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Lineamiento por ayelen rock

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-Bien- dijo el niño -¿No es esto una sorpresa?-

Yugi tragó saliva, mirando al grupo de hombres silenciosos -Yo... entiendo que tienes... tienes todas las razones para estar enojado. Pero por favor, te lo ruego, regrésamelo-

-¿lo sabes?- dijo Bakura Se echó la capucha hacia atrás con una mano libre, dejando al descubierto un desordenado mechón de cabello largo que parecía blanco plateado en la extraña mezcla de luna y antorchas -¿lo entiendes, Yugi, hijo del futuro?-

“¿Cómo hizo…?”

Las manos de Yugi se retorcían en el borde de su bata, un movimiento compulsivo y ansioso. La cara de Bakura no se parecía en nada a lo que esperaba, rasgos finos y piel cetrina, lechosa y familiar, extrañamente familiar, como si lo había visto antes. Alguien que el conocía? Su tamaño también jalo de algo en el fondo de la mente de Yugi.

Ninguno de ellos había indicado la edad del niño de Kul Elna, pero teniendo en cuenta que Set e Isis parecían tener veintitantos años y que este niño tenía como máximo diez años, algo no cuadraba. ¿Seguramente no había sido un niño de cinco años en ese momento?

Yugi frunció el ceño, la curiosidad vaciló contra el miedo -¿Quién eres tú?- él pregunto -Eres muy joven para ser el chico del pueblo-

Una horrible sonrisa se extendió por la cara de Bakura, estirando los ángulos y los bordes de él hasta que pareció que podría romperse -Queras decir que este cuerpo es muy joven para ser el chico de la aldea-

Y de repente Yugi se dio cuenta de que se estaba mirando a sí mismo. Un cuerpo y una cara distorsionados por un ser de sombra, que se arrastra desde adentro. ¿Qué había dicho el hombre, que lo llevaba puesto como una capa de carne? El dolor creció en su pecho.

-Déjalo ir- espetó, una protesta visceral e involuntaria -por favor, no un niño-

Bakura echó la cabeza hacia atrás, con el pelo blanco suelto y aulló de risa.

-¡No un niño!- él dijo -Oh, eso es rico, viene de un invitado de los parientes del faraón. ¿No un niño, dices?- Levantó un brazo flaco hacia arriba, el Rompecabezas se balanceó -¡Como si no hubieran niños derretidos y vertidos en la fragua que dio origen a tu magia!-

-Por favor- dijo Yugi -Puedes... llevarme en su lugar. Puedo llevarte, como lo llevé a él- Impulsivamente, extendió la mano, con las palmas hacia arriba en una oferta aplacadora. -Podemos hablar, negociar, lo que tu quieras-

Bakura bajó el Rompecabezas y sacudió la cabeza con irónica diversión -Realmente lo harías, ¿no? Una oferta divertida, pero me temo que no funciona así- su sonrisa se estiró de manera antinatural -tengo todas las cartas, por así decirlo- sus ojos se entrecerraron -O tal vez, aun no todas-

La mano de Yugi voló hacia su manga, el bulto de su cubierta oculto dentro y los ojos de Bakura brillaron -Sí, sé lo que llevas, niño. El dragón blanco, precursor de la guerra, heraldo del rey-

Yugi empezó.

“¿Los ojos azules del abuelo? ¿Cómo el sabe que lo tengo?”

-Sí, eso hará, supongo- dijo Bakura, golpeándose la barbilla con un dedo -El dragón blanco, y a cambio mis hombres no te arrancan miembro por miembro-

Yugi tembló, pero apretó los puños -Eso no es un buen intercambio-

-¿No?- dijo Bakura -Entonces, ofrece una propuesta-

El corazón de Yugi latía con tanta fuerza, que podía jurar que podía oírlo. Abrió un puño y extendió la mano para tocar los trozos de dados -Un juego. Si ganas, te doy el dragón. Si gano, me devuelves el Rompecabezas y me permites irme ileso-

Bakura ladeó la cabeza hacia él, una delgada ceja se alzó hacia el cielo. -Interesante. Quizás he sobreestimado tu cobardía. O subestimado tu estupidez. ¿Sabes lo que significa desafiarme?-

Yugi no tenía la menor idea de qué tipo de corrientes de resaca estaba reuniéndolos, pero asintió bruscamente.

Bakura apretó la mandíbula, pensando -Como el desafiado, elijo el juego. Los dados son tradicionales, por supuesto, pero...- su mirada se centró en Yugi, agudizándose -Tengo algo un poco más interesante en mente- el sonrió -Sin embargo, tendremos que hacer un pequeño viaje-

Hizo un gesto a los hombres detrás de él –Agárrenlo-

Yugi se tensó cuando los hombres lo rodearon, dos lo agarraron bruscamente y lo arrastraron hacia los establos. Sintió que sus muñecas se retorcían y se magullaban cuando lo ataron a la parte posterior de un caballo, envuelto en la cruz de la criatura como un animal muerto. Vislumbró la sombra de un cadáver, desplomado contra la pared del establo y sintió que se le retorcían las tripas.

Se lanzaron al desierto, dirigiéndose hacia el norte, en dirección a los oscuros acantilados. Yugi centró su atención en los lados del caballo mientras el animal se balanceaba y rebotaba debajo de él y rezaba para que no tener nauseas.

-Jefe- le pareció oír a uno de los matones decir -¿Qué fue todo ese galimatías que ustedes dos estaban diciendo? ¿Es algún tipo de mago también? ¿Debería hacer que los muchachos lo amordacen?-

-Cállate, idiota- espetó Bakura -No es de tu incumbencia-

Pero los dedos de Yugi se apretaron, sus ojos miraban ciegamente, las palabras resonaban una y otra vez en su cabeza.

-Ahora te entiendo, no antes con toda esa tontería que estabas diciendo-

Algarabía. Bakura no había estado hablando copto, demótico o egipcio antiguo ni el dialecto que hablaban estas personas. Había estado hablando...

-Bakura- había dicho Isis, la pronunciación es ajena a su boca, pero no ajena a él, no ajena a Yugi.

Una cara apareció a la vista ante él, expresión tranquila, amable y mayor. Su mente llenó los huecos, redondeando las mejillas, suavizando las líneas de ira y odio. No podía ser, era imposible, era una locura. Luchó por levantar la cabeza dolorida, vislumbró una pierna delgada y pálida, un pie descalzo contra el abrigo oscuro del caballo.

-Bakura- la palabra broto de él, la cadencia de su lengua materna -Ryou Bakura-

El chico se puso rígido y su montura relinchó con estrépito, rompiendo formación y bailando de lado mientras un pequeño tacón se clavaba fuertemente en sus costillas. El dolor explotó contra el costado del cráneo de Yugi cuando el hombre que lo agarraba lo jalo bruscamente. En algún lugar del fondo, un fuerte grito de niño y esa voz extraña y distorsionada que grita algo sobre desafío y castigo.

Náuseas y confusión, y luego lo arrojaron a la arena refrescante, rascándose la mano y haciendo temblar sus extremidades en todas direcciones. Pequeñas manos lo arrancaron del suelo por el dobladillo de su bata y de repente había un cuchillo en su mandíbula, el filo de la hoja clavándose en él.

-Si repites ese nombre- gruñó Bakura, y Yugi de alguna manera sabía que no estaba hablando ninguna lengua que los hombres a su alrededor pudieran entender. El Anillo y el Rompecabezas colgaban lado a lado contra su pecho estrecho, enorme y absurdo, y para el amanecer aterrador de Yugi pudo ver los puntos colgantes del Anillo cavando en la carne pálida, marcas oscuras apenas visibles de sangre con olor a hierro que se deslizaban por la piel -Te cortaré la lengua y te dejaré desangrarte solo en el desierto. ¿Deseas eso, Yugi? ¿Desea morir a millas y milenios de tu hogar? ¿deseas eso?-

El propio aliento de pánico de Yugi era una vorágine en sus oídos, pero tragó saliva y apretó la mandíbula -Eres tú, ¿no?- deslizó su mano detrás de él en la arena fría, debajo del dobladillo de su bata -Tú pero no tú. ¿Cómo has llegado hasta aquí?-

Bakura resopló -El que atravesó el tiempo y el espacio me pregunta cómo llegué aquí. Camino en la oscuridad, muchacho, siempre he estado aquí y allá, ahora y luego- el golpeó el pequeño puñal apretando el cuchillo contra el pecho de Ryou -El niño está aquí porque ya estaba y lo estará- sus ojos brillaron y mientras se acercaba, Yugi creyó ver el rostro pálido parpadear, tornándose negros como la sombra, brillantes ojos dorados que ardían en el espectro sin rasgos como brasas. El parecía estar avanzando -El tiempo, pequeño Yugi, es un vasto y cambiante desierto, no un hilo giratorio. Quienes puedan leer sus infinitas rutas solo tienen que...-

Yugi balanceó la daga.

Todavía no podía empuñarlo tan hábilmente y escapó por poco para que la hoja quedara atrapada en los pliegues de su bata, pero la balanceó y lo hizo. Bakura se apartó, esquivando el arma entrante, solo para darse cuenta demasiado tarde de que Yugi no había estado apuntando a él.

El cuchillo atravesó la correa de cuero que sostenía el Rompecabezas, enviando el objeto a la mano libre de Yugi y esparciendo sangre pegajosa sobre sus nudillos. Atrapó metal caliente, sintió la sombra surgir en él, vasta, urgente y enojada.

No era como el juego de dados, era como entrenar con Set. Ellos arremetieron como uno, golpeando con la rodilla a Bakura en el pecho y enviándolo hacia atrás. Ellos estaban de pie, agachándose bajo un golpe de uno de los hombres y atacando con la daga a otro, un golpe de mirada que dibujó una línea sangrienta en la espinilla del hombre. El hombre gritó, retrocedió y ellos se lanzaron a la distancia.

El cerebro de Yugi todavía estaba tambaleándose por el miedo, la información abrumadora, pero su conciencia combinada no dudó. Esquivaron a otro hombre y agarró las riendas de uno de los caballos con la mano que sostenía el cuchillo.

Yugi nunca había montado, ni siquiera había visto un caballo vivo antes de su tiempo en el establo, pero salto sobre la espalda de la criatura danzante como si sus piernas tuvieran resortes, agarrando hebras ásperas de melena y cuero, apretando el cuerpo de cañón entre sus piernas. El caballo trompeó alarmado y salió disparado, dejándolos aferrados a su espalda mientras los hombres gritaban a su alrededor. La melena del animal azotó su rostro, cegándolo mientras se inclinaba sobre su espalda. La tela que cubría la cabeza de Yugi se soltó, volando hacia la noche, perdida en el desierto en un instante. Detrás de ellos, podían escuchar el trueno de los cascos.

Cabalgando, sabiendo solo que había sido sacado de su establo y arrastrada al desierto para estar rodeada de hombres que gritaban y todo tipo de cosas alarmantes, se dirigió hacia las luces distantes de la ciudad con el tipo de espíritu generalmente reservado para huir por su vida. Yugi, personalmente, estaba perfectamente dispuesto a dejarlo, pero luego algo enorme explotó en la arena a su izquierda, levantando un bache del tamaño de un estanque y enviando una lluvai de arena a la cara de Yugi. El caballo chilló alarmado y se desvió, pero no se desvió de su curso final. Alarmados, se retorcieron, miraron.

Una forma oscura y esquelética se retorcía en el aire sobre ellos, impulsado por enormes alas, su cuerpo serpentino azotaba salvajemente. Un monstruo, como el demonio que Set había convocado, y el cerebro confundido de Yugi le dio el nombre de Zoma, mierda que el abuelo tenía ese en su tienda. La criatura rugio, un sonido como un rapaz enfurecido, y se lanzó. Patearon al caballo bruscamente, enviándolo en zigzag a través de las dunas. Sintieron la brisa del paso del monstruo.

El corazón de Yugi se sentía como si estuviera a punto de salir de su pecho. Estaba yendo de adrenalina y mareado de miedo. Pero tenían que hacer algo. Su cerebro le dijo que era imposible, que no podía funcionar.

Se metió el cuchillo entre los dientes y Yugi sintió que le cortaba las comisuras de la boca. Pero su mano estaba libre, sumergiéndose en el bolsillo de su bata. No había tiempo para mirar lo que habían sacado, solo...

Un destello de luz estalló y Yugi escuchó el rugido ensordecedor de una criatura que no es de este mundo. Un brillante dragón amarillo estalló en existencia, la corriente descendente de sus alas con púas casi las sopla desde la espalda del caballo mientras se elevaba en espiral hacia el cielo. Yugi no tuvo tiempo para pensar, para darse cuenta de que Curse of Dragon era mucho más grande en persona de lo que parecía enrollado en un pequeño cuadrado de cartulina, porque el mundo estaba en llamas.

El dragón arrasó el desierto, el fuego brotó de sus fauces, elevando la temperatura e iluminando los montes hacia el norte y la silueta de la ciudad por delante. Los gritos rompieron la noche, el sonido de hombres y caballos ardieron vivos, y Yugi gritó con simpatía y horror. Por encima de ellos, el demonio y el dragón estaban encerrados en combates aéreos, arañando y rasgando, y Yugi sintió la victoria del dragón, un júbilo y una furia feroz cuando los colmillos rompieron piel dura y rasgada.

Con los ojos desorbitados por el humo y el calor, Yugi clavó los talones en el caballo, lo que no necesitaba estimulo. Sus cascos golpeaban en la arena con un ritmo de traqueteo de dientes mientras tronaba en las afueras de la ciudad.

Las calles, para terror de Yugi, estaban llenas de gente, fuera de sus casas por el sonido y las llamas. Pasaron junto a ellos en un borrón, una cacofonía de gritos confusos e ininteligibles, y luego volvieron a la oscuridad, despejando el extremo más alejado de la ciudad, algún instinto latente de Yugi, o tal vez la sombra, señalándolos infaliblemente hacia el río.

Set se encontró con ellos en las orillas a toda velocidad, vestido solo con su shendyt y sus sandalias, su cabeza casi calva brillando a la luz de la luna, la curva perversa de un khopesh en la mano. Yugi no estaba seguro de si fue él mismo o la sombra lo que logró hacer que su montura se detuviera, el caballo espumoso se detuvo tambaleándose con una sacudida lateral que los hizo resbalar a medias. Set estuvo a su lado en un instante, envolviendo una mano en la brida del caballo, sujetándolos con su cuerpo para evitar que cayeran en la tierra.

-¿Que estabas pensando?- Set le gritó, con los ojos muy abiertos y alarmados, pero su agarre gentil, de apoyo, mientras permitía que Yugi se deslizara hacia el suelo, sosteniéndolo en posición vertical como lo había hecho en la ciudad. -Lo que hiciste…-

Pero Yugi lloraba de alivio, con un cuchillo y un rompecabezas apretados contra su pecho, enormes sollozos que sacudían el cuerpo, histéricos, su mente resonaba con la alegría incandescente de la sombra que se unía a ella, la catarsis del momento, el calor, la estabilidad y la solidez de otro humano.

Set lo miró en estado de shock por varios momentos antes de que su cabeza se levantara, la mirada escaneando la oscuridad -¿Te siguieron?-

Yugi ahogó una carcajada -No lo sé- dijo, con los ojos desorbitados, cegados -Dejé un faro terriblemente jodidamente grande-

Set lo miró con una mirada indescifrable en su rostro oscuro -Entonces lo hiciste. Eso fue bastante impresionante. ¿El niño?-

Yugi sacudió la cabeza -No lo sé. Sus hombres, ellos...- tragó saliva, sus oídos resonaban con el eco de la forma en que habían gritado -Creo que los maté-

Un grito silencioso de la noche y unos momentos después Isis y Siamun se apresuraron hacia ellos, el viejo resoplando y apoyándose en Isis.

-Está ileso- dijo Set mientras se acercaban -Se las arregló para recuperar el colgante-

Isis exhaló una breve oración -Gracias a los Dioses por eso- miró hacia la oscuridad, en dirección al bullicio único de una ciudad despertada por un fuego de dragón -Salgamos de la intemperie. Rápido-

-De acuerdo- dijo Set, y antes de que Yugi pudiera abrir la boca, Set lo levantó del suelo, envolviéndolo en su abrazo, milagrosamente no perdido en su aventura en el desierto -Trae el caballo-

-Sí, mi faraón- dijo Isis, en un tono que dejaba en claro que el título era algo que usaba cuando estaba molesta con Set, pero se apresuró hacia el caballo que se movía en vano en dirección del agua -Silencio, pequeña, tomarás un trago cuando regresemos- ella acarició la nariz blanca -Solo mantente en silencio. Nuestro sabio rey ha olvidado que ya no tiene la opción de perdonarnos a todos por el robo de caballos-

A pesar de la adrenalina que corría por su cuerpo, Yugi se encontró a punto de desmayarse. Set se movió con sorprendente velocidad para un hombre cargado de su peso, y sus pasos empujaron a Yugi contra su pecho. La correa que sostenía el Rompecabezas todavía estaba apretada en su mano; parecía incapaz de relajar su agarre.

-Bakura- murmuró, su cerebro luchando a través de la sopa de hormonas simpáticas.

Set lo miró, pero siguió caminando.

-El dijo... sabe que tengo las... las tabletas- dijo Yugi, con gran esfuerzo -Pero él sabe que tengo una, una específicamente. Solo lo llevo porque abuelo, bueno, pero él sabía que estaba allí. Y él lo quería. La llamo el heraldo del rey o algo así-

El ritmo de Set se aceleró, pero no se detuvo -No recuerdo a ninguno de los monstruos que se llamara así- dijo en voz baja -Había dioses, monstruos a los que solo el faraón podía llamar, pero nada que se llamarse un heraldo-

-Tal vez- dijo Yugi, tristemente -pero él, dios, sé lo que vi. Llamó a un monstruo. Justo como tu lo hiciste. Justo como lo hice. Es solo un niño, pero casi me mata. Y no puedes luchar contra lo que él llamó con un khopesh- su estómago se revolvió al pensar en Set, o Siamun, o Isis, mirando hacia abajo a ese niño sonriente y loco y los monstruos que parecían estar a su alcance.

Set estaba chapoteando lentamente por uno de los canales cerca de la casa, subiendo a la orilla, detrás de ellos, Yugi escuchó murmullos de Isis y Siamun, y un leve relincho del caballo.

Yugi aflojó su agarre sobre el cuchillo, lo apoyó cuidadosamente sobre su estómago y tocó ligeramente la manga de su bata. Estaba tan oscuro que apenas podía ver, ciertamente no lo suficientemente bien como para decir lo que estaba sacando, pero de alguna manera sabía lo que tenía en la mano. Tal vez fue la sombra, un breve toque de magia que trajo el objeto necesario a su alcance.

Levantó la palma de su mano, mostrando el Dragón Blanco de Ojos Azules entre dos dedos.

Set lo dejó caer.

Yugi evitó por poco dejar caer la tarjeta, tirando con fuerza sobre su cóccix cuando Set maldijo e intentó atraparlo. Terminaron en el suelo, arrodillados, Yugi sobre su trasero, pero él mantuvo la mano en alto, ofreciéndola.

Set miró fijamente la tarjeta en su mano, completamente congelado. Extendió la mano, dedos a centímetros de distancia, dudando -¿De dónde sacaste eso?- dijo con voz tranquila y completamente serio.

-Era de mi abuelo- dijo Yugi -Un amigo se lo dio después de que le salvó la vida ¿Puedes usarlo?-

-¿Usarlo?- una risa salió de la garganta de Set, sonando dolorosa -Ella sirve a quien ella elige. Y nunca entendí por qué yo...-

-¿Ella?- susurró Yugi, y Set se estremeció. Su mano se curvó y apartó la mirada.

La sombra acechaba detrás de los ojos de Yugi, zumbando bajo su piel – Isis lo decía en serio ¿no?. Cuando te llamó faraón-

Los ojos de Set estaban muy abiertos y doloridos, una expresión en su rostro que Yugi había visto solo una vez antes, en Kaiba de todas las personas, cuando había sido arrojado a un montón, roto y golpeado, fuera de la casa de Pegaso, su hermano y su negocio despojado de él. Había mirado a Yugi, su rostro era una máscara, sus ojos brillantes e intensos, y Yugi supo en un instante que había un hombre al que le habían quitado todo, tenía la esperanza tan completamente despojada de su alma de que todo lo que quedaba eran huesos frágiles.

-Yo- dijo Set. Buscó en su rostro, con los ojos fijos en las facciones de Yugi -Me lo dejó a mí. El Reino. La responsabilidad. Y fracasé-

Extendieron la mano, un impulso mezclado, la tarjeta todavía metida entre sus dedos, presionando su mano contra el pecho de Set. Pero fue Yugi quien hablo -El fracaso es parte de la vida, como lo es la derrota. No significa que no puedas volver a salir victorioso-

La mano de Set se cerró alrededor de la de ellos, deslizando la tarjeta de sus dedos, mirando a la tinta apenas visible, la expresión grabada con anhelo y una tristeza que ni Yugi ni la sombra podían interpretar. Pero cuando el agarre de Set se cerró alrededor de la tarjeta, sintieron una profunda sensación de rectitud, como si una pieza del Rompecabezas fuera colocada en su lugar.

Retiraron la mano y buscaron en la oscuridad el cuchillo que habían dejado caer en la caída. Las piernas de Yugi temblaban incontrolablemente, pero las juntó e intentó ponerse de pie.

Set lo atrapó mientras luchaba en posición vertical y tuvo la extraña y débil impresión de que el brazo de la sombra le rodeaba los hombros y lo sostenía. Como uno, hombre, chico y fantasma, entraron cojeando a la casa, excluyendo el terror y la vasta e insondable incertidumbre de la noche. Al menos por un rato.


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