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Que las estrellas contemplen, no dicten por lpluni777

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Notas del fanfic:

Saint Seiya pertenece a Masami Kurumada.

Que las estrellas contemplen, no dicten

 

Saga era amable. A veces, demasiado.

En consecuencia, Mu lucía totalmente desanimado y lo miraba como si no pudiera entender lo que acababa de ocurrir; como si no entendiera porqué, si había ganado contra Saga, perdió contra él. Aioros, aunque no se regocijara con ello, se mantuvo firme.

—No lo entiendo… —murmuró el alumno de Shion. Aioros exhaló.

—Ten paciencia, Mu. Todavía no estás listo para portar una armadura —pensaba continuar, pero no supo cómo podría proseguir sin dañar más la moral del chico, así que la frase quedó suspendida en el aire rondando un silencio incómodo.

¿Cómo podría explicarlo? El chico se sentía hecho a menos en comparación con los demás aprendices de su edad porque pasaba más tiempo aprendiendo a reparar armaduras que entrenando con ellos. Aioros no se sentía capaz de explicar que la capacidad que todos ellos poseían para manejar el cosmos, aquella que los llevó al santuario en un primer lugar, era lo que realmente importaba; que tardase unos meses más o unos menos en conseguir su armadura, no negaba el hecho de que se volvería un santo de oro tarde o temprano; y lo haría cuando la armadura lo aceptase como su dueño. No podía explicarlo porque era algo que Mu debía aprender por sí mismo.

Cuando Mu, pese al agotamiento, volteó a ver a Saga con un odio tal que ninguno de los mayores había contemplado antes y escupió algo de sangre al suelo, Aioros creyó que se dispondría a buscar pelea otra vez y, sabiendo que Saga no se defendería, estuvo a un paso de intervenir. El chico no avanzó.

—Gracias, Géminis —prácticamente le escupió esas palabras a la cara. El tercer santo bajó la mirada.

—Lo lamento —fue lo único que atinó a decir el mayor, siendo que sus buenas intenciones no actuaron para bien.

Sin decir otra palabra y dedicándoles a ambos una última mirada de odio, el aprendiz del patriarca dio media vuelta para marcharse de la arena de duelos.

Saga respiró hondo, soltó aire con pesadumbre y dibujó en su rostro una sonrisa infeliz.

—Lo arruiné.

—Tenías buenas intenciones —Aioros llevó una mano al hombro de su compañero buscando reconfortarlo. No le gustaba verlo triste.

—Le falté el respeto como caballero al conceder la batalla y debí ser consciente en el momento, si no lo hubiera hecho, entonces quizá-

—Saga —intervino Sagitario, plantándose frente a su amigo—. Ya pasó, no tiene sentido lamentarse por ésto. Y si en verdad lo sientes, entonces no sientas más pena por él, es un chico fuerte y sabrá superarlo.

Saga tenía unos ojos preciosos que Aioros podía observar durante horas sin cansarse —tras mucho escudriñar, al permitirse compararlos con alguna gema preciosa, los asemejabaa las malaquitas— y odiaba verlo llorar. Además de su hermano pequeño, Saga era de las pocas personas cuya sonrisa le parecía más valiosa que las vidas de cientos de hombres. Claro que, eso solo lo sabía él mismo.

El santo de Géminis sonrió sinceramente y tomó una de sus manos entre las suyas.

—Eres un buen amigo, Aioros.

Sagitario era bueno manteniendo la compostura y por eso, aunque en el interior no le agradó lo que acababa de oír, devolvió la sonrisa.

 

————— 

 

Saga era incomprensiblemente amable.

Por eso, se mordió la lengua y no objetó nada contra lo que Aioria acababa de decir.

—No hables así —Aiorios conocía el secreto de Géminis y no pudo quedarse callado ante la imprudencia de su pariente.

—Pero es cierto, ¿cómo podría Saga entender que mi hermano nunca puede pasar tiempo conmigo porque siempre está ocupado? —el pequeño león no estaba molesto al punto de empezar a gritar, mas claramente no pensaba cerrar la boca y simplemente aceptar lo que consideraba una injusticia.

La «injusticia» recaía en que Aioros no solo pasaba mucho tiempo cumpliendo su deber como santo, sino que también pasaba sus ratos libres con Saga en lugar de con él, su propia familia.

Aioros deseaba hablar en favor de Saga, pues para empezar, él no tenía la culpa de las acciones ajenas. Pero no podía arriesgarse a delatar algo que debía continuar siendo un secreto, aunque ya no estuviera en el santuario. ¿Podía recriminarle algo a su hermano?, ¿por qué Saga se limitaba a recibir una riña erróneamente dirigida a él?

Sagitario cerró los ojos. No. Ninguno de ellos estaba haciendo algo mal, la culpa era suya. Bajó una rodilla al suelo para quedar al nivel de Aioria y llevó una mano a la cabeza con rizos color canela para juguetear con ellos.

—Cachorro, lo siento —su hermano se cruzó de brazos, ofuscado—. Entiendo que he estado ausente últimamente, está mal de mi parte y sé que te tomé bajo mi tutela y he estado haciendo un trabajo terrible con ello —el pequeño arrugó la nariz y suavizó la mirada—. Buscaré la forma de que pasemos más tiempo juntos —en eso, una idea le cruzó por la cabeza—. ¿Qué te parece si voy con Saga a cazar y luego nos montamos un festín entre los tres?

La cara de indignación del cachorro de león y la de sorpresa del gemelo no tenían precio.

—¡Eres un tarado! —exclamó el niño apartando la mano de su hermano.

Antes de que Aioria pudiera enfadarse más o salir corriendo, Aioros lo tomó por los costados y se puso de pie, alzando al pequeño al aire y robándole un grito de sorpresa. Rió mientras lo tenía encima suyo, cubriendo el sol. En un rápido movimiento, lo bajó a su pecho y lo abrazó con fuerza besando su coronilla repetidas veces.

—¡Estoy bromeando!

Aioria se agarró a sus hombros y levantó el rostro.

—¿Entonces?

—Entonces, saldremos de cacería un día de éstos solo nosotros dos, como antes, y, volveré a darte clases regulares cuando organice un poco mi tiempo, ¿te parece?

Por supuesto, a Aioria le pareció bien. Le devolvió el abrazo y los besos contento justo antes de que se oyeran las campanas, señal de que Aioros y Saga debían regresar a las doce casas y Aioria al campo de entrenamiento. El pequeño se despidió de ambos con buen ánimo y salió corriendo tras escurrirse fuera de los brazos de su hermano.

Aioros y Saga emprendieron el camino de regreso sin prisa. El de Sagitario mantenía su atención de reojo sobre su amigo, porque aunque había sido solo un instante, logró ver en sus ojos el dolor que provocaron las palabras de Aioria. Luego de andar un rato en silencio, Saga lo miró de reojo también.

—Eres un buen hermano, Aioros.

Sagitario estuvo a punto de responder con un «tú también» al cumplido, pero se detuvo a tiempo. Sabía que Saga adoraba a su gemelo Kanon cuando aún estaba con ellos, lo mantenía como un secreto precioso que solo se atrevió a compartir con él; en sus ojos verdes pudo apreciar el amor que sentía por su familiar cada una de las veces que conversaron al respecto.

Mas si insinuaba que había hecho lo correcto, tanto como si no, solo parecería que intentaba tomarle el pelo.

—Gracias —escogió contestar.

 

————— 

 

Saga era demasiado amable.

La elección del patriarca fue recibida con impresión, no alegría ni decepción, de hecho, resultaba informal e inesperada, solo frente a ellos dos. No era oficial.

Saga parpadeó y luego observó a Aioros con una sonrisa ligera. Aunque mantuvo los ojos cerrados al hablar.

—Para mí, será un honor servir al siguiente patriarca con la misma convicción que porto hoy en día —de buenas a primeras lo aceptaba, que él no sería el sucesor.

Quizás Sagitario debía limitarse a aceptar su propio deber, mas no lo comprendía. Fingió estar conforme con la decisión, pero se mantuvo en la sala luego de que Géminis regresara a su casa, con la excusa de comentar algo respecto a Aioria. Shion, claramente, se dio cuenta.

—No estás de acuerdo.

—No es eso —no podía contradecir la voluntad del patriarca incluso mientras era capaz de cuestionarla—. Me refiero… usted aún tiene mucho que vivir, creo que se está apresurando.

—Me halagas, supongo. Pero esa contestación no explica porqué difieres de mi elección —Shion era un anciano gentil y, al igual que Mu, debió haber aprendido a reparar antes que a destruir. Aioros no se veía capaz de sostener el santuario en pie de la misma manera, mas imaginaba quién podría—. Aioros, me gustaría oír en tus palabras por qué favoreces a Saga antes que a ti mismo.

El noveno santo respiró hondo.

—Saga de Géminis es un caballero apreciado por todo el santuario, es él el primero a quien recurren cuando necesitan ánimos, consejos o ayuda. De entre los aprendices de las casas, usted debe saber tan bien como yo que la mayoría lo favorece también y lo seguirían sin parpadear adonde fuera. Incluso las personas del pueblo lo tienen en alta estima, dudo que alguien sea ajeno a su nombre. Saga posee un conocimiento mayor que el mío en todas las áreas que compartimos y creo que tiene una capacidad para empatizar con la gente que yo no podría imitar —hizo una pequeña pausa y asintió para sí mismo—. Sobretodo, patriarca, su cosmos brilla como el mismo sol. No haré a menos mis habilidades, pero apenas recuerdo la última vez que gané un duelo contra él de manera justa, en donde ambos diéramos el cien por cien.

El anciano descansó el mentón sobre su mano, llena de arrugas y cicatrices. Sus ojos de un rosa claro no demostraban ninguna impresión.

—El poder no lo es todo… y el conocimiento tampoco, Aioros. En su momento, cuando me asignaron éste rol, yo no tenía idea de lo que debía hacer, tuve ayuda y no me avergüenza admitirlo. ¿No podrías aceptar que Saga te ayude y llene la parte que pienses que te falta?

—¿Y no podría ser al revés? —Aioros frunció el ceño—. Antes que un guardián, me considero un guerrero, patriarca. Su deber consiste en proteger el santuario y todo lo que nuestra diosa adora y yo no tengo objeciones al momento de luchar con ése mismo propósito, pero siento que mi posición está en el campo de batalla, no aquí —gesticuló a la habitación en la cual se hallaban.

—Es lo que todos pensamos, Aioros —el patriarca cerró los ojos. Sagitario presionó los labios.

—Al menos, vuelva a considerarlo. Si la respuesta sigo siendo yo, lo aceptaré.

El patriarca lo miró y asintió.

—Que así sea. Pero, deberías saber algo Aioros. Levanta tu mirada al cielo ésta noche y verás que no tengo tanto tiempo para tomar esta decisión, además, podrán conocerla dentro de poco. Cuando lo hagan, mira la reacción de todos tus compañeros y decide cuánto te importa protegerla.

Aioros abrió los ojos sorprendido, pues no había estado prestando atención a las estrellas últimamente, más consternado por ciertas emociones confusas que nublaban su corazón. Bajó el rostro y llevó una mano a su pecho.

—Eso haré.

Esa misma noche, salió con Saga a los lindes del santuario, cerca de la costa. Se sentaron sobre unas piedras y contemplaron juntos el anochecer. El tercer santo cubrió su mano y el noveno las entrelazó.

—Patriarca Aioros —rió por lo bajo—. Será un honor llamarte así algún día. Te lo mereces, ¿sabes?

Quizás no estaría tan mal, de una forma o la otra.

—No te apresures, que todavía puedo arruinarlo —sonrió—. Aunque, si te tengo a mi lado, creo que podré hacer un buen trabajo.

Aioros bajó la vista un momento y vio sus manos juntas. «Qué más da» pensó. Se inclinó despacio hacia la derecha y presionó sus labios contra los de Saga con cuidado. Como llevaba sospechando algún tiempo, el de cabellos dorados se mantuvo estático en un principio, quizás impactado porque finalmente decidió hacerlo; pero terminó por devolver el beso.

No lo había visto tan contento en bastante tiempo y seguramente la impresión de Saga para consigo no era distinta.

Se dejó caer sobre la tierra con una gran sonrisa en el rostro y el tercer santo lo imitó.

—¿Quieres contar estrellas? —cuestionó Saga.

En su época de aprendices solían hacer eso para perder el tiempo durante la noche y poder aburrirse lo suficiente para ignorar el dolor y ser capaces de dormir. Entonces se decían que algún día recordarían ésas noches como un cuento lejano o ajeno, y resultó ser que estaban en lo cierto.

—Claro.

Entre su voz y la de su compañero, la luz de la luna y de las luciérnagas, el viento y el chocar de las olas; si Sagitario vio algo en el firmamento que señalase la proximidad de un destino trágico, lo ignoró o simplemente no lo comentó. Porque Géminis era un santo demasiado amable al cual no quería perturbar más con problemas ajenos.

 

 

13/12

Notas finales:

No le di más de un segundo vistazo, ni quiero pensar la cantidad de errores que dejé por ahí, jaja.

Espero que no estuviera tan mal como imagino, cuídense.

 

Uni


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