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Sonidos en la Niebla por Mascayeta

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Hiyori apretó la mandíbula con fuerza, no estaba de acuerdo con lo que ocurría, pero tampoco podía ir en contra de lo más lógico para deshacerse de los cadáveres. Por el frío del agua, tardarían mucho en descomponerse, si en algún futuro alguien deseara buscar a su familiar, tal vez la Laguna del Muerto le daría la tranquilidad de saber que no fue devorado por los goleros.

El discurso de despedida del General Bolívar fue cálido, los soldados que aún estaban de pie se santiguaron y retomaron el camino, el páramo de Pisba ya comenzaba a cubrirse de niebla, una que no los dejaría avanzar cuando la tarde acabará. La jornadas se recortaban, al menos el contingente de Santander ya se encontraba cerca de Pueblo Viejo, unos pocos días y ellos se les unirían…el grito de detenerse le indicó que no podrían avanzar más por ese día. Los puntos de descanso se ubicaron como los que conocían el Páramo les indicaron.

Los caballos en círculos pequeños mantendrían el calor que emanaba de las fogatas, esas que parecían traicionarlos en las madrugadas apagándose y llevándose consigo las vidas de los más débiles por las temperaturas bajo cero. Los turnos de las guardias se repartieron, ella tomaría el primero, entregando a medianoche al sargento Díaz la seguridad del pequeño grupo. El tiempo parecía detenido en medio de la bruma del lugar, más por instinto que por tener certeza de la hora, sirvieron la cena y se sentaron a degustar la escasa merienda, el único sonido era el de la madera quemándose con lentitud.

Mientras comía pensó que podían todos desaparecer y la guerra igual seguiría, nadie sabía que estaban allí, tal vez su amada yegua podría devolverse y entregar las cartas que escribía a su padre y a Takafumi cada vez que tenía tiempo. El gris manto de la lluvia horizontal cubrió las tropas sumergiéndolos en la soledad, las notas lastimeras de las armónicas se escuchaban lejanas, como un grito desesperado de quien sabe que puede morir, pero se aferra a ese último suspiro.

Sacó el diario y con dificultad comenzó a escribir la misiva, esa no parecía dirigida a nadie en especial, era más bien el exorcismo de las emociones que anidaban en su corazón por enfrentarse a la miseria, al hambre y a la discriminación. Sobó sus ojos para continuar las palabras en latín que aprendió de Yokozawa.

—Va a lastimarse la vista si sigue forzándola Mademoiselle Kirishima —el ceño fruncido de la castaña le vaticinó a Moroni que nuevamente sería atacado por tratarla de esa manera.

Para su sorpresa la chica recogió los papeles y los regresó a la mochila ubicada en la grupa de la bestia, que parecía la única que el frío del Pisba no le incomodaba.

—¿Por qué te obstinas en dirigirte a mi de esa manera? —Hiyori no le molestaba como sonaba en la lengua denominada del amor, su nombre, pero percibía que era la manera del hombre ante ella de apartarla por su condición de cimarrón—. ¿Cómo llegaste al Nuevo Reino de Granada?

El negro avivó el fuego, Hiyori pensó que era demasiado grande para su edad, y recordó a su padre, como Ijuuin se burlaba al rememorar los momentos que en su juventud parecía no poder manejar la estatura que tenía. Al chico le pasaba lo mismo, en unas acciones era muy hábil y en otras demasiado torpe.

—Mi abuela quería antes de morir conocer el Nuevo Continente, salimos rumbo a Haití y una amiga la invitó a Cartagena —su semblante cambió, Hiyori tomó su mano para darle fuerza y aunque pareciera egoísta, también para saciar su curiosidad—. No supe que ocurrió, una noche llegaron a la casa de la mulata, no entendía mucho español, así que de pronto me vi arrastrado con grilletes en las manos y los pies. Escuchaba los gritos de una mujer y una palabra: ¡Sorcière!

Moroni lo recordó vívidamente, ahora, diez años después de ese día, comprendía que hay personas que no aceptan las diferencias y que están llenas de prejuicios. Agradecía no haber terminado en la Inquisición.

—Al menos pude estar con mi nona por el tiempo que sobrevivió a los maltratos de ser esclavo, cuando ella murió le prometí volver a nuestra casa, pero como un hombre totalmente libre.
—¿Tus padres? —Hiyori se le hacía extraño que en tanto tiempo no preguntaran o trataran de encontrarse con él.
—Bolívar prometió la libertad del pueblo y de los esclavos, a veces lo dudo con algunas de sus actitudes; sin embargo, comprendo que hay hábitos que es difícil perder por el tiempo que se practican —Moroni vio la expresión de confusión en la castaña, sonrió ante la versión infantil de Hiyori. Ella al igual que él tuvo que comportarse como una adulta y madurar a la fuerza—. Es como buscar una aguja en un pajar —sentenció abrigando a la joven a su lado—, sólo espero que Taka-chan haya cumplido su promesa.

Acurrucada frente al fuego y al lado del hombre que era su propio guardián, cuestionó lo que de alguna manera también era la respuesta que ella buscaba para llenar ese vacío que desde que salió de Santafé se hacía más grande.

—¿Qué sucedió con esa persona?
—No sé y tampoco me interesa, no podemos vivir en el resentimiento, los otros están bien y nosotros nos enfermamos.

Esas palabras llegaron al alma de Hiyori, encontró el valor que necesitaba para escribirle a quien le dio la vida. Si iba a morir, debía irse sin odios, suficiente cargo de conciencia le quedaba a su madre.

 

Zen sintió que su corazón dolía, su princesa estaba en peligro y él no podía hacer nada. Sakura entró y lo abrazó por la espalda.

—Si todo sigue como vamos, en dos semanas estaremos en Cartagena y podremos marcharnos definitivamente a España.
—¿Te respondió Hiyori? —la mujer cambió la expresión retirándose de su esposo.
—Mientras ella no acepte que ese hombre la abandonó por irse con otra, y siga detrás de él, nunca volverá, no sé porque la esperas todavía.

Kirishima exhaló con cansancio. Esa noche que lo amenazó con atacar a Hiyo o a Takafumi, Sakura escapó del hospital, por suerte lograron alcanzarla antes de que llegara a la casa donde se alojaba su hija. Debido al frío de la capital y a lo débil que se encontraba, la fiebre apareció con breves episodios de alucinaciones y convulsiones. Durante ese tiempo se mantuvo a su lado, sólo volvía a su casa a dormir unas pocas horas y asearse. Los únicos que se tomaron el trabajo de velar por su salud fueron Asahina y Kyo, demostraron ser sus amigos incluso por encima de la reprobación de continuar con la relación con su esposa.

Al recuperarse Sakura parecía haber perdido la noción de los eventos acaecidos en esas semanas. El médico dio la explicación más coherente, por culpa o dolor en cerebro decidió anular la verdad para sustituirla por aquello que no le causara daño. Así que superpuso su propia historia a la de su hija, la única diferencia es que Hiyori optó por ser libre de cualquier norma social.

Sakura se abrazó a si misma dándose calor por la fricción que sus manos hacían sobre las mangas de su vestido, Zen no podía olvidarse del fruto de su pecado, y ella la quería lejos porque le recordaba sus errores de juventud.

—Amor, si Hiyo regresa ¿vas a amarme igual? —al mirarla a los ojos Kirishima sintió una enorme lástima, a su parecer su esposa no sufrió una neumonía normal, algo paso en su cerebro que la llevó al estado mental en que se encontraba.
—Prometí estar contigo en lo próspero y en lo adverso, en la salud y en la enfermedad, así que no me hagas esa pregunta.

La mujer sonrió para dejarse rodear por los brazos de su marido que le besó en la frente, empero, esa promesa que le dijo el día de su boda carecía de lo que deseaba escuchar; por eso se aferró con fuerza a Kirishima.

—Tienes razón, estaremos juntos hasta que la muerte nos separe, y nadie podrá alejarnos.


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