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Sonidos en la Niebla por Mascayeta

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Yokozawa fue bajado como un perro del coche, sabía por los comentarios de los soldados que Sakura se lució diciéndoles que era un “homosexual que había tratado de seducir a su marido”, así que además de tener que luchar con el señalamiento de ser un traidor, también tendría el escarnio público de su orientación sexual.

Caminó en silencio detrás de los militares, se paró cuando ellos lo hicieron, no tuvo que preocuparse por ver quien era el carcelero, el aroma que tenía y la manera como lo observó, le hizo reconocer el deseo de quien se oculta tras las frases sarcásticas, y que sin duda ejecuta las acciones que reprueba con los jóvenes disfrazados de mujeres que aguardan por algo de cariño en los lupanares.

La cuerda fue halada, perdiendo momentáneamente el equilibrio, se repuso más por las burlas y por el cuidado de no ser pateado en el suelo. Lo vio en muchas ocasiones en su ciudad natal, por eso —tal vez— por mucho tiempo se negó a reconocer sus gustos. Ahora que lo veía, si hubiese seguido de esa manera, mintiéndose él y a la sociedad, estaría en la casa de Kirishima escuchándole sus historias, oliendo su tabaco y tomado de la mano de Hiyori.

—Te quedaras aquí —murmuró el hombre mientras le obligaba a sacar las manos por la reja para abrir las esposas, pudo sentir el roce lascivo y disimulado que le dio—. Si sobrevives esta noche a la bestia que te acompaña, serás mi perra hasta que den la orden de matarte.

El carcelero se retiró sin importarle escuchar la respuesta, Yokozawa se sentó en lo que pudo divisar como un catre vacío. La celda estaba oscura y el frío capitalino parecía ser mayor al que recordaba. Se acostó mirando hacia el techo, estaba cansado, no había comido nada desde el desayuno, pero su estómago parecía cerrado y solo quería saber como había tomado Zen su arresto.

Había recibido un mensaje de los inversionistas extranjeros que le ayudaban a transportar las armas, teniendo que salir en la madrugada a Tunja, la idea era que después del almuerzo, Takafumi hablaría con la familia informando que rompía el compromiso con Hiyori por la guerra, ya que pensaba enlistarse en el ejército libertador.

Nada podía fallar, sabían que la tarde iba a ser difícil, que Kirishima tendría que consolar a su niña junto con Sakura, pero al final del día cuando todo estuviese calmado, terminarían de preparar su viaje al Casanare. Se lo habían prometido, vivirían esos días como pareja, y si su relación prosperaba, pediría el divorcio y volverían a España, donde su tío que sin problema los recibiría.

Lástima que las cosas no salieron como esperaban, ella se adelantó, incluso logró que Zen viajara por nada, todo lo tenía tan claro, que los únicos ilusos fueron ellos.

El ruido de alguien en la oscuridad, lo hizo levantarse. El lenguaje que lo saludó, no lo reconoció, algo rasgo el suelo y de repente la luz de una vela iluminó el lugar. El hombre que se paró a su lado era cercano a los dos metros, eso sería nada si su cuerpo no pareciera el de un toro de casta igual que el negro de su piel, la sonrisa que se abrió en su boca mostrando los perlados dientes, fueron suficiente para sacarle un bufido y arrugar el cejo.

—Eres bonito, pero no mi gusto, no cambio las buenas tetas de una mujer por nada.

Yokozawa soltó una carcajada sin querer, era la primera vez que alguien le decía algo con tanta naturalidad. Limpiándose las manos, el monumental espécimen se la extendió.

—José de Dios Rodríguez.
—Y ¿cuál es el verdadero? —cuando vio las cicatrices en las muñecas y la que le cruzaba el pecho, entendió que era un cimarrón.
—Moroni, así me decía mi abuela —dijo el hombre bajando la mano que de inmediato fue sostenida por Yokozawa, presentándose debidamente.
—Yokozawa Takafumi, es un placer conocerle señor Moroni.

 


Zen desmontó aburrido y completamente mojado, al llegar a Tunja sus socios le dijeron que no habían enviado ningún mensaje, él les mostró la carta y ellos de inmediato comprobaron que era una falsificación. Al querer volver la tormenta eléctrica evito que saliera del lugar, por resignación aprovechó a revisar la contabilidad con los extranjeros y la mañana rápidamente se convirtió en noche. A las cinco salió rumbo a Villa de Leyva, el aguacero que le sorprendió alargó más su regresó, hasta que a las diez de la noche logró llegar a su casa.

Lo único que quería era un baño caliente, poder darle un beso a su hija y al menos ver a Takafumi. Sin embargo, cuando entró a la cocina, los ojos llorosos de Soledad, la mestiza que conocía su secreto y la cara de tragedia de Camilo, le avisaron que algo no estaba bien.

La voz de Sakura hizo que los sirvientes se retiraran sin siquiera poder hablar con su señor, aproximándose con fingida voz la castaña le contó lo sucedido en la mañana, como alguien había presentado pruebas de que ayudaban a la causa libertadora, y la manera en que Yokozawa se atribuyó la culpa, el tímido quejido de la sirvienta que aguardaba en la parte trasera de la cocina, fue malentendido por Kirishima. Su ojiazul se sacrificó por él y por su familia.

Poco le importó averiguar algo más, rápidamente siguió a su habitación para darse un baño y cambiarse. Hiyori observó a su padre montar junto con uno de los mozos, y dirigirse a la capital. Su corazón se estrujó, eso comprobaba lo dicho por Sakura, que la declaración de Takafumi de ser el amante de su padre era verdad. Ellos mantenían una relación… quien fue su primera ilusión la había traicionado, destruyendo al mismo tiempo el hogar que tenía.

Limpiando sus lágrimas fue a la cocina, debía comer algo y prepararse para el día siguiente donde su tío cumpliría el deber que tenían Kirishima y Yokozawa. El ruido del latigazo le sorprendió, desde el marco de madera, notó como su madre levantaba el brazo para golpear la espalda de la mestiza que ayudó con su crianza desde que llegaron al Nuevo Reino de Granada.

—Te largas malagradecida, y tu también Camilo —gritó Sakura apretando el mango del látigo—, los dos merecen la horca por favorecer esa relación blasfema. Para mañana no quiero nada de ustedes en esta casa.

El hombre se irguió ante la señora de la casa sin temor, ya lo había despedido, poco le importara que le golpeara, pero no iba a salir de allí sin decirle sus verdades.

—No me arrepiento señora, el joven Yokozawa siempre me trato como una persona, no como usted que es una hipócrita—. El amague para callarlo de un golpe, fue detenido con el resto de la declaración—, recuerde señora que yo puedo hablar y mucho.

La expresión de Sakura cambió por completo, ¿qué tanto sabía ese estúpido? Ella había sido lo suficientemente cuidadosa para evitar meterse en líos con cualquiera, además, lo había hecho por proteger a Kirishima y a Hiyori. Nadie podría ver culparla de nada.

Cogió su falda para marcharse, pero esta vez fue Soledad la que habló.

—Pida a Dios que la persona a quien pagó para dispararle al señor Kirishima no se equivoque y lo mate.

Repitió la orden para que se marcharan de su casa inmediatamente, salió sin darse cuenta de que su hija había escuchado la conversación.


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