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Sonidos en la Niebla por Mascayeta

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Kirishima observó la que por quince años había sido su casa. Vivía en las colonias americanas y poseía una fortuna propia. Su padre disfrutaba de las ganancias y el renombre que estar cerca de la corte le había dado.

Descendió del caballo para entrar deseando ver a sus dos amores. Sentadas con las damas en la sala de costura sonrió al reparar en la cara de aburrimiento de Hiyori que tan pronto noto su presencia pidió permiso para correr hacia él. Como los cómplices que eran, observaron a Sakura entornar los ojos y seguir con una falsa expresión su labor.

En la puerta los hombres con los baúles esperaban las indicaciones de su amo. Una vez en el cuarto de la pequeña le permitió abrir su regalo. Volvía de las islas trayendo todo tipo de adornos que le harían el blanco de la envidia de las hijas de los criollos de la ciudad.

La chiquilla sacó cada una de las prendas y de los juguetes, pero lo que más le llamó la atención fueron los libros con ilustraciones que formaban la mayor parte de su obsequio.

Con ilusión leyó los títulos, pero se desconcertó por aquellos que no entendía. Su padre la llamó para sentarla en el regazo.

—Es latín, la lengua de los eruditos ¿quieres aprenderla?

La castaña afirmó sin desviar la mirada de los hermosos ojos almendra del mayor. Se sonrojo al pensar que no había nadie más bello que él en la Tierra. A su corta edad solo conocía la ciudad en la que fue criada y tenía los relatos del hogar de sus patriarcas y donde nació, un sitio lejano llamado España. Lo cierto es que, en esa ciudad, Kirishima Zen brillaba con luz propia.

—Bien, si es así buscare quien venga enseñártela, porque para una princesa solo lo mejor.

Dándole un beso de esquimal, la niña rio por la forma infantil en que el mayor le hablaba. Lo amaba y podría asegurar que su familia era perfecta.

La fingida tos en la puerta los sacó de su consentimiento, el hombre se levantó para acercarse a la mujer que desde que encontró en la tienda de abarrotes se convirtió en su vida.

Definitivamente, nadie podría interferir con su felicidad.

Poco antes de la cena la visita del padrino de Hiyori fue recibida con agrado. El apuesto hombre era más que un amigo, un hermano para Zen, por eso no pudo evitar dar su punto de vista sobre lo que estaban viviendo.

—Te arriesgas demasiado.

Tenía razón, no podía asegurar que la fachada amparaba con sus negocios le permitiría seguir colaborando; no obstante, su participación era más por una cuestión de principios y por el deseo de dejarle algo a Hiyori.

—¿Cuál es la idea de ayudar al mantuano? Él tiene riquezas y una finca bien acomodada en la capitanía.

Era cierto, si en algún momento llegaban a sospechar de su relación con él, lo mínimo que le esperaba era la cárcel igual que a Nariño, pero bien podría correr la suerte de los fusilados.

No quiso darle más mente al asunto, encendió el tabaco pensando en el siguiente movimiento, la idea después de su encuentro era reunir tropas. Kirishima tenía la posibilidad de pasar algunas dentro de los embarques de algodón y de tabaco que traían desde Santander, pero necesitaban movilizar un mayor volumen.

—Trinidad espera poder reunirse con los rebeldes de Caracas, entre ellos está un llanero que le asegura el triunfo.

Kyo lo miró con desconfianza, no era la primera vez en esos años que habían traicionado a Bolívar. Zen se estaba metiendo en algo más grande de lo que creía y podía manejar. La amistad que los unía le impedía abandonarlo por eso simplemente acepto sin exponer sus temores.

La puerta se abrió para dar paso a la mulata con las colaciones, Sakura se sentó al lado de su marido que con total picardía beso sus labios, si de algo sentía envidia era de ver la feliz pareja. Desearía poder tener una relación tan fuerte y sólida como la de ellos.

—Cuando menos lo pienses llegara a tu lado —y con eso recordaba como odiaba el temperamento del castaño.

Gozaba de esa facultad de leer a las personas que apreciaba como si fueran un libro abierto.

—Deja de decir estupideces —replicó. Sakura le sonrió para desafortunadamente continuar con la propuesta de contrabando de su esposo, por lo visto era una acérrima defensora del ideal independista y secundaria si fuera necesario con su vida los ideales de libertad.

Al final de la tarde, Ijuuin Kyo salió con el compromiso de desviar la atención de los cargamentos de Kirishima, tan inmerso iba en sus pensamientos que no pudo evitar el choque con el monje que prácticamente corría por la calle con dirección al monasterio.

Dándole unas rápidas disculpas lo único que logró ver fue la blanca mano sosteniendo la camándula.


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