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Belleza Oculta por HelaXavier

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Debería haber hecho un pedido, pensó el castaño mientras llenaba la canasta de la compra con los víveres que necesitaba, todos estaban terriblemente pendientes de él, y algunos hombres, demasiado jóvenes para él, le miraban casi con obscenidad, les dedicó una dulce sonrisa a todos, justo la que solía utilizar en las pasarelas para derretir a los espectadores y futuros compradores, soltó una risita sádica.

Revisó la lista por última vez y se dirigió hacia la caja, bien, llego el momento de la verdad, pensó, al ver que todos se acercaban lentamente, como si se tratase de gatos al acecho; la cajera la miraba expectante, aunque había mucha más gente en la fila, los clientes lo miraban con descaro, era lógico que Lehnsherr nunca saliera de su casa, ¿Qué había pasado con la hospitalidad Londinense?

—Es nuevo aquí —dijo la cajera, una rubia que llevaba unos pendientes demasiado grandes y mascaba chicle de modo muy poco delicado para ser una fémina.

—Sí, lo soy, es una isla preciosa, por cierto —replicó el ojiazul.

—¿Es usted quien está en el castillo que hay en el cabo?

—Soy el niñero del señor Lehnsherr —explicó el castaño de manera casual.

—¡Niñero! —exclamaron varias personas al unísono. Laura los miró a los ojos, uno a uno con sorna, por tan poco apropiada reacción.

—El señor Lehnsherr espera la llegada de su hija, y yo estoy aquí para cuidarla.

—Oh, pobre niña —exclamó una señora mayor.

—¿Por qué? —preguntó Charles, imaginando su respuesta.

—Tener a un hombre tan horrible como padre, seguro será difícil para la pobre chiquilla.

—¿Conoce usted al señor Lehnsherr?

—No exactamente— la mujer ni siquiera tuvo el descaro de lucir un poco arrepentida de sus palabras.

—Entonces, ¿cómo puede saber cómo es? —preguntó, esperando que su rostro fuera la pura imagen de la inocencia y no dejase reflejar la molestia que se formaba dentro suyo.

—Nunca sale de ese sitio —replicó la cajera— No lo hemos visto en cuatro años, ni siquiera Warren lo ha visto de cerca, y vive allí — Charles supuso que Warren era el guardia del que el señor Lehnsherr le había hablado, el cual aún no conocía.

—Está... está desfigurado —tartamudeó el niño encargado de acomodar la compra en la canasta.

—Si no lo has visto, ¿cómo lo sabes? —el chico se encogió de hombros como si fuera obvio, aunque realmente nadie había visto a Erik Lehnsherr — No veo que importancia puede tener su aspecto —dijo Charles, intentando controlar su mal genio, le molestaba profundamente que se diera prioridad a la apariencia; era algo que sufría continuamente, aunque por las razones opuestas.

Las mayores partes de las mujeres le niegan su amistad, imaginando que se creería superior a ellas por sus rasgos delicados; y al ser un doncel fértil, estas temían que les arrebataría a sus posibles conquistas, sin en cambio los hombres se esforzaban en impresionarle, para llevarlo a la cama o llevarle del brazo y lucirlo en alguna reunión social como si de un trofeo se tratase; no una persona.
Ni siquiera su prometido había logrado ver más allá del delicado rostro que Dios le había concedido; así como a él, parecía que nadie buscaba ver más allá de las cicatrices de Erik Lehnsherr.

Se le hizo un nudo en el estómago y sintió cólera, deseó proteger a ese hombre al lamentablemente no tenía el gusto de conocer físicamente.

—Cargue esto a cuenta del señor Lehnsherr y que lo lleven a casa —dijo, y se marchó, consciente de que todos los ojos curiosos se clavaban en su espalda.

En vez de regresar en taxi, volvió paseando por el pueblo, para calmarse, pero le asolaron los recuerdos de su infancia, cuando su madre lo obligaba a aparecer en anuncios de televisión y en concursos que solo provocaban la envidia de sus compañeros de escuela; siempre lo odió; cuando creció, y su carrera de modelo ascendió, decidió elegir por el mismo sus contratos, es cierto que era una postura hipócrita, pero quería ir a la universidad y necesitaba el dinero que los contratos pagaban.

Miró los escaparates, los cuidados porches y a los turistas e isleños que paseaban y hacían sus compras, había dos viejos sentados junto al muelle, contándose historias y tallando madera; a juzgar por las virutas que había a sus pies, era un ritual diario, sonrió al recordar a su abuelo en la mecedora tallando animales de madera para que él pudiera jugar con los demás niños; en aquella época no había dinero para más, Placeres sencillos para una vida sencilla, le decía siempre su abuelo, y el recuerdo de su cariño logro levantar su ánimo.

Inhaló con fuerza la fresca brisa marina, en octubre hacía calor cuando el sol estaba alto, pero era temporada de huracanes, llovía a menudo y el aire era húmedo y frío, se abrazó la cintura y aceleró el paso; pronto salió del pueblo y tomó la carretera que llevaba a la casa.

Al entrar puso la cafetera. Cuando se frotaba los brazos para entrar en calor oyó a alguien cortando leña en el gran patio, frunció el ceño y se acercó a la puerta trasera apartando la cortina que la cubría.

Todo lo que tenía de hombre fértil en su interior se removió en su interior al ver la musculosa espalda desnuda de un hombre que alzaba un hacha y partía un tronco de un golpe.

El señor Lehnsherr es un hombre magnífico, llevaba unos vaqueros y botas; solo logro ver su perfil y, obviamente, el lado donde no había rastro de cicatrices, pero su rostro tenía rasgos definidos y aristocráticos, su cabello rubio ondeaba al viento, demasiado largo y desaliñado. 
Él colocó otro tronco y los músculos de sus brazos se hincharon cuando golpeó con el hacha, casi partiendo el tronco, cortó dos más, e hizo una pausa, apoyando el hacha en el tocón, al oírlo hablar comprendió que no estaba solo y se acercó aún más a la ventana. Había un hombre ligeramente más joven que él, sentado en un banco, jugueteando con una navaja, debía ser Warren Worthington y, aparentemente, además de ser el guardia es amigo de Lehnsherr, quizá el único.

Warren dijo algo y sonrío, sus mejillas se contrajeron tanto que sus ojos se serraron por breves segundos, llevaba una camiseta ceñida a su cuerpo y las rodillas de sus vaqueros estaban blancas por el desgaste del trabajo.
Sus ojos fueron de un hombre a otro; Lehnsherr, como si supiera que estaba allí, siguió de espaldas. Mostrando a lo lejos unas brillantes cicatrices, como cortes de daga, que marcaban sus costillas. Debió ser algo muy doloroso, pensó el castaño con pena, preguntándose cómo habría sido el accidente para que provocará esas cicatrices.

De repente, vio como el rubio echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada, lo sorprendió la profundidad y calidez del sonido, pero sobretodo, le alegró que no fuera totalmente ajeno a los placeres de la vida y controló su deseo de unirse a ellos en tan amena platica, aunque sí Lehnsherr quisiera que lo viese, se habría acercado a él.

Lehnsherr dijo algo, Warren se sonrojó, con una sonrisa, se puso en pie y colocó un montón de troncos a sus pies, Erik los partió uno tras otro mientras Warren los recogía y apilaba, de pronto, Warren se detuvo y lo miró, Charles le devolvió la mirada, mientras Lehnsherr dejaba el hacha y tomaba una sudadera con capucha.

—Perdón —dijo el ojiazul, saliendo de la cocina — Mi intención no era molestar.

—Pues lo hizo —dijo Lehnsherr de espaldas a él, poniéndose apresuradamente la sudadera.

—Lo siento, yo me iré a otro sitio sí así lo desea.

—No — Erik suspiró, deseando darse la vuelta y poder mirarle a los ojos— No puedo permitir que se sienta como si tuviera que evitar los lugares en donde estoy yo.

—Pero eso es lo que pretende, ¿no es así? Preferiría que yo no estuviera aquí —vio como él rubio se tensaba— Lo menos que podemos hacer es ser honestos el uno con el otro, señor Lehnsherr.

—Sí, es cierto —Erik apretó los labios— Admito que me disgusta no poder pasear libremente por mi casa.

—No tiene por qué esconderse.

—Contrarío a lo que cree, no me escondo, he elegido esta forma de vida, Señor Xavier; en los últimos cuatro años he comprendido que es lo mejor.

—La más fácil, querrá decir — lucho consigo mismo para no poner los ojos en blanco.

—Le apuesto que no tiene nada de fácil.

—¿Y qué me dice de su hija? Ella espera a su papi y necesita que la consuelen, ha perdido a su madre, por Dios santo.

Erik sintió una opresión en el pecho al imaginarse el dolor de Wanda, y deseó con toda el alma poder consolarla —Por eso lo contraté, señor Xavier.

—¿Es que ni siquiera le importa?

Erik se puso rígido en automático, ¿Importarle? No podía explicarle que cuando se enteró de que tenía una hija solo había sentido rabia y cólera hacia Magda por abandonarlo sabiendo que estaba embarazada, por no darle la oportunidad de conocer a su hija, el amor por su esposa desapareció cuando ella lo rechazó y lo sentenció a esa prisión en la oscuridad, no podía olvidar el pasado.

—Sí, me importa, pero perdóneme si la paternidad no me ilusiona, aún no me he acostumbrado a la idea —dijo, yendo hacia el garaje.

—Pues vaya acostumbrándose —espetó el castaño a su espalda— Llegará pasado mañana, deseando verlo, ¿Cómo quiere que le explique que su padre no quiere conocerla?

—Dígale la verdad, señor Xavier —gritó él sin detener su andar— Que su padre no desea provocarle pesadillas.

Charles se quedó sin habla por la sorpresa de las palabras de Lehnsherr y cuando la recuperó él ya había desaparecido; se volvió hacia Warren.

—Eso no ha ido nada bien, ¿verdad?

Warren lo estudió lentamente, evaluando y juzgándolo de una mirada; su expresión era inescrutable y no reflejó el resultado.

—No, señor —respondió el guardia.

—Soy Charles Xavier.

—Eso dijo el señor Lehnsherr.

—¿Qué más le dijo?

Con rostro impasible, Warren se volvió y comenzó a apilar los troncos entre dos árboles, el montón medía al menos nueve metros de ancho y uno y medio de altura, probablemente necesitaban la leña por si se iba la luz en las tormentas, la casa de piedra debía ser fría y húmeda.

—Todos los del pueblo piensan cosas horribles de él, pero usted ya lo sabe, ¿verdad? —dijo el ojiazul, admirándolo por guardar los secretos del señor Lehnsherr, aunque tuviera que mentir para ello; Warren colocó más troncos en el montón— ¿Puede al menos explicarme su rutina diaria para que no volvamos a pelearnos?

—No —dijo Warren mirándolo fijamente.

—¿Perdone? —el castaño abrió los ojos de par en par.

—El señor Lehnsherr hace lo que quiere, señor, y si vuelve a encontrarse con él, supongo que tendrá que arreglárselas como pueda.

—Oh, es usted una gran ayuda —abrió los brazos y los dejó caer— Prefiere verlo encerrado como un topo en este palacio... —señaló toda la extensión del castillo—... ¿o que conozca a su hija?

Él no contestó y se puso a cortar leña; Charles comprendió que no le sacaría nada; aun así, le puso una mano en el hombro —No me iré de aquí hasta que sepa que Wanda recibirá buenos cuidados y toneladas de amor —farfulló, alargando las palabras y exagerando su acento británico — ¿Me oye, señor Worthington?

—Sí, señor —un brillo divertido relampagueó en sus ojos— Llámeme Warren, señor.

— Entonces usted puede llamarme Charles —accedió el ojiazul a que lo llamara por su nombre de pila, se volvió hacia la casa y añadió— Van a traerme un pedido, y llegarán pronto, si quiere seguir con su embuste, sospecho que más le vale borrar esa sonrisa de su rostro.

—Sí, señor —Warren parpadeó, luchando por contener una sonrisa aún mayor.

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El dulce aroma del horno inundó la casa, y con él llegó un coro de risas. Erik decidió bajar, utilizando la antigua escalera de servicio, que llevaba años cerrada, es un laberinto de pasadizos que se esconde tras las paredes; los corredores eran empinados y estrechos; no los había utilizado desde que los descubrió y sintió cierta vergüenza al hacerlo; pero había gente en su casa y hacía años que solo él y Warren la recorrían, ahora hermoso demonio de brillantes ojos azules estaba allí, cocinando. 
Verlo es tan tentador como el olor a chocolate horneado, pero sobre todo lo atrajo su risa, limpia, fresca y feliz, algo en Charles Xavier tocaba su corazón; él castaño le desafiaba y se rebelaba, y él ansiaba hablarle, empujarlo hasta el límite, pero sabía que todo estaría perdido si veía su rostro; su hija dependía de Charles.

Se detuvo al final del corredor y oprimió el resorte, sujetando la pared para que no se abriera del todo. Charles estaba ante el horno, sacando una bandeja de galletas, es una escena doméstica, que no había conocido jamás con Magda, pero lo sorprendió aún más ver a tres personas sentadas alrededor de la mesa. 
Charles les llevó un plato de galletas y se las ofreció, invitados en su casa, por primera vez, seseó tanto enfadarse, deseó que se largaran porque no podía unir a ellos; el verlo hablar tan animadamente solo consiguió que su aislamiento fuera más agónico y amargo.

Maldijo para sí la belleza de Charles; los tres hombres lo escuchaban embobados, y cuando fue a meter otra bandeja de galletas al horno, todos ladearon la cabeza para mirarle el trasero, fue allí cuando se preguntó si estaban allí para conocer la casa, verlo a él o para conocer a su niñero.

—Es una casa bastante grande —dijo el adolescente que solía llevar los pedidos.

—Sí, no se acaba nunca —comentó el castaño, dejando caer cucharadas de masa en otra bandeja.

—Da miedo —dijo uno de los hombres que suele reparar las rejas.

—A mí me encanta. Es grande e impresionante, y pareciera que cada pared guardara sus propias historias.

Erik, se apoyó en la pared, recordando que él había pensado lo mismo cuando la vio —¿Ya lo ha visto? —preguntó sin vergüenza el otro hombre.

—Claro — contesto el castaño fingiendo no ser la gran cosa.

—¿Es... es horrible? — Erik inmóvil, esperó la respuesta.

—A mí no me lo pareció.

Ni mentía ni daba información, y él rubio se preguntó por qué actuaba así.

—Entonces, ¿por qué se esconde? — cuestiono el chico de los pedidos.

—Es un hombre solitario, y quizás sea porque no se le ha recibido bien y... — hizo una pausa, volvió la cabeza para mirarlos, con una chispa de pasión en los ojos — Les aviso que si una sola persona hace un comentario insultante hacía su hija, bueno..., digamos que mi abuelo me enseñó a disparar un fusil y a despellejar y destripar las piezas cazadas.

Erik se tragó una carcajada y los invitados sonrieron, sin saber si él castaño hablaba en serio; segundos después, le agradecieron el café, le dijeron que les llamara si necesitaba algo y se marcharon.

Charles cerró la puerta, volvió a la encimera, y comenzó a distribuir el resto de la masa, aun no conocía a algún niño al que no le gustaran las galletas de chocolate, y esperaba que Wanda no fuera una excepción, quería que la niña se sintiera bienvenida en la oscura casa.

De repente, percibió que no estaba solo y alzó los ojos, le vio, encajado entre la esquina y la puerta abierta de la despensa, una ancha sombra y unos vaqueros ajustados que contorneaban su figura hasta las caderas; se preguntó cómo había llegar allí sin que lo viera.

—Me gustaría creer que lo atrajo la receta de mi abuela, pero no soy tan idiota.

—Listo, guapo y encantador.

—¿Quiere una galleta? —Charles se erizó de rabia, preguntándose por qué todo el mundo mencionaba su cara en los diez primeros segundos de conversación.

—No, gracias.

—¿Acaso es la única persona a la que no le gustan las galletas de chocolate?

—No.

—Ah, entonces no quiere salir a la luz, ¿Qué otras cosas se niega por permanecer en la oscuridad, señor Lehnsherr?.... —lanzó una galleta en su dirección, y la mano del rubio la cazó al vuelo, para que el brazo volviera a la oscuridad— Y sobre todo... ¿Qué le negará a Wanda?

—Las pesadillas, señor Xavier.

—Llámeme Charles; aunque más bien creo que solo se engaña a sí mismo.

—No sabes nada de mí, rey de las pasarelas —se mofó sarcástico.

—Tiene razón, no sé nada sobre ti—golpeó el mostrador con la espátula al dejarla caer de mala gana— Ni tú de mí..., bestia —se volvió hacia la encimera y pulsó el temporizador del horno, apretó los ojos, intentando no revivir los recuerdos, ser rey de las pasarelas le había servido de bien poco; ni siquiera había sido capaz de retener a su prometido.

—Charles —Erik se preguntó por qué parecía tan dolido, el nombre sonó como un gruñido profundo, como un trago de whisky, y él castaño lo paladeó, percibiendo una compasión que no deseaba, los hombres, la gente, se fijaba en su rostro, era natural y Erik era un hombre como cualquier otro, ¿Qué otra jodida cosa podía esperar?

—Lo siento —le dijo el ojiazul— Eso ha sido muy cruel de mí parte.

—Te has enfadado — Erik había oído cosas mucho peores, y aquella palabra no lo había afectado en absoluto—Dime por qué.

—No es nada —replicó él castaño, colocando las galletas en una lata y asegurándose de taparlas correctamente.

—Mentiroso.

—Volvemos a los insultos, ¿eh? —chasqueó la lengua, fue hacia la nevera y sacó carne y verduras, no se conocían lo suficiente para que le contara su pasado, ni sus problemas, tenía mejores cosas que hacer; puso la carne a marinar y peló y cortó las verduras, consciente de su mirada sobre él, sentía su calor como si estuviera junto a un fuego— Estás observándome.

—¿Cómo lo sabes?

—Lo puedo notar.

—¿Y qué sientes? —inquirió él rubio.

Charles se quedó quieto, sus palabras le sonaron íntimas, casi como si las hubiera pronunciado en un momento de pasión y se le aceleró el corazón.

—Es casi como una invasión a mi espacio personal —echó las verduras en un cuenco — Y no me gusta.

—Eres un hombre como para caerse de espaldas, Charles, ¿Qué hombre no te miraría hasta saciarse? Debes estar sobre acostumbrado.

—Sí, soy consciente de cuánto valora la gente el físico —murmuró él castaño cansado.

—Yo también —comentó Erik con amargura.

—Bueno, entonces ya tenemos algo en común —sacó la última bandeja de galletas del horno y se volvió para buscar su silueta, pero se había ido, percibió su ausencia como si un viento helado le azotara el rostro — ¡Eso tampoco me gusta nada, señor Lehnsherr! —gritó con fuerza: no hubo respuesta, pero realmente no la esperaba. Erik Lehnsherr hacía lo que le venía en gana y el resto del mundo le importaba poco.

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Erik bajó por la escalera de servicio para llevar la bandeja de la cena a la cocina, limpio los platos, los metió en el lavavajillas y se comió una de las galletas que había en un plato sobre la mesa; atravesó el comedor camino de la biblioteca, pero percibió una corriente de aire, frunció el ceño, entró en el salón y se quedó paralizado, cada uno de sus músculos se tensaron al verlo en la oscuridad, el ventanal estaba abierto y Charles, de pie en el porche, apoyaba las manos en la barandilla; utilizando nada más que una bata de gasa blanca ondeaba a su espalda como el estandarte de un caballero, tenía el rostro alzado hacia el cielo oscuro, el viento jugueteaba con su cabello castaño. Más allá, el mar se estrellaba contra la playa. A Erik le pareció que veía a un ángel.

—¿No es fantástico? —preguntó él ojiazul; Erik se quedó callado, sintiéndose atrapado en su propia casa— ¿No lo crees? —insistió, girándose ligeramente hacia él dueño del castillo.

—¿Te gusta este tiempo? —preguntó Erik, a sabiendas que él ojiazul no podía verlo.

—Es mi tiempo preferido —Charles miró de nueva cuenta el mar; a lo lejos destellaban relámpagos— Tormentas, truenos y lluvia torrencial.

Erik comprendió que se había dado la vuelta para que pudiera acercarse, o irse, sin que él lo viera; el gesto lo emocionó y, al mismo tiempo, lo intranquilizó, ¿Y si de repente encendía la luz y Charles se ponía a gritar al verle? Aun así, no pudo resistir la tentación de acercarse, salió al balcón y se apoyó contra el ventanal.

—Gracias por la cena — él castaño se la había dejado en la puerta, sobre una mesita.

—No fue nada, aunque no tienes por qué comer allí arriba solo.

—¿Sugieres que comamos todos juntos como gente civilizada?

—¿Por qué no?

—Creo que sabes la respuesta.

—¿Y qué se supone que le voy a decir a Wanda? Lo siento, perdiste a tu madre y en realidad no tienes padre, solo un benefactor y un desconocido como niñero.

—Dile lo que creas conveniente —dijo él rubio dolido.

—Sé que te importa, Señor Lehnsherr, vi el dormitorio de su hija.

—Que no quiera que me vea no implica que no desee que esté cómoda aquí, ¿No lo entiendes? Es una niña pequeña, con un simple vistazo a lo que queda de mi rostro y tendrá pesadillas durante semanas —negó con la cabeza— Prefiero evitarnos eso a los dos.

Charles se acercó y notó como se ponía rígido y se cruzaba de brazos, es una postura tan defensiva que supo que no podía llegar a él, al menos no en este momento.

—¿De veras crees que una niña se conformará con las migajas?

—Te tendrá a ti.

—Soy un desconocido para ella —susurró suavemente el ojiazul.

—Yo también.

—Eres un hombre imposible —exclamó el castaño con frustración, apretando los puños.

—Quiero protegerla —dijo Lehnsherr, tras un silencio.

—Evitar que te conozca no es la manera.

—¿Eres una autoridad en niños? —preguntó él, con tono incrédulo.

—Tengo experiencia.

—¿En serio?

—No te gusta que la gente te vea desfigurado, y te escondes —dijo Charles deseando darle un puñetazo— Pero tú eres igual, ves lo que quieres, Lehnsherr, no tengo hijos, pero doy gracias a Dios por ser un doncel, de manera que podre concebirlos en algún momento — Erik se quedó paralizado ante la confesión de su niñero, no esperaba que el bonito ojiazul fuera un hombre fértil, aunque está seguro que sus hijos serían tan hermosos como él — además fui profesor en la embajada durante años y estudié psicología infantil, eso debería servir para algo, ¿no lo cree? —enfadado, se apartó de la barandilla para entrar, pero Erik fue más rápido y lo tomo del brazo, le atrayéndolo hacia el ventanal.

—Sí, le creo.

Charles se quedó sin aliento, es un hombre enorme; sus dedos le rodeaban el brazo por completo y se sintió completamente inmerso en su presencia, su aroma varonil y el peligro de estar con él envuelto entre sombras lo enredó como una cuerda de seda, sintió la fuerza de las piernas de Lehnsherr, así como el calor de su cuerpo rodeando el suyo, demasiado misterioso y demasiado embriagador.

Sin embargo, no era su soledad ni su amargura lo que le atraían, era el hombre; el que había sufrido y sobrevivido, el que no permitía que nadie se le acercara, el que protegía a los demás al tiempo que se protegía a sí mismo.

Vio la sombra de su cabeza inclinarse y supo que deseaba besarlo, incluso él mismo deseó que lo hiciera.

—Hueles a... libertad —susurró él rubio, mientras cada célula de su cuerpo le gritaba que era un hombre y Charles fuera tan cálido y hermoso.

A pesar de que Charles oyó campanas de alarma en su cabeza, aunque sabía que estaba allí, disponible, y que probablemente era el primer contacto físico que Erik Lehnsherr tenía en años, no pudo resistirse al deseo de tocarlo; alzó la mano y la puso sobre su pecho, en respuesta Erik inhaló con fuerza y se apartó, adquiriendo conciencia de lo que estaba haciendo.

—No quiero tu compasión, esto está muy mal —dijo apartándolo de él, Charles se tambaleó y él rubio se adentró en la casa, de vuelta a su cueva.

Charles deseó decirle que, en ese momento, envuelto en sus brazos, que compasión era lo último que había sentido, lo último de lo último.


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