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Senseless por OldBear

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Capítulo 21. Navidad.

Se sentía flotar en una infinidad de nubes de algodón, todo a su alrededor era calmo, tranquilo, bonito; y no supo que le hizo salir de aquel idílico ensueño, pero despertó . Sintió su brazo izquierdo entumecido por no haber cambiado de posición en toda la noche al igual que su pierna izquierda. Su plan era estirarse ligeramente y dar media vuelta en la cama para seguir durmiendo—o intentarlo, por lo menos—, hasta que notó que no estaba solo en la cama. Contrario a tantas mañanas anteriores, en esta, cuando abrió los ojos, se encontró frente a frente con Severus, quien aún no había abandonado el lecho.

La sorpresa le inundó y recordó que estaban en la madriguera, y que quizás la noche anterior tantos gryffindors y Weasleys reunidos habían mermado a aquel slytherin —aunado a los efectos del Minuere — y por eso seguía durmiendo. El hombre tenía los ojos cerrados y un semblante tan relajado que Harry solo pudo sonreír; mantenían aún sus piernas entrelazadas, y las manos de Severus rodeaban su cintura haciendo de aquello un momento íntimo para él.

Levantó su mano suavemente y la acercó al rostro del otro, sin saber si debía, solo deseando tocarlo de una forma más íntima. Sopesó de acercarse despacio y besarlo, aunque solo fuera algo breve y leve, pero no estaba seguro si debía.

—Supongo que este debe ser mi regalo de navidad—murmuró para sí mismo mientras delineaba la mejilla de Severus muy suavemente, deseando que aquel momento se alargara.

Pero no le duró demasiado.

—A esta distancia lo escucho murmurar, Potter—dijo Snape sin siquiera abrir los ojos, y la gravedad de su voz le provocó una mezcla de excitación y sorpresa.

Después del escalofrío inicial, Harry se tensó al oír esas palabras, dándose cuenta que el maestro de pociones estuvo despierto todo el tiempo, por lo que se había dado cuenta de todos sus movimientos...

Retiró la mano que seguía en el rostro del pocionista con rapidez, sonriendo de forma nerviosa cuando Snape fijó sus orbes oscuros en él.

—Pensé que dormía.

—Soy un espía, Potter, y soy muy bueno en lo que hago.

Harry se ruborizó al escuchar esas palabras y pensarlas en un segundo sentido, pero se recompuso rápidamente para evitar abochornarse más de la cuenta. Aclaró su garganta, sintiendola seca quizás por su nerviosismo, y se dio cuenta que aún seguían abrazados.

—Esta vez no desapareciste apenas amaneció—se aventuró a decir.

—A decir verdad despertaste un poco más temprano de lo que esperaba.

—¿Entonces admites que desapareces en las mañanas?

—Solo me despierto temprano, Potter. Muchos de nosotros tenemos obligaciones en las mañanas.

Era una mentira de Snape, pero entendía que Harry no necesitaba saber la verdad. El maestro de pociones pensó que aquel era un buen momento para retirarse; a decir verdad se había despertado antes que Harry —como siempre— y sopesado la idea de levantarse y bajar, donde seguramente los señores Weasley estaban despiertos, pero cambió de idea. Se perdió, o dejó perder, en la contemplación del perfil de Harry, admirandolo como tantas veces había hecho en las mañanas, y había fingido estar dormido tan pronto lo sintió despertarse. No se había levantado principalmente por qué la pregunta que le había hecho la noche anterior aún rondaba por su cabeza.

Decidió levantarse, creyendo que si continuaba en aquella posición podía incomodar al Gryffindor y comenzó a separar sus piernas, pero fue detenido en el acto.

—¿Puedes quedarte así un segundo más? —preguntó Harry inusitadamente tímido. —Solo unos segundos.

Hasta ese momento Severus se dio cuenta que Harry lo seguía viendo y que no parecía molestarle en absoluto la posición en la que se encontraban.

—¿Puedo saber para que?

—Para tomar valor.

Harry cerró los ojos y acortó la escasa distancia que los separaba, cumpliendo el sueño que no dejaba de rondar por su cabeza: besar a Severus. Fue apenas un leve roce en los labios que le supo a gloria, pero se separó rápido, incapaz de imaginar lo que haría Snape por aquel acto.

Pero, contrario a todas las represalias que creía podrían surgir, Severus se acercó hacia él y volvió a unir sus labios. Harry casi jadeó de la sorpresa cuando el maestro inició el beso, creyendo que seguía soñando o peor, que se había vuelto loco; pero no, todo aquello era real.

Devolvió el beso con placer, abriendo ligeramente su boca cuando sentía que aquello se profundizaba. Las manos de Severus, que habían estado envolviendolo hasta aquel momento, lo aferraron con más fuerza para estrechar el abrazo. Harry movió su brazo libre y enredó sus dedos entre el pelo negro, dejándose llevar. Se estremeció al sentir la lengua de Severus que parecía querer dominar su boca, y un leve gemido brotó de su garganta al sentir aquel dominio que el mayor estaba ejerciendo sobre él.

Ninguno de los dos parecía recordar —o no querían recordar— dónde estaban, pero unos golpes en la madera de la puerta les hizo separarse velozmente, quedando Severus sentado en la cama y Harry enredado entre las sábanas, sin entender que estaba sucediendo.

—¡Hora del desayuno!— canturreó Molly con voz alegre a través de la puerta, sin abrirla. —Los espero abajo.

El tener a tantas personas en la casa siempre la hacía feliz y emocionada, tanto, que esa mañana se había despertado aún más temprano para preparar el desayuno y darse a la tarea de que a nadie se le pegaran las sábanas, aunque la mayoría se había dormido tarde el día anterior.

Severus escuchó los pasos de la matriarca Weasly, que indicaban que ella se alejaba de aquella habitación. Se giró hacia Harry, viendo cómo este se sentaba en la cama.

—Lo que acaba de suceder...

—Digamos que fue un accidente —le cortó Severus, levantándose de la cama— pasamos mucho tiempo juntos y... fue el calor del momento. Que quede entre nosotros, Potter.

Era notorio el cambio en la actitud del mayor al decir esas palabras comparado con su actitud unos momentos antes, volvía a ser el estoico Maestro de Pociones. Severus estaba dispuesto a salir de la habitación cuanto antes, pero no contó con la rapidez de Harry, quien de un salto se lanzó de la cama y se colocó entre él y la puerta.

—No, no fue el calor del momento, por lo menos no de mi parte.

—Potter, retírate de la puerta antes de que te hechice.

Severus no podría hechizarlo ni aunque Harry intentara atacarlo, y ambos lo sabían, el mayor ni siquiera hizo el amague de sacar su varita.

—Solo quiero que hablemos de lo que sucedió.

—Ahora no.

—¿Cuando?

El pocionista entrecerró los ojos, viendo que Harry no se la pondría tan fácil como habría deseado, y terminó por ceder a sus demandas por aquel momento.

—En la noche, en mi cabaña. Pero no discutiré nada de esto con un montón de Weasley en el primer piso.

Harry aceptó al escuchar la promesa de que hablarían después y se retiró obediente de la puerta, dejándole pasar. Cuando bajó un momento después se enteró de que Severus se fue sin siquiera tomar el desayuno, diciéndole a Molly que tenía cosas urgentes que atender y ella, aunque no le creyó, sabía que tan solo haber pasado la noche en la madriguera fue todo un logro para el pocionista, por lo que no lo forzó. Harry suspiró, sabiendo perfectamente la razón de la intempestiva salida del Pocionista, pero sin comentar nada, ni siquiera a sus amigos hasta que no estuvieran completamente solos. Intentó mantenerse en una actitud positiva aun ante la huida de Severus, sabiendo que de todas formas tenían una "promesa" para hablar.

Colocó toda su atención en la entrega de regalos que ocurrió casi al mismo tiempo del desayuno pues ni los gemelos ni Sirius —haciendo alarde de sus espíritus infantiles— pudieron esperar a que todos terminaran de desayunar.

Harry tenía dos regalos especiales, uno para Severus, el cual estaba oculto en la habitación de Ron y esperaría a verlo para entregárselo, y el otro para Sirius, por el cual se había esmerado durante varios meses. Los demás regalos los compró en una salida a Hogsmeade acompañado por Remus unos días antes, donde tuvo que procurar ser cuidadoso para que el licántropo no viera su propio presente.

Incluso le había comprado un regalo a Draco, algo sencillo y que seguramente no le gustaría, pero Harry pensaba que si estaban entablando una mediana amistad, lo mínimo que podría hacer sería comprarle algo. Aquel regalo también estaba encogido y guardado, esperando al regreso a clases.

Los Weasley que habían tenido que marcharse la noche anterior regresaron justo a tiempo para recibir y entregar sus propios presentes, incluso Dumbledore, quien hasta había llevado los presentes de McGonagall, pues ella estaba visitando otras amistades. Incluso le resultó una gran sorpresa, así como a muchos otros presentes, el saber que Severus había dejado obsequios debidamente identificados con Molly, para que está los entregara.  Harry se vio rápidamente rodeado de diversos presentes y, entre ellos, el abrigo tejido de la matriarca familiar.

—Espero que te guste, —le susurró Molly en su oído sano cuando se lo dio. —Este año es un poco diferente.

Harry desenvolvió el suéter y vio la parte frontal, dándose cuenta que no eran sus iniciales, como Molly siempre hacía; sino que, en letra un poco más pequeña, la mujer había escrito Harry Potter Weasley.

—Al fin y al cabo también eres un Weasly, era justo que tu sueter también lo dijera.

Harry sonrió y se colocó el suéter rápidamente. Él ya se sentía parte de aquella pelirroja familia desde hacía mucho, pero no podía negar que se sentía bien cuando le incluían en ese tipo de cosas. Cuando la señora Weasly enfocó su atención en George y Fred, pues parecían haberle regalado a Fleur algo inflamable, Sirius se le acercó. Harry le tendió el presente que tenía para él, sintiendo ansias por saber si le gustaría, ya que era algo en lo que había trabajado un par de meses antes (y que por suerte termino antes de la maldición que le afectó).

En una de las pocas veces que había podido ir a Grimmauld Place, Harry encontró un baúl lleno de fotografías y recortes de sus padres, Sirius y Remus. También había algunas cuantas donde aparecía colagusano antes de que se dieran cuenta que era un servidor de Voldemort, pero en la mayoría lo habían recortado.

Casi el 90% de las fotos estaban dañadas, les faltaba una parte, se habían arrugado, mojado o, en términos simples, casi todas se encontraban en pésimo estado. Remus le había contado que el culpable había sido Kreacher unos 7 años atrás, pues el elfo lo había hecho en un arrebato de cólera contra Black por "manchar el apellido Black." Lupin le contó que el elfo había dañado varias cosas personales de Sirius, pero que aquellas fotos eran lo que más le dolían, y que fue por eso que no las tiraron. Kreacher había utilizado magia para arruinarlas, por lo que era muy difícil componerlas, aunque no imposible.

Harry se las llevó a Hogwarts sin decir nada y con ayuda de sus amigos —más que nada de Hermione, quien encontró el hechizo necesario— pudo restaurarlas una por una. Con la ayuda de Albus había conseguido un álbum mágico, incluso el director le ayudó con unos cuantos hechizos de protección para que no pudiesen dañar el libro, y lo mantuvo ocultó todo ese tiempo. Aunque, a decir verdad, logro terminar el regalo en la cabaña de Severus, gracias a los grandes lapsos de tiempo que pasaba solo.

Su padrino lo miró extrañado cuando desenvolvió su regalo y encontró un libro rojo con letras doradas que rezaba "Los merodeadores", y lo abrió volviendo a ver sus preciosos recuerdos nuevamente. Las fotos no solo estaban como en el momento en el que Kreacher las arruinó, sino mejor inclusive. Harry y Dumbledore no solo habían puesto hechizos protectores, sino unos de proyección, por lo que el álbum superponía las fotos de la página que se estaba viendo, dando casi la sensación de ver una proyección dentro del libro, haciéndolo todavía más especial.

Pero quizás lo que más conmovió al animago —aunque todo el regalo en sí le conmovió — fue que Harry colocó una foto en la que salían ellos dos y Remus, sentados en el sofá de Grimmauld un año antes. La foto se la había quedado Harry, y decidió que el mejor lugar para colocarla sería en el álbum.

Sirius sintió sus ojos escocer y el cosquilleo de su garganta ante las inherentes ganas de llorar que aquel regalo le trajo.

—Gracias, —dijo, sosteniendo una lágrima traviesa que amenazaba con caer. —Esto es muy especial para mi.

—El álbum está hechizado, es resistente a muchos hechizos. —se le acercó, queriendo susurrar la última parte, aunque los demás estaban absortos a sus propios obsequios— incluso resiste maldiciones oscuras, así que nadie volverá a dañar tus fotos.

—¿Donde aprendiste un hechizo así?—preguntó con una sonrisa ladeada, orgulloso de la destreza de su ahijado.

Harry le sonrió, no muy seguro de querer revelarle que aquel había sido un hechizo más que básico para los que él conocía debido a sus sesiones de estudio con Ron y Hermione. Ni siquiera el director sabía que él había colocado protecciones extras contra magia oscura, o esperaba que no lo supiera.  De todas formas no necesitó decirle, pues Sirius recordó que no le había dado su regalo verdadero.

—Se me estaba olvidando darte tu regalo.

—Sirius, ya me diste algo.

Sirius había decidido unos meses antes regalarle a Harry una nueva escoba luego de ver que la de él estaba ligeramente desgastada. La había comprado en agosto, cuando salió la nimbus más reciente, y planeó guardarla hasta navidad. Pero había cedido a sus impulsos y se la había dado un par de días antes para que la pudiera probar en casa de Snape. Pero, no obstante a eso, decidió regalarle algo más a su ahijado.

—Esto es solo un detalle pequeño, —le tendió una pequeña caja con un moño dorado— además la escoba te la dí antes de navidad, imaginé que no contaría.

Harry se quejó diciendo que obviamente aquello contaría, pero abrió la pequeña caja y extrajo con asombro la esclava de oro que había en su interior. Sirius levantó su mano derecha, y hasta ese momento Harry se dio cuenta que él también llevaba una.

—Están conectadas, si estamos en peligro solo tocalá dos veces con tu varita, y sabré que necesitas ayuda.

—¿Funciona en doble vía?

El animago asintió y le explicó cómo debía dar los toques en la esclava y le ayudó a colocarsela, pidiéndole expresamente que no se la quitará. Harry tomó aquel regalo como una preocupación de su padrino de algún otro ataque de Voldemort, y le prometió que la llevaría consigo a todas partes.

El resto de la mañana pasó entre risas y envoltorios desperdigados por el suelo. Remus y Sirius sí permanecieron hasta mediodía y aprovecharon para tener un partido de Quidditch en el patio. Colocaron a los gemelos en el equipo de Harry para evitar que le hicieran daño, ya que Sirius y Ron, estando en el equipo de Ginny, no le lastimarían. Harry se mordió el labio y se obligó a no comentar que la maldición no le había afectado en su habilidad de volar o jugar, ni lo había debilitado físicamente y ellos estaban exagerando, pues durante el juego casi no le hacían oposición. Cuando su padrino y Lupín se fueron, Harry no perdió el tiempo en decirle a sus amigos que necesitaba hablar con ellos algo, y debía ser de forma inmediata, pues él volvería a la cabaña de Snape en la tarde y el arrebato de ímpetu que tuvo en la mañana había mermado.

Ron y Hermione entendieron su necesidad y los tres se encontraron pronto en la habitación del primero, asegurando con un simple hechizo que ningún curioso —los gemelos, específicamente —pudiera escuchar su conversación.

—¡¿Te besaste con Snape?!

La sorpresa en la cara de Ron era impagable, parecía estar teniendo una perfecta imagen mental de la situación y entrar en un colapso debido a ella. Hermione, por su parte, estaba más calmada, y su sonrisa implicaba que también estaba feliz por qué su amigo realizó algo que quería desde hacía mucho.

—¿Puedes hablar más bajo? Que hayamos puesto protecciones no implica que grites. Y sí, lo besé, fue un impulso. Pensé que él se enojaría cuando me separé, pero él se inclinó y me besó.

—¡Eso es genial, Harry!— Hermione se acercó hacia el, sentándose a su lado — No hay prueba más contundente de que le gustas.

Él puso ligeramente en duda aquella afirmación al contarles el resto de la situación hasta que Snape salió de la habitación, e incluso Ron se rió al escuchar que su madre los había interrumpido.

Hermione colocó una mano debajo de su barbilla, pensando seriamente en la situación.

—¿Y ya sabes que le dirás esta noche?

Harry se cubrió la cara y se dejó caer en la cama de espaldas, no sabía absolutamente nada de lo que le diría en la noche.

—Después de darle su regalo no se qué decirle. Han pasado tantas cosas que realmente no estaba en mis planes lo del beso por... ya saben.

—¿Lo de que te correspondiera por pena ?

—Exacto, pero fue simplemente que... él estaba tan cerca... estábamos tan cerca... No sé qué hacer.

Tanto Hermione y Ron lo miraron antes de intercambiar una mirada entre ellos. El pelirrojo se aclaró la garganta, dispuesto a darle un poco de ánimos según su punto de vista.

—Dudo mucho que sea algo por pena, no fue que te siguió el juego, sino que tomó la iniciativa de regresarte el beso. Yo diría que fueras con todo.

—Concuerdo con Ron, me pareces que tienen una buena oportunidad. Solo sé sincero.

Ser sincero era quizás el consejo más general e impreciso que le podían dar en aquel momento, pues si bien él planeaba hablar con la verdad, el detalle es que no sabía exactamente cómo decirlo. Suspiró mientras volvía a sentarse en la cama y pensaba que lo mejor era cambiar de tema por el momento. Había un hechizo que estuvo practicando cuando nadie lo veía, y quería mostrárselo a sus amigos antes de tener que marcharse.

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Los pasos de Bellatrix resonaban estrepitosos en los pasillos húmedos y vacíos de aquel lugar mientras avanzaba a gran velocidad. Su señor la había llamado, y ella no perdía tiempo en llegar ante la presencia de Lord Voldemort. Llegó hasta la sala donde él la esperaba y dio dos toques rigurosos en la puerta entornada, asomando ligeramente su cabellera por el resquicio abierto.

—Mi señor.

Voldemort miró a la bruja que tenía enfrente y le hizo una seña para que cruzara la puerta. Bellatrix obedeció y entró, haciendo una exagerada reverencia cuando se acercó ante la presencia viperina.

La habitación estaba en penumbras, apenas mal iluminada por unas velas desperdigadas por las esquinas. No había ni una ventana por donde entrará el sol o la luz de luna, ni parecía importarle en lo más mínimo al señor tenebroso. Bellatrix se percató de unos cuantos viales de poción rotos en el suelo, pero no había mancha de líquido alguno, por lo que fue lógico para ella el pensar que su señor había tomado el contenido de aquellos antes de romperlo. Voldemort solía tomar distintas pociones, eso no era extraño, pero ella nunca había visto tantos viajes juntos.

El rostro del Lord estaba contraído en una mueca de seriedad e ira, y parecía estar luchando por no arremeter contra ella y matarla para liberar su frustración.

—Bellatrix —siseó, haciéndole una seña para que se acercara más. —Tendremos que adelantar nuestros planes.

La bruja dio un par de pasos al frente y miró al lord, consternada. Ella sabía, como mano derecha de su señor, de los planes de esperar al inevitable debilitamiento de Potter a manos de la maldición que lo golpeó, y por eso estaban fortaleciendo sus filas.

—¿Puedo preguntar a qué se debe, mi señor? —se atrevió a preguntar, mordiendo su labio inferior.

—No, —demandó con un tono que no admitía réplica alguna. —¡Solo obedéceme! Te informaré el día del ataque.

Bellatrix realizó otra exagerada reverencia y salió de aquella habitación, dispuesta a cruciar a quien necesitará tan solo para adelantar los planes de su señor.

Voldemort miró la puerta por donde se había ido su más fiel seguidora y su única mano derecha, luego del descubrimiento de la traición de Snape. Apretó su puño, clavando sus garras, y no se detuvo ni cuando sintió la sangre brotar de las heridas que se había hecho.

Su plan, su hermoso plan de había ido a la mierda.

La maldición con la que se enorgullecía de haber alcanzado a Potter le estaba afectando, todo por la maldita conexión que ellos compartían. Tardó más que con el muchacho, y al principio no quiso creerlo, pero era inevitable. En su pecho se había formado la ineludible marca, con los círculos y las cruces; estaba completamente ciego de su ojo derecho, y su tacto se había desvanecido por completo.

Había tomado varias —muchas —pociones basadas en sangre de sus mismos mortifagos, los cuales murieron en el proceso, solo para hacer algún hechizo desacelerador, como lo hacía Harry con el Minuere; pero Voldemort sabía demasiado bien que aquella maldición no se podía quitar de forma tan sencilla.

Solo había una forma, una única oportunidad de deshacerse de ella —y ni siquiera era infalible— pero sería su única opción. Para eso, debía matar a Harry Potter. 


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