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Sonidos en la Niebla por Mascayeta

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Notas del capitulo:

Gracias por leer, espero les este gustando la historia.

 

Kirishima se alistó con intención de aclarar sus sentimientos, pero sobre todo de sacar a ese demonio de la casa. No era lógico que su cuñado lo estuviese poniendo a prueba en un asunto que nada tenía que ver con él.


Al entrar al comedor Hiyori se levantó pidiendo permiso para retirarse, la negativa fue tajante. Si los había visto era necesario que supiera bien lo acontecido y no que se quedara con una imagen a medias que transmitiría a su madre.


—¿Lo golpeaste? —cuestionó la castaña menor.


—¿Qué te hace pensar en eso? —respondió con tranquilidad Kirishima acomodándose la servilleta en las piernas.


Hiyo pidió con su expresión ayuda a Sakura, esta solicitó a los esclavos cerrar las puertas del comedor y permitir que la familia conversara a solas.


—Ayer nuestra hija vio cómo te acercaste amenazante a Takafumi tomándolo por el cuello, luego alcance a verlo salir limpiándose la boca —Zen suspiró, las dos tenían una visión a medias de lo ocurrido.


—Solicite a Yokozawa ser claro con sus acciones —la puerta se abrió dando paso al nombrado— si desean pueden preguntarle ya que llego.


El monje pidió disculpas por la interrupción, pero, así como Kirishima había tomado decisiones, él también en el transcurso de la madrugada.


—¿Por qué estás vestido así? —exclamó la adolescente.


Sonrió con vergüenza a Hiyori, su traje de calle sorprendió a las damas que reprocharon con su actitud al castaño que presidía la mesa.


—Debo volver a la abadía. Al saber que la familia estaba reunida estime conveniente despedirme de todos y partir de inmediato.


La menor del grupo negó con la cabeza, no daba crédito a que su padre lo hubiese echado de la casa. ¿Cómo podía odiarlo? Fue cuando pensó que si Takafumi se marchaba ella lo acompañaría. Su frase hizo que Kirishima golpeara la mesa. Por primera vez su princesa se sublevaba a él como autoridad, le reclamaba por tratarla como una niña, por no permitirle disfrutar de la compañía de alguien que la presentaba como una mujer.


—Tu tutor se marcha de la casa y tu irás inmediatamente a tu habitación. La decisión está tomada y no tendrá discusión.


—Zen por favor, no puedes…


—Puedo con el derecho de ser su padre Sakura, y porque lo principal es proteger la honra de mi hija así ella no vea más allá de sus narices.


La última afirmación hizo que el trio lo observara pidiéndole en silencio una aclaración. Manuela ingresó con una de las empleadas ordenándole entregar una copa de vino a cada uno de los presentes. Esto logró romper lo tenso del ambiente. Una vez los presentes tuvieron su copa, habló con una gran sonrisa.


—Ya que las cosas se dieron de esta manera, creo que la celebración se adelanta Kirishima —el guiño fue entendido por el mayor, ella conocía su secreto. Señalando a su hija prosiguió— el señor Yokozawa Takafumi saldrá de la casa porque a partir de hoy comenzará a cortejar oficialmente a Hiyori.


El tutor bebió de un solo trago su licor, su situación en vez de mejorar empeoraba.


 


Y esto fue peor cuando Asahina le escuchó, obligándole a seguir con la charada que Manuela Sáenz había expuesto.


Fue así como la alegría de haber salido de la casa de los Kirishima fue una ilusión fatua que se esfumó para dar paso a una preocupación mayor: Realmente estaba empezando a sentir algo por Hiyori, ella le parecía una joven bella y noble de corazón, pero al tener a Zen a su alrededor, el corazón parecía desbocarse y querer salir de su cuerpo con cada latido.


Asahina por su parte no comprendió muy bien la razón de que su cuñado y el joven Yokozawa estuviesen en una situación tan extraña discutiendo lo que solo era una suposición por parte del castaño. Lo único concreto era que Zen encontró la forma perfecta de deshacerse de su informante. Por ahora debía volver a colocar a su «fisgón» en el campo de juego, y así como la incipiente relación de su sobrina con el pelinegro provocó su salida de la casa de Sakura, esta misma sería la manera de volver a introducirlo.


En ese momento el abad era consciente que debía mover sus fichas correctamente, las noticias de Santander con respecto a la oposición de Páez de llevar a las tropas a Casanare estaban generando división en el ejército. Admiraba como Bolívar tenía claro su plan de gobierno incluso antes de tener un país donde ejecutarlo. Ese espíritu de liderazgo era su fortaleza y lo que sometía a seres como el granadino y el venezolano.


—¿Por qué odia a su cuñado? —la pregunta le hizo sonreír, algo raro en Kaoru.


El ojiazul no entendía cuál era el afán de vigilar a alguien que apoyaba la causa tanto como él; Kirishima creía firmemente en el sueño de libertad que el mantuano transmitía y sabía que la reorganización social, política y económica del país era una necesidad para poder crecer como República. Tal vez era uno de los pocos que pagaba un salario a sus empleados, dejándolos de llamar esclavos. Defendía sus ideas con tanto fervor que pocas veces podía ganarse una batalla verbal con el comerciante en ese tema.


—No te equivoques, valoro a Zen por lo que es, y estoy convencido que merece toda la felicidad que lo rodeaba —el gesto del castaño cambió a uno de nostalgia y melancolía—, sin embargo, cuando pierdes a alguien entiendes que hay prioridades y parece que Zen ha olvido eso.


Yokozawa analizó esas palabras, el recuerdo de su nana apareció en cada uno de los instantes que le acompañó durante la niñez. Cuando salió de España cualquier contacto con ella desapareció, parecía que sus padres simplemente olvidaban que los esclavos eran personas. Para ellos ese estigma era peor que una enfermedad, seres sin alma discriminados por su color de piel... comenzaba a entender que buscaba ese a quien llamaban Libertador.


 


Por eso continúo visitando a Hiyori y tratando de ser su tutor, su amigo y confidente. No obstante, Yokozawa no se daba cuenta que con cada visita a su pupila y ahora “novia”, lo que hacía era abonar un amor que estaba distante de ser sincero y pronto tendría un punto de quiebre.


Cuando ingresaron a la sala con la castaña, Yokozawa pudo ver el sello del virrey en el sobre que Kirishima tenía en las manos. El comerciante leyó las letras doradas en voz alta: Juan José Francisco de Sámano y Uribarri de Rebollar y Mazorra.


Al notar la risa de su hija levantó la mirada para continuar un monologo que buscaba una conversación con el ojigris.


—Por lo visto a nuestro gobernante le gusta refregarnos su soberbia y el creer que es el heredero real del trono “imaginario” del Nuevo Reino de Granada.


Al no obtener respuesta, bufó con algo de rabia. Una que lo embargó por completo cuando su hija se sentó al lado del chico que con cuidado alzó el mentón de la castaña limpiando de manera suave con un pañuelo las comisuras de los labios de quien sonrojada lo veía por estar llena de migajas de galletas.


La escena le desagradó en gran medida, ver a su pequeña convertida en una señorita lo hacía consciente que pronto se marcharía de su lado, empero la imagen de un hombre amándola era insoportable, sobre todo si ese individuo era Yokozawa.


Al ver que tenía la atención de Hiyori quien buscaba la mano de su tutor, le ordenó sutilmente al hombre que se marchara.


—Iremos a la cena del virrey —había interrumpido el momento más bello de la vida de su hija, pero bien recibiría el castigo del enojo con tal de no haber sido testigo de la situación a la que por lo visto llegarían con tanto arrumaco, esperaba que aún no hubiese sucedido: El primer beso de su hija.


Disculpándose Takafumi observó el reloj y con una reverencia le avisó a Hiyo que se verían en la cena. Al quedar solos la doncella se acercó a quien parecía no haberse dado cuenta de lo acontecido.


—Fue a propósito.


—No sé de qué hablas, era necesario que te arreglaras por estamos sobre el tiempo.


La chica simplemente desistió, si en algún instante de su vida alguien le decía que su padre podía portarse tan infantil se hubiera reído, no obstante, desde que Yokozawa la cortejaba le demostró que podía ser un niño grande. Besándolo en la mejilla recordó las palabras de su madre y de Manuela


«Déjalo ser, ahora esta celoso de que otro hombre este con su bebé».


Zen vio a la castaña salir mientras entraba su invitada, la sonrisa de picardía le hizo entender que gozaba con el problema en que lo metió, pero debía agradecer que su acción al menos le sirvió para que el tutor saliera de la casa.


—¿Te encuentras bien? —el comerciante asintió, pasándole las cartas comenzaron a hablar de su objetivo esa noche, la cena simplemente era la distracción perfecta.


La quiteña era consciente que Sámano podía ser excéntrico, pero había procurado por invertir en uno de los campos más difíciles de la región, la medicina. Para esto los herbolarios al igual que los médicos debieron trabajar juntos. La iatroquímica debía hacer su ingreso al Nuevo Reino. El virrey conocía de la crisis, por eso no podía darse un paso en falso, el hombre era astuto y su experiencia militar le daban una suspicacia que le mantenía con orgullo en su lugar.


Una vez terminaron de arreglar su plan ambos salieron rumbo a sus habitaciones, ya en ella Kirishima detalló la blanca piel de su esposa, definitivamente todo lo de esa noche fue un error, el licor y la rabia le jugaron una mala pasada.


Zen jugó con su esposa a seducirla desvistiéndose lentamente, lastima que no noto que, al dejar la puerta entreabierta, el tutor de su hija había regresado para entregarle una razón de Asahina.


Al ver la escena Takafumi no entendía porque no se podía mover del lugar, su mente hizo presente el nombre exacto de su pecado, «la codicia», querer para sí aquello que por ley le pertenecía a la dueña de casa.


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