Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Belleza Oculta por HelaXavier

[Reviews - 1]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Charles se sentía como una basura, Bueno, quizá no tan literalmente, pensó, con las manos en las caderas, pero sí lo suficiente como para perder el sueño y pasear por la casa a medianoche; deseó haber mantenido la boca cerrada, eso le pasaba por haber crecido en un colegio lleno de niños en el que, si uno no hablaba, lo hacían los demás.


Quería pedirle disculpas, pero Erik no le respondía por el intercomunicador ni atendía la puerta, Estaba claro que quería evitarlo, es un cabezota, pero sabía que lo que había dicho era cierto.


Él castaño le hacía sentir cosas porque viviendo solo en ese castillo casi deshabitado, hacía tiempo que no podía sentía nada, ahora ese precioso hombre y su hija estaban allí, podía notar su aislamiento con mayor fuerza, y más dolor.


Pero él misterioso hombre también afectaba al ojiazul, y mucho, se sentía un doncel, deseado, cálido, y sobretodo, comprendió, lo cual era algo que había echado de menos, desde que rompió con William, ni la ropa nueva, ni los baños de burbujas, ni los caprichos lo habían conseguido; pero Erik es muy distinto a su ex prometido y a cualquier otro hombre que hubiera conocido antes.


Solo Erik hacía que su corazón martilleara agresivamente contra su pecho y que su sangre fluyera como fuego líquido a través de sus venas, es como si un radar interno hiciera saltar a sus células gritando de deseo cada vez que él se acercaba.


Ni siquiera hacía falta que le tocase, y Charles no sabía si eso le gustaba del todo, William casi había acabado con la confianza en él mismo, y había aceptado el trabajo en Esposos a Domicilio para alejarse lo más posible de su ex prometido, no estaba seguro de querer arriesgarse con otro hombre.


Era obvio que lo primero en lo que pensaba Erik es en la apariencia, en la propia y... en la de su niñero, justo lo que desea evitar, con un suspiro, encendió la luz de la biblioteca.


Las paredes estaban cubiertas de estanterías llenas de libros, había un sofá y un sillón junto a la chimenea y un escritorio a un lado, en una esquina, había una armadura que parecía un centinela; es una habitación bastante masculina. Percibió el olor a tabaco y comprendió que venía de la pipa que había en el cenicero de cristal sobre el escritorio, recorrió minuciosamente la habitación con los ojos.


—¿Señor Lehnsherr? —llamó suavemente, la idea de verlo nuevamente después de lo sucedido, le asustaba y excitaba al mismo tiempo.


Como no hubo respuesta, tocó la cazoleta de la pipa, estaba templada, miró a su alrededor e intentó imaginárselo allí sentado, ¿Serían esos libros su única compañía aparte de Warren? Sintió una oleada de compasión, pero la desechó; sabía que Erik desaprobaría ese pensamiento. 


Recorrió los lomos de los libros con el dedo, que, hacia el escritorio, se sentó en la silla de cuero y recogió las piernas hacia un lado, se preguntó si Lehnsherr solía leer allí por la noche y si él ojiazul le había robado esa libertad con su presencia.


Conocía a los niños y sabía que Wanda no se contentaría con no ver a su padre, odiaba pensar en el momento en que exigiera hacerlo, aunque él viviera como un recluso, no podía esperar que la niña hiciera lo mismo, con ese pensamiento, se prometió que no abandonaría el castillo hasta que Erik y su hija se conocieran y pudieran vivir juntos como una verdadera familia.


Se frotó los brazos y vio unas fotos enmarcadas que había en una esquina de la mesa, se inclinó lo suficiente para poder inspeccionarlas, una de ellas era una foto de boda, antes del accidente.


—¡Oh, Dios mío! —musitó, dejándose caer en la silla— Era guapísimo — aunque su esposa era preciosa, digna de un desfile de modelos, Erik dominaba la foto por completo, el cabello rubio le caía sobre la frente; sus ojos azules grisáceos, iguales a los de Wanda, sonreían al fotógrafo, sus rasgos eran firmes y perfectos, aristocráticos; no era guapo simplemente, era devastador, a Charles le dio un vuelco el corazón al pensar que un hombre así se pudiera interesar en él.


Al otro lado del pasillo, frente a la biblioteca, Erik se frotó la boca, se había olvidado de la foto, desde que era un adolescente, había tenido más mujeres de las que podía contar, y alguno que otro desliz con un hombre o doncel, todo gracias a su aspecto, hasta el día de su accidente.


El castaño colgó las piernas desnudas del brazo del sillón y Erik le observó, llevaba una escotada camiseta en cuello V de color azul y, por lo que podía ver, un diminuto short del mismo color; su cuerpo se tensó al pensar que solo los separaban unos metros, que eran kilómetros, sí él castaño veía su rostro, comprendería que el hombre de la foto había muerto cuatro años antes.


Charles frunció el ceño y dejó la foto en la mesa, miró hacia el umbral y vio una sombra en la pared del vestíbulo, se levantó, cruzó la habitación lentamente y se asomó al pasillo.


—Sal de dondequiera que estés —no hubo respuesta, pero sabía con certeza que estaba por allí, podía sentir su presencia— Déjalo ya —advirtió, saliendo al vestíbulo y escrutando las sombras— Solo eres un fantasma si pretendes serlo, pero si quieres hablar conmigo, solo hazlo, por el amor de Dios.


Silencio, interminable y solitario.


—Bueno, ¡Pues yo sí quiero hablar contigo! —exclamó exaltado.


Oyó un movimiento al final del pasillo y corrió hacia allí, llegó a la cocina a tiempo de verlo abrir la puerta y salir, corrió tras él como si fuesen niños jugando a las atrapadas — ¡Erik!


Él titubeó un instante y después, cubierto con una oscura sudadera con capucha, echó a correr hacia la playa, Charles lo observó hasta que las tiras reflectantes de sus zapatillas deportivas desaparecieron en la oscuridad, No puedes seguir en la sombra para siempre, pensó para sí.


--------------------------------------------


Charles se convenció de que los niños eran mucho más resistentes que los adultos, esperaba que Wanda se encontrara inquieta y asustada por la mañana, pero no fue así; la pequeña entró en su dormitorio con una sonrisa esplendorosa y actitud inquisitiva, quería conocer su nueva casa, jugar y pasarlo bien; y al castaño no le importó nada olvidarse de las tareas hogareñas y dedicarle el día entero.


Wanda se rio cuando Charles intentó meter sus piernas entre los pasamanos del tobogán, estaba claro que no era para adultos, por lo menos para adultos que tuvieran piernas kilométricas, miró a Wanda, hizo un juguetón movimiento de cejas y se deslizó hacia abajo, para su mala suerte no pudo parar al borde y acabó sentado en el suelo de golpe; la pequeña soltó una carcajada y corrió hacia él.


—Creo que estoy algo oxidado para esto— dijo mientras comenzaba a reír al igual que la pequeña.


—¡Otra vez! —exclamó Wanda dando saltitos.


—Oh, no. Creo que hoy te toca a ti ser la reina del tobogán —dijo, poniéndose de pie y sacudiéndose el polvo del trasero de su pantalón negro.


Wanda no se hizo de rogar y Charles sonrió al verla subir, sus piernas apenas alcanzaban los peldaños, se tiró del tobogán y cayó de pie, haciendo que él castaño se preguntara si los aterrizajes perfectos eran un don que se perdía con la edad.


Cuando se cansó del mini parque en el jardín del castillo, Charles le sugirió ir a la playa, a lo cual Wanda se mostros emocionada, recogió un cubo y una pala del arenero y corrió hacia allí con la pequeña.


Cuando llegaron, Charles tiró el cubo y alzó a Wanda por el aire, volteándola y haciéndole cosquillas, la pequeña gritó y rio encantada; se sentaron en la arena húmeda y, para sorpresa de Wanda, el ojiazul se puso a construir un foso para el castillo de arena.


—Estoy toda llena de arena —comentó la pequeña cuando volvían hacia él castillo.


—Se quitará con un baño caliente —dijo Charles, encogiéndose de hombros sin darle importancia.


—¿No te vas a enfadar? — pregunto la pequeña un tanto temerosa.


—Claro que no, cariño —se acuclilló y miró a Wanda a los ojos— No se puede vivir al lado de la playa y no llenarse de arena.


—A mi mamá no le gustaba la arena —la pequeña se echó a llorar y Charles, entristecido, la levantó en brazos y se puso en pie.


Desde lejos, Erik vio como Wanda comenzaba a llorar, sintió una punzada en el corazón cuando Charles la levantó en brazos con cariño y la llevó de vuelta hacia la casa.


Los observó, preguntándose por qué estaba triste su hija, deseando estar con ellos; sintió una oleada de celos, no había podido trabajar en todo el día, pues iba de ventana en ventana, atraído por sus risas.


Él castaño se detuvo en la entrada principal y miró hacia arriba, Erik se apartó demasiado tarde, la expresión de charles lo decía todo: Tú deberías estar aquíconsolándola.


Charles subió a Wanda al dormitorio, murmurando palabras cariñosas mientras la pequeña sollozaba en sus brazos, le quitó la ropa húmeda y arenosa y le dio un bañó caliente, lleno de burbujas y animalitos de plástico.


Media hora después Wanda estaba limpia y lista para la siesta; se quedó dormida encima del sándwich de pollo en la barra de la cocina, Charles la subió a su dormitorio en brazos; después de acostarla en su cama de princesa, volvió a la cocina a fregar los platos de la merienda; preparó una bandeja para Erik y algo para Warren; pulsó el intercomunicador, esperando que le respondiera esta vez.


—La merienda está servida, milord —anunció con sarcasmo.


—Gracias — se alegró qué por fin, el hombre se dignará a contestarle.


—No pienso subirla y dejarla frente a la puerta de tu habitación, tendrás que bajar y arriesgarte a chocar conmigo en plena luz del día.


—Charles, por favor...


—Tengo trabajo, señor Lehnsherr, cosas que no he podido realizar, porque estuve jugando toda la mañana con Wanda.


—¿Por qué estaba triste? —preguntó Erik tras unos segundos de silencio, el ojiazul decidió ahorrarle los detalles y fue directo al grano.


—Extraña a su madre.


—Tuve la impresión de que lo solucionaste.


—Lo intenté —dijo el castaño, recordando con dolor el llanto de Wanda.


—Gracias, Charles.


—De nada, es una niña encantadora y muy dulce. ahora sal de esa cárcel y baja a merendar.


—Te comportas como un tirano.


—Así es como soy —replicó el otro, ignorando el tono divertido de su voz—. Charles el despiadado —apagó el intercomunicador, pero un momento después volvió a encenderlo— Y cuando te pida disculpas por lo de anoche, espero que estés en la habitación conmigo, ¿me oyes?


Erik lo llamo, pero no obtuvo respuesta a cambio, Charles iba a conseguir que saliera, aunque fuera lo último que hiciera en la vida, lo devolvería pateando, gritando y aplaudiendo al mundo de los vivos.


-----------------------------------------


Erik oyó los gritos de Wanda, que aumentaban de intensidad mientras corría hacia su habitación a través de los pasillos, abrochándose el cinturón de su bata de seda, abrió la puerta lo más rápido que logro y miró la cama, su pequeña se retorcía entre las sábanas rosas.


La lamparita de noche daba una luz tenue, y Wanda chilló justo cuando llegó a su lado; la tomó en brazos, susurrándole que todo iba a esta mucho mejor y que él estaba allí con ella, su hija estaba rígida y temblorosa, y sus manitas se engancharon a la bata con desesperación.


—Papá está aquí, cielo, papá está contigo —murmuró, frotándole la espalda con ternura, la pequeña logro tranquilizarse un poco, mientras las lágrimas resbalaban por sus pequeñas mejillas.


—Tenía... tenía miedo.


—Lo sé, cariño, lo sé.


—Oh, papi, mami se ha ido y no volverá —sollozó aún más fuertemente desconsoladoramente.


Él apretó los ojos, preguntándose cómo se enfrentaba una niña de cuatro años al dolor, a una muerte que no entendía —Ahora yo estoy aquí, Wanda.


Los sollozos se acallaron lentamente; cuando se abrazó a su cuello, Erik se tensó, su pequeña no parecía notar las profundas cicatrices, lo cual lo relajo un poco, acunándola con cariño, deseaba protegerla, ser el caballero andante de sus sueños, ese que la rescatara de los dragones, quería que se sintiera segura a su lado.


La besó en la cabeza y le dijo que estaba muy feliz de que estuviera allí, y que le hubiera gustado conocerla antes; cuando la niña se durmió, siguió con ella en brazos un buen rato, era la tercera noche que tenía una pesadilla y las dos anteriores Charles había llegado a la habitación antes que él.


Él castaño debía estar agotado, habían pasado el día jugando en los columpios y en la playa, incluso había observado cuando le enseñaba a Wanda a dar volteretas; después, con la ayuda de Warren, montaron en la yegua y pasearon por la playa, él percibió que se llevaban muy bien y sintió celos del ojiazul, por no poder compartir esos momentos con su hija, aunque le alegraba que Wanda fuera feliz; era obvio que Charles sería él doncel perfecto, se preguntaba por qué no se había casado ya.


Erik oyó el crujido de la puerta al abrirse, se puso en pie y se ocultó enseguida en el pasadizo, Charles entró al dormitorio con el ceño fruncido, segura de haber oído algo, miró a su alrededor y se inclinó para darle un beso a la pequeña, al hacerlo percibió un olor que no pertenecía a Wanda, era un olor especiado, enmaderado..., masculino, se irguió casi al instante.


—¿Señor Lehnsherr? —susurró, pero no hubo respuesta, sabía que había estado con Wanda, aunque estuviera dormida, eso lo alegró; implicaba que no existía el distanciamiento que creía por parte del rubio.


Salió de la habitación y decidió prepararse un té de durazno; los pasillos estaban iluminados con tenues luces laterales, en el suelo, así Erik conseguía que su rostro siempre estuviera en la penumbra, fue a la cocina y cuando coloco la tetera al fuego, oyó el chisporrotear de la madera; en seguida corrió al salón; la chimenea estaba encendida, se acercó lentamente a calentarse los pies desnudos, y percibió la misma esencia que en Wanda, sentía la presencia del rubio a su espalda.


—Quédate.


Charles se volvió, se encontraba sentado en una silla de respaldo alto, con el rostro sumido en las sombras, le irritaba el hecho que Erik siempre supiera exactamente cómo y dónde situarse para que no pudiera ver su rostro, recorrió con los ojos la bata de seda roja que cubría sus piernas.


—¿Por qué no estás durmiendo?


—Supongo que se debe a la falta de actividad —replicó Erik, llevándose una vaso de whisky a los labios, el castaño notó que su mano derecha era lisa y sin cicatrices, pero que escondía la otra junto a su cuerpo.


—Eso es culpa tuya, nadie aquí te pide que te quedes encerrado en tu torre.


—No quiero discutir sobre eso, Charles, solo déjame en paz y únete a mí, la botella de whisky está en el aparador —dijo, indicándolo con su vaso, el ojiazul titubeó, preguntándose si era prudente quedarse allí con él —¿Tienes miedo? —preguntó él rubio luego de un momento.


—¿De ti? —Charles rio suavemente—No, ladras, pero no muerdes realmente.


—¿Cómo lo sabes?


—Fácil, porque no te acercas lo suficiente como para poder morder —se burló él castaño.


—Qué valiente señor Xavier — murmuró él contra el vaso, deseando que se sentara de una buena vez.


El fuego iluminaba la bata de satén blanco, y veía al trasluz la silueta del sensual y casi desnudo cuerpo de Charles, intentó controlar su frustración, pero no podía apartar la vista; la perfección se erguía demasiado tentadora ante él, y notó la tensión entre sus muslos que le provocaba al verlo, no quería desearlo, pero era humano, como cualquier hombre, Charles es una belleza de piernas fuertes, torso fino y esbelto, con una cadera pequeña, de ojos encantadores y labios demasiado tentadores, esta preciosura estaba en su casa, solo para él, embrujándolo.


—Siéntate, Charles —pidió al fin, incapaz de soportar esa visión un segundo más.


—Voy por mi té —replicó el castaño volviendo a la cocina. Cuando regresó Erik lo esperaba y eso le alegró, a pesar suyo, se sentó en un extremo del sofá, junto al fuego y, con la taza en las manos, miró el bailoteo de las llamas, él rubio se revolvió en la silla y Charles lo percibió sin verlo.


Oigo cómo se agita tu respiración cuando me acerco, siento tu cuerpo vibrar..., le había dicho la noche anterior. Se preguntó si percibía lo que sentía en ese momento; bebió un sorbo de té, deseando alejar esas sensaciones, pero no pudo, recordó la fotografía y pensó lo difícil que debía ser para un hombre que habría hecho suspirar de deseo a muchas mujeres, el pensar que ahora se estremecían de horror al verlo.


—Lamento lo que dije la otra noche —dijo el ojiazul, mirando en su dirección, aunque no pudiera ver su rostro.


—¿Por qué? Tiene razón Señor Xavier.


—Fue una grosería expresarlo con palabras, estaba fuera de lugar.


—Acepto la disculpa.


—Gracias, señor Lehnsherr.


—Creo que nos hemos herido y agredido lo suficiente como para utilizar nuestros nombres de pila.


—Oh, Erik —murmuró suavemente—No era mi intención herirte.


—La verdad te hirió más a ti que a mí.


—¡Deja de ser tan testarudamente frío! —dejó la taza sobre la mesa con un golpe.


—¿Qué quieres que haga? ¿Negar que siento atracción por ti? Eres como un chico de póster, por Dios santo.


—¿Y qué? Mi cuerpo y rostro es un mero accidente de la naturaleza, no soy lo que aparento ser —se puso en pie, airado porque lo hicieran sentir tantas cosas cuando se había jurado olvidarse de los hombres, no volver a involucrarse con alguien que no viera más allá de su rostro, que ni siquiera lo intentara—¿Sabes lo que pienso?


—Estoy seguro de que me lo dirás —masculló él secamente.


—Pienso que no te atreves a arriesgarte, que has olvidado cómo ser una persona normal, en vez de un oso gruñón y exigente al que han despertado de la hibernación.


—Sé lo que quieres, Charles, pero no puedo permitirlo, y no lo voy a hacer.


—¿Y yo no tengo voto? —con los brazos cruzados le miró, Erik agarraba con fuerza la base del vaso —Veo que la opinión que tienes de mí empeora por momentos.


—No, pero la experiencia me ha enseñado mucho —explicó él rubio con paciencia, deseando que el castaño llevara algo más de ropa puesta y se alejara algunos pasos del fuego—Simplemente odio lo que me haces sentir.


—¿Odio? Oh, cualquier persona se derretiría ante tanto halago, Erik; pero ya dejaste claros tus sentimientos la otra noche, supongo que es una suerte que solo vaya a quedarme hasta que puedas ocuparte de Wanda como un padre de verdad — espetó el ojiazul, encaminado se hacia la puerta.


—Entonces no podrás irte nunca.


Eso lo detuvo y le miró con una mezcla de compasión y furia; el fuego iluminaba su cabello rubio y sus anchos hombros; deseó por un lado sentarse en su regazo y sentir el calor de su cuerpo, pero, por otro lado, golpearlo hasta que recuperara el sentido común.


—No puedo quedarme para siempre, Erik.


—Tenemos un contrato legal —replicó Erik, poniéndose en pie tras la silla, Charles percibió cierto pánico en su voz y se arrepintió de haberlo amenazado, pero lo desesperaba su tozudez.


—Sí, lo tenemos —lo tranquilizó suavemente; alzó la mano hacia él y, como un gato al acecho, Erik agarró su muñeca y la apartó.


—No intentes tocarme, entra en el contrato.


Se quedaron quietos y Charles sintió un cosquilleo de anticipación en la piel, sería fácil dar un tirón y arrastrarlo a la luz, pero no quería que perdiera la confianza en ella, Erik necesitaba tiempo.


—Te propongo un trato —dijo—Si no me echas en cara mi etapa de modelo yo no intentaré mirarte.


—De acuerdo —con una risa profunda, lo soltó.


Charles sintió el sonido recorrer su espalda como una corriente eléctrica. Asintió, y dio un paso hacia atrás, deslizando la mano por el respaldo de la silla, Erik apretó el vaso con fuerza, al imaginar esa delicada mano acariciándolo.


—Una cosa más —dijo él ojiazul, deteniéndose en el umbral.


—¿Sí? —se volvió, él castaño estaba de espaldas.


—Soy un hombre sincero, casi nunca me callo nada. Si me enfadas te diré por qué y... —giró el cuerpo levemente hacia él rubio—... y no pienso pagar por la traición de ella, ni por su debilidad mental.


Se refería a Magda, y Erik sabía que tenía razón, Magda y Charles no se parecían en nada, pero, aun así, no quería arriesgarse a ver en sus ojos una mirada de horror como la de su difunta esposa.


—Dices eso porque no me has visto.


—No necesito verte, Erik, para saber qué clase de hombre eres en realidad —se dirigió hacia la escalera y cuando rozó el primer escalón, él rubio se puso a su espalda, Charles no se volvió, el calor que irradiaba su cuerpo la envolvió y cerró los ojos, esperando, casi se le doblaron las rodillas al sentirlo tan cerca, se agarró a la barandilla en busca de algún apoyo.


—Piensas que soy honorable —le dijo él al oído, provocándole un escalofrío.


—No lo pienso... sé que lo eres.


—Quizás deberías recordar que hace tiempo que no veo a alguien tan bello, a nadie,


—¡Qué halagador! —susurró él castaño, con un nudo en la garganta.


—Deberías sentirte halagado, porque eres lo único que me ha hecho desear salir de las sombras —él ojiazul sintió un cosquilleo en el estómago— Maldita sea, Charles — continuó él con voz ronca por el deseo— Cuando te veo, lo único que deseo es probarte...


Él ojiazul notó un calor abrasador que lo quemaba y se puso la mano sobre el corazón desbocado, intentando fallidamente controlarse.


—...sentir tu blanca y suave piel desnuda bajo mi boca...


Charles se tragó un gemido.


—...y estar... —su voz se convirtió en un gruñido—... profundamente dentro de ti.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).