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Sonidos en la Niebla por Mascayeta

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«…te pido perdón por mis mentiras, no merecías el engaño, sin embargo, tampoco me di cuenta como ocurrió. Ahora es tarde para justificar mis acciones. Al igual que tu estoy marchando a la guerra, pero no al lado de los Patriotas sino como un Realista.

Hiyori, aunque no tengo el derecho de solicitarlo, te pido por favor que permitas que Moroni se quede a tu lado, a pesar de su apariencia escasamente llega a los 23 años y necesita de alguien que dome su carácter e imprudencia, él dará su vida por ti, te protegerá y sin lugar a duda, cuando vuelva a su natal Costa de Marfil tendrá la oportunidad de recompensarte. Gracias».

La castaña limpió las lágrimas que la carta provocó. Como siempre tan correcto y dulce, no medía sus palabras cuando encontraba como decir lo que pensaba, dobló el papel y lo guardó en el uniforme que portaba. Sacudió el corto cabello que ahora poseía y observó al hombre a su lado. De verdad que daba miedo, por el momento lo que debían hacer era buscarle ropa y que lo aceptaran en la tropa.

Los días que siguieron antes de que llegase Bolívar fueron de adiestramiento, cada noche caía en la cama totalmente cansada, al día siguiente madrugaba para bañarse en el río y poder continuar con la rutina, una que había tonificado su cuerpo y la hacía lucir más provocativa dentro del entubado pantalón y la blanca camisa que fajada delineaba perfectamente su entallada cintura.

No obstante, aquella tarde las cosas fueron diferentes, el militar francés la tumbó ganándole por fuerza y estatura, en el suelo el hombre no se detuvo a pensar en su género, el golpe llegó de lleno a su cara, Hiyori levantó la rodilla y logró pegarle para ser otra vez derribada cuando quiso ponerse de pie, la posición de lucha permitió al soldado meter su mano por entre la ya desatada blusa y acariciar sin pudor el torso de la muchacha y le susurraba la supuesta verdadera función de las mujeres en el ejército. El maldito por lo visto gustaba de ejercer la violencia sobre el sexo femenino y rebajarlas, al querer responderle, el peso del oficial desapareció de su espalda, siendo lanzado a un lado suyo.

Recobrando la postura Hiyori vio a Moroni dirigirse a quien demostraba total pánico, en la medida que gritaba cualquier cantidad de sandeces en francés, al querer detenerlo, el cimarrón respondió en el mismo idioma demostrando lo que Yokozawa le había dicho en la carta.

—Moroni déjalo —el negro se detuvo de inmediato. La heredera de Kirishima se acomodó la camisa y se aproximó con soberbia a su agresor—. En lo único que no se equivocó es que soy una novata, pero considero que debe recordar cuantas mujeres hemos sido buenas guerreras, o acaso ¿su educación no fue la suficiente para acordase de Juana de Arco?

Dándose la vuelta, observó al grupo de soldados que les rodeaban, con una sonrisa respondió con un reto que fue claramente escuchado por el silencio en que permanecían.

—En una semana si venzo a su oficial, yo solicitare el comando de su tropa si el General Santander y el Libertador me lo permiten.

La carcajada fue suficiente para ofender al cimarrón que con una mirada fue nuevamente parado. El militar en el suelo aceptó, pero con la condición de que el esclavo no podía meterse, Hiyo afirmó con la cabeza, luego se marchó hacía el lugar donde pasaba la mayor parte del tiempo entrenando.

En la soledad de la cabaña lloró su tragedia, se sentía sucia y las caricias que pensó recibir de quien la amara sinceramente solo la rebajaron al punto de odiar a cualquiera que volviese a intentar tocarla. Por un instante en su mente atravesó la idea de deformar su rostro, de cortar su cuerpo, pero había conocido a tantas mujeres con defectos físicos e igual las tomaban y gozaban de ellas sin importar que no fueran las más perfectas.

—¿Vas a seguir lamentándote o vamos a comenzar la instrucción?

La hosca voz de Moroni la hizo reír, era cierto, su impulsividad generó un desafío y no era momento de echarse para atrás. El golpe que pronto se tornaría violeta le recordaba que ya no era la princesa de Kirishima, era la dragoneante Hiyori Kirishima y como tal debía responder.

Desde la casa que servía de centro de mando Santander supervisó los entrenamientos, ambos eran buenos elementos, y aunque no tenía total autonomía para darle el contingente a la menor, si quería que venciera al soberbio militar, ese tipo merecía un escarmiento y, sobre todo, convencerse que en la guerra por la independencia todos eran importantes.

 

Mientras tanto en Santafé Ijuuin salía de la habitación de uno de los “furcios” más solicitados por los hombres que en la estricta sociedad del virreinato gustaban de las prácticas homosexuales, a pesar de que desde 1811 en la Capitanía General de Venezuela se había despenalizado, todavía varios sectores alienados por el falso manto de la moral, procuraban atacarlos e incluso buscar su muerte apoyados en otros crímenes como la violación, robo o blasfemia.

—Sigue la receta al pie de la letra, nadie puede estar con él si quieres que sobreviva a la neumonía.
—Así que ahora te dedicas a visitar prostíbulos.
—Saca las conclusiones que desees —respondió Kyo a la ofensa verbal que el recién llegado le había hecho—. Yo cumplo con mi función de galeno, ¿y tú?

Acariciando el rostro de la proxeneta Yasuda siguió de largo sin responderle, por más que lo negara la sonrisa de satisfacción por saber que su expareja estaba prestando sus servicios médicos, tranquilizó su alma y despejo la tristeza de verse remplazado tan rápidamente.

—Por lo visto “el ladrón juzga por su condición” —eso solo aumentó su ego, la frase fue dicha con el tinte claro de los celos—. Es lo único que sabes hacer, huir cuando no quieres escuchar las verdades.

Gou viró para tomar el brazo del ojimatista y empujarlo dentro de una de las habitaciones usadas para los menesteres amatorios, de lejos la dueña de casa pidió no molestar a los invitados. Era claro que entre dos había cosas que arreglar y no necesitaban de ningún entrometido.

En la morada Yasuda apretó la garganta de Ijuuin que lo miraba a los ojos. Liberándolo trató de calmarse para conversar de lo ocurrido.

—Tienes razón, huyo cuando no quiero escuchar verdades incómodas—dijo sentándose en la cama de la alcoba—, sin embargo, no quiero morir en el campo de batalla llevándome algún resquemor, no quiero un suplicio más en el infierno por mis pecados.

El médico se acercó para ubicarse en medio de las piernas del hombre que meses atrás llamó amante, sin detenerse a pensar en ser rechazado empujó el cuerpo a la cama para acostarse sobre este deslizando suavemente su boca sobre el cuello y por encima de la camisa con dirección a la entrepierna que ya daba una respuesta a sus caricias.

Irguiéndose el ojimatista desnudó su torso, las manos del pelinegro tomaron su cintura apretándolo con rudeza para morder uno de los pezones obteniendo un leve quejido.

—Eres un imbécil, ya te lo había dicho, ni loco sería su amante, mis respetos a tu sobrino por aguantárselo.
—Arreglado el problema, ¿puedo quitar lo único que impide tener tu falo en mi boca?
—Si es para reconciliarnos y que me prometas volver junto a mi cuando termine la guerra, puedes hacerlo, de lo contrario dejémoslo así.

Yasuda mordió la blanca piel, si para tenerlo debía jurar eso y quien sabe cuantas cosas más, lo haría sin dudarlo. Además, estaba cansado de perseguirlo y tratar de buscar la manera de apelar a su perdón; definitivamente la recompensa a la “Madame” del lugar valdría la pena, si no le hubiese avisado de la visita, no lo tendría a su disposición.

No le respondió solo metió sus manos dentro del pantalón que aún vestía su amante, para con descaro molestarlo un poco antes de poseerlo.

—Estoy cansado de masturbarme, si puedo meterme hoy en tu cuerpo, tenlo por seguro que moriré feliz.

El mordisco en su oreja fue suficiente para saber que lo habían aceptado, y él se encargaría de no volver a perderlo.


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