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El voto de Parcas por yaoiana

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−       Despierta − escuchaba un susurro a lo lejos. Sus ojos estaban pesados, su cuerpo no le respondía, se sentía atrapado… encerrado. 

 

−        Despierta Hades− volvió a escuchar la misma voz, pero esta vez un poco más nítida.  Creía haber oído  esa tonalidad antes pero…. ¿en dónde?  ¿En dónde estaba?, ¿por qué no podía moverse?, ¿por qué estaba tan agotado?  Con algo de esfuerzo intentó abrir sus párpados, pero el golpe de luz lo encegueció por un buen tiempo.  ¿Cuánto tiempo llevaba así?, lo único que recordaba era recibir un golpe fuerte… un golpe de parte de Atenea.  ¡Maldita desgraciada!, ¿cómo osaba atacarlo en su reino?, jamás la perdonaría. Tampoco perdonaría al maldito santo de bronce que golpeó su rostro.  Para su satisfacción, lo había dejado lisiado al insertarle su espada Sheol en el pecho. El solo hecho de recordarlo le daba un inmenso regocijo que dolió al mover los músculos de su cara en una sonrisa.

 

Por otro lado, la diosa Atenea se encontraba llena de preocupación, sus lágrimas brotaban de sus ojos cada tanto al tan solo mirar al guerrero inerte frente a ella. Se encontraba en estado vegetativo, pues al tratar de protegerla había sido atravesado por Hades.

 

−       Debí ser yo y no tú− exclamó afligida. Sus lágrimas brotaban sin cesar mientras Shun trataba de calmarla, pues había algo más apremiante que su estado vegetativo y era la maldición impuesta sobre Seiya, la cual parecía desconocer Saori.

 

−       Andrómeda se acercó a Saori tratando de calmarla para que lo escuchara, una vez obtuvo su atención, le contó sobre la maldición.

 

 

−       Lamento decirle que no podemos detenernos a llorar por Seiya, mientras estamos aquí su vida se acorta.

 

La diosa no pudo evitar mirarlo sorprendida pero sabía que algo no estaba bien.

 

−       ­¿A qué te refieres?

 

−       Hades impuso una maldición sobre Seiya con su espada fantasma. Si no hacemos algo por retirar esa maldición en 3 días… su corazón será atravesado e irremediablemente morirá.

 

Esto alertó a Saori quien sabía que no estaba en su poder detener dicha maldición, por lo que algo exasperada decidió recurrir a su hermana Artemisa. Ellas no se llevaban exactamente bien, pero lo más importante era salvar a Seiya. De inmediato se dispuso a ir al templo de su hermana, aun sabiendo que quizá ella no desearía ayudarle, cosa que ocurrió.

Al llegar al templo, la diosa Hécate quien se encontraba de visita, se interpuso en su camino, ofreciéndose a guiarlos hasta Artemisa. Hécate los guío dentro del templo hasta que Calisto, quien servía a Artemisa, los vio y decidió interceptarlos en su camino.

 

−Hécate métete en tus asuntos, ¿cómo puedes guiar a los intrusos al templo de mi diosa tan fácilmente?−

 

−No esperaba encontrarte, no tan pronto Calisto−. Parecía una pelea estaba por iniciar cuando Artemisa entró deteniendo a su subordinada.

 

−Atenea, mi querida hermana traidora− expresó con  tono de desprecio, puesto que todo el Olimpo sabía que había derrotado a Hades, violando las directrices de su padre Zeus. No obstante, permitió la estadía de su hermana  y  su guerrero, sabiendo de antemano lo que pretendía solicitarle.

 

−Si vienes a pedirme que salve a aquel joven, lamento decirte que vienes en vano, la muerte de ese joven es necesaria−.El rostro de Shun y Saori se desfiguraron por la respuesta de la diosa frente a ellos

 

−Hermana sé que crees eso debido a la profecía, pero no puedo dejarlo morir, es uno de mis guerreros más queridos y por protegerme está así−. Artemisa no pudo evitar reír mientras se acercaba a su hermana, sin cambiar su mirada de desprecio.

 

−La muerte de ese joven me pertenece y sabes que no podemos permitir que viva, eso pone en riesgo al Olimpo. Si realmente ese joven está destinado a ser la pareja de Hades, sabes que el fruto que nazca de ellos provocaría un caos para el Olimpo y para la humanidad misma.

 

Saori conocía bien esa profecía, no sabía si realmente el fruto del amor eterno entre Hades y Seiya realmente causaría tanto mal como todos decían, lo que sí sabía es que ambos estaban destinados a reencarnar y sufrir eternamente. −Te lo ruego hermana, haré lo que sea para poder protegerlo, aún si tú no deseas ayudarme, por favor quiero contar con tu apoyo− rogó.

Artemisa suspiro mientras con sus dedos tomaba un mechón del cabello lila, acariciándolo lentamente para después mirarla fijamente a los ojos.

 

−Veo que realmente aprecias la vida de ese joven… bien los ayudaré, sin embargo, el poder que buscas para salvarlo no solo es mío, tendrás que ir a unos cuantos templos más y conseguir que te ayuden pues al ser un poder compartido, requiero del poder de nuestro hermano Apolo. El problema es encontrar a  Cronos padre del tiempo.

Saori suspiró aliviada mientras abrazaba a su querida hermana, la cual se alejó soltándose de aquel tacto amoroso. −No nos pongamos sentimentales, nunca lo hemos sido, ahora vete y reza a los dioses por que tengas suerte. Mientras todo esto ocurría, Hécate y Calisto se limitaron a escuchar y observar la escena. Calisto por supuesto no estaba de acuerdo con ayudar a Atenea, pues sabía que si algún mal se desataba por ese humano y Hades, quien pagaría la ira de los demás dioses sería Artemisa.

 

Una vez que Saori y Shun se retiraron en busca de Apolo y Cronos, la cazadora se apresuró y llamó a uno de los arcángeles celestiales, ordenando a asesinar al joven caballero de bronce.

Hécate alterada por aquello,  decidió tomar cartas en el asunto y bajó al inframundo. Ella era una fiel sirvienta del rey del averno, esto debido a que él le parecía un gran líder y un dios justo, incluso en sus adentros, creía que Hades debería gobernar el Olimpo y no el caprichoso de Zeus. También estaba el hecho de que el ojiazul era sumamente ilustrado, conocía un sinfín de hechizos, conjuros y runas de la edad de oro. Eran bastante compatibles y el monarca le había ofrecido un lugar particular para ella. Hades la aceptaba a pesar de ser una titánide.

Al pasar la entrada, sintió un poder diferente, algo que no debía estar allí. Rezó un conjuro de ubicación y una estela de luz y humo comenzaron a guiarla.  Se topó con un campo de fuerza dimensional y con sus habilidades divinas, logró pasar.  Lo que observó la dejó congelada. Deméter tenía recostada la cabeza del dios del infierno en su regazo.

 

−       ¿Qué es lo que sucede aquí?− preguntó la hechicera con molestia.

 

−       Qué bueno que llegas querida, te esperábamos− comentó la diosa de la naturaleza en tono burlesco.

 

−       ¿Qué haces con el señor Hades?− indagó, observando como el dios no había movido ni un solo músculo al ser mencionado.

 

−       La pregunta es… ¿qué haremos ambas con él?− contestó.  Hécate la miró con duda y sigilo, aquello era casi irreal.  Ambos dioses eran enemigos a muerte y verlos en aquella escena era repulsivo. Se acercó a ambos, inspeccionó a su señor y vio que no se encontraba del todo bien. Su cuerpo emitía muy poco cosmos.

 

−       Él se pondrá bien, su cosmos está menguado porque está en trance. He roto su maldición, pero tuve que implementar mucho de su aura. Dentro de poco despertará con todos sus recuerdos. Atenea lo lastimó mucho, fue complejo salvarlo.

 

-        ¿Por qué estás haciendo esto, Deméter?, tu odias al señor Hades, incluso participaste en el sello que le lanzaron desde el Olimpo. 

 

-        Por mi hija, si Hades no recuperaba nunca sus recuerdos, siempre estaría tras Perséfone.  Por mi puede caerse todo el Olimpo si tengo a mi hija para mí− manifestó la reina de la naturaleza− no voy a tolerar por más tiempo el perderla por una tonta profecía a la que Zeus teme.

 

            La respuesta tomó por sorpresa a la bruja, si había una diosa con el sentido más evolucionado de la maternidad, esa era Deméter.  Sabía que la castaña había sufrido por mucho tiempo a manos de Hades y el rapto de Perséfone, por eso al inicio le parecía irreal que ella estuviera ayudando al dios. Pero ahora que la escuchaba, todo tenía sentido, si Hades recuperaba sus remembranzas, recordaría que no amaba ya a la deidad menor.

 

−       Estoy dispuesta a ayudarte, solo por mi señor Hades.  De antemano debes saber que Calisto ha enviado a un arcángel para eliminar a Pegaso. Atenea ha estado en el templo de Artemisa y allí los he escuchado.

 

−       Radamantis… − mencionó el dios del averno con tono tosco. El mayor poco a poco se reincorporaba pero se sentía débil.  No sabía dónde estaba, pero había logrado escuchar la conversación entre las dos féminas. Seiya estaba en apuros y no dejaría que nada le pasara.

 

−       Mi señor− dijo el juez presentándose y haciendo una reverencia− dichosos los espectros que lo vemos en furor.  ¿Qué ordena mí, señor?

 

−       Rescata a Pegaso y tráelo aquí.

 

−       Su orden es ley− mencionó para retirarse−. Todo el santuario se sorprendería de ver nuevamente a los espectros en pie.  Los espectros estaban muertos, por eso por más que los combatieran ellos volverían a la vida si su señor existía.

 

−       Mi señor, ¿cómo se encuentra?− preguntó la hechicera al ver el impávido rostro del dios antiguo.

 

−       Zeus y el Olimpo caerán ante mi mano, esta traición jamás la he de perdonar− espetó con ira sintiendo como su cosmos se encendía con potencia y violencia.  Ambas féminas se miraron y en silencio temblaron ante la ira del dios. Si había alguien más peligroso que Zeus, ese era Hades.

 

−       Tranquilícese mi señor, el sigilo y el secreto serán sus aliados ante la victoria.  No debe dar muestras de su existencia, todos los dioses creen que usted ha perecido ante la mano de Atenea.

 

−       Hades, no me interesa que pase en el Olimpo, solo quiero tener un lugar seguro para estar con mi hija.

 

−       Tu deseo será concedido, dama mía − mencionó el dios mientras besaba la mano de su antigua némesis− es a ti a quien debo mi resurgir, tendrás una vida privilegiada luego de que esta guerra termine.

           

Mientras tanto Tōma, el ángel celestial que Calisto había enviado con la misión sagrada de asesinar al Pegaso, llegó a su destino. Notó que nadie vigilaba el lugar donde se encontraba el caballero resguardado. Sin más, entró a la estancia y se detuvo a un lado del joven castaño, el cual se encontraba inconsciente aún y no tenía la posibilidad de defenderse.

 

 

−Es una lástima no poder luchar contigo, aquel caballero de bronce que es acreedor de tantas hazañas y hasta de una profecía, quien lo diría−.Sin más lo tomó del cuello y lo levantó comenzando a apretar cada vez su agarre, su finalidad era asfixiarlo. No obstante, el esfuerzo valió en vano cuando el ángel sintió una espada atravesar su espalda y pecho.  Su fuerza menguó mientras sentía que su cuerpo se incineraba y se perdía.

 

Radamantis había llegado a tiempo para evitar la muerte del caballero de Atenea.  No entendía por qué su amo lo había enviado a salvarlo, pero si algo sabía, es que Hades no daba puntada sin dedal.  Tomó al moribundo humano y sin ser percatado por nadie, desapareció del lugar.

En aquella dimensión ajena a la tierra y Olimpo,  el rey del averno era atendido por la diosa de la hechicería. Su cosmos poco a poco se reestablecía, pero su mente se sentía vilmente traicionada por el ser que creyó merecedor de todo su respeto y obediencia… Zeus.

Su hermano menor lo había salvado a él y a Poseidón, del cuerpo de su titán padre, por eso se sentía en deuda y agradecido con él, nunca le importó ser el mayor ni tampoco que el dios del rayo tuviera el trono. Creía que lo merecía… pero conocer que su hermano lo había engañado y maldecido por una profecía, lo hacía sentir denigrado y humillado.

 

-        Hécate, quiero oír la profecía, deseo conocer el porqué de la traición de Zeus.

 

-        El oráculo de Olimpia fue en donde surgió la profecía, al no ser en Delfos, muchos dioses no quisieron tomarla con veracidad, pero Zeus, la tomó de forma personal y violenta.

 

-        No me interesa saber dónde surgió, sino lo que dice− acotó el peli azabache−

 

-        Sí, mi señor…

 

“ Del fruto del amor del averno,

los demás dioses sufrirán el elixir del destierro.

Cuernos y trompetas cantarán el final,

de la era de oro, que bajo el manto negro se extinguirá.

 

Una traición de sangre se derramará,

y con ella el apocalipsis iniciará.

Rezad y pedid piedad,

pecadores que confunden justicia con falsa paz.

El nuevo rey les mostrará,

que el camino de la gloria, debe pasar por la horca.

 

No temáis, los puros de corazón,

que el dios oscuro, es realmente amor,

Más temblad malditos, que hacen daño

pues el Tártaro será triste, para quien labró en pecado.”

 

 

 

Hades  escuchaba absorto la profecía, sin duda era trágica.  Pero Zeus sabía que jamás combatiría por el trono, o hasta hace poco pensaba que su hermano jamás lo había visto como un peligro.  Salió de sus pensamientos cuando juez del infierno se posaba frente a él. Pegaso se encontraba en uno de los aposentos de aquel lugar ajeno a todos.

 

−       Mi señor, he llegado a tiempo. Han mandado asesinar al Pegaso, uno de los sirvientes de Artemisa pero lo he detenido y no me he dejado ver.

 

−       Bien hecho Radamantis, ¿dónde está?

 

 

−       En el cuarto de al lado mi señor… − menciona dubitativo− permiso para hablar, su majestad.

 

−       Concedido.

 

 

−       ¿Qué está aconteciendo? ¿por qué usted ha mandado a salvar al Pegaso? ¿por qué estamos en esta dimensión tan extraña?

 

−       Por el momento sólo debes saber qué debemos prepararnos para una guerra y de esta guerra saldremos victoriosos. El averno le declara la guerra al Olimpo.

 

El juez se queda sorprendido. Su rey nunca se había atrevido a levantar la mano al dios del Olimpo, a su propio hermano. Estaba muy confundido pero si algo sabía, es que Hades era un ser justo y racional.  Para que él tomara partido, debía ser algo sumamente importante.

 

−       Espero órdenes, mi señor.

 

−       Muchos aún creen en mi encierro, dejemos que lo sigan creyendo. Da la orden a los demás jueces, de que se organicen en sigilo. Pronto daré órdenes desde el averno.

 

−       Como indique, excelencia, ¿y el Pegaso?

 

 

−       De él me encargo yo.

 

Radamantis asintió y desapareció del sitio. El monarca se sentía intrigado al saber que Seiya se encontraba a unos cuantos pasos de él. Habían pasado tantas cosas juntos y de un momento a otro lo olvidaron, para seguir con aquella maldición de odiarse y enfrentarse una y otra vez durante las guerras santas. ¿Cuántos siglos transcurrieron?, ¿cuántas vidas había tenido que reencarnar Seiya una y otra vez?... Pensar en aquella crueldad le daba ganas de destruir todo a su paso. No obstante, se calmó y quiso rememorar todo lo vivido con él santo de bronce antes de ir a verlo.

 

Flash back

 

Un pequeño niño de cabello castaño se encontraba corriendo por el pequeño pueblo acompañado de un joven rubio.

 

−       Vamos Alone, apresúrate quiero mostrarte algo, me encantaría pudieses pintarlo para mí.

 

−       Espera Tenma, vas demasiado rápido−.De repente el joven rubio chocó contra alguien tirando su cuaderno de dibujo y algunos lápices. −Lo siento, no me fijé.

 

−       Un joven pelinegro lo miro con molestia y lo empujó haciéndolo caer al suelo

 

−       ¿Acaso crees que con una disculpa bastará?

 

−       No… yo lo siento en verdad.

 

El joven pelinegro lo tomó por el cuello y estaba dispuesto a golpearlo, sin embargo, no logro concretar la acción debido a que Tenma se abalanzó contra él.

 

−       Deja a mi hermano, sino puedes aceptar una disculpa sincera lárgate antes de que te rompa la cara.

 

−       ¿En serio crees que un debilucho como tú me vencerá? −. Ambos comenzaron a pelear, mientras el pequeño rubio los mirada con asombro sin saber qué hacer.

 

−       Tenma detente, no hagas esto, fue un accidente−. El sonido de su voz tenía un efecto calmante en el castaño, antes de golpearlo nuevamente, se detuvo a unos centímetros de su rostro.

 

−       Lárgate y no quiero te metas más con mi hermano.

 

−       Malditos huérfanos, me las pagarán− mencionó el otro mientras salía  huyendo temeroso con la nariz rota. Alone miraba fijamente a Tenma, este último sin atreverse a mirarlo a los ojos pues muchas veces le había reñido por su comportamiento.

 

−       Lo siento… pero siempre te protegeré no dejaré que nadie te haga daño, eres mi familia, eres lo que más amo en el mundo, daría mi vida si fuese necesario.

 

−       Lo sé, yo haría lo mismo por ti, pero debemos evitar discusiones, fue un accidente y él no me golpeó.

 

−       Está bien− dijo haciendo un ligero puchero mientras se acercaba y lo tomaba de la mano− bueno aún estamos a tiempo para mostrarte.

 

Aún tomados de la mano corrieron a una pequeña colina, al llegar podía verse una hermosa puesta de sol, las miradas de ambos se cruzaron y sonrieron, ese momento se sentía casi mágico y por alguna razón sus corazones estaban sincronizados.

 

−       Este será nuestro lugar especial.

 

Fin del Flash back

 

Ahora que lo recordaba, aquel pueblo de Italia, donde pasó algo de su historia con el Pegaso, podría servir. Optó por ir al cuarto continuo y al entrar, la imagen que vio le oprimió el pecho. Seiya se encontraba sentado en la silla de ruedas, con la vista perdida en el panorama. Como un muñeco sin vida, sin alma y todo por culpa suya.

Aquel joven vigoroso se veía tan diferente ahora, por eso cada vez que parpadeaba y lo veía, odiaba más a su hermano Zeus y a los demás dioses que a su parecer eran unos bastardos.

 

Retirar la maldición del Pegaso sería bastante doloroso para el caballero de bronce, pero debía hacerlo… por eso con mucha cautela posó una de sus manos en el pecho y poco a poco empezó a inyectar un poco de su cosmos demoníaco.

Observó cómo el rostro del castaño se contraía en una mueca de dolor y cómo poco a poco aquel cuerpo iba reaccionando. Una de las manos del menor se posó sobre la suya, intentando retener aquel flujo de cosmos.

 

−       Aguanta un poco más, Pegaso.

 

−       Me…me quema− pronunció con dificultad.

 

−       Es necesario− fue lo único que espetó. En otra situación y sin saber la verdad, hubiera disfrutado y  deleitado con aquella tortura, pero ahora lo lamentaba, lamentaba lastimar a un inocente.

 

Un rato transcurrió para que Hades se detuviera. Miraba como el menor recuperaba poco a poco su respiración y sus ojos empezaban a tener brillo.

 

−       Una maldición es difícil de retirar, no hemos terminado aún.

 

La mente del caballero era una especie de vacío. Llevaba bastante tiempo en ese lugar, donde no había noche o día… aunque trató de buscar la salida no había tenido éxito. Finalmente desistió dejando que poco a poco esa oscuridad lo absorbiera, o eso creía hasta que comenzó a sentir un inmenso dolor que invadía  todo su ser. Sentía como si alguien intentará torturarlo, pero… ¿por qué? A lo lejos escucho una voz que se le hacía familiar sin lograr recordar a quien le pertenecía.

 

−       Me duele...¡¡¡basta!!!

 

Aun inconsciente, tomó la mano de Hades intentando alejarlo,  lo único que deseaba era que todo ese sufrimiento se terminara ya, ¿acaso él se encontraba muerto? ¿Ese era el fin de su travesía? Pero… ¿Cuál era esa travesía? Llevaba tanto tiempo ahí que no recordaba ni quién era, lo único que deseaba era abrazar esa oscuridad y terminarlo todo.

El dios se detuvo y posó una de sus manos en la mejilla del menor;  lo miró con atención y vio que  poco a poco recuperaba el sentido.  Divisó pavor en sus castaños ojos e intento tranquilizarlo.

 

−       No te haré daño solamente si prestas atención a lo que tengo que decirte− mencionó con voz autoritaria. Al ver que el menor asentía continuó− Ambos estamos inmersos en una maldición y una profecía. Los dioses del Olimpo incluyendo a la diosa qué sirves, nos han tendido una trampa.

 

Observaba desconfianza en el caballero de bronce y no lo culpaba, de un momento a otro tu enemigo se convertía en tu salvador… era una historia realmente difícil de creer.

 

−       Como muestra de mi sinceridad, retiraré la maldición que te he impuesto y también liberaré tu mente del encierro. Cuando recuerdes todo lo que ha acontecido, es tu decisión luchar a mi lado o en mi contra. Te amo pero mi odio y venganza contra el Olimpo, es mucho más fuerte− mencionó con ira en su masculina voz.


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