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Tres Meses por Aurora Execution

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Notas del capitulo:

Una vez, años atrás, dije que no sabía poner títulos ni escribir un buen resumen, bueno, sigo sin saber hacerlo... xd

Gracias por estar ahí.

Aioria había despertado ese día sin que el presentimiento o llámese intuición, le dijese que algo—en relativa ironía—sucedería fuera de lo que, desde su resurrección, venía ocurriendo. Sin embargo que personas fallecidas siguiesen caminando por este mundo sin que el resto de la humanidad los considerara un ánima en pena, ya era mucho decir. Claro que ellos no podían entrar en esa categoría, la bendición de los Dioses les habían otorgado nuevamente carne y sangre. Órganos y nervios. También memoria…

Aioria dio un suspiro cuando la fachada trasera de la tercera casa zodiacal le dio la bienvenida. En verdad, la lógica hubiera obrado de otra manera, le hubiera dictado a sus pasos ascender sobre el Santuario hasta el noveno templo, pero de haberle hecho caso, habría encontrado una casa vacía y melancólica. Algo parecido sucede en el templo de los gemelos, la nostalgia y tristeza son tan palpables como si de una tercera persona se tratase, sus ánimos descienden un poco cuando se deja engullir por la oscuridad al cruzar el umbral.

Habían transcurrido tres meses desde la bendición de una nueva vida. Tres meses ese día justamente. Y el Santuario poco a poco empezaba a brillar elevando su voluntad por sobre las miles de culpas que flotaban sobre sus dominios. Los resentimientos, las faltas y pecados que guardaban cada uno de sus custodios fueron poco a poco depurados. Si Aioria debía comparar esa experiencia con algo, diría que fue como volver a nacer. Aprender a hablar y caminar nuevamente. Terriblemente agotador y doloroso. Irrisorio y tenebroso. Porque eran doce hombres—no, catorce—que se habían herido de innumerables y espeluznantes maneras cuando debió ser lo contrario. Ellos eran hermanos de armas, y sin embargo terminaron matándose los unos a los otros… desde el principio hasta el final.

Y hubo uno por sobre el resto que decidió cargar con todo ese dolor y permaneció enclaustrado en un abismo oscuro creado de sus propios errores. Hasta ese día, tres meses después.

Los pasos de cánticos metálicos resonaron en el templo advirtiendo a sus moradores de su presencia. Como ya había previsto, nada hubo fuera de lugar. Ningún cambio; el sol había salido, la tierra seguía girando, los habitantes de las aldeas aledañas al santo refugio comenzaron con sus labores diarios y Saga seguía postrado en su cama en un desolador sueño profundo. Los ojos del castaño se desviaron rápidamente de la lamentable imagen del, alguna vez, magnánimo Santo de Géminis, al culpable de su visita a ese templo; su hermano.

Aun, y con los días transcurriendo con la paz que su santa Diosa había soñado desde la distante era mitológica, a Aioria le costaba hacerse a la idea del sufrimiento embarrado en toda la anatomía de Aioros. Sufrimiento generado por los recuerdos que el de Sagitario conservaba de días pasados y felices y a los que—terco y digno—había dejado bien en claro, no iba a renunciar. No le había costado nada perdonar a Saga, al culpable de su muerte, al culpable de manchar su honor e imagen por más de una década. Al perpetuador de su propio dolor. No le había costado nada perdonarlo. Era tan ridículo.

Él aún luchaba cada día por no escupir veneno sobre su rostro—sus rostros—porque bien valía su irritable gemelo compartir la acusación. Y sin embargo, Aioros por lo único que velaba era por el bienestar de Saga. Sin dudas su hermano era mejor persona que él.

Aioros le regaló una sonrisa mientras se incorporaba del sillón a un lado de la cama y se acercaba a él, depositando un beso en su mejilla. La niñez había quedado atrás, pero no iba a quejarse jamás de esas muestras de cariño, las había extrañado cada día desde su muerte.

—Hoy luce más tranquilo.

Fue el comentario con el que recibió el castaño mayor a Aioria y este apretó sus labios al volver a posar su atención en el gemelo. Sí, podría decirse que su rostro ya no estaba marcado por las angustiosas pesadillas que seguramente le invadían. Arrugó más sus labios acallando así, sus pensamientos. Se las merecía, ¿no? Aioria suspiró, no deseaba iniciar una nueva discusión que de ante mano, ya se sabía perdedor. Y es que Saga no tuvo la culpa, los dioses jugaron con ellos, mancharon su nacimiento de desgracia e irrefutablemente terminaron todos siendo devorados por ello. El mismo discurso de siempre.

— ¿Hasta cuándo seguirás aquí?

La pregunta salió directo de sus labios antes de pensarla, transformando el rostro de su hermano, pero antes de que Aioros siquiera diera una respuesta que iniciaría lo inevitable, otra persona se unió a ellos;

—Lo mismo me pregunto yo todos los días… pero luego recuerdo que es gracias a tu hermano que Saga sigue con vida y ya ves, la irritación se me pasa.

—Kanon…

La manera tan dulce que tuvo Aioros al reprenderlo le revolvió las tripas.

¿Por qué? ¿Por qué no era capaz de ver más allá del rencor? ¿Por qué no era capaz de entender a su hermano? Sus ojos cual esmeraldas se ataron a su par de un color semejante. Al gemelo redimido. Ni siquiera él, quien había aprovechado el descuido—infantil—de un Dios para casi sumir al mundo en océanos eternos, le generaba tanta aversión como su hermano mayor. La tragedia en su historia casi le conmovía, y maldita sea, que debía ser igual con Saga. El condenado había luchado la mitad de su vida contra un Dios parasito dentro de su cuerpo. Suspiró, no iba a poder cambiar en lo inmediato, pero estaba dispuesto a intentarlo. Por Aioros. Por nadie más.

—Prepararé el baño para Saga, está haciendo calor, seguramente su cuerpo lo necesita.

¡Dios mío! La devoción y dedicación le produjo vergüenza. Kanon carraspeó un tanto incómodo, al parecer el gemelo compartía tal sentimiento. Pero pronto se dio cuenta de su error, porque Kanon se acercó al de Sagitario con la mirada impasible y hasta conmovida, apoyó su mano sobre el hombro de su amigo y dibujó una especie de sonrisa que a lo lejos quería trasmitir dulzura, pero en alguien como Kanon terminaba convirtiéndose en traviesa. Algo seductora, si ahondaba más.

—Es mi turno, déjame a mí ocuparme de la bella durmiente y ve con tu hermano.

—Pero…

—Cuidaré de él, te lo prometo.

Un suspiro después, Aioros se dejó convencer y giró para prestarle atención al menor de ellos. Aioria había estado viendo la escena con una mueca inverosímil pintada en su bello rostro. Sus ojos se pasearon de Saga a Aioros y Kanon y luego a Saga nuevamente. Allí se quedó, el gemelo en todo ese tiempo no había movido ni un solo músculo más que para respirar.

— ¿Ya desayunaste? Yo muero de hambre—dijo Aioros en una bella sonrisa para él.

Aioria bebió de ella, revitalizando su corazón, para expulsar así los sentimientos y pensamientos negativos, su hermano era la epítome de la resiliencia. El hombre perfecto.

Solo esperaba que Saga supiera la joya que velaba por él, e hiciera el esfuerzo de volver con ellos.

Aioros merecía ser feliz. Feliz con el hombre que amó y volvía a amar.

—No le diría que no a una tiropita—Dijo al fin, con una lánguida sonrisa.

Un quejido desvió tres pares de ojos al centro que lo generó. Unos parpados luchaban por abrirse entre revuelo de pestañas.

A veces la intuición suele fallar, porque ese día—después de tres meses—algo realmente sucedería fuera de la normalidad regente.

Notas finales:

Gracias por leer.


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