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Un lugar como el hogar por Marbius

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5.- “¿Me estás pidiendo...?”

 

Katsuki consiguió deshacerse de sus compañeros de banda a eso de mediodía, luego de convencer a Shouto de que esa sorpresiva reunión consistía en su compensación por los dos días que se había fugado de Tokyo y le otorgaba por lo menos hasta el domingo a las 23:59 para ponerle punto final a sus asuntos en Musutafu y marcharse con ellos a primera hora del lunes. Eso en palabras de Shouto, que como manager podía ser intransigente, y Katsuki le había dado por el lado porque si así conseguía quitárselos de encima antes de que llegara la hora de verse con Izuku, pues mejor para él.

Al final se marcharon con la promesa de hospedarse en la casa familiar de los Todoroki pues era ahí donde contaban con más espacio y así no causarían ninguna clase de revuelo en la ciudad. Después de todo, eran Class A y a diferencia de Katsuki ellos no pertenecían de siempre a la ciudad.

—Suerte, Katsuki —dijo Kyoka al pasar a su lado y despedirse.

—Espero todo salga bien para ti —fue el comentario más formal de Momo.

—¡Consíguelo, tigre! —Como siempre, Denki se lo tomó a guasa y Katsuki lo ignoró con un gruñido.

Tokoyami fue más sensible. No en balde había sido él quien retuviera a sus compañeros de banda para darle tiempo a él de resolver sus asuntos, y poniéndole la mano en el hombre a pesar de las diferencias de estatura (Tokoyami era el más bajo de estatura en el grupo, superando incluso a las chicas), murmuró para él que “ojalá encontrara la paz que buscaba.”

Shouto fue el último, y aprovechando que el resto de la banda se moría de hambre y hacía planes para ir a comer en un restaurante de ramen que habían visto de camino, se paró frente a Katsuki y le expuso las condiciones de su estancia.

—No pierdas tiempo buscando jugar al papá que vuelve y trata de reconciliarse con la familia que dejó atrás —dijo con absoluta frialdad en el tono de su voz—. Raras veces funciona.

—No proyectes tu vida familiar sobre la mía —fue la seca contestación de Katsuki.

Todos en Class A estaban al tanto de la complicada relación familiar que tenía Shouto con Enji. Daba lo mismo si Shouto estaba dispuesto a asumir el papel de hijo heredero a pesar de ser el más pequeño de cuatro hermanos que lo antecedían con ese honor, porque los conflictos entre los Todoroki eran legendarios y se remontaban hasta los años de su infancia. Era una especie de secreto a voces que Shouto odiaba a su padre, y a veces éste lo confirmaba con gestos, acciones o palabras, pero siempre conseguían dominarse cuando se trataba de negocios.

En opinión de Katsuki, el que Shouto quisiera inmiscuirse entre él e Izuku era una impertinencia de su parte. Porque él no era Shouto (por mucho que a éste le gustara identificarse con su persona) e Izuku era único en su especie. Ellos dos eran diferentes, y tenían un pasado en común que se había transformado en futuro al convertirse en padres de Eri. Ni por cobardía podía marcharse Katsuki así sin más sin haber peleado con todo lo que tenía para intentar arreglar su presente con la persona que más amaba en el mundo. 

—Yo no-... —Quiso defenderse Shouto, pero Katsuki le cortó de raíz.

—¿Alguna vez sentiste afecto por Endeavor? Da igual si fuera de crío, ¿lo sentiste?

La expresión de Shouto se ensombreció. —No. Desde que tengo uso de memoria me convertí en su heredero, y mi formación comenzó desde mi nacimiento.

—Apesta ser tú —dijo Katsuki sin malicia—, pero tu situación es completamente diferente de la mía y de Deku. Tal vez en tu caso no haya camino posible de retorno y todo está arruinado, pero Deku y yo somos diferentes.

—Tal vez pienses eso-...

—No —le interrumpió Katsuki con firmeza—. Lo sé. Siempre lo he tenido claro, mucho más que cualquiera otra cosa en mi vida.

—Lo dices con la misma seguridad con la que en la junta que les propuse ser su manager anunciaste que se volverían famosos —dijo Shouto con una traza de buen humor en sus facciones—. Pensé “este crío idiota sí que sabe fanfarronear a sus anchas”, pero me callaste la boca, Katsuki. Sí que lo hiciste.

—Porque así soy yo. No digo nada de lo que no estoy seguro.

Sosteniendo la mirada de Shouto con la suya, Katsuki le hizo saber en el fuego de sus ojos que antes tendrían que noquearlo y subirlo al tren como peso muerto que marcharse a Tokyo por su propia voluntad. E incluso así volvería. Sólo Izuku tenía sobre sí el poder de hacerle cambiar de opinión, y Katsuki depositaba su esperanza para que no fuera el caso. Creía en él, en ellos...

—Está bien —accedió Shouto tras unos segundos—. Pero sé realista. Te pasaré mi dirección y espero verte ahí el domingo sin falta para decidir qué camino tomar.

—Ya verás que la única decisión pendiente será acomodar a Izuku y a Eri en mi rutina de Tokyo.

—¿Eri? Es un nombre bonito —dijo Shouto, y sorprendiendo a Katsuki y a sí mismo en el proceso, le dio a éste unas palmaditas en el hombro y le deseó suerte.

—No necesito suerte —gruñó Katsuki.

—Utilízala igual, uno nunca sabe.

—Bah.

Pero Katsuki consideraría después que hizo mal en desdeñar esa suerte.

 

Fiel a su compromiso, Katsuki había estado esperando por Izuku y Eri a las afueras del kindergarten desde quince minutos antes de que sonara la campana, pero inició con el pie izquierdo al llevar para ambos dos chocolates calientes de la máquina expendedora y que su ex le riñera por darle tanto azúcar a su hija a media tarde.

—Me gustaría que me consultaras antes de comprarle golosinas —dijo Izuku tratando de mostrarse tranquilo, pero Katsuki se sintió terrible incluso si Eri obtuvo el permiso de beberse el chocolate y le agradeció repetidas veces por el detalle.

A diferencia de la tarde anterior, ese día soplaba el viento gélido y se colaba a través de cualquier resquicio de ropa. Pasear por el parque y charlar en una banca quedaba descartado, así que Katsuki ofreció pagar un restaurante familiar si a cambio conseguía más tiempo con Izuku y Eri.

Dubitativo, Izuku comentó que no tenía mucho tiempo en sus manos. —Sólo tengo dos semanas más para prepararme para el examen de la plaza de detective, y las tardes de los viernes me reúno a estudiar con otros compañeros en mi misma posición —explicó Izuku.

—¿A qué hora quedaste de verlos?

—A las 7.

—Vale. —Todavía tenían por delante un par de horas, así que Katsuki sacó el armamento pesado—. ¿Entonces vamos a casa de mis padres? Podría preparar algo para ustedes, y...

—¿Cocinarías para nosotros? —Preguntó Eri con interés patente en sus facciones—. ¡Yay!

—Le he contado de algunas de tus mejores recetas —dijo Izuku como explicación.

—¿Ah sí? ¿Y cuál es tu favorita?

—Katsudon —fue la respuesta segura de Eri.

Katsuki ya había empezado a hacer planes para otros platillos mucho más elaborados y de mayor dificultad, pero sonrió para sí porque ese también era el platillo favorito de Izuku.

—¿Así que de tal palo tal astilla, uh? —Confirmó Katsuki con Izuku, y las orejas de éste se volvieron de un intenso color escarlata.

—Oh, pero espera a ver cuánto picante le pone a la comida. Eso ciertamente no lo heredó de mí.

De camino al hogar de los Bakugou, los tres hicieron una corta parada para comprar los ingredientes necesarios, y su presencia en el comercio desató un par de murmullos mal disimulados entre algunos compradores. Katsuki ya estaba habituado a ser reconocido en Tokyo por su estatus de músico, pero era chocante sufrir lo mismo en Musutafu. Más a sabiendas de que él no era el único tema de conversación, sino que lo era al mismo tiempo con Izuku y Eri.

—Esas mujeres eran Tanaka y Nakamura —explicó Izuku a la menor oportunidad—. Son vecinas de mamá, y seguro no tardarán en ir a contarle el chisme.

—¿Qué, de que te paseas con tu ex y la hija que tienen en común? Bah. Que hablen —gruñó Katsuki—. No estamos haciendo nada malo.

—No, pero... Supongo que da igual, tienes razón.

—Papá, ¿puedo comprar esto? —Atrajo Eri la atención de Izuku al mostrar un caramelo, pero éste denegó con la cabeza.

—Ni hablar. Déjalo donde está.

Katsuki estuvo a punto de concederle él mismo el permiso y pagar el caramelo por si acaso ese era el problema, pero comprendió a tiempo que si lo hacía Izuku se volvería en su contra. Al fin y al cabo, el padre de Eri era él, y Katsuki primero debía ganarse su lugar si es que quería recuperar (con afecto y no objetos materiales) lo que había perdido años atrás.

Una vez en casa, Eri subió al cuarto de invitados que los padres de Katsuki habían acondicionado para ella con instrucciones precisas de Izuku para vaciar su bolsa con ropa y jugar un rato por su cuenta mientras la comida quedaba lista.

Un tanto indeciso entre sí habría preferido tener a Eri con ellos y actuando de amortiguador o si era lo mejor sólo tener como acompañante a Izuku y charlar con él, Katsuki optó por ponerse manos a la obra y dejar que la conversación fluyera natural. Tras poner el arroz a cocinar, él e Izuku trabajaron codo con codo preparando la carne y cortando la verdura, de vez en cuando intercambiando algún comentario, pero por su mayor parte en silencio y rumiando sus propios pensamientos.

Porque no podía empezar sus argumentos con un “nunca te olvidé, dame una segunda oportunidad” que era a la vez demasiado directo y en exceso optimista para una relación que había finalizado tantos años atrás, Katsuki escogió en su lugar un inicio más neutral.

—¿Conoces a los Todoroki?

Izuku se detuvo con el cuchillo en el aire y la carne a medio preparar. —¿Todoroki? Claro, ¿quién aquí no los conoce?

—Aparentemente yo —masculló Katsuki, un tanto contrariado—. El hijo menor, Shouto Todoroki, es mi manager. ¿Cómo es que los conoces tú?

—Ah, sólo conozco a Fuyumi —explicó Izuku—. Es maestra en la primaria a la que acudimos nosotros y será la próxima profesora de Eri el año entrante. Tiene un hijo pequeño que asiste a mi clase, así que...

—Ya veo. —Cortando sin parar las verduras que acompañarían a su katsudon, Katsuki prosiguió—. Bueno, el caso es que Shouto ha vuelto a Musutafu y-...

—Vinieron con él el resto de los miembros de Class A —finalizó Izuku, que ante la repentina expresión de asombro en el rostro de Katsuki, se apresuró a explicar—. Oh, vamos. Musutafu no es lo que se dice el sitio más discreto de Japón. Alguien los vio llegar esta mañana en el primer tren y la noticia corrió como reguero de pólvora. La mayoría dedujo que están por algún tipo de promoción ya que tú llegaste 2 días antes a la ciudad, pero otros creen que se tratan de unas simples vacaciones.

—No sabía que estabas tan enterado...

—Sólo porque mi ayudante de clase es su fan y no podía dejar de contarme toda clase de información esta mañana —murmuró Izuku, antes de luchar contra sí mismo y preguntar—. Hablando de eso, ¿crees que podría conseguir un autógrafo tuyo y del resto de los miembros de tu banda para ella? Mei se volvería loca de emoción con un regalo de ese tipo.

—Déjamelo a mí —dijo Katsuki—. Yo me encargo.

—Gracias. Uhm, ¿que tus compañeros de banda estén en Musutafu implica que ya estás por marcharte?

—Respecto a eso...

—¡Papá! —Interrumpió Eri su charla con un grito estridente desde la segunda planta, e Izuku soltó el cuchillo en el acto y miró hacia las escaleras—. ¡Papá, sube un momento!

—Seguro no es nada, pero... —Alcanzó Izuku a articular mientras se limpiaba las manos con un trapo de cocina y después se dirigía al segundo piso para cerciorarse.

Aquel paréntesis en su conversación provocó en Katsuki una corta pero intensa oleada de frustración. Le había costado la última media hora de su tiempo preparar la atmósfera y abordar el tema, sólo para que Eri lo echara todo a perder con un simple llamado. En otro momento de su vida y tratándose de otro crío, Katsuki no habría tenido paciencia suficiente para tolerarlo, pero se descubrió pensando que podía hacer una excepción por su hija. Siempre y cuando no volviera a repetirlo...

Izuku tardó casi diez minutos en bajar de vuelta, y para entonces Katsuki había terminado con la verdura y se estaba encargando de lo que éste había dejado a medias.

—Lo siento. Eri rompió sin querer una hoja del libro que su abuelito Masaru le compró la semana pasada y estaba preocupada por si acaso no era posible repararlo. Tuve que poner en práctica mis mejores habilidades con la cinta y después tranquilizarla.

—No pasa nada —dijo Katsuki, que con la carne lista para poner a freír, le dio la espalda para recomponerse.

—Iré poniendo la mesa —se ofreció Izuku, y antes de que Katsuki tuviera oportunidad de comentarle que con la remodelación de la cocina apenas si podía encontrar las cosas ahí dentro, éste abrió las puertas y cajones correctos para sacar platos, vasos y cubiertos de sus respectivos sitios.

—Te desenvuelves bastante bien en esta cocina —comentó Katsuki de frente a la sartén y procurando no imprimir ninguna clase de tono especial en su voz.

—Ah, sí. —Izuku se recargo contra la encimera y se llevó una mano a la nuca—. Eri y yo comemos aquí un par de veces por semana. Tus padres son muy amables de invitarnos siempre que pueden, y supongo que nos hemos habituado al sitio que ocupan las cosas.

—¿Eri también?

—Claro. Es importante enseñarle a ser ordenada —dijo Izuku con solemnidad—. Ya casi cumple 6 años, y se encuentra en una etapa crucial para enseñárselo.

Impaciente por retornar su conversación hacia los derroteros de antes donde abordaba sus sentimientos por Izuku y la posibilidad de darse una segunda oportunidad, de pronto Katsuki se quedó con la mente en blanco cuando una pequeña llama de curiosidad se encendió en su interior.

—¿Cuándo es su cumpleaños? —Preguntó de improviso, y ante la expresión pasmada de Izuku, Katsuki agregó—: El de Eri. Ahora que lo pienso, nunca tuve claro de cuántos meses estabas cuando me marché a Tokyo y-...

—Uhm, tenía un par de semanas cuando te marchaste —dijo Izuku, bajando el brazo y entrelazando sus manos frente a sí mismo—. De hecho descubrí que estaba embarazado a mediados de agosto, y erm, Eri nació en marzo. La semana entrante es su cumpleaños.

—¿Qué día?

—El 21. Fue... Es un bebé de primavera —dijo Izuku, y su rostro se adornó con una sonrisa cálida—. Será de las más pequeñas de su curso, si no es que la más pequeña. Todavía recuerdo el día en que nació, porque hacía tanto frío y tuvimos una última nevada de temporada ese 21 de marzo, pero Ochako fue la primera en visitarme después de su nacimiento y traía consigo un enorme ramo de flores porque sabía cuán importante era para mí la llegada de esa primavera y... —Con un exceso de humedad en los ojos, Izuku parpadeó repetidas veces para alejar de sí los recuerdos agridulces—. En fin, qué rápido pasa el tiempo, ¿verdad?

—No —dijo Katsuki, que vio su oportunidad y le tomó.

Sin importarle la comida o que se estaba aprovechando de ese resquicio de debilidad en Izuku para conseguir su propósito, Katsuki lo abrazó de lleno contra la encimera y pegó sus cuerpos en su totalidad mientras hundía el rostro en su cuello. Daba igual cuántos años habían transcurrido desde la última vez que había hecho eso, porque Izuku olía igual que entonces y le producía las mismas sensaciones. Mucho había cambiado entre ellos dos, pero no esos cimientos que eran las columnas de su persona.

—Kacchan... —Exhaló Izuku, que con todo lo abrazó entrelazando sus manos sobre su espalda baja.

—Te amo, Izuku. Todavía te amo.

—Ya. —Intensificando la fuerza de su agarre, Izuku no lo decepcionó—. Yo también te amo, Katsuki.

—¿Entonces por qué presiento un ‘pero’ en tu tono de voz?

—Si preguntas es porque no estás viendo el cuadro completo.

—No pretendo que 2 ‘te amo’ borren los últimos 6 años, pero al menos dame una oportunidad para demostrar cuán en serio voy con esto.

—Lo hago, en serio que lo hago. Es sólo que... —Izuku se apartó, y buscó los ojos de Katsuki—. Quizá no sea el tipo de oportunidad que esperas.

Katsuki frunció el ceño. —¿A qué te refieres?

Izuku bajó la vista y hundió el mentón. —A que no puedo ignorar el tiempo que ha transcurrido. Y no me refiero a guardarte ninguna clase de rencor o... lo que sea. Nuestro rompimiento fue amigable, dentro de lo que cabe.

—No creí haberte hecho nada para que te resultara tan difícil perdonarme —masculló Katsuki, e Izuku lo silencio posicionándose de puntas y besando su boca con suavidad.

—Y no fue así. Me refiero más bien a que... Somos personas diferentes, ¿ok? Tú tienes tu vida en Tokyo, con la banda y el estilo de vida que seguro llevas allá. Yo en cambio sigo en Musutafu y mi vida se ha reducido a ser papá, al trabajo y a mis clases. Somos completamente diferentes, y me pone a pensar que quizá sea demasiado tarde.

—Nunca es tarde para volverlo a intentar —gruñó Katsuki, tornándose posesivo el pegar sus pelvis y empujar a Izuku hasta que el borde de la encimera se le clavó en la cintura—. Tú podrías-...

—No.

—Entonces yo podría-...

—Tampoco —le cortó Izuku de nuevo, sacudiendo la cabeza de lado a lado—. Sería demasiado ingenuo de nuestra parte pretender que podemos volver al punto de partida y proseguir como si nada. Somos personas diferentes a nuestros yos de 18 años. Al menos en mi caso es así, y no podría engañarte al respecto. Sería terrible si de lleno nos lanzáramos de cabeza a esta relación y sólo nos encontráramos con la decepción de no ser ni la sombra de los mismos de antes.

—No podrías decepcionarme. Jamás. Ni en esta vida o la que sigue.

—Ya, pero... Es una posibilidad. O puede que no seas el mismo Katsuki que se marchó hace tantos veranos a Tokyo. No puedes juzgarme por sentir miedo. Ahora... —Izuku inhaló hondo—. Ahora tengo a Eri en quién pensar, y no podría tomar a la ligera una decisión que podría lastimarla, ¿entiendes?

—Entiendo.

—No estoy diciendo que no me sienta en estos momentos como un adolescente enamorado. Siempre vas a ser mi primer amor, Kacchan, quizá el único, pero...

«No es suficiente», suplió Katsuki por él. «No ahora, y a menos de que ponga de mi parte y haga un esfuerzo extraordinario, puede que nunca.»

—Aún estoy confundido acerca de qué papel adoptar frente a Eri contigo, y también a la inversa —admitió Izuku en voz baja—. Es mi hija, y biológicamente también es tuya, pero no puedo obligarte a quererla de la misma manera que lo hago yo, y tampoco quiero que lo hagas sólo para complacerme. Sin embargo...

—Hay bastante en juego, ¿no es así?

—Exacto.

Katsuki asintió una vez. Claro que lo había considerado. Él no era un simple prospecto romántico para Izuku, sino que tenían un pasado en común que se remontaba hasta su primera infancia, y este pasado tenía una prueba tangible en la forma de una niña de 6 años («7 la próxima semana», se recordó Katsuki) que podría sufrir si de pronto el típico sueño de todo niños sin sus padres juntos se volvía realidad y luego resultaba ser un experimento fallido. Katsuki no podía engañarse alegando un afecto incondicional que al menos de momento era incipiente, porque para él Eri era su hija, sí, pero también una virtual desconocida, y a la vez que la idea de su existencia se afincaba a pasos acelerados en su corazón, de momento no dejaba de ocupar un honroso segundo lugar comparado con Izuku.

—Te he esperado por casi 7 años, Kacchan —interrumpió Izuku sus pensamientos, soltando las manos con las que lo ceñía y apartándose de Katsuki para poner distancia entre ambos—. Con una hija pequeña le he cogido el gusto a la paciencia, ¿sabes?

—¿Eso significa que-...?

—No significa nada —dijo Izuku con un encogimiento de hombros—. Creo que ambos hemos dejado bien en claro nuestros sentimientos, y también que no podemos resolver un conflicto de tantos años en los tres días desde que has vuelto a Musutafu. Si decides o no que esto —enfatizó el espacio entre ellos con el movimiento de mano— vale la pena, entonces demuéstralo. Yo tengo tiempo, y sería agradable que tú también dejaras claro con hechos y no palabras.

Katsuki expresó su acuerdo a esa propuesta con un gruñido que Izuku interpretó de manera positiva, y después como si nada, le indicó que quizá ya era hora de voltear la carne del sartén.

Continuando con los preparativos de la comida, no tardaron en quedar listos 3 platos grandes de Katsudon, y también 3 ocupantes que se sentaron en torno a la mesa y al unísono dijeron “¡Itadakimasu!” con gusto por el delicioso aroma que emanaba directo a sus fosas nasales.

Quien llevó la batuta de la conversación fue Eri, mostrándose en un inicio nerviosa de hablar con Katsuki y luego con más confianza conforme éste le respondió y a su vez hizo preguntas. Izuku se mantuvo aparte, examinando sus interacciones y sonriendo de vez en cuando, por lo que Katsuki pudo sentirse cada vez más a sus anchas hasta vaciar sus platos y de pronto experimentar un alivio completo al comprobar que ser padre era mucho menos aterrador de lo que sus peores fantasías le habían hecho temer.

Al terminar de comer, entre los tres se encargaron de lavar los platos, secarlos y guardarlos, así como de limpiar la cocina y después congratularse por el buen trabajo.

Apenas eran poco más de las 5, pero Izuku todavía debía volver a su casa antes de encontrarse con sus amigos a las 7, por lo que se mostró dubitativo cuando la urgencia por marcharse colindó con el hecho de que los padres de Katsuki no habían vuelto todavía y sólo éste podía hacerse cargo de Eri en lo que llegaban.

—Déjala conmigo —dijo Katsuki, los dos en la salita mientras en su habitación Eri se divertía sola con la casa de muñecas que Masaru había comprado para ella.

Izuku se mordió el labio inferior, inseguro. —¿Seguro? Puede que llore. Siempre lo hace cuando descubre que me he ido.

—Igual que tú cuando tu mamá te dejaba aquí para hacer la compra —le recordó Katsuki—, pero puedes estar tranquilo. También era yo el que te consolaba, ¿recuerdas? Y si la memoria no me falla, lo hacía bien.

—Seh... Aunque Eri puede ser un poco más difícil. Le cuesta un poco abrirse a las personas que recién conoce.

—Pero yo no soy un desconocido, ¿recuerdas? Soy Kacchan, le has hablado de mí con anterioridad. Además, ¿qué tan difícil puede ser cuidar de una cría un par de horas? Mis padres no tardan en volver, y sé lo básico para hacer de niñera.

—No inspiras confianza exactamente...

—Dame una oportunidad —dijo Katsuki, extendiendo su mano para apartarla a Izuku un mechón de cabello oscuro que igual que siempre se le ensortijaba sobre las puntas—. Te enviaré mensajes cada 15 minutos con un reporte detallado de cómo nos va si eso te hace sentir más tranquilo.

—Hazlo cada 10 y tenemos un trato.

Al final Izuku se marchó, y Eri lloró al abrazar y despedirlo a pesar de que lo vería al día siguiente cuando volviera de la academia, pero lo más difícil para Katsuki fue él mismo contener el nudo de emociones que se le atoraban en la garganta y que le hacían desear sentarse en el genkan y unirse a Eri en su llanto.

—So... —Una vez que la puerta se cerró tras Izuku y buscando como iniciar conversación con Eri, Katsuki se vio sorprendido cuando la niña se giró en su dirección y se abrazó a su pierna. El gesto le resultó tierno, y el sentimiento perduró hasta el instante preciso en que la escuchó limpiarse la nariz contra la pernera de su pantalón,

Ok, seguía siendo tierno, aunque también asqueroso. Suponía él, la combinación a la que tendría que habituarse si quería demostrarle a Izuku (y a sí mismo) que era material para padre.

—¿Y si vamos por pañuelos desechables? —Sugirió Katsuki, hesitando unos segundos con la mano en el aire antes de colocarla en la cabeza de Eri y acariciar aquella mata de sedoso cabello rubio que tenía la misma tonalidad del suyo en la infancia.

Eri volvió a sonarse contra su pantalón. —¿Para qué?

—Supongo que ya para nada —respondió Katsuki, que dispuesto a no desperdiciar su oportunidad, hizo la sugerencia exacta para cambiar el ceño fruncido de Eri por una sonrisa tímida—. ¿Y si jugamos a algo? ¿Tienes un juego favorito?

—Las... muñecas.

—Ok. Juguemos a las muñecas.

—¿En serio?

—¿Tengo cara de ir en serio?

—No lo sé.

—Da igual. Juguemos, aunque me temo que tendrás que enseñarme cómo.

La sonrisa de Eri se ensanchó. —¡Es fácil! Primero tienes que...

Aceptando su manita entre la suya, ni siquiera la mitad de su tamaño, y cálida (también un poco pegajosa, y mejor no saber de qué), Katsuki se dejó llevar por Eri escaleras arriba a su habitación, y por espacio de un par de horas, jugó con ella a las muñecas.

Que viéndolo desde una perspectiva más amplia, era similar a lo que él e Izuku hacían a esa edad con sus muñecos de acción y fingiendo que eran superhéroes listos para salvar el mundo. ¿Y qué si con Eri esas tramas eran de superheroínas y él era el compañero de La Gran Eri? No por ello fue menos divertido.

Y absorto en pasar tiempo con su hija de una manera que un par de días atrás ni siquiera se hubiera podido llegado a imaginar, Katsuki se sorprendió pensando que no cambiaría estar ahí en ese momento con ella. Era una señal; justo la que esperaba.

Y ahí mismo hizo su resolución.

 

***

 

Katsuki habló con sus compañeros de banda antes de confrontar a Shouto con una decisión que no iba a cambiar sólo su vida, sino también de aquellos que le rodeaban. Por una vez quería tener en consideración a las personas que le habían brindado su amistad en las buenas y en las malas, y con ello en mente primero ofreció su renuncia de Class A como una opción.

—Nah, ni hablar —fue Denki el que rompió el silencio—. ¿Y conseguir después otro baterista que memorice nuestro repertorio? No vale la pena.

—Si Class A ha funcionado con el público, es porque nosotros como músicos lo hemos hecho entre nosotros —fue la respuesta pragmática de Kyoka.

—¿Esa propuesta tuya tiene que ver con lo que está pasando en tu vida personal, Katsuki? —Preguntó Momo, y ante el asentimiento de éste, ella agregó—: Ya veo.

—Pues si Katsuki deja la banda, yo haré lo mismo —dijo Tokoyami, no por simple solidaridad o deseo de caldear los ánimos, sino porque en verdad lo pensaba. Y no era el único.

La situación era idéntica para todos ellos ahí reunidos: Class A era la banda que era por la unión de todos sus componentes, y de faltar uno de ellos... Ni siquiera una sustitución sería viable. Sería el fin de sus carreras, y si el precio para continuar creando música era permitirle al menor de sus miembros unas cuantas concesiones personales, que así fuera.

Después de todo, era lo que familias como las suyas (formadas en la vida adulta y por elección) hacían por sus miembros.

 

Katsuki estuvo presente en el cumpleaños número 6 de Eri y por consejo de Izuku se apareció a la fiesta (con familia, y los amigos del kindergarten a quienes en su mayoría vería en la escuela primaria) con un set de dibujo que incluía el material necesario para considerarse una pequeña inversión al futuro artista. Por su cuenta ya se había percatado Katsuki que Eri adoraba dibujar y podía pasarse horas absorta con un lápiz en la mano y una hoja en blanco frente a ella, pero saber que su sugerencia era la correcta lo llenaba de orgullo.

Más todavía cuando a su llegada (un poco tarde, porque había perdido el primer tren y esperado hasta el siguiente) Eri dejó lo que estaba haciendo y se lanzó a sus piernas para abrazarlo al son de “¡Viniste, Kacchan! ¡En verdad viniste!” y que Katsuki correspondió poniéndose de rodillas frente a ella y abrazándola con fuerza en su cumpleaños por esos otros en los que no había estado presente.

Aquel fue el primer evento importante en la vida de Eri en el que Katsuki estuvo presente, pero no el último.

Dos semanas después consiguió hacerse un hueco en su agenda, de tal manera en que viajó por tren a primera hora de la mañana para estar puntual en Musutafu para despedir a Eri en su primer día de clases de primaria y después regresar a Tokyo antes de mediodía para atender una entrevista con la banda que una importante revista de música les hacía con todo y un photoshoot. Entre tomas, después Katsuki había llamado a Izuku a la hora de la salida del colegio, y pedido hablar con Eri para que ésta le contara cómo había sido su primer día de clases.

No siempre sus mejores intenciones bastaron.

Pese a la flexibilidad que le proveyó Shouto en la agenda para ir y venir entre citas a Musutafu, a veces Katsuki se veía envuelto en compromisos ineludibles, y era en esas veces cuando su corazón se rompía un poco al tener que llamar a Izuku y modificar sus planes.

En ninguna ocasión demostró Izuku guardar rencor contra Katsuki, siempre comprensible respecto a su trabajo y las horas de esfuerzo y dedicación que acumulaba sin parar, pero no era el mismo caso con Eri. Y era de esperarse, pues para una niña pequeña las excusas no tenían validez si Katsuki le hablaba de apariciones en televisión, prensa, conciertos o largas horas en el estudio trabajando en su próximo álbum.

Y con todo, los meses continuaron transcurriendo.

Incluso si los costos estaban haciendo una buena mella en su salario, Katsuki cogió por costumbre volver a Musutafu al menos una vez a la semana y llamar siempre que le era posible. Ya no sólo a Izuku y Eri, sino también a sus padres y a Inko Midoriya para dejar bien en claro que iba en serio con sus intenciones de asumir el espacio vacante que había dejado tanto tiempo atrás al marcharse a Tokyo. También a Ochako, que era la que un par de veces por semana cuidaba a Eri y que con el paso del tiempo fue disminuyendo su animosidad por Katsuki y empezar a estar de su lado una vez comprobó que sus intenciones con sus dos Midoriya favoritos eran honestas.

Durante la Golden Week de ese año, Katsuki pidió esos días para sí como vacaciones que iba a pasar en Musutafu y en las que no quería interrupciones de ningún tipo. Pero grande fue su sorpresa cuando sus padres le notificaron que ellos por su cuenta habían hecho sus propios planes de pasar esos días en un onsen al norte de Japón, y que se quedaba en casa como adulto responsable. Katsuki no había pensado a fondo las implicaciones de aquella eventualidad, pero empezó a hacerlo cuando Mitsuki lo abrazó al despedirse y le sugirió que invitara a Izuku y a Eri a pasar esos días con él.

—Eri tiene su propia habitación, pero no olvides hacer sentir a Izuku cómodo en nuestra casa —le dijo con un guiño, y Katsuki se atragantó con su saliva y fue incapaz de responderle de manera adecuada.

A su invitación de unírsele por los días de la Golden Week aceptó Izuku tras unos segundos de hesitación, y aunque los arreglos para dormir fueron de lo más platónicos (Izuku insistió en colocar un futón en el piso de la habitación de Eri), a medianoche la puerta en la recámara de Katsuki se abrió e Izuku preguntó si podía pasar.

—Ven —le invitó Katsuki haciendo a un lado las mantas, y por primera vez en muchos años volvieron a hacer el amor.

Si bien a la mañana siguiente Izuku le reiteró que de momento prefería ir con pies de plomo en la relación que mantenían y que lo mejor sería mantenerlo en secreto un poco más, Katsuki no se sintió derrotado, sino todo lo contrario. De buen humor hizo pancakes para el desayuno, y mientras él trabajaba frente al fogón con una melodía entre labios, Izuku cortaba fruta como acompañante y Eri ponía la mesa, se descubrió pensando que esa era justo la vida familiar que quería vivir.

El tiempo continuó su marcha, y para vacaciones de verano consiguió Katsuki convencer a Izuku de visitarlo con Eri en Tokyo. De paso también a Ochako, que en más de una ocasión se hizo cargo de la niña mientras Katsuki e Izuku conocían lugares en la ciudad por su cuenta. Katsuki cumplió así una fantasía de muchos años atrás, donde Izuku se le unía en Tokyo y juntos paseaban por sus calles y visitaban las tiendas, haciendo paradas en cuanto puesto de comida les viniera en gana.

Aquellas citas contribuyeron a que Izuku aceptara oficialmente volver a salir con Katsuki, aunque de momento sólo Ochako y los amigos de Katsuki (y su manager) estaban al tanto. Con Eri esperarían unos meses mes, y mismo caso con sus padres para evitar que se inmiscuyeran en sus asuntos como seguro querían hacerlo.

Dentro de aquella normalidad, fue Katsuki el que se llevó una sorpresa mayúscula cuando Ochako fue la que lo contactó para informarle que estaba por casarse con el hijo menor de los Iida. Katsuki estaba al tanto de ese noviazgo, pero no de que fueran tan en serio, y con pesar le informó Ochako que la boda estaba prospectada para ese otoño y que su cambio de domicilio pondría en apuros a Izuku y a Eri.

—Tú sabes que ahora que es detective de la policía tiene un mejor salario que antes y puede pagar la renta sin problemas, pero no si además tiene que pagar una niñera para Eri.

—Eres bastante ladina, ¿eh, mejillas redondas? —Le chanceó Katsuki, pero agradeció el soplo—. Gracias por decírmelo, haré algo al respecto.

—Más te vale.

Pero no era necesario amenazarlo, porque Katsuki cumplió su promesa, y en su próximo viaje a Musutafu abordó el tema con Izuku bebiendo té después de acostar a Eri.

—Quiero que vivamos juntos.

—¿Uh?

—Tú, yo y Eri. Como la familia que somos.

Izuku frunció el ceño. —¿Aquí o en Tokyo?

—Aquí y en Tokyo —enfatizó Katsuki—. Mi departamento en Tokyo está pagado en su totalidad, pero imagino que prefieres una casa aquí.

—Kacchan...

—Yo también la quiero —dijo éste—, un hogar contigo y con Eri.

—Pero...

—Por supuesto, no te lo pediría sin ir más que en serio —farfulló Katsuki, que del bolsillo de su pantalón extrajo una bolsita y la colocó sobre la mesa entre ellos dos—. Ábrelo. Si no te gusta podría cambiarlo o...

Izuku cogió la bolsa y sacó de su interior un par de anillos sin diseños superfluos o toques llamativos, pero que interpretó por lo que eran.

—¿Me estás pidiendo...?

—¿Qué te cases conmigo? Sí.

Izuku jugueteó con los anillos por largos minutos mientras murmuraba para sí pros y contras. Katsuki lo escuchó en silencio y aguardó paciente por su veredicto, que llegó en la forma de Izuku tomando su mano izquierda y colocándole el anillo en su dedo anular antes de permitir que repitiera en él ese gesto.

—No quiero una gran boda —dijo Izuku con seriedad—. He visto los líos en los que está Ochako haciendo los preparativos de la suya y no gracias. Me bastará con algo simple.

—Ok. Iremos el registro familiar y será todo.

—Sólo tus padres, la mía, y Eri.

—Eri se sentirá desilusionada si al menos no la dejamos ser la niña de las flores.

—Vale, pero sólo eso.

—Perfecto —respondió Katsuki, que inclinándose sobre la mesa, selló aquel trató con Izuku mediante un beso.

 

Sin ánimo de esperar, hicieron los preparativos para la siguiente semana, de tal manera que Katsuki viajó a Musutafu entre un programa de televisión en Tokyo y un concierto en Yokohama para hacer una parada en Musutafu donde él e Izuku se casaron, asistieron a una pequeña cena en su honor, e hicieron planes para empezar a buscar una casa.

A Katsuki le pesó tener que marcharse apenas unas cuantas horas después, pero ni Izuku ni Eri se lo reprocharon al despedirse de él con abrazos en la estación del tren. Tenían claro que Katsuki tenía un trabajo por cumplir y que no siempre sería así. Class A tenía planes de tomarse unos meses de descanso para preparar su siguiente álbum, y contaban con ello para darle un poco de normalidad a sus vidas.

Y mientras tanto, esperarían pacientes el retorno de Katsuki.

—No olvides ver el live del concierto de esta noche —le pidió Katsuki a Izuku, pues tenía una sorpresa para él.

Aunque lo justo era decir que también para sus fans, cuando a mitad del concierto pidió unos segundos con el micrófono y anunció que estaba casado y era padre de una niña.

La multitud gritó, a Shouto por poco le dio un síncope, y desde Musutafu, Izuku y Eri se unieron a la algarabía.

Y desde lejos, pero consciente que podía tomar siempre que quisiera un tren que lo llevaría de vuelta a sus seres más queridos, Katsuki concluyó que por fin tenía un hogar al cual volver.

 

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Notas finales:

Usualmente actualizo según los comentarios y el recibimiento de quienes leen, pero el fandom de Boku no Hero Academia es inexistente en esta página, so... Mejor todos los capítulos de una vez y no perder tiempo (o cara) subiendo cada semana un chap. cuando nadie lee.


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