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DRAGONES por yukihime200

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18. Ciudad de Bestias: Parte 3


Ya había pasado cerca de media hora, Río jamás se retrasaba. Después de recorrer durante toda la mañana los callejones indicados con el frío azotando sus cuerpos, Leon y los demás se encontraron en el punto fijado –en el medio de la calle sobre la tapa metálica oxidada de un alcantarillado–, pero no existían rastros del lambda. Los minutos comenzaron a pasar mientras todos se miraban las caras comenzando a preocuparse. Eso era malo.


Sin perder más minutos vitales se regresaron apresurados a la posada, si el muchacho no estaba en peligro se encontrarían de todas formas, pero la intuición de Leon le decía a gritos que fuera a buscar a su omega.


Adam, el alfa de cabello castaño que se quedó cuidando de la chica, se puso de pie rápidamente al verlos ingresar a todos a la habitación con cara de pánico y ansiedad. La muchacha no había despertado, pero Leon no tenía la cordura en esos momentos para pensar en ser caballeroso, y de manera brusca sin preocuparse de causarle algún daño a la pantera la removió intentando que abriera los ojos.


Varios intentos fallidos y feromonas molestas después, la chica al fin dejó ver sus pupilas amarillas rasgadas. Movía los ojos en todas direcciones de manera frenética por el miedo que sentía al estar en un lugar desconocido y con un montón de hombres intimidantes que despedían feromonas potentes.


Leon se apoyó en la pared sin alejarse mucho del borde de la cama. Pensó en sentarse de manera cómoda sobre el pequeño velador cuadrado de madera, pero recordó que en su pieza ese mismo mueble era comido por termitas, de seguro este se rompería bajo su peso si cuenta con el mismo destino.


Dando un sonoro suspiro para calmarse inició conversación con la víctima del prófugo.


—Escucha. Sé que estás asustada, pero no te haremos daño —la pobre omega se encontraba hecha un ovillo al rincón de la cama, tratando de alejarse lo más posible mientras sus ojos pasaban rápido de un sujeto a otro en alerta, dispuesta a dejarse las garras si necesitaba huir aunque fuera por la ventana—. Mis hombres te encontraron en un callejón. Estuviste a punto de ser comida por el lobo.


Si no fuera porque las caras de todos los presentes se veían como en un funeral, y porque recordaba en trozos algo de lo ocurrido, esa frase le habría causado risa.


Obligando a su cuerpo a relajarse pero sin dejar su estado de alerta les asintió con su cabeza dando a entender que estaba dispuesta a cooperar con ellos.


—Necesitamos tu ayuda —los ojos rasgados penetrantes del alfa que la miraba logró que un escalofrío recorriera su espina y congelara su cuerpo. ¿Qué podrían necesitar de ella todos esos tipos que lucían peligrosos?—. Ese lobo que te perseguía se llevó en compensación a alguien importante para nosotros. Eres la única testigo, ayúdanos a encontrarlo.


Quiso negarse de inmediato, pero se sentía intimidada y muy presionada. ¿Qué si ella se negaba y ellos la asesinaban por tomarlo a mal? ¿De qué serviría el que le salvaran la vida una vez entonces? Asustada aceptó moviendo la cabeza muchas veces de manera afirmativa mientras veía a los otros relajar un poco los hombros.


La escoltaron hasta el primer piso, donde le sirvieron alimento, pero el nudo en su estómago le hacía imposible pasar más de dos cucharadas de comida. Y el plato quedó ahí sobre la mesa, perdiendo el poco calor que desprendía hasta volverse tan frío como la temperatura ambiental lo permitía.


La humanoide de pelaje azabache fue llevada hasta la calle para buscar pistas, se sentía como una prisionera a punto de ser ejecutada, solo le faltaban las esposas. Se turnaron para ir con ella a los distintos lugares y recorrieron lo más que pudieron todos los sectores sospechosos, e incluso unos pocos más alejados. Lejos de perder la esperanza lo que estaban perdiendo era la compostura, iban a matar a ese lobo cuando lo encontraran.


La tarde se hacía presente mientras caminaban por las concurridas calles entre empujones de algunas bestias que no reparaban en sus presencias y paseaban como en cualquier día, como si alguien no hubiera desaparecido bajo sus narices como llevaba últimamente sucediendo.


Entre rosa y naranja las tonalidades del lugar cambiaban lejos del típico gris del invierno, al menos el sol se había asomado unos minutos. Las piernas de la omega dolían de manera horrible al estar todo el día de pie caminando en una búsqueda infructífera, pero no podía darse el lujo de hacer un desplante y marcharse de ahí, su cuello peludo estaba en juego.


Cuando se reunieron de nuevo la pantera ya se había resignado al ver sus ojos, no se iría de ahí hasta que ellos la autorizaran. Pero cuando iba a dar un suspiro de desesperanza sus ojos se abrieron de alegría, ahí estaba su carta de liberación, paseando a plena luz del día con una expresión de pánico y tirando de sus lobunas orejas.


Todos notaron que su atención estaba puesta en algo y siguieron el rumbo de su mirada. De manera brusca Leon preguntó.


 —¿Es él? —no tenía más tiempo para juegos, si habían encontrado al maldito que se llevó a su omega entonces no podía perder la oportunidad. La omega asintió de manera seria— Andando.


No le dieron otra mirada a la chica, esta tampoco esperó a que le dieran unas palabras de despedida, y lavándose las manos definitivamente del asunto emprendió la carrera con toda la velocidad que su cuerpo felino podría brindarle.


De manera rápida pero sigilosa se dividieron para recorrer más terreno y se desplazaron entre sombras y callejones tratando con todas sus fuerzas no ser notados. No tenían que recibir la orden, sabían que no podían acorralarlo de una manera rápida, pues corrían el riesgo de que nunca les llevara con el lambda o prefiriera morir antes que darles alguna información, y el chico no sería encontrado hasta mucho tiempo después. No podían permitir eso.


El lobo no dejaba de pasearse por aquí y por allá dedicándose palabras de desesperación a sí mismo o jalando sus orejas, hasta que en un momento, como si nunca hubiera estado en crisis, se paró muy recto, recuperó el temple y emprendió la marcha.


Las estrellas se habían hecho presentes y la ciudad se sumió en el silencio como todas las noches. Los faroles si bien ayudaban a la iluminación, creaban de a ratos juegos de sombra que el animal aprovechaba para ocultarse, pero los sentidos agudizados por la furia de los alfas tenían su olor captado ya hace un par de horas, y el único beta presente sabía acoplarse bastante rápido con su visión siguiéndolo a veces a él y otras veces a sus compañeros para no perder el rumbo.


Llegaron hasta una casa en los límites de la ciudad, se veía bastante normal, igual que el resto, incluso podrían decir que se veía como la típica casa de buena familia, con sus colores alegres y el pasto verde del jardín. El lobo se pegó a la muralla, y mirando en todas direcciones para asegurarse de no ser observado le dio dos golpes a la puerta, que fue abierta en unos pocos segundos. Sus perseguidores pudieron notar todo ocultos entre las sombras, y antes de que comenzaran a sonar las cerraduras que se solían poner en las noches se lanzaron a la acción.


De una fuerte patada el delta derrumbó la puerta empujando en el proceso a un león robusto que terminó desmayado con el potente golpe. Los otros dos tipos se habían levantado de la mesa –donde jugaban cartas y tenían vasos con whisky dentro– y trataron de emprender la carrera, pero les fue impedido por Louen y Adam, quienes no tuvieron miramientos en poner fin a sus vidas estampando sus cabezas contra el suelo o la pared.


Alan y Zack se encargaron de revisar las habitaciones al no encontrar vestigios de la presencia de ese lobo escurridizo mientras Leon arrojaba el cadáver del león hacia un lado sin cuidado porque le estorbaba.


Estaban perdiendo el tiempo en ese lugar, algunos pensaron que la bestia solo había querido despistarlos porque se había dado cuenta de su presencia y en realidad salió por una de las ventanas abiertas que dejaba entrar la brisa nocturna, pero Leon sabía que no era así.


En su furia e irritación, el dragón lanzó la mesa en la que antes jugaban esos dos cómplices del lobo contra la pared. Los vasos se hicieron añicos y los trozos de cristal se esparcieron por todo el piso junto a las patas de la mesa que se desarmó con el impacto.


Pasando una mano por su rostro exasperado, Nova se paseaba inquieto por la habitación bajo la mirada frustrada de los sujetos bajo su mando. Alan, con la desagradable actitud que tenía, se desligó de la situación y cruzó la estancia hasta llegar al otro lado y recoger una silla para sentarse mientras cruzaba las piernas relajado. Leon ni siquiera se molestó al respecto, no tenía paciencia para perderla con otro idiota, hasta que escuchó el crujido bajo sus pies cuando se estaba dando la décima vuelta.


Una de las tablas de madera emitía un sonido molesto, y moviendo la alfombra llena de vidrios que cubría el suelo encontró un poco de calma. La tabla estaba justo a un lado de la trampa que daba al sótano.


Empleando en su totalidad fuerza bruta, el alfa fue capaz de abrirla y sin reparar siquiera en si existían escaleras se lanzó hacia debajo de un salto. Ese lugar era terriblemente grande. Las paredes de concreto que se extendían bajo tierra formaban muchas habitaciones, celdas en realidad, donde muchas bestias omegas se encontraban, algunos vivos, otros agonizando, y otros no tenían tanta suerte para eso. El olor de sus cadáveres que salía a través de las rejas corroídas comenzaba a apestar el ambiente.


Siguieron recorriendo esa especie de prisión sin preocuparse en liberar a los desvalidos, ya se encargarían de eso después. Llegaron hasta el final de la muralla, donde aguardaba por ellos una puerta metálica abierta que daba a una habitación en total oscuridad.


Escucharon el tintineo de las cadenas y los golpes que parecían brutales. Leon estaba a punto de caer en la total furia si llegaba a ver siquiera un solo rasguño en la piel de Río. Pero la escena dentro era totalmente inesperada. No era su pelirrojo el intimidado, él era quién estaba propinando la tortura.


No los había escuchado acercarse, tampoco escuchó el llamado de ninguno de ellos, solo seguía ahí, golpeando y golpeando, y Leon creyó ver en sus ojos la satisfacción que aquello le causaba, pero fue tan repentino que se preguntó si en verdad lo había visto.


La habitación de tortura se empezó a llenar con el olor metálico de la sangre mezclado con el óxido de las cadenas que colgaban suspendidas por todo el lugar. Y sin soportar más la angustia que le producía la escena se acercó hasta que su pecho tocó la espalda de Río, quién se detuvo de inmediato y al sentir su olor soltó al desdichado lobo para darse la vuelta y enterrarse en el abrazo.


Con unas cuantas señas y su cara en extremo seria, les ordenó en silencio a sus empleados que se encargaran de la peste que había secuestrado a su omega y se llevó a Río en silencio mientras el tenebroso sonido de los huesos siendo rotos y el fuerte olor metálico se hacía aún más fuerte en la habitación.


Al seguir el camino por el pasillo el alfa abrió a la fuerza cada reja que encarcelaba a los omegas del lugar. Quienes pudieron levantarse escaparon rápido, algunos ayudaron a sus compañeros más necesitados y algunos otros le agradecieron en silencio mientras lloraban a los desconocidos caídos a sus lados.


Cuando emergieron a la superficie otra vez Río no preguntó por todo el desorden que había en el lugar, con los trozos de vidrio y astillas de madera esparcidos por todo el piso y alguno que otro resto de sangre manchando la alfombra y las paredes.


Algunos de los soldados que tenían un mínimo de compromiso por la ciudad se acercaron a la casa por cumplir, cuestionándose si era necesario en verdad preocuparse por una pelea que era común que se desatara en ese lugar. Fueron ignorados por completo.


Leon lo llevó de la mano devuelta a la posada sin soltarlo en ningún momento, ni se fijó si sus compañeros venían siguiéndolos o no. Solo importaba Río.


Pasando de largo la solitaria y poca alumbrada estancia subieron las escaleras y recorrieron los pasillos hasta perderse en su habitación que solo era iluminada por la luz plateada de la luna. Leon no dejó que el lambda dijera nada, pues había asaltado su boca de una manera frenética, desesperada y necesitada. La angustia de perderlo aún le apretaba la garganta y el estómago a pesar de que en su rostro solo lucía un ceño fruncido.


—Está bien. Estoy aquí —el pelirrojo le repitió muchas veces para asegurarse de ser escuchado, pero el mayor hizo oídos sordos, solo quería poseerlo, tomarlo, y marcarlo de una forma tan profunda que nadie más querría acercarse a él de una manera extraña.


Río se entregó sintiendo su necesidad. No estaba asustado, tampoco estaba molesto por esa pesada muestra de posesión, porque eso solo le demostraba cuán importante era su existencia en la vida de ese hombre.


No existieron gemidos ni jadeos en aquella oscura pieza, solo el constante golpeteo de la vieja cama contra la pared, que fue escuchada por todos sus compañeros ocupantes de los cuartos contiguos.


A la mañana siguiente todos se fingieron ignorantes y trataron de alejar de su mente cualquier escena que cuadrara con el constante sonido que los molestó casi toda la noche.


Ese día el bar en el primer piso estaba lleno, personas y bestias abarrotaban el lugar mientras bebían y comían de manera alegre. El dueño se les acercó desde la larga barra en la que se encontraba secando vasos con par de grandes goterones en los ojos que salían por el agradecimiento y la felicidad.


—Gracias. Gracias —cada palabra fue acompañada con un par de golpes suaves a los brazos de la persona que tenía en frente y unas diminutas reverencias—. Gracias a ustedes ahora nuestra ciudad estará en paz —. Algunos quisieron decirle que esa esperanza era muy alta, porque en aquél lugar era difícil que encontraran la paz. Esta vez habían tenido suerte al contar con ellos, ¿Qué sería de la próxima?


—No hace falta agradecer. Es nuestro trabajo, vendremos siempre que se nos necesite —el chico de ojos dorados quiso reírse, porque esa frase le recordó a esos aclamados héroes de capa a los que los niños tanto admiraban, pero si lo pensaba bien, esa relación era correcta, pues el delta se había convertido en el héroe de la ciudad, aunque no muchos de los habitantes lo supieran aún.


La misión no había durado más de tres días, y mientras emprendían el regreso, Río no pudo evitar sentir un poco de decepción, pues él esperaba algo mucho más emocionante, a pesar de que toda su vida ahora lo era desde que llegó a ese mundo.


Al menos ese día el clima se apiadó de él, y sintiéndose cómodo se recostó en su alfa sin preocuparse de la presencia de nadie más en ese carruaje, y se quedó dormido envuelto en el olor hasta que abrió los ojos en la mansión.


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