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Belleza Oculta por HelaXavier

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Charles había dejado a Wanda medio dormida abrazando a Marina, en su cuarto, tomando una siesta, tenía que ir a revisar la comida para la cena, así como las galletas de mantequilla que seguían en el horno, las saco y las coloco sobre la bandeja para que pudieran enfriarse y comerlas como postre; pero cuando volvió, la pequeña ya no estaba en la cama.

Abrió la puerta en su totalidad, buscó debajo de la cama y en su baño, pero tampoco estaba ahí, siguió en la búsqueda en otra habitación, la cerró y pasó a la siguiente, la llamó, sin recibir respuesta, habían pasado todo el día jugando en la playa y en los columpios, Charles necesitaba distraerse lo más posible, para no pensar en Erik, pero, incluso tras montar a caballo y hacer manualidades con los artículos nuevos de Wanda, seguía sintiendo las caricias de Erik por todo su cuerpo, su boca en la piel, se sentía febril y ardiente, ni siquiera una ducha fría logró calmarlo.

—Wanda, nena —llamó en otra de las habitaciones vacías, el tono de su voz se fue haciendo más y más agudo al no encontrarla.

Lo invadió el pánico y corrió de habitación en habitación; finalmente fue al ala oeste, pero allí solo estaban sus pinturas del día anterior, miró los pantalones de su pijama con disgusto, recordando con qué facilidad se los había quitado Erik, los tomo y volvió a la parte principal de la casa.

—Vamos, princesa, sal de donde quiera que te escondas —dijo abriendo los armarios y baúles a los cuales la pequeña tuviera fácil acceso — Esto no tiene gracia.

Se quedó inmóvil al oír un sonido apagado y distante, fue rápidamente hacia el origen del ruido, pero no la encontró, corrió hacia fuera, Warren estaba en el garaje, trabajando en el coche.

—Warren necesito de su ayuda, no encuentro a Wanda, la he buscado por todas partes, pero no la encuentro, debe estar jugando al escondite, o algo así.

Preocupado, el joven asintió, dejó las herramientas y fue a buscarla por los jardines, mientras el castaño volvía a la casa; el doncel se asomó por el balcón del salón y no vio huellas de pisadas en la arena, nada que indicara que se había alejado de la casa, sintió un ligero alivio momentáneo, se preguntó en dónde podía estar y por qué no contestaba a su llamado.

Buscó en todos los sitios en los que podía esconderse, incluyendo el armario de la limpieza y la lavandería, incluso dentro de los aparatos; el miedo comenzó a paralizarlo, aunque la casa era segura y tenía un sistema de alarma muy avanzado, recordó la advertencia de Erik, alguien podría entrar a la casa, secuestrarla y pedir un rescate, decidió no alarmarlo de momento.

—No hay ni rastro de la pequeña Señor Xavier—dijo Warren, asomando la cabeza por la puerta de atrás, el ojiazul asintió con la cabeza y le dio las gracias; corrió escaleras arriba, con la esperanza de que Wanda hubiera vuelto a su dormitorio, pero seguía estando vacío, los rotuladores, colores y el cuaderno de dibujo seguían donde los había dejado, a un lado de la cama.

Oyó un golpeteo en la suite de Erik y el enfado de la noche anterior resurgió, subió ruidosamente los escalones que faltaban y golpeó la puerta con rudeza.

—¿Sí? —preguntó él rubio al otro lado de la puerta.

—Abre la puerta, maldita sea Erik.

—No.

—¡Ya te dije que estoy harto de oírte decir eso! Abre, o te juro por mi vida que la destrozaré con una de esas espadas antiguas que están colgadas por la casa.

—¿Recurre a la violencia, señor Xavier? —el hombre frunció el ceño, deseando abrir y besarlo hasta hacerlo cambiar de humor, a uno más cálido como el de la noche anterior.

—Necesito de tu ayuda, Erik; ¡Wanda ha desaparecido!

—¡¿Qué?! —el rubio dejó caer la pesa que utilizaba para ejercitarse al suelo de golpe.

—Estoy seguro de que está dentro de la casa, no hay huellas en la arena y Warren no la ha encontrado afuera, la deje tomando la siesta en su habitación, bajé un momento a la cocina y cuando volví había desaparecido.

—¿La gatita también?

—Sí, también —dijo Charles tras detenerse a pensar un segundo, escucho un gemido apagado —Oh, Dios, puedo escucharla, ¿Dónde se pudo meter?

—Charles, cálmate, yo la encontraré —dijo el rubio, poniéndose una camiseta.

—¿Cómo diablos vas a encontrarla ahí encerrado? ¡Sal, Erik! ¡Necesito ayuda ahora!

—Tranquilízate, dulzura, la encontraré —dijo Erik, acercándose a la puerta; su voz le dio tranquilidad, estaba seguro de que Erik la encontraría, pero, entretanto, el doncel seguiría buscando — Todo estará bien hermoso, iré a buscarla.

Erik agarró una linterna, entró en la escalera de servicio que había oculta entre las paredes de su habitación y descendió un piso, después subió por la escalera opuesta, que llevaba al lado opuesto de la casa.

—¿Wanda? ¿Princesa? ¿En dónde te escondes?

—¿Papi?, no puedo verte.

—Quédate donde estás, princesa, iré por ti.

—Tengo miedo papi — escucho como su hija gemía asustada, y la gatita maulló.

—Lo sé, preciosa, pronto estaré contigo, solo sígueme hablando —Erik subió por la estrecha escalera, esquivando una de las telarañas — ¿puedes ver la linterna princesa?

—No papi —su voz sonó como un sollozo, provocándole que su corazón se estrujara.

—Todo estará bien cielo, papá está aquí, no te pasará nada, lo prometo.

—Está bien papi, solo date prisa, todo está muy oscuro.

Richard se sonrió, su pequeña intentaba hacerse la valiente; dobló la siguiente esquina y deseó haber reparado las luces en los pasadizos; la mitad de las escaleras desembocaban en largos pasillos, llenos de polvo, debido a que nunca han sido limpiados, aunque él conocía el laberinto en la oscuridad como si la palma de su mano se tratase, Wanda podría haber estado atrapada durante días, buscando una salida.

—¿Cómo fue que encontraste las escaleras escondidas en la pared, princesa?

—Desperté porque Marina bajo de la cama y se fue a una esquina de mi dormitorio, papi y luego desapareció por debajo de la pared.

El comprendió que debía haberla dejado mal cerrada en su última visita nocturna, lo ocurrido era culpa suya.

—¡Puedo ver una luz, papi! — comenzó a gritó la pequeña con alivio.

Erik la iluminó con la linterna, sintiendo como su corazón daba un vuelco, se sentía tan aliviado, la alzó en brazos, y la abrazo apretándola con fuerza, si le hubiera ocurrido algo a su pequeña... Wanda se agarró a su cuello y él la besó en la mejilla, temblorosa, rompió en llanto en sus brazos.

—Ya pasó, princesa, ahora estás con papá.

—Tenía mucho miedo papi —sollozó ella apoyando su carita contra su pecho.

—Lo sé, cielo, lo sé, pero ahora todo está bien, pronto regresaremos a la luz, con Charles —intento tranquilizarla suavemente mientras se dirigía a una de las salidas.

Sostuvo a su pequeña con una mano y con la otra apretó la pared, provocando que la puerta se abriera; tomo su cabecita entre sus manos, separándola de su pecho, le dio un último beso en la frente y la dejó en el suelo de la cocina; la pequeña salío corriendo al vestíbulo de arriba.

—¡Charles, Charles!

—Oh, mi pequeña Wanda —gritó el doncel.

Corrió hacia ella y la levantó en brazos, llenado su rostro de besos y limpiando el rastro de lágrimas de sus mejillas; la pequeña se echó a reír; Erik se encontraba de pie en el umbral, contempló a Charles con su hija en brazos, sus ojos rebosantes de lágrimas brillaban, reflejando el amor que siente por su hija, su pecho se comprimió.

—Tesoro, estaba muy preocupado por ti, ¿En dónde te metiste?

Erik se puso tenso, había llegado el momento de que el hermoso castaño supiera la verdad.

—Estaba adentro de las paredes Charles.

—¿Qué quieres decir princesa?

—Existe una escalera interior que fueron destinados para el servicio, así como una serie de pasadizos que llevan desde aquí al ala oeste —dijo Erik, como si fuera lo más normal — Ellos recorren toda la casa señor Xavier.

Charles giró, mirando en su dirección, el cuerpo del rubio llenaba el umbral, vislumbró unos pantalones cortos grises y una camiseta negra, en vez de la austera camisa blanca y pantalón oscuro usuales, la luz se reflejaba en el músculo retorcido de su muslo izquierdo y el ojiazul se estremeció al recordar escenas y caricias de la noche anterior, pero todo quedó atrás cuando su enfado le invadió.

—¿Pasadizos? —dijo crispado—¿Y tú lo sabías?

—Por supuesto.

—¿Y no se te paso por la mente decírmelo? Por Dios Erik, ¡Wanda podría haberse lastimado o golpeado con algo! No habríamos... no la habría encontrado nunca. ¡Fue algo egoísta y peligroso no hablarme de su existencia!

—Lo siento, Charles —dijo Wanda con un tono de pena.

—No es culpa tuya, preciosa.

—Así es como llegas a mi dormitorio a visitarme, ¿verdad, papi? —la pequeña miró a los dos hombres, preocupada.

—Sí, princesa, es así.

—¡Por supuesto que sí! —el castaño logro comprender al fin cómo es que Erik se movía por la casa sin que él lo viera; dejó a la pequeña en el suelo y se cruzó de brazos.

—Solo al dormitorio de Wanda, lo juro —aclaró él rubio, imaginándose lo que muy seguramente estaba pensando él doncel.

—Ni se me había ocurrido que fueras al mío —se burló Charles— Suelo dejar la luz de la lámpara encendida, por si fuera el caso.

—Papi me lee, todas las noches, Charles.

—¿Qué? —el ojiazul miró a Wanda, se irguió, dejó caer los brazos, enfrentándose a Erik— ¿Le lees? ¿llegas a su dormitorio por esos pasadizos todas las noches?

—Sí.

El doncel se encaminó hacia él rubio y le clavó un dedo en el pecho —Eso es... eso es — dio un largo suspiró y apoyó la mano en el centro de su pecho — Eso es realmente maravilloso, Erik, me alegro tanto por los dos.

—No cambia absolutamente nada Charles.

—Claro que sí, me hace ver que puedes arreglártelas si yo no estoy aquí —dijo el ojiazul, satisfecho por el acercamiento que el hombre comenzaba a tener con su hija.

Erik se inclinó y Charles captó su aroma a especias, sudor, colina elegante y hombre; un cosquilleo le recorrió por todo el cuerpo.

—Tú no te vas a ninguna otra parte—gruñó él rubio; no podía soportar la idea, ni siquiera un momento en que Charles se alejara de él.

—Por favor, no te vayas, Charles, ¡Por favor!, prometo cepillar mis dientes y comer todos mis vegetales, pero no te vayas —chilló Wanda, con pánico en la voz, y sus ojitos se humedecieron.

—No me voy a ningún lado, cielo — consoló a la pequeña, dándole una cálida sonrisa; se acercó más a Erik y susurrándole —De momento no me voy; pero te lo eh dicho, no puedo seguir de este modo.

—Tendrás que hacerlo —musitó él más grande inclinando la cabeza, su boca estaba a milímetros de la del castaño.

Sabía que él se refería a que lo haría por Wanda, y el maldito tenía razón, pero su actitud irritó al ojiazul —Continuaremos con esta discusión más tarde, señor Lehnsherr —espetó, y volvió con Wanda.

—Sí, dulzura, lo haremos —dijo él rubio, pero al castaño esas palabras le sonaron casi como una amenaza.

—¿Estás enfadada con papi, Charles? —preguntó la pequeña cuando ella la tomó de la mano.

—Sí, pequeña, lo estoy.

—¿Por qué?, ¿Él no quiere comer sus vegetales?

—No cielo, no es por eso, es solo que su padre suele ser... testarudo y necio — además de orgulloso y desconfiado, Dios quiero que me crea y me bese hasta enloquecerme, como anoche, pensó Charles.

—Ah...—exclamó.

Charles le sonrió, estaba claro que Wanda no entendía nada de lo que decía y era mejor así —Vamos, preciosa, tienes que terminar de dormir la siesta antes de cenar —la pequeña se quejó, pero aun así se encaminó hacia su dormitorio, con la gatita en brazos— En cuanto a ti, Erik...

—Sí —dijo él más grande con calma, mirando su trasero embutido en unos entallados vaqueros, recordando cómo se sentía bajo sus manos, el castaño se detuvo en la puerta del dormitorio y miró hacia él.

—Tienes un buen par de piernas.

Erik se atragantó con una carcajada; la mirada de Charles expresó más que mil palabras, y el tono de su voz le hizo rememorar la noche anterior, sus músculos se paralizaron y su cuerpo gritó de deseo por el sensual doncel, a un lado estaba la soledad, sofocándolo como una neblina, al otro estaban Charles, la esperanza, la libertad y mucho más.

********************************

Charles se revolvió en la cama y por primera vez en años, el sonido de la lluvia y los truenos no lo reconfortaron, si no descansaba estaría agotado al día siguiente, pensó, culpando mentalmente a Erik.

Tras bañar a Wanda y darle la cena, había leído un poco, dibujado, incluso se deleitó con un té negro, pero ni siquiera el alivio de haber encontrado a la pequeña y de saber que Erik pasaba un rato con su hija todas las noches, había relajado la tensión que lo invadía; ardía, se sentía inquieto, agitado y... muy enfadado con Erik.

Los momentos que paso en sus brazos no hacían más que invadir su pensamiento una y otra vez, como una lluvia torrencial golpeando un cristal; se levantó y fue hacia la ventana, apartó la cortina y se sentó en el banco a mirar la tormenta.

El agua estaba negra como la noche, solo se veía la espuma blanca de las olas, se preguntó si debería ir a buscarlo e intentar convencerlo de que confiara en él, pero sabía que no debía, Erik confiaría cuando estuviera listo para hacerlo, si es que lo estaba alguna vez, temía que, si lo presionaba, se encerrara aún más en su cueva personal; no podía arriesgarse a eso por el bien de su pequeña hija, Wanda necesitaba que su padre lo fuera de verdad, que se atreviera a mirar a su hija y al resto del mundo sin miedo.

Una parte de él sufría por el gentil hombre que se sentía obligado a esconderse de todos, por el hombre que pensaba que les hacía un favor al no darles la cara, cuando en realidad solo se hacía daño a sí mismo.

Charles comprendió cuánto le importaba Erik y eso lo asustó, lo aterrorizaba, porque Erik le da mucha importancia a su atractivo; ya había sufrido por causa de un hombre así, pero también sabía que William solo lo quería por su aspecto, por la imagen que daba ante sus amigos y colegas.

Pero tanto Erik como él se parecían; el accidente del rubio había sido un punto de inflexión en su vida, cambiándolo irrevocablemente, reajustando sus prioridades, a Charles, la ruptura de su compromiso lo habían fortalecido, le había hecho comprender que poca gente era honesta, que pocos lo querían por lo que era y no por lo que parecía, William había cambiado su percepción del mundo.

Erik lo consideraba demasiado guapo para un hombre inseguro y complejo como él, aun no comprendía que él no veía sus cicatrices, no notaba el esfuerzo que hacía para no cojear, Charles se había enamorado de su voz en la oscuridad, de los cálidos besos que lo encendían, del hombre perspicaz que había captado al artista que él mismo había dejado atrás con los trajes costosos y las pasarelas; se preguntó cómo podía estar tan enamorado de un hombre que no confiaba en él lo suficiente como para dejarle ver su rostro, el solo pensar en eso, le destroza el corazón.

*****************************

En su suite, Erik paseaba como un animal enjaulado, podía escuchar como afuera, la tormenta alcanza su máximo apogeo, sintiendo, como sí, cada trueno y relámpago le atravesaran el cuerpo, se acomodó el cabello, aún húmedo de la ducha y se frotó la nuca.

Deseaba tanto ir con Charles, verlo, tocarlo, besarlo... acariciarlo, pero sabía el peligro que suponía para ambos; la noche anterior lo había demostrado, al momento de tocarlo, su fuerza de voluntad desapareció, el doncel quería todo lo que no podía darle.

El echo de permitir que otro ser humano, aparte de Warren, lo viera, sería cómo rendirse a una inspección y eso es demasiado arriesgado, ¿Y si Charles alejaba la mirada?, entonces lo habría perdido todo; sabía que vivir en la oscuridad lo agotaba, que su mal humor y su necesidad iban en aumentando peligrosamente; extrañaba tanto pasear a plena luz del sol, disfrutarlo bañando su piel; Diablos, ¡echaba de menos entrar en una habitación con las luces encendidas!

Pero sobretodo, echaba de menos a su precioso niñero, de rizos alborotados y de labios pecaminosamente rojos.

Miró la puerta de madera tallada que dividía su libertad del encierro en que vivía, el viento la hacía crujir, como si quisiera abrirla, se encaminó hacia ella, flexionó los dedos y se decidió por abrirla.

*****************

Charles se encontraba sentado en el banco de la ventana con las piernas recogidas a un lado, solo había una lámpara encendida en una esquina de la habitación, se había acostumbrado a que la casa estuviera siempre a oscuras.

Se vio un relámpago, la luz parpadeó, se apagó y volvió de inmediato, en ese momento supo que la causa de su insomnio estaba en la habitación; su cuerpo vibró de excitación y, apretando la bata contra su cuello, volvió la cabeza hacia la puerta.

—¿Por qué estás aquí?

—La verdad, no lo sé Charles.

—Siéntate —le indicó con un gesto, Erik avanzó un paso y se detuvo.

—Santo cielo, aquí hace un frío endiablado —se dirigió a la chimenea y apiló unos troncos.

—Yo no tengo frío.

—Hay mucha humedad, te poder poner enfermo, además es muy probable que se vaya la electricidad — encendió una cerilla, y la pequeña llama iluminó sus rasgos.

—Eso yo lo podría haber hecho —dijo el castaño, viendo las marcas que cruzaban su cuello.

—Ya lo sé.

—Vete, Erik.

—¿Tan pronto te hartaste de mi compañía?

—Claro que no, pero tú sabes que esto no es prudente —inhaló y soltó el aire con fuerza — Quiero más que tus caricias, más que estar en tus brazos en la desolación de la oscuridad —admitió el ojiazul con honestidad— Te quiero a ti entero, tal y como eres —él rubio se quedó inmóvil— No solo al hombre de las sombras, ni a la voz que me tranquiliza y me hace sentir vivo al pronunciar mi nombre, no solo el cuerpo que no me permites tocar ni mirar —hizo una pausa, intentando reunir todo el valor posible — Ya he tenido la mitad del amor y atención de un hombre antes, he tenido las migajas... —tragó saliva duramente — No volveré a aceptar eso.

Erik no replicó, y Charles sintió que su corazón estaba a punto de romperse en pedazos nuevamente.

—No podemos compartir nada si no confías en mí Erik, esto solo se convierte en algo pasajero, como si únicamente nos estuviéramos utilizando el uno al otro para no sentirnos solos —concluyó con voz tenue.

—Entre nosotros hay mucho más que una mera atracción sexual, Charles —su voz sonó ronca y profunda, el niñero sintió pinchazos de calor por todo el cuerpo, que se intensificaban a cada segundo.

—Entonces si sabes lo que siento, si crees eso, ¿por qué estás aquí?

—Yo... tenía que verte, ver cuán hermoso eres.

—¿Pero yo no puedo verte a ti? —suspiró y contuvo las lágrimas que le quemaban los ojos y le nublan la vista —Ahórranos a los dos un montón de dolor, vuelve a tu torre, yo no volveré a cruzar la línea.

En el silencio que siguió solo se oía el chisporrotear de las llamas, que iluminaban la habitación con un tenue resplandor dorado, Erik se quedó junto a la chimenea, con una rodilla en el suelo, echando más troncos a las llamas, el fuego bailoteaba, silueteando sus hombros y su torso, agrandando su tamaño, el cabello le ocultaba la mejilla y la mandíbula, enroscándose en el cuello de su camisa; el castaño deseó enredar los dedos en esa cabellera rubia, acariciar su ancho y duro pecho con las palmas de sus manos, experimentar nuevamente sus besos, su boca sobre su cuerpo, con sus manos tallo sus ojos con cansancio, buscando eliminar la humedad de sus mejillas, mientras gira su rostro en dirección contraria a la del rubio, no le hacía ningún bien, mirarlo como lo hace.

—Vete Erik, por favor —susurró, con voz temblorosa de deseo.

—No —se irguió y se volvió hacia su niñero— Ya no.

Charles bajó las piernas desnudas del banco, su corazón se desbocó, Erik abrió y cerró los puños, recorriendo su rostro con los ojos, bebiendo cada detalle, cada curva de su belleza clásica y perfecta, sentado al borde del banco, parecía más un niño que un hombre; los rizos castaños lucían tan suaves, ondeándose con la briza que se colaba del balcón, brindándole un aspecto aún más angelical; el fino tejido de la bata le permitía observar la sensual y fina figura que se escondía debajo.

Durante unos minutos se limitó solo a mirarlo, librando una batalla consigo mismo; luchando entre lo que deseaba y lo que no podía conseguir, intentando hacer una elección. Finalmente, extendió la mano hacia el doncel.

—Ven, Charles, justo ahora, mientras aun mantenga esta fuerza —su mano comenzó a temblar — Ven a conocer al monstruo que tanto deseas que te acaricie y te bese.

 


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