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Sonidos en la Niebla por Mascayeta

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—Ahora tenemos reuniones con monaguillos.

La carcajada de los presentes fue sonora haciendo que Takafumi apretara los puños, su intención de insultarlos fue suspendida por el abad que respondió con sagacidad.

—Las apariencias a veces engañan señores —sentándose al lado de la hermosa quiteña, continuo con tranquilidad—. Por otro lado, he de recordarles que somos laicos dedicados a las labores de Dios, no sacerdotes.

—Lo cual querido Kaoru es un misterio para más de uno aquí —respondió con desenfado Ijuuin, mientras ofrecía un tabaco a la única mujer presente en el grupo—. Una condición que los hace irresistibles para más de una dama de Santafé.

La tos de molestia de Kirishima frenó cualquier comentario adicional. Los ojos azules se posaron en el gesto del anfitrión, lo ocurrido en su cuarto lo dejó lleno de dudas, pero sobre todo la desazón de que su tío tuviese razón en sus afirmaciones.

Manuela agradeció el incómodo silencio para iniciar con la conversación que realmente era de su interés, las noticias desde Venezuela no eran halagadoras, el ejército libertador presentaba problemas y aunque el Congreso de Angostura daba tranquilidad a las tropas y a la rebelión, era necesario un apoyo más evidente a las fuerzas, que en su mayoría —cabe resaltar— estaba conformado por esclavos y llaneros.

—Sus aliados son de ocasión, no puedo fiarme de su caudillo —el comentario fue la respuesta ante el soporte que uno de los presentes dio a Santander.

Según tenía entendido el hombre estaba ayudando a mantener a las tropas con una fortuna que nadie sabía que tenía, lo cual extrañaba a Bolívar que requería invertir en armas para el avance. Sin embargo, el granadino se había mantenido firme en mantener el ánimo de soldados suministrando lo básico.

—Pienso que su idea es una manera de evitar deserciones, ¿de que valen las armas si no hay quien las empuñe?

La certera pregunta de Asahina hizo que la quiteña asintiera, no obstante, fue clara en su desconfianza. El poder era algo que cambiaba a las personas y más si la idea de la Gran Colombia se cristalizaba.

La música empezó a sonar haciendo que las mujeres llamaran a sus maridos, Sakura por ser la festejada fue la encargada de abrir el baile, en una de las esquinas del salón, Hiyori recibió con emoción la mano de su tutor. El joven no negaba que la chica estaba ganándose con paciencia su corazón, ella era la más hermosa en aquel lugar y él, Yokozawa Takafumi, tenía la fortuna de acompañarla.

En la pista los ojos avellana se cruzaron con los azules, haciendo que este último deseara que las palabras de su tío nunca se cumplieran.

 

La noche transcurrió hasta que uno a uno los invitados fueron retirándose. Kirishima volvió a llenar su copa al marcharse el último de ellos. Los recuerdos de la fiesta producidos por el licor le provocaban ira.

Zen evocaba como persiguió con la mirada a su hija y al hombre que la acompañaba durante el festejo. El traje negro le hacía lucir más imponente y atractivo, y al ser uno de los más jóvenes del grupo, no solo Hiyori, sino varias de sus amigas no se le despegaron en toda la noche.

El abrazo de Sakura le llenó de un calor agradable, dándole un beso en la frente le pidió esperarlo en la habitación, la mujer asumió que el rol de padre no terminaba nunca, así que con una burla le recordó que su pequeña dormiría sana y salva, más con un "papá" tan sobreprotector. Kirishima le dio una pequeña palmada en su trasero para mandarla a dormir. Con calma aguardó que el tutor se despidiera de Hiyo y antes de que llegara a su habitación le ordenó que fueran al despacho.

—Vuelvo a preguntarte ¿qué quieres con mi hija?

—Sabe la respuesta, es una persona agradable y no niego que es hermosa, yo no soy un sacerdote, así que bien podría cortejarla.

Sus palabras brotaron tan desordenadas que solo calló cuando escuchó el vaso vacío estrellarse contra la pared de la habitación. La figura del castaño avanzó hacia él con la clara determinación de golpearlo, empero se mantuvo rígido sabiendo que demostrarle miedo era una señal de debilidad.

Teniéndolo tan cerca su cuerpo tembló por el miedo de ser castigado, no se equivocaba al recordar la mirada de Yasuda Gou, pero en esta había algo más, algo que le incitó a aproximarse al mayor en vez de alejarse.

—¡Me estás matando muchacho!

 Fue lo único que pudo escuchar antes de sentir la mano de Kirishima en su nuca, si en algún momento quiso retirarse lo siguiente le inmovilizó por completo.

Los labios de Zen estaban sobre los suyos, lentamente abrió su boca permitiendo que la ansiosa lengua entrara en ella. Takafumi dejó que su cuerpo se rindiera a la sensación de deseo restregándose contra el hombre que deslizaba su mano por su espalda para cubrir de repente su trasero. El obsceno gemido logró que el agarre fuera más fuerte y que su miembro respondiera levantándose. Por primera vez concibió que eso era correcto, que quería más.

Un ruido seco hizo que se separaran, sin poder sostener la mirada que le escudriñaba decidió huir del lugar. En el pasillo mientras sobaba sus labios recapacitaba en lo ocurrido, había sido tentado por Samael y lo peor era que irremediablemente había cedido ante él.

—¡Mierda! —gruño el ojialmendrado, definitivamente esto no podía estar sucediendo.

—¿Pasa algo? —la voz de Sakura lo obligó a parar con sus pensamientos. Quiso olvidar lo acaecido por eso corrió a los brazos de su mujer para besarla.

Debía dejar de lado lo que acaba de ocurrir, era necesario borrar todo sabor de Yokozawa. En tantos años de matrimonio era la primera vez que la engañaba y para su sorpresa, lo había hecho con un hombre.


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