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Para romper una maldición por BocaDeSerpiente

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Harry estaba nervioso, porque Draco lo estaba, y eso lo ponía peor. Él no le había dicho nada; tampoco necesitaba hacerlo. Con verlo en el laboratorio, la espalda tensa, los brazos inquietos, las manos pasando de un vial al otro, era más que suficiente.

Esa mañana, lo despertaron unos besos en el contorno del rostro, por la sien, las mejillas y la mandíbula. Era Draco, que se había subido sobre él, y le avisaba que estaría en el laboratorio. Harry, tan dormido como se encontraba, emitió un sonido afirmativo, se giró y se acurrucó en las cobijas, apenas quejándose en cuanto los mimos cesaron y se sintió solo.

Para cuando reaccionó, era mitad de mañana, y tuvo que tomar un baño y vestirse antes de siquiera pensar en poner un pie fuera del cuarto. Mientras desayunaba a solas, sentado junto a la ventana que daba a la calle exterior del Inferno, le preguntó a Dobby si el otro hombre había comido algo; el elfo afirmó que le llevó un plato, pero no estaba seguro de si desayunó, porque el amo le ordenaba no entrar a esa sala.

Por lo general, Harry evitaba acercarse demasiado al laboratorio; tenía la impresión de que aquel era un refugio aparte, y posiblemente, uno de los efectos secundarios de haber tenido a Severus Snape como padrino, y haber estudiado con él como mentor. Draco lo tenía organizado a su entera disposición, todo lo que estaba ahí, lo eligió en persona, lo había creado, lo había buscado. Era suyo, de una manera en que nada más podía serlo, ni siquiera la botica en que ayudaba a veces con otros magos, ni el Inferno, que compartía con Harry y Ze.

Draco solía pedirle a Dobby que no entrase, si no era llamado, y aunque la única persona que tenía permiso permanente de pasar, era Harry, cuando le avisaba que estaría ahí, era mejor asegurarse de no molestar. O comprobar que no trabajaba con nada tóxico o volátil.

Tocó la puerta con los nudillos y aguardó. Se abrió por sí sola, no había nadie detrás. Harry se quedó junto a esta por largo rato, después de haber cerrado y tomado una de las máscaras que colgaban de un perchero junto a la entrada, igual que delantales, guantes, lentes y bandanas.

Lo observaba trabajar en silencio, fascinado con los movimientos cuidadosos y medidos, y el efecto a contraluz que le daba la única ventana del laboratorio, cubierta por vidrio y con las cortinas medio abiertas. Ninguno dijo nada, hasta unos momentos luego de que una combinación hubiese generado una explosión, y Draco la hubiese sellado y guardado en un porta-viales con un corcho. Estaba inclinado sobre la mesa de trabajo, tomando unas notas, cuando se bajó la máscara hasta el hueco de la clavícula, y exhaló.

—¿Qué pasa, Harry? —Preguntó en un susurro. Por experiencia (de una explosión particularmente desagradable), Harry sabía que con lo que su novio trabajaba, podía verse afectado incluso por el sonido, si era a un volumen lo bastante alto.

—Sólo, uhm, venía a ver cómo estabas, y eso.

—Estoy ocupado, como ves —Puntualizó, pero sin ningún rastro de fastidio o malicia. Lo decía en tono neutral, concentrado en la fórmula que debía estar escribiendo.

Harry asintió, a pesar de que sabía que no lo veía.

—Recuerda que vamos a ir con lo de Scamander por la tarde.

Habría jurado que Draco se puso más rígido. Luego de un momento, dejó caer los hombros, terminó las notas, y se quitó los guantes para pasarse las manos desnudas por la cara. A su alrededor, lo demás se acomodaba por su cuenta donde correspondía, los objetos flotando ni lo rozaban.

Él se dio la vuelta en la silla en que estaba. Harry no pudo evitar preguntarse qué tanto había dormido en realidad, por las ojeras que tenía.

Caminó hacia él despacio. En cuanto se paró frente a la silla, le envolvió los hombros con los brazos, y se puso a enredar los dedos en los mechones de su cabello suave. Draco le rodeó la cadera y enterró el rostro en su pecho, frotando la nariz por unos segundos contra la camisa, igual que un gato. Él reprimió la risa.

—Podríamos enviar a Ze —Ofreció, en vano. La bruja no destacaba en el trabajo de campo tanto como en la tienda, mucho menos sola, y el Inferno la necesitaría para las consultas.

—Sabes que no.

Claro que lo sabía. Soltó un tembloroso suspiro y le besó la cabeza un par de veces, de forma distraída.

—¿Usamos glamour?

Lo sintió, más de lo que lo vio, negar.

—No creo que venga por eso, no podría…no nos hubiese encontrado —Musitó, apartándose un poco—. Si intenta algo, Ze lo va a atrapar en el pantano y le borrará la memoria.

No habría sido la primera vez que lo hacía. Ambos optaban por no mencionarlo; se podía decir que era el plan de reserva, para casos de emergencia.


Ze los acompañó al punto de encuentro, inspeccionó un poco, se aseguró por sí misma de que no había trampas, y luego los dejó con besos en cada mejilla y palabras alentadoras. Se verían en el Turbio, un río, negro en apariencia, que formaba un surco en uno de los lados de la ciudad, casi a las afueras, y lo separaba de un pueblo cercano; contaba con varios puentes de piedra, porque los de madera no resistían la época de crecientes del agua, y tenía fama de ser a donde se fugaban las parejas jóvenes para estar a solas.

Y aparentemente, también a donde se desaparecía uno de ellos en cada ocasión, desde unos días atrás.

Scamander aún no llegaba. Estaban diez minutos antes de la hora acordada, para que Harry tuviese tiempo de buscar los rastros de magia negra alrededor, y Draco se agachase junto al río, rociando unas gotas de un vial de líquido azul en la orilla, que generaba chispazos que luego se desvanecían.

—No hay nada fuera de lo común por aquí —Le avisó después de un momento, agachándose a su lado. De por sí, toda la ciudad contaba con un nivel base de magia oscura en el ambiente, y no tenían que preocuparse, a menos que hubiese sobrepasado cierto límite.

Draco asintió y señaló el agua.

—Pero allí sí.

—¿Qué es? —Lo vio ponerse de pie, guardándose el frasco, ahora sellado, en uno de los compartimientos del cinturón, y desplegando el bastón para tantear el borde entre el agua y la tierra.

—No estoy seguro —Reconoció, entre dientes—, hay un pulso, algo vivo. El agua hace más difícil distinguir qué es, pero imagino que es lo que veremos pronto.

Cinco minutos antes de la hora citada, fueron sorprendidos en el mismo sitio por un par de niños, gemelos de rostros angelicales, que no lucían mayores de diez años. Corrieron a la orilla del río entre risas, luego regresaron sobre sus pasos y sujetaron a un hombre, uno de cada lado para arrastrarlo con ellos.

Los dos estaban de pie, uno junto al otro, cuando este los tranquilizó y se aproximó a ellos.

Era él. No lo había visto en años, pero sabía que era él; todavía recordaba a Luna vestida de azul pastel en la boda, con un peinado extravagante de conchas marinas, y una sonrisa deslumbrante al bailar de la mano de su nuevo esposo.

Sintió un escalofrío.

—¿Señores Black?

Intercambiaron una rápida mirada, en parte de alivio. "Black" era el apellido bajo el que trabajaban, el que usaban para presentarse y bajo el que estaba el Inferno. Ni siquiera a Ze le dijeron los reales, y después de poco tiempo, ella dejó de preguntar.

Asintieron.

—Rolf Scamander, ¿cierto?

Fue el turno del hombre de asentir. Scamander era alto, de cabello castaño tan oscuro que lucía casi negro, y unos curiosos ojos azules; Harry estaba seguro de que lo que atrajo a Luna en un comienzo, además de esos ojos, era el aura gentil que desprendía.

—Ellos se irán pronto —Comentó, al caer en cuenta de que Draco no dejaba de seguir con la mirada al par de niños, retraído. Tenía una sonrisa apenada y pequeña—, hicimos un trato, jugarán un poco lejos de aquí, donde no les pase nada. Mi esposa tenía una reunión hoy, no pude evitarlo.

Luego de otro breve intercambio de miradas, le restaron importancia, y vieron a Rolf ocuparse de sus inquietos gemelos. Cuando estuvo seguro de que no intervendrían, porque comprendían que ese trabajo era importante, volvió con ellos y les mostró el pergamino donde tenía la información básica del Picoazul, una criatura mágica que estaba estudiando, y al parecer, la mayor reserva que había conseguido hasta el momento, era en esa ciudad.

¿El problema? Bueno, la verdad era que si se acercaba a más de un metro o emitía cierta frecuencia de sonido alrededor de su escondite, el Picoazul le ensartaría una púa en el estómago o se llevaría su cabeza de un mordisco. Nada que distase mucho de los peligros generales de su oficio. Harry y Draco no se sentían tan tranquilos de haber tomado un trabajo de Artes Oscuras hasta entonces.

Su novio arrugó la nariz desde el preciso instante en que escuchó que, más que probablemente, tendrían que entrar al agua.

—…a ver, la criatura es territorial, y es posible que sea la causa de las últimas desapariciones —Recapituló Draco, mientras se deshacía del abrigo se lo entregaba a Dobby, todavía invisible, y se recogía el cabello—. Y tú quieres tomarle una foto, revisar su escondite, ¿y…?

—Comprobar sus hábitos —Añadió Rolf, que debía ser consciente de lo extraño que era para ellos, porque no dejaba de alternar la mirada entre uno y el otro, y avergonzarse más.

—Nosotros trabajamos con magia negra, no somos magizoólogos.

—El Picoazul utiliza magia negra —Aseguró el científico, deprisa—, sólo que aún no he podido descifrar cómo, ni qué hace exactamente.

—¿Por qué? —Cuestionó Harry. Rolf se puso a juguetear con las mangas de su túnica y agachó la mirada.

—Porque, uhm, me saca volando lejos cuando intento averiguar un poco.

Resignados a trabajar fuera de su zona de confort, se unieron al magizoólogo, formando una línea junto a la orilla. Harry también se había quitado el abrigo, y los dos llevaban guantes, los zapatos especiales, lentes, además de la sensación inevitable de que aquello era una locura.

Draco se sacó de un bolsillo una caja, y de esta, tres caramelos azul pálido, que dividió entre ellos. Harry se lo metió a la boca sin preguntar qué era.

—Tengo branquialgas —Mencionó Rolf, en voz baja. El otro le respondió con un bufido.

—El efecto de las branquialgas no es suficiente, este te mantiene al menos cinco horas bajo el agua, y no te saca branquias —Apuntó lo último, como si fuese lo más relevante.

Dos minutos más tarde, cuando el efecto fue puesto en marcha, los tres estaban dentro del agua. Rolf se les adelantó, a nado, y presionó la varita contra el fondo fangoso del río, que se abrió por la mitad y reveló una extensión más amplia que estaba debajo.

Harry y Draco se observaron, uno con preguntas silenciosas, el otro sin las respuestas. Después de un encogimiento de hombros, Draco golpeó los talones de sus botas, una contra la otra, y fue impulsado hacia adelante por un motor mágico en la suela del zapato. Harry lo siguió.

—¿Qué hay de la luz? —Lo escuchó preguntar, lejano, distorsionado a través del agua, a medida que descendían por una fosa sin final visible, y quedaban a oscuras— ¿le molesta?

—No, es ciego —Replicó Rolf, en voz baja—. Nos percibirá por las vibraciones del agua con los movimientos que hagamos.

Apenas lo dijo, Draco deslizó fuera de su ropa un colgante lleno de piezas diminutas, y con un toque a una, encendió una luz azulada y pequeña, que le quedó a la altura del pecho conforme se movían. Harry y Rolf recibieron unas idénticas, en un trozo de cuero, que se amarraron en torno a las muñecas.

—¿Qué tan lejos es?

—No mucho, parece más largo de lo que es —Puntualizó Rolf—. Culpa de la Teoría de las Aguas Mágicas.

Notó que Draco arqueaba las cejas, pero no soltaba comentario alguno.

Podrían haber nadado por varios minutos, o una hora, o más. O tal vez sólo fueron unos segundos.

Cuando llegó el momento de descender más, Rolf se les adelantó a través de una especie de túnel oscuro, que sólo se iluminó por las piedras que llevaban encima, y los guio hacia una cueva. El escondite. Nada más entrar, lo supieron, porque desprendía una sustancia viscosa y densa que trastocaba el agua, convirtiéndola casi en la consistencia característica del petróleo, y para su desgracia, comenzaron a moverse más lento y con mayores dificultades, por lo que sólo el motor mágico en los zapatos los salvaba, y Rolf no tenía uno.

El científico les hizo una seña que indicaba que el Picoazul estaba al frente y quería que esperasen ahí, a lo que los dos asintieron y se perdieron detrás de un conjunto de rocas, apenas visibles. Lo observaron nadar, moviendo brazos y piernas de forma torpe, en dirección a una roca de mayor tamaño que estaba en el centro de la fosa, a la que tocó con la varita un par de veces.

—Está loco, ¿verdad? —Le susurró a Draco, empezando a creer que aquello iba a terminar mal.

—Se casó con Lovegood, ¿no? —Él se encogió de hombros, como si aquella fuese la prueba inequívoca de la falta de cordura del pobre Rolf. Harry sacudió la cabeza.

Cualquier réplica que hubiese tenido, se le quedó atascada en la garganta, en el preciso instante en que vio una luz azul encenderse en el fondo de la fosa, allí donde ahora Rolf estaba desesperado por alejarse. De haber estado en la superficie, hubiese contenido el aire.

La roca -que no era una roca, y estaba de más decirlo- acababa de ponerse en movimiento, símbolos en un azul brillante se dibujaban en su cuerpo, y el resplandor bastaba para revelar un par de ojos cristalinos y pequeños para el resto de la figura, que estaban en la parte de abajo, y cientos de tentáculos traslúcidos, de los que sólo se notaban algunos puntos a simple vista, los que era pegajosos, y lo que sostenía con estos.

Personas.

A las personas que sostenía en las puntas, mejor dicho.

Oh, no.

Harry presionó las manos contra la piedra que tenían por escondite y se impulsó hacia arriba y al frente, chocando los talones para encender el motor mágico. A la vez, el Picoazul comenzaba a sacudir los tentáculos, y en el movimiento, una extremidad extra, puntiaguda, alargada y que se le enroscaba, quedó expuesta desde un poco por debajo del par de ojos.

Rolf seguía demasiado cerca para su propio bien.

—¡Rolf, muévete, muévete!

El investigador miró hacia él. Cuando hizo ademán de luchar contra el líquido denso para apartarse, uno de los tentáculos le dio de lleno en el abdomen, con el lado liso, y lo envió despedido de espaldas contra una pared. De su boca escaparon burbujas cuando impactó con una vibración en el agua a su paso.

Harry tuvo que usar el motor de la suela para apartarse del camino de otro tentáculo, que en cambio, dio contra la cueva y fue replegado enseguida hacia el cuerpo de la criatura. No podía dejar de ver a las víctimas; en su mayoría, parecían muggles, adultos jóvenes, incluso adolescentes, envueltos por los tentáculos casi imposibles de distinguir y en un estado de sueño que los hacía verse pálidos y muertos. No creía que fuese lo último, por alguna razón que no podía explicarse.

Al dar un vistazo hacia atrás, se percató de que Draco había acudido en auxilio del científico, y ahora lo arrastraba hacia un escondite seguro, detrás del conjunto de piedras, a pesar de que Rolf insistía en voltearse para ver a la criatura. Parecían discutir. Entonces recordó la explicación de Rolf.

nos percibiría por las vibraciones del agua con los movimientos que hagamos…

Mierda.

Sabía que no llegaría cuando vio el tentáculo que iba hacia ellos. La experiencia de Quidditch le advertía cuando estaba más lejos de lo que debería de algo, o alguien.

Sacó la varita deprisa; los efectos de hechizos bajo el agua eran extraños, distorsionados, pero también, en ese caso, lo mejor y único que tenía. Utilizó el primero que se le pasó por la cabeza.

¡Reducto!

Funcionó, a medias. Con un estallido que lo envió hacia atrás varios metros, una corriente de agua especialmente densa y dura golpeó el tentáculo que los iba a atrapar desde atrás, y lo alejó. También empujó a Draco contra una de las paredes de la cueva, cuando sostuvo a Rolf frente a él e intentó sacarlo de la trayectoria del hechizo.

—¡Harry! —El grito agitó el agua. Harry sabía que no le esperaba nada bueno cuando estuviesen en la superficie.

—¡Lo siento!

Las vibraciones atrajeron la atención de la criatura, que continuó sacudiendo los tentáculos en todas direcciones. Los cuerpos que tenía enrollados, sin embargo, no golpeaban la cueva. Debía ser muy cuidadoso, o tener mejores reflejos de lo que Rolf y ellos pensaron al entrar al agua.

Procurando hacer el menor movimiento posible, nadó hacia el muro rocoso que separaba a los otros dos del resto de la fosa, colocándose a resguardo en cuanto tuvo la oportunidad.

—¿Y ahora qué?

—¿Vieron el pico? —Rolf estaba extasiado, ojos enormes y brillantes, y una media sonrisa vacilante al hablar— ¡es la razón de que le haya dado ese nombre, pero sólo lo había visto una vez hasta ahora! No sé por qué lo saca, ni cómo, ¡pero sería un gran avance si pudiese…!

Se interrumpió a sí mismo cuando Draco hizo un gesto para silenciarlo. Le pareció que hacía pucheros, igual que un niño pequeño.

—¿Se da cuenta de que esa criatura mágica tiene a los desaparecidos en sus tentáculos?

Rolf emitió un sonido ahogado y asintió. Comenzaba a hurgar en un bolso que llevaba consigo y se había negado a quitarse, de una correa que le atravesaba el pecho en diagonal y se ajustaba en el hombro.

—Sí, sobre eso…no estoy seguro de por qué lo hace —Mencionó, más bajo. Acababa de sacar una pluma y pergamino mágicos, repelentes al agua, y veían al artículo escribir por su cuenta, flotando a un lado de sus cabezas—. Creo que podía pensar que es una posesión valiosa, o verle algún atractivo, ya saben, como los crustáceos hawaiianos cuando coleccionan objetos brillantes, los crup con sus huesos de pollo, y…

Draco volvió a callarlo.

—¿Hay alguna forma de quitárselos?

Rolf tomó la pluma que flotaba a un lado y comenzó a hacerla girar entre sus dedos, de forma distraída.

—No puedo decirlo con certeza —Se rascó la sien con el extremo de tinta de la pluma, dejando una mancha, y después emitió otro ruido ahogado al darse cuenta, por lo que empezó a restregarse—, como notaron, no se ven bien, y lo único que sé de los tentáculos es que tienen un lado pegajoso y otro liso, de las veces que me ha golpeado, pero…

Cerró la boca cuando Draco, otra vez, repitió el gesto de silencio.

—¿Hay algo que  sepa y podamos hacer?

El puchero del científico se profundizó.

—Cuando el pico toca una superficie sólida, usa magia, como si fuese un mago, explosiones de maldiciones con regusto a magia negra. Puede romper huesos con una —Aclaró, todavía haciendo girar la pluma entre los dedos. No despegaba la vista de la criatura—. Entonces hay un momento, por lo que he podido notar, en que deja de mover los tentáculos, como si todo él se concentrase en la energía de la magia. Ahí es cuando he podido acercarme.

—Porque seguro que no hay mejor idea que acercarse a una criatura peligrosa cuando está haciendo estallar todo —Replicó Draco, rodando los ojos. Harry lo codeó y negó al tener su atención, y este le dirigió una mirada que dejaba en claro lo que pensaba sobre el oficio del científico; alguien todavía debía estar resentido con las criaturas mágicas, desde lo del tercer año en Hogwarts.

—Es su momento de guardia baja —Continuó Rolf, entusiasmado y ajeno al intercambio—, y es cuando podría entrar.

—¿Entrar a dónde? —Cuestionó Harry, que empezaba a sentirse más que desorientado.

—A su estómago.

Los dos volvieron a observarse. Draco se apretó el puente de la nariz por unos segundos. Más allá, la criatura se calmaba, a falta de señales de presencias ajenas, y los tentáculos se replegaban a su alrededor.

—¿Acabas de decir "estómago"? —Rolf asintió.

—En el estómago, por la parte de abajo del cuerpo, hay un agujero que sólo he podido ver una vez, donde tiene sus huevos. Si puedo tomar uno, mis estudios estarán completos mucho antes de lo esperado —Decía, acelerado, como si temiese perder la idea si sólo esperaba un poco más para expresarla—, por supuesto que lo cuidaría en un ambiente propicio y lo devolvería a su hogar en cuanto la investigación haya sido terminada, porque aún no tengo sus hábitos en su ambiente natural, pero…

Repitió el gesto de silencio, Rolf se calló de pronto y boqueó, como si ser detenido a mitad de explicación fuese casi doloroso.

—¿Y eso qué? —Añadió Draco, haciendo un gesto en dirección a los cuerpos que estaban atrapados por los tentáculos. El científico apretó los labios un momento.

—En mi experiencia, sería mejor llamar al Ministerio...van a llevarse al Picoazul apenas lo descubran, e intentarán sacar a los que quedan por el resto de la ciudad, entonces…

—Recapitulemos —Lo silenció, por enésima vez—: nosotros lo único que tenemos que hacer aquí es dejar que entres a su…estómago —Se notaba que no estaba convencido con nada de aquello—, y salgas, vivo, y nos iremos tranquilamente, a dejar que personas que  sepan, se encarguen de esto, ¿cierto?

Rolf se apresuró a asentir con ganas.

—Hay que contener las explosiones —Observó después, dando un vistazo alrededor. El Picoazul había apagado su caparazón y estaba tumbado, igual que otra piedra más en las penumbras—, y un escudo, y…

—¿Por qué no lanzarlo? —Opinó Harry, siguiéndolo a nado lento cuando empezó a dar vueltas y maquinar—. Abre camino, como el proyectil muggle que Ze te enseñó, ¿lo recuerdas?

—Seguiría necesitando un escudo.

—Un escudo humano.

Draco le dio una mirada de advertencia y negó, Harry asintió. Pasaron alrededor de medio minuto en una sarta de proposiciones y respuestas silenciosas, que causaba que Rolf alternase su atención entre uno y el otro con ojos enormes y llenos de curiosidad.

—Maldito Gryffindor —Masculló a la final, con un gesto que le decía un "haz lo que quieras". Draco observó al científico con el ceño fruncido y señalándolo, de forma acusatoria, con un dedo—. Le advierto, Rolf, que si algo le llega a pasar a mi Harry mientras está haciendo esto…

Dejó las palabras en el aire -o el agua, para el caso-, pero la mirada que le dedicó, hizo que el otro hombre se pusiese más serio.

—No pretendo que ninguno se lastime —Musitó, tranquilo de pronto.

—No creemos en buenas intenciones por aquí, señor Scamander —Le espetó, en un tono glacial que hacia tiempo no le escuchaba. Se apartó enseguida, y aunque Harry hizo ademán de seguirlo, él le dio otra mirada desagradable con que pretendía decirle que le dejase solo un rato. Resopló y vio las burbujas que se formaban delante de su cara.

—No le preste atención —Añadió, para el científico, con un gesto vago. Rolf intentó sonreírle.

—Está bien que se preocupe, lo raro sería que no lo hiciese —Y se alejó también, haciéndose un hueco entre las rocas, con su pergamino y pluma impermeables que hacían anotaciones por sí mismo, mientras observaba a la criatura dormitar.

Draco rodeó la cueva, despacio y pausado, incrustando unas piezas negras en las paredes de roca cada pocos metros, alrededor de las que trazaba un círculo pequeño, de runas que no podía distinguir a esa distancia, con una floritura de varita. Cuando completó la vuelta, regresó junto a ellos y lucía más tranquilo, o desinteresado en discutir, al menos. Presionó las palmas en el muro que tenían de escondite, para mantenerse alzado por encima del nivel de este, y ver hacia el Picoazul, los pies agitándose constantemente para mantenerlo a nado en el agua.

—Eso debería bastar para contener una explosión, lo siguiente será capturar su atención con algo que lo distraiga y lo haga atacar. Llévalo hacia adelante con un expulso que funcione de impulso y entren, y para salir…—Hizo una pausa, en la que apretó los labios.

—¿Una ilusión? —Ofreció Harry.

—¿Puedes hacer una ilusión bajo al agua?

—Nunca lo he intentado —Reconoció, encogiéndose de hombros. Draco sacudió la cabeza.

—No es momento de probar a ver qué sale bien.

—Un doble sirve —Comentó Rolf, que volvía a tener su tono de ensoñación al contemplar a la criatura mágica—, como un Doppelgänger*, se hacen bajo el agua también, así me escapé la última vez. Se mueven y actúan como uno quiere, llaman su atención…

—Doppelgänger —Draco lo sopesó—, hace tiempo no hacemos uno, ¿cierto?

—Desde que secuestraron a Ze —Recordó, asintiendo.

Después de acordar algunos puntos más, Draco se impulsó hacia arriba, parándose sobre el muro de piedras.

—Si permites que te rompa un hueso —Advirtió a Harry, varita en mano—, voy a dejar que te cures como un muggle.

—¡Draco! —Se quejó, pero este lo ignoró, entrechocó los talones y se apartó deprisa, gracias al motor de las suelas.

Utilizó un expulso sin objetivo fijo, que generó un torbellino en el agua y sacudidas intensas de la corriente. Los símbolos en el caparazón del Picoazul se encendieron de inmediato.

—Es rápido —Opinó Rolf, que no dejaba de mover la cabeza para observarlo lanzar una falsa señal de movimiento en el agua y salirse del camino de los tentáculos, manteniéndose fuera de su alcance incluso por varios metros. La pluma no dejaba de escribir en el pergamino, supuso que acerca de su mecanismo de defensa.

—Es una serpiente escurridiza —Concluyó él, con un deje de diversión, al notar que se deslizaba entre un par de tentáculos y se escabullía lejos, cuando la criatura todavía no lograba localizarlo con exactitud.

Sólo cuando Draco alcanzó el caparazón y presionó los pies contra este, Rolf soltó un sonido ahogado, y la criatura se sacudió, el resplandor azul de los símbolos haciéndose más brillante. Nadó hacia arriba, justo en el momento en que un chillido aturdidor llenaba la cueva, y el pico quedaba a la vista, por segunda vez.

—Ahí está —Harry jaló a Rolf por el abrigo al subirse al muro de piedras, este se quejó de forma débil y llamó al equipo de notas con un movimiento de varita. Observaba al Picoazul con ojos inmensos y fascinados.

—Es increíble —Decía, en un susurro apenas perceptible y muy acelerado—, no deja que se acerque a los cuerpos, pero aún lo ataca con el resto de tentáculos, y no intenta sostenerlo, ¿por qué no le llama la atención? Pareciera que…

—Puede seguir con sus teorías más tarde, ¿no? —Mencionó, halándolo frente a él, en dirección a la criatura. Tenía la varita lista, pero necesitaba la oportunidad de sacarlos despedidos en un solo intento.

El pico tocó suelo. Lo presionó por un instante nada más, pero las oleadas de magia tomaron una consistencia de hilos espesos, que no se diluían en el líquido, y se agitaron igual que látigos, que producían estallidos al menor roce con la piedra, creando cráteres dentro de la cueva. Tragó en seco. Tenía la impresión de que podían hacer más que romper un simple hueso.

Aunque la cueva se sacudió bajo el progresivo despliegue de energía, las piedras que estaban por todos los rincones, se encendieron bajo una débil luz blanca de las runas que las rodeaban, y no hubo señal alguna de que se fuese a derrumbar. Después de un momento, los hilos negros que desataba no hacían más que rebotar, sin causar daño, y la criatura emitió otro chillido al caer en cuenta de que la presa se le escapaba. Se alzó un poco, buscando a Draco.

Y dejó unos centímetros de exposición de la parte de abajo, donde el caparazón no la cubría.

Harry sujetó al científico con fuerza, posicionó el brazo por detrás de ellos, y los empujó a ambos con dos expulsos sucesivos. Fueron arrojados con brusquedad hacia adelante por el hechizo, el agua golpeándolos a los lados, a medida que avanzaban y cambiaban la ya de por sí intranquila corriente. Cayeron contra el suelo de piedra, debajo del cuerpo del Picoazul, con un golpe que le envió un latigazo de dolor fantasmal por la espalda y las extremidades.

Las oleadas de magia se detuvieron, Rolf se retorcía sobre él, para moverse, y lo único que ocupaba su campo de visión era un gran agujero, con aspecto de estar hecho en piedra, lleno de símbolos de resplandor tan azul como los del caparazón, y a los lados, en lo que habrían sido las paredes, montones de huevos, con una apariencia tan idéntica al lugar que los acogía, que lucían como poco más que piedras redondas, y no se habría dado cuenta de lo que eran si Rolf no se hubiese levantado de golpe para envolver los brazos en torno a uno y empezado a batallar por sacarlo, ya que estaba bien incrustado dentro de otro hueco de menor tamaño. Harry se apresuró a ponerse de pie y nadar hacia él, y entre los dos, lo jalaron. Se fueron hacia atrás cuando se soltó de repente, de improviso, y golpearon puntos diferentes del agujero; Rolf abrazaba el huevo y respiraba agitado, burbujas salían de su boca y nariz al hacerlo.

El Picoazul comenzaba a moverse, pasado el momento de guardia baja, y ellos seguían adentro. Harry jaló a Rolf fuera de ahí, y los desvió, a punto de golpear contra el suelo, de nuevo. Tuvo que quedarse quieto un instante, para concentrarse en que el Doppelgänger tomase forma.

En un parpadeo, se sentía aplastado por la fuerza invisible del agotamiento mágico, y un Harry idéntico nadaba hacia afuera y lejos de la criatura, haciendo sacudir el agua que lo rodeaba y llevándose su atención consigo. Esa era la peor consecuencia de los dobles.

—¿Y ahora? —Rolf se aproximó, el huevo atrapado entre ambos brazos y el pecho. Harry le pidió silencio y se asomó de uno de los costados del agujero, cuando la criatura se ponía en movimiento con los tentáculos, de nuevo.

Le hizo una seña a Rolf, para que ambos saliesen a nado, despacio, por el extremo opuesto. Tenía que llevarlo arrastrado, porque él no tenía el motor de las suelas, y se distraía mirando sobre el hombro al Picoazul.

—Es fascinante —Susurraba—, magnifico, espectacular, sólo…

Harry le dirigió una mirada escandalizada, que le advirtió de que no era el momento de colmar de alabanzas a la criatura que bien podría matarlos.

El Picoazul intentaba atrapar al doble de Harry, mas no al de Draco, que sólo conseguía distraerlo; de forma vaga, se preguntó por qué, mientras arrastraba a Rolf y el dichoso huevo lejos de ahí. El verdadero Draco los alcanzó en la salida, dándoles un vistazo para comprobar que continuaban en una pieza, antes de asentir y apremiarlos a marcharse.

Acababan de traspasar la entrada a la cueva cuando un ruido ahogado lo hizo parar. Rolf iba por delante, empujado por él, y Harry en el medio. Se giró, a tiempo para ver la expresión de sorpresa de Draco.

Un instante más tarde, él desaparecía de regreso en el interior de la cueva, capturado por el tentáculo traslúcido que se le enroscó en torno al cuerpo.

Notas finales:

*Doppelgänger: término alemán para el doble fantasmagórico de una persona. En este caso, de un mago.


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