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Capítulo uno:
Mi sobre protector hermano mayor
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Ya lo había decidido. Lo iba a decir. Tenía que hacerlo por mi bien mental. Estaba cansado de callar. De aparentar de cierta forma o, simplemente, censurar opiniones al respecto para no llamar la atención. Empujé con mi lengua el interior de mi mejilla notablemente inquieto. Suspiré para calmarme colocando mi puño en mi sien mientras picoteaba los chicharos de mi plato. Simplemente jugaba con mis alimentos; no había ingerido nada aún. No tenía apetito.
―¿Qué te pasa, Kook?―alcé la vista de aquella cena revuelta descubriendo como Jin me observaba con una mueca preocupada. Apariencia típica de un padre, mas no de un hermano mayor―. Cuarto suspiro de esta noche canturreó jocoso llevándose un trozo de carne asada a la boca junto a una mirada perspicaz.
―¿Qué ocurre, mi amor?―observé de soslayo a la única fémina de aquella mesa familiar. Negué y ella continuó―… ¿No estará enamorado nuestro bebé?―apreté mi mandíbula.
―¿Será eso?―siguió el castaño. Mi hermano parecía altamente curioso en mi estado. No, más bien, en mis asuntos. ¿Su vida era tan aburrida?―. Como es que no he tenido el placer de ver a ESA enamorada―lo miré arrugando el ceño pasando a observar a mi padre quien simplemente comía mirando el televisor el cual, se podría decir, era el quinto miembro de esa familia tan típica.
―Cállate―le dije al castaño―… Eres molesto―murmuré.
―¿Disculpa?―entonó con una voz fina haciéndose el ofendido mientras veía la carne de cerdo a medio masticar en su boca―. Sólo me preocupo por mi hermanito pequeño. No quiero que le rompan el corazón. Las chicas a veces son bastante malvadas―miró a mi madre quien, seguro, le prestaba atención a su hijo mayor con notable temor en sus ojos mientras yo permanecía ido con la vista en mi plato el cual, a esas alturas, ya ni siquiera se veía apetitoso con todo ese revoltijo de alimentos.
Resoplé.
La vajilla sonaba, la televisión estaba demasiado fuerte y las voces de mi madre, hermano y los repetitivos monosílabos de mi padre me estaban hartando―. No te ofendas madre, pero me han roto muchas veces el corazón y sabes lo sensible que soy―continuaba su lacerante verborrea.
―Mi amor, lo sé―estaba seguro que ese idiota molesto nunca le había pasado nada relevante en sus relaciones. Ni en su vida, recalco―… Las chicas de hoy en día son de temer―alentó la mayor con real preocupación y aprensión.
―¡Maldición, ni siquiera me gustan las estúpidas chicas!―grité. ¿Cómo? Acaso, ¿acababa de salir del armario? Jadee. El ruido cotidiano cesó. Miré a cada integrante de aquella básica familia. Estos quedaron pasmados por mi abrupto vómito verbal. Luego, continuaron con lo suyo, pero eso sí, el ambiente se tornó algo denso. No supe a quién mirar; no supe si hablar. Así que, simplemente, situé mis ojos en la televisión, la cual sólo estaba transmitiendo publicidad. Al final, mordí mi labio inferior y regresé mis ojos a mi plato.
Oí, junto a mí, un jadeo de mi madre y como ésta se colocaba de pie con algo de torpeza. Salió hacia la cocina murmurando sobre algo que se le había olvidado en el horno. Pero era mentira. Su llanto se podía escuchar en la sala donde nos encontrábamos. Rodé mis cuencas y mi padre se levantó de la mesa para ir a consolarla.
¡¿Acaso había muerto y no me habían dicho?!
¡Dios!
Bufé volviendo a mis chicharos los cuales aplasté oyendo como mi hermano volvía a comer como si nada hubiera pasado ahí. Alcé mi mirada y éste me observó desconfiado.
―¿Acaso estas saliendo con alguien?―masticó un trozo de patata y vegetales mientras me apuntaba con su tenedor sucio. Me pareció como si con aquella arma me estuviese amenazando―… Me refiero a un chico―negué―. Más te vale. No voy a tolerar que alguien abuse de mi pequeño bebé―arrugué una servilleta y se la lancé. Esta calló en su plato. No sabía que con aquella revelación mi hermano mayor se iba a transformar en un sujeto aún más pesado e invasivo.