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Siempre tuyo por 1827kratSN

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Ese mundo era tan caótico que las explicaciones estaban de más, porque ni bien se daban un respiro, otra amenaza empezaba. Tanto fue así que los niños de trece años terminaron siendo sus guías en una carrera contra reloj, una que fue escoltada por el castaño Tsunayoshi de ese universo, quien de pronto se lanzó contra un enemigo que portaba armamento pesado y vestía ropa militar.

Oh sí, si eso era considerado raro, deberían preguntarle al chico que con colmillos y garras se abrió paso entre dos uniformados que amenazaron con dispararles, sin importar que tres de sus integrantes fueran unos niños pequeños que se resguardaban detrás de dos “humanos”. ¿Qué mierda tenían en la cabeza esos tipos que se consideraban parte de la armada de resguardo?

Y eso no fue lo único.

El llamado Sora no peleó como normalmente haría cualquiera, sino que… destajó los brazos del enemigo, cortó los cuellos usando sus propias garras que crecieron a voluntad como extensiones de lo que deberían ser uñas normales, y se manchó de sangre los labios pues sus colmillos terminaron por destajar la garganta del soldado que dudó en dispararles. Tsuna y Reborn ni siquiera pudieron asimilar esa escena lo suficientemente rápido, porque la chica de nombre Ai les señaló la ruta de escape que debían tomar.

No habían pasado más de media hora ahí y habían visto al menos dos muertes sanguinarias en manos de un simple niño de trece años, escuchado la batalla que daba el Tsuna de ese universo en contra de militares, y a más de eso, estaba claro que las divisiones sociales en ese mundo eran completamente diferentes a las imaginadas. Ya no eran “usuarios de llamas” y “no usuarios”, eran unas bestias sobre dotadas en contra de los humanos. Lo certificaron cuando escucharon los denominativos de sus enemigos, quienes los acorralaron en un callejón.

 

—¡Maten a los clase A!

—¡Les desgarraré el cuello, hijos de puta!

 

Tsuna solo pudo cargar en brazos al más pequeño de los niños y dejar que Reborn cuidara de los otros dos, estaba dispuesto a defenderlos si era necesario. Activó sus llamas de la última voluntad y se preparó para un ataque que no llegó, porque el Tsuna de ese universo fue quien despejó la zona en un abrir y cerrar de ojos.

Aquel castaño se enfrentó al enemigo mientras daba saltos sobrehumanos, se aferraba de paredes usando garras, y desgarraba gargantas con tal habilidad que forjó una escena de película de terror en menos de cinco minutos. No hubo bala o amenaza que detuviera a la bestia que al final quedó bañada en rojo, riéndose del des fortunio ajeno, y fulgurando en una amenaza letal que los pequeños miraban sin asustarse siquiera.

¿Qué tan dañado estaba ese mundo?

Los niños no el temían a la muerte, los adultos no se detenían a pensar en el bienestar mental de los niños, se mataban entre sí usando sus mejores armas, sobrevivían a la miseria de una guerra sin fin, practicaban canibalismo con tal naturalidad que era casi repulsiva. Lo peor era que Tsuna y Reborn, al ser de un universo alterno a ese, no podían decir nada porque ese no era su mundo. No sabían antecedentes ni razones y solo eran espectadores a la orden de que el tiempo de su visita se terminase. Ni siquiera tuvieron espacio como para vomitar ante tal escena inhumana, o para generarse un trauma como pocos, porque ahí nadie se detenía.

 

—Sigue, sigue —mandaba el castaño de ese mundo—. No te detengas o te dejaremos atrás.

—Lo sé —jadeaba el castaño “original” mientras corría con el más pequeño del grupo en brazos.

—Nos siguen rastreando —murmuró Sora mientras olfateaba el aire—. Nos vamos a tener que dividir.

—Bien —el mayor de ellos se paró en seco—. Sigan adelante. Los veré en la sección tres del siguiente distrito.

Mamma, no dejes —apenas susurró el bultito que hasta ese punto se quedó callado en brazos de la copia de su madre.

Mamma irá por ti, Teo —ese Tsunayoshi le dio una última sonrisa a su hijo—. No te asustes.

—Los cuidaré con mi vida —ofreció Tsuna.

—Hazlo —respondió su versión de ese mundo—, porque si algo les pasa… mi Reborn te destajara en trozos —amenazó con seriedad.

 

Amenaza latente que quedó en la cabeza de Tsuna mientras los minutos pasaban y su retorno a su mundo no se daba. Adrenalina a tope mientras seguían corriendo entre callejones o alcantarillas, dudas crecientes mientras más desafíos cursaban en una huida casi infinita que se extendió hasta que la oscuridad se hizo sobre ellos. Reborn se mantenía alerta, con los sentidos al borde del colapso, escuchando hasta el más mínimo ruido, mientras que los dos niños más grandes cargaban en sus espaldas a sus hermanos menores para seguir con la ruta.

Tal estrés les traería consecuencias, pero lo dejarían para después.

No supieron cómo o porqué, pero llegaron a lo que pareció ser la salida, porque ya no se escuchaban los gritos o ruidos de batalla. Era un claro río, que a la vez era la desembocadura de las alcantarillas. Al parecer, incluso en ese mundo, la contaminación era un problema. Aunque, teniendo en cuenta todo lo demás, ese era un problema casi despreciable.

Se metieron en las aguas calmadas, que le llegaba hasta el pecho a Tsuna. Reborn tuvo que ingeniárselas para no ceder ante la humillación de ser ayudado para no hundirse, y los guías nadaban con habilidad dada por el exceso de ejercicio que fueron obligados a cumplir desde que tenían memoria. Pero Ai, la menor de los gemelos mayores, apenas y pudo llegar entre jadeos roncos y una tos que denotaba el sobreesfuerzo. Sora la cargó por el resto del tramo hasta que arribaron a una casona en medio de algo semejante a una granja sin dueño, pero donde aún había animales de consumo rondando por ahí.

 

—Respira, respira —Sora recostó en el suelo a su hermana—, cálmate —pero la pequeña Ai seguía jadeando roncamente.

—¿Qué le sucede? —Tsuna se acercó a los niños mayores con el pequeño Teo en brazos, el pequeño aún estaba despierto como pocos niños de esa edad.

—Es humana —Sora se limpió el sudor de la frente—. No está hecha para estos esfuerzos.

 

Niji y Yume, los gemelos de once, rápidamente recorrieron la casona, sus pasos resonaban porque sus pies estaban desnudos y mojados; volvieron con una manta vieja y algunos trapos que envolvieron para formar una almohada improvisada para su hermana. Teo se quedó calladito, sentado cerca de su hermana Ai, acariciándole los cabellos. Sora, por su parte, desapareció fuera de la casona, pero regresó pronto con un poco de agua en un cuenco. Reborn no se quedó ahí, él decidió recorrer la casa para averiguar los pro y contras del refugio, además, contaba las balas que cargaba en su cuerpo para saber qué tan efectiva sería su defensa de ser necesario. Y Tsuna, él… se atrevió a usar sus llamas tipo cielo para intentar mejorar el estado de Ai.

 

—¿Y ustedes qué son? —se arriesgó a preguntar Reborn cuando todo se calmó, recibiendo la mirada de Yume y Niji.

Clases A —respondieron los gemelos a la par—, destructores y bestias. Herederos de Verde, nuestro creador y jefe alterno.

—¡Callados los dos! —exigió Sora, porque aun desconfiaba de los recién llegados—. Que si bien estamos cuidando de estos humanos —los miró con desconfianza—, no sabemos si están aliados a los enemigos de aquí.

—Sora —murmuró la muchacha recostaba en el suelo—, tengo sed.

 

El corazón de la única humana del lugar era débil, por eso la vieron desmayarse y dormir sin que nada lograse despertarla, acurrucada en el suelo duro, siendo ayudada por su hermano para cambiarse esa ropa y usar una que encontraron en esa casona. Los hermanos menores corrían de arriba abajo buscando algo de comer para su hermana, el más pequeño de ellos se hallaba mirando la puerta de vez en cuando y exigiendo atención cuando quería ir al baño, todos centrados en la azabache que palidecía bajo la luz de la luna en esa noche casi madrugada.

Tsuna hizo todo lo que pudo por ayudar, exigiendo que Reborn curara lo mejor posible los rasguños de Ai, quien dormía acurrucada en las mantas que los menores hallaron por ahí. Los demás se negaron a la ayuda de esas raras llamitas amarillas que no quemaban pero que curaban, porque sus heridas no eran graves y sus cuerpos estaban listos para afrontar peores cosas. Era tan triste escuchar eso de unos niños que parecían razonar como adultos, y quienes solo esperaban que todo mejorase.

Fue un caos de nunca acabar.

Tsuna ni se dio cuenta del momento en que su barrera de protección dejó de funcionar.

En la mañana, con los primeros rayos del sol, Reborn dio el aviso de que alguien se acercaba, y antes de que se pusiera en guardia, Yume dijo que era su madre. Olvidaron los raros denominativos que tenían en ese mundo y esperaron. El Tsunayoshi de ese mundo arribó caminando despacio, bañado en sangre ajena…, pero también de la suya, porque al parecer no pudo evitar un par de heridas, mismas que fueron atendidas por los propios niños en cuanto les fue posible. Aquel castaño se negó rotundamente a recibir ayuda de la copia joven del Reborn que conocía.

 

—¿Puedes explicarme qué pasa aquí?

—Cierra el pico —el Tsuna de ese mundo gruñó—, y mejor dime… ¿cuándo carajos se irán?

—Debimos irnos hace horas —confesó Tsuna—. No sé qué pasó.

 

Reborn y Tsuna mantuvieron a ese castaño en la mira, viéndolo aguantar las quejas por heridas que seguramente contenían balas aun incrustadas en su cuerpo, porque no dejaba de sangrar. No entendían el aguante de aquel chico, pero se enteraron por Niji que los de su clase estaban hechos para sobrevivir en condiciones extremas, y sus habilidades curativas les facilitaban el proceso. Yume terminó la explicación al decir que eran esas habilidades especiales las que los condenaba a ser perseguidos por la armada.

Era un desastre.

Un mundo cruel.

Otra cosa que fingieron ignorar fue cuando el Tsuna castaño de ese mundo, se quitó la camiseta y decenas de marcas denotaban la dura vida que seguramente llevó, pero eso no impidió que se fijaran en una cicatriz larga en el vientre del chico. Quisieron preguntar, pero eso no sería conveniente, menos si aquel Tsuna aún se veía renuente a convivir con su copia.

 

—Ven con mamma, Teo.

 

Ese Tsuna podía ser sanguinario, agresivo, y grosero, pero había otro lado que mostraba solo a aquellos pequeños. Aquel castaño sonrió ante su hijo menor, cargándolo cuidadosamente para proceder a besarlo y peinarlo con sus dedos, demostrando que era un padre como cualquier otro, que velaba por el cuidado de sus hijos. Los niños más grandes ayudaban con el cuidado de Ai, quien seguía en un sueño profundo. A veces miraban por las ventanas esperando algo o a alguien, pero después seguían en aquel descanso que hasta parecía irreal después de lo pasado en esas horas.

Fue algo tranquilo hasta que la tarde empezó a caer otra vez.

 


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