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Nuestra luz por aisaka-san

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A través del auto de vidrios polarizados admiraba el cielo, o bien, lo que podía apreciar de él por aquellos ventanales oscuros.

 

—Papi… —rogó con su voz infantil a la persona que conducía.

 

—¿Que sucude Hikari? —preguntó con voz amable y cariñosa su progenitor, la niña lo miró con ojos suplicantes y agudizó aún más su voz.

 

—¿Pu-Puedes abrir la ventana? —preguntó con ese tono infantil que todos los niños poseen, su padre rió ante su hermosa e inocente petición.

 

—Está bien, pero solo un poco.

 

La pequeña sonrió al ver como su padre tocó un pequeño botón en el panel y la ventana se abrió no más de diez centímetros. Con un puchero molesto miro a su padre.

 

—Sabes que solo un poco —recordó el mayor a su pequeña quien suspiro resignada.

 

Nuevamente volteo a la ventanilla y miró el cielo, un hermoso cielo azul y las nubes que lo decoraban.

 

—¿Crees que él esté ahí? —preguntó la menor con una sonrisa esperanzadora, el mayor apreto ligeramente el volante al escuchar su pregunta pero no perdió la sonrisa de su rostro, no frente a su hija.

 

—No lo sé, me dijeron que estaba enfermo así que… puede que no vaya.

 

—Oh… —expresó la pequeña con un tono desanimado, el pequeño peluche entre sus manos ya no le parecía tan divertido.

 

Viajaron en silencio durante los cinco minutos de trayecto que quedaban, finalmente llegaron a un lujoso edificio que se alzaba ante ellos, un museo que aún no se inauguraba pero que, gracias al padre de la pequeña Hikari, habían sido invitados con antelación.

 

La pequeña nuevamente recobró la emoción al ver ese lugar del que todos sus amigos hablaban, obviamente debido a que ella les contó sobre ello. Empezó a dar pequeños saltitos en su asiento.

 

—¡Mira papá! ¡Mira! —comentó con emoción desde el asiento trasero mientras su padre sonreía.

 

Llegaron al estacionamiento donde solo un par de autos yacían estacionados, la pequeña ya estaba más que dispuesta a salir, únicamente su padre la detuvo.

 

—¡Es verdad! —exclamó ella a la vez que le extendía unas gafas gruesas y algo grandes, su padre se las coloco así como un cubrebocas y un gorro.

 

Finalmente salieron del auto, la niña saltando y cantando contenta mientras que el adulto miraba si alguien iba a recibirlos ahí, como vio que no fue así se encaminaron al lugar donde seguro estaban los demás.

 

Tomaron el lujoso e innecesario elevador, al salir fueron recibidos por un hombre que a ojos de Hikari, era bastante apuesto, no pudo evitar sonrojarse al mirarlo, por suerte alguien muy especial lo acompañaba.

 

—¡Hikari! —gritó un pequeño niño rubio que salió detrás del adulto, ella lo miró y corrió con él.

 

—¡Kazuki! —exclamó la niña igual de emocionada.

 

El padre de Hikari y el de Kazuki se saludaron contentos, la pequeña no podía apartar la mirada de ellos.

 

—Tú papá es muy guapo —susurró Hikari lo cual molesto a Kazuki.

 

—¡Deja en paz a mi padre!

 

Y entre ellos empezaron a jugar y corretear por el lugar bajo la mirada divertida de sus padres.

 

Poco tiempo después fueron llamados por sus padres, luego se acercaron junto a otro par de personajes bastante importantes del pasado, la pequeña Hikari miro si entre ellos yacía la persona que tanto quería conocer pero, para desgracia suya, no estaba ni llegaría.

 

El padre de Kazuki se colocó frente a ellos, al ser un grupo pequeño no necesito de una larga introducción.

 

—¡Es un honor contar con su presencia, agradezco que se tomaran el tiempo de venir! —reclamo con una sonrisa jovial—. Debido a su importancia y que gracias a ustedes es que hoy es posible la existencia de este lugar es que han sido invitados antes que al resto del público. ¡Por favor disfruten del museo Beyblade!

 

Una pequeña oleada de aplausos ovacionó al fundador del museo, el par de niños presentes se emocionó y saltaron en sus lugares. Luego, el recorrido comenzó de parte del fundador.

 

Primero pasaron por las salas donde explicaron el origen del juego así como los primeros sucesos destacados del juego, poco después llegaron a una sala de los primeros torneos que cambiaron la historia.

 

—Así fue como Free de la Hoya se convirtió en campeón mundial hace 20 años —explicó el padre de Kazuki.

 

Continuaron con el recorrido, la pequeña saltó cuando llegaron al punto que le interesaba en sobremanera. Tomó a su padre de la mano y lo jalo con entusiasmo.

 

—¡Papá, papá, aquí está! —dijo señalando las paredes azules donde la imagen de ese chico yacía pintada múltiples veces, el hombre sonrió enternecido ante la emoción de su pequeña niña. 

 

Ella se acercó a un cartel a escala donde la figura de ese niño de once años posaba felizmente.

 

—Esta enano —rió la niña con diversión, el adulto no pudo evitar soltar una carcajada.

 

Luego la pequeña volteó la mirada donde las paredes yacían pintadas de rojo, sus ojos brillaron de emoción y tomó a su padre de la mano.

 

—¡Ahí estás tú, papá!

 

El adulto miró a donde señalaba la pequeña, miró el lugar y efectivamente, ahí estaba él cuando apenas era un joven niño, lleno de ambiciones y sueños por alcanzar.

 

Y se quitó por un momento las gafas, dejando expuesta su piel maltratada que rodeaban sus ojos rojos.

 

La niña albina de ojos rojos lo miraba con admiración, a todos lados de hecho. Cuando dirigio su mirada nuevamente a la zona donde yacia de color azul, donde estaba plasmado con tinta y papel la leyenda más grande del mundo, se abrazo a su padre y susurro.

 

—Ojalá hubiera venido hoy.

 

Shu le sonrió con tristeza, él también miró al mismo lugar, donde un sonriente poster de Valt los miraba con ese entusiasmo que poseía al ser un niño. Abrazo a su pequeña hija y sonrió con tristeza.

 

—Yo también quisiera que él estuviera aquí.

 


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