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Sonidos en la Niebla por Mascayeta

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Notas del capitulo:

Mini maratón de Sonidos en la Niebla, cuatro capítulos llenos de emociones.

Yokozawa se quedó mirando la montaña frente a él. Debido a la época de lluvia, el viaje programado para encontrarse con Santander y el General Bolívar tuvo que ser pospuesto. Lo más seguro es que llegarían prácticamente para entregar las armas y luego verlos partir.

El ruido de pasos tras él le hizo pensar que era el momento oportuno para hablar con Hiyori, cansado de la espera, Kirishima sentenció que sin importar los aguaceros saldrían al amanecer.

Por más que quiso evitarlo, su mente divago en los recuerdos de la relación que comenzaron desde su primer encuentro; el hombre y él cada vez que se encontraban solos no podían detener las caricias y los besos. Aunque no habían podido retozar nuevamente, su cuerpo se calentaba con la remembranza.

Era claro que sus sentimientos se habían definido por el mayor, y que nunca sentiría lo mismo por alguna mujer, por lo que citó a la adolescente para hablar seriamente sobre el compromiso, no podía seguir mintiéndole y menos negarle la posibilidad de encontrar a alguien que la amará como debía ser, Hiyori poseía tantas cualidades, que sería un crimen atarla a un matrimonio de conveniencia y además, con alguien que nunca le daría el placer de ser deseado por la persona que se ama.

Al voltearse se encontró con Sakura que lo veía con seriedad. La valentía y tranquilidad se esfumaron por completo, no era tonto y ella llevaba días observándolo con insistencia.

La castaña se sentó frente a Yokozawa solicitándole que hiciese lo mismo, con descaro detalló al joven que una semana atrás pidió la mano de su hija para terminar metiéndose en la cama de su marido.

—No soy estúpida jovencito, por eso quiero que la conversación que tengamos sea sincera.

Takafumi asintió demostrando con su postura que tenía el coraje para enfrentarla, aquí no se luchaba por un amor normal, sino por una relación que merecía la hoguera, que involucraba la fortuna y estabilidad de dos mujeres que no le habían hecho nada.

Sakura tenía un discurso preparado, las palabras exactas y dignas de una mujer que sabía mantener su lugar como la esposa, y que simplemente haría valer la posición que la ley y la religión le otorgaban. No obstante, de sus labios salieron frases diferentes a las ensayadas.

—¿Crees que mi marido te ama? —la burla en sus ojos brillaba con gusto—, eres simplemente un juguete que le causó interés, y llevarte a la cama fue la manera más fácil de alejarte de nuestra princesa.
—¡Miente! —repuso el ojiazul sintiendo que su corazón se rompía, sabía que en el fondo eso podía ser una realidad, pero tenía las pruebas que Zen estaba enamorado de él—. Lo dice porque me tiene celos.

La carcajada retumbo en los oídos de Yokozawa que no daba crédito a como esa mujer podía ser tan dura y mostrar una faceta que jamás le conoció en esos meses.

Sakura procuró calmarse, para con la misma actitud seguir el ataque al que quería fuera de la vida de su familia. De verdad lo celaba, porque en todos esos años juntos nunca vio a Zen con esa ansiedad por verlo, la manera como buscaba estar a su lado, provocar un roce, el rubor en sus mejillas cuando indiscretamente el joven le regalaba una sonrisa.

—No son celos, es dolor —respondió airada, porque una sola oración hizo que su alma se desnudará—. Es el dolor de saber que las caricias y besos que me pertenecen te los regala por todos los lugares de mi casa, de nuestro hogar. Comprender que tu olor esta en su cuerpo y que cada mimo que me brinda es por lástima.

Yokozawa percibió la alegría del amor correspondido, era cierto que siendo varón había logrado ganarse el cariño de ese caballero, de alguien que reconoció en él sus bondades y no solo sus defectos. Sin embargo, la nueva risa de la señora de casa, le quitó de inmediato la satisfacción de ser “especial”.

Sakura no soportó la ilusión en los ojos azul claro que reflejaban la sinceridad del primer amor. La mujer tenía sus emociones claras, pero difíciles de expresar, la mezcla del temor a perder su estabilidad, al “qué dirán”, a que la sociedad la señalara como alguna vez ya lo hicieron en su natal España, provocó que la ira le hiciese tomar decisiones, y en especial una que solo la respuesta de Takafumi podría cambiar.

—No eres la primera persona que mi esposo lleva a la cama, es normal por la forma como se le ofrecen las mujeres, tal vez seas el primer hombre como pudiste darte cuenta…

El chico retrocedió dentro de la silla en que estaba acomodado, no sabía si la manera como Kirishima le hizo el amor correspondía a alguien con experiencia en tomar o no a un hombre, ya que nunca había tenido relaciones, sin embargo, lo que decía la dama podía ser verdad.

—Aléjate de él, márchate a la guerra contra los realistas, y te aseguró que nadie se enterara de esto —lo siguiente estaba más lleno de odio que lo anterior, y fue para rebajarlo como persona, para quebrar por completo su voluntad—. Si tanto te gusta tener a un hombre dentro tuyo, podrás ser la zorra perfecta para los soldados en las travesías…
—¡Basta! —gritó Yokozawa levantándose y apretando los puños para no golpearla. Sakura parecía la mala copia de su tío cuando partió de España—. Yo no soy una zorra, aunque le duela le diré que amo a su marido y Kirishima por más que usted lo niegue también me ama.

La vio pararse y avanzar hacia él, se mantuvo rígido, en la misma posición. Al menos la diferencia de estaturas le daba una pequeña ventaja.

—Eso te valió tu libertad.

Sakura salió del lugar sin decir nada más, Yokozawa se derrumbó. No quería llorar, pero las lágrimas ya resbalaban por sus mejillas. Kirishima no podía haberle engañado de esa manera, arriesgarse a ser descubierto en su propia casa por el simple hecho de vivir su aventura.

—Él es el traidor, ese hombre ha estado hablándonos de la tropa Libertadora y no ha hecho sino tratar de arrastrar a mi esposo a esa cruzada.

Los soldados lo agarraron para ser hecho prisionero. Sin poder entender bien las palabras que la mujer, una de las gestoras del apoyo a la causa independista, lo acusaba de ser un renegado.

Una vez dentro del coche, escuchó su sentencia, regresaba a Santafé y su confesión debería hacerla ante Sámano.


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