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Sonidos en la Niebla por Mascayeta

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Hiyori secó las lágrimas porque no entendió que es lo que su padre desea. Lo escuchó retarlo delante de todos y sintió su corazón romperse cuando Yokozawa respondió que lo haría. Quería entrar y pedirle que se olvidará de la apuesta, pero no pudo porque su madre la sorprendió retirándola de la puerta y diciéndole que “los hombres son tontos y más cuando están con tragos”.

Zen vio la escena por la puerta entreabierta, su niña no entendería que era lo mejor para todos, que Yokozawa se marchara con Asahina a cumplir esa promesa por la independencia, si se enterará que la razón real es que no puede resistir las ganas de tenerlo debajo de él gimiendo. La sola imagen de Takafumi entre sus brazos le hace sentirse nuevamente vivo.

Yasuda lo observó, conoce lo que es debatirse entre la moralidad, la razón y el corazón, lleva años manteniendo una doble vida, solo sus amigos más cercanos saben que su orientación lo aleja del estándar de hombre perfecto que en la Patria Madre le han querido dar. Se ha callado todo lo que sabe a pesar de estar mintiendo a uno, por no decir único, amigo.

—Dejemos la apuesta aquí, yo pagare por mi sobrino.
—Es su decisión, no la mía —respondió Kirishima sabiendo que el viaje a Casanare era necesario y que Santander los espera con el dinero que Asahina le prometió.

Ijuuin coloca su mano sobre el hombro de Gou y le pide con un gesto que los deje solos. El médico había regresado para pasar los carnavales en la Villa, pero nunca imaginó que se encontraría con tal escenario. El de gafas sabe que no es correcto, pero no puede evitar tomarla y besar con devoción los dedos del ojimatista. Sabe por la manera como la retira que no le incomoda el mimo, no obstante, le hace comprender que no es el lugar para recibirlo, menos cuando su ahijada no intuye porque su padre parece no querer su felicidad, si conociera que la razón es que Zen está sintiendo un amor similar al que él acaba de aceptar.

Sakura solicita la presencia de su esposo en la habitación de su hija, el castaño pidió permiso y se dispone a hablar con Hiyori de lo que parece lo mejor para todos. Kirishima las vio a ambas y no pudo sentirse peor, cómo decirles que esto lo hace para mantener el bienestar de su familia.

—Dejanos solos, tengo que hablar con mi hija.

La dama asintió comprendiendo que el amor filial lograría solucionar el impase. Sakura pasó al lado de su marido e intentó acariciarlo, pero fue rechazada con frialdad, por primera vez desde que se conocieron Zen la mira y no le transmite nada, es como si simplemente fueran dos extraños. Llevó su mano al pecho y comprendió que las cosas cambian, y que ella debería tomar decisiones.

Una vez solos, Kirishima se dirige a la ventana y trata de hablar al corazón de Hiyori.

—Sabes que no lo obligue, pero tampoco puedo evitar que él quiera participar de nuestra revolución.
—¡Lo retaste! —grita parándose a su lado—. Lo odias tanto que ni siquiera te das cuenta de la manera como lo obligaste a aceptar.

Bufó colocando su mano sobre sus ojos, la sonrisa de resignación en su rostro hizo que su hija dudara de la cordura de su progenitor.

—Escuchar detrás de la puerta se te ha vuelto una costumbre y eso tiene un problema, nunca puedes ver completa la situación.
«Yokozawa es consciente del riesgo que asumió, pero sabe también que es la única manera de tener un futuro real para todos. Su tío no es idiota y dedujo que apoyamos a la revolución, pero por el amor a Ijuuin decidió mirar para otro lado».

Hiyori cree entender mal lo que su padre acababa de decirle, ¿su padrino y Yasuda?, esto se encuentra por fuera de cualquier posibilidad, es el pecado Nefando, ambos morirían en la hoguera si son descubiertos.

—¿Qué tiene que ver eso con Yokozawa?
—Eres inteligente mi princesa, observa más allá de lo evidente, él comprende que tiene la manera de pasar desapercibido como monje, por el manejo de lenguas, por su aspecto —Hiyo quiso que su mente no fuera tan rápida como decía su padre, ¿cómo no se había dado cuenta?, el brillo de los ojos de Kirishima era tan igual al suyo cuando lo veía.

—Prométeme que irás con él —solicitó la adolescente cediendo su derecho de amar a Yokozawa, porque ella si en ese momento hablaba con su prometido sabía que encontraría lo mismo, tristemente su padre era correspondido; sin embargo, no se lo diría, aceptarlo le tocaba a su padre, así que lo presionaría.

La conversación se extendió por más tiempo del que esperaban, en la sala los únicos que quedaban eran Sakura y Kaoru, ambos a la expectativa de lo que padre e hija resolvieron, cuando aparecieron ambos tenían signos de haber llorado; sin embargo, parecía que todo estaba arreglado.

La voz de Hiyo transmitió la noticia que a los dos hermanos sorprendió, al buscar una respuesta en Zen solo lo vieron afirmar con la cabeza.

Esa noche Kirishima optó por no compartir el lecho con su esposa, encerrado en su despacho destapó una de las botellas del aguardiente producido en la región. Se tiró en el sillón y bebió directamente del envase, no soportaba pensar que había permitido adelantar la fecha del matrimonio para calmar la desesperación y las dudas de su hija.

Se hacía evidente su ansiedad… escuchó unos golpes, creyó que eran en la puerta, pero al poner atención se dirigió a la ventana para encontrar al monje, salió a su encuentro para prácticamente arrastrarlo a las caballerizas.

El ceño fruncido por la forma como fue tratado le demostró a Kirishima que estaba molesto, maldita sea ¿por qué debía ser tan provocativo?, sin importar el sitio lo sujetó de nuevo para encerrarse en el cuarto del antiguo capataz. Una vez convencido que estaban lejos de cualquier mirada reprobatoria, tomó los labios que deseaba, para su sorpresa, igual que la primera vez, fue correspondido.

No lo dejaría escapar, antes de dárselo a su hija, Yokozawa debía ser suyo, que Dios lo perdonara, pero se rendía totalmente a la tentación.

El pelinegro no se opuso, al fin y al cabo Yasuda tenía razón, deseaba ser poseído por el castaño, por el padre de su prometida, de la única mujer que le había creado la seguridad de ser amado por una mujer; pero la razón no era quien mandaba en su cuerpo y mucho menos en su corazón, el cual pedía ser profanado por quien sin cuidado lo desvestía, el grito fue ahogado por su mano cuando percibió la lengua de Kirishima sobre su falo ¿cómo podría ser eso pecado?

—¿Amo? Señor Kirishima ¿es usted?

Cómo pudo tragó el espeso liquido del joven, ayudándole a cubrir su boca mientras retornaba de la emoción del orgasmo, el castaño subió la voz para tranquilizar al peón.

—Camilo esta noche me quedare aquí, si la señora pregunta, dile que no quiero que me molesten.

El mozo se marchó complacido asegurando dar respuesta a Sakura; una vez solos, Zen volvió a besar con ansia los labios que entreabiertos se lo pedían. Mordiendo el belfo con picardía susurró ante la sorpresa de Yokozawa.

—No te arrepentirás de tu despedida de soltero.

Un nuevo gemido fue liberado sin desearlo, Kirishima no dejaba de chupar y morder sus pezones totalmente erguidos, Yokozawa sentía que eso era lo correcto, que no podía seguir negándose al placer que ese hombre le ofrecía.
La experta lengua se deslizó por el abdomen para capturar con su mano el pene que ya dejaba salir algunas gotas de presemen. Levantándose sobre el joven monje, le tomó su mano para pedirle que comenzara a regalarle el mismo placer que le estaba suministrando. Con vergüenza por no hacerlo de manera correcta, se dejó llevar actuando como le era indicado por el susurro que en su oído escuchaba parecía su conciencia.

La sensación de pronto llegar al éxtasis fue detenida por el ojimiel que con la su mano libre asió sus testículos para distraerlo. Sujetándolo por el cuello como la primera vez que lo besó, presionó sus labios sobre los de quien desde ahora era su amante.

Moviendo sus manos hacia el culo de Yokozawa, Kirishima apretó los montículos de carne que sabía le pertenecerían a partir de esa noche. Con cuidado uno de sus dedos exploró el agujero que pronto le daría entrada, inconscientemente el pelinegro arqueo su espalda. El castaño empujaba dentro de su cuerpo agregando un segundo y luego un tercero, para ese momento su mente estaba tan nublada que nunca creyó poder decir algo tan vergonzoso:

—Te quiero a ti… entra de una vez… por favor… hazlo.

Levantando sus piernas escupió el rosado esfínter que se contraía intermitentemente. El empuje del pene de Kirishima fue lento, la sensación de estar lleno era tan diferente a la que imaginó que poco a poco comenzó a mover sus caderas para indicarle al hombre que podía continuar.

Asegurándolo con fuerza para detenerlo, el dueño de casa evitó que siguiera meneándose porque quería disfrutarlo más, si continuaba con eso simplemente se correría. Por eso, tal vez con la intención de conocer una nueva expresión del ojiazul, sacó su pene para volverlo a introducir de una estocada. El ritmo que impuso fue seguido por el pelinegro que parecía moldeado a su gusto.

Cada expresión de placer, cada lágrima y gemido lo hizo desear repetir una y otra vez el encuentro sexual con el monje, tomó el pene de Yokozawa para con la cadencia de la penetración masturbarlo, pronto en su mano se desbordó el líquido blancuzco, percibiendo como su miembro era apretado induciéndolo a la eyaculación.

El calor del líquido dentro de su intestino en la medida que su cuerpo hormigueaba pasando a un sopor por el cansancio de la actividad amatoria, le pidió a Takafumi cerrar los ojos y descansar hasta el día siguiente.
Zen hubiese querido repetir la hazaña, pero no era prudente, menos sabiendo que su esposa pronto iría a buscarlo para aclarar la situación con Hiyori.

Limpiándolo con devoción, notó las marcas que dejó por el blanco pecho y el interior de sus muslos, si le preguntaban en qué momento las hizo no podría contestarlo, Yokozawa era una especie de catalizador para su pasión, una que se desbordaba con solo tocarlo.

—Kirishima… ¿cómo voy a enfrentar a Hiyo ahora?

Apartó lo mechones desordenados de la cara del hombre que le había robado su tranquilidad.

—Te aseguro que no tengo la menor idea, pero no voy a compartirte con ella.
Cuando estuvo seguro de que dormía, salió dejándolo encerrado, en la mañana él abriría la puerta, por lo tanto, debía guardar silencio y tener paciencia. Antes de subir a su habitación procuró disimular el olor a sexo con un rápido baño. Sabiendo lo astuta que era Sakura no olvido beber algo del licor que tenía en el despacho.

Al entrar a su cuarto su esposa lo esperaba con una de las velas encendidas, la mirada de castaña parecía acusarlo, pero por más que le doliera no podía negarse al placer que acababa de probar.

Abrazándolo la mujer aspiró el suave perfume del jabón inglés mezclado con el anís del aguardiente.

—¿Te sientes mejor?
—Como hacía tiempo no lo estaba.

Esas palabras le dolieron con una puñalada, sobre todo al notar las marcas del rasguño cerca del cuello de su esposo, Sakura lo entendió de inmediato..

—Te amo Zen.
—Y yo a ti... y yo a ti —era la primera vez que Kirishima le mentía.


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