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Lágrimas de Sangre por Nami Nkz

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Peinó su cabello hacia atrás y dejó el bolígrafo un momento sobre su escritorio. Talló sus ojos cansados con la manga de su camisa y sus lentes se guardaron en el bolsillo interior de su saco. Cuándo revisó la hora casi inmediatamente llegó su asistente con el café de cada mañana.

 

—Todo ha ido bien, Zoro. Sólo que... no sé si debería decírtelo, es algo delicado.

 

Me preocupé cuando lo escuché llorar su primera noche aquí, pero no toqué su puerta para no incomodarlo. Aparece aquí con una sonrisa extraña y se pasea por ahí con una expresión decaída.

 

Viene de una situación de abuso, lo sé. Me da mucha pena, me gustaría que estuviera junto a una persona que le hiciera verdaderamente feliz.

 

Esas fueron las palabras de su empleada mucho antes de que tuviera que irse. Se rascó la nuca y se recargó mucho más sobre su asiento hasta casi caerse.

 

..........ZS..........

 

 

Dame la mano y danzaremos;

dame la mano y me amarás.

Como una sola flor seremos,

como una flor y nada más...

 

El mismo verso cantaremos

y al mismo paso bailarás.

Como una espiga ondularemos,

como una espiga y nada más...

 

Te llamarás Rosa y yo Esperanza

pero tu nombre olvidarás

por que seremos una danza

en la colina y nada más.

 

Gabriela Mistral.

 

Ésta vez era un poema escrito a mano en un sobre de papel que alguien había pasado por debajo de la puerta principal. No reconocía la letra ni tampoco existía una firma. Suspiró dejándolo en el cajón del buró junto a todas las demás notas. El oso de peluche adornaba su cama, mientras que los otros accesorios estaban guardado en el mismo cajón. 

 

Esa mañana no quiso ni verse directamente al espejo, sólo caminó cabizbajo hasta la cocina. La pelirroja le saludó y el correspondió amablemente pero sin halagos de por medio. Jugó con la comida en su plato dándole vueltas una y otra vez mientras soltaba profundos suspiros. No volvió a ver a la muchacha ese día, no tenía ganas de ver a nadie, sólo quería permanecer con la cara hundida en la almohada.

 

Horas más tarde la muchacha tocó a su puerta pero no respondió, así que ella dejó un nuevo sobre encima de su buró, además de algo de comer y beber.

 

..........ZS.........

 

 

Ese día viernes despertó con la suave brisa de la mañana. Se incorporó rápidamente y se dirigió a su baño para una larga ducha. Se alarmó al reconocer la sensación cálida que recorría su vientre hasta la parte media de sus muslos y utilizando las caricias del agua mientras se deslizaba por su piel para tranquilizar su rápido corazón.

 

De su boca comenzó a salir un aliento caliente, su respiración se volvió lenta y su piel se erizó al contacto del agua y la fría pared en dónde apoyó su espalda desnuda. Acarició sus piernas mientras se colocaba debajo del chorro de la ducha. 

 

Intentó resistir al deseo, hacía tanto tiempo que no le había prestado la atención necesaria y aquello estaba sintiéndose muy bien. En esa época que llegaba entre unos cuantos meses su cuerpo se volvía dócil y extremadamente sensible, haciéndolo parecer sumiso ante cierto tipo de personas. Suspiró una y otra vez deslizándose por la pared del baño hasta arrodillarse en el piso.

 

—Maldición...— Gruñó al recordar que no tenía forma de tomar su medicamento, Kidd había lanzado sus supresores al drenaje meses atrás. Pensó si tal vez la muchacha lo entendería y le dejaría solo por un par de días dentro de su habitación. Cuándo ésta tocó a su puerta para decirle que estaría listo pronto su desayuno, decidió pedirle su ayuda a la chica y ésta comprendió.

 

Esa misma tarde, cuando el sol estaba por esconderse alguien totalmente inesperado llamó su nombre a través de la puerta. Sintió el aroma a cítricos demasiado cerca, como consecuencia todo su cuerpo comenzó a estremecerse y su voz empezó a temblar.

 

—¿Estás bien?— Escuchó la voz del moreno al otro lado de la puerta, mordió su labio inferior para no ser descubierto por aquél hombre. Mientras tanto no podía detener el ritmo en sus dedos y en su mano izquierda, estaba a punto, no quería detenerse. —¿Me has escuchado? ¿Estás bien? ¿Puedo pasar?— Se alarmó cuando escuchó el pomo abrirse, así que intentó detenerlo como pudo.

 

—¡No! ¡No entres...! Uhg...— No pudo contener el pequeño sonido que escapó de entre sus labios, su cuerpo estaba tan caliente y deseoso mientras que su conciencia vagaba demasiado avergonzada. —Estoy... bien.— Suspiró. —No tienes... por qué preocuparte...— Sollozó al sentirse totalmente satisfecho después de haberse liberado en las sábanas. Lágrimas de placer recorrieron sus mejillas y la saliva goteó desde la comisura de sus rosados e hinchados labios.

 

Zoro entendió lo que estaba haciendo pero no podía despegarse de la puerta, de esa habitación provenía un olor dulce muy intenso, descontrolado. Con un poco de su voluntad se alejó sin decir una palabra más.

 

Mientras el ojiazul luchaba por volver a controlarse, él bajó las escaleras aún en trance. La voz de la chica le despertó de sus pensamientos cuando se encontraron de frente. La muchacha le miró cómplice y él no entendía por qué, ella le enseñó aquellas notas que quizás no habían llegado a manos del rubio.

 

—¿Por cuánto tiempo me lo seguirías escondiendo, Roronoa? —

 

—¿De qué hablas?— Caminó pausadamente hasta el sillón, aún abrumado por lo que había pasado antes. 

 

—No necesitas seguir escondiéndolo. Te conozco como a la palma de mi mano. — Dejó las tarjetas sobre la mesa. —No deberías alargarlo más, cariño.

 

La chica no dijo más, se retiró y le dejó solo. Él tomó su bolígrafo de tinta blanca y sacó de entre sus bolsillos un fragmento de papel de color negro, con bordes decorativos, comenzó a escribir y para cuándo se levantó de nuevo, buscó algo que le perteneciera.

 

..........ZS..........

 

—Aahh...— Suspiró acomodándose entre las almohadas de nuevo, se sentía mucho mejor, pero de verdad necesitaba por lo menos una tableta de su preciada medicina o no podría salir de esa mansión en esos tres o cuatro días. Entonces lo recordó y salió rápidamente a buscar entre todas sus chaquetas ese preciado medicamento.

 

Recordó que meses atrás se había preparado para salir de viaje por unas semanas, pero se canceló por qué no, por culpa de su amado novio posesivo que se había enterado que esa misma semana tendría el dulce período del celo. Esas pequeñas pastillas habían sido olvidadas en esa chaqueta. Cuándo las encontró se sintió el hombre más afortunado del mundo.

 

No necesitó del sorbo de agua para ayudarse a tragar la pequeña pastilla. Aliviado se deslizó por la pared hasta sentarse en el piso y volver a levantarse varios minutos después lleno de energía.

 

Al abrir su puerta para ir a la cocina, se encontró con una nota pegada a su puerta, al tomarla notó que no era una nota cursi o un verso empalagoso, era una dirección y una hora. Ese mismo día, a las afueras de un café una vez que el sol se hubiese ocultado.

 

Dudó un momento volviendo a su cama, ésta vez dejando su puerta abierta. Nada le costaba, es decir, conocería al autor de todos esos poemas y notas románticas, la procedencia de todos los regalos que recibió a lo largo de la toda la semana. Le quedaban siete días para volver a pisar su amado restaurante, así que por qué no.

 

Se vistió con sus jeans oscuros y ajustados, sus zapatillas deportivas de color blanco con adornos en rojo y azul, una camiseta cualquiera y un suéter naranja rojizo. Al bajar las escaleras la muchacha le sonrió y él se despidió de ella, para recibir un asentimiento lleno de amabilidad.

 

Llamó un taxi para que le llevase a ese lugar en específico y notó miradas sobre él cuando empezó a acercarse a la cuidad, quizá solo era su imaginación. Durante el camino el lugar le parecía cada vez más familiar, no sabía por qué. Al llegar al lugar, entró después de haberle pagado al bien hombre y comenzó a buscar alguna mesa solitaria. 

 

Permaneció ahí sólo unos minutos y entonces alguien tocó su hombro después de que él guardara su celular en el bolsillo de su pantalón. Observó el rostro del hombre parado a su lado, ligeramente inclinado hacia adelante. Su piel morena y su particular cabello, los aretes en su oreja y la cicatriz en su ojo.

 

—    ¿Qué haces aquí, Zoro? —


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