"Es ley de guerra que los vencedores traten a los vencidos a su antojo"
Julio Cesar.
Se hallaba en un predicamento moral. Sabia bien que lo que sentía no podía ser mas que una gran aberración.
Y si, debía sentir verguenza de si mismo, ya que no solo estaba deshonrando a su propia persona sino a toda su familia.
Pero por mas que tratase de comprender lo que le estaba pasando, no lograba conciliar una respuesta lógica.
¡Por Jupiter! ¿En que estaba pensando?
Lo que hacia no podía ser otra cosa mas que un claro e infalible error.
Sin embargo, allí estaba.
Ichiji, el primogénito varón de uno de los mas destacados miembros del senado romano, observando a travez del balcón de la Domus de su familia al objeto que provocaba toda clase de deseos indignos en su cuerpo.
Y quizas era eso lo que Ichiji tanto despreciaba, que no fuera nada mas que una simple cosa, la que lo arrastrase a tal estado.
Porque «él» ni siquiera era una persona. No, claro que no. Era mucho menos que eso.
Ya que, a pesar de que su fibroso cuerpo se alzase fuerte y viril ante el imponente Sol Invictus, oque sus cortos cabellos romaña — oscurecidos por el sudor y trabajo arduo — se adhirieran a su rostro mientras que poco a poco aquellas gotas de sal abandonaban su frente para perderse en aquel trabajado tórax, Ichiji veía un ser que iba acorde con todas las proporciones clásicas de la perfección.
Digno de ser comparado con Marte.
Pero había un pequeño problema,
Él...
Él no era mas que un esclavo, un objeto sin ninguna clase de valor.
Katakuri.
Ese era su nombre, el mismo que colgaba del collar de su cuello, junto al sello de su familia, la gran familia de patricios Vinsmoke.
Y era esa misma pieza de bronce la que le recordaría lo que seria por siempre.
Un esclavo.
En Roma no importaba si te involucrabas con un hombre o una mujer. El acto sexual era uno de los pocos placeseres concevidos por los dioses del que los romanos mas abusaban. Incluso el adulterio, apesar de ser inequívocamente escandaloso, era una de las practicas mas comunes de su tiempo, pero ¿Relacionarse con un esclavo?
Un paria que ni siquiera podía recibir el titulo de ser humano.
Eso solo significaría una vergüenza absoluta y completo repudio social, no solo para los perpetuadores, sino para toda su familia.
¿Como un pensamiento tan inconcebible podía si quiera tener lugar en su cabeza?
Ya ni el lo sabia.
Katakuri había llegado a la Domus hacia aproximadamente tres años y apenas lo vio cruzar por el umbral de la majestuosa fachada de la residencia de su padre, le quito el aliento.
Quizás fue su oscura mirada, con ojos que inspiraban miedo a cualquiera que los viese y que eran las ventanas de un pasado tan intrigante como desconocido, o sus rasgos tan poco comunes, que denotaban su lejano proceder y apenas poso su atención sobre ese esclavo, supo que no seria únicamente un objeto mas de su hogar.
Pero, apesar de la fuerte primera impresion que se llevo de Katakuri, jamas le dirigio la palabra en todo el tiempo que llevaba en su hogar. A fin de cuentas, Katakuri era un siervo y él, un patricio, descendiente directo de las primeras familias que fundaron el mas grande y glorioso imperio que la historia hubiera visto, y no se le podía ver interactuando con personas que no tuvieran su mismo status social.
Sin embargo, Ichiji finalmente había decidido actuar luego de ser testigo de algo que no pudo tolerar.
Y tomando ventaja de que su padre hubo de salir a una sesión de emergencia a la Curia, quesu madre se hallaba en su Villae a las afueras del imperio y de que sus hermanos se encontraban en el centro de la ciudad.
Siendo víctima de un irrefrenable y hasta el momento, desconocido impulso, ordeno a toda la servidumbre abandonar el palacio y mando a llamar a Katakuri sus aposentos.