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Para romper una maldición por BocaDeSerpiente

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Harry flotó en una nube algodonada, tibia, y maravillosa por largo rato, antes de siquiera considerar separar los párpados. Luego se dio cuenta de que un enredo de cobijas y un desastroso abrazo con su novio, que no dejaba distinguir dónde terminaba uno y empezaba el otro, debía ser la razón de su comodidad.

Se permitió refugiarse en su pecho durante algunos segundos más, estrechándolo, disfrutándolo. Amándolo, nada más.

Draco todavía respiraba de forma profunda y pausada cuando volvió la cabeza hacia su rostro; tenía los ojos cerrados, y una expresión serena, pero por la manera en que comenzaba a removerse bajo él, estaba claro que no tardaría mucho más en despertarse. Harry dio un vistazo a la única ventana del cuarto, que daba a la parte de atrás de la calle del Inferno, cubierta por cortinas, y al percatarse de que el sol se colaba por ahí, se alarmó.

—Draco, las pociones —Lo llamó en voz queda, tomándolo del codo y sacudiéndolo sin fuerza—. Draco, Draco, ¿te las tomaste? No te vi tomártelas anoche. Draco, anda, abre los ojos. Tus pociones.

Cuando su novio emitió un débil quejido, estaba listo para insistir. No fue necesario.

Él abrió los ojos tras unos instantes, desperezándose como un gato, aún con su peso encima. Iris negras lo observaron. Después de un par de pestañeos, volvían a ser del color gris que deseaba, y Harry se estiró para besarle la frente y los párpados, y después se deslizó fuera de su abrazo, y de la cama, para ir por las pociones.

Lo observó tomarlas en silencio, sentado en medio del colchón, con las sábanas cubriéndole a medias de la cintura para abajo, los pies expuestos en algún punto de los pliegues. Esa mañana, el Asesino estaba justo en su pecho, horizontal de un costado al otro, seguida del Mortífago, en rojo intenso, y arañó una de las líneas de forma distraída, hasta que Harry lo detuvo, tomándole la mano y besándole el dorso.

Se miraron por varios segundos, ahí, sin decirse nada. Cuando sonrió, Draco se estiró para besarle la mejilla, y después de ver que se desenrollaba de las sábanas para ir a colocarse el glamour, dio comienzo a su jornada matutina.

Dobby les avisó, cuando lo llamó y le dio los buenos días, que Ze había abierto el Inferno mientras dormían, cumpliendo su promesa de compensar horas perdidas, porque llevaba una semana que pasaba menos tiempo del acordado en el local. También mandó a avisar con el elfo que les tenía el desayuno abajo.

Alrededor de una hora más tarde, Harry se atragantaba con unos panecillos que eran la gloria convertida en masa y panela, mientras la bruja, sentada sobre uno de los mostradores con aparente normalidad, hablaba sin pausa sobre alguien con quien se encontró la noche anterior, y Draco le daba sorbos a su té con leche y azúcar, dirigiéndole miradas desagradables al libro de casos, en busca de lo que tenían agendado para los próximos días, como si las páginas tuviesen la culpa de que fuesen a trabajar.

—Creo que volvemos a vernos con la alta alcurnia de la sociedad mágica —Su novio empleó el tono pomposo con que presumía de una frase en que no reconocía la mitad de las palabras, elevando la barbilla, y cuando Harry bufó e hizo un comentario sobre cómo se veía haciendo eso, recibió un golpe en la pantorrilla con el bastón negro, de tallado de serpiente, que el otro llevaba la mayor parte del tiempo.

—¿Y ahora qué hicieron los sangrepura? —Ze, que disfrutaba de verlos 'pelear sin pelear', decía ella, se inclinó sobre el libro para leer la descripción del caso.

—Problemas con elfos.


Cuando Harry escuchó su respuesta, no pensó que, unas dos horas más tarde, estaría corriendo a través de un pasillo a oscuras, tanteando terreno en un suelo que se desmoronaba incluso donde no lo pisaba. Las paredes resquebrajadas, se tambaleaban a su paso, sacudidas por el peso extra, y unos alaridos irregulares se escuchaban detrás de él.

Tenía la varita en alto, el lumos era lo único que le daba una pista de dónde pisar sin caer, a pesar de que el brillo blanco en medio de las penumbras lo deslumbraba a medias. La mano que tenía libre, la había levantado y acercado a su rostro, para hablar sobre un brazalete rojo y dorado, que tenía un nombre grabado. Draco.

—¿…ahora qué? Esto no es divertido, Draco, ¡son como veinte elfos!

¿Quieres cambiar de lugar? —Su novio le replicó, en tono mordaz; su voz salía desde el mismo accesorio al que él le hablaba—. Estoy en la maldita cocina, Potter, ¿a dónde te metiste?

—¡No lo sé! Alguna parte del primer, o segundo piso, sé que había unas escaleras y…

Se interrumpió de pronto, cuando una parte del suelo se derrumbó debajo de él. Trastabilló y luchó por mantener el equilibrio, echarse hacia adelante. Al mirar por encima del hombro, se percató de que algunos de los elfos caían, mientras que otros saltaban y se aferraban en vano a los escombros, para dar con él.

Eran criaturas feas, de piel estirada y gris, casi negra, y los enormes ojos estaban blancos, cristalinos, las largas orejas caídas de forma permanente. No eran los serviciales elfos que acostumbraba ver desde sus inicios en el mundo mágico. Harry pensó en zombies en cuanto llegaron a la propiedad y los vieron deambular, yéndose de lado a lado en cada paso, idos, Draco los llamó una variación para elfos del inferius; fuese lo que fuesen, el rastro de magia negra impregnaba el aire con un aroma denso, rancio, y la casa estaba cubierta de una sustancia grasosa y oscura.

Cuando estaba por ponerse de pie para continuar la huida, uno de los elfos se arrastró desde la orilla del hueco del derrumbe, y abrió la mandíbula de un modo que habría sido imposible bajo otra circunstancia. Dientes amarillentos, del tamaño de su palma completa, se cerraron en torno a uno de sus tobillos. Harry se retorció con un grito, ni siquiera pensó en qué hechizo lanzaba cuando le disparó y lo envió volando hacia el piso inferior.

¿Harry? —La voz de Draco tembló— ¿qué te pasó?

Masculló una respuesta vaga, con los dientes apretados, y se impulsó hacia arriba con ambas manos. Un latigazo de dolor ardiente le subió por las piernas y le recorrió la espalda, cuando intentó apoyar el pie recién lastimado en el suelo. Sangre tibia goteaba hacia abajo desde donde pisaba. Los elfos embrujados no paraban de acercarse a tientas, hiriéndose en el proceso, cayéndose; ni siquiera parecían consciente de lo que les ocurría, sólo podían caminar hacia al frente e ir detrás de él.

¡Harry Potter! —Draco exigió su atención, sobresaltándolo, al punto de que casi se tropieza. El tobillo herido enviaba punzadas con cada paso, una sensación latente, medio adormecida, que luego se convertía en un pinchazo.

—Draco, me lastimé, no- no tengo idea de a dónde estoy metido, ¿te parece suficiente distracción esto? —Después de todo, aquel era el plan. Él tenía que mantener a los elfos-zombies-inferius ocupados, mientras el otro se escabullía al sótano, donde detectaron la fuente de la magia oscura.

La respuesta se demoró unos instantes en llegar. Para entonces, Harry había encontrado un cuarto a oscuras que lucía más estable y completo que el resto de la casa, y entrado, presionando la espalda contra la puerta sin pomo para mantenerla sellada. Podía escuchar, en el pasillo, a los elfos que deambulaban lejos y los que se detenían, buscándolo.

Bien, escucha. Harry —Llamó, cuando se percató de que su atención estaba dividida. El mencionado gimoteó en respuesta, para hacerle saber que lo oía—, quiero que hagas un accio a tu escoba, subas, y mantengas la calma. Quédate muy quieto en el aire, y aguanta la respiración.

—¿Por qué tendría que…?

De nuevo, fue interrumpido. Estuvo a punto de caer hacia adelante cuando los elfos zombie dieron con el escondite, empujando sus cuerpos menudos contra la puerta. Tuvo que buscar algo a lo que aferrarse en la pared, para no ceder y dejarlos entrar, o se quedaría atrapado en ese lugar que sólo contaba con una ventana, a metros del suelo. Y Draco lo mataría si volvía a saltar una distancia como esa, dada la forma en que terminó la última vez.

Un accio, Harry, ¿tengo que hacerlo todo yo?

Con un resoplido, alzó la varita y gritó la generación de su escoba, que dejaron resguardada en un almacén de suministros, en el patio de la casa, para moverse con mayor comodidad por espacios reducidos. La comodidad, ahora, cobraba una nueva definición.

Lo que pasó unos segundos más tarde, fue que los elfos consiguieron abrir la puerta, y Harry cayó de rodillas hacia adelante. Mientras buscaba la varita a ciegas, que se le había resbalado en el proceso, los elfos arrastraban los pies hacia él, alaridos vagos llenaban el aire.

Sólo frenaron cuando el cristal de la ventana se rompió por un golpe, el vidrio reducido a añicos volando por el cuarto. Harry aferró su varita en cuanto dio con ella, y se presionó contra el suelo, la cabeza cubierta por el otro brazo y la tela de su abrigo.

La escoba se posicionó junto a él. La envolvió con una mano en la parte delantera y le pasó una pierna por encima, y casi al nivel del suelo, apenas tuvo que dar un pequeño salto para subir y que comenzara el ascenso.

Se detuvo de inmediato. Algo lo jalaba hacia abajo.

Un grupo de elfos sostenía su pantalón, y aunque lanzó patadas al aire, no lo liberaban cuando les daba justo en la cabeza y se las hacía girar en posiciones nada naturales. Reprimió un escalofrío. Como última opción, arrojó un incendio, que los hizo apartarse de golpe, y antes de que tuviesen tiempo para reaccionar, hizo ademán de destruir la ventana con un reducto y volar lejos de ahí.

Ya no le sorprendía que su plan fuese arruinado, incluso antes de comenzar. Cuando un agujero se abrió en el suelo, a unos pasos de distancia, estaba rodeado de un halo azul blanquecino e irregular, y allí dentro, a varios metros por debajo, alcanzó a divisar a Draco, con la varita apuntando hacia él. Le hizo un gesto para que bajase.

Harry hizo a la escoba descender en picada, los huecos del suelo se cerraban a su paso, creando barreras que no podía dejar de agradecer entre su persona y los elfos-zombie-lo-que-sean.

Se le olvidó aguantar la respiración. Por la manera en que Draco estrechaba los ojos al ver que se acercaba tosiendo, supuso que le esperaba una buena reprimenda de regreso a casa, pero en ese preciso instante, su novio le tendió una pieza traslúcida de plástico que le cubría la nariz y boca, y que al colocarla sobre la cara, extendía correas a los lados, para hacer de mascarilla. Aspiró con fuerza del aire puro, una suave ventilación que generaba para él.

Lo observó mascullar sobre lo poco responsable que era, por lo bajo, distraído. Aquello era el sótano de la casa, que tenía un cierto parecido con un calabozo, o inclusive las mazmorras de Hogwarts; vacío casi en su totalidad, en el centro contaba con una caldera que debió ser responsable de la temperatura cálida, en tiempos mejores, porque ahora se encontraba oxidada y el interior apenas iluminaba, por no mencionar que hacía más frío que calor. De las rendijas en los costados, desprendía un humo púrpura, que llenaba el sótano y también ascendía por las tuberías.

Draco, además de la máscara, usaba lentes, guantes, y tenía el cabello recogido hacia atrás por completo, al tiempo que se inclinaba sobre el interior de la caldera. A su alrededor, y de la estructura misma, había un círculo de runas, que supuso haría de protección de algún tipo, y cada floritura que realizaba con la varita, provocaba un ruido de traqueteo, una expulsión nueva de gas, y que Draco se tambalease de forma amenazadora, obligado a apoyarse contra la caldera.

Harry, que rodeó la estructura en escoba, no tardó en descubrir que las runas eran para hacer de barrera y mantener a otros afuera. En la distancia, se oían ruidos sordos y los gemidos lastimeros de los elfos-zombie, así que mantuvo la mirada sobre las escaleras destrozadas, casi colgantes, que llevaban hasta ahí abajo, a medida que descendía hasta encontrarse unos pasos por encima del piso.

—¿Cuánto te falta? —Preguntó en voz baja, desesperado, pero sin querer interrumpirlo. Merlín sabía el mal humor que tenía cuando lo hacía.

Él emitió un largo "hm", lo vio vaciar un vial de un líquido dorado en la caldera, de la colección de frascos y sacos que llevaba en el cinturón, y luego arrojar unos polvos azules, que generaron una explosión lo bastante fuerte para que tuviese que dar un paso hacia atrás.

—Ya casi —Contestó, sin mirarlo. Ahora movía una pieza, una manija tal vez, en uno de los lados—. Si pasa lo que creo que va a pasar, el humo va a cambiar y ellos volverán a la normalidad.

Los sonidos se aproximaban, una puerta cayó fuera del marco con un golpe seco. Harry se tensó.

—¿Y si no?

—Vas a tener que sacarnos a los dos en la escoba —Él le dirigió una mirada por un lado de la caldera, como diciéndole "¿qué más?".

Draco siguió metido de cabeza en la caldera. No podía evitar darle vistazos de vez en cuando, alerta, aterrado por la idea de que cayese dentro, a pesar de que parecía no tener fuego.

Cuando la puerta al sótano también cedió, la observó salir despedida de los goznes, y luego a los elfos que, por no bajar bien los escalones, salían rodando y llegaban abajo con alaridos, quejidos, y golpeándose unos contra los otros.

—Ya casi —Repitió, a la mirada inquisitiva que Harry le dio—. Juega Quidditch un rato.

¿Qué?

Oh.

Oh.

Tenía sentido.

Con un asentimiento, remontó el vuelo alejándose de la caldera y de él. Dio una vuelta al sótano y les pasó por encima a los elfos, descendiendo y subiendo otra vez, colándose entre ellos, rozándoles con los pies. Capturando su atención.

Los elfos que ya estaban de pie, comenzaron a seguirlo cuando zigzagueó por el sótano. Sólo tenía que imaginarse que estaba en busca de la snitch, o mejor aún, que él lo era, y moverse como tal. Cuando estuvo a nada de chocar contra una pared, giró, ascendió en vertical a unos centímetros de la superficie de esta, y trazó un arco en el aire, un poco por debajo del techo, que lo dejó cabeza abajo hasta que pudo nivelarse en una posición normal. Para entonces, algunos elfos ya chocaban contra la pared, y los demás lo seguían, tropezándose unos con otros y desorientados por el brusco y rápido cambio de dirección.

De pronto, Draco gritaba "¡ya quedó!" y se apartaba de la caldera, con los brazos en alto. La máquina traqueteaba al expulsar una gran cantidad de humo gris, que llenó el sótano igual que neblina. Lo vio borrar las runas con una barrida del pie y salir, y sin pensarlo, voló hacia él y sujetó uno de sus brazos, jalándolo hacia arriba, hasta que lo sintió subir a la escoba y sostenerse.

—Hola, amor, ¿cómo es que encuentras tiempo para montar mi escoba en esta situación? —Lo miró por encima del hombro, alzando y bajando las cejas. Draco le dio un manotazo sin fuerza en la espalda, que lo hizo reír y quejarse en vano.

—No puedo creer que, en serio, lo hayas dicho.

Cuando alcanzaron la salida del sótano, este estaba cubierto por un manto gris y espeso, y los elfos caían uno a uno, pequeñas siluetas que se perdían entre el humo.

—¿Qué les hiciste a esos pobres elfos, Draco?

—Los salvé —Le espetó. Se detuvieron bajo el umbral destrozado, por encima del nivel de la neblina artificial—, eso debería bastar. Salgamos de aquí, necesito aire fresco.

Su voz sonaba estrangulada, así que Harry se apresuró a buscar una salida de la casa, hacia el patio, que permanecía en perfectas circunstancias, a pesar de la situación que se daba en el interior.

Descendieron sobre una extensión de césped, Draco bajó de la escoba y se agachó, quitándose la máscara para tomar profundas bocanadas de aire. Tenía los ojos y la nariz enrojecidos. Luego se sentó, todavía agitado, y quitándose los guantes y lentes. Harry dejó la escoba a un lado y se tumbó junto a él.

—¿Funcionó?

Su novio le hizo un gesto para que aguardase, cuando un ataque de tos le sobrevino. Harry le palmeó la espalda hasta que se calmó y volvió a respirar profundo. Maldecía por lo bajo al cliente, un loco mago pocionista, al que se le ocurrió experimentar con una fórmula sobre el interior de la caldera y el carbón mismo. Y ahí estaba el resultado.

Draco deslizó fuera de su cinturón una vara negra, y con un giro de muñeca, hizo que esta se desplegase de a segmentos, hasta que el bastón de serpiente volvió a quedar a la vista. Tocó el suelo del patio con uno de los extremos y esperó.

Frente a ambos, en el aire, apareció una proyección de líneas, que mostraba un mapa de la casa, y a los elfos en el sótano; estos últimos pasaban de ser puntos rojos a azules, poco a poco.

Él asintió.

—Funcionó —Exhaló, dejándose caer hacia atrás hasta que estuvieron recostados los dos, boca arriba. Harry soltó una risa ahogada y alzó el puño en señal de victoria, antes de acomodarse de costado, donde podía verlo mejor.

—Para la otra, tú eres el cebo, Draco.

—Si tú te aprendes todos los compuestos y posibles reacciones de las doscientas pociones que tenemos en casa, más las que solían ser de Snape, más las de medimagia, y Runas Antiguas, Aritmancia, y…—Harry tenía el ceño fruncido y la nariz arrugada, incluso antes de que hubiese completado la lista. Con una media sonrisa, que proclamaba saber que tenía razón, Draco también se puso de lado, lo que los dejó cara a cara—. Sabes que estamos mejor así; tú eres el valiente león, y yo soy el cerebro.

Harry sujetó una de sus manos y se puso a jugar con sus dedos, sin darse cuenta.

—Me merezco una recompensa por el susto...

Y bueno, si Draco le dio un par de besos, y él pensó que podría hacer cualquier cosa por ese resultado y valdría la pena, no era para minimizar la situación.


En cuanto todos los elfos estuvieron recuperados, cayeron en cuenta de que había dos magos en la propiedad, y comenzaron a aparecerse de a montones, sollozando, gimoteando, y ofreciéndose a atenderlos. Draco hizo alarde de su crianza de sangrepura al acallar el bullicio de las criaturas y organizarlos con sólo unas palabras, y antes de que se diese cuenta de qué pasaba, se encontraban en un sillón mullido de una sala de té, con una taza de chocolate caliente entre las manos, el tobillo sanado y vendado, e incluso tenía la impresión de que su escoba fue limpiada y encerada.

Draco estaba en un banquillo, un poco apartado, revisando los elfos uno a uno, desde las orejas, pupilas y bocas, hasta las extremidades esqueléticas y feas, y asegurándose de que no les quedase rastro de magia oscura que pudiese alterarlos en otro momento. A su vez, les daba instrucciones sobre cómo proceder con el desastre en que quedó la casa, y les sacaba la información sobre su dueño, que serviría para llenar el informe del caso, y por el interés que mostraba en el tema, posiblemente para otras cosas también.

El dichoso pocionista no hizo acto de presencia hasta la noche, alrededor de las siete, cuando su casa estaba impecable y los elfos formados en una línea junto a la entrada, a la espera de la llegada de su amo. Draco estaba junto a ellos, con los brazos cruzados, y una expresión que era la imagen de la absoluta serenidad para quien no lo conociese lo suficiente. En la experiencia de Harry, aquello sólo podía significar una cosa, y lo único que sintió al ver que entablaba una conversación con el cliente y se lo llevaba para hablar a solas en uno de los cuartos laterales, fue lástima. Oh, ese pobre hombre lo seguía, fascinado porque le hablase en su lengua materna, un fluido francés, y por la predisposición a comportarse de forma aristocrática, y no tenía idea de lo que era capaz su novio.

Cuando el sujeto salió del cuarto, estaba pálido y con una capa de sudor sobre la piel, pero dio un apretón de manos a Draco, que se volvió hacia él con elegancia y lo escoltó fuera de la casa, despidiéndose de los elfos, que no dejaban de colmarlos de halagos. Él esperó hasta que recogieron la escoba y se encontraron fuera del alcance de las protecciones, para preguntar:

—¿Qué le dijiste a ese tipo, Draco?

Pero el otro sólo le sonrió y los hizo Aparecerse en el callejón que daba hacia el Inferno.


Ze estaba inclinada sobre un mostrador cuando entraron, sentada en una de las sillas altas, leyendo una revista, y barajeando un juego de cartas del tarot de forma distraída, pero precisa. No alzó la mirada para verlos, aunque sonrió.

—Mis amores —Canturreó—, ¿cómo les fue?

—Ya no estoy tan seguro de querer otro elfo —Explicó Harry, con el ceño un poco fruncido, a la vez que se sentaba en una silla junto a ella—, con Dobby es más que suficiente.

—¿Qué dices? Nos fue de maravilla —Draco se había deslizado hacia el mostrador contrario, y tras dejar ahí los guantes y las máscaras, buscaba el libro de casos para terminar el informe—. Ze, ¿estás probando la mercancía?

La bruja emitió un sonido que podía interpretarse como afirmación. No dejaba de barajear.

—Es un nuevo proveedor, muggle, ya sabes. Pero están bastante bien, estoy viendo qué me dicen por sí solas, ya casi termino.

—Cuando lo hagas, saca nuestra agenda y agrega a este tipo —Se sacó de un bolsillo del abrigo un pedazo de pergamino doblado, y lo dejó reposar sobre la mesa. La bruja repitió el sonido afirmativo.

Ze hizo una improvisada lectura, que le llevó algunos segundos, y después acomodó las cartas dentro de una caja, que guardó en la parte de atrás del mostrador. Cuando fue por el papel, Draco ya estaba rellenando el pie del informe, y ella se tomó el tiempo de leerlo.

—¿El señor Brussiell es un traficante? —Soltó, alzando las cejas, y pasó la mirada del uno al otro. Harry se encogió de hombros— ¿de qué? ¿Pociones, ingredientes, reliquias…?

—Elfos domésticos —Replicó él, haciéndolos a ambos fruncir el ceño.

—¿Elfos?

—Sí.

—¿Se comercia con elfos en los bajos fondos? —Volvió a pasar la mirada de uno al otro. Harry se encogió de hombros, de nuevo.

—Por supuesto, ¿de dónde más habría sacado casi treinta de ellos? —Draco suspiró, dejando caer los hombros. En cuanto terminó, cerró el libro y lo guardó donde le correspondía—. Contactó con Marco, ya sabes, y le pidió elfos para experimentación. Llevaba meses en eso. Muchos los vendió, cuando no funcionaba la prueba, o ya no le eran útiles porque necesitaba uno nuevo, y luego compraba más.

Harry parpadeó. Ze asintió despacio y fue a los archivos de contacto.

—¿Y todo eso te lo dijo en menos de diez minutos?

Su novio le dedicó una mirada que le hacía sentir que volvía a ser un adolescente de quince años, diciendo lo que no debía en una clase de Hogwarts.

—Por supuesto que no, Harry, casi todo lo deduje yo solo mientras estaba en la cocina y por el sótano. Cuando hablamos, simplemente le dije que su proveedor siempre coopera con nosotros, y a cambio, le mantenemos el secreto. Pero a él no le debíamos nada —Medio sonrió, apoyándose en una orilla del mostrador—, y como buen ciudadano de la comunidad mágica de la ciudad, mi deber era avisar de sus actividades ilícitas.

—Oh, golpe bajo —Ze se burló—, menos mal que ya les había dado la paga completa.

Draco asintió en acuerdo.

—¿Así que ahora hay otro traficante en nuestro círculo? —Harry frunció más el ceño. Incluso con el tal Marco tenía sus roces, y no, no era sólo porque actuase alrededor de Draco como lo hacía. Existían otros motivos, varios, sí, por supuesto.

—Vamos a llamarlo "pocionista de dudosos ingresos" —Draco hizo comillas con los dedos, encogiéndose de hombros—. Se ofreció a dejarme contactar a sus socios y mantenerme al tanto de los experimentos que haga, y siempre podemos hostigarlo un poco si necesitamos algo que él tenga.

Él sopesó la situación. No sonaba mal. De hecho, sonaba a que salían ganando.

Y aun así, no le gustaba.

—No debimos dejarle a esos pobrecillos elfos, Draco. Quién sabe qué más les va a hacer.

—¿Crees que no pensé en eso? —Su novio rodó los ojos y avanzó hacia él. Le dio unas palmaditas sin fuerza en la mejilla—. Por supuesto que le di la solución para la fórmula, y le dije que si volvía a experimentar en una criatura viva, yo mismo iría a su casa, a ver cómo lo despelleja y se lo come vivo, mientras llora y grita, y sólo cuando no quedase nada de su persona, sanaría a esa pobre criaturita y la llevaría a un lugar seguro.

Así, Harry tuvo una buena idea de por qué el hombre tenía cara de ser un muggle que había visto un fantasma.

—Eres terrible —Exhaló, en un tono suave, casi incrédulo. Draco esbozó una sonrisa que lo hizo derretirse por dentro y le besó la frente, justo en la cicatriz.

—Y tú todavía eres un noble Gryffindor, Harry.

A pesar de que quería protestar, le fue imposible sentirse enojado o hacer más que sonreír y sacudir la cabeza, y dejó que su novio se parase junto a la mujer, que acababa de guardar el nuevo contacto entre los archivos. Ze ocupó otra silla y jugueteó con una de sus tres varitas, que le colgaba del cinturón.

—Antes de irme —Mencionó, en un tono tímido que rara vez utilizaba—, quería que supieran que recibimos dos solicitudes de asistencia hoy. Una es para la botica, con algunas pociones, y parece sencilla; le dije que tendrían una respuesta mañana.

—Yo voy —Draco hizo un gesto vago con la mano, para restarle importancia—, ¿y la otra?

La bruja desvió la mirada. Aquello no podía ser una buena señal.

—Al Inferno llegó un tipo con dos niños, ellos se quedaron afuera —Señaló, porque, a menos que fuese un caso especial, estaba prohibido el ingreso de menores de edad a la tienda, por razones de seguridad—. Se presentó como Rolf Scamander.

Ambos intercambiaron miradas. No supo de dónde le sonaba el nombre, hasta que Draco se le adelantó y volvió a hablar.

—¿Scamander? ¿Estás segura? ¿Así como el naturalista, el magizoólogo? ¿ese Scamander?

—Saben que yo de títulos y esas cosas, ni idea —Ze formó un pequeño puchero, a la vez que fruncía el ceño de nuevo—, pero eso fue lo que dijo, ¿debí hacer algo? ¿Es uno de…de esos?

Draco se había puesto una mano bajo la barbilla y comenzaba a caminar alrededor de la tienda; a su paso, la cortina de la puerta descendía por sí sola, y el seguro la trancaba. Harry notó que su amiga se mordía el labio inferior, así que buscó tranquilizarla.

—No, Ze, Scamander nunca fue un Mortífago —Le aseguró, en un susurro. Se percató de que su novio se tensaba al oír la palabra; no podía culparlo—. Pero el esposo de una vieja compañera también se llamaba Scamander.

—Oh —Ella exhaló, aunque todavía se notaba insegura—, ¿y eso es…malo?

Ellos intercambiaron miradas. Ninguno contestó. Con Ze, aquello era una respuesta por sí misma, así que la bruja asintió, bajándose de la silla.

—Escuchen, lo siento mucho si dejé entrar a alguien que no debía, en serio. Dijo que necesitaba ayuda con una criatura que tiende a usar magia oscura, la está estudiando, nada más; preguntó por los dos, alguien se los recomendó, y yo le dije que me explicara qué quería, lo anoté, y le prometí una respuesta vía lechuza mañana —Mientras hablaba, gesticulaba en exceso con las manos, y alternaba la mirada entre ambos. Luego hizo una pausa, la voz le tembló al cuestionar:—. ¿Los puse en peligro, chicos?

La reacción fue automática. Draco empezó a negarlo y asegurarle que no pasaba nada, le sujetó la mano para calmarla. Harry la rodeó con un brazo, y los dos terminaron apretados por ella, que les plantó sonoros besos en las mejillas.

Cuando Ze les indicó dónde había dejado las peticiones por escrito, y después de un breve resumen del día en la tienda y recordatorios para el día siguiente, se despidió de ambos con más besos y algunas disculpas, que ninguno quiso aceptar. Detrás de ella, la tienda se cerró de inmediato, y quedaron sumidos en un silencio absoluto por lo que pudo ser una eternidad.

—¿Crees que…?

—No —La respuesta de Draco fue contundente e inmediata. Comenzó a quitarse el abrigo, de camino a las escaleras que daban al piso superior; se dio cuenta de que era una excusa para no verle la cara al hablar, mas no hizo comentario alguno al respecto—, no voy a considerarlo, no me voy a preocupar. Ni siquiera quiero hablarlo, Harry, en serio. No ahora.

Él asintió, a pesar de que sabía que no lo veía, y después de un resoplido con que pretendió deshacerse de la tensión acumulada, se le acercó por detrás, para envolverlo con los brazos. Le besó la parte posterior del cuello, hasta que lo sintió relajarse contra el contacto.

—¿Quieres cenar? —Susurró—. Podemos poner velas y la proyección del cielo nocturno que te gusta, será lindo. Romántico.

Percibió la vibración de su risa silenciosa contra el cuerpo.

—¿Cuándo será el día en que vas a dejar de arreglar todo con comida?

—Cuando deje de funcionar. Que espero no pase —Añadió, deprisa—, porque tendría que pensar en algo más, y soy terrible en eso.

—¿En pensar? Sí, me consta.

Harry se quejó, dándole una mordida a su cuello, y Draco fingió empujarlo y huir escaleras arriba. El apartamento, donde las luces se encendieron con su llegada, se llenó de risas ahogadas. De algún modo, terminaron tirados en el suelo del único pasillo con que contaban, y comieron ahí, entre provocaciones al otro que no eran en serio y reacciones dramáticas, que sólo les sacaban más risas.

Le pidieron reforzar las protecciones a Dobby por esa noche, sin embargo.


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