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Lágrimas de Sangre por Nami Nkz

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Notas del capitulo:

Holaa! mis amores. un poquito tarde pero he vuelto <3

Cerca de las nueve de la mañana, despertó con los rayos de luz proveniente de las puertas que llevaban a la terraza. Las cortinas de color beige dejaban entrar mucha luz, la suficiente para quitarle las ganas de dormir. Se incorporó para sentarse en la orilla de la cama y dejar sus pies colgando un poco; cuando éstos tocaron el piso él caminó hasta abrir las puertas.

 

El viento casual de la mañana agitó las cortinas y él se quedó quieto unos segundos observando el enorme jardín del que obtenía una increíble vista. Volvió de su mundo al escuchar golpes en la puerta de su habitación.

 

—Sanji, cariño. El desayuno estará listo pronto. —Habló con dulzura la muchacha asomándose un poco por la puerta.

 

—Voy enseguida. Akane, querida. — Respondió rápidamente y sin pensar. El viento agitó con fuerza su cabello también y al ver que éste aumentaba regresó a la seguridad de su habitación. Con sus pies descalzos se colocó frente al armario y deslizó una de sus puertas; se sorprendió al ver que éste estaba completamente lleno de toda su ropa y algunas cosas más. 

 

—Esto es absurdo. — Dijo al encontrar sus artículos de higiene personal detrás del espejo del baño. Ahí estaban también las cortinas de su antiguo baño, su alfombra y las decoraciones de las paredes. Sintió su rostro acalorarse al imaginarse al peliverde buscando cosas en su antiguo hogar, pero si jamás le había pedido la llave ¿Cómo hizo eso?.

 

Entró a la ducha y abrió la llave cuando su ropa estuvo ya en otro lugar, suspiró colocándose debajo del chorro de agua y apoyó sus manos en la pared. El agua comenzó a deslizarse lentamente también por su rostro que miraba hacia el piso y los chorros de agua cayeron a sus pies. Rodó los ojos al ver su shampoo exactamente cómo lo había dejado en ese accesorio de baño que se aferraba a los azulejos de la pared a su costado izquierdo. En ese lugar estaban también sus toallas, jabones y demás cosas.

 

Lavó su cabello un par de veces y abrió la regadera una vez más. Dejó a la espuma deslizarse por su piel hasta irse por el drenaje, mientras peinaba su cabello con sus dedos. Acarició con sus dedos poco después su maltratada piel, había mordidas y rasguños en su espalda y marcas rojas y hasta de otros colores en su cuello que se esparcían también en parte de su pecho. Los moratones en sus brazos y piernas casi habían desaparecido por completo.

 

Al salir del cuarto de baño, descalza con una toalla en su cintura y otra en su cabeza volvió a colocarse frente al gran armario. Secó lo más que pudo su largo cabello y buscó entre sus prendas, escogió algo cómodo para estar en casa, unos joggers negros y una camiseta cualquiera. 

 

Bajó por las escaleras con sólo sus calcetines por el frío piso. Pronto sintió un dulce aroma y se apresuró para llegar a la cocina, dónde la muchacha ya le esperaba con su desayuno servido en su plato, el único en aquél enorme comedor.

 

—¿Alguien más vendrá a desayunar, Akane, dulzura?— Preguntó antes de sentarse en su lugar, la muchacha que limpiaba el piso alegremente le miró y le respondió rápidamente.

 

—    No, eres el único aquí. — Le sonrió e inmediatamente siguió con su tarea.

 

—    Es imposible, esta casa es enorme. No puede ser que seamos los únicos. ¿Dónde está el marimo?—

 

—¿Te refieres a Zoro?— Rió un poco ante tan curioso apodo. —Él se fue poco después de haberte traído, querido, aún que poco después regresó por los documentos que había olvidado. — Continuó ante un asentimiento por parte de su rubio compañero, quién al recibir una respuesta más o menos creíble miró por primera vez su desayuno. Sonrió reconociendo las verdaderas intenciones de su moreno jefe al regresar por los documentos que "accidentalmente" había olvidado, recordaba perfectamente haberlo visto recorrer los pasillos cercanos a la habitación donde su huésped descansaba pacíficamente.

 

..........ZS..........

 

 

Esa mañana recorrió la casa por su cuenta mientras Akane hacía sus obligaciones, trató de memorizar hacia dónde llevaban los largos pasillos y dio por accidente a una habitación en dónde había solamente cuadros detrás de telas negras y delgadas. No quiso mirar de más y regresó a su habitación.

 

Al sentarse en su cama, se dio cuenta entonces de una pequeña tarjeta con un mensaje escrito a mano. Trató de reconocer la letra, pero no lo logró.

 

"Es difícil a alguien olvidar con quién imaginaste un para siempre. Sufrir y tener tu corazón roto no significa que seas débil, sólo quiere decir que has amado de verdad; es increíble cómo alguien puede romper tu corazón y sin embargo, sigues amándolo con cada uno de los trocitos..."

 

—Es una broma ¿cierto?— Suspiró dejando el pedazo de papel en su lugar, sobre el buró. Sintió latir con fuerza su corazón herido y se recostó en la cama mirando con dirección a la terraza. Comenzó a darle vueltas, pensó si aquella tarjeta estaba ahí antes o no. Sintió una mezcla de emociones, pero lejos de volver a sentirse deprimido se levantó a despejar sus pensamientos al jardín.

 

Mientras bajaba las escaleras vió a la pelirroja recorrer la casa, aparentemente buscándolo y leyendo una tarjeta de fondo negro con un listón en una de sus orillas. Al parecer ella no le vió así que caminó hasta el jardín y con sus pies descalzos pisó en el césped.

 

Caminó con tranquilidad hasta una de las bancas pintadas de plateado, bajó su mirada y observó sus dedos hundiéndose en el césped húmedo. Miró hacia el cielo ésta vez, como era común en esa temporada el cielo estaba ligeramente nublado y el viento soplaba agradablemente. 

 

De un momento a otro vió al peliverde entrar en la mansión, debía admitir que se veía muy bien vestido con traje. Permaneció en ese lugar unos minutos más, hasta que su vista se encontró con el moreno buscándolo a lo lejos. Suspiró y se incorporó para encontrarse con él. Vió sonreír al otro cuando él comenzó a juguetear en el sendero de piedras, tratando de no caer como si de un niño se tratase.

 

— ¿Qué estás haciendo aquí?—

 

—Salí a ver el jardín. — Se alzó de hombros. — Hace un clima genial, ¿No lo crees?— Su sonrisa se desvaneció cuando el otro le dió la espalda y caminó de regreso a la cocina. — ¿A dónde vas?—

 

—Deberías ponerte unos zapatos. — Dijo encontrándole gracia. —Te resfriarás. —

 

—Uh... por supuesto.— Caminó detrás del peliverde para volver adentro, hasta que el otro se detuvo de repente y volteó a mirarlo.—¿Qué pasa?—

 

—Hay un paquete para tí en la entrada. — No dijo nada más.

 

Le perdió el rastro cuando volvió a ver a la muchacha pelirroja y comenzó a arrojarle halagos. Akane repitió las palabras del moreno y lo llevó hasta el paquete para enseñarle que en la tarjeta estaba escrito su nombre. Se extrañó ante sus palabras, pero aun así tomó la caja en brazos y la llevó a su habitación.

 

Estaba envuelta de un papel con un curioso diseño y un lazo de color azul. Leyó la tarjeta, era verdad, ésta ponía la dirección de la enorme mansión y su nombre completo, pero el nombre de quién lo había enviado no aparecía por ningún lado. 

 

"En tus ojos tristes naufraga mi pena,

en tus ojos azules he visto el amor,

tus ojos reflejan mi vida serena

e irradian luces de raro fulgor."

 

Se extrañó y se preocupó al mismo tiempo, supuestamente nadie conocía en dónde se estaba quedando, ni con quién. No sabía si debía relacionarlo con la tarjeta que encontró en su habitación esa misma mañana o si solamente se trataba de una coincidencia. Suspiró tomando esa misma tarjeta con bordes filosos para rasgar el papel y abrir esa caja.

 

No sé esperó lo que encontró dentro, un pequeño oso de peluche, de color negro verdoso con un sombrero oscuro como la noche encima de un lazo rojo en su cuello. Sonrió, le parecía simplemente lindo. Al fondo, un par de cajas más pequeñas, ambas de plástico blanco llamaron su atención. Al retirar el lazo rojo encontró en una de ellas un colgante aparentemente hecho de oro, con la forma de la inicial de su nombre. En la otra, un reloj de acero inoxidable chapado en oro y diamantes blancos incrustados le esperaba en la base de terciopelo rojo.

 

Se llevó las manos a la cara de la impresión. No podía aceptar esos regalos, quizá los devolvería si supiera quién era la persona que enviaba los regalos y las tarjetas. Dejó la caja en el piso y se tiró en la cama pensando si debía preocuparse o sólo era un "admirador secreto" que se cansaría pronto.

 

Tomó la almohada y la colocó sobre su cabeza. Siempre había tenido problemas para dormir, quizá más frecuentemente, desde que comenzó a salir con Kidd. Si alguien le hubiese dicho que terminaría saliendo con alguien como Kidd muchos años atrás, no lo había creído, mirando hacia lo que era antes no se reconocía a sí mismo.

 

Se acomodó correctamente en la cama y suspiró profundamente mientras miraba hacia el techo. Los días en los que era un adolescente locamente enamorado se habían terminado, habían pasado años desde que observaba a esa persona en secreto con el corazón lleno de ilusión y miedo a la vez al rechazo. Kidd le había ofrecido todo lo que no podía alcanzar por su cuenta y él aceptó sin saber lo que estaba haciendo.

 

Kidd logró llenar su corazón de un sentimiento auténtico durante unos meses, sin embargo todo lo que él había conseguido lo habría perdido por culpa de un pequeño error. Sucumbió ante su verdugo con la cabeza baja confundiendo el maltrato con el cariño que le hacía falta y eso lo había empujado a quitarse la vida poco a poco. Aún recordaba el rastro de su propia sangre salpicada en el piso de su baño, los golpes y el abuso que sufrió mientras lo perdonaba con sólo un "lo siento".

 

Pronto ni siquiera era una disculpa lo que obtenía después de una paliza en la entrada de su casa, él se incorporaba con la mirada llena de odio, lo que antes era amor. Esa noche en particular había llegado a su límite, si Kidd deseaba que él desapareciera casi había lo logrado. Ahora, Zoro le había rotundamente prohibido el acceso a medicamentos y a objetos punzantes.

 

Lloró hasta cansarse, probablemente habrían escuchado su llanto hasta afuera de la mansión, pero gritar, llorar y sollozar eran una increíble medicina, así que nada le importó, quizá porque nadie llegó a tocar su puerta de todas maneras. 

 

No quiso ver a nadie en el resto del día, sólo quería desahogar sus penas una vez más para poder levantarse al día siguiente y sonreírle a la bella mujer que se hacía cargo de él y le regresaba las ganas de vivir.

Notas finales:

 Nos leemos el domingo con actualizacion doble  :D


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