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Sonidos en la Niebla por Mascayeta

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El estruendo causado en el monasterio indudablemente tenía nombre propio. No entendía el afán de ese chico de estar antes de las siete en su mal denominado “hogar”; para Kaoru Asahina, hogar era donde estaban sus recuerdos felices y su familia. Una que se encontraba lejana… Dios a veces quisiera que eso fuera cien por ciento una realidad, pero tener a Sakura, su queridísima hermanita, recordándole a cada instante su papel en la revolución, lo estaba enloqueciendo.

Cuando todo volvió al silencio normal en la abadía continuó con los preparativos de la noche. A las once el portillo del patio se abrió para dar paso al hombre que en su concepto sería quien lograría fijar la senda que el virreinato seguiría para ser una república más o menos fortalecida.

La conversación giró en torno a las decisiones de Bolívar, la llegada de este a Venezuela y como en su nueva estrategia la imagen que proyectaba era propia de la necesidad de conseguir adeptos a la causa. Las promesas de bonificaciones para los soldados, de la abolición de la esclavitud, y de que peones como Páez se hubiesen unido a la lucha, generaban una resistencia que podría poner fin a la reconquista de Morillo.

Estas acciones en la región del Orinoco eran pequeñas escaramuzas desde el punto de vista de los veteranos de guerra españoles que el Pacificador instaló en Caracas. Ellos dominaban las regiones altas de Venezuela, así que el “Libertador” y sus seguidores no significaban una amenaza real.

—¿Qué opinas? —cuestionó al no verlo muy convencido. El hombre era militar antes que monje, por eso confiaba en su criterio.

—Francisco viaja a su encuentro, recuérdale como la Nueva Granada es la debilidad de los españoles, además del descontento por las políticas del virrey.

El cucuteño lo miró con algo de desconfianza, no sería fácil, pero Asahina era un espectador objetivo de la situación, por eso respondió dándole un abrazo.

Los dos amigos se despidieron antes del amanecer, esperaban que la próxima vez que se vieran la situación fuera diferente y se diera la celebración propia de la emancipación.

Antes de retirarse a sus aposentos se detuvo para escuchar por enésima vez las pesadillas de Yokozawa, podría decir que tuvo una epifanía, por la mañana visitaría a su hermana, así tendría la oportunidad de controlar un poco los avances de su cuñado con el paso de armas, tal vez más de uno saldría beneficiado de la situación.

La visita mañanera de su cuñado no era un buen augurio para Kirishima. Lo miró con desconfianza, ya que no vestía el hábito con que normalmente los monjes se ataviaban, así que más que uno de ellos parecía un espía dentro de su casa.

Los ojos azules lo desafiaron, no entendía porque el abad lo llevaba a un lugar donde se notaba que no era bienvenido.

—Así que eres familiar de Yasuda Gou —afirmó con la cabeza tratando de evitar que el solo nombre de su tío le traía recuerdos nada agradables—, supe que había criado a uno de sus sobrinos, pero eso fue mucho antes de venir a las colonias…

—Si para usted es un inconveniente considero que maese Kaoru puede retirar su oferta, yo no tengo ninguna intención de ser un problema para vuesa merced.

El castaño encendió el tabaco tratando de entender las intenciones del hombre. Al diablo querer mostrarse tan sumiso, conocía a su cuñado y era tan propio meter en su casa alguien que controlara la ayuda que le daba a la resistencia, que no encontró otra excusa que el tutor de su hija.

Sakura lo siguió observando, el joven se mostraba a la defensiva, la actitud de él y de su esposo le dio risa, eran dos gallos de pelea.

Con calma se aproximó al joven entregándole uno de los libros de Hiyori, Yokozawa lo recibió para con beneplácito comenzar a leer las decimas que allí se encontraban. El pelinegro amaba esos versos, no estaban en latín sino en árabe, era un texto antiguo de Almudena, la ciudad que durante años fue la estrella de Iberia.

Kirishima escuchó embelesado, la cadencia en la pronunciación recordó sus años de infancia y de sus ancestros. Por un momento olvidó que ese frente a él era un espía, la presencia de su hija lo sacó de su ensoñación.

—¿Tú quién eres? —haciendo una reverencia se presentó a la joven damita.

—Yokozawa Takafumi a su servicio —el rubor en las mejillas de Hiyori le hicieron reír, tomó una de las manos y saludó a la usanza de la corte—, un siervo de su tío Asahina.

Al darse cuenta de que el abad se hallaba en la sala, olvidó cualquier recato para correr a sus brazos. Su pariente era un paseo asegurado, así que olvido al resto de los presentes y se dedicó a ser consentida por el único familiar que conocía de su madre.

Takafumi sintió envidia por la felicidad de su superior, el ver el amor sincero que se profesaban le recordó que nunca supo que era sentirse de esa manera.

La mano de Kirishima en su hombro le produjo un escalofrío, los ojos miel lo detallaron desde la escasa diferencia de estatura, soltando el humo, el comerciante sonrió.

—¿Qué tal si nos damos una oportunidad?

Extendió la mano para cerrar el trato, al ver la sonrisa Kirishima colocó nuevamente el tabaco en sus labios, tal vez tenerlo a su lado no sería tan mala idea.

 

Las semanas siguientes las cosas se mantuvieron tranquilas, ahora sentado frente al abad daba su informe sobre lo escuchado en la casa de los Kirishima.

—Así que en Guárico.

—Dicen que alcanzó a escapar medio desnudo por los pastizales —completó Yokozawa mientras terminaba su cena—. Considero que ese hombre tiene demasiada suerte, según cuentan los disparos hubiesen dado en partes vitales.

—Tal vez tiene una misión demasiado grande y por eso no le ha llegado su hora.

Tomó la copa para asentir frente al razonamiento del mayor. Ese al que le decían el mantuano había tenido más de un atentado y seguro estaría sometido a otros. Sin embargo, las personas a su alrededor también era una fortaleza.

—Si terminaste puedes retirarte. A partir de mañana necesito que te quedes en la casa de mi hermana, ya le inventare alguna excusa a Kirishima para que no se oponga.

Por más que quiso preguntar la necesidad de mudarse a esa casa, sabía que estaba relacionada con la información que a diario transmitía sobre el hombre llamado Bolívar y sus avances en la Capitanía General.

Recogió sus platos y procedió a llevarlos a la cocina, a pesar de haber un servicio prefería continuar con las costumbres aprendidas en la abadía de su natal España. Lo que realmente le molestaba era convivir con el padre de la niña, era demasiado suspicaz y siempre parecía saber lo que pensaba o iba a decir. Podía percibir su intensa mirada cuando se quedaba a solas con la castaña y a leguas se notaban los celos y lo posesivo que podía ser con su familia. Gozaba con incomodarlo y las pocas ocasiones que estuvieron a solas… ¿qué locura estaba pensando? Nadie podría jamás verlo y hacerlo sentir como su tío.

Ya en sus aposentos paso a revisar los escritos y las próximas clases de Hiyori, mirándolo por ese lado tendría la ventaja de avanzar con ella en latín y francés, el inglés que tenía era lo suficientemente bueno para mantener una conversación fluida, así que impulsaría su aprendizaje en ciencias a través de la lengua que poco a poco había quedado relegada a los religiosos.

A la una de la madrugada cuando la vela estaba próxima a apagarse escucho un ruido proveniente de la parte trasera de la abadía. Conocía bien los pasillos y pudo salir necesidad de la candela. El portón crujió una vez más para observar como tres figuras encapuchadas ingresaban seguidos por Asahina.

Su curiosidad le ganó y los siguió a prudente distancia. El abad abrió una de las habitaciones donde dos de los visitantes sacaron lo que parecía un pesado baúl. El tercero que sin duda era quien los dirigía escucho la indicación del anfitrión.

—Ni una palabra a Bolívar, esto debe ir directamente a manos de Santander.

Cerró la puerta percibiendo la presencia del joven tutor. Tal vez el que fuera a vivir en la casa de su cuñado iba a traerle más beneficios de los que pensaba. Eso lo sabría en la fiesta de cumpleaños de Sakura.

El gran baile fue presidido por los Kirishima y por una amiga quiteña de la anfitriona que llego a la casona con varias mulas y vestida como un hombre. Se sabía que en esa época era mejor mantenerse alerta por los forajidos y supuestos aliados del que se hacía llamar “Libertador”.

Zen colocó la prenda en el cuello de su hija mirándola en el espejo. Era tan difícil aceptar que pronto se fuera de su lado, era su más bello regalo y aunque quisiera protegerla del mundo, Hiyori cada día se mostraba más amante de la aventura.

—Cuídala y dala a tu primogénito —lo observó con extrañeza, el hombre rio por la pregunta no realizada—. Solo las mujeres pueden llevarla, yo únicamente era su velador.

La menor giró para abrazarlo y volver a ver su reflejo en el espejo. Esa noche era especial para todos, pero ella quería lucir deslumbrante para quien se había convertido en su ilusión.

Con algo de sonrojo tuvo que declinar la invitación de su padre para llevarla a la sala, Sakura completó la explicación de la negativa con la frase que no borró la sonrisa de Kirishima, pero si modificó su ánimo. Dejando a las mujeres a solas caminó por el corredor en busca del monje.

Los fuertes golpes hicieron que Yokozawa abriera sin siquiera poder terminar de vestirse, el empujón lo envió al suelo sintiendo como el dueño de casa se sentaba a horcajadas encima suyo apretando su cuello.

—No te basto con servir de fisgón en mi casa, sino que ahora tu objetivo es mi hija.

—Le aseguro que se equivoca —respondió procurando mantener la mirada del castaño—, no se haga ideas que no son.

El dueño de casa sujetó con una de las manos las muñecas del ojiazul inmovilizando sus brazos por encima de la cabeza, mientras con la otra sostenía el cuello procurando oprimir lo suficiente, pero sin dejar una marca visible.

Con rabia se inclinó sobre el monje procurando lucir amenazador, de repente el aliento de Takafumi sobre sus labios le hizo soltarlo, acomodando su traje salió sin más.

El pelinegro se levantó sobando su garganta, no entendía lo que había pasado. Mientras al otro lado de la puerta Kirishima trataba de dar sentido al deseo que latía en su corazón, su cuñado no le había enviado un espía sino al mismísimo diablo.

¿Por qué ese hombre se le estaba convirtiendo en una tentación?


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