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Una vida no tan tranquila por mei yuuki

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Notas del fanfic:

Los personajes no me pertenecen, ya saben. Esta idea es un poco una locura, pero tenía que escribirla porque me pareció entretenida de desarrollar, y además el fandom necesita material en español. Así que, aquí estamos. De antemano, ¡gracias por leer!

     Reconoció la sensación de tener un par de ojos sobre su nuca y pasos acechándole desde la primera vez que se presentaron. El actuar de los responsables era dolorosamente obvio; William estaba seguro de poder encontrarlos en cuanto diese media vuelta, pero decidió que no era necesario terminar tan deprisa con la ridícula persecución. Al ser simples aficionados en lugar de los asesinos profesionales que él y Sherlock habrían esperado por parte de la inteligencia británica, si les permitían proceder acabarían descubriendo sus motivos de una forma u otra.

     Tenían bastante tiempo.

     ―Esta vez me han seguido hasta cerca de aquí desde el centro de la ciudad ―le comentó Sherlock con indiferencia una tarde, mientras dejaba sobre la mesa la bolsa de comestibles que traía―. Empezaron a medio camino y se detuvieron hace apenas dos o tres calles.

     ―¿De nuevo nadie vino buscando información? ―Tras echarle un vistazo a su rostro y descubrir la respuesta antes de que la verbalizara, William se puso a husmear el contenido. Casi eran más atractivas las verduras y las sardinas frescas que aquella historia de los acosadores.

     ―No, pero tal vez debí ir yo a su encuentro de una vez ―repuso con un mohín, despejándose el cabello negro de la frente―. Es irritante sentirme vigilado cada vez que pongo los pies en la calle y solo esperar.

      ―Así debieron sentirse los criminales de tus casos ―dijo con la sombra de una sonrisa en tanto trasladaba los víveres hacia la cocina―. Si bien podría decirse lo mismo de mí, supongo.

     ―Deberían dejarse caer en un par de días. Si no lo hacen para entonces, nos adelantaremos.

     Aunque menos impaciente que él, William concordaba con su predicción. Quienes fueran estaban acercándose y parecían reunir valor con cada día que pasaba.

     Desde que dejaron atrás Inglaterra, adoptaron la costumbre de no permanecer más allá de unos pocos meses en el mismo sitio. Debajo de la estrategia para garantizar la seguridad y el anonimato de ambos ―sobre todo el suyo―, William adivinaba que Sherlock pretendía distraerlo con tantos lugares y objetos nuevos que explorar. Le había arrebatado de las aguas del Támesis pero estaba dispuesto a sumergirle en el olvido si con ello lograba insuflarle deseos de vivir.

     Lo cierto era que teniéndole cerca no le preocupaba que fuera imposible evadir la realidad eternamente. Le conmovían sus sentimientos sinceros; siempre traducidos en acciones más que en palabras, de las que nunca necesitaron depender. Sherlock era capaz de amar incluso sus pecados, y en respuesta a ello solo podía entregarse. Luchar contra ello, como hizo en el pasado, carecía ahora de sentido.

     ―¿Tienes alguna crítica respecto a la comida? ―inquirió con una afabilidad que no encubría por completo la diversión en su tono de voz. Esa noche había sido su turno de preparar la cena, y como sucedía en cada oportunidad en la que estaba a cargo, Sherlock llevaba varios minutos cortando con el tenedor pequeños trozos y desparramándolos en círculos por el plato.

     ―Debí vigilarte mientras hacías esto, aunque te quejaras ―dijo señalando el Stargazy pie que preparó William, cuyas cabezas de sardina sobresalían de la corteza tostada con burla. Una arruga apareció en el puente de su nariz para reafirmar su desagrado―. La masa de esta cosa está tan dura que creí que rompería los cubiertos, además exageraste con la sal y las especias.

     ―Sigue siendo perfectamente comestible. ―No podía negar que encontró algo de resistencia cuando intentó cortar un poco y llevárselo a la boca para demostrar su punto. El cuchillo chirrió contra la porcelana y estuvo cerca de resbalar de su mano, pero al final lo consiguió. En definitiva, el sabor no era espantoso. ―Puse especial cuidado en que no se quemaran por ninguna parte esta vez.

     Apoyando el codo sobre la mesa ovalada y el mentón en su mano, Sherlock resopló como si se diera por vencido.

     ―Ya que eres un principiante, ¿por qué no intentas con algo más fácil?

     ―Mi hermano Louis solía prepararlo para nosotros y no creí que fuera complicado ―afirmó ecuánime, recordándolo con claridad. Le gustaba esa receta y no consideró que su falta de talento culinario fuera un enorme impedimento.

     ―Si necesitas ayuda, solo tienes que pedírmela. ―Le sonrió con arrogancia, alzando una ceja―. No es como que puedas ser brillante en todos los aspectos, Liam.

     ―Agradezco tu oferta, pero creo que sería peor. ―Devolvió el gesto con sarcasmo e inclinó el rostro hacia un lado con suavidad. ―Tampoco es que seas un gran cocinero, Sherly. Sería mejor que laves la vajilla sucia.

     ―Al menos tengo mejor sentido del gusto.                       

     A pesar de los comentarios que soltara, la mayoría de las veces terminaba comiéndose sus platillos experimentales aun sin hambre. Si iba a tener tales consideraciones con él, William hubiese preferido que en su lugar limpiara el apartamento y los trastes, dos tareas a las que parecía ser alérgico.

     Antes de acostarse esa noche, le transmitió la idea que tuvo para encargarse del problema de su perseguidor desconocido. Con la cabeza encima de su regazo, el detective le escuchó sin intervenir; los ojos seguían el movimiento pausado de sus labios al pronunciar cada sílaba. William tuvo la fuerte impresión de haberse apresurado al revelarle tan solo los esbozos del plan. Optó por posponer el tema.

     ―Ha crecido ―dijo pasando los dedos a través de los largos mechones de cabello negro, momentos después de que la conversación murió.

     ―¿Mmm? ―Saliendo del letargo, la cabeza de Sherlock se movió apenas encima de sus muslos. Abrió un ojo y se tapó la boca para bostezar.

     ―Hablo de tu cabello; no has vuelto a cortarlo.

     ―Lo olvidé ―masculló dejando salir un gruñido somnoliento. Se dio la vuelta, recostándose de lado; suspiró complacido cuando las caricias prosiguieron―. Tal vez solo lo deje así, ¿qué te parece?

     ―Harías bien, así será más difícil que alguien te reconozca.

     Ante esta respuesta esencialmente pragmática, Sherlock se incorporó a medias y extendió los brazos a su alrededor.

     ―Vamos, no puedes ser tan frío mientras me acaricias. ―Una mueca sagaz apareció en su rostro al levantarlo. Estrechó la cintura de William con ahínco. ―Sé honesto y reconoce que te gusta cómo me veo.

     ―¿Tanto quieres que satisfaga tu vanidad? ―evadió su exigencia y añadió a sus palabras la misma cantidad de malicia― A pesar de que no dije que me disgustara.

     ―Tú ya sabes lo que pienso de ti, Liam. ―Le liberó de su abrazo para enderezarse sobre las colchas blancas sin deshacer. ―No debería llamarte la atención que espere lo mismo. ―Aun así, Sherlock prefirió besarlo antes que prolongar la charla.

     William cedió a la suave presión del empuje sobre sus hombros y se tendió de espaldas. Bajo el influjo de su cuerpo cálido, de su boca moviéndose sobre la suya para despertar su deseo, solía caer en un estado similar al de la embriaguez. No obstante, a veces su consciencia arañaba la superficie, y en medio de la extraña lucidez de esos instantes, todavía le asaltaba cierta sorpresa. Nadie habría pensado que el detective Sherlock Holmes se enredaría de manera voluntaria entre sus redes; y en medio de sus numerosos ardides, tampoco él pudo concebir que le querría como individuo en lugar de enigma viviente, y pese a todos sus crímenes. El mismo estupor que los ciudadanos de Londres debían haber experimentado al verlo saltar le había atravesado corazón.

     Sherlock tiraba de las cuerdas que los unían y las apretaba las veces suficientes para mantener en su lugar los fragmentos que se desprendían de su pecho. Justo como hizo ahora, mientras yacían en la cama, William podía aferrarse a su mano cuando su fortaleza se viniese abajo, ya fuese debido a la aflicción o al placer.

     Una mancha desplazándose por el rabillo de su ojo le confirmó que había hecho la elección correcta al salir de compras en lugar de Liam. No se dejó persuadir por el hecho de que hubiese una cantidad considerable de gente en las calles; tras estar a merced de su escrutinio por tantos días, le era posible distinguir la mirada del fisgón de turno por sobre las demás.

     Se detuvo para comprar un periódico a un vendedor ambulante, lo desplegó y echó un vistazo por encima de las hojas. En realidad, tomó la iniciativa de salir para no tener que encargarse del aseo del apartamento. Organizado como era, Liam le propuso distribuirse de forma equitativa las obligaciones que adquirieran en su nueva vida en común; decisión razonable en la que Sherlock estuvo de acuerdo. Sin embargo, al tratarse de labores tan soporíferas, se le dificultaba llevarlas a cabo con regularidad sin caer en la tentación de escabullirse.

     Cerró el periódico y echó a caminar otra vez. A decir verdad, contaba con un par de ideas bajo la manga para forzar a sus acosadores a mostrar la cara; pero la sugerencia que, con premeditada naturalidad, Liam dejó caer la otra noche seguía molestándole. Si la delicada posición en que se hallaba no disuadía a su amante de tomar acciones tan riesgosas, tendría que valerse de otros métodos para hacérselo entender.

     Dio una vuelta alrededor del mercado para comprobar si se las arreglarían para seguirle incluso a través el tumulto. Se demoró varios minutos entre los puestos apiñados, y cuando los dejó atrás, se desvió de la avenida principal fumándose un cigarrillo. Aunque pasaba del mediodía, las calles más apartadas y pequeñas estaban desoladas en comparación con el resto del barrio. Un lugar idóneo para una emboscada.

     Frenó sus pasos a la entrada de un callejón y sacando la mano del bolsillo, miró de soslayo a los dos hombres que lo seguían.

     ―Entonces, ¿finalmente me dirán que diablos buscan? ―Como dedujo que harían, ambos se precipitaron contra su espalda después de intercambiar una breve mirada nerviosa. Por sus ropas ajadas, adivinó que se trataba de simples peones que no tendrían ninguna respuesta para darle. ―Si van a ser tan predecibles, espero que esto valga la pena.

     Lanzó al piso adoquinado el cigarro que traía en la boca y se volvió para estampar el periódico contra el rostro del primer sujeto que le alcanzó.

     Al recobrar la consciencia, Sherlock cayó en la cuenta de que estaba atado a una silla cuya madera no dejaba crujir ante el más leve movimiento. El ambiente hedía a humedad y una venda le cubría los ojos, mas no la boca; lo que solo podía significar que se encontraba en algún sitio remoto donde cualquier ruido que hiciera no llamaría la atención de nadie. Las cuerdas en torno a sus muñecas estaban algo apretadas, pero no lo suficiente para apresarle por demasiado tiempo. La nuca le palpitaba al son del golpe recibido.

     Percibió el sonido de voces inmersas en una discusión, probablemente en una habitación contigua, y aguzó el oído.

     ―Ustedes, miserables, ¡son unos malditos imbéciles! ―Chilló la voz encolerizada de un hombre. Le siguió el estruendo de un objeto al quebrarse― ¿Qué hay dentro de sus cabezas que les impide seguir instrucciones tan simples?

     ―Imbéciles seríamos si no aprovechábamos la oportunidad ―le respondió otro en tono de reproche; su voz era menos aguda que la primera―. Después de tanto vigilar a esos dos, este tipo vino a hacia nosotros por sí mismo, ¿qué otra cosa podíamos hacer?

     ―¡No me importa! ―De nuevo un estrépito. ―Les dije que no se apresuraran y que quería al de cabello rubio; a ese bastardo tenían que traer, no a este. Es con él con quien tengo asuntos que arreglar.  

     Que Liam fuese el objetivo de aquellos maleantes de poca monta siempre fue el escenario más factible; los enemigos que se habría granjeado a lo largo de su carrera criminal fácilmente triplicarían los que Sherlock podría tener como detective asesor. Corroborado esto, le aliviaba haberse dejado capturar en su lugar. Quien quiera que fuese, el líder de esos matones destilaba ira y dudaba que fuera capaz de controlar sus impulsos.

     Empezó a trabajar en soltarse de las amarras. El volumen había descendido y ya no podía escucharles con nitidez; sabía que pensaban utilizarle para atraer a Liam, pero le hubiese gustado averiguar la cantidad exacta de oponentes a los que se enfrentaría cuando llegara el momento.

     Liam iba a esperarle para almorzar. No obstante, cuando decidieron acordarse de su existencia, calculó que el reloj ya anunciaría la hora del té.

     En cuanto advirtió el crujir de las tablas, dejó de remover las manos entre las sogas y aguardó. Enseguida, el mismo sujeto que antes oyó despotricar ordenó que le quitaran la venda y esta le fue retirada con premura.  

     ―Pensé que serías uno de sus cómplices, pero realmente eres ese detective famoso, ¿no? ―Sherlock parpadeó: el lugar era un nido de sombras que le imposibilitaba distinguir el rostro del individuo delante de él. Vislumbró una extraña mancha amorfa. ―Vi tu retrato en los periódicos cuando moriste. ¿Cómo es que estás con ese tipo? ¿No era tu enemigo también?

     ―Me confundes con alguien más ―dijo y bajó la cabeza con un encogimiento de hombros. No se andaría con medias tintas―, pero ya que les hice el favor de seguirles el juego y venir aquí, dime, ¿quién demonios eres? Es obvio lo que planeas, así que sáltate esa parte.

     Miró de una en una las tres figuras amparadas por la oscuridad. El cuarto era amplio, como una sala de estar, pero carecía de mobiliario. Las ventanas, notó, estaban bloqueadas por tablas de madera.

     De pronto, su interlocutor comenzó a balbucear frenéticamente.    

     ―… Es obvio, ¿dices? ―Otra vez encolerizado, saltó hacia el frente y clavó los dedos huesudos en el hombro de Sherlock. Le sacudió a la vez que siseaba―: No tienes idea, ni siquiera imaginas lo que esa escoria de clase baja me hizo. Cualquier cosa que le haga no será suficiente.

     ―¿Clase baja? ―Entornó las cejas, asimilando el alcance de la acusación. Hasta donde abarcaba su conocimiento, aparte de él pocas personas en el mundo conocían el secreto de la verdadera identidad de Liam. No creía que las pruebas que le entregó al confesárselo hayan visto la luz tras su desaparición; el resto de los Moriarty no lo habrían permitido. Y estando muerto, nadie se esforzaría por hurgar en los intersticios de su pasado.

     Le acudió al pensamiento la más improbable de las alternativas, y no le gustó en absoluto.

     ―No lo creía cuando lo vi en esta ciudad, pero jamás olvidé la cara de ese impostor ―continuó parloteando. Se alejó dos pasos y empezó a dar vueltas a su alrededor―. ¡Sigue vivo! Entonces puedo vengarme de él; aunque ya nunca recupere lo que me robó, me aseguraré de regresarle tanto de mi sufrimiento como pueda. Nadie va a impedírmelo.

     ―Te habría venido bien ser más discreto ―le señaló Sherlock con ironía―. Diría que tanto tiempo ocultándote no te enseñó nada.

     ―¿Así que crees que lo sabes, Holmes, o como sea que te hagas llamar? ―Mientras el hombre cesaba sus nerviosos movimientos y volvía a inclinarse sobre él, como si al escucharle recordase su presencia, el detective fijó la vista en su semblante. Lo que en primera instancia interpretó como un efecto de la falta de luz y de su vista desacostumbrada a ella, comprendió que se trataba de una cualidad tangible. Largas y oscuras cicatrices cubrían aquellas facciones distorsionadas, y casi no tenía pelo― Adelante, culpa a ese bastardo de que estés envuelto en esto. No, mejor a ti mismo, por no hacer un buen trabajo matándolo.

     Seguir dialogando con ese desquiciado era un atentado hacia su inteligencia y sentido común; tenía que largarse de ahí lo antes posible y evitar que Liam se enterase de la verdad. Confiaba en sus habilidades para quitárselos de encima, aunque su visión menguada supondría una dificultad extra.

     Finalmente perdió el interés en Sherlock y se alejó escupiendo maldiciones entre dientes; los otros dos le siguieron por el pasillo y le dejaron a solas una vez más. No le mantendrían vigilado si pensaban que un escape sería imposible, de modo que se dispuso a librarse de las ataduras sin miramientos.

     Apretó los dientes; para cuando deshizo el último nudo sentía las muñecas como si las hubiese puesto sobre la estufa. Se puso en pie, lanzó la cuerda a un lado y dio un paso al frente, tentativo. Al no percibir sonido alguno, continuó avanzando cerca de la pared. Aquella guarida improvisada debía tratarse de alguna de las casas en ruinas de los barrios bajos de la ciudad; un sector no muy alejado del lugar en que le atraparon.

     En el pasillo estrecho no se encontró con nadie, lo cual le indujo a sospechar. Tal vez estuviesen en alguna de las habitaciones de su derecha, donde corredor doblaba. Si no era eso, entonces quizás…

     ―¡Sherlock! ―la exclamación contenida le llegó desde la izquierda, por la puerta que en ese momento se entreabría para revelar la figura de Liam. Un rayo de luz de la tarde incidió en el muro a través de la abertura y dejó al descubierto su expresión pétrea de labios apretados―. Tal parece que no necesitabas tanta ayuda después de todo.

     Se adelantó para acercársele, pero Sherlock le cortó el paso deprisa.

     ―Te explicaré todo afuera, hay que salir de aquí primero―. Las cejas doradas se alzaron con sorpresa y sus ojos rojos destellaron; percibía la cólera gélida que emanaban como si le azotara una ventisca, pero de momento su prioridad era sacarlo de allí.

     ―¿Ni siquiera vas a preguntarme cómo encontré este lugar? ―Miró por encima del hombro de Sherlock, renuente a retroceder. Vestía una capa negra con capucha, como la que le vio usar antaño, y sostenía en la mano izquierda el revolver que conservaban en caso de una emergencia. ―Recibí una encantadora nota de alguien que amenazaba con quemarte vivo si no venía antes del anochecer.

     Una venganza consecuente, pensó al recordar la cara del lunático. Posó la mano en su hombro y empleó un tono persuasivo:

     ―Vamos a casa, Liam, no hay necesidad de… ―Detrás de él, el inconfundible chasquido del cañón de un arma le interrumpió. Torció la boca y se maldijo por no ser más veloz y llevarle a rastras de ser necesario. Ahora la confrontación era inevitable.

     ―¡Has venido! Llegué a creer que la vida de este tipo no serviría para nada. ―Más pronunciada que antes, la nota histérica en la voz de aquel hombre fue inconfundible. ―Habría preferido usar a tu hermano menor, ya sabes, pero no está contigo.

     La mirada afilada en los ojos de su amante pareció endurecerse aún más ante la mención de Louis. El rostro pálido y terso que a Sherlock tanto le gustaba acunar adoptó un aire hostil; retiró la mano del detective de su hombro.

     ―¿Quién es usted? Si tiene algo personal contra mí, aquí me tiene. No involucre a otras personas.

     ―¿Involucrarlos? ¿Yo? ―Escuchó su risa además de los pasos aproximándose, pero no se volvió. Se fijó en los nudillos blancos de la mano de Liam que sostenía el arma, contra su costado, y tuvo la impresión de verla temblar. ―Basuras inmundas. Todos ustedes participaron ese día, ¡son igual de culpables!

     ―¿Tú eres…? ―Se movió un palmo hacia el lado para observar con detenimiento al sujeto que le apuntaba. Sherlock vio su entrecejo curvarse y luego, lentamente, pasó de la cautela a una perplejidad que fue en aumento.

     ―Esa es la misma cara que puse yo al verte aquí por primera vez ―dijo el hombre cuyos rasgos habían sido deformados de manera permanente por el fuego―. Esperabas ser el único que regresara de la muerte, ¿no? Falso William James Moriarty.

     Estático en su lugar, el matemático no pronunció palabra; la vista que tenía ante sí pareció ejercer una presión invisible y estar a punto de derrumbarle.

     Sherlock no se quedaría a ver como sucedía eso último.

     ―¡Liam! ―Lo llamó de inmediato, vehemente. ―Reacciona; no lo escuches. ―Le dio un toque ligero en el brazo que le sobresaltó como si recibiera una descarga eléctrica. ―Mírame a mí.

     Hizo lo que le pedía, y mientras lo observaba, su expresión se recompuso y dio luces de recuperar el aplomo. Compartieron un leve asentimiento antes de romper el contacto visual.

     ―¿Cómo lograste sobrevivir? ―Impersonal y fría, la pregunta salió disparada como una bala contra los nervios de su adversario. ―Nos aseguramos de que fuese imposible que tú o cualquiera saliera vivo del incendio.

     ―Cuando me sacaron de entre los escombros estaba inconsciente, y lo estuve por mucho tiempo, es todo lo que sé ―comenzó a refunfuñar, y Sherlock se percató de los temblores de furia que le recorrieron aunque solo alcanzaba a verle de refilón―. Habría preferido morir que vivir con esta forma y por mucho tiempo lo pensé… Hasta que te encontré en este país. ¿Cómo pude ser tan afortunado? ―El sonido de su risa áspera y húmeda llenó el espacio durante segundos que habría deseado ahorrarse. ―Te lo llevaste todo pero ya no tienes nada, y ahora que has vuelto al lugar al que perteneces, me aseguraré de que mueras en esta miseria.

     ―Te equivocas, todavía conservo algo. ―Con un movimiento lento, Liam alzó el revolver en su dirección. Su tono fue solemne al sentenciar―: El nombre de William James Moriarty, el cual te devuelvo ahora. Ya no lo necesitaré nunca más.

     Sherlock decidió tomárselo como la señal que estaba esperando para actuar. Tenía a aquel sujeto a centímetros, así que sin darle tiempo de reacción, le asestó un golpe en la cara con el codo. Giró en derredor y lo pateó a la altura del pecho tan rápido como fue capaz.

     El arma se le escapó de entre los dedos flácidos antes de que alcanzase a presionar el gatillo.

     Era cerca de la medianoche, pero William dobló con cuidado cada una de sus prendas y las fue acomodando dentro de la valija. Resultaba favorable que entre Sherlock y él poseyeran lo justo y necesario; de otro modo no podrían emprender la retirada con tanta celeridad.

     Sabiéndose observado, echó un vistazo hacia atrás y aguardó. Aunque tenían previsto partir antes de que asomaran las primeras luces del amanecer, su terco amante prefería rondarle en vez de empacar sus propias cosas.

     ―No creo que ocurra nada porque nos quedemos uno o dos días más ―dijo Sherlock al tiempo que dejaba el umbral de la habitación para ir hasta su lado. William se reprendió por no continuar ignorándole―. Ya sé que estás molesto, pero sé razonable: nos estamos apresurando mucho.

         Se llevó la mano al mentón y le miró con fingida curiosidad.

     ―Es notable que digas eso cuando, literalmente, te precipitaste al peligro a la primera oportunidad que se te presentó.

     ―De acuerdo, improvisé un poco, pero me basé en el plan que tú me sugeriste, ¿no te acuerdas?

     ―Se suponía que yo sería el señuelo y que lo haríamos en conjunto ―replicó, cruzándose de brazos―. Te expliqué que ya lo había hecho antes; solo teníamos que investigar y adecuar la estrategia a la situación.

     ―Lo que me estás diciendo es que tú puedes usarte a ti mismo en un plan suicida pero yo no. ―Arrugas profundas se le marcaron en la frente y sus ojos azules se ensombrecieron hasta asemejar dos charcos de tinta. ―Jamás te seguiré en algo así de nuevo. Creía que ya lo habías entendido, pero con esto me di cuenta de que no es así.

     Sostuvo su mirada con dureza, pero acabó desviándola hacia la maleta encima de la cama. Estaba en lo cierto, fue imprudente al pretender que él se plegara a tal idea como si fuese uno de sus antiguos compañeros; solo consiguió provocarlo para que tomara el camino más arriesgado posible. Comprenderlo le supuso una puñalada de culpa.

     ―Yo era el objetivo y siempre lo seré ―dijo al fin, con dolor, y dejó caer los brazos―. No debes arriesgar tu vida en mi lugar, no es justo. ―No quería expresar a viva voz el resto de pensamientos que supuraban de la herida, si bien estaba seguro de que Sherlock ya los habría descubierto―. En cambio, después de lo que viste hoy y con todo lo que ya sabes sobre mí, deberías…

     ―Que te persigan a ti o a mí no hace diferencia ―cortó su discurso con un tono casi imperativo que contrastó con la delicadeza con que tomó sus manos―. Es parte de estar juntos. No te dejaré al lado del camino porque surjan problemas molestos, aunque esta vez cometí un error. ―Bajó la vista y su expresión se tornó agria. ―No pude evitar que ustedes se encontraran.

     Le sorprendió de sobremanera escucharle y verle irritado consigo mismo por ese detalle; tanto que olvidó que planeaba rebatirle.

     ―De todas las cosas, elegiste preocuparte por esa. ―Sonrió con tristeza y fijó la vista en sus manos juntas. ―Ya no sé cuál de los dos perdió de vista lo que importaba.

     ―Hace mucho que decidí qué es lo que me importa. ―Le soltó y enseguida se abrió paso hasta su cintura, la que rodeó para acercar su cuerpo al suyo. ―Ningún demente puede hacerme cambiar de parecer.

     William presionó las palmas contra su pecho y se quedó inmóvil, contemplandole, en vez de dejarse envolver por sus brazos.

     ―En estas circunstancias, otros podrían decir que el demente eres tú, Sherly. ―Su garganta se contrajo por una emoción indescriptible. Ese mismo día había puesto fin a la vida alguien justo delante de él, a un fantasma que invadiría su mente cuando cerrara los ojos, pero nada de eso lo hizo vacilar.

     Sherlock todavía le miraba como si su existencia mereciera algún tipo de adoración.

     ―Que lo hagan, ya me acostumbré a ser malinterpretado ―bufó y sus labios se elevaron en una sonrisa arrogante.

      Apoyó la cabeza sobre su hombro; se sintió tentado a suspirar al sentir su cabello rozarle la mejilla y sus caricias en la espalda. Divagó por un rato, entonces un recuerdo reciente le sacó de su ensimismamiento.

     ―Creo que también debería dejarlo crecer ―dijo y tiró ligeramente de un mechón oscuro. Hacía poco tiempo desde que abandonó el hábito de atarlo siempre.

     ―¿Para prevenir que te reconozcan? ―Sherlock se separó para encararle con interés.

     ―Quizá. ―Volvió la vista hacia la nada. ―Tengo que despedirme de William James Moriarty de una vez, aunque se trate de un cambio irrelevante.

     ―Yo ya me olvidé de ese nombre. ―Delineó su pómulo con la punta de los dedos hasta que los iris escarlata regresaron a él. ―Solo Liam está delante de mí en este momento.

     No lo rechazó cuando sus labios, dispuestos a beber sus inquietudes, se aventuraron a su encuentro, aunque aún les restaba un dilema que resolver.

     ―Un día más, pero debemos irnos ―accedió al distanciarse, retornando al tema inicial―. Tampoco hemos decidido a dónde nos dirigiremos.

     Con gesto pensativo, Sherlock rodeó el lecho para ir a buscar la caja de cigarros sobre la mesita de noche.

     ―Vámonos a París, en una ciudad tan grande será más fácil mezclarnos ―propuso mientras encendía uno―, ¿qué dices?

     Tomó asiento sobre el suave colchón y reflexionó acerca de las ventajas y los riesgos que podía encerrar establecerse en la capital francesa.

     ―Conoces el lugar, así que será más seguro que ir a ciegas. ―Miró por encima del hombro, directo a la ventana cuyas cortinas no descorrió esa última noche. ―Aunque tal vez encontremos a alguien que conozcas.

     ―Nos ocuparemos de eso si se da el caso. ―Se sentó a su lado y expulsó el humo con placentera indolencia. ―Confía en mí, Liam, te gustará París. Hay muchas cosas que puedes hacer para entretenerte.

     ―Tal vez lo haga, siempre y cuando no se repita lo que pasó aquí.

     ―No haré ningún movimiento por mi cuenta mientras no lo intentes primero, ¿es un trato? ―A William le supo a amenaza velada, una de la que no tenía moral para quejarse dada su responsabilidad en los hechos anteriores.

     ―Es un trato. El que lo rompa tendrá que dar una compensación a la otra parte ―dictaminó dándole una larga mirada.

     ―No serías tú si no intentas tener la última palabra, ¿cierto?

     ―Solo me aseguro de que sea más interesante.

     El detective se adelantó para dejarle un beso en la comisura de la boca, una especie de travesura saturada de humo. Le empujó por el hombro; ver que había conseguido arrancarle una sonrisa pareció satisfacerlo.

     William contaba con una extraordinaria cantidad de conocimientos que excedía los límites de lo necesario para una persona común. No obstante, la manera en que Sherlock se las ingeniaba para terminar con sus discusiones escapaba a todos ellos. Gracias a eso, París no les recibiría enfadados el uno con el otro.


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