tormenta.

No. No. Niega, arrastra los malos recuerdos lejos, los ahoga como lo hizo con su corazón tiempo atrás. Quiere paz, no agonía, pero olvida. La mente olvida una vez que se acostumbra a algo, las murallas adelgazan. El olor del café le recuerda uno de sus tantos días malos, la tormenta de fondo. Reacciona, va a la mitad del establecimiento, el timbre de la puerta indica la entra de alguien, con ello un choque de nubes y al final el estruendo de la charola junto con las tazas en el piso.

No hay sonido, ni aire y mucho menos pensamientos. Parálisis. No una parcial, sino general. El torbellino le golpea, el nudo oprime su cuello y no sabe, no puede, moverse. Sus manos están sosteniendo una charola que yace en el suelo, el líquido ha manchado sus ropas, sus zapatos han quedado arruinados junto con sus calcetas.

–Taiga.

Sólo una palabra. Una maldita palabra compuesta de cinco letras abre su caja. Explota. Cientos de bombas, corrosivas, peligrosas y expansivas. Sólo una jodida palabra para destruir su paz de cristal.

 

*

*

Kagami Taiga era todo menos un ser paciente, pero como pocos aprendió a la mala a serlo. Era limitada, poca, pero tenía. Era un chiquillo cuando se vio obligado a convertirse en algo que detestaba. Atado de manos se vio al ver a su progenitor moverlo como títere, un simple muñeco dispuesto a servir sin objeciones a su titiritero. Sin embargo, logró escapar, probar la libertad. Una hermosa ilusión que se convirtió en un cuento de horror. Dante estaría orgulloso de su representación.

Nadie le advirtió, nadie le enseño cómo enfrentarse a eso.

Sacó el jugo, lo probó y quedó hechizado. No quería beber nada más salvo la miel que aquel chico de mirada arrogante le ofrecía. No supo el momento, mucho menos el tiempo exacto cuando cayó en aquel hermoso océano.

Todo iba de maravilla, reía, jugaba, aprendía y experimentaba. Oh, las delicias del amor. Majestuosas y sublimes. Tan encantadoras que todos olvidan lo otra cara, obscura, cruel y aplastante. Esa, no sabe de límites, no hasta que la persona cesa y para él fue agonía en su más pura forma. Traición camuflada en verdad. Su padre jugó la peor de las cartas para un joven enamorado, olvidando que esos amores son los más peligrosos como duraderos. En el momento Taiga se dejó llevar por las manipulaciones de su padre, sin el resguardo de su madre, el púber no pudo razonar, mucho menos cuestionar.

Bajo la cabeza y camino, pero era su camino, su dolor y lo iba a vivir como él deseaba, así que huyo al único lugar donde sería un recordatorio de su corazón. La Marina, se enlisto en ella bajo las amenazas de su padre y las ciento de piezas de su corazón. Volvió su pérdida en su fuerza, su dolor en meditación y su tristeza en inflexión. Convirtiéndolo en capitán de su propio barco, bajo su mando cuarenta y seis soldados, todos fieles.

Años le llevó descubrir las falacias de su padre. Días en tratar de encontrar a quién una vez le mostró las delicias del amor. No podía dimitir, la concesión de permisos era delicada, lo poco obtenido no servía de nada. Para mayor desgracia, el cambio climático comenzaba a modificar las bahías y al océano que junto con una tormenta se vieron con daños graves en la nave, esta no podía soportar navegar hasta la base para reparaciones por lo que terminaron en un pueblo, avisando a las autoridades correspondientes anclaron ahí y de paso descansarían hasta que otro buque viniera para arrastrarlos hasta las instalaciones.

Tenían autorización para bajar de la nave, descansar en tierra siempre y cuando el barco no quedara completamente solo. El primer grupo bajo, él iría a alcanzarlos, por desgracia, a mitad de su camino la lluvia se volvió tormenta, empero, ni todo su entrenamiento le preparó para lo que encontró dentro.

–¿Aomine?

Como el océano, con su fuerte atracción magnética camino hasta él. Un hombre, su hombre. Alto, piel ligeramente obscura, labios pequeños, cabello singular y, ahí estaban, sus preciosos zafiros. Tan azules como el océano cuando el sol se encuentra en lo alto del cielo. Cuestiones, silencios, no hubo más. Kagami sin notarlo se acercó, estaba ahí, era su gema. Su bonita gema.

No hubo más palabras, Taiga se aproximó, pero lo recibió un puño limpio en el rostro, partiéndole el labio y deteniéndolo a escasos pasos. Maldito espacio. La sorpresa le sacó del aturdimiento del encuentro.

–¡Aléjate de mí bastardo!

El grito le regreso a la realidad. Una, que poco a poco comenzaba a detestar.

Aomine huyó por las puertas de la cocina, con un círculo de cristal en medio, ironía de la vida, estas eran como las ventanas del barco. No se movió, las puertas se volvieron interesantes por alguna razón que no estaba dispuesto analizar. Tras su espalda sabía de su tripulación, a quienes imaginaba no saber cómo proceder, pues debían actuar cuando su líder era agredido.

–¿Almirante?

–No, nadie hará nada, pónganle un dedo encima y los arrojaré por la borda.

Decreto. Con el pulso acelerado, la adrenalina corriendo por sus venas, hirviendo su sangre y está manchando su impoluto uniforme. En su mente maldecía a su padre y a su ingenuidad en todos los idiomas aprendidos por su oficio.

Mentiras. Falsas, podridas y arrogantes mentiras le llevaron lejos de su chico, pero esta vez nada le iba alejar de él. Nada, ni siquiera su profesión porque de su padre se encargaría si este osaba amenazar a Daiki. Esta vez no. No esta vez.

 

*

*

Ambos se conocían, el encuentro fue en una vieja cafetería donde compartieron la única mesa disponible, por alguna razón Daiki tenía antojo de un helado de café, mientras esperaba un libro llamó su atención y cuando menos se dio cuenta ya estaba viajando en las interrogantes de un pintor. Escuchó una petición, sin dejar del todo la lectura acepto, otra pregunta.

–¿Puedes leer para ambos? –Sacó sus ojos de las letras, era una petición inusual. –Sólo mientras espero mi café y me iré, lo prometo, por favor. Me aburro.

Le observó, sin importancia recargo sus antebrazos sobre la mesa y continúo. Ambos cafés llegaron, pero ninguno se movió. Se fueron hasta que la última página se mostró. Después fue una cena que les llevó a más encuentros. El corazón actuó y la mente quedó rezagada junto con las ciento de alarmas en ambas cabezas.

Sonrisas traviesas, gestos pícaros, pasos vacilantes pero con los secretos bien ocultos, arrastrados hasta las profundidades del castillo mental. La primavera llegó. Daiki no paraba de robar besos, Taiga de abrazarlo. Eran charlas tontas, silencios largos y miradas cursis. Algodones de azúcar, así era su amor. Tan empalagoso, adictivo y esponjoso.

Y, así como el algodón de azúcar, se entregaron, descubrieron temblorosos la piel del otro, detallaron relieves y grabaron marcas. Diversión por el acto en sí. Fue divertido ir hasta lo más alto del universo y después caer en picada como una montaña rusa, Daiki amó eso, Taiga lo atesoro. Sin embargo, ambos olvidaron que la juventud a veces, sólo a veces, jugaba en contra de quienes la disfrutaban de manera diferente. Amor y heridas. Una cruel combinación para los inexpertos en esas tierras.

Lo hilos se movieron sin preverlo y sin los conocimientos para enfrentarlos, cayeron en la trampa de la araña, siendo el de la peor tajada Aomine, en su desesperación hablo de más y se enteró de falsas verdades.

Kagami se enlisto, la pesadilla comenzó para Daiki, quién buscó, preguntó y reveló. Todo aquello provocó una fuerte discusión con sus amigos y familia. El estrés, la tristeza, el miedo y la furia le llevaron a un ataque que su cuerpo no pudo soportar. Alguien ajeno, un extraño le vino a dar la peor de las noticas, a explicarle su constante dolor de caderas, vientre bajo y cabeza. El por qué siempre tenía sueño. Un sueño, eso era, un sueño que se convirtió en pesadilla que no supo cuándo muto, menos cuándo se convirtió en una cruel, desalmada y brutal batalla para él.

Esperaba. Esperar nunca más estuvo en su vocabulario, al menos, no cuando se trataba de su persona, así que hizo lo único, lo que todo ser humano tiene registrado en su ADN, huir. Huyó, su familia se volvió tóxica después de aquello, todo le recordaba a Taiga, le recordaba su debilidad y su ingenuidad. Corrió dejando ahí al pequeño Aomine Daiki junto con él.

Así que ahora estaba ahí. Justo ahí, en su local, en su visión y en su mente. Amenazando la batalla que le costó ganar. Se quedó en su oficina, respirando profundo, obligando a su mente alejarse de aquel lugar. Lloraba, pero no comprendía porque razón pues se suponía ya había derramado las suficientes.

–Jefe, ya vamos de cerrar. –La chica espero, no era capaz de dar una respuesta, mucho menos hablar. –Sé que no me compete, pero usted ha hecho mucho por mí. Si necesita cualquier cosa, puede contar conmigo.

–Gracias, sólo cierren, yo haré el corte de la caja.

–¿Seguro?

–Sí, Anna.

La mujer le miró vacilante, no sabiendo si dejarle o irse. Al final, dubitativa le dejó.

Y él, simplemente, colapso.

 

*

*

Los días continuaron, los marinos iban al café por grupos en diferentes horas y días, Daiki cada vez que les veía mandaba a Dan, Anna o Saru atenderles mientras él se quedaba tras la barra, oficina o cocina. No estaba preparado para enfrentar a la única persona capaz de convertirlo en un diminuto pitufo con solamente su presencia.

Los días se convirtieron en semanas. Al inicio de la tercera, se quedó solo en el lugar. A veces, se quedaba ahí, con una taza de café y una jarra con más disfrutando del silencio. Se encontraba perdido en su propio reflejo en el cristal hasta que una presencia delante de él le hizo casi escupir el café.

Al otro lado, en su inmaculado traje, con pequeñas gotas en él, se encontraba Taiga. Quien le sonreía tenuemente, con los dedos le saludo y le mostró un hola en una hoja, después otra con ¿cómo has estado? Le siguió observando, temblaba, no sabía cómo proceder, ¿y si le preguntaba cosas que no quería responder? ¿Y si le decía que tenía pareja o preguntaba…? No, no deseaba ese tipo de conversación, elevó la vista para negarse, sin embargo, encontró otra nota, una taza de café, ¿juntos?

Maldita sea, esos ojos, nunca pudo contra esos ojos y por mucho que le lastimaba verlos, también los necesitaba. Los quería ahí. Tan cercas, tan junto hasta poder ver las pequeñas líneas del iris rojizo. Derrotado y renuente ante su estúpida decisión suspiro. ¿Ya qué?, con taza en mano se encaminó a la puerta, abriendo, sin dejarle pasar, aún.

–¿Qué?

–¿Me dejas pasar?

Daiki le observó, con el pulso acelerado y su mente trabajando a su máxima capacidad, pues tenerlo ahí era enfrentar un pasado doloroso, pero la maldita mirada, siempre fue la mirada, capaz de doblegarlo como el fuego al metal. Ardiente y suave. Dejando salir aire derrotado, se hizo a un lado, Kagami entró. Sólo oler su aroma bastó para que cientos de recuerdos se apretarán en su mente. Él siendo abrazado, riendo, jugando. Él tocando, explicando y besando.

Todo intenso, fugaz y extinguido.

¿Cómo el fuego puede vivir sin el aire?

 

*

*

Taiga no supo cómo algo casual, tranquilo, terminó con él siendo echado del lugar por un muy furioso moreno. Sin embargo, lo que le congeló fueron las lágrimas, los ojos cristalizados, igual a una tormenta. Intentó regresar, más este ya no se encontraba ahí y las luces habían sido apagadas. Estaba desconcertado, la mayoría del tiempo estuvo observándolo, detallando cada rasgo, línea. Memorizando y comparando al Daiki adolescente con el Daiki joven, lo único a lo que concluyó fue que seguía igual de guapo y hermoso como lo recordaba.

Algo dijo, lo sabía, pero no lo que provocó tal reacción.

La plática la rememoro una, otra y otra vez. Nada, todo parecía normal. No creía haber dicho algo para que este le sacara y se pusiera de esa manera. Se encerró en la cabina, su cuarto y vago por el barco, sus marinos ya estaban preocupados por su actuar. Derrotado y fastidiado regresó al origen del mal.

Se detuvo, todo a su alrededor se detiene, es igual cuando se enfrentó a la calma después de la tormenta, o cuando estaba bajo un ciclón durante su entrenamiento. Perdido, furioso, miedoso. Todo acumulándose sin saber qué hacer. Todo eso era Daiki para él y lo confirmaba con sólo verlo con aquella diminuta sonrisa para una señora mayor. Él está ahí, sí, fue un fiasco la noche pasada, posiblemente le grite o golpeé, quizá lo eche, pero todas esas probabilidades eran bien aceptadas porque Aomine Daiki era la cosita más hermosa que el universo haya puesto en su camino.

Daiki le nota, y es como la primera vez que le ve. Varonil, confiado y arrogante, toda la cualidad que alguien de linaje o de buena familia debe tener. Sin embargo, en él es natural. Intenta acercarse, pero este comienza a huir, a moverse despacio para que los clientes no le noten, quiere reír, ¿acaso olvida lo que es? Le entrenaron para ver bancos de arena a cientos de kilómetros, notar islas y leer el clima. Antes de poder hablar, su cuerpo reacciona, le toma del antebrazo.

–Hola.

Y se quiere golpear porque habiendo miles de palabras escoge esa, donde si le quitas la hache se convierte en un ola. Lo ve, lo descubre con sólo ver los profundos ojos azules. Daiki sigue siendo su ola, su océano.

–Suéltame.

–Huirás. –No cuestiona, dicta y se regaña por usar el tono de mando. –No huyas, háblame princesa. –El tono es bajo, suave. Seducción.

Incredulidad. Ha sido alejado. Daiki le ve furioso, no comprende si era un mote que este había aceptada a regañadientes porque para él eso era. Una princesa en un cuerpo de hombre, con ambas dualidades que le vuelven loco.

–No me llames así. –Intenta acercarse, una mirada basta para detenerlo. –Vete. –La orden es siseada, se siente frente a una serpiente advirtiéndole de su ataque cómo se acerque más. –¡Lárgate de mí café!

Las facciones son duras, el cuerpo tenso. Taiga nota el estado de Aomine y no sabe cómo proceder, nunca se había topado con este Daiki, amenazante, dispuesto al ataque apenas se siente bajo amenaza su espacio.

¿Qué ha pasado?

–¡¿Por qué sigues aquí?! Fuera del café Kagami.

El mar embravecido es peligroso, Kagami lo sabe, lo ha vivido, lo entrenaron para ello, pero no posee armas para enfrentar a este mar. No a este que era una bahía virgen. Una enteramente suya. Exclusiva para él.

–Bien, quédate, yo me largo.

Los pasos furiosos chocando contra el piso. Si fuera arena, estas dejarían su huella sin lugar a dudas. Taiga le sigue analizando, sonríe ante la estupidez del acto. Aún hay algo del viejo Daiki en el nuevo. Lo decide, está listo, está dispuesto. Va a descubrir cada ola, viento y corriente marina de esa bahía y espera. Incluso cuenta.

Daiki se detiene, se gira rabioso y camina en su dirección.

–¡¿Por qué me estoy yendo si es mi tienda?! –Kagami intenta contestarle, Daiki le arrastra fuera, no pone resistencia, es divertido. –Vete, vete, vete, llamaré a la policía como no te largues Kagami.

Está bajo el marco de la puerta, Daiki le observa ceñudo, con los brazos cruzados por su pecho, puchero incluido. Adorable y lindo.

–Ya vete, shu, shu, shu.

Los ademanes de las manos le obligan a actuar. Hay personas, están algunos de sus marineros y los empleados. Aomine repite el shu, shu, y su mente hace clic.

Le encanta. Quiere, necesita, mover los ojos de los contrarios, pero no puede, porque todas las emociones están ahí, justo ahí. En esos hermosos ojos. No piensa, actúa, une sus labios con los contrarios, es un beso unilateral. Es suficiente, sabe del estallido en ambos. Lo puede ver en el iris desenfocado, la nula respiración y el desbocado latir del corazón. Está a punto de alejarse, más la boca contraria se abre, sólo un poco, y eso basta para robarle el aliento al otro. De chupar, succionar y acariciar. Es húmedo, resbaladizo y caliente,  muy caliente.

Malditamente caliente.

Es desesperante, delicioso y ridículamente familiar. Daiki no lo vio venir, de verdad que no. Lo irónico es que así comenzó su historia. Un jalón desesperado, fuerte y posesivo le llevó a los brazos contrarios. Una sonrisa sínica y unos ojos perturbadores para que un beso sea la cereza del pastel, la diferencia, reaccionó ante la demanda con igual efusividad. No obstante, esta vez no sabía cómo reaccionar, abrió los labios dando la dirección incorrecta. Aquella vez era delicioso, deseado y cómodo, ahora, era abrumador, doloroso e incómodo.

Sumamente incómodo.

Intentó alejarse, sus antepasados eran testigos de ello, más el agarre en su espalda era fuerte y otro detonante de recuerdos. En serio lo intentaba, pero aún no podía. Simplemente no podía.

Taiga, al parecer, entendió porque le fue soltando, despacio, intentando grabar su sabor, su aliento. Una caricia en su mejilla con la punta de la nariz le cortaron la realidad, pero los ojos le hicieron corto circuito.

–Aléjame todo lo quieras. –La caricia seguía, el aliento chocaba contra su oreja estremeciéndolo de pies a cabeza. –Voy a regresar por ti, porque eres mío, Daiki.

Dios, la posesividad de Kagami era un rasgo que había olvidado, igual a su testarudez. Eran cualidades desesperantes para él porque así fue como consiguió muchas cosas de las que se negó a hacer. Kagami le soltó, sonriendo, demostrando haber ganado algo que salía de su comprensión y se fue. No pudo gritarle todo lo que quiso, tampoco en negarle su afirmación y mucho menos ignorar la mirada que este siempre le dio.

Era demasiado.

¿Y si…?

No. simplemente no. Eso quedaba fuera de contemplación, pero… quizás…

 

*

*

Las negativas se volvieron constantes. Kagami regresaba con todo, con sonrisa incluida. No importaba cuantas negativas, gritos o desprecios recibiera, siempre regresaba. Siempre. Cual soldado a la mejor batalla de su vida y por cada senda le tomaba desprevenido. Daiki sentía que un poquito de su enojo desaparecía, con cada palabra su dolor menguaba. Varias veces los chicos le instaron a tratarlo mejor, pero caía a costal roto.

Decirlo sin saber era nefasto, pero los postres, joder, los postres eran sublimes.

Daiki era un glotón dulce, toda clase de postres eran su mayor debilidad y esto lo sabía Kagami, quien en cada aparición le deslizaba despacio un pequeño postre. Tentándolo, endulzándolo, lo peor era que con dulces tangibles y no con palabras inmateriales. Manipulador.

–Jefe, no es que me meta, pero ya hasta siento pena por el capitán.

–No es capitán, sino almirante idiota.

–¿Cuál es la diferencia Anna?, sigue siendo el mandamás.

–Ustedes dos, en lugar de estar hostigando deberían estar limpiando o cocinando.

Saru amonestó al par y se los quitó de encima. No es que fuera cruel, era divertido verlos interceder por Taiga, sin embargo.

–Estoy de acuerdo con la chica, no es lo mismo.

–¡¿Qué jodidos?!

Daiki salto en su lugar, no sintió la presencia del otro.

–Asuste a la princesa.

La sonrisa era hermosa como petulante y Daiki quiso arrancarla a puñetazos.

–¿Tú aquí de nuevo? ¿Acaso no tienes nada mejor que hacer o qué? –Le observó con los brazos cruzados sobre su pecho. Comenzaba a ser agotador estar lidiando con alguien que no entendía el significado de no.

–Vengo en son de paz. –Kagami mostró las palmas de las manos. –Vengo a invitarte a cenar y antes de que te inventes algo, te digo que si no sale bien, dejaré de insistir.

Daiki entrecerró los ojos, no sabía si creerlo o no, este Taiga era un tanto desconcertante para él. Sin embargo, su corazón estaba frenético, una cita, eso sonaba como una cita donde posiblemente habría preguntas, miradas y si la atmósfera era correcta habría beso o caricias. Era difícil, malditamente difícil pensar con esos ojos mirándole como si tuviera la cura para el cáncer o fuera el poseedor del Santo Grial.

–Bien.

–¿Por qué eso sonó a resignación?

–Porque eso es, no dejaras de fastidiar hasta conseguirlo, prefiero ahorrarme el tiempo. Ahora largo de mi café o no voy.

–Te veo a las siete, princesa.

Antes de poder protestar, Kagami le beso la mejilla para salir huyendo igual a un ladrón después de cometer su fechoría. Observó la puerta con los ojos entrecerrado, con la mejilla picándole por la sensación de los labios. Sí, ese hombre lo iba a terminar de matar, pero la cuestión es, ¿de ternura o enfado?

 

 

*

*

La cita se dio, Kagami paso cual Big Ben, ni un minuto antes o después, posibles manías de la Marina. Nervioso aceptó caminar a su par. Miraba todo menos a su acompañante, quien hablaba de cuanta cosa se le viniera a la mente, le llevó a comer hamburguesas con cerveza, por una malteada y una dona. Caminaron por el pueblo y terminaron sentados en el parque central. Sin darse cuenta, Kagami le había estado guiando a través de la plática a un punto donde él se sintiera cómodo, lo logró al grado de reírse de las aventuras chuscas que este le contaba sobre su tiempo siendo cadete o a quienes instruía. Todo casual y tranquilo.

Sin dejar de ver segunda intenciones o forzando un tema que a Daiki incomodaba, sobre todo cuando intentaba dar pie a lo ocurrido años atrás. Tal vez no lo notaba, pero Kagami observaba su lenguaje corporal cada tanto para evitar arruinar aquella reunión.

–Entonces yo estaba jalando la soga para elevar a Takato y una ola nos embistió, cuando nos dimos cuenta estábamos a la inversa, sólo que yo colgaba de un pie y el otro caía.

–Serás tonto.

–¡Oye!, en mi defensa, fue eso o caer al mar. ¿Qué tal si había tiburones u orcas? Me gustan, pero de lejitos.

Daiki soltó la carcajada, la forma en la cual Kagami le contaba las cosas las hacía sonar más divertidas. Riendo, se limpió los ojos, pues le dio un ataque de risa, donde una sola palabra le provocaba más y este aprovechó.

–Manzana.

–¡Detente! –Continuó riendo. ¡Le dolía la panza por el esfuerzo! Intentó calmarse respirando hondo. Regulando todo su cuerpo.

–Tu risa es hermosa, deberías sonreír más.

Aomine le observó, sus palabras revolviendo su corazón, pero no quitando la sonrisa en su rostro.

–No tengo motivos para reír.

–Ahora los tienes.

Osado, atrevido y sin medir consecuencias Taiga le beso la mejilla. Su pecho se comprimió por ello, era una muestra de cariño tierna, pero sin llegar a exigir más y por alguna extraña razón que Daiki no quiere, ni necesita pensar ahora, le gusto. Era un acto simple, significativo en muchos ámbitos para él.

Entonces, sin darse cuenta, igual a las corrientes marinas, Daiki fue llevado de un lado al otro, recorrió el pueblo más veces de las que puede recordar. Comió en lugares donde apenas pasaba, le llevó al mar, a conocer su área de trabajo mientras le explica el funcionamiento del buque. Y no podía, lo intentó tantas veces, pero sus ojos se negaba apartarse de Kagami, quien como niño pequeño le habla de su juguete favorito, haciéndose el disimulado con las caras o susurros de los cadetes y demás personal al verlo pasar junto a él, no sin hacer los debidos saludos. Sensaciones sin nombre, porque el dárselas era aceptar haber perdido antes de siquiera haber aceptado.

Se afianza del barandal de la proa, por el rabillo nota que los demás les dan cierta privacidad que agradece en silencio.

–¿Te gusta? –Aomine le observó sin comprender. –El barco, ¿te ha gustado el recorrido?

–Es asombroso.

–Y pensar que somos la descendencia de los piratas.

–Estos aún no se han extinguido.

–Cierto, pero los primeros piratas sabían leer las estrellas, nosotros estamos olvidando eso porque hay satélites.

–¿Y no es mejor?

–No, las estrellas no se irán de su lugar, los satélites sí. –Daiki se acomodó para verle mientras continuaba. –Supongamos, los satélites funcionan mediante una red, ¿cierto?, ¿y si esa red es atacada con algún virus o si a algún país o terroristas, o x persona le da por atacar esto? ¿Tú qué crees qué nos pasaría a todos los barcos que se encuentran en alta mar?

–Se quedarían sin brújula.

–Más o menos, sí, estaríamos navegando a ciegas porque el satélite nos dice cómo movernos y cuándo estamos en aguas extranjeras. En cambio, las estrellas o las constelaciones están ahí, no se mueven, si supiéramos leerlas sabríamos en qué parte del mundo nos encontramos y no haría falta el satélite.

–¿Sabes algunas?

–No, aún no logro ubicarlas en el globo, sólo sé que la Osa Mayor indica Siberia, y la Osa menor señala el Polo Norte.

–¿Por qué no estudias astrología o algo por el estilo?

–Lo haré, pero por el momento estoy enfocado en cierto océano.

Daiki se hizo el desentendido, Kagami sabía tirar indirectas demasiado directas. Era abrumador, pues no era una chiquilla intentando cortejar a su primer novio para sentirse de tal forma, pero con Taiga así se sentía. Todo como si fuera la primera vez. Se dejó arrullar por el graznido de las gaviotas, el golpe de las olas contra los costados de los barcos y el suave movimiento producido por el oleaje. De igual forma, dejó que Kagami se acomodara tras él, caminando despacio para acercarse, dejando una mano sobre la barandilla y la otra flotando a la altura de su estómago. Tierno. Demasiado tierno y dulce aquel acercamiento, pero excesivamente lento y tentativo.

–Si me vas abrazar, hazlo ya o quítate.

Taiga no perdió tiempo, se le pego lo más que pudo, apretó su brazo y recargo su barbilla en su hombro izquierdo. Aguanto la risa por su acto, era almirante, mandaba sobre cadetes hormonados y se comportaba como niño a su alrededor. Can, un cachorro esperando una señal para moverse. Al final se quedó en esos brazos, el sol comenzaba a chocar contra el horizonte y, derrotado, recargo todo su peso en él, quien le recibió sin decir nada.

Dios, los ojos se le cristalizaron, tiempo atrás hubiera dado todo lo que tenía si con eso podía estar así, con las respiraciones Taiga contra su oreja, su corazón golpeando su espalda y sus brazos sosteniéndole. No le deseaba el mal a nadie, pero el padre junto con los suyos, le negaron algo vital para poder levantarse. No sólo a él, también a Taiga y dudaba, este les volviera a permitir acercarse a alguno de los dos apenas se enterara lo que llevaba guardado en el fondo de la mente.

 

*

*

El aviso llega. Intempestivo y de la nada. Kagami está nervioso y alterado, no podía estarle pasando, apenas había logrado un acercamiento con Daiki. Podía sentirlo, si se iba ahora no habría otra oportunidad, él lo dejó claro apenas se puso bajo el marco de la puerta. Ya no hay nubes rosas, olores nuevos u ojos preciosos. Todo comienza a tornarse gris, obscuro y no le gusta, para nada lo hace. Más debe ser sincero, sin embargo, no puede.

Lo ha intentado, Poseidón lo ampare, lo ha pretendido. Ha tanteado el terreno tantas veces que no comprende cómo su cerebro no es capaz de ordenarle a su boca moverse mientras las oraciones salen. Daiki está ahí, aceptando cada propuesta loca, cada lugar inesperado porque todo le salía espontáneo. Pensaba conforme avanzaba, un plan con él no funcionaba, no ahora que le iba conociendo pues por cada paso descubría cosas. Su desprecio a su padre aumentaba y su odio a sí mismo rebasaba sus límites.

Conforme avanzaba, encontraba heridas mal curadas, cicatrices mal tratadas y pensamientos lejanos. Su chico cambio, a veces reconocía a su amor y otras era reconocerlo. Había tanto que no sabía por dónde comenzar, cómo caminar o qué decir. Se medía igual a los ingredientes de un pastel. Prefectos, ni un gramo de más o menos. Recordaba, se recordaba en la soledad de la habitación lo que era.

Kagami era un navegante.

Estudió para ello, lo prepararon para sobrevivir, pero ¿cómo vives sin un corazón? ¿Con un alma partida, una mente melancólica? ¿Cómo sobrevivir al anhelo de una piel ajena?

Donde sólo quieres sentir, acariciar y besar. Taiga no quería perder eso, no otra vez. No volver a sentir la cama fría, ni movimientos ajenos o suspiros profundos. Daiki está ahí. Así de simple. Así de fácil. Porque él aceptó bajo reglas que se volvían difícil de lidiar. En su mesa está el mensaje, el buque Buendía llegará por la madrugada y mañana a primera hora regresarán a base.

–¡Ey! –Su perdición haciendo acto de presencia. –¡Oye! –Con golpe y grito incluido. –¡Taiga, te estoy hablando!

–Y te estoy escuchando.

–Bien, ¿qué dije? –Daiki le observa enfurruñado, con los brazos cruzados y el rostro manchado de merengue. –¿Qué dije Kagami?

Le ve, mueve los ojos buscando algún indicio, pero sólo logró acentuar el enfado en Daiki.

–Olvídalo marinero. –Se gira, toma un par de trastes para colocarlos en el fregadero, se lava las manos. –Te decía si tienes planes para esta noche.

¿Planes? ¿Cuáles?, si todos giran a él. Niega ante la mirada marina. Es extraño, nota la ligereza con la que suelta el cuerpo. ¿Cuándo lo tenso así?

–Ven a las nueve, te invito a cenar.

Kagami parpadea, era la primera vez que éste le proponía algo así y es así como ahora la realidad le golpea, porque la maldita nota está ahí, diciéndole del tiempo contado, la reversa y el avance sin consideración a un aplazo. Daiki no se merece eso, él no lo merece, al menos no después de todo por lo cual han atravesado. Intuición aparte, deduce que a Daiki no le fue bien, tampoco puede concretar nada porque no hay pistas ni palabras. No hay confirmación, pareciera que por cada paso dado, se acerca a una muralla y no a Daiki.

Está bien, se repite tantas veces mientras se aferra a la botella de vino que yace entre sus manos. Camina, está al frente, toca y su princesa le abre. No hay sonrisa, sólo mirada profunda acompañada de una suave sonrisa sobre esos labios. Impulsó, le aventura a dejar una suave opresión en ellos,  para su sorpresa no hay reclamos o empujones, sólo un tenue sonrojo y un atisbo de vergüenza.

Hay palabras acompañadas por vino, sonrisas con miradas, comida con risas.

Y le gusta, todo aquello le gusta. No es el lugar, ni la comida, es la persona y los sentimientos. Las sensaciones burbujeando en su interior, su corazón palpitando tranquilo, con la marea en calma. Daiki observándole tranquilo, como si fueran ellos en antaño. Sin heridas o críticas. Sin nada. Sólo ellos. Sin embargo, su boca se abre, su cerebro no proceso.

–El buque será remolcado mañana.

Se rellena la copa, el crepitar de los hielos enfrían el lugar. Daiki le observa, ve la ventana y se levanta, se lleva consigo los platos. La sorpresa de saber que vive arriba del café ha quedado atrás, igual las anécdotas de sus viajes o sus chuscas historias en altamar. Daiki no regresa. Y está bien, se vuelve a mentir. Intenta engañarse. Más ese leve desazón en su boca le da el golpe. Suspirando, toma el resto y los acerca. Se lavan y sólo quedan las copas. Toma la suya y rellena la ajena. Está bien, se vuelve a repetir. Daiki deja todo ahí, esperando a que el agua se deslice de la baldosa, toma la copa junto con un trago. Le observa.

Daiki no parece triste. Él no parece muchas cosas y sabe que lo está.

Nota el cristalizado de los ojos. Espera.

–¿Te irás?

–Intente quedarme, pero…

Siempre ha de haber un pero, en ellos era una maldita constante que comenzaba a romperle los nervios. Daiki se tensa, vuelve a tomar de la copa y él lo único que desea es ir, quitarla para robarse el aire, probar el vino en la boca contraria y perderse. Perderse como lo hizo años atrás.

–No debiste intentar recuperar algo que ya se encontraba perdido.

–Contigo todo vale la pena. –Aleja la copa de sus manos. –Daiki, pensé en tener más tiempo, de hablarlo contigo, llegar a algo y dejar consolidado esto… Esta vida así es, debes cambiar inesperadamente porque el país lo quiere.

Y le purga no poder cambiar eso cuando se prometió así mismo que su trabajo no intervendría en esto. No sería un factor que le alejara de él, pero helo ahí, obligándole a decir sin desearlo. Alejándolo de Daiki.

La risa le calla. Aomine ríe, no entiende, ¿nervios o angustia disfrazada?

–No hay un esto. No existe un esto.

–No digas eso, yo te amo.

–Vaya forma de amar tienen los Kagami.

Daiki comenzó acomodar las ollas, quienes sufrían su ira mal contenida, la losa chocaba entre sí y los cubiertos gemían ante el empuje con sus demás compañeros.

–Daiki… – Le llama suave y al parecer quebró el temblé de este.

–¡Daiki nada! –Aventó los últimos cubiertos y cerró con fuerza el cajón. –¡Me lastimaste de la peor manera imbécil! ¡¿Tienes idea de lo que costó volver a dejarte entrar?! ¡De las putas pesadillas, de las malditas palabras de tu padre y las críticas de mi familia! ¡¿Tienes una jodida idea de lo que fue?!

–¡No porque no me dices nada! ¡No me dejas tocar el tema!

–¡Porque no vale la pena! ¡Porque te alejaron de mí cuando más te necesitaba! Arrancaron mi corazón sin anestesia.

El murmullo le quebró a él. Daiki era una persona fuerte, capaz de enfrentar todo con una sonrisa de superioridad que le helaba la sangre a cualquiera, pero este Daiki es el resultado de las ideas de su padre, de la sociedad y de su propia debilidad.

No comprendía nada, ¿Daiki hablaba del pasado o del presente? ¿Cuál situación?

–Dime. –Se acerca, el vino gotea a un lado de la barra y lo que fue una copa, sus pedazos yacen en el suelo. –Daiki, ¿qué ocurrió después?

¡¿Por qué no lo entendía?! Comprendía el mar, el clima y a veces a las personas, ¿por qué no podía con Daiki? No hay diferencia, Daiki es un mezcla entre el mar y la turbia marea, llena de arena y plantas. Con un cielo tranquilo, pero tan impredecible con sus tormentas que no daba tiempo a refugiarse.

–¿Daiki?

–Por favor. –Es bajo y apenas audible. Se aferra a la orilla de la barra, no se atreve a verle, Daiki esconde su mirada de él. No le gusta.

–No leo mentes, no soy psíquico, debes decirme Daiki. –Un paso en arenas movedizas, Daiki se tensa con su caminar. No hay más indicios del pasado.

 –Sólo. –Suelta los dedos, se abraza a sí mismo, le ve, toma de la botella y se recarga sobre el fregadero, hay distancia que Taiga no sabe cómo romper. Sabe que Daiki busca algo, en su mente, a su alrededor e incluso en él, algo que no sabe qué es. –No me dejes solo…

Súplica, petición, ¿cuál era la diferencia en ese instante?

Quiso gritar, golpear y llorar. Ese Daiki era totalmente nuevo, los ojos de cachorro tuvieron que redefinirse en su mente con aquella imagen, pues lo había olvidado. Tiempo atrás, en un café. Lo primero, lo que le atrajo, fueron esos iris.

Que hechizan como el rayo y atemorizan como el trueno.

 

*

*

Daiki no lo recuerda, ciertamente, no quiere gastar energías en buscar el motivo o acción que detonó todo aquello. Estaba ahí y al segundo siguiente Taiga le arrastraba a su cuerpo. Hubo besos sobre sus cabellos, apretujones y miradas. Y, de repente, ambos están frente a frente, ahogándose en el otro, perdiéndose en su aire. En la tormenta. Sentimientos. Torbellinos y juegos mecánicos. Impulsos sobre muslos, agarre sobre cabellos y mimos labiales. Los besos dejaron de ser tentativos o delicados.

No sabe cómo y tampoco le importa, el cómo todo ha mutado. La ropa fue sacada con desesperación, la urgencia por sentir la piel sofocaba igual al placer que lograba enviarle una sensación deliciosa. Su cerebro no procesaba, sus manos tenían vida propia y sus labios eran manipulados por los contrarios. Todo sin orden.

El Kagami entre sus brazos era tormenta, asfixia y placer. Implacable, arrollador y perturbador. Su cuerpo se hundió apenas estuvo cerca de la cama, sus pulmones y estómago son aplastados, quiere quejarse, pero apenas puede pensar en respirar por la nariz. Sus piernas se abren sin necesidad de ordenárselo u obligarlas, le dan cobijo a Taiga, a su cuerpo y a su aliento.

–Tan hermoso…

Dios, la mirada, los ojos iguales a la lava le absorbían, aceleraban su corazón a tal grado que sentía taquicardia. Los dedos se deslizaban por sus costados, le levantaban por la baja espalda y le abrían un poco las nalgas. Los labios y dientes iban entre sus pezones y su cuello.

–Taiga, Taiga, Taiga…

Mantra. Plegaria. Condenado y la orca era la más gustosa de las armas jamás probadas. Olvidadas. Lo había extrañado tanto, maldición. Lo necesita. Adicto a su droga, a su dosis. Le necesita ya.

–Mi hermoso océano.

Besos, labios, manos, dedos, piernas. Todo era un revoltijo, no había líneas divisorias, todo se mezclaba, una rueda de la fortuna, el universo a su alcance con fuegos artificiales acompañándole. La sinfonía de fondo. Apenas revive del primer orgasmo después de años sin experimentar uno. Su cuerpo tiembla, la piel de gallina se vuelve sensible e igual sus zonas íntimas. Abre los ojos, Taiga le sonríe, les ha cambiado de posición, ambos sentados, la diferencia, él está sobre su pene y este dentro de él. Es delicioso, el vaivén es suave, delicado. No puede apartar los ojos de los otros. Toma el rostro entre sus manos, lo ve. Ve eso.

Entonces, todo estalla. Detona.

La bomba explota, el placer, felicidad o calidez son mutadas, hay dolor, angustia y miedo. Descarga, la onda es desasosiego y ansiedad. Siente a Taiga intentar apartarle, le dice si le ha lastimado de alguna manera, si se detiene, pero no puede hablar, no hay palabras u oraciones. Sólo llanto desmedido, agonía siendo liberada. Han sido años de mutismo, situaciones horribles y pesadillas sin consuelo. Taiga está ahí, justo entre sus brazos, entre sus piernas, abrazándole, consolándole. Un consuelo ansiado que justo hoy, nueve años después, puede obtenerlo y lo recibe gustoso. Lo abraza.

La caja se ha roto.

Intenta detener las lágrimas, pero al hacerlo estas regresan con más fuerzas, igual a las olas. El vendaval ha iniciado y esta vez no lo va a detener, no habrá barreras y tampoco intentará arrastrarlo hasta los confines de su mente o alma. Taiga le ha limpiado las lágrimas, ha besado sus mejillas sonrojadas y sus labios llenos de mocos. Gimotea bajito. Secretos que sólo le pertenecen y pronto serán oídos por él.

–No te… detengas.

No era la forma, pero la acción se necesita. Ese acto ayudado a salvar naciones, a no perder familias y a obtener cosas. Él las quieres, quiero todo eso que representar ese acto. Esa danza.

Kagami le observa, hay preguntas, las ve, casi las puede escuchar, niega y le besa. No necesita palabras, necesita acciones, que su cerebro se vacié junto con su corazón. Taiga no comprende más hace lo pedido, comienza a moverse, a dar caricias, besos y la fuerza se acentúa. Frenético. Todo se desquicia, no hay lógica, sólo sentimientos en su más pura expresión, mezclados, buenos y malos, pasado y presentes, corrosivos y limpios. Es una mezcla de todo y nada.

Daiki lo necesita así y Taiga se lo da.

No hay preguntas, ni respuestas. Sólo sexo, cuerpos chocando, lastimándose y llevándose al extremo, sobrepasando límites. Borrando líneas. Derribando muros. La obscuridad se abre paso, por último, se aferra a Taiga, no le importa lo demás. Sólo las caricias en su cabello, los besos perezosos en sus labios y párpados.

No hay recuerdos envueltos en agónicas pesadillas

Al despertar, la pereza es agradable, el sueño va y viene conforme intenta abrir los ojos. Se estira, se retuerce bajo las mantas, los recuerdos caen iguales a los primero copos de nieve. Lentos. Las memorias regresan, con la mano perezosa busca a su acompañante de años. Parte de la cama está fría.

–¿Taiga?

Le llama, el silencio le responde. Chista los dientes, se gira en busca del celular y lo ve, un papel con una caligrafía que reconocería donde fuera, estira la mano, le toma y debe sentarse para tratar de alejar el sueño de su cuerpo. Se sienta, las mantas cubriendo su desnudez mientras su cerebro no puede procesar lo que sus ojos leen.

Tiene que leerlo por décima vez para entender.

Al parecer tenías razón y lastimarte es lo último que deseo. Siempre vas a ser mi corazón. Adiós princesa. Kagami Taiga.

¿Podía ser la vida más perra?

A estas alturas, Daiki ya no lo dudaba.

 

*

*

Kagami no miró atrás.

Ni cuando en sueños le llamaba y mucho menos cuando una almohada tomó su lugar entre los brazos morenos. Rehízo la nota algunas veces, dejar ir era más difícil de lo que muchos creían. Aún más cuando se trataba de su corazón, de la razón de su latir, su existencia misma. El drama no va con él, pero Shakespeare se quedaba corto al escribir sobre amor con barreras. Se negaba a pensar en probabilidades negativas, en suposiciones o supersticiones, pero ahí estaban, mofándose de un2 intento. De su de juventud. De su sueño. De su simple amor.

A quien arriesgó, a ambos, para conocerse, tratarse y aprender.

Esta ocasión no fue su padre o los padres de este, fue su trabajo, el golpe del tsunami, porque no va a mentir del terror que sintió al ver todos esos sentimientos en Daiki. Tomando fuerza, esperando y atacando en el momento menos inapropiado. Sus marinos se abstuvieron de mencionar o aludir algo. Recibió a sus superiores, acompañó a la revisión. Un mero muñeco siguiendo su programación ya establecida. Sonriendo por sonreír, contestando por deber.

En su mente sólo había Daiki llorando, Daiki aferrándose, Daiki suplicándole. Daiki en medio de la cama con las sábanas, oliendo a él. Buscándolo a él. Llamándolo a él.

Recibió sin quejas las consecuencias de una bomba no programada.

El resultado…

Altamar por los próximos años, sin faro a cual regresar. Sin bahía en cual anclar.

 

*

*

Abandono.

Nuevamente abandonado, esta vez por voluntad propia y no por coacción. No pudo ni levantarse de la cama ese día, ni el siguiente, ni el siguiente después de ese. Por instantes, los ataques de pánico amenazaban con ahogarlo como no se calmara. Sin embargo, era imposible. Esta vez era algo fuera de su control, no pudo hablar correctamente con Taiga. No dijo aquello que llevaba años asfixiándolo, acechando su mente, dañando su corazón. Deteniendo su cuerpo.

No supo cuántos días estuvo en casa, pero sí los suficientes para ver las caras sorprendidas de los comensales y la preocupación en sus empleados.

Una miraba bastó para que el interrogatorio no iniciara. Continuó con sus labores, cafés preparados, decorando vasos, limpiando mesas, barriendo la calle, tomando café. Su mente iba de aquí para allá. Taiga en el pasado, Taiga en el presente. Los besos, las burlas de su mente, las palabras en los oídos, los postres, las sonrisas torcidas.

Quería decir tanto y al final no dijo nada. Lloraba cuando menos se daba cuenta. Otra vez. De nuevo solo.

Dos meses han transcurrido ya, el tiempo se deslizó como agua, sin poder retenerlo o verlo. Sólo sintiéndole.

Anhelando.

–Bien ya me harte. –Saru aventó el trapo sobre la mesa que limpiaba, todos le miraban. –No suelo meterme en la vida de los demás, pero esto ya me canso. Jefe, me está crispando los nervios y en este momento no pudo permitirme perderlos. ¿Comprende?

–¿Sí? –Daiki le respondió dudoso, sin saber a dónde iba toda esa palabrería, dejando despacio la taza sobre la barra.

–¿Qué hará? –Le observó sin entender. –Sabe a lo que me refiero, ¿qué hará con el almirante Kagami?

–Saru. –Anna le llamó advirtiéndole. Ese era un tema a tratar con pincitas.

–Sí, se fue, pero no lo hizo porque quería, se fue porque su trabajo le obligaba a irse. Cierto, no sé su historia, más lo que vi fue suficiente para saber que usted es su mundo. Le ama y lo hace tanto que se fue sin atarle a una promesa o compromiso. Ahora, la maldita pregunta es, y por dios esperó considere mis nervios que están a nada de sufrir la ira de los profesores. ¡¿Por qué mierdas no se ha movido para ir a buscarlo?! ¡¿Por qué sigue aquí como alma en pena?!

Daiki parpadeo ante abruptas palabras.

–Jefe, lo queremos, pero debería ir a su búsqueda. Él ya vino. –Apoyo Dan.

–Nosotros nos haremos cargo de todo. –Le sonrió condescendiente Anna.

Daiki les observó. Le alentaban. Tierno, pero no quería moverse, ir sería volver a embravecer todo lo que le ha costado calmar. Negando con una sonrisa pequeña regresó con las cafeteras y su taza.

–Gracias, pero no.

–¡Agh! –Se quejó Saru. –¡Entonces cambie su maldita actitud, me altera! ¡Tenga compasión! ¡Soy un estudiante de universidad a nada de entrar a parciales y no ayuda!

–Está bien.

No hubo más insistencias y todos regresaron a lo suyo. Sus chicos le miraron desilusionados. Comprendía no era la respuesta que esperaban, pero no estaba en sus planes moverse. Estaba cansado de luchar. Sí, Taiga se fue, su decisión, él no le dijo que se marchara y tampoco le obligo a dejarle. No negaba la desilusión, pues esperaba… ¿Qué?

¿Qué esperaba? ¿Promesas? ¿Probabilidades? ¿Esperanzas?

No era capaz de pedir más cuando no dio nada.

 

*

*

Correr, exige un poco más. Quiere gritar, reír como loco y bailar como desquiciado.

Tres meses han transcurrido y el último empujón lo termino de dar Taiga. Otro tanto el médico. Ha dejado una nota a sus chicos, ha empacado lo justo, su pasaporte ha sido desempolvado. Corre, esquiva y coge un taxi. No puede dejar de reír, el taxista le ve raro. El camino es agradable con Shoop de fondo. La base de la Marina se alza imponente conforme se acerca. Ha mentido, a medias, para entrar. Le han llevado con escolta hasta el comedor donde asegura está él. Sus manos tiemblan, su corazón no para de golpetear desquiciado, sus piernas se vuelven espaguetis.

Ahí está, con el uniforme desarreglado, jugueteando con compañeros. Riendo.

Lo cierto es que Daiki no hizo nada, esta vez nadie le decía qué hacer o cómo actuar y cuando menos se dio cuenta, estaba yendo tras él, no volvería a comentar los mismos errores que en el pasado, sólo esperaba que les aceptara porque francamente no sabía qué hacer. En su bolsillo de chaqueta están unos documentos que debía leer la persona frente a él, quien le miraba sin comprender si era una ilusión o espejismo. Se levanta.

–¿Qué haces aquí Daiki?

–Me levante y no estabas. –Bien, mala respuesta, pero es que Daiki estaba sumamente nervioso, normalmente quien tiene arranques de locura y estupidez es Taiga, no él.

–Regresa a casa Aomine. –Kagami toma su bandeja dispuesto a irse de ahí, sin mirarle o dejarle hablar. –Marinos, escóltenlo a la salida.

Los marinos aceptan la orden con el ademán característico, se acercan a él, con sumo cuidado le piden le acompañe. Pesados, sus pies se han vuelto plomo, no puede moverse. Taiga se aleja. No otra vez.

Otra vez no.

–¡Lo perdí! –Grita, sus demonios se agitan, les está invocando en la peor de las situaciones. –¡Lo perdí, perdí al bebé!

Son suficientes esas palabras para que todo el comedor se silencie y Taiga se gire a verlo.

–¿Qué?

–No lo sabía, te juro que no lo sabía Taiga, pero tu padre llegó diciendo que te casarías, que era sólo un juego, gritando mi poca valía ante su estatus económico y luego mi familia preguntándome sobre nosotros. Gritos y golpes, y tú no estabas, no contestabas mis llamadas, no estabas en la escuela… tanto estrés, dolor, mi cuerpo no lo soporto.

¿Cuándo comenzó a llorar? Taiga seguía ahí, parado, anclado en el suelo. Mirándolo sin decir nada. Una pintura sin acceso a ser tocada. Sus manos se aferraban entre sí o a su ropa. Un soporte, por favor, que alguien le de uno o caerá ahí mismo. Y lo suelta.

–Perdí a nuestro angelito.

Su mayor secreto, es libre. Sonrió rotamente, esquivando mirarle e intentando en vano limpiarse los mocos.

Le observó, limpiando las lágrimas, con los sentimiento revueltos. Lo amaba, por dios, amaba a ese hombre y lo quería con él.

Todos se le quedaban viendo, pues aunque la notica ya se había dado, verlo era diferente, pues en la base estaba un joven, luciendo orgulloso su embarazo buscando a uno de los mejores capitanes que pudo crear la base de la Marina. Para soltar tamaño bomba nivel nuclear. El almirante apenas notando aquello, atado al rostro lloroso. Ellos intentando hacerse uno con la pared o las mesas.

–No iba a buscarte, no lo iba a ser, pero, maldito bastardo, dejas algo e…

El abrupto choque contra su cuerpo le callo. Taiga le tenía en un apretado abrazo. Le tomó entre sus manos, acariciando sus mejillas limpiando sus lágrimas, mirándole. Ambos llorando. Beso su frente y después le arrastró por pasillos, puertas y personal. Alejándolo del comedor, dejando como rastro su llanto.

–¿Por qué no me dijiste? –La puerta se cerró y por lo poco que pudo ver era una habitación. –¡¿Por qué nunca me dices nada maldita sea?!

Ante el grito Daiki brinco, respiro hondo y se acomodó en la cama. Él ya lo había procesado de alguna manera, pero esto era nuevo para Taiga así que le dejó. Tomo aire y comenzó. Hablo, hablo y hablo. Y  por cada palabras Taiga se enfurecía más, gritaba, aventaba cosas, blasfemaba contra su padre, los suyos. Lloraba. Escuchaba. Es una revuelta, una pelota de cosas yendo de un lado al otro, lo ve, están ahí aullando, clamando entendimiento y la sed de verdades. Crudezas es lo que hay. Exigiendo un desquite que ya se formaba, sin verlo, aún.

Oír el relato de todos los hechos que pensaste la única consecuencia sería el alejamiento no era sencillo, menos cuando estos implicaban la pérdida de una pequeña personita de la cual te vienes enterando de su existencia el mismo instante en el que la perdiste. Al final Taiga se aferró a su cuerpo, pidiendo perdón de algo donde no se podía intervenir, acarició sus cabellos. El llanto seguía, él tuvo su momento aquella noche, él no, este era el suyo y era su turno de sostenerlo.

Sin embargo, Taiga levanta la cabeza, buscando sus ojos, pidiendo algo, pero…

La cosa es…

El caso es que no hay nada que decir. Ya no hay nada.

 

*

*

 

–Taiga.

–Uhm

–Salgamos.

–No.

–¡Maldición Kagami, llevamos dos días acá, ya me harte!

Daiki patalea, le pica con los dedos, pero no hay espacio ni accesos. Taiga no ha querido soltarlo desde que soltó todo. Le ha pedido perdón infinidad de veces que ya comienza a cansarlo. Le acaricia, le mima y está bien. No va a quejarse de eso, sólo quiere salir. Conocer la base, ir a otro lugar donde no escuche un pitido a las cinco de la mañana, donde escuche otro a medio día y otro a media noche porque están entrenando.

Taiga le ha besado, hecho el amor despacio y le ha repetido cuanto lo ama. Él le besa, acaricia y limpia las lágrimas. No es fácil, para ninguno lo es hablar de su hijo perdido. Ni pensar en una relación o ponerle nombre a lo que hay. No lo necesitan, por el momento están bien así.

 –Taiga.

El almirante se esconde en su estómago, aprieta sus brazos sobre su cintura y espalda, se acurruca sobre él. Suspira. Revuelve los cabellos rojizos. Se acomoda mejor sobre las almohadas, se sienta en la cama, Taiga sigue ahí. Su lado compasivo no está funcionando correctamente, no con tanta hormona generando su cuerpo, ni siquiera ha podido decir el principal motivo por el cual está ahí. Lejos de su café, de su amado pueblo y su necesitada paz.

–Hay algo más. –Taiga se incorpora, con los ojos rojos, cabello revuelto, no hay sonrisas. –En mi chaqueta, en uno de los bolsillos, eso es para ti. –No sé mueve. La duda en sus ojos, entiende que no quiere alejarse de él. Le besa, suave, abriendo los labios y disfrutando de la electricidad del acto. –Anda.

Taiga respira resignado. Se levanta, busca, encuentra y comienza.

El corazón late deprisa, el agujero negro en su estómago es pesado. Línea tras línea, en un lenguaje poco entendible le confirman algo que Daiki ya le había mencionado. Entre susurros, risas amargas y palabras cínicas. Su princesa era un doncel, capaz de albergar vida, de formar una familia sólo si su corazón permitía al hombre adecuado. Rio de felicidad, una puerta semi-abierta, un futuro que pensó se había cerrado. Al menos de una forma natural.

Ahí está, los papeles con el escudo de un hospital al pie de página, con las oración correctas.

No lo piensa, maldita sea, no mide ni piensa. Se arrojó a sus brazos, del lugar del cual nunca debió apartarse. Hay choque de labios, piel y piernas. Los papeles se arrugan en sus manos,

–¿Debo tomar eso como un si nos aceptas? –Ríe, no puede parar de reír. –De acuerdo, lo tomaremos como un sí.

Daiki acepta. Cae en el abismo lleno de algodones de azúcar, de electricidad y nubes esponjosas. Ya no hay monstruos u olas furiosas. Taiga no para de besarle, sus piernas se abren reconociendo a su compañero. No va a pensar, hay mucho que hablar aún, pero está bien. Así funcionan. No le importa si le promete castillos, joyas o aventuras. No le interesa. Taiga no para de reír entre los besos, sus manos vuelven a explotar su cuerpo. Acaricia con suavidad su vientre, baja a dejar mimos, promesas son susurradas. Su piel se sensibiliza, piel de gallina, chinita y vellos erizados. Taiga está ahí. Dios, estaba ahí. Con él, dispuesto a protegerlo, porque tuvo que volver a sentirlo para saber de su necesidad por él, de su protección de sus ojos. Simplemente lo amaba.

Y Taiga.

Taiga está bien con lo que sea que tengan, con Daiki entre sus brazos. Dejándole hacer a su gusto, riendo, sin llantos u ojitos manchados de tristeza. Estos brillan, igual a un faro. Es su faro, sólo de él. Es perfecto, todo es perfecto así. Daiki mirándole, su próximo bebé creciendo fuerte, protegido por dos fieras con las garras bien afiladas y unos cuantos colmillos dispuestos a encajarse donde sea. Su princesa por fin regresa a él.

El océano es suyo.

Siempre lo ha sido.

Así que, está bien, así están perfectos.

 

 

 

Fin.

 

Notas finales:

Creo que este es uno de los más largos que tengo, ¿ustedes qué opinan?

Locura entregada.

Nos vemos en la siguiente.

Yanne. xD


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