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Belleza Oculta por HelaXavier

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Es un tonto, un estúpido como nadie más; está claro que no había aprendido nada cuando su mujer le abandonó, o no habría tocado a Charles de la manera en que lo hizo.

Sentado ante el escritorio, de espaldas al amanecer, Erik tecleó, cometió media docena de errores y apartó el teclado de mala gana, se recostó en la silla de cuero, cerró los ojos y volvió a sentir la impronta de su cuerpo contra el suyo, las suaves y dulces curvas que deseaba explorar con sus manos.

Cualquier hombre con en su sano juicio lo desearía, su cuerpo era delicado y sensual, y su forma de andar era como para volverse loco; no solo había sido estúpido el tocarlo, pensar en ello iba a terminar por desquiciarlo; sacudió la cabeza en negación, soportarlo iba a ser mucho más difícil de lo que había pensado.

Se recordó que es él niñero de su hija, un empleado más, se puso en pie y fue a la ventana; de empleada no tenía nada, es el sueño de cualquier persona; y pasaría mucho tiempo allí, tentándolo.

Erik miró la playa, delicadas huellas marcaban la arena y supo que eran de Charles, se preguntó si llevaría a Wanda de paseo a buscar caracolas, y si la niña sería feliz allí con él; ¿Le gustaría su dormitorio, o se sentiría abrumada y temerosa?; las preguntas martillearon su cerebro y tuvo que reconocer que no tenía ni idea de cómo educar a una criatura de cuatro años; pero Wanda era lo único que le quedaba en el mundo, y haría cuanto pudiera por ella, le ofrecería todo lo que deseara, menos a ti mismo, resonó la voz de su conciencia, y lo asoló el remordimiento.

Le preocupaba traumatizar a una niña inocente e impresionable, Charles sería perfecto de momento; es un hombre encantador y sensible, sospechaba que Wanda disfrutaría por fin; llevaba semanas pasando de mano en mano, desde que su madre se mató, ni él ni Magda tenían familia; un policía lo había informado de la muerte de su ex mujer; cinco días después, un notario, ejecutor del testamento de Magda, le comunicó que tenía una hija, Raven Darkhölme, siguiendo sus instrucciones, había rescatado a la niña del Departamento de Acogida de Menores, había buscado un niñero y organizado todo para que se reuniera con él.

Magda le había ocultado que tenía una hija, y él había tenido mucho tiempo para pensar en la mujer que conoció en un baile de caridad y con la que se casó siete años atrás, Magda había sido una belleza, frágil como una muñeca de porcelana, pero se volvió egoísta y acaparadora; le gustaba más su estilo de vida que él, criadas, cocineras, viajes... cuanto más le daba, más pedía, pero cuando le dijo que quería tener hijos y dejar de viajar, ella se negó y discutieron hasta que lo convenció. Debía haberse quedado embarazada la noche anterior al accidente, en la playa, a pesar de todo, cuando él perdió el atractivo con que la había conquistado, lo abandonó. No podía reprochárselo, era una mujer débil e inmadura, y él también había cambiado, por dentro y por fuera, se preguntó qué le habría contado de él a Wanda, con un suspiro, volvió al ordenador, hasta que escuchó una suave voz por el intercomunicador.

—Mucho trabajo y poco alimento, convierte al señor Lehnsherr en un tormento.

Erik movió la cabeza de lado a lado, sonriendo, y pulsó el botón del intercomunicador.

—¿Has cocinado? —preguntó, consiente de su apetito.

—Sí, y Warren no puede ni con la mitad de su ración —hizo una pausa y añadió, pensativo—Nunca he sido capaz de cocinar para menos de seis personas, menos mal que me gustan las sobras, ¿no? — Erik se preguntó si alguna vez estaba de mal humor y agradeció que no mencionara la escena de la noche anterior.

No quería que lo considerara un animal en celo, ni que le tuviera lástima, se había comportado como un idiota, pero le hubiera gustado saber si él castaño sintió la misma atracción, el mismo calor que él, ni siquiera Magda había conseguido excitarlo así, a pesar de todo el amor que sentía por ella.

—Tengo hambre — Charles deseó que no le gustara tanto su voz y no acordarse de cómo la había afectado en la oscuridad; se había preguntado mil veces cómo podía sentir tanta atracción por un hombre al que no había visto, pero sabía que aspecto, dinero y encanto no eran nada en comparación con lo que decía un cuerpo, y el cuerpo de Erik Lehnsherr decía mucho; él ojiazul deseó que el suyo no estuviera tan dispuesto a escuchar lo que decía.

—Te lo subiré —dijo con la poca serenidad que aún mantenía.

—Gracias —replicó él, deseando poder bajar y tomarlo por él mismo.

—Recibí el correo electrónico, las "reglas".

—Supongo que tienes algo que decir al respecto —dijo él, casi viendo cómo Charles fruncía los labios.

—¿Es negociable alguna?

—¿Cuál, por ejemplo?

—Esa de no subir a la tercera planta, ¿Cómo se supone que limpiará la asistenta?

—Ella conoce las reglas, me avisa antes de subir y me voy a otra parte de la casa — explicó él como si fuera de lo más normal.

—Ya veo —su suspiro se oyó claramente— Esto del intercomunicador es muy impersonal.

—Así es como debe ser, Charles.

—Pero ninguna regla es irrevocable, ¿no? —dijo el castaño en silencio, recargando la frente contra la pared; Lehnsherr es un hombre muy testarudo.

—No —tras una pausa, preguntó— ¿Qué es lo que quieres, Charles? —su voz sonó irritada y él castaño se agitó como una ola.

Quería que Wanda tuviera un hogar normal, pero sabía que tendría que librar una batalla campal con Erik para conseguirlo.

—Oh, nada —dijo con su voz dulce— Encontraré una forma de saltarme tus reglas, te aviso, sobre todo la de no pasear por la casa de noche; me gusta la noche, me gusta beber cacao en la oscuridad, mirando a las estrellas.

—Entonces aquí debes sentirte como en casa.

—Sí, así es.

Erik quería que se sintiera bienvenido; Wanda llegaba a la mañana siguiente y Raven Darkhölme lo había llamado para decirle que no podía encontrar otro niñero a tiempo para la llegada de su hija, Erik creía que estaba enfadada con él y que tampoco estaba buscando a conciencia un remplazo para Charles.

Minutos después llamaron a la puerta, Erik se fijó por la mirilla y unos profundos ojos azules le recibieron, miraban persistentemente hacía la puerta

—Déjala ahí — él castaño le sacó la lengua a la puerta— Un gesto encantador, Señor Xavier —dijo con sequedad.

Charles sonrió levemente y dejó la bandeja a los pues de la puerta —Señor Lehnsherr, respecto a ayer noche...

Erik gruñó para sí y golpeó suavemente el intercomunicador que había junto a la puerta — hizo mal en tocarme señor Xavier.

—¿Por qué?

—Eres él niñero de mi hija.

—Muy conveniente, ¿no?

—¿Qué?

—Bueno —dio un respingo al percibir su tono hiriente— estoy aquí, soy un hombre, y...

—De muy buen ver cabe resaltar.

—Eso no es lo que iba a decir —apretó los labios con amargura, casi deseó estar desfigurado como él; así al menos sabría que las personas no lo querían solo por su aspecto.

—¿Te estás preguntando cuánto tiempo llevo sin estar con una mujer?

—¡Claro que no! —exclamó; esa voz ronca y profunda hacía que le temblaran las rodillas.

—Mentiroso.

—Insultar es una defensa muy infantil señor Lehnsherr—dijo el ojiazul furioso, cruzándose de brazos y mirando de mala gana a la puerta.

—Perdón, olvida que lo mencioné.

—Eso haré.

—Perfecto —replicó él castaño, aunque aún no se confiaba, Erik mantenía al mundo a distancia y, de pronto, se había agarrado de él como si fuera el cabo salvavidas de un barco que se hundía, no podía ignorar la electricidad que había sentido, el calor que le había inundado, ni la necesidad de acariciar la dureza de su enorme cuerpo; había hecho que se sintiera pequeño, indefenso y sobretodo deseado; no era algo fácil de olvidar— Si quieres repetir, no tienes más que dar un grito —dijo para cerrar su "conversación", y bajar por la escalera.

Erik espero hasta que el ruido de los pasos de Charles se extinguiera por la escalera, una vez seguro de esto abrió la puerta y miró asombrado la montaña de comida: huevos, tortitas, beicon, salchichas, café, tostadas y mermelada de melocotón, tendría que correr un par de kilómetros extra para bajarlo todo, pero se sentó a disfrutarlo y a intentar no pensar en el hombre que lo había preparado.

Apenas tuvieron contacto durante el resto del día, y Erik esperó impaciente a que llegara la noche para disfrutar de la libertad que le daba la oscuridad, se sentía como un vampiro, la noche era su compañera, aunque verdaderamente amaba el día y el sol.

Ya abajo, miró a Charles, dormido en el sofá, con un libro abierto sobre el pecho. Ladeó la cabeza para alcanzar a leer el título, Los niños y el dolor; lo asaltó la idea de que Wanda iba a depender del castaño para encontrar consuelo; aunque en realidad deseaba dárselo él mismo, ansiaba tener a su hija en brazos, leerle cuentos por las noches, jugar con ella en los columpios, llevarla a dar largos paseos a la orilla del mar, enseñarle a montar y verla crecer y aprender cuanto más pudiera de ella; maldijo a Magda por no haberle permitido compartir la vida de Wanda; termino por comprender, con tristeza, que iba a ser Charles él que amara a su hija por él. 

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Charles esperaba impaciente cuando el barco atracó, la gente comenzó a salir y con su mirada buscó a la pequeña niña y a su acompañante.
Vio una criatura preciosa, de cabello oscuro que al sol se transformaba en un suave rojizo y con la carita más dulce que haya visto jamás, todo un angelito, la niña agarraba con fuerza la mano de Raven Darkhölme.

—Me alegro de que la trajeras tú —dijo el ojiazul, mirando a su ex compañera de estudios; Raven solo asistió, bajando la mirada hacia la niña y sonrió.

—Me pareció que preferiría alguien conocido a una extraña —dijo la rubia, la cual por su mirada interrogaba como le iba con Erik Lehnsherr.

Charles no quería que adivinara lo ocurrido la noche anterior y suspiró con alivio cuando un hombre se acercó para recoger las maletas, lo acompañó al coche que Erik le había otorgado, le dio una propina y volvió con Raven y la pequeña.

Se puso de rodillas y le dio su más tierna sonrisa a Wanda, la niña ocultó la cara en la falda de la rubia.

—Hola, soy Charles —dijo con voz suave.

—Hola —apenas se oyó la voz de la pequeña; Raven se apartó, obligando a Wanda a alzar el rostro, Charles se sentó en el suelo cruzando las piernas, como si tuvieran todo el tiempo del mundo.

—Ha sido una semana difícil, ¿eh?

—Ni que lo digas.

—Bueno, yo voy a cuidar muy bien de ti, Wanda —la niña le devolvió una mirada llena de cansancio— Te lo prometo. Podemos jugar en la playa, montar en bici y, quizás, incluso a caballo —notó que eso comenzaba a animar a la niña y continuó— Tu papá tiene tres caballos, y creo que no hacen suficiente ejercicio, así que tendremos que ocuparnos de ellos.

—¿Has visto a mi papá?

—Sí —la esperanza en la vocecita de la pequeña emocionó ojiazul—Es muy agradable.

—Mamá me dijo que se hizo daño.

—Es verdad, pero ahora él ya está mejor —no pretendía asustar a la niña con detalles— Solo que no le gusta que lo miren.

Wanda frunció las cejas como si intentara comprender por qué no quería que lo miraran si se encontraba mejor

—Bueno, ¿estás lista para ver tu nueva casa? —Wanda asintió y mordisqueó una esquina de su jersey, Charles se lo sacó de la boca— Debes hablarme Wanda, porque sí no, no podre oír lo que piensa tu cabecita.

—Sí, señor —la niña casi sonrió.

—Te va a encantar, lo prometo, es un castillo, igual que en el cuento de La Cenicienta.

—¿De verdad?

—De verdad — Charles se puso en pie y le ofreció la mano a Wanda, la cual miró a Raven, dio un suave suspiró y la tomo, Charles casi lloró de alegría—¿Quieres venir a casa? — le preguntó a Raven— Puedes tomar una taza de té y algunas galletas, volverías en el siguiente barco.

—Creo que pasaré esta vez, es mejor que se vayan conociendo; te llamaré después, cariño.

—Eso me encantará —replicó el castaño mirándola a los ojos, se acercó y susurró lo más bajito que podía — Porque este trabajo no tiene nada de temporal, y tú lo sabías.

—Necesita a la niña en su vida, Charles.

—Lo sé, pero... —bajó los ojos y vio que Wanda las miraba con curiosidad.

Intercambió una mirada con Raven, ella sonrió y se inclinó para besar a la niña; Wanda se aferró a su cuello y a Charles se le encogió el corazón, debía sentirse asustada e insegura.

Raven le dio un golpecito en la espalda, susurró que iría a visitarlas y que la quería mucho, Wanda fue hacia él castaño y sonrió con valentía.

En el coche, Charles le puso el cinturón de seguridad, se sentó al volante arrancando enseguida —¿Lista? —Wanda la miró con enormes ojos azules grisáceos llenos de lágrimas y asintió, Charles se inclinó hacia ella y la abrazó con cariño— Todo irá bien, cariño, sé que tienes miedo, pero todo estará.

—Quiero irme a casa —la niña la agarró con fuerza, sonaba triste e indefensa.

—Voy a llevarte a una casa nueva, y será una aventura investigarlo todo ¿No te agradaría? Wanda se encogió de hombros y él castaño le acarició el pelo, les quedaba mucho camino que recorrer; Charles se preguntó cuánto tiempo tendría que pasar allí y si alguna vez se atrevería a irse, ya empezaba a querer a la desconsolada niña como suya.

Cuando apareció la casa, Wanda soltó un gritito y se estiró para verla; Charles hizo que volviera a recostarse y rodeó la casa, esperando que la playa, el establo y el enorme jardín lograran interesar a Wanda; Y así fue, sobre todo los columpios y el tobogán que habían sido colocados el día anterior; detuvo el coche y apagó el motor.

—Venga, ve a probarlos —le animó el castaño, Wanda abrió la puerta del coche, Charles la ayudó a bajar y la pequeña corrió hacia los columpios de madera, sonrió cuando trepó al tobogán y se tiró una y otra vez, sintiéndose emocionado solo con mirar, le encantó ver su sonrisa de felicidad y se preguntó cuánto duraría, mientras la niña probaba un columpio con forma de avión y descubría un arenero lleno de juguetes bajo el tobogán.

Warren apareció pronto y se acercó despacio.

—Subiré sus maletas —dijo, estirando la mano para que le diera las llaves del coche— Se parece a él —dijo con voz suave, sin moverse, Charles miró fijamente a Wanda, preguntándose cuánto se parecía a su padre.

Wanda saltó del columpio y corrió hacia Charles, se paró ante Warren y lo miró fijamente, el castaño comprendió que creía que era su padre, les presentó y vio que la niña perdía la sonrisa.

—¿Cómo está, señorita? —Warren se agachó ante ella, esforzándose en brindarle una sonrisa amable.

—¿Te has hecho daño eso? —preguntó Wanda mirando los graciosos gestos de Warren, en un intento por sonreír

—No, siempre se ve así, supongo que debo practicar un poco más el sonreír— dijo rascándose la nuca.

—Mi papá se hizo daño y mucho.

—Sí, bonita, es verdad.

—¿Lo conoces?

—Sí, claro que sí.

—¿Crees que le gustaré? —preguntó con voz temblorosa; Warren cruzó una mirada con Charles.

—Claro que sí, princesa, le gustarás mucho.

—Pero .... ¿dónde está?

—Ahí arriba —Warren se estiró y miró hacia las ventanas, Wanda lo imito y alzó los ojos a la casa.

Erik miró a su hija y se le hinchó el corazón de amor, la había observado mientras jugaba, tenía el pelo oscuro como su madre, y los ojos del mismo color a los suyos, también tenía su sonrisa, aunque ligeramente más refinada, se preguntó si a Magda le había dolido verla cada día y recordarlo a él; Wanda alzó la mano y saludó; Erik deseó bajar corriendo y tomarla en brazos, decirle que la ama, que la protegería y que se alegraba tanto de que estuviera allí, pero no podía hacerlo, así que se limitó a saludar con la mano.

Miró a Charles, apoyada contra el coche, con los brazos cruzados, lo miraba fijamente, era obvio que pensaba que él debía estar jugando con Wanda, y que no entendía cómo podía resistirse a una niña tan perfecta y hermosa, deseó explicarle que se moría de ganas de bajar, que quería consolarla, y que a él le dolía más que a su pequeña mantener la distancia.

Warren fue hacia la casa con las maletas, Charles le dijo algo a Wanda y cuando ella le dio la manita, sintió el deseo de golpear la ventana y aullar ¡Yo debería hacer eso, Wanda es mi hija, mi pequeña, mía!

Charles le dio de comer a Wanda antes de llevarla a su habitación, sabía que no tendría ningún interés en comer una vez viera la fantasía que su padre había creado para ella, le explicó que él dormía al otro lado del pasillo, y que podía ir a verlo en cualquier momento del día o de la noche; eso pareció tranquilizarla.

Mientras Charles guardaba su ropa, la pequeña investigó la habitación y los juguetes, le llamó la atención un oso de peluche con orejas y patas de satén verde menta, casi tan grande como ella, cuando se subió a la cama y miró hacia abajo, apretó el oso contra su pecho.

—¿Tienes miedo? ¿Está demasiado alto?

—No — Wanda la miró, miró a su alrededor con asombro y bostezó— Es todo muy bonito.

—Lo sé, me hubiera gustado tener un dormitorio como este cuando era pequeño, claro con otro tipo de juguetes naturalmente.

—¿Cómo era el tuyo?

—Era pequeño, oscuro y bastante húmedo —no mencionó el hecho que le asustaba mirar debajo de su cama por miedo al "coco"

—¿Hermanos?

—No de sangre, es un hermanastro y está casado —explicó, pensó para sí, con envidia, que eran más joven que él.

Había estado a punto de casarse con el hombre equivocado; un hombre que solo lo deseaba por su rostro, su figura y su gracia; le había oído contárselo al que iba a ser su padrino de bodas; quería un esposo trofeo, para exhibirlo y presumirlo, y a su amante en turno en la cama al mismo tiempo.

Charles cerró los ojos, intentando olvidar esa humillación, William Stryker había sido la culminación de una vida regida por la belleza, sabía que había propiciado esa actitud al presentarse a los concursos, pero lo hizo para poder pagarse los estudios y escapar de la granja en que fue criado, había creído que él lo amaba por lo que era, no por su rostro y ese sueño se rompió, perdió no solo al hombre sino también su propia autoestima, se sintió como un pedazo de carne comprado y pagado; Wiliam le regalaba todo lo que una pareja podía desear, todo excepto su amor.

—Quizás lo conozcas algún día; mi hermano Cain tiene una niña un poquito mayor que tú, pero estoy seguro que podrían jugar juntas —no hubo respuesta, Wanda se había dormido abrazada al osito, sonriendo, le quitó los zapatos y la arropó, le dio un beso en la sien, apagó las luces, saliendo del dormitorio. 
Percibió inmediatamente una presencia y miró hacia la escalera, podía ver sus piernas y una mano en la barandilla.

—¿Está bien? — pregunto Erik con voz tenue.

—Sí, aunque agotada, se ha quedado dormida.

—Gracias, Charles.

—No es nada, aunque desea verte.

—Sabes que no puedo hacer eso.

—Necesita a su papá.

—Charles... por favor — el tono de su voz estaba teñido de desesperación, en ese instante, él ojiazul comprendió lo solo y aislado que se sentía; lo difícil que era para Erik tener a un doncel y a su hija en la casa cuando hasta entonces la había recorrido con toda libertad.

—Se siente sola y asustada, todo es nuevo para ella, y aunque eso sea excitante de momento, lo único que quiere es que su papito la abrace.

—Pues no se puede, no quiero asustarla más, además no sé nada de niñas ni de cómo educarlas; en cambio tú sí.

—Yo no estaré aquí siempre —dijo él castaño, no quería discutir, y menos tan cerca de Wanda, cruzó el pasillo, entró en su dormitorio y cerró la puerta.

Erik suspiró y se frotó la cara con rudeza, Charles estaría allí mientras él quisiera, y solo pensar en que se fuera lo ponía nervioso; miró la puerta del dormitorio de su hija, no quería arriesgarse a que lo vieran, pero su necesidad de ver a Wanda fue más fuerte que él.

Bajó las escaleras, recorrió el pasillo y entró en la habitación con mayor silencio, observó a su pequeña dormida, parecía relajada e inocente, y era muy pequeña, le acarició el pelo y la mejilla, su piel era suave y fresca al tacto; es preciosa; deseó poder tomarla en brazos y apretarla contra sí.

—¿Papi? — El sonido de esa pequeña palabra, casi le hizo llorar.

—Sí, princesa, estoy aquí, duérmete otra vez —Wanda se removió en la cama y Erik le arropo nuevamente — Tu papá te ama —susurró; entre sueños Wanda le tocó la mano y él se puso tenso; las cicatrices de su muñeca eran muy profundas, pero ella ya estaba dormida.

Al momento de marcharse, no quería que él castaño lo viera y estuvo a punto de utilizar el pasadizo, pero decidió que tenía derecho a pasear por su propia casa, casi había llegado a la escalera cuando Charles abrió la puerta de golpe y salió, Erik aceleró el paso, sumergiéndose en las sombras.

—Lehnsherr — lo llamó suavemente, él captó su fragancia, cálida y especiada— ¡Lehnsherr! —insistió Charles y él se detuvo.

—Estoy ignorándote — Sigo andando con paso firme — ¿Es que no lo entiendes?

—Shhh —corrió hacia él corpulento hombre — Claro que sí, soy univer-si-ta-rio y todo eso —replicó él castaño, recalcando cada sílaba.

—No te atrevas a dar un paso más —gruñó él, volviéndose violentamente.

—¿Qué harías? ¿Despedirme? —lo reto el ojiazul, sabiendo que no podía hacerlo.

—Hay otras maneras de hacerte mantener la distancia —amenazo, viendo que comenzaba a avanzar.

—¿Cómo cuáles?

—Por ejemplo, dejar que veas mi cara.

—No me tienes mucho respeto, ¿eh? —susurró él castaño, mirando hacia las sombras Erik percibió compasión y lástima en su voz.

—Al contrario —dijo quedamente—. Te respeto demasiado Charles.

Dio un paso, acercándose peligrosamente, Charles percibió el calor de su enorme cuerpo, casi se dejó caer sobre él, tanta era su fuerza y atracción, Charles sintió que algo lo llamaba, como si lo hubiera conocido en otro tiempo, en otra vida; hambriento de ese hombre misterioso, deseaba el reencuentro entre ellos, pero no podía ser, ya lo habían utilizado bastante por su atractivo; tenía ante sí a un hombre que lo culpaba por ese atractivo, y que quería utilizarlo como barrera entre su hija y él.

—Y eso te enfada, ¿verdad?, desearías que no fuera yo él niñero, sino otra persona.

—Sí —escupió él, como una serpiente a punto de atacar— Veo tu rostro perfecto y percibo cada una de mis cicatrices como si me las hubiera hecho ayer — su voz se hizo más profunda, ronca de deseo por lo inalcanzable— Oigo como se agita tu respiración cuando me acerco, siento tu cuerpo vibrar como ahora y me...

—Y te sientes como un hombre, en lugar de un ermitaño —interrumpió él castaño, sin poder reprimirse, él rubio se quedó paralizado, tenso; percibiéndolo, Charles estiró el brazo, deseando acariciarlo— Erik...

Oír su nombre pudo más que él mismo, bruscamente, se dio la vuelta y subió la escalera hacia su santuario, el portazo fue como un tiro que resonó en la oscuridad; Charles se dejó caer sobre la pared y se cubrió la cara con las manos.

Lo había fastidiado todo, Erik nunca saldría a la luz, ni por el deseo que compartían, ni por la niña que ambos amaban.


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