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A Halloween Tale por VinsmokeDSil

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Notas del capitulo:

Todo empieza, todo acaba. 

Bueno, antes de San Valentín, consigo acabar el fic de Halloween. No está tan mal tampoco! 

Sí, mis queridos lectores, esto se acaba. En éste capítulo tenemos el desenlace de éste cuento de Halloween. Aunque no descarto hacer un pequeño epílogo, para acabar de atar algunas cosas. 

Quiero agradecer a Tashigi94 por su anterior comentario y a Lukkah por su incansable apoyo. Muchas gracias, de verdad!!!

Espero que os guste! 

De la suerte y de la muerte no hay quien escape


 


– ¡Robin! ¡Mira, mira eso! ¡No te lo pierdas! –decía el Leviatán, con una bolsa de palomitas en su mano. Había ido un momento al edificio más cercano a buscarlas, ese espectáculo era demasiado interesante.


–Ya lo veo, Jinbe, estoy mirando. –respondió el demonio, con una sonrisa sincera en sus labios.


– ¡Pero mira! ¡Que se están besando! ¡Por fin! –seguía Jinbe emocionado.


No respondió, solo siguió sonriendo y tomó una de las palomitas de su socio, poniéndosela en la boca y degustándola con elegancia. Realmente se alegraba que esos dos por fin hubieran dado el paso.


Pero no era suficiente.


Miró hacia el cielo, en dirección a la luna, cada vez más baja. Serían las tres de la madrugada, tenían poco más de tres horas para romper la maldición que ella misma les había puesto. Robin realmente no deseaba herirles, pero toda magia conlleva un precio.


Y ella era un demonio, si no conseguían cumplir sus deseos, ella iba a quedarse con sus almas. En eso consistían los tratos con los demonios, era una ley más antigua que su propia existencia, y bajo ninguna circunstancia podía romperse.


Los demonios eran quienes especificaban los términos de los contratos, y ella fue muy clara en los suyos: “Uno desea amar, el otro ser amado. Uno desea pasión, otro aceptación. Dos envidian lo que no tienen: he aquí vuestros deseos cumplidos. Uno cumplirá cuando se exponga, el otro cuando lo salve.”


Y hasta que no cumplieran su parte, estarían condenados.


*


Le ardían los labios. Le ardían con mucha intensidad.


Y seguiría ignorando esa sensación aunque le terminaran sangrando. Porque esa incomodidad, se veía superada de muy lejos por la excitación que estaba sintiendo en esos momentos, al besar a Sanji.


Seguía devorándole sin cesar, lamiendo y mordiéndole a la mínima que tenía oportunidad, sin dejarse un rincón de su boca por probar. Era demasiado tiempo deseándole, y ahora le resultaba imposible contenerse.


Sentía un leve calor en el interior de su cuerpo, y siguió moviéndose guiada por su instinto.


Con las piernas ligeramente abiertas, notó como una de las piernas de Sanji se colaba entre las suyas, restregándose contra su entrepierna y notando cierto bulto que rozaba el punto exacto para encenderla todavía más.


Sin perder el tiempo, Zoro empujó con mucha fuerza a Sanji hasta el árbol más cercano, a un par de metros.


El rubio, ligeramente aturdido, la miró sin entender del todo qué pasaba, porqué le había cortado de esa forma.


Como si se tratara de una presa observando a su depredador, solo pudo observar como Zoro, totalmente hambrienta de él, se acercaba a él con decisión, casi con furia animal, cada vez más cerca, con esa fuerza que desprendía.


–Zo-Zoro… –Alcanzó a suspirar en cuanto la chica volvió a abalanzarse encima de él, atacando ésta vez su cuello.


Oírlo así era todo lo que necesitaba para perder el poco control que le quedaba.


Primero, repartía suaves besos, respirando ligeramente en la oreja del chico, consiguiendo ponerle la piel de gallina.


Zoro estaba totalmente pegada a él, acariciando sus costados y sintiendo como su erección presionaba contra ella. Y le encantaba.


Después de los besos, venían los mordiscos, los chupetones, y los gruñidos de parte del otro mientras notaba como cada vez estaba más duro.


Zoro sintió las manos de Sanji en su trasero, apretándolo ligeramente y atrayéndola más hacia él, restregándose ligeramente contra la entrepierna de la chica.


–Ah… –gimió ella en su oreja, teniendo que agarrarse a él para evitar caerse, ya que había perdido por un momento la fuerza en las piernas.


El estado de Sanji no era mucho mejor, también se estaba perdiendo en la locura que era enrollarse con Zoro. Era realmente apasionada, no le dejaba un solo momento para pensar, solo para sentir. Y que fuera así, que tuviera tanta iniciativa, le encantaba.


Le encantaban los mordiscos que había soltado en sus labios, en su mandíbula, en su oreja, en su cuello. Le encantaba esa violencia con la que lo besaba, le estaba poniendo muy cachondo, y así quiso hacérselo notar.


Y que Zoro gimiera en su oreja solo por restregarse un poco con ella le puso todavía más caliente. Sanji, de normal, era más suave, más romántico, pero igual de certero. Sabía exactamente dónde tenía que tocar, que acariciar para lograr encenderla más si podía.


Con una mano seguía agarrando su trasero, estudiando bien su forma, apretándolo y acercándolo a él, mientras que puso la otra en su cintura. El jersey que llevaba se había levantado un poco, permitiendo sentir la piel caliente de sus caderas debajo de sus dedos.


Sin pensarlo, disimuladamente, empezó a meter su mano por debajo, sintiendo cada vez más el tacto de su piel, tan suave y caliente, acariciando ligeramente la parte baja de su espalda y subiendo un poco por ella.


Oyó un pequeño quejido por parte de Zoro al hacerlo, debido a que sus manos estaban muy frías, pero no le detuvo. Ya se calentarían.


Echó la cabeza hacia atrás, apoyándola contra el tronco, dejando total acceso a que la chica hiciera con su cuello lo que ella quisiera mientras él seguía disfrutando del tacto de su piel, subiendo cada vez más por su espalda, a la vez que sentía el calor de su entrepierna por encima de su erección.


Zoro nunca había estado tan caliente. Quería más. Necesitaba más, mucho más. Le daba igual todo. Le daba igual el maldito demonio, el trato, que estuvieran en un bosque, que llevaran horas perdidos o incluso el detalle de que ahora era una mujer.


Quería acostarse con Sanji, y quería hacerlo ahora.


Sintió la mano fría del rubio subir por su espalda, acariciándola. El contraste de la temperatura podría parecer desagradable en un principio, pero a ella le gustaba. Le permitía sentir con más intensidad las caricias de Sanji.


Pero exigía más.


Totalmente embriagada por la excitación, llevó sus manos al cinturón del chico, desabrochándolo con una increíble habilidad por mucho que temblara entera. Sin dudarlo ni un momento, metió su mano por dentro de la ropa interior, agarrando el miembro de Sanji, haciéndolo subir y bajar mientras volvía a morder su cuello.


– ¡Ah...! Jo-joder… Zoro… oh dios… –decía el chico, incapaz de pensar.


–Sanji… –gruñó ella en su oreja, masturbándole sin parar. –Sanji…


El rubio seguía con la cabeza levantada, abrazándola, con ambas manos debajo de su camiseta, recorriendo la piel de su espalda, sus caderas y su estómago.


–Sanji… –gruñía ella, sintiendo como una de las manos de Zoro empezaba a subir por la piel de su estómago con un claro objetivo en mente.


La imagen que la chica tenía de Sanji en esos momentos era realmente perfecta. Totalmente perdido en sus atenciones, con los ojos cerrados, gimiendo ligeramente, sin poder respirar bien, sudado y cada vez más cachondo. Le encantaba su cara contorsionada por el placer que ella le estaba dando con sus manos.


Por un momento, Sanji estuvo seguro de dejar de oír su voz femenina, para empezar a escuchar la verdadera voz de Zoro. La de hombre.


Y tuvo que hacer su mayor esfuerzo para conseguir hablar.


–Zoro… creo… creo que deberíamos… parar… –dijo él, deteniendo sus movimientos. Poco le había faltado para acariciar el pecho de la chica, pero se detuvo poco antes.


–Cállate. –respondió ella, sin hacerle ni puto caso.


Esto es lo más difícil que he hecho nunca… pensó el rubio.


Tuvo que sacar sus manos del cuerpo de la chica para coger su brazo, obligándola a pararse y quitando su mano del interior de sus pantalones. Tenía que frenarla ya o no lo haría.


Zoro le miraba extrañada, sin entenderle. ¿Por qué le detenía? Los dos querían estos. Se lo estaban pasando bien.


– ¿Qué coño pasa? –preguntó ella, de mal humor. No le gustaba para nada que la dejaran con el calentón.


–Solo… espérate un momento, ¿vale? –dijo Sanji, intentando calmar su respiración. Le costaba muchísimo pensar cuando estaba empalmado. –creo que nos estamos viniendo un poco arriba, es todo.


No me reconozco… pensaba Sanji.


Nunca, repetía, nunca había hecho algo así. Tenía una chica preciosa que estaba demostrando ser una fiera en la cama que estaba loca por acostarse con él, y él la estaba deteniendo.


– ¿Arriba? –preguntó Zoro. No entendía a qué se refería su amigo. ¿Qué quería ponerse arriba? A ella no le importaba eso, le gustaba la variedad.


–Es que… joder… Zoro. ¿Tú realmente quieres esto? –preguntó Sanji mirándole a los ojos.


El corazón de Zoro se detuvo.


Le miró a los ojos, totalmente aterrorizada.


O sea… ¿era eso? Él… no… no quiere… todo es porque soy una chica ahora… es eso… no… no quiere…


– ¿Tú… tú no? –preguntó ella, con un hilo de voz. –nunca había tenido tanto miedo de una respuesta.


– ¿Qué? Joder, ¡claro que quiero! ¡Mira como estoy! No me refiero a eso. –dijo Sanji, intentando calmarla.


Podía ver todas y cada una de las preguntas y temores en los ojos de la chica, tenía que aclararlo rápido.


–Es… ¿es porque soy un tío? ¿Todo esto va a acabar una vez rota la maldición? –Zoro volvía a estar al borde del llanto, y ahora no se veía con fuerzas de controlarse.


–Zoro, escúchame, joder. Quiero acostarme contigo, y ni te imaginas lo que me ha costado pararme. Solo digo que ahora no es el mejor momento. Nos quedan tres horas para el amanecer. Ya sé que siempre pienso con la polla, pero creo que ahora mismo sería mejor priorizar nuestras vidas a un polvo.


Bueno, vale. Ahí tengo que darle la razón.  


Zoro miró a Sanji, reflexionando sobre sus palabras. La verdad era que, con menos de tres horas para que se activara la guillotina, quizá no deberían entretenerse demasiado.


Sobre todo porque seguían sin tener ni una respuesta de cómo solucionar todo ese percal.


Zoro solo gruñó como respuesta, con su mejor cara de mal humor. Se soltó y se alejó un par de pasos. Necesitaba que el aire la refrescara un poco.


Sanji suspiró aliviado. Bueno, en realidad, era una mezcla entre alivio y frustración, porque estaba seguro que acababa de echar a perder uno de los mejores polvos de su vida. Y necesitaba enfriarse con urgencia.


Se dejó caer, de espaldas al árbol, hasta llegar al suelo. Se abrió un poco la camisa, para permitir que el aire le refrescara el cuerpo. Odiaba quedarse con un calentón de tal magnitud, ahora mismo necesitaría o una paja o una ducha de agua fría.


–Oye, encima no te desnudes, que me lo pones más difícil. –dijo Zoro, a dos metros de distancia, sin atreverse a mirar.


Se había girado un momento, lo justo para ver como el otro se desabrochaba la camisa.


–Necesito aire, ¿vale? Te jodes y no miras. –respondió él.


Tabaco. Sí, eso también iba a ayudarle.


Cogió el último cigarro de la cajetilla y se lo encendió. Tendría que pasar el resto del fin de semana con el mono.


Sanji inhaló el humo, aspirándolo como algo necesario, tragándolo y sintiendo como llenaba sus pulmones. Le iría bien para calmarse.


Cuando suspiró, soltando el humo lentamente, notó como todo su cuerpo se relajaba. Poco a poco, su erección iba bajando, permitiéndole pensar con más claridad.


Lo cierto era que no había detenido a Zoro solo por eso. Esa era su mayor razón, era obvio, tenían que salvar sus vidas, lo de follar podía venir luego. Claro que, si acababan muriendo igual, quizá…


No. No va a pasar nada.


Volvió a tragar el humo. En ese momento, ambos amigos habían estado demasiado impacientes como para reflexionar sobre nada.


Sanji estaba seguro ahora. Sabía que le gustaba Zoro, tanto su versión femenina como la masculina. No tenía ningún problema, ya lo había aceptado, y por eso acabó lanzándose.


Lo que no tenía tan claro era qué pensaba ella. ¿Y si ella se sentía atraída por él porque ahora era una mujer? Sanji nunca había notado nada por parte de su amigo, nunca hizo ningún movimiento hacia él.


Lanzó el humo al cielo, reflexionando sobre lo que sabía de él. Lo que realmente sabía.


Ni un comentario, nada. Ni a él, ni a nadie. Incluso llegó a creer que era asexual, ya que nunca había mostrado interés por nadie.


Eso era algo que, según Sanji, sería importante aclarar. Si era así, su amistad ya estaba jodida, pero esperaba que con el tiempo la recuperaran.


Y luego, estaba la otra posibilidad.


¿Y si Zoro, al igual que él, se sentía atraído a Sanji ya de antes?


Eso le llevaba a pensar que Zoro debía ser gay, o quizá bisexual. Pero teniendo en cuenta lo que dijo cuándo se convirtió en mujer, que no le gustaban los pechos, le cuadraba más la primera opción. Casi era la única que tenía algún sentido.


Igualmente, era algo de lo que nunca habían hablado, nunca trató ese tema con él. Y eso, como mejor amigo, le dolía.


No le dolía que el otro no le hubiera dicho nada, le dolía el hecho que él no fuera lo suficientemente bueno como para que se lo contara. ¿Tan poca confianza tenía Zoro en él? No solo eso.


Volvió a aspirar el humo, el cigarrillo ya iba por la mitad, y su cabeza a mil por hora.


El propio Sanji nunca le había dado la suficiente importancia. Si Zoro era realmente gay, Sanji nunca le prestó la más mínima atención. Nunca notó nada, porque estaba demasiado ocupado con sus propios problemas de faldas. Realmente era un amigo de mierda.


¿Por qué Zoro no le diría nada? El peliverde siempre había sido un tipo muy hermético, pocas veces dejaba ver sus verdaderas emociones, solo él o Nami habían llegado a verle de verdad alguna vez. Incluso Reiju. ¿Lo sabrían ellas?


Soltó el humo.


Si era así… ¿por qué él no? ¿Por qué fue incapaz de prestarle la atención que merecía? No sería que… ¿era por él? ¿Le gustaba?


Si eso era cierto, con más motivo debía detenerse. Sanji por nada del mundo quería aprovecharse de Zoro, ni que él lo creyera. No quería aprovecharse de su amigo, quería que supiera que lo suyo era algo real.


También estaba seguro que Zoro se arrepentiría siempre que su primera vez hubiera sido como mujer. A Sanji le parecía excitante, pero… 


Pero hacerlo con un Zoro mujer… sería la única oportunidad que tendría… luego volverá a ser un tío y no podríamos volver a hacerlo de esa forma…


Déjalo. Joder. Normal que te llame pervertido.


Dio una calada todavía más grande que las anteriores, intentando apartar esa parte tan primitiva que le dominaba demasiadas veces.


–Zoro… deberíamos hablar de esto. Lo que acaba de pasar. –dijo Sanji, antes de soltar el humo.


No podía dejar de darle vueltas a todo, le sería imposible concentrarse en nada hasta aclararlo.


– ¿No deberíamos antes arreglar este lío? –dijo ella, girándose hacia él y dirigiéndose al mismo árbol en que estaba sentado el otro.


Se sentó a su derecha, con la espalda también apoyada en el tronco, en diagonal a él.


Estaba abrumada. Demasiado abrumada. Eran muchas cosas, en muy poco tiempo, que habían cambiado demasiado. Sanji quería hablar de esto, cosa totalmente obvia. Solo era que ella no estaba preparada para hacerlo.


Volvía a esconderse. Podía intentar camuflarlo perfectamente con el hecho de “intentemos romper la maldición”, pero lo único que hacía era esconderse de nuevo. Lo que tenía ahora, lo que había ocurrido, era real.


Pero puede que Sanji quisiera decirle que no, que no iba a volver a repetirse, así que prefería vivir en la ignorancia un poco más de tiempo.


Sanji giró un poco la cabeza. No podía verle la cara, estaba medio girada para evitar mirarle, solo podía verle el hombro, la oreja y una parte de la mejilla. Sabía que se estaba cerrando en banda, y que dijera lo que dijera él, no serviría de nada. Hasta que Zoro no decidiera abrirse, ahí seguiría.


Tan cabezota como siempre…


Lo dejó estar. Si lo prefería de ésta forma, lo respetaría. A parte, tenía razón. Él mismo los había cortado por la misma razón.


– ¿Cómo era la maldición? –preguntó la chica, intentando recordar ni que fuera una palabra del contrato, cosa imposible.


–“Dos almas alejadas. Dos almas predestinadas. Dos almas encontradas, una criatura que ya las codicia. Vuestros oscuros deseos, satisfechos por un precio. Joven vampiro, deberás ser el guía de la mujer, su cuerpo perdido entre éste mundo y el otro.


“Uno desea amar, el otro ser amado. Uno desea pasión, otro aceptación. Dos envidian lo que no tienen: he aquí vuestros deseos cumplidos.


“Uno cumplirá cuando se exponga, el otro cuando lo salve.


“Al amanecer acabará vuestro plazo para cumplir el contrato, o vuestras almas me pertenecerán para toda la eternidad. De ti depende su destino. Un alma. Dos cuerpos. Un final.


Sanji volvió a repetirlo palabra por palabra, sin equivocarse siquiera en una coma.


Y Zoro le miró de reojo con algo de reproche.


– ¿En serio? ¿Tan buena te ha parecido que estaba? Maldito cocinero pervertido… –preguntó Zoro, que le conocía demasiado bien.


–Oye, no me juzgues y da las gracias, alga con patas. –dijo él, aspirando la última bocanada de humo, riéndose por lo bajo.


Ella lo oyó perfectamente, por lo que rodó los ojos y sonrió. No tiene remedio.


–Ero-cook. –dijo ella, sin disimular su risa.


–Marimo.


Esos insultos que tantas veces se habían dicho no sonaban como eso, eran más bien como bromas entre ellos. Dichas con cariño, con complicidad.


–Eres un imbécil –dijo ella.


Sanji vio que el ambiente se estaba relajando, por lo que decidió seguirle el juego a la chica, sin darse cuenta de nuevo que le hablaba en masculino.


–Y tu un gilipollas, y no me ves quejándome todo el día. –dijo girándose un poco más, para verla mejor.


– ¿Qué no? Si no haces otra cosa. –le respondió ella, mirándole también.


Mierda… pensó Sanji, mirándola.


La miraba a ella, pero le veía a él. Solo a él. Sus ojos castaños iluminados por la luz de la luna, sus facciones duras, sus hombros anchos, su musculatura entrenada. Era él. Quizá enfrente de él había una mujer, sí, pero él ya era totalmente incapaz de verla.


En ese momento se dio cuenta que lo que sentía por Zoro era algo mucho más fuerte que cualquier capricho. Mucho más.


Al final tendrá razón… soy un capullo. Pensó, riéndose de sí mismo. Había tenido que pasar toda esta mierda para darse realmente cuenta de cuánto le quería.


– ¿De qué te ríes tu ahora? –preguntó Zoro, sin entender a qué venían aquellas risitas frustradas.


–Nada, que eres alucinante –dijo Sanji, tapándose la cara con las manos intentando contener la sonrisa histérica que le estaba saliendo.


Algo que se le hacía totalmente imposible.


Idiota. Idiota, idiota, idiota, idiota. Es que eres tonto. ¿Cómo no te has dado cuenta hasta ahora? Gilipollas. Tan listo para unas cosas, y tan sumamente estúpido para otras.


Sanji seguía riéndose sin parar, y Zoro le miraba como si se hubiera vuelto completamente.


– ¿Tu dándome un elogio? ¿Te encuentras bien? –preguntó Zoro, sin entender para nada la actitud del chico.


– ¿Y quién ha dicho que sea en el buen sentido? –dijo Sanji, puntualizando su anterior frase. Respiró y la miró con su sonrisa más espléndida.


Por fin se había ido ese estúpido ataque de risa.


–Vale, esto ya es más normal. Me estabas preocupando ya. Riéndote como un loco y diciendo mierdas sin sentido. –dijo Zoro, mirándole con la misma sonrisa.


– ¿O sea que admites que eres un maldito cromañón? –le preguntó Sanji.


–Jamás. –respondió Zoro.


Se hizo una pequeña pausa antes de que Sanji contestara, bajando un poco la vista mientras hablaba.


–No lo digo como algo malo. Me gusta cómo eres. –se atrevió a decir.


–Vaya, y yo que pensaba que te ponía de los nervios. –dijo Zoro, girándose algo avergonzada.


Sanji le miró atentamente, seguía viendo al hombre. Veía el rubor subir en sus mejillas, poco acostumbrado a ese tipo de tratos. Nunca se hubiera imaginado que Zoro fuera del tipo tímido, siempre le había tenido por alguien más lanzado.


Pero esta noche estaba descubriendo muchas cosas nuevas sobre él, y quería seguir descubriendo muchas más.


–Y lo haces. Pero no significa que no me guste. –siguió provocándole el rubio, provocando que el otro se sonrojara todavía más, pero intentara disimularlo.


–No me pelotees, anda. –dijo Zoro, ya incapaz de mirar en su dirección.


Estaba sentada con las piernas ligeramente abiertas y con las rodillas levantadas, con los brazos apoyados en ella, justo donde aprovechó para apoyar su cara. Y ya de paso medio esconderla, para evitar la intensidad de la mirada de su amigo.


Realmente le estaba poniendo nervioso.


–No lo hago. –respondió con la misma seguridad que antes, aumentando esa intensidad, observando más y más a Zoro.


–Imbécil. –respondió éste, escondiéndose definitivamente.


Sanji volvió a reírse de ella, a carcajada limpia esta vez.


Es demasiado mono.


–Tantos años intentando joderte mediante el desprecio, y ¡resulta que debía hacerlo mediante los halagos! –dijo, molestando todavía más a la chica.


–Vete a la mierda. –respondió Zoro con molestia.


Éste asalto, claramente lo había ganado el rubio.


Estuvieron un rato en silencio, callados. Simplemente disfrutando de la compañía el uno del otro.


El tiempo pasaba, el reloj avanzaba, y ellos se encontraban a gusto el uno con el otro. Pero no podían perder el tiempo, tenían que resolver el misterio que les permitiría seguir con vida hasta más allá del amanecer.


Empezaron a divagar, sugiriendo cualquier cosa que se les ocurriera. Debatían primero una teoría y luego otra, sin ningún éxito. Y encima, no podían evitar bromear sobre el tema.


Cada vez que intentaban hablar de algo serio, cualquier tontería les acababa distrayendo de su objetivo inicial.


–Sanji.


–Dime.


–Creo que tengo una parte de la profecía resuelta. –dijo Zoro, con poca emoción en su voz.


–Como vuelvas a decir que tengo que aceptar que soy un okama, te parto la cara –dijo Sanji, después de haber oído la misma broma cinco veces.


Zoro no respondió, intentando aguantarse la risa. Y Sanji entendió perfectamente a qué se refería con ese silencio.


–Al final te mato yo, no el demonio –dijo frustrado.


–Me gustaría verte intentarlo. –le provocó la otra.


Otra pelea llegó después.


Empezaron a caminar sin rumbo otra vez, sabiendo que acabarían llegando al cementerio.


Estuvieron teorizando un rato sobre a qué se refería el demonio con la profecía, qué era lo que tenían que resolver, pero no lograban hallar la respuesta.


Nada.


Por primera vez, abordaban el tema de lleno, diciendo posibilidades y teorías alocadas, pero no conseguían acertar en ninguna.


– ¿Pero a qué coño se refería con “Uno desea amar, el otro ser amado. Uno desea pasión, otro aceptación. Dos envidian lo que no tienen: he aquí vuestros deseos cumplidos.”? –preguntó Zoro por enésima vez.


–Zoro, querido cabeza de musgo, si lo supiéramos, no estaríamos así. –respondió Sanji cansado de tener que decirle lo mismo una y otra vez.


Y nada, que no lo conseguían. Por más que se estrujaran el cerebro, no había nada.


Llevaban horas hablando y debatiendo de lo mismo, pero les era imposible sacar nada en claro.


– ¡Lo tengo! –dijo Zoro, con emoción en su rostro. Acababan de entrar por la puerta del cementerio de nuevo, ya dispuestos a quedarse ahí después del largo paseo.


–A ver qué suelta éste ahora… –dijo Sanji, con una mano en la cabeza.


–Oye gilipollas, que te estoy oyendo. –dijo Zoro, picada.


– ¿Si? Perdón, he dicho lo que pensaba en voz alta sin querer. –dijo Sanji con toda la ironía del mundo.


–No vas a aplacar mi alegría por haber resuelto el misterio. –dijo ella con orgullo.


–Venga, habla. –dijo él, temiéndose cualquier tontería que se le pasara por la cabeza.


– ¡Se refiere a nuestros deseos! ¡Ahí está el misterio! –dijo ella, intentando aumentar la tensión antes de resolver el misterio.


Sanji solo la miró inexpresivo.


–No jodas, Sherlock. –el rubio creía que habían llegado a esa conclusión más o menos a las diez de la noche, poco después que Zoro se convirtiera.


– ¿Y qué es lo que más deseas ahora mismo?


– ¿Yo? Irme a dormir. Empiezo a tener sueño. –dijo con ironía, cansado de lo que se supone había descubierto la chica.


Esto era demasiado para él.


Se sentó apoyado en una de las lápidas, ya hacía rato que le habían perdido el respeto a ese sitio. Total, tampoco es que éste lo hubiera tenido con ellos.


– ¡EXACTO! –dijo ella, de pie enfrente de él, como si Sanji hubiese llegado a su misma conclusión, lo que aumentaba la seguridad de sus argumentos.


– ¿Disculpa? –preguntó él, no muy seguro de querer saber la respuesta.


–Está claro, hombre. Una de mis mayores aficiones es dormir –Sanji tuvo que cortarle


–Te das cuenta de lo triste que suena eso, ¿verdad?


–Déjame acabar. Llevo despierta des de las cuatro de la tarde, y me estoy muriendo de sueño. Los deseos también son sinónimos de sueños, por lo tanto, el demonio quiere decirnos que tenemos que alcanzar nuestros sueños. ¿Y cómo lo hacemos? ¡Durmiendo! –dijo totalmente convencida. No veía ningún fallo, tenía que ser eso.


Misterio resuelto, pensó Zoro.


Sanji le miraba con los ojos abiertos como platos.


Me está vacilando, no puede estar hablando en serio.


Zoro era una persona muy dormilona, debía dormir sus doce horas diarias, sino su cerebro cortocircuitaba. Y sus idas de olla podían ser muy épicas.


Por su parte, la chica estaba convencida que si Sanji le miraba de ésa forma era porque no podía creerse que ella sola hubiera resuelto el enigma. Si es que cuando se ponía…


–Tío, pasas demasiado tiempo con Luffy. –dijo Sanji, pero Zoro ni siquiera le escuchó.


– ¿Dónde hay una cama por aquí? –preguntó ella, empezando a buscar un colchón visco elástico en medio del bosque embrujado.


No, si será capaz de ponerse a dormir en el puto cementerio.


Sanji tuvo que detenerla en cuanto le vio que empezaba a hacerse ella misma una almohada apilando hojas secas para tumbarse encima de una tumba y explicándole sin demasiada paciencia la gilipollez que estaba haciendo.


*


Robin les observaba atentamente desde lo alto de la rama de su árbol. No se había movido de ahí en toda la noche, totalmente atenta a los movimientos de esos dos individuos.


Les miró algo apenada.


Realmente le daban algo de pena. Ambos iban de machitos por la vida, de muy seguros de ellos mismos, de poder con todo. Pero al momento de afrontar sus miedos para conseguir sus verdaderos deseos, y se echaban atrás.


–A éste paso no lo conseguirán –respondió el Leviatán a los lamentos silenciosos del demonio.


Robin miró al cielo. Aún era negra noche, pero su vista podía ir mucho más lejos que la de cualquier humano, y podía ver como el sol se acercaba cada vez más al horizonte.


–Vamos, chicos… que os queda poco ya.


*


Llevaban horas. Literalmente horas intentando sacar algo en claro. Habían probado de todo, todo lo que se les ocurría o les pasaba por la cabeza, por muy locura que fuera.


Sabían que tenía que ver con cumplir sus deseos, pero no conseguían avanzar. Ambos ya se habían besado, se habían visto correspondidos, así que descartaban que se tratara de eso.


O almenos, eso se decían. Porque una cosa es un contacto físico. Eso era algo fácil, lo más sencillo. Lo difícil, era algo más profundo, algo que ambos tenían demasiado miedo de sacar a la luz.


Porque sus deseos tenían demasiado que ver con sus inseguridades, y eso era algo tan enterrado dentro de ellos que ni siquiera su subconsciente quería sacarlo a la luz. Esa era su manera de protegerse: ocultarse de todo, fingiendo que no existía o que ni siquiera importaba. 


Zoro estaba sentada en el suelo, con una rodilla levantada y apoyando el codo en esta, donde descansaba su cabeza, y Sanji daba vueltas por delante de ella.


La chica ya le había dicho muchas veces que se detuviera, que la ponía de los nervios con tanto paseo, pero Sanji estaba demasiado ansioso como para quedarse quieto. Decía que estar en movimiento le permitía concentrarse mejor.


–Sanji. –dijo de golpe Zoro, después de unos minutos de silencio.


–Dime. –respondió el otro sin detenerse.


–Son las seis de la mañana. –dijo Zoro, empezando a preocuparse al darse cuenta que la noche ya no era tan oscura.


La cuenta atrás, la verdadera cuenta atrás, había empezado.


Y Sanji se dio cuenta del temor en los ojos de su amigo.


–No. Oye, ni de coña. No pongas esa cara. Según la maldición, soy yo quien tiene que ayudarte, que sacarnos de éste embrollo. Y no pienso permitir que muramos, ¿me oyes? –Sanji se agachó enfrente de ella, apoyándose en sus hombros para obligarla a mirarle.


–Sanji, llevamos horas hablando y no hemos sacado nada en claro. –dijo Zoro, empezando a venirse abajo.


Eso sí que no.


Zoro siempre había tenido más determinación que nadie. Nunca se rendía, para él, solo había una dirección posible, y esa era adelante –siempre y cuanto no se tratara de mapas, que entonces iba a cualquier lado.


Y Sanji se negaba en rotundo en quedarse mirando mientras el otro se desmoronaba enfrente de él.


–Eh. ¿Qué es eso, te estás rindiendo? –dijo para picarle. Sabía que ésta iba a ser la mejor manera de motivarle.


– ¡NUNCA! –dijo Zoro, con rabia, quien le tenía alergia a esa palabra.


–Pues cambia esa cara y espabila un poco. –dicho esto, se levantó y volvió a empezar su paseo en círculos.


Algo hizo click en la cabeza de Zoro. Sanji tenía razón. ¿A qué coño estaba jugando? Zoro sabía perfectamente a qué se refería la maldición, almenos en su parte.


Sabía perfectamente lo que tenía que hacer. Su deseo iba atado a su miedo, pero él tenía más huevos que nadie, e iba a superarlo en ese mismo instante. Su vida y la de Sanji estaban en juego, ahora poco importara como se sintiera él o si le hacía daño.


Podría vivir con el corazón roto, pero viviría. Se recuperaría, saldría adelante como siempre hacía. Si moría ahí, se acababa todo. Fin de la partida. Game Over.


Sobrevivir, eso era lo importante.


Y si tenía que mostrarse vulnerable, que exponerse y permitir que le pisotearan, que así fuera. Lo desafiaría con su sonrisa más arrogante, lo aceptaría y lo superaría, fuera lo que fuera. En esos momentos, tenía demasiado que perder como para quedarse callado.


Con decisión, decidido a no echarse atrás por nada del mundo, se levantó del suelo, encarando a Sanji, que daba vueltas de un lado a otro.


–Cejas de sushi. Tengo que hablar contigo. –dijo en su tono más serio.


Sanji se giró, estaba de espaldas a él en esos momentos, sorprendido por el tono de voz con que había hablado la mujer. La miró a los ojos, y le alegró ver por primera vez en toda la noche de nuevo a su amigo.


Ahí está.


Esa era su actitud. Ese era su carácter. Esa era su personalidad. Seguro de sí mismo, decidido. Ese sí era su Zoro.


–Que quieres. –respondió Sanji, con una ligera sonrisa, provocando todavía más esa fuerza interior que tenía. Se paró enfrente de ella, dispuesto a escuchar.


No sabía qué iba a decirle, pero sabía que sería la verdadera respuesta. Ahora sí. Por fin había sacado a relucir su instinto, ese que pocas veces mostraba pero le hacía mucho más astuto que a cualquiera del grupo. Más que Nami, incluso.


Zoro tomó aire, inflándose de valor. Eso era lo más difícil que había hecho nunca.


–Mira… Yo… Joder, no sé cómo decir eso. No voy a irme con rodeos, no sé ser suave. Soy gay. Siempre lo he sido, pero nunca os lo he dicho. He estado con varios chicos, pero nunca con ninguna chica.


“–Y si no os lo dije no fue por falta de confianza, sabéis que sois muy importantes para mí. Solo Kuina y Tashigi, mis hermanas, y mi padre lo saben, aunque sospecho que Reiju también. Si no lo dije fue porque me daba miedo.


Sanji no pensaba interrumpirle. Le miraba, viendo a su amigo dentro del cuerpo de esa mujer. Un cuerpo que para él no existía ya, porque era Zoro. Le temblaba un poco la voz, pero estaba decidida a acabar. Le dejaría hablar, que dijera todo lo que necesitara sacar.


“–Y me daba miedo porque… bueno, hay más cosas. Cada vez que una chica que te gustaba se me declaraba, tú te enfadabas conmigo, y eso me jodía. Me reventaba vivo, ni te imaginas cuánto. Me gustaba que te enfadaras porque me fueran detrás, pero no el verdadero motivo…


Y ahí venía. Lo estaba soltando, lo estaba haciendo. Por fin, estaba diciéndole a Sanji lo que de verdad sentía por él.


En su vida había estado tan nervioso, pero no quería demostrárselo. Quería que le viera seguro, que lo que le decía era cien por cien real, y que no se arrepentía de dar ese paso.


 “–Porque… bueno… yo… no quería que te fijaras en ellas, quería que te fijaras en mí. Pero no como lo hacías muchas veces, metiéndote con mis músculos y el tiempo que paso en el gimnasio, o teniendo envidia porque ligo más que tú, sino por mí. Quería que me vieras a mí.


Lo estaba soltando. Lo estaba haciendo. Lo estaba haciendo. Y lo hacía mirando a los ojos a Sanji, mirándole, diciéndole toda la verdad.


“–Sanji… llevo…  llevo mucho tiempo queriéndote decir esto, pero no me atrevía. A ti no te gustan los hombres, así que sabía que no tenía nada que hacer. Preferí sufrir en silencio, pero tenerte a mi lado. Sabía que nunca seriamos pareja, pero podría ser tu amigo. O esa extraña relación a la que nosotros llamamos amistad.


“–Pero hoy… algo ha cambiado, lo noto, y sé que tú también. Y estoy acojonada. Te lo juro, nunca había tenido tanto miedo como lo he tenido hoy. Tengo miedo que esto sea un sueño y despertar, ni te imaginas cuanto me aterroriza volver a ser un hombre y que lo que ha pasado hoy entre nosotros acabe.


Su voz temblaba. Estaba empezando a serle imposible contener sus nervios, porque estaba en la parte más delicada. Le estaba diciendo todo. Absolutamente todo.


Sanji la escuchaba, expectante. Sabía lo duro que estaba siendo esto para Zoro, alguien tan cerrado como él se estaba exponiendo, de una forma totalmente sincera. Lo notaba, en estos momentos estaba en un estado muy vulnerable.


“–Porque habría tenido ese que hace tiempo llevo deseando, pero luego me lo habrían arrebatado. Y no podría odiarte, porque no sería tu culpa. Es normal, si eres hetero, es normal que te guste por como soy ahora y no por mí. Eso lo entiendo, pero Sanji, ni te imaginas lo que me duele.


Sanji le miraba, sin creerse todavía que Zoro no se hubiera dado cuenta.


“–En todo caso, me odiaría a mí misma, por ser tan rematadamente gilipollas de creer que tú y yo… que podríamos ser reales. No quiero ponerte en un aprieto, entiendo perfectamente que no sientas lo mismo. Solo… necesitaría un par de días para mí, ya sabes, un tiempo para que se me pasara un poco, pero luego, me gustaría que siguiéramos siendo amigos.


Debería decirle… algo… no quiero verle pasándolo mal. Duele verlo así.


Pero ni Sanji dijo nada, ni Zoro se detuvo. Era demasiado tiempo guardándose muchas cosas para él, y tenía que soltarlo todo. Era como si hubieran abierto la válvula de salida de agua de un pantano, ahora ya no había quien le detuviera.


Volvió a suspirar y a soltar el aire, intentando contener los nervios antes de seguir hablando.


“–En el fondo, debería agradecer almenos haber podido tener ni que sea éste momento. Era algo con lo que solo soñaba, que nunca hubiera pensado que se haría realidad. Pero eso no hará que duela menos, porque me habrán puesto la miel en los labios para luego pegarme el manguerazo en toda la cara.


¡Eso no es cierto! No, por dios, no digas eso. No es así. Tengo que decírselo. Por favor, Zoro… date cuenta…


“–Lo que quiero decir es… Bueno, ya de hace tiempo… tú… me… yo… te… –lo había dicho casi todo. Solo faltaban las palabras mágicas.


¿Por qué estas se quedaban enganchadas en su garganta?


Sentía la mirada de Sanji encima de ella, demasiado intensa. No sabía qué pensaría el otro, ni siquiera se atrevía a aguantarle la mirada para intentar descubrirlo. Cerró los ojos, apretó los puños, intentando darse fuerza para decirlo.


“–Yo… te… a ti… te… te…


¿Por qué no salían? 


Noto el calor de otro cuerpo a su alrededor. Abrió los ojos por el susto. Era Sanji, la estaba abrazando, con fuerza. Intentando transmitirle su seguridad, demostrándole que iba a estar ahí, para él, ahora y siempre.


Pero aun así, Zoro seguía sin poder hablar. Solo respiraba con mucha fuerza, correspondiendo con indecisión su abrazo, con mucho miedo. Estaba perdido, no sabía bien qué hacer. Estaba quedando como una auténtica idiota.


–Te odio. –respondió Sanji, con su voz cargada de ternura.


Eso molestó todavía más a Zoro, porque sabía perfectamente lo que Sanji hacía. Estaba intentando relajarle como siempre hacía, molestándole.


–No te aguanto –respondió Zoro, aferrándose con fuerza a la cintura de Sanji, escondiendo la cara en la curva de su cuello.


Sanji se rió ante el comentario. Ellos eran así. A su manera, Zoro estaba intentando confesarse, y él quería hacer lo mismo. Hacerle pasar sus miedos, decirle que todo estaba bien, que todo iba a salir bien.


–Me gustas –dijo éste, en su oído.


Notó el cuerpo de Zoro tensarse entre sus brazos. Claramente, no se esperaba que Sanji le dijera algo así, le había pillado totalmente desprevenido.


– ¿Te gusto? –preguntó ella, levantando la cabeza, mirándole a los ojos. Quería ver que lo que le había dicho era verdad.


Sanji le sonrió, algo travieso, dirigiendo sus labios hacia la oreja de Zoro.


–Me enciendes –dijo medio en serio medio en broma. Zoro soltó otra risa, conocía demasiado a Sanji para saber qué significaba eso.


–Te quiero. –respondió ella, sin dudar.


Zoro sintió un gran peso desvanecerse. Ese nudo en la boca de su estómago, la opresión en el pecho, poco a poco, fueron deshaciéndose. Se sentía revitalizado. Después de tanto tiempo, le dijo a Sanji lo que sentía por él.


No solo eso, sino que encima le correspondía. Casi no podía creérselo. Quería abrazarle muy fuerte  y no soltarle nunca. Así, en silencio, tal cual estaban. Solo ellos dos, sin nada más.


Los rayos de sol empezaban a brillar en el horizonte, y ellos seguían abrazados, tocándose por última vez.


La maldición no se había roto.


–Vaya, vaya… os veo bastante tranquilos para estar a punto de morir. –dijo una voz detrás de ellos, una sensual y maliciosa voz de mujer.


Robin había vuelto a por el pago.


–Tú… –pronunció Sanji cuando la miró.


Ambos se giraron instintivamente a mirarla, con odio en los ojos. No pensaban permitir que ese demonio les hiciera nada, y lucharían hasta las últimas consecuencias.


–Que te lo crees. –respondió Zoro a su amenazas, poniéndose ligeramente delante. Había salido su actitud protectora, pero Sanji no dejaba pensarla sola.


Robin se hallaba sentada encima de una lápida, con las piernas cruzadas.


Ahora que la luz del sol la iluminaba, podían ver perfectamente claro todo su cuerpo. Sus escamas cubrían gran parte de él, como si de un reptil se tratara. Éstas ocupaban sus piernas, parte de su torso, su espalda, sus brazos y sus manos, las cuales se asimilaban a garras.


Robin tenía las alas desplegadas, parecidas a las de un dragón o un murciélago. A primera vista, sus escamas parecían negras, pero con los reflejos del sol se veían moradas, al igual que sus ojos, ligeramente brillantes.


Incluso sus cuernos tenían ese color tan oscuro y brillante.


Tanto su cara, cuello como su pecho y parte de su estómago tenían la textura de la piel humana, completamente pálida.


–Es la realidad. Os he dado la oportunidad, pero no habéis alcanzado vuestros deseos. Prueba de eso es que sigues siendo una hermosa mujer, joven humano con un cuchillo por diadema.


Seguía teniendo el mismo atractivo que hacía ya varias horas pero, a diferencia de entonces, ahora mismo no causaba en Sanji ningún tipo de atracción. Más bien todo lo contrario, y eso para él era mucho.


Robin les miraba sonriendo, con aires de superioridad. Era un demonio, no podía mostrar piedad ante los humanos, por mucho que lamentara que tuvieran que morir. Ahora mismo, le tocaba ser el demonio despiadado que podía ser, no el ser sobrenatural que se preocupa por los humanos.


Eso ya lo había sido, y habían desaprovechado la oportunidad.


– ¡Eso no es cierto! ¡He cumplido mi deseo! Esa era la respuesta, ¿verdad? “Uno desea amar, el otro ser amado. Uno desea pasión, otro aceptación. Dos envidian lo que no tienen: he aquí vuestros deseos cumplidos. Uno cumplirá cuando se exponga, el otro cuando lo salve.” Le he dicho lo que siento, le he dicho que le quiero. Y él me ha aceptado. ¡Hemos cumplido!


Zoro gritaba y escupía cada una de las palabras. De tanto repetirlas, se había aprendido de memoria la parrafada que les había soltado Robin al inicio de la noche.


Por un momento, Robin se salió de su papel, mirándoles con lástima. Realmente, lo habían intentado. El de cabellos verdes lo había conseguido.


–Solo habéis cumplido la mitad del trato. Falta la del vampiro. –les dijo, sonando más comprensiva de lo que hubiera querido.


– ¿Yo? –preguntó Sanji. No lo entendía.


En una noche, había aceptado su reciente descubierta bisexualidad y los sentimientos que de verdad albergaba por su amigo, y quería seguir con él, pasara lo que pasara.


–Así es, chico. Aun no has cumplido tu deseo. Ese lastimoso deseo que tanto te duele. –dijo ella, fingiendo dramatismo.


– ¡Claro que lo he cumplido! Le quiero, quiero estar con él. –dijo Sanji, enfadado, tomando la mano de Zoro.


El demonio suspiró ligeramente. ¿Cómo podía alguien tan listo como el rubio, ser tan tonto a la vez?


Robin estaba segura de lo que había visto cuando firmó el contrato con él. Vio tristeza, vio soledad, vio autodesprecio. Ese chico no sería capaz de querer a nadie si no aprendía a quererse a sí mismo.


Rompiendo el código, decidió darle una pequeña pista a ese chico.


–Eso es realmente tierno. Pero ese no era tu deseo. Tu deseo va mucho más lejos de querer a alguien, va sobre quererte a ti mismo. Darlo todo. –dijo, con su tono más seco posible.


Miró a los ojos a Sanji, totalmente atenta a su respuesta, y vio algo en ellos.


Claro que lo sabía. Lo sabía de sobras a lo que se refería. Pero estaba demasiado asustado todavía. No quería exponerse, no era capaz de mostrarse tal y como era, y si no lo hacía, les llevaría a la tumba.


Esa idea, la que había estado molestando en un rincón de la cabeza de Sanji durante toda la noche, volvió a hacerse presente, más fuerte todavía que antes. Cada vez que pensaba en ello, su subconsciente lo apartaba con fuerza, dejándolo otra vez encerrado.


Porque Sanji tenía demasiado miedo, y no quería afrontarlo.


Pero ahora, Robin lo había dicho en voz alta. Ya no podía ignorarla. Se hacía demasiado fuerte, se escuchaba demasiado claro.


– ¿Sanji? ¿De qué está hablando? –preguntó Zoro, tomando su mano con más  fuerza, mirándole confundido.


Sanji era una de las personas con más amor propio que conocía. Lo había demostrado cientos de veces. Eso significaba que… ¿era pura fachada?


¿Darlo todo? ¿Qué coño significa eso?


El rubio bajo la mirada, observando sus manos unidas. Pensó en la valentía de Zoro, en hacer eso que más temía, y se maldijo internamente a sí mismo. Él debía hacer lo mismo, debía cumplir con su parte del trato.


Estaba terriblemente acojonado, pero tenía que hacerlo.


–Darlo todo. –dijo él, en un susurro que Zoro fue incapaz de oír, pero que Robin oyó claramente.


–Chico listo. –respondió ella.


Sanji suspiró, relajando la tensión en sus hombros. Sabía lo que tenía que hacer.


– ¿Puedo explicárselo, almenos? –le preguntó, ahora sin ninguna pizca de odio, solo aceptación.


 –Adelante. –respondió ella. Parecía que todavía no estaban condenados.


– ¿Explicar el qué? –preguntó Zoro, a quien le daba muy mala espina lo que estaba pasando.


Sanji se giró hacia ella, tomándole por ambas manos. Ahora era su turno de exponerse, de ser valiente.


–A ver… podríamos resumirlo todo como “problemas con papá”. Nunca te hablé de eso, solo algunas cosas con Nami, y muy superficialmente. Cuando era pequeño, mis hermanos me pegaban día sí y día también, y mi padre vivía ignorándome. Siempre fui un fracaso para él, solo mi madre y mi hermana me apoyaban.


“–La cosa fue mucho peor cuando empezó el proceso de divorcio. Mi padre me culpaba a mí de eso, y sus burlas hacia mí, sus desprecios, aumentaron. A sus ojos, siempre fui un inútil. No recuerdo una sola palabra buena de él hacia mí, ni un beso, nada.


“–Mi padre es un hijo de puta que le preocupaban más los logros de su descendencia que sus hijos, y mi error fue no salir como él quería. Un error que pagué durante diez años y dos meses.


– ¿Pero qué sarta de tonterías son estas? Tú no eres un inútil. –le cortó Zoro, sin poder creerse las palabras de su amigo. ¿Qué clase de padre había tenido?


Comparándolo con su situación, para él, su padre era como su héroe. Siempre había sido muy cariñoso con él, le había apoyado absolutamente en todo y nunca le trató mal. Fue a la primera persona a quien le contó que era gay, incluso antes que a sus hermanas, y solo sonrió y le abrazó.


Koshiro, Kuina, Tashigi y él siempre habían sido un equipo muy unido.


No podía creerse que la infancia de Sanji hubiera sido tan diferente a la suya.


Pensándolo bien, ahora entendía muchas cosas. Cuando eran pequeños, muchas veces venía con la cara amoratada por las peleas con sus hermanos. Nadie le dio importancia, porque él se reía y decía que ellos habían quedado mucho peor.


No habían empezado a ir a su casa hasta que sus padres se divorciaron, porque antes su padre nunca lo había permitido. Las pocas veces que Zoro lo había visto, llevando a Sanji al colegio, fue desde el coche, haciéndole bajar y sin mirar como el chico cruzaba la calle.


Aun así, Sanji sonreía. Siempre sonreía. Siempre se mostraba contento con ellos. ¿Tanto había escondido durante tanto tiempo?


“–Pues las que me hicieron creer durante años, Zoro. Puede que tu creas eso, pero cuando no dejas de decirle a un niño lo inútil que es, el fracaso que es y la deshonra que representa, llega un momento que se lo acaba creyendo.


No… esto no… no es cierto, no puede ser. Sanji… no puede haber sufrido esto y yo ni siquiera darme cuenta…


“–No me mires así, por favor. No es culpa tuya, yo me esforcé al máximo para esconderlo todo. Al contrario, debería daros las gracias. Estando con vosotros… peleándome contigo… realmente son de los pocos recuerdos felices que tengo de mi infancia.


Zoro tomó todavía más fuerte sus manos, intentando trasmitirle todo su apoyo.


“–No quise decir nada porque con vosotros podía evadirme de toda la mierda que tenía en casa. Lo siento, eres mi mejor amigo y quizá debería habértelo dicho. Lo lamento, de verdad. Era solo… no lo sé, si no lo decía era como si no pasara. Era como si llevara dos vidas, totalmente diferentes entre ellas.


“–Si te soy sincero… de ti fue quien más esfuerzos hice para esconderlo. No podía permitir que tú, precisamente tú, lo supieras. Tú eres alguien a quien siempre he admirado. Tan fuerte, tan seguro. Quería ser como tú. Y no quería que me vieras como a alguien débil, necesitado.


–Nunca te vería de esa forma, Sanji. –le interrumpió Zoro. Necesitaba decírselo. Lo que le pasó, lo que le obligaron a creer, era todo falso. Él le conocía mucho más, sabía cómo era. –Eres alucinante, en el buen sentido. Eres dulce, cariñoso, eres muy amable, fuerte e inteligente, consigues absolutamente todo lo que te propones. Lo has pasado mal, pero aun así eres capaz de sonreír cada día. Nunca juzgas a nadie, siempre que alguien necesita ayuda estas ahí para ofrecerla. Eres la mejor persona que conozco, Sanji.


Zoro intentaba hablar con calma, des del corazón, diciendo todo lo que pensaba de él, y Sanji la escuchaba atentamente, intentando contener las lágrimas.


Realmente voy a echarte de menos…


–Gracias. –dijo, con la voz rota, intentando contenerse sin éxito. –Gracias, Zoro. Gracias de verdad. Gracias por quererme, por aceptarme tal como soy. Tú has hecho realidad mi deseo. –dijo mirándole con lágrimas en los ojos.


–Yo no he hecho nada, lo has hecho todo tú. –respondió ella, acercándose a él, poniendo su mano en su mejilla y secando las lágrimas que caían por ella.


Sanji se tomó un momento, disfrutando de la caricia, antes de seguir hablando. Quería sentir un poco más la mano de Zoro, quería alargar todo lo que le permitieran ese momento.


–Claro que has hecho. Me has enseñado que no debo creerme las palabras de alguien que en realidad no me quería. Me has enseñado a quererme, a aceptarme tal como soy. Durante tanto tiempo, enseñándome tanto. Y hoy, me has enseñado a superar mis miedos. Gracias a tus palabras, antes, diciéndome que me quieres, he aprendido a aceptarme y a superarme.


Sanji seguía agradeciendo, son poder parar de llorar.


– ¿Que dices? Te lo diré todas las veces que sean necesarias. Yo no he hecho nada, lo has hecho tú solo. Y si hace falta que te diga cada día lo increíble que eres para que te lo creas, lo haré. Te quiero, Sanji. –dijo ella, acercando su frente a la de él, todavía acariciando la mejilla del chico.


Joder… odio que esto tenga que acabar así.


–Gracias, Zoro. De verdad, muchas gracias. Yo también te quiero. Te quiero tanto… y odio haberme dado cuenta hoy. Odio no haber podido estar contigo antes. –ahora Sanji ya no intentaba contener sus lágrimas. Ya daba igual.


El mal presentimiento que tenía Zoro des de hacía un rato, creció todavía más. No le gustaba el tono con el que hablaba el otro, ni las palabras que utilizaba.


Esto… hay algo aquí que no me gusta.


–Sanji… –dijo ella.


–Dime. –respondió el rubio, sin alejarse.


– ¿Por qué hablas como si fuera una despedida? –preguntó, con miedo de saber la respuesta.


Robin, a su espalda, sonreía tristemente. Había llegado el momento.


–Porque voy a darlo todo. –dijo, mirándola a los ojos.


– ¿Qué coño significa eso? Lo habéis dicho antes ya. –preguntó, confundida. No le gustaba nada como estaba sonando eso.


–Significa exactamente esto, Zoro. –dijo Sanji, besándola a los labios por última vez y apartándose de ella, encarando de nuevo a Robin.


El demonio les miraba enternecida, como quien mira una película romántica.


–Ese es mi deseo. –dijo Sanji, mirándola sin miedo. Estaba decidido, era su responsabilidad e iba a hacerlo.


–Respuesta correcta. –respondió el demonio, levantándose y caminando lentamente hacia él.


– ¿De qué va todo eso? ¿Qué vas a hacerle? –dijo Zoro, intentando ponerse delante de él.


Robin no tuvo necesidad de intervenir, Sanji lo hizo por ella, alargando el brazo hacia atrás evitando que se acercara más a ellos.


–Voy a salvarte, eso es lo que va a pasar. Yo nunca tuve la oportunidad de salir vivo de esta. –dijo, totalmente seguro de sus palabras.


Así era el trato que había firmado.


– ¿QUÉ? ¡NO! ¡VAMOS A SALIR JUNTOS DE ESTA! ¡YA HAS ALCANZADO TU DESEO! ¡LO HAS DICHO! –dijo Zoro, gritando a pleno pulmón.


Esto no podía pasar. No podía dejarle así, no podía irse sin más.


–Tan lento como siempre… Esa era solo una parte del deseo. Mi verdadero deseo era aceptarme a mí mismo, encontrar a alguien aceptara por como soy y darlo todo por esa persona.


Zoro cambió su expresión. Ahora lo entendía todo, y no le gustaba para nada. No. No, no, no, no.


Por eso ha dicho que en ningún momento podría salir con vida…


–Sanji por favor, no lo hagas… no… ¡no quiero que hagas eso! ¡No puedes hacerme esto! –gritaba la chica, desesperada.


¡NO! ¡NO! ¡NO! ¡NO! ¡ESO SI QUE NO! ¡NO PIENSO PERDERTE! ¡CUALQUIER COSA MENOS ESO!


–Es fácil. O muero yo, o morimos los dos. Es una elección muy sencilla. –dijo él, mirándola de lado y sonriendo una vez más antes de girarse hacia Robin y empezar a caminar lentamente, con las manos en los bolsillos.


– ¡Y UNA MIERDA! ¡SANJI NO ME HAGAS ESTO! ¡POR FAVOR NO ME HAGAS ESTO! ¡NO PUEDO PERDERTE!


–Te quiero, Marimo. –fue lo único que respondió mientras avanzaba.


Zoro estaba paralizada, las lágrimas salían a chorro por sus ojos, totalmente desesperada, clavada, gritando en el suelo.


Sanji ya estaba enfrente de Robin.


–Si me llevas a mí, no le harás nada a él. –dijo Sanji, mirando al demonio.


–De acuerdo. –respondió ella con una sonrisa, alzando su mano hacia él.


– ¡SANJI! –el rubio ignoraba los gritos, por mucho que le desgarraran el corazón. Debía hacerlo, debía salvar a Zoro.


–Le devolverás su cuerpo.


–Trato hecho. –dijo ella, tranquilamente. Su mano, o más bien su garra, se encontraba encima del pecho de Sanji, arañando suavemente su ropa, justo encima del corazón.


–Y no permitirás que ningún otro de tu calaña vuelva a acercarse a él.


Robin sonrió en señal de afirmación justo antes de empezar a clavar sus uñas en su piel.


En ese momento, Zoro se lanzó corriendo hacia ellos. Iba a impedirlo, aunque él mismo muriera.


Sanji soltó un quejido, sintiendo las uñas del demonio travesarle lentamente la carne.


Zoro corrió todavía más rápido, intentando llegar hasta ellos.


– ¡SANJI!


Hasta que una inmensa luz blanca la cegó por completo.


 


 


Caigo.


 


 


Silencio.


 


 


Vértigo.


 


 


Miedo.


 


 


Desesperación.


 


 


Dolor.


 


 


Calidez.


 


 


Nostalgia.


 


 


Confusión.


 


 


Luz.


 


 


Más luz.


 


 


Tan blanca.


 


 


Cegadora.


 


 


No puedo ver nada.


 


 


¿Dónde estoy?


 


 


¿Quién soy?


 


 


¿Dónde estás?


 


 


¿Sanji? ¿Quién es?


 


 


¿Por qué ese nombre me causa tanta calidez?


 


 


¿Quién eres? ¿Dónde estás? ¿Por qué te quiero tanto?


 


 


Luz.


 


 


Dolor de cabeza. Eso era lo que sentía Zoro. Un increíble dolor de cabeza que le obligó a cerrar los ojos. Había demasiada luz como para abrirlos, y eso solo hacía que le doliera todavía más.


Se sentía exhausto, realmente cansado. Todo su cuerpo pesaba, como si le hubiera pasado un camión por encima. Era totalmente incapaz de mover un solo músculo.


Sanji.


Otra vez ese nombre vino a su mente, pero esta vez, vino acompañado de todos sus recuerdos.


– ¡SANJI! –gritó, levantándose de golpe y buscándolo a su alrededor. Le importaba una mierda su dolor o estar cansado. Tenía que encontrarle. – ¡¿SANJI DONDE ESTAS?!


Le buscaba con la mirada, sentado des del suelo, arrastrándose por el césped de ese horrible cementerio, buscándole por todos lados, pero no le encontraba.


Las lágrimas volvían a apoderarse de él.


No, no por favor no. No. Dime que no te has ido. Sanji no por favor, no. No me dejes. ¡No me dejes!


– ¡Sanji! –volvió a gritar, con la voz desgarrada por el llanto y la desesperación. – ¡SANJI POR FAVOR DIME DONDE ESTÁS! –gritaba una y otra vez, intentando levantarse.


Esto no podía estar pasando. No podía ser cierto. No habían pasado por todo eso para que ahora acabara así. No, no podía tener éste final.


Por favor, necesitaba una respuesta. Necesitaba verle, necesitaba que estuviera vivo. Como se hubiera sacrificado por él, Zoro hacía una ouija o lo que fuera para revivirle y matarle de nuevo.


– ¿Zoro? –oyó débilmente a su espalda.


Era un hilo de voz, pero lo era. Era la voz de Sanji, estaba seguro. Y se aferró a esa esperanza como a un clavo ardiendo.


– ¿Sanji? ¡Sanji por dios! –dijo dirigiéndose a él, en cuanto consiguió divisarlo. 


El rubio estaba a unas cuantas tumbas de distancia. Fuera lo que fuera esa explosión de luz, les dejo a ambos muy aturdidos. Zoro consiguió llegar hasta él arrastrándose por el suelo.


Sanji estaba tumbado, prácticamente inconsciente, intentando abrir los ojos, algo que se le hacía realmente imposible.


Le dolía el pecho. Tenía la sensación que se lo hubieran arrancado y vuelto a colocar luego. Se sentía febril, el cuerpo entero le ardía. Intentó llevarse una mano al pecho, pero justo podía levantar un poco el brazo.


Sintió algo agarrándole, levantándole ligeramente por los hombros, tocándole la cara.


–Sanji. Oye, Sanji. Soy yo. –dijo una voz encima de él. El rubio, muy a su pesar, consiguió abrir ligeramente los ojos.


Sonrió ante lo que vió.


–Eres tú… –dijo, realmente feliz.


Porque sujetándole, zarandeándole e intentando despertarle, se encontraba Zoro. El verdadero. El hombre. Había recuperado por fin su cuerpo.


Era su cara, eran sus músculos, eran sus brazos los que le sujetaban y le zarandeaban demasiado. Era su voz. Era él. Había vuelto. Lo habían conseguido.


–Estás bien… –dijo Zoro, acariciándole la cara, tocándole entero para asegurarse que verdaderamente estaba ahí. Ni siquiera se había dado cuenta que había vuelto a la normalidad. –gracias a dios, estás bien. –repetía una y otra vez, llorando por el alivio.


–Eso parece –dijo Sanji, con algo más de fuerza. La verdad era que él era el más sorprendido.


Antes que todo se volviera blanco, estaba seguro que Robin había alcanzado su corazón con las manos.


Sentándose con la ayuda del otro chico, se abrió la camisa, comprobando su pecho.


Nada.


No había absolutamente nada.


¿Cómo es eso posible? Si sentí como me mataba.


–Ni se te ocurra volver a hacerme algo así jamás. –dijo Zoro, cogiéndole por los hombros, obligándole a que lo mirara.


Le miraba muy serio, todavía estaba preocupado. Lo tenía ahí, con él, estaba vivo, pero había sido demasiada tensión como para que desapareciera tan rápidamente. Sanji respondió, mirándole con una sonrisa.


–Pero ha valido la pena. –a Zoro no le hizo ni puta gracia esa respuesta.


–Como vuelvas a intentar morir por mí, yo mismo te mataré luego. –le dijo, mirándole muy serio a los ojos.


–Eso no tiene ni puto sentido, Marimo. –le respondió Sanji, encontrándose mejor poco a poco.


–Y tu ofreciéndote a un demonio todavía menos, cejas de sushi.


Ambos lo habían superado, habían salido vivos.


–Pero… no lo entiendo. ¿Por qué sigues vivo? ¿No era tu deseo sacrificarte? –preguntó Zoro, mirando alrededor.


El sol estaba más alto, como si hubieran pasado algunas horas desde su encuentro con el demonio. Parecía que fueran las nueve o las diez de la mañana.


–Joder, lo haces sonar enfermizo. –dijo Sanji, sentado, intentando incorporarse sin éxito. Mejor esperar.


–Es que lo es. Pobre de ti que vuelvas a hacer una locura como ésta.


Ambos se quedaron un rato en esa posición, intentando situarse. Sanji sentado y Zoro arrodillado a su lado, cogiéndole por los hombros, en caso que se cayera.


–Creo… creo que es por eso. –dijo Sanji, pensando en todo lo que había pasado.


– ¿Por qué?


–Porque tomé la decisión de sacrificarme por ti. Tomé la decisión de darlo todo por la persona a la que quería, que me aceptaba. Fue eso. Al tomar la decisión, el pacto quedaba cumplido. Por eso no me mató.


– ¿Era una clausula trampa?


–Zoro, era un demonio. Da gracias que no me ha matado y punto.


Ya está


Ya había acabado.


Habían conseguido salir de esa con vida.


–Anda, si ya vuelvo a ser yo –dijo Zoro, con alegría, dándose cuenta por fin.


–Pues sí, vuelves a tener tu cara de gorila. Te pega mucho más. –dijo Sanji, intentando picarle, sin éxito. Zoro ni siquiera le había escuchado.


En vez de eso, puso su mano en su propia entrepierna, suspirando con alivio.


–Amigo, te he echado tanto de menos… –dijo.


–Ya, como si hubieras tenido tiempo para usarlo. –respondió el otro.


Zoro le miró con picardía.


Ahora, todo había cambiado entre ambos.


Sanji tenía que enfrentarse al hecho de querer a su mejor amigo, a un hombre. Puede que antes le fuera más fácil de aceptar porque era una chica, pero ahora ya era él.


Le miró a los ojos, algo inseguro. Antes podía parecerle fácil, pero ahora realmente veía que no lo era tanto. Ahora tenía que ser pareja de otro hombre.


– ¿Qué pasa? –preguntó Zoro, al ver cómo le miraba.


¿Sería capaz?


–Nada… –dijo bajando la mirada, algo avergonzado. Joder, ¿por qué le entraba la timidez de golpe?


Zoro ahora era capaz de leerle como a un libro abierto. Ya no había nada que no supiera de él, y se imaginaba que su cabeza estaría hecha un lío.


Sanji no estaba inseguro por lo que sintiera, sino porque era la primera vez que era con un hombre. Le daba miedo no ser suficientemente bueno, cagarla con cualquier chorrada que quizá fuera obvia pero para él fuera desconocida. Pero no pasaba nada, porque para eso estaba Zoro aquí.


–Oye –dijo mirándole con intensidad.


–Qué –dijo Sanji, todavía apartando la mirada de él. Zoro solo pudo reírse en voz alta mientras le tomaba por la barbilla y le obligaba a mirarle.


–No te preocupes tanto, anda –le dijo éste, con su habitual tono de burla. Eso molestó a Sanji. Lo estaba pasando mal como para que el otro se riera en su maldita cara.


–No estoy preocupado. –mintió Sanji, apartando otra vez la mirada de él, pero sin poder mover su cara. Su barbilla seguía bien sujeta por Zoro.


Éste volvió a soltar una pequeña carcajada en voz alta, observando con gracia la timidez de su pareja. Porque no pensaba dejarle escapar.


–Tú solo déjate llevar, yo me encargo del resto. –dijo Zoro, justo antes de acercarse a él, lentamente para besarle.


Fue un beso lento, primero dejó que los labios del rubio se acostumbraran a los suyos, totalmente quieto, sin moverse. Cuando le notó algo más relajado, empezó a abrir la boca, pretendiendo intensificar suavemente ese beso.


Sanji estaba un poco paralizado. No sabía qué hacer, casi no sabía ni cómo moverse. Estaba más nervioso que en su primer beso. Sentía la mano de Zoro todavía en su barbilla, dirigirse lentamente a través de su cuello hasta su nuca, intentando acercarle más a él.


Poco a poco, el rubio empezó a corresponderle, algo torpe. Zoro se estaba controlando, conteniéndose. Si fuera por él, se lo comía ahí mismo, pero no podía asustarle.


En cuanto notó a Sanji algo más cómodo, se atrevió a lamer sus labios y a introducir su lengua en la boca del otro, buscando la contraria. Sanji pareció sobresaltarse un poco, pero tampoco le rechazó, y poco a poco, fue moviendo también la suya, disfrutando de la experiencia del otro.


Zoro consiguió que Sanji fuera relajándose, que cada vez estuviera menos tenso y empezara a disfrutar de la sensación que era besarse, prometiéndole en silencio que iban a haber muchos momentos más así.


Zoro sabía que todo esto era nuevo para Sanji, así que irían a su ritmo. No tenía ninguna prisa, sabía que ahora tenía todo el tiempo del mundo para estar con él.


FIN

Notas finales:

Hasta aquí llegamos! Siempre me gusta acabar una historia, pero a la vez me da algo de pena. 

Os creeis si os digo que, durante la escena en que Sanji se entrega, yo siendo la autora y sabiendo que iba a acabar bien, lo pasé mal? 

De verdad espero que os haya gustado, que el final haya estado a la altura y de verdad, muchas gracias a todos estos lectores que la han seguido hasta el final!

Nos vemos en el próximo fic!


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