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Sonidos en la Niebla por Mascayeta

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El golpe fue fuerte, él simplemente volteo la cara, no había mucho que alegar. Era consciente que ese iba a ser el resultado cuando constataran su relación.

—¡Zen, seremos el hazmerreír de todo la corte!

A veces pensaba que el hombre vivía en una utopía, por lo visto no se daba cuenta que eran la burla de los tontos nobles desde que habían llegado. Pero eran ricos y como tal los soportaban.

—Asumirás las consecuencias, sabes cuál es tu destino —esa frase le recordó las advertencias del mayor cuando se enteró de sus deslices— tendrás el tiempo suficiente para despedirte y que no sospechen...si eso se hará...esa será la solución.

Por lo visto se había olvidado de su presencia, su plan le satisfacía y por ende cualquier detalle era insignificante. Los guardias salieron detrás de quien seguía mascullando los preparativos para su despedida, la puerta del cuarto se cerró y por primera vez escucho la voz de la causa de todo el problema.

Aproximándose a Sakura le acarició el rostro para indicarle que debía marcharse. La prioridad era evitar su muerte, por eso le propuso el vestido que siempre mantenía oculto en el baúl. Puso una bolsa de oro en su mano y besó los labios que adoraba por última vez.

Cinco meses después era arrastrada por su padre para llegar al frente del hombre que esa noche la separó de su amante. La mirada tan parecida a la de su amado se posó en ella con desdén, no quería estar allí, suficiente con la amargura de haberse separado de una forma tan deshonrosa.

Los presentes en el lugar quisieron intervenir, pero el dueño los detuvo con un gesto de su mano. Reconoció a la chica y dedujo el motivo de la visita.

—Dime el precio y lo pagaré.

El campesino soltó a la muchacha para acercarse al que en ese momento ostentaba uno de los cargos más importantes del condado.

—¿Esta seguro que puedo pedir lo que sea? —los ojos marrones de su hija lo vieron sorprendida, era tan poco que una bolsa de oro volvería a ser su precio para desaparecer.

El dueño del local asintió con soberbia, para él la plebe siempre podría ser comprada. La carencia de lo básico que tenía esa gente era la mejor forma de manipularlos, por eso no dudo ni un momento en llamar al escriba y a un testigo para redactar el contrato que le exigió el siervo.

—Recuerde que un hombre nunca falta a su palabra.

El comerciante comprendió el error que había cometido cuando con una simple seña el hombre hizo que la muchacha mostrara la razón de su visita.

—La boda debe hacerse antes del nacimiento —concluyó el padre de la novia.

Al quedar solo el banquero revisó la firma en el papel, ¿cómo no lo había reconocido? Sin embargo, no pudo menos que alegrarse, como siempre la suerte le sonreía y aunque era un noble venido a menos, la sangre real corría por sus venas.

—Llama a mi hijo, mi nieto no puede nacer como un bastardo.


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