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Sonidos en la Niebla por Mascayeta

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Yokozawa observó como Barreiro arengaba a la tropa, estaban sumergidos en la victoria que la herida de muerte de Rooke y la retirada de Santander les permitieron dilucidar como la toma del poder nuevamente por los realistas.

La alegría de los jóvenes soldados dolía en su corazón, unas horas antes esos mismos que rogaban por estar con sus seres queridos habían asesinado a la familia Vargas y tirado sus cuerpos al pantano que estaba cercano al Alto donde la bandera española ondeaba.

El grito de uno de los que llegaban del campo de batalla tensó el rostro de Yasuda, Takafumi comprendió en la expresión de su tío que algo no estaba bien, por eso cuando le ordenó seguirlo no lo dudo. Ese hombre a pesar de su pasado juntos le demostró que estaba arrepentido y dispuesto a enmendar sus errores, por eso cuando se escuchó el estruendo de los lanceros descendiendo comandados por el Coronel Rondón y seguidos por los sobrevivientes de un disminuido ejercito patriota, supo que la independencia estaba cerca, era el primer paso para que los españoles perdieran definitivamente el Nuevo Reino de Granada.

Gou descendió de su cabalgadura empuñando la pistola que apuntó contra el realista que pensaba atacar a la joven guerrera que luchaba dándole la espalda, la detonación hizo voltear a Hiyori que sonrió al notar la presencia de sus amigos. Curioso saber que aún en bandos contrarios, un sentimiento los unía. No obstante, creer que el grupo al que pronto se unió Moroni no sería tomado en cuenta por los enemigosfue una dulce utopía.

El enfrentamiento que comenzó a medio día se extendió hasta el atardecer, el ruido de los cañones, los gemidos y chillidos de los combatientes cubrieron el campo del olor propio de la pólvora y la sangre, así como la niebla provocada por los constantes estallidos. El soldado que se abalanzó contra Yasuda quedó atravesado por su espada, lástima que el calor en el costado le hizo notar que antes de morir el militante logró dispararle, cayó de rodillas, en su mente se reprochó por el descuido, no podía irse con la parca, se lo prometió a Ijuuin y debía regresar a su lado.

Apoyó su brazo en el barrial que le rodeaba para buscar a Yokozawa, su cuerpo respondió por la adrenalina que le inundó al ver como Hiyori le gritaba que despertara, cuando llegó a su lado el pecho cubierto de sangre, el pálido semblante y la leve respiración le asustó.

—Te lo pido, aguanta muchacho.

Takafumi sonrió en medio del dolor su mente trajo la sonrisa de Zen, era lo único que le disgustaba de morir, no poder volver a verlo. Cerró sus ojos para en los brazos de Gou caer sin fuerzas…

 

Zen llevó su mano al pecho haciendo un gesto que sorprendió a Sakura, el sudor que perló la frente de su esposo obligó a la castaña a pedir un vaso de agua y solicitar un médico.

El castaño sabía que algo le había pasado a Yokozawa, su corazón le dolía por la ausencia de su amante, las lágrimas brotaron sin que pudiese detenerlas. Pensó en Hiyori, y esa misma emoción que tuvo cuando la cargó por primeravez,  le inundó. Su princesa estaba bien, al menos uno de los dos logró salir avante.

La voz de un hombre solicitándole información sobre lo que se sentía, le hicieron negar con la cabeza, mostrando su pecho, el que se presentó como médico de inmediato le revisó creyendo que podía tratarse de un pre-infarto. Con la ayuda del caballero fue llevado a la alcoba que con su esposa alquilaron para poder pasar la noche antes del viaje a Mompox.

Unos minutos después el galeno le recetó unos calmantes, explicándole a Sakura que muchas personas por el cambio de altura de Santafé a Honda sufrían descompensaciones, asintiendo la dama le preguntó si estaría en disposición de viajar al día siguiente, la negación no fue muy bien tomada por quien sacó una bolsita de oro y se la entregó pidiendo que se marchara.

Al quedar sola con Kirishima, puso su mano sobre la frente del castaño que ardía en fiebre, no era normal que se enfermara, pero tampoco podía asegurar que después del coma no había quedado con alguna secuela. Buscó la vasija que colocaban para lavarse la cara y las manos y mojó un pañuelo para ponerlo en el rostro de Zen. El medicamento que parecía ganar terreno le fue tranquilizando junto con lo fresco del agua, al verlo dormir Sakura salió a comer algo en el restaurante del hotel.

En la medida que cenaba la esposa de Kirishima pensó en su despedida de la capital. Ijuuin y Asahina se convirtieron en jueces del acto que representaba fielmente haciendo sentir culpable a Zen.

Kaoru antes de marcharse le recordó que toda acción tenía una reacción, que la culpable de la situación con Yokozawa era ella misma por su afán de lucir como la defensora de los derechos de los granadinos. Se lo recalcó al contarle las veces que lo dejó solo, que desatendió los instantes que podían compartir para refrescar su relación, las mismas que lo impulsó a vivir por la libertad, en la medida que ella buscaba en las reuniones con las damas santafereñas y de las otras ciudades aliados para la causa. Sin darse cuenta su matrimonio cayó en la rutina mientras se alejaban, tiempo en el que se acostumbraron a compartir un lecho, a brindarse caricias que bien podían ser dadas por los buenos amigos, todo por un sueño que compartían muchos, pero que no tomaban como excusa para vivir lo que no pudieron cuando eran jóvenes.

Sakura pagó la cena y subió a la habitación, la puerta entreabierta le asustó, y apretó con fuerza el abanico cuando notó la presencia de Ijuuin. El médico terminó de inyectar a Kirishima y se viró para saludarla.

—¿Qué haces aquí?

—Sámano me exilio, dijo que con suerte podría encontrarlos a ustedes en Honda y partir rumbo a Cartagena —explicó Kyo empacando la medicina y metiendo en un recipiente con alcohol y formol la jeringa y la aguja.

—¡Mientes! —replicó la mujer con rabia—. El maldito de tu amate debió enviarte para que le contaras de Yokozawa.

La risa cansina de Ijuuin la desesperó, no comprendía el porqué de la burla.

—Quisiera darte la razón, pero mi amante al igual que Yokozawa murieron en el campo de batalla del Pantano de Vargas —respondió Kyo tratando de no quebrarse.

La noticia que le dio el virrey junto con la orden de marcharse para no verse envuelto en una refriega si los patriotas se tomaban la capital, fue la despedida que tuvo del Nuevo Reino de Granada. Al subir al caballo, Sámano le extendió el paquete con los documentos que le permitirían vivir en España como único heredero deGou si su sobrino, al igual que él, morían en combate.

—Sakura sé que tu enfermedad mental no existe, podrás engañar a Zen y a Kaoru, mas no a mi —retomando la soberbia postura que siempre lo acompañó y que tanto disgustaba a su comadre, continuó—. Lograste tu cometido, no volverá a nombrarlo, tampoco irá en su búsqueda, olvidará a su propia hija con tal de protegerlos. Te pregunto: Tenerlo a sabiendas que lo destrozaste por completo ¿vale la pena?

—Sí —respondió sin dudarlo—. Porque a pesar de todo me escogió, y jamás se irá de mi lado.

Ijuuin hizo una reverencia para retirarse, advirtiéndole que estaría al tanto de la salud de su amigo por encima de cualquier queja que ella tuviese. Sakura aceptó para despedirlo con desdén.

En la cama Kirishima dormía con una sonrisa, la castaña besó los labios de su esposo que se acomodó murmurando algo que no pudo comprender.

En sus sueños el delicioso cuerpo de Takafumi le daba la bienvenida por segunda vez, la cadencia de sus caderas y como las largas piernas se aferraban a él mientras jadeaba pidiendo por más, lograban encender el deseo que durante meses llevaba reprimido.

Con cuidado terminó de quitarle la camisa que cubría su torso, para morder ansioso los pezones que pronto se irguieron enrojecidos. No quería que este placer concluyera tan rápido, por eso disminuyó el ritmo para cambiar de posición y sentarlo encima suyo para deleitarse con las expresiones que el peliazul hacía en el momento de autopenetrarse, si creyó que antes era erótico, ahora estaba convencido que nunca dejaría que nadie viese la lujuria que desbordaba cuando se permitía abandonar la mascara de perfección que la sociedad les imponía.

Yokozawa comenzó a cabalgarlo estimulado por el compás que Kirishima le asignó, verlo arquearse sobre su cintura mostrando la rosada piel y los labios hinchados por la manera como los mordía evitando que su garganta dejara salir los gemidos que esa posición le provocaban, logró encenderlo al máximo, apuntando con fuerza las embestidas a ese lugar que colmaría su placer.

—T-tan pro..fundo —recuperando algo de fuerza, Takafumi tomó entre sus manos el rostro de Kirishima que respondió el beso que el ojiazul le daba, de improviso, se retiró para abrazarlo sabiendo que pronto llegaría—. Te amo, incluso más allá de la muerte.

La última palabra detuvo cualquier acción, el cuerpo de Yokozawa antes caliente, se fue colocando frío sobre el pecho de Zen.

—¿Amor? ¿Takafumi? —con miedo lo retiró de encima suyo, los ojos gris-azulado estaban desprovistos de toda emoción, el ser inerte de su amante se desvanecía como ceniza entre sus manos, las mismas que llevó a su cara para llorar pidiendo a Dios que por favor les diera una segunda oportunidad.

 

 

Al día siguiente cuando Sakura despertó, Zen ya se encontraba listo para el viaje.

—¿Estás bien? —cuestionó su esposa al subir a la chalupa que los llevaría hasta Mompox.

—Estoy a tu lado, creo que eso es suficiente —manifestó colocándose las gafas oscuras para ocultar la mirada vacía que de ahora en adelante le acompañaría.

Si la fortuna le favorecía, esperaba que Hiyori llegase antes de partir a España, por ella sobreviviría hasta que la muerte decidiese unirlo a Yokozawa.


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