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Sonidos en la Niebla por Mascayeta

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Esa noche como familia llegaron a la casa del virrey, tan pronto como cruzo la puerta Takafumi comenzó a sentir los síntomas. Los conocía muy bien, pronto tendría un ataque de pánico y todo debido a esa sensación de peligro que le alertaba que su tío volvería como esa noche cuando cumplió dieciocho años.

El virrey al reconocer a su antiguo pupilo le dio un fuerte abrazo como cuando lo derribó por primera vez que lo desarmó. La expresión de los Kirishima le indicó que debía disimular y luego contarles su pasado, así que procuro sonreír, escuchando la voz de Yasuda que halago a la bella jovencita, presentándose como el familiar de Yokozawa. Si en algo se consideraba bueno Kirishima era en reconocer las señales de debilidad. Eso le había permitido amasar una fortuna como comerciante, siempre dando en los gustos de las personas que entraban en su local. La reacción de quien quería ser su “yerno” le obligó a no apartar su atención del recién llegado. Por alguna razón ese personaje le transmitía una sensación de celos.

Después de la incómoda bienvenida, la fiesta continuó en total normalidad. La cena fue servida y los temas de política, y la inminente posibilidad de la guerra de independencia. Sámano procuró esquivar la conversación explicando la importancia de los nuevos adelantos en medicina que Europa hacía y que pretendía traer al Nuevo Reino de Granada. Una hora más tarde Zen abandonó el lugar para, con la excusa de fumar un habano, ingresar libremente al despacho del virrey y saber a ciencia cierta que tanto conocían de los planes del Libertador.

—¡Suéltame! —la sonora voz de Takafumi lo hizo avanzar por el corredor apenas iluminado con los faroles y la luna.
—¿Eres consciente que no puedes casarte con esa damita?

Zen quiso intervenir, el tono de desprecio hacia su hija era más que evidente. No obstante, decidió guardar la calma para comprender la extraña relación de familia.

—Soy libre desde hace años, me casare con ella porque así lo quiero —la mano del más alto agarró firmemente el cabello del menor haciendo que se inclinara por el dolor causado.
—Tienes una deuda conmigo y no te dejare en paz hasta que la pagues —aproximándose al rostro de su sobrino, Gou se burló del pelinegro— además, se nota que te atrae más el padre que la hija.

Buscó como soltarse, pero solo logró que la aprehensión aumentara. La verdad le dolía haber sido descubierto tan fácilmente por su pariente.

—Volverás conmigo a España, cumplirás las funciones que te competen como mi heredero, pero sobre todo como mi esclavo.

El chico negó firmemente la situación. No era un prisionero y tampoco le interesaba fungir como su amante, cada vez que lo tocaba su estómago se revolvía con fuerza.

—¡Bien!, acepto tu negativa, pero atente a las consecuencias.

Le sorprendió como el hombre no lo forzó en sus intenciones, pero le tenía más miedo a comprender que haría en contra de quienes lo acogieron. De un momento a otro la taquicardia y las palpitaciones se incrementaron, el sudor en su rostro reflejaba el más grande de los miedos, con extrañeza Yasuda liberó a su sobrino para observar cómo llevaba sus manos al pecho mientras buscaba respirar con tranquilidad.

Fue cuestión de segundos antes de verlo caer entre temblores, convulsionando de manera fuerte. Kirishima tiró el cigarrillo para correr a su lado. Yokozawa no respondía y el sinceramente no sabía cómo sostenerlo, requirió a gritos por Ijuuin quien una vez controló el ataque ordenó llevarlo a la habitación que el virrey amablemente ofreció.

La cara de Hiyo reflejaba su preocupación, Ijuuin solicitó a Sakura y a Asahina que se la llevaran para que descansara, descansaran difícilmente pudieron apartar a la castaña del lado de Takafumi, únicamente la promesa de su padre de cuidarlo, logró convencerla.

Una vez estuvieron a solas Zen enfrentó a Yasuda Gou, la respuesta le desconcertó por completo:

—Lo mismo que usted desea con mi sobrino: Poseerlo al menos por una vez.

El golpe de Kirishima en el rostro del hombre que debía proteger a Yokozawa como su padre, le hizo recapacitar sobre quien era él para juzgarlo. De alguna manera estaba cometiendo el mismo delito.

Yasuda por su parte se quitó las gafas mientras se deslizaba por la fría pared pensando en todo lo que hasta el momento había hecho a ese chico desde que aceptó el trato con su “hermano”.

—Dejame ver ese golpe —la voz del ojivioleta que desde que llegó a la fiesta había llamado su atención, le hizo volver a colocarse lo único que le lograba enfocar lo que tenía cerca—. Debiste enojarlo demasiado para que Zen te golpeara.

—¿Lo amas? —se pateo mentalmente por semejante pregunta a un desconocido—. Lo siento…

—Claro que lo amo, es mi mejor amigo, podría decir que mi hermano —sonrió colocándole un poco del ungüento que tenía en el maletín de galeno—. Aunque si fuera una mujer me alejaría de Kirishima por su carácter, ¡Dios!, es tan infantil que desespera.

La charla siguió entre los dos hombres hasta que escucharon la puerta de la habitación donde estaba Yokozawa, este había despertado.

 

Desde ese día, Takafumi fue recluido en la abadía siendo cuidado en grado extremo por Asahina, que solo permitió las visitas de Ijuuin y de Hiyori para que continuara con las clases que le impartía. Ella era el único contacto real con lo que ocurría detrás de las grandes puertas del convento.

Los observó caminar por el jardín mientras su sobrina leía uno de los textos que por la cubierta pudo reconocer como uno de los preferidos del pelinegro. De nuevo una triste sonrisa se dibujó en su rostro pensando en que si su hijo estuviese vivo tal vez se pareciera a ese muchacho, tanto que tendría su misma edad.

Con la edad, Asahina recordaba con más fuerza a su querida Ryu y el dolor crecía. Años de cargar con la culpa de amarla demasiado y provocarle, por el deseo insano de marcarla como suya, la muerte. En su cabeza resonaban las palabras de los padres de su prometida «Un héroe es tan bueno como un noble», mentiras que comprobó cuando una semana después de marchar a la guerra para salvar algo de la honra su familia, recibió la carta que le indicaba que el compromiso estaba roto, y que la ojiazul contraería matrimonio con alguien de su misma clase social y con la posibilidad de mantenerla.

Si había una heroína en la historia era el amor de su vida, quien la misma noche de bodas murió en manos del hombre que enloquecido por enterarse de su embarazo la mató a golpes.

Una triste historia que lo llevó a recluirse en la abadía de la Santa Cruz, solo para laicos. Alzó la cabeza cuando la doncella entró con una taza de chocolate y colaciones, eran las cuatro y debía prepararse para el encuentro con Kirishima, el viaje a Villa de Leyva les traería noticias del ejército en los llanos de la Capitanía y de los planes de Bolívar. Se alejó de la ventana para aceptar el delicioso tentempié.

En el jardín, por enésima vez Hiyori bajó el libro de Calderón de la Barca para preguntar por lo irrisorio que se le hacía un amor como el que mostraba el autor, aunque lo prefería con respecto a la tragedia de Otelo, realmente se le hacía difícil de entender como el amor podía tener tantos matices, los celos, las envidias, la posesividad, el egoísmo, no podían ser parte de un sentimiento que en su concepción era puro.

Yokozawa reía por la forma como la chica interpretaba las emociones de los protagonistas de la historia, él mejor que nadie sabía que amar comprometía muchas cosas, unas buenas y otras malas, y entre estas últimas estaba el deseo.

Su rostro se ensombreció al pensar que Hiyo lo rechazaría si se daba cuenta de la necesidad que estaba despertando en él, esa que no podía definir, ya que en el tiempo que llevaba de ser su tutor, la vio florecer en una bella mujer, eso hacía que quisiera protegerla y cuidarla de cualquier hombre que pudiese dañarla; no obstante, también tenía miedo que ese aparente cariño que comenzaba a aceptar no fuera más que una cortina de humo por lo que su corazón sentía y su cabeza se resistía a creer.

El viento movió el divino cabello castaño, una mezcla perfecta del de su madre y el casi rubio de su padre, haciéndolo caer sobre su rostro para cubrir uno de sus brillantes ojos chocolate. Con delicadeza reveló su mejilla notando lo suave de la piel y el sonrojo que el roce le causó.

—Quedate conmigo y don Asahina —la súplica salió sin siquiera proponérselo, pero notó la satisfacción que Hiyori por decirlo.
—De solo pensarlo mi padre se volvería loco. ¿Por qué no vienes con nosotros?

La idea fue rechazada de inmediato, desde niño su vida giró en torno a su preparación académica y del combate. Las únicas dos fiestas a las que asistió no habían terminado muy bien para él, por eso no deseaba estar en otra reunión social.

Yokozawa observó en silencio el puchero por la respuesta sintiéndose fascinado por los labios de la menor, se preguntó cómo sería el sabor de estos, por eso lentamente se aproximó para repetir lo que había aprendido con Yasuda. Aunque al principio solo fue un roce, con audacia lamió sus labios para abrirlos con suavidad, la menor reaccionó con gusto, era su primer beso y con la persona que amaba.

Instintivamente Takafumi apretó más el cuerpo de la castaña contra el suyo, la emoción dada por dominar en la relación lo indujo a que sus manos se deslizaran por los hombros de la chica para aferrarla por la cintura, el suave gemido que soltó hizo que concluyera el contacto para apoyar su frente sobre la de Hiyo.

—Casate conmigo.

Aunque fue un susurro Kirishima que acababa de llegar lo había escuchado. Apartó a Yokozawa de su hija y la arrastró por el pasillo rumbo al despacho de su cuñado. Así que Asahina era tan alcahueta que permitió que ese malnacido la cortejara.

Por su cabeza pasaron miles de escenas de ese hombre con su Hiyori y cada una era peor que la otra.

—¡Suéltame! —el grito de la castaña no dejó duda que quería alejarse de su progenitor. —Padre calmate por favor, es lo que yo quiero.
—¿Es lo que deseas? —el dolor cruzó su pecho cuando su pequeña niña asintió. El pelinegro que los seguía a prudente distancia se aproximó para hacerle frente.
—Se lo dije hace tiempo, amo a su hija y… ¡quiero casarme con ella!

Kirishima volteó su cara para que no lo vieran llorar, se quebró por dentro. Trato de que su voz sonara tranquila.

—Al regresar de la Villa hablaremos con calma, recuerde que su tío debe estar presente.

El golpe fue bajo y sin quererlo puso un alto a las intenciones de Takafumi, el hombre que podía detener su matrimonio y hacerle daño volvió como ave de mal agüero a aparecer en su vida.


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