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Belleza Oculta por HelaXavier

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—Charles — le llamó Wanda desde el salón— ¿Qué es todo esto?


Él doncel se secó las manos con el paño de la cocina y cruzó el comedor, se quedó muy quieto y parpadeó varias veces confundido al ver las cajas de madera, la mitad está atada por lazos rosas, y la otra mitad con lazos azules


—¿Por qué no lo averiguamos pequeña? —miró la nota que había sobre las cajas, dirigida a él, le abrió y leyó: "Muéstrame algo más de tu talento", junto a las cajas había uno de sus dibujos que le había hecho de Wanda a lápiz, con una pequeña nota pegada en una de las esquinas, la cual decía: "Es precioso, has captado su belleza excepcionalmente bien, lord Lehnsherr".


La firma de Erik le provocó que una sonrisa se formara en su rostro, al menos Erik apreciaba su sentido del humor.


—¿Para quién son Charles? —preguntó la pequeña emocionada, dando saltos de anticipación a la vista de los regalos.


—La nota dice que las cajas con lazos rosas son para ti y la de lazos azules son para mí —aflojó los lazos que unían todas las cajas y le entregó las cajas a Wanda, la niña se sentó en la alfombra, curiosa las abría y dio un grito de sorpresa, dentro había cuentas de colores, brillantina para decorar, lápices de colores, rotuladores, acuarelas muchos cuadernillos con hojas blancas— Son de parte de tu papá —dijo el ojiazul, la pequeña le miró resplandeciente, sus ojos destellan emoción.


Charles sonrió, Erik había pedido disculpas a su hija del único modo en que conocía; Wanda le preguntó si podía probarlo todo y el doncel asintió, puso un mantel viejo sobre la mesa del comedor y llevó un vaso con agua para que pudiera probar las acuarelas, cuando Wanda estuvo instalada, Charles se volvió al salón, con un suspiro, abrió la primera caja y encontró papel, carboncillo y todos los utensilios necesarios para dibujar, la caja siguiente contenía acuarelas de buena calidad, paleta y pinceles, en la última había un caballete y un taburete plegables.


Una nota resaltaba en el fondo de la última caja: La habitación amarilla del ala oeste tiene la mejor luz y una vista excelente del río y del pueblo.


Las lágrimas le quemaron los ojos, nadie nunca antes se había molestado en ver más allá de su rostro, en descubrir la persona que era en su interior, a pesar de que las paredes de su antiguo apartamento estaban llenas de dibujos por toda su pared, William ni siquiera se había fijado.


Adoraba dibujar y pintar, pero lo había dejado por cosas que, en un momento dado, le parecieron más importantes, el arte le proporcionaba una sensación de libertad que no conseguía con ninguna otra cosa; él señor Lehnsherr se la había devuelto.


—vaya, para ti también hay regalos —gritó Wanda, apareciendo a su lado y mirando el interior de las cajas, Charles acarició su cabecita.


—Es maravilloso, ¿no? Tendremos que preparar un lugar especial para utilizarlas.


La pequeña asintió y volvió al salón dando saltos, el doncel se sentó en el sofá y examinó cada artículo, excitado y preguntándose qué debería dibujar, ansiaba poder darle las gracias por tan maravillo regalo, pero sabía que no le recibiría.


Cuando Wanda acabó su primer dibujo, el castaño, lo tomo y lo pegó en la nevera, para regresar por la pequeña y llevarla al baño; le costó convencerla, porque quería seguir utilizando todos los materiales de sus regalos, Charles le prometió que lo haría al día siguiente y, tras un baño, un cuento y su pijama favorito, Charles la acostó, Wanda insistió en tener todos sus regalos cerca de la cama, como si eso la aproximara a su padre.


El ojiazul dejó la puerta entreabierta y se preguntó que estaría haciendo Erik, desde la noche anterior no había hablado con él, no le había llamado una sola vez por el intercomunicador, ni había aparecido entre las sombras, era como si el día anterior hubiera revelado demasiado de su intimidad y necesitara distanciarse de él; aun así, su regalo fue fantástico, Erik es sin duda un hombre complicado.


Tras darse una larga ducha llena de espuma y sales aromáticas, se colocó el pijama y una bata azul, bajó las escaleras, deseando probar las pinturas, así como los diferentes pinceles.


**************


Cuando Erik escucho a Charles abajo, se dirigió al dormitorio de Wanda, impaciente por estar con su hija; se sentó en la mecedora y contempló cómo dormía; la luna bañaba su rostro acentuando su inocencia.


Marina estaba sentada como una reina a los pies de la cama.


—Papá —murmuró Wanda suavemente, como si percibiera su presencia, Erik tomó su mano, y le acarició el dorso con el pulgar— Gracias por las cosas de pintar, papi —dijo ella sin abrir sus ojitos.


—Me alegro de que te gusten, princesa.


—A Charles también le gustan las suyas —dijo la pequeña con un bostezo.


Él sintió un cosquilleo de placer, estaba ansioso por ver a Charles, hablar con él, solo a su lado podía volver a sentirse como un humano, como si sus cicatrices no tuvieran importancia, como si ni siquiera existiesen; tomó el libro de cuentos de la mesilla, lo abrió por la página que había marcado y comenzó a leer, sintiéndose como el hombre más feliz del mundo, al ver la sonrisa adormilada de Wanda.


Erik maldijo el tamaño de su propia casa tras encontrar la biblioteca vacía, él doncel no estaba en su dormitorio ni en el salón, salió de la biblioteca y giró a la izquierda, hacia el ala oeste, diseñada para sirvientes e invitados y que desde hace mucho no se utilizaba.


Subió las escaleras buscándolo y empezando a sentir pánico, ¿Y si Charles se había hecho daño?, ¿si había resbalado del balcón? O ¿si se había perdido al salir de caminata al bosque?; lo volvió a llamar suavemente y, al no recibir respuesta comenzó a abrir puerta tras puerta sin parar de llamarlo.


—¡CHARLES!


—¡Aquí dentro!


—¿Dónde diablo es aquí dentro? Maldita sea, esta casa tiene que ser un laberinto — gruño el rubio, despreciando su casa por primera vez por ser la réplica de un castillo.


Mi Lord dijo que podía usar la habitación amarilla, ¿no es así? —su risa cálida y ligera aún flotaba en el aire cuando llego a la habitación correcta, al final del pasillo, abrió de golpe.


Él doncel luce hermoso, sentado de frente al caballete, con el pincel en la mano— ¿No fue así Mi lord? —insistió él castaño.


—Creo recordarlo Charles, yo mismo te escribí sobre esta habitación.


—Con que el señor Lehnsherr no acostumbra pasear mucho en su propia casa, ¿eh?


—Por esta zona no, ahora me siento como un idiota señor Xavier, lo estuve buscando por todas las habitaciones.


—¿Entonces estabas preocupado? — el doncel trato de sonar casual con su pregunta, aunque su corazón comenzó a latir con demasiada emoción ante las palabras del hombre.


—Diablos, por supuesto que sí, esta casa es tan grande y vieja, además tus salidas nocturnas y tu gusto por los balcones... solo me dieron cosas en que pensar.


—No olvides oscura y fría —añadió él castaño, con una sonrisa leve dibujada en sus labios, giro levemente, pero sin mirarlo.


Erik comprendió que lo hacía por él, las cortinas estaban abiertas y rayos de luz plateada entraban por las ventanas —Estás pintando en la oscuridad, Charles.


—Vaya, Lehnsherr, eres muy perspicaz.


Él rubio rio y, moviendo la cabeza, se acercó; Charles lo sintió tras él, percibió el aroma de su loción para después del afeitado y se preguntó cuándo se habían agudizado tanto sus sentidos al tenerlo cerca; casi podía sentir el calor de su cuerpo a través de la fina bata y el pijama, realmente anhelaba verlo, no por curiosidad, sino para que confiara nuevamente en él.


—¿No es una vista increíble? — el ojiazul señaló hacia el pueblo, que se mostraba ante él por la venta; las casas encaladas de blanco brillaban a la luz de la luna, y la marea lamía la playa; el castillo estaba en un promontorio, como un ogro maquiavélico que dominaba el pueblo, no era extraño que todos temieran a la propiedad.


—Pensé que te gustaría, es espacioso, silencioso, tiene buena luz por las mañanas, lo que me lleva a preguntar... ¿por qué pintas sin luz?


—Quería captar esa imagen, a la isla dormida, en total tranquilidad —dijo el doncel, sobresaltándose cuando Erik puso las manos en el respaldo de la silla.


—Pues la has captado perfectamente —dijo él corpulento rubio, tras estudiar el cuadro a medio pintar, su voz sonó junto al oído de Charles, suave y dulce.


—Las nubes no paraban de moverse y no me dejan obtener una vista del todo clara.


—Hay una tormenta tropical acercándose a la costa, es muy posible que llegue hasta aquí.


—Espero que no — el doncel echó la cabeza hacia atrás, sintiendo el calor de su cuerpo junto a su mejilla, provocándole un estremecimiento— La temporada casi ha terminado y el pueblo ha logrado mantenerse.


—A veces la Madre Naturaleza es muy bruja, pero aquí estamos a salvo, esta casa lleva veinte años aguantando todo tipo de tormentas, si una llega a desatarse, todo estará bien.


—Gracias por mantenernos seguras y gracias por las pinturas, realmente me encantaron —dijo el castaño, tras unos momentos de silencio.


—De nada, por ambas cosas, además, tienes un talento extraordinario, sería una pena que no lo explotarías.


—Gracias Erik—consiguió decir el doncel, emocionado.


—Dime, rey de las pasarelas, ¿era esto lo que hacías en los castings de modelos?, pintar un cuadro impresionante en tiempo record.


—No, claro que no —sonrió suavemente, preguntándose por qué no le ofendía que lo llamara Rey de las pasarelas.


—No me lo vas a decir, ¿eh? —el ojiazul negó con la cabeza con una sonrisa en su rostro— Me encantan los retos, señor Xavier —hizo una pausa y gimió roncamente— Dios, hueles bien Charles.


—Tú también lo hacer Erik —murmuró el castaño, pero, cuando volvió la cabeza para mirarlo a los ojos, él se apartó en automático y huyo a la ventana.


De espaldas, se apoyó en el marco de la alta y estrecha ventana, la luz plateada se derramó sobre su cuerpo y Charles se quedó asombrado al ver su tamaño, debía medir al menos uno noventa, y sus hombros son tan anchos que bloqueaban la luz —Santo cielo, señor Lehnsherr, es un gigante.


—¿será que te asusto? —preguntó él con una risa.


—Huy, sí, ¿acaso no me ves temblar?, ¿Sabes una cosa?, no le parecerías tan macabro a la gente del pueblo si no te esforzaras tanto en alejarlos.


—Ellos no vienen de visita Charles.


—Con la muralla china rodeando la casa y una cabeza de dragón en la puerta, ¿qué esperas?, la casa está aislada y francamente, Erik, no le vendrían mal algunos arbustos o flores alrededor de esos robles, quizá una fuente vendría bien al patio, porque vamos, ver musgo colgando de las ramas es una imagen memorable, pero también bastante tétrica, si se pintara de colores más claros y frescos...


—Charles...


—¿Qué? —el doncel inhaló con fuerza.


—Estás parloteando —dejó caer los brazos y se volvió, apoyándose en la pared derecha de la ventana, a el ojiazul le dio un vuelco el corazón, podía ver el lado derecho de su rostro, intacto y muy atractivo, tenía el cabello demasiado largo y le rozaba el cuello de su camisa, blanca, como siempre; camisa blanca y pantalones oscuros, como si tuviera un montón de trajes de ejecutivo a los que dar algún uso.


—Te cortas el cabello tú mismo, ¿verdad?


—Supongo que se nota hasta en la oscuridad —rio él rubio, pasándose la mano por el cabello.


—Te lo cortaré, si quieres, solía observar como lo hacían los estilistas en las pasarelas, algunas veces recorté el mío cuando el tiempo no era suficiente para todo, no lo hago tan mal.


—No, gracias Charles, no es como si alguien lo viera algún día.


—Eso no viene al caso Erik —el doncel se puso en pie— Lo ves tú... Por Dios, Erik... —guardo silencio.


—¿Qué?


—No podemos seguir así, escondernos en las sombras no nos hace ningún bien.


—Habla por ti mismo, para mí no está mal.


—¿Qué ganas tú?


—Mi privacidad, mi dignidad, mi orgullo.


—No, eso no es cierto —negó con la cabeza— Solo mantienes vivas las heridas que Magda te infligió, no todo el mundo es como ella.


—Hace mucho tiempo que la olvidé.


—Te creo, pero te ha marcado tan profundo que hace imposible que te quieras y eso no me gusta.


—Peor para ti Charles —espetó él, a la defensiva.


—Así están las cosas, ¿no?, si intento acercarme a ti te conviertes en una bestia furiosa.


—No me fuerces, eso no ocurrirá.


—Oh, ¡déjalo ya, Lehnsherr! sé quién eres y como te comportas, pero no qué aspecto tienes, eso me frustra —dio un paso hacia él— Déjame verte por favor.


—No.


—Tu me has hecho el mejor regalo de mi vida —dijo, señalando las pinturas que había esparcidas por el suelo y mesa—Me has visto a mí, no al rostro que todos quieren fotografiar y colocar en la portada de alguna revista, pero no me permites que yo te dé algo.


Él comprendió que quería demostrarle que no se asustaría, que no sentiría repulsión, pero no podía arriesgarse, y menos cuando empezaba a sentirse de nuevo como un hombre, cuando quería salir a la luz solo por el dulce doncel.


—Me has dado una oportunidad con mi hija.


—¿Y eso te es suficiente? —Erik no contestó— ¿Es suficiente? — insistió nuevamente.


—¡Claro que no! —exclamó él— No desde que entraste por la puerta —él dio otro paso hacia él, Erik lo miró fijamente, la luna iluminaba su bello rostro, y el castaño cabello ondeaba alborotando esos traviesos rizos, la bata escondía su cuerpo —Pero es así como debe ser.


—No es cierto, conmigo no.


Erik cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás, abriendo y cerrando los puños, percibía oleadas de su fragancia, embrujándolo, amenazando con romper los últimos vestigios de su voluntad.


—Tengo que irme Charles, justo ahora —el castaño lo agarró del brazo con firmeza— Maldita sea, Charles, solo déjame ir —ordenó, sintiendo sus dedos como brasas en la piel.


—¿Por qué?


El rubio ladeó la cabeza, mirándolo, el doncel estaba a centímetros suyo, el deseo recorrió su cuerpo como una hilera de hormigas viva y cosquilleante, tuvo que hacer un esfuerzo para respirar.


—Porque si te toco, no creo que pueda parar —confesó, tragando saliva.


El corazón de Charles se disparó, le tocó la mejilla y él dio un respingo, sufrió por él, por su dolor, por sus años de reclusión... por todo.


—Oh, dulce —musitó Erik, apoyando la mejilla en su mano, disfrutando de su cálido tacto—No puedo, no puedo, me volveré loco.


—No lo harás Erik.


—Claro que sí —siseó él, tomó su mano y le besó la palma y las yemas de los dedos, temblando.


Un hombre fuerte, que había sobrevivido a una experiencia horrible, un hombre que se escondía en las sombras, temblaba ante el castaño, Charles se sintió favorecido por un don, adorado, y supo que le había entregado su corazón, y que ansiaba entregarle su cuerpo; Erik enredó los dedos en su pelo y acercó la cabeza hacia el castaño.


—Si te vuelves loco, por favor, por favor... llévame contigo Erik.


Un segundo después la boca del rubio lo tomaba, devorándolo, penetrándolo duramente, ardiente de deseo y pasión; Charles lo aceptó y él introdujo la lengua entre sus labios, saboreándolo una y otra vez, no podía respirar ni pensar, solo sentir, llevaba mucho tiempo sintiendo únicamente su fealdad, su desolación, el doncel es un rayo de sol en su oscura vida, una atracción irresistible, que lo besaba como si quisiera redimirlo y enloquecerlo.


Rodeó su cintura con el brazo, atrayéndolo contra sí, permitiendo que sintiera su excitación, lo que provocaba en su cuerpo con un simple beso, casi le avergonzaba que lo excitara con tanta facilidad, se apartó un momento e inspiró con fuerza, deseando ver su rostro, sus ojos.


—No deberíamos cruzar este umbral dulce.


—Demasiado tarde mi lord—gimió Charles antes de volver a besarlo y apretarse contra él, apoyándose entre sus muslos abiertos, su mano izquierda exploró su cuello, su hombro derecho y bajó hacia el pecho.


Erik gruñó, deslizó la mano por su espalda, hasta sus nalgas, y lo apretó contra sí, sintió que el calor de su cuerpo le atravesaba la ropa y se tensó cuando el castaño puso la mano derecha en su hombro destrozado, casi lo decepcionó que la retirara, sin embargo, mientras el pulso del deseo se aceleraba, comprendió que la había llevado hacia su espalda; el cariñoso gesto hizo que algo se rompiera en su interior, lo besó con mayor fuerza, abrió su bata, colando su mano bajo la playera del pijama, le tocó uno de sus pequeños pezones, lo sintió endurecerse bajo su palma, acarició la suave piel y el doncel ronroneó, apretándose aún más contra él, Charles se sacó el pijama y Erik apartó la tela de su rostro; sus ojos devoraron la piel desnuda y agachó la cabeza, Charles se echó hacia atrás, apoyándose en su brazo, invitándolo abiertamente, el rubio atrapó un pezón con los labios, y el ojiazul gimió suave y profundamente, con pasión, clavando los dedos en su hombro.


Lamió, chupó y dibujó círculos alrededor del pezón, devoró ambos pezones como un hombre hambriento en un banquete real, su piel sabía a limones y a miel, la luz de la luna iluminaba la piel marfileña y perfecta de su pecho desnudo, la mordisqueó y los gemidos entrecortados del castaño inflamaron su pasión; Erik deseaba hacerlo sentir placer, quería llevarlo al pleno éxtasis. 


—Necesito tocarte, eres tan cálido y suave, oh, Dios... —calló cuando los dedos del doncel rozaron uno de sus pezones, se dejó caer en la alfombra, arrastrando a Charles consigo, entregándose.


Charles lo apretó contra sí, su cuerpo era una sombra contra la luz de la luna que se derramaba sobre ellos, mientras él lo besaba salvajemente, pidiendo más y más, estaba dispuesto a todo.


—Dime que pare y lo haré, te juro por Dios que parare —murmuró él contra su boca, Charles llevó la mano de Erik a su pecho.


—Si paras ahora, te golpeare.


Él otro rio y volvió a tomar su boca con ardor y frenesí, después dibujó con la lengua una línea que descendió por su cuello, rodeó nuevamente sus pezones y siguió bajando, los músculos del ojiazul se tensaron bajo sus caricias, lo sintió estremecerse de deseo cuando introdujo la mano en sus pantalones de pijama, Erik encontró su objetivo, caliente, duro y húmedo; rodeo con las yemas de los dedos la cabeza del prepucio con suavidad, para bajar sus dígitos hacia el miembro endurecido, lo tomo con firmeza y comenzó a masturbarlo con lentitud, marcando un ritmo sensual.


Charles se arqueó y su gemido rompió el silencio, lo agarró, urgiéndolo a que se pusiera sobre él; Erik se negó, comenzó a masturbarlo con mayor fiereza, llevándolo al borde de éxtasis, su cuerpo se ondeaba ante cada empuje, y él rubio saboreó cada gemido, olor y sensación.


Charles se convirtió en una criatura salvaje, la cual le decía lo bien que lo hacía sentirse y cuánto había deseado que Erik lo tocara así.


—Vamos, dulzura, alcanzarlo —le susurró al oído— Quiero sentir cómo te vienes para mí.


—Estoy tan cerca... Dios Erik... tan cerca —gimió el castaño, empujando contra su mano.


—No lo suficiente hermoso.


De repente, se apartó, le quitó los pantalones de un solo tirón, abrió sus muslos; deslizando una ancha mano bajo sus caderas, lo alzó y cubrió con la boca su miembro, mientras deslizaba dos dedos en su palpitante entrada, Charles gritó, sus caderas se movieron y un fuego imparable la abrasó, un ciclón de deseo la arrasó, Erik trazó círculos con la lengua, succionando y tirando con los labios la hinchada cabeza de su dureza, el ojiazul sintió que su deseo crecía y crecía, tensándolo y endureciéndolo, aún más si eso era biológicamente posible.


Erik percibió la tensión en los testículos de Charles, luchando por alcanzar el clímax de la pasión, y adoró cada segundo; cada estremecimiento por parte del castaño recorría su propio cuerpo como una oleada, deseaba con tantas ganas estar en su interior, reclamarlo como suya, pero eso no podía ser, nunca, no podía hacerle el amor en la oscuridad, como una criatura salvaje, en medio de la noche, a la luz de la luna, Charles se merecía más de un hombre; él solo podía ofrecerle la culminación de su placer.


Y lo hizo; rodeando con los labios su miembro, chupando y lamiendo las venas que se hacían más pronunciadas, subiendo una mano para apretar y masajear sus testículos, introducía y golpeaba con su dedo el interior de su cuerpo, esa deliciosa protuberancia que lo hace temblar; el doncel estalló en mil pedazos y sus convulsiones los recorrieron a ambos. El cuerpo de Erik se curvó con el del castaño y su orgasmo lo empapo, haciendo que casi perdiera el control y lo tomara.


Charles, repetía una y otra vez fue delicioso, apenas había recuperado el aliento, cuando él rubio volvió a besarlo, acariciando su ahora flácido miembro, prolongando los últimos latidos de placer, rodeó su cuello con los brazos y lo besó hambrientamente, ignorando la súbita tensión de su hombro, ignorando que no quería que lo tocara.


—Te quiero, a ti... por favor


—No.


—¡Sí! Erik... —le abrió un botón de la camisa e introdujo la palma dentro.


—Charles eh dicho ¡NO! —tomo su mano y lo detuvo— No te haré el amor en la oscuridad, mereces ser amado a plena luz, disfrutar de la hermosa vista de tu cuerpo.


—Entonces, enciéndela, por favor hazlo — Erik guardo silencio— No quieres que te vea ¿cierto? —él siguió callado— Ya entiendo —el doncel soltó un suspiro— ¿Ni siquiera por mí? ¿Ni siquiera después de darme uno de los mejores orgasmos de mi vida?


—No.


—Estoy harto de oír no, Erik —le dijo, intentando mantener la calma, aunque su cuerpo aún ardía, aunque él aún lo tocaba.


—Es la única respuesta que puedo darte Charles.


—Creí que confiabas en mí —retiró sus manos y se apartó de él—Pero al parecer eso no es posible —se puso en pie y sin molestarse en recuperar el pantalón del pijama que se había perdido en algún lugar de la habitación, salió del lugar.


 


Erik se sentó espalda contra la pared, puso la cabeza entre las manos y se masajeo el cabello rudamente, ¿Por qué le parecía que la oscuridad era mucho más intensa que antes?


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